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La cultura del “agú”

Juan Gajardo Quintana

Reclamar sin cesar para que los demás nos resuelvan los problemas.

Esto se hace más dramático cuando son las madres de niños violentados los que

demandan del Estado mayor protección para sus hijos. Obviamente, en el crucial

momento político-social-cultural en que nos encontramos, estos temas sensibles tienen

gran tribuna, por lo que ningún sujeto o institución política puede desaprovechar su

eficacia publicitaria. Y es así como los medios de comunicación masiva dedican largos 20

minutos a mostrar a las enfurecidas mujeres que vociferan y arrasan con todo para exigir

del Sernam lo que ellas – como ejemplares progenitoras- no han sido capaces de

brindarles a sus hijos.

Por esa misma conveniencia propagandística, la ministra del ramo también se toma la

molestia de reivindicar esas demandas, explicando lo inexplicable, para, al segundo de

terminar el punto de prensa, olvidarse completamente del tema y seguir pensando, como

lo hizo otra personera de otra administración, que lo único que quieren esas viejas es que

les cuiden a sus cabros chicos, para tener tiempo de tomar té y mirar la telenovela.

La posverdad es un concepto siútico inventado hace poco para catalogar la práctica de

esconder la realidad y contar el cuento (tiene otras formas más populares de decirse, pero

no adecuadas para la letra de molde). Parapetados en este constructo teórico, los

manipuladores preparan sin remordimiento discursos deslavados y en apariencia

apasionados en defensa de supuestos privilegios de numerosas minorías. De esa

manera se crea la impresión que vamos ineludiblemente en conquista del progreso y la


liberación. Un profeta usó las siguientes palabras hace miles de años para referirse a

este fenómeno: “Les predican libertad y ellos mismos son esclavos”.

De repente surge un desubicado y trasnochado que

se le ocurre atreverse a decir algo con convicción. Entonces es etiquetado como

intransigente e intolerante, aunque las cosas que diga se estén cayendo de maduras.

Porque la irresponsabilidad personal, la venta de entelequias lo más afiebradas posibles y

la huída hacia callejones oscuros de la razón, son el alimento diario de nuestra cultura.

La educación, la conducción del rabaño, encuentra

atisbos de libertad solo en ciertas realidades, donde a los alumnos se le compele a

elaborar respuestas propias y no responder a pruebas estandarizadas con las alternativas

ya impuestas. Tanto que se admira a Finlandia y se sindica como modelo a seguir. Pues

bien, allí no existen los Simces, las Psus, sino desafíos reales para que los alumnos

construyan proyectos personales y respondan a situaciones problemáticas, desarrollando

sus propias posibilidades. No puede haber libertad dentro de una manada de ineptos e

ignorantes, entendámoslo bien. Decir lo contrario, es manipulación para mantener

conformes y dominados a los débiles.

En definitiva, solo quedan dos alternativas: seguir siendo un bebé existencial y esperar

ser tratado como tal, o asumir los riesgos de crecer y tomar las responsabilidades que

corresponden a ello.

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