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Colombia 2017: Para dónde va el país

Alejandro Santos Rubino, director de SEMANA, analiza lo que se viene este año
para los colombianos.

29/01/2017

semana.com

Hace un año, el 10 de enero, SEMANA publicó una portada que se titulaba: 2016,
¡Qué año tan duro! Y sí que lo fue. En ese lapso se sacudieron muchos cimientos
conocidos, y podría ser recordado como el año donde todo cambió. Una
enumeración breve de lo que pasó lo deja a uno sin aliento.

La inesperada derrota del plebiscito por la paz, el durísimo apretón de la reforma


tributaria, el mal desempeño económico, la polarización política, el brexit, la elección
de Donald Trump, la crisis humanitaria de Venezuela, las mentiras en las redes, la
oleada de actos terroristas en Europa, entre muchos otros temas, dejaron claro que
fue un año intenso, lleno de adrenalina, emociones y confusión.

En medio de esa agenda tan movida, Colombia logró firmar la paz con las Farc
después de medio siglo de una confrontación armada que dejó 250.000 muertos y
más de 7 millones de víctimas. Un hecho histórico que nos proyecta al mundo como
un país que resuelve sus problemas, se despoja de su etiqueta de paria, y podría
jugar un papel más relevante en el escenario internacional. Pero cuando Colombia
llega al mundo, finalmente, como un país normal, el mundo se está replanteando en
torno a nuevos ejes, ideas y valores.

El orden mundial cambió en 2016. La llegada del populismo a Estados Unidos, la


primera democracia del mundo, el frágil futuro de la Unión Europa con la salida de
Gran Bretaña, la ofensiva terrorista del fundamentalismo islámico y la llegada
masiva de inmigrantes ilegales, o la estrategia expansionista de China y Rusia, dos
grandes potencias de mano dura, no son buenas noticias para el futuro de la
democracia liberal de Occidente.

Así las cosas, el auge de la mentira como nuevo protagonista de la vida pública, y
el declive del periodismo debido a la crisis de los medios, cuyo leitmotiv es buscar
la verdad, han contribuido a polarizar el ambiente político, empobrecer el debate,
coartar la libertad y opacar la toma de decisiones. Basta recordar la feroz campaña
negra en Estados Unidos o la estrategia de la campaña del No en Colombia.

Las mayores virtudes de la democracia se convirtieron en una amenaza. La libertad


de expresión se volvió libertinaje. Las redes sociales pasaron de democratizar la
información y la opinión, a propagar la estigmatización. La verdad le dio paso a la
posverdad, un eufemismo inteligente para referirse a la calumnia y la injuria. El libre
comercio y la globalización, la mayor fuente de generación de riqueza para las
naciones, ahora son la pesadilla de las economías, y los inmigrantes, otrora fuente
de desarrollo social, cultural y económico de los países, ahora son el enemigo
interno.

La pregunta, nuevamente, es qué va a pasar con la estabilidad de la democracia


occidental frente al movimiento de estas placas tectónicas de la geopolítica. El
inspirador discurso de despedida de Barack Obama en Chicago, donde exaltó los
valores del respeto, la tolerancia, la solidaridad o la verdad, es decir, los valores que
hacen fuerte y grande a una democracia, como lo ha sido Estados Unidos -recordó
Obama-, parecían el mensaje del último gran mohicano en el fin de una era. Pero
no se trata, claro, de tener visiones nostálgicas frente a los tambores de la realpolitik,
pero sí de entender cómo se está reconfigurando el ajedrez político mundial para
ver qué va a hacer Colombia.

Colombia, a primera vista, podría parecer una excepción. Mientras en el mundo hay
guerra, en Colombia llega la paz. Mientras en el mundo los extremismos se matan
o llegan al poder, Colombia busca la reconciliación. Mientras nuestro país trata de
resolver los problemas del pasado, en el mundo estos están resurgiendo: el racial
en Estados Unidos, el étnico en Europa, el religioso en Medio Oriente y el fronterizo
en Asia.

Ante este panorama el país tiene el desafío de entender y jugar en el nuevo mapa
mundial y sentar las bases de su destino para los próximos 25 años. En 2017 y 2018
se va a dibujar el comienzo de lo que sería una nueva Colombia. Un país sin
violencia política, pero aquejado por los flagelos históricos: el de la corrupción, que
hizo metástasis, el de la desigualdad, el crimen organizado, la delincuencia común,
el clientelismo o la brecha entre las ciudades y el campo.

Lo que no ha habido en medio siglo es un país sin Farc, y no podemos olvidar cómo
esa guerra ha marcado la política, la economía y la psiquis de los colombianos.
Gracias a la desaparición de esa guerrilla, hemos visto la caída en los índices de
homicidios, secuestros, tomas a pueblos, desplazamiento forzado, víctimas de
minas, reclutamiento de menores, ataque a la infraestructura.

Pero una cosa es silenciar los fusiles y otra construir la paz. La primera se da en un
salón, la segunda en las calles y en el campo. Esa lucha por la reconciliación
comienza formalmente este año y su principal protagonista debe ser la sociedad
civil. Recordemos que las maras salvadoreñas, que hoy tienen en jaque a los
Estados centroamericanos, nacieron de la guerra de los años ochenta. Ese espejo
nos deja una enseñanza: que el enfoque de la solución política no puede abandonar
la problemática social ni el papel de la sociedad en el posconflicto.

Este que acaba de comenzar será un año de transición que se prolongará hasta
2018, cuando se elegirá un nuevo gobierno. Seguramente será un mejor año que
2016, al menos en Colombia. ¿Qué se vislumbra? Aquí algunas dinámicas:
La política: año preelectoral con demasiados precandidatos, y todos tratando de
posicionarse cuando ya se esfumaron las banderas de la guerra y la de la paz. Con
la corrupción como nuevo disrcurso electoral, se va a polarizar mucho más el
ambiente político. Se sacarán los cueros al sol y eso en el mundo de la mentira y
las redes sociales va dejar muchas cicatrices en el camino. La agenda va a girar un
poco a la derecha y lo más probable es que todo termine como hace cuatro años:
entre uribismo y antiurisbimo. La gran incógnita: cómo se moverán políticamente las
Farc. La gran preocupación: la revocatoria de Peñalosa.

La seguridad: en las ciudades, la gran amenaza es el microtráfico y en el campo el


aumento de los cultivos ilícitos y la minería ilegal. Difícil un posconflicto con 150.000
hectáreas de coca y donde el 85 por ciento de la minería es ilegal. Seguramente
Trump presionará las fumigaciones aéreas y con ellas vendrán la movilización de
los campesinos cocaleros. La gran preocupación: los asesinatos de líderes de
derechos humanos y la seguridad de las Farc desmovilizadas.

El institucional: el gran reto es la solidez y efectividad de la arquitectura


institucional para el posconflicto, sobre todo en las regiones. Este año el Congreso
pasará más de 20 leyes para implementar los acuerdos de paz. La pregunta es
quién está interviniendo en la redacción de estas leyes y cómo hacer para que el
Estado no se convierta en una torre de Babel sin efectividad en la práctica. La
incógnita: la Justicia Especial para la Paz y su relación con la justicia ordinaria. La
gran preocupación: copar con seguridad y legitimidad los espacios dejados por las
Farc en el territorio para que no los copen el ELN y las bandas criminales.

El económico: en 2016 salimos de cuidados intensivos debido al coletazo de la


enfermedad holandesa producto de la caída de los precios del petróleo. Pero
pasamos a sala de recuperación y se ve un año con buenas perspectivas a pesar
del huracán Trump. El desafío del gobierno será saber manejar la presión financiera
del posconflicto con apretón fiscal.

La corrupción: ¿mucho ruido y pocas nueces? Todos los políticos salieron este
año a cabalgar en el idílico potro blanco de la anticorrupción. Hasta los corruptos.
La narrativa de campaña será claramente antisistema y con un tono populista que
dará réditos electorales en un país de indignados. Habrá que ver si el presidente
elegido llega con un mandato claro para acabar con la corrupción y tiene el carácter
y la voluntad política para hacerlo. Por ahora, las esperanzas están puestas en los
tres mosqueteros: fiscal, procurador y contralor. Ese trípode, si trabaja coordinado,
será el gran garrote que puede disuadir en algo la gran corrupción. La incógnita: la
de siempre, que a los mosqueteros no se les suba el poder a la cabeza o terminen
seducidos por los cantos de sirena de la política o, peor, de los políticos.

La convivencia: una paz duradera pasa por reconstruir el tejido social, el respeto y
la tolerancia. Más que la política, la cultura juega un papel esencial en fortalecer el
capital social. Por eso la entrada en vigor del nuevo Código de Convivencia y Policía
puede ser una revolución desde abajo en el respeto a la reglas y al orden social. La
preocupación: que quede en letra muerta.
El turismo: es la gran oportunidad de Colombia. Y 2017 debe ser el comienzo de
esa era. El turismo es la punta de lanza para que el progreso llegue con legitimidad
a los territorios abandonados o fracturados por la violencia. Es amigable con el
medioambiente, genera empleo, involucra a las comunidades y nos posiciona en el
mundo. Colombia debería apuntarle a ser una potencia turística similar a México.
La gran preocupación: la dificultad para ejecutar proyectos por la avalancha de
demandas, tutelas, permisos y el increíble laberinto kafkiano de nuestro sistema. Y
mientras eso ocurre, ya lo hemos visto, aterriza la ilegalidad y la informalidad.

En fin, en 2017 empezaremos a moldear la imagen del país que queremos para la
próxima generación. Y para empezar, tendremos que edificar una ética de la
convivencia desde el respeto y la tolerancia. Un primer paso podría ser, por ejemplo,
un pacto entre los precandidatos para comprometerse a no hacer guerras sucias o
campañas negras, tan en boga hoy en día.

Sin duda, será un año lleno de grandes noticias donde los fuertes vientos que soplan
en otras latitudes se sentirán en estas tierras. Pero solo nosotros, si tenemos el
liderazgo y la capacidad de generar consensos, podremos fortalecer la democracia
para afrontar el posconflicto y modernizar el país.

(Extracto del discurso de instalación del foro).

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