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PLOTINO ENEADA

En primer lugar, parece atinado cuestionarnos, qué significa el amor hoy en


día, ¿qué es lo que realmente amamos? ¿Qué procesos seguimos para
enamorarnos? Es importante señalar estas cuestiones pues, como más adelante se
observará, lo que se dice del amor, hoy en día, no corresponde con lo expresado
en la época antigua; bastará con echar un vistazo a las respuestas contemporáneas
para dar cuenta del estilo reduccionista con que se intenta dar solución a tales
problemáticas, aludiendo a reacciones químicas, propias del organismo material,
que no agotan los caminos posibles que abre el sentimiento amoroso.

Pero entonces, ¿Cómo comprender el amor que se gesta en la época


antigua? ¿Habremos de suponer que las épocas son condicionantes de las
relaciones amorosas? Pues bien, limitándonos a lo dicho por Plotino en la Eneada
III, nuestro autor concibe al amor como un sentimiento que nace, casi de manera
espontánea, frente a la presencia y el reconocimiento, de cuerpos bellos. Tal
disposición, concluye con la realización del deseo carnal, o con la sola
contemplación de la belleza habida en la figura humana. “En conclusión, éstos se
interesan por la belleza sin mezcla de torpezas, mientras que los otros, aunque por
razón de la belleza, caen en torpeza”1 Esto aún parece evocar la teoría platónica,
debido al papel que juega la belleza en la experiencia amorosa. Sin embargo, para
Plotino, ambos caminos, el de la apertura carnal y espiritual, exponen la sentencia
primordial de las almas humanas: todas ellas, todas nosotras, estamos orientadas
hacia la belleza, ya que existe algo del cuerpo bello que nos parece familiar. Esto,
nos dice Plotino, es un principio el cual determina que “[…] ya de antemano las
almas tienen apetencia de la Belleza en sí, […] que saben reconocerla, […] que
están emparentadas con ella y que se dan cuenta instintivamente de su afinidad con
ella […]”2

1
64, 1. III.
2
1, 17. III.
De la manera antes citada, podemos concluir que el amor es una capacidad
propia del alma que se manifiesta siempre en el reconocimiento de lo bello, pero,
¿De dónde proviene esta inclinación casi natural? ¿No podemos sentirnos atraídos
por lo grotesco, horroroso, o feo? Dejando a un lado estas primeras cuestiones,
pareciera ser que hemos dado cuenta de la base fenoménica de la experiencia
amorosa, esta es, que se gesta como respuesta a la belleza terrenal, y que bien
puede desembocar en la reminiscencia de un mundo suprasensible, o bastándose
únicamente del mero espectáculo que el cuerpo hermoso puede otorgar. Ahora
bien, la razón por la cuál es que tendemos a sentirnos atraídos por los cuerpos
bellos, reside en el modo en que se engendró el Amor.

Si se sigue la concepción platónica habremos de explicar que no es el Amor


hija de Afrodita, sino que fue durante la fiesta de nacimiento de Afrodita, que Poros
y Penia engendraron al Amor, esto significa, entonces, que tendríamos que señalar
la relación existente entre Afrodita y el Amor. Plotinio hace un ejercicio interpretativo
del mito platónico y coloca de la siguiente manera el nacimiento del amor.

Debemos tener conciencia, primeramente, de que existen dos Afroditas, una


que se encarga «aquí abajo» de los asuntos conyugales, y otra que proviene de
Crono, el Intelecto, y que por su proximidad a él reside como Diosa en el mundo
inteligible. Esta última Afrodita, como naciente de Crono, dirige toda su actividad en
la contemplación del Intelecto, enamorándose, y formando un ojo en potencia que
espera ansioso saber de lo que es capaz de aprehender.

Yendo, pues, en pos de Crono […] el alma centra su actividad en él y se familiariza con él;
y enamorándose de él, engendra al Amor y, con ayuda de éste, dirige su mirada a aquél;
y este acto del Alma es el que produce una realidad sustancial. 3

Como lo apunta la cita anterior, el ojo en potencia nacido del enamoramiento


de Afrodita por Crono, se vuelve en acto, cuando al enfrentarse al Intelecto se crea
una realidad sustancial, siento ésta “[…] una realidad que está orientada por

3
32, 2.
siempre a otro ser bello y que cifra su ser en esto […]4. Esta nueva posibilidad se
abre únicamente al alma y aquél ojo que captó lo Bello del Intelecto, una clase de
“efluvio emanando del objeto visto”5. De esta manera, es como la actividad erótica
del Alma superior, la de la Afrodita Celeste, se conforma. ¿Es esta clase de Amor
de la que somos partícipes como sujetos mortales pertenecientes a ambos mundos,
el inteligible y el material? Pareciera que no. Pero, entonces, ¿qué Amor es el que
nos colma aquí abajo?

Recordemos que Plotino concibe la existencia de dos Afroditas: la Celeste,


que tiene su campo de acción en el mundo no-sensible, y de la cual atinamos en
dar su naturaleza en líneas anteriores; y la Afrodita, hija de Zeus, que contando con
la misma capacidad de venerar y reconocer cuerpos bellos, es que aquí en la Tierra
“[…] estimula las almas de los jóvenes y obliga al alma con la que está coordinado
a volverse a lo alto, por cuanto también ella es capaz de rememorar las realidades
inteligibles”6

De esta manera, ambos amores, emanados por ambas Afroditas, tienen la


tarea de reconocer la belleza de un solo vistazo, de hecho, tal visión antecede a la
propia del ojo humano. Llegando a este punto y conociendo la génesis y la
naturaleza de ambas clases de amor, es que debemos preguntarnos: ¿esta
configuración, tal como se expuso, sucede igualmente con los sujetos mortales? Es
lógico pensar que, por contar con un alma heterogénea, es decir, con inclinaciones
y naturaleza propia, estamos, al igual que las almas de las Afroditas, capacitados
para admirar y aprisionar los resquicios de la belleza que se cifran en los cuerpos
materiales, reconociendo sí la belleza, pero también el parentesco que existe en
aquello, el objeto, con el Bien absoluto.

Antes de explicar el paso de la Belleza al Sumo Bien, parece pertinente


señalar la manera en que Plotino expone la naturaleza del demon, pues éste
aparece como el amor particular engendrado por cada uno, a partir de las

4
39, 2.
5
14, 3.
6
34, 3. III.
tendencias propias del alma específica. Ya que, al contar con Alma, contamos
igualmente, con las condiciones de posibilidad, para aprehender la belleza que
nuestras inclinaciones interiores, espirituales, de cierta manera, condicionan.

Sí, ¿Por qué el Alma total y el Alma del universo han de tener un amor sustancial y no ha
de tenerlo, en cambio, el alma de cada uno de nosotros […]? Y, naturalmente, este amor
es el demon que dicen que acompaña a cada uno: el amor de cada individuo mismo.
Porque este parece ser también el que implanta los apetitos según la naturaleza de cada
alma, pues cada una apetece en correspondencia con su respectiva naturaleza y engendra
su amor a la medida de su rango y al nivel de su esencia. 7

Recapitulando, hemos señalado la procedencia del amor tomando como hilo


conductor el mito de las dos Afroditas, en el que queda revelada la manera en como
nos hicimos de la capacidad de capturar, tan instintivamente, lo perteneciente al
orden de lo Bello, esto sin embargo, no es más que un efecto de lo que en el fondo,
es nuestro verdadero motor, el sumo Bien. Explico, en el orden cosmológico de
Plotino, las formas por sí mismas no pueden llamar a nada al alma, éstas necesitan
de una vida que es infundida por el Uno. Pues, cuando se trata de hablar del mundo
de las formas, nuestro autor se limita a señalar que tal, es una clase de
“pensamiento que se piensa eternamente”8, esto no crea más que una escisión
entre sujeto y objeto, quien piensa, y lo pensado. De esta manera, se debe aspirar
a una unidad que es tan perfectísima, que no se piensa, sólo está como medio
contemplativo.

[…] Si el pensamiento es el mundo de las Formas, tiene en él una multiplicidad y una


variedad que le impiden ser la unidad primera. Por tanto, es preciso suponer más allá de
él una Unidad absoluta, un principio que es tan Uno que no se piensa. 9

El cuerpo bello por sí mismo no nos puede hacer rememorar el mundo de las formas,
ni éstas pueden hacerse notar con la sola presencia del objeto sensible, es el ojo
erótico que reconociendo la belleza del objeto nos orienta hacia la asunción y
posesión de tal cualidad, pero el objeto brilla en su belleza, por ser ésta

7
2, 4. III.
8
Amor, p. 77.
9
Ibídem.
perteneciente al orden natural de las cosas, en sentido estricto, a lo referente a lo
Bueno.

Porque lo feo es contrario tanto a la Naturaleza como a Dios, ya que la naturaleza misma
crea porque pone su mirada en lo bello; es decir, pone su mirada en lo determinado, y esto
está en la columna del bien.10

De tal manera queda dicho, pues, que lo perteneciente al orden natural proviene del
orden de lo bello, y de lo bueno, y que es éste último quien infunde la vida a las
formas, proporcionándolo de aquello que nos llama la atención del cuerpo
haciéndolo apetecible para el sujeto en cuestión, a esto un estudioso del texto y del
tema le ha llamado la gracia y parece ser el causante de que el espíritu se inflame
cuando reconoce en el amado ruinas de la belleza trascendente.

10
20, 1. III.

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