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OBLIGATORIEDAD DE LA LEY HUMANA

ALCANCE Y LÍMITES
INTRODUCCIÓN

Vivimos en un mundo en que cada vez los límites entre el bien, la justicia y la ley se van desfigurando con
notable rapidez. Es el mundo que por un lado afirma su independencia total de cualquier orden establecido,
como lo podemos expresar en palabras de Sartre: “ya no hay nada en el cielo, ni bien ni mal, ni nadie que
me dé órdenes. Porque yo soy un hombre, Júpiter, y cada hombre debe inventar su camino”1, pero a su vez
por otro lado intenta imponer con violencia sus opiniones, muchas veces abiertamente antinaturales, y lo
hace frecuentemente por medio de leyes que intentan imponer cosas o comportamientos inaceptables.
Por eso, queremos exponer brevemente en este trabajo, los límites que pueden tener las leyes emanadas por
un legislador humano y la respuesta que es necesario dar a esas leyes desde la perspectiva no solo del fiel
cristiano, sino incluso de cualquier hombre de buena voluntad.

1. LA LEY EN GENERAL

1.1 Esencia de la ley

Es discutido el origen etimológico del término ley, lex2. Cicerón la hacía derivar de delectus (deligere), a
su vez esta interpretación es recogida por Séneca y encuentra eco en San Agustín.
Pero el mismo Cicerón propone otro posible origen, más vulgar, según el cual provendría de legendo. Esta
etimología es transmitida por San Isidoro.
Casiodoro, en cambio, recoge otra según la cual lex estaría emparentada con ligare. Esta versión es la que
proponen San Buenaventura, San Alberto y Santo Tomás.
Sea cual sea el valor de los diversos orígenes etimológicos, todos aceptan la definición elaborada por Santo
Tomás y cuya expresión más concisa es: “la ley es una prescripción de la razón en orden al bien común,
promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad”3.

1.2 Sujeto y objeto (causa material) de la ley

Decíamos pues, que la ley es una ordenación de la razón, por tanto, si consideramos su sujeto (materia in
qua), hemos de afirmar que es la razón, ya que el ordenar es propio de ella4. Santo Tomás dirá que la razón
es el sujeto en cuanto principio activo, es decir, en cuanto regula y mide el obrar humano5.
En cambio, si hacemos referencia a aquello sobre lo que versa la ley (materia circa quam), tenemos que
decir que se trata de los actos humanos. Estos son el sujeto pasivo de la ley, es decir, lo regulado y medido
por la norma6.
Los actos humanos, a su vez, pueden dividirse en distintos tipos (externos, internos y mixtos), y según qué
actos sean, serán regulados por diversas leyes7:

-Los actos externos son los que caen de modo directo bajo todas las leyes. (La ley humana,
legislará solamente sobre estos actos)

-Los actos puramente internos (actos de fe, esperanza, caridad, etc.)

-Los actos mixtos (aquellos que son inseparables de un acto exterior y tienen repercusión
sobre éste, como, por ejemplo, la intención de cumplir lo que se jura externamente), pueden ser
preceptuados incluso por la autoridad civil, en cuanto de ellos depende muchas veces la validez de
los actos externos (por ejemplo, para la validez de un contrato).

1 J.P. SARTRE, Les Mouches.


2 Este breve análisis lo tomamos de: J.M. AUBERT, Ley de Dios, leyes de los hombres, Herder, Barcelona 1979, pp. 29-54.
3 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 90, a4, corpus.
4 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 90, a1, corpus.
5 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 90, a1, ad 1.
6 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 90, a1, ad 1.
7 ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, t. I, nº 110.

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1.3 Finalidad de la ley

La actividad de los hombres no se explica, sino por la búsqueda del bien y, en última instancia, del bien
supremo. Por este motivo, la ley –siendo un elemento esencial del obrar humano– se ordena al bien del
hombre.
Santo Tomás dice que su efecto propio es hacer buenos a los hombres8; pero los hombres se hacen buenos
por su unión con el bien verdadero que es su fin. Por eso, es preciso que toda ley tienda al bien
proporcional a ella y (directa o indirectamente) hacia el Bien Supremo, de lo contrario desordenaría la
actividad del hombre.
Esta afirmación es clave para el desarrollo de nuestro argumento.
Asi pues, la ley alcanza esta finalidad concurriendo positivamente a la génesis de la virtud; por eso
Santo Tomás afirma que mediante la ley el legislador intenta inducir los hombres a la virtud9.

1.4 Causa formal de la ley

Para Santo Tomás la ley es formalmente un imperativo de la razón práctica; por tanto, el constitutivo formal
de la ley es su racionalidad: “la regla y medida de los actos humanos es la razón... De lo que se deduce
que la ley es algo propio de la razón”10.

Esto lo podemos deducir a partir del siguiente razonamiento filosófico:


Legislar consiste en proporcionar las acciones al fin que se ha de alcanzar. Y si se sitúa en la prosecución
de una finalidad ordenando los medios para ello, es, por eso mismo, una obra racional, en cuanto es la razón
la que puede establecer las relaciones entre un medio y un fin. Existe en este acto un trabajo de comparación,
de ajuste y ordenación, que sólo la razón puede realizar, porque sólo ella puede abarcar simultáneamente
muchos objetos, extraer lo que tienen de común y descubrir sus relaciones.

1.5 Autor de la ley (causa eficiente)

Como última causa, veamos la causa eficiente de la ley. La cual es la autoridad legítima.
Santo Tomás razona diciendo: “…legislar pertenece a la comunidad o a la persona pública que tiene el
cuidado de la comunidad, porque en todo género de cosas, ordenar al fin compete a aquel a quien le es
propio tal fin”11.

En este sentido, el primero que tiene competencia para ordenar sabiamente al bien común y, por tanto, para
dar leyes, es Dios. Esta autoridad legislativa de Dios, también se participa en el hombre en la ley natural,
como hemos visto durante el presente curso de filosofía del derecho.
En cuanto a las leyes humanas, su autor es el legislador humano, que actúa de algún modo representando
al legislador divino.

1.6 La obligación, efecto esencial de la ley

Una vez terminado el análisis de las causas, debemos preguntarnos por la obligación que impone la ley,
porque si no hubiera obligación alguna, nuestro argumento carecería de sentido.

Debemos afirmar que la ley manifiesta inmediatamente su eficacia por una propiedad esencial que revela
su verdadera naturaleza; esta propiedad es su carácter obligatorio. Éste es su efecto necesario y principal,
sin el cual la ley dejaría de ser tal para convertirse en puro consejo.

8 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 92, a1: “Propius effectus legis est bonos facere eos quibus datur”
9 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 100, a9, ad.2: “Dos cosas intenta el legislador: la primera, inducir los hombres a la virtud...”.
Sobre esto también se puede consultar: Giuseppe Abbà, Lex et virtus, Roma, 1983, pp. 240-249.
10 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 90, a1.
11 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 90, a3.

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De todos modos la obligación que impone cada ley es diversa, y así hay que distinguir12.:

(a) La ley divina (natural o positiva) obliga siempre en conciencia a todos aquellos para quienes ha
sido dada.
(b) La ley humana (eclesiástica o civil) obliga también en conciencia delante de Dios, cuando es
justa.

1.7 Las leyes humanas

Por último, antes de pasar a la parte final y conclusiva de nuestro argumento, reflexionemos brevemente
sobre las así llamadas “leyes humanas”.
Llamamos leyes humanas a aquellas que tienen por autor a alguna autoridad humana, ya sea en el orden
civil, como en el eclesiástico.

Ahora bien, debemos afirmar que, en cuanto a su origen, toda ley humana, si es recta, se deriva de la ley
divina (ya sea natural, como en el caso de la ley civil, o cristiana como en el caso de la ley eclesiástica).
Por tanto, una ley es tal en cuanto es justa, ya que como afirma san Agustín, la ley que no es justa no parece
que sea ley13, ahora bien, en las cosas humanas, justo y recto es aquello que es conforme a la razón, y la
primera regla de la razón es la ley divina.
Por esto toda ley humana tiene razón de ley en cuanto se deriva de la ley natural o divina positiva14.

2. OBLIGATORIEDAD DE LA LEY HUMANA


2.1 Justicia de la ley humana
Pasamos ahora a la segunda y última parte de este trabajo donde intentaremos dar una respuesta a la
interrogante que nos planteamos en la introducción, con respecto a la obligatoriedad que nos imponen las
leyes emanadas por los hombres.
Hablar de la obligatoriedad de la ley humana equivale, por tanto, a plantearse el tema de la diferencia entre
leyes justas e injustas; pues si las leyes son justas, obligan en conciencia (in foro conscientiae).
La misma Revelación muestra el valor sagrado que la ley divina otorga a la ley humana: “Por mí reinan
los reyes y las autoridades decretan el derecho; por mí los príncipes gobiernan y los grandes juzgan la
tierra” (Prov 8,15); “Toda alma se someta a las autoridades superiores. Porque no hay autoridad que no
sea instituida por Dios; y las que existen, por Dios han sido ordenadas” (Rom 13,1); “No tendrías potestad
alguna sobre mí si no te hubiera sido dada de arriba” (Jn 19,11).

La justicia de las leyes depende de la rectitud de sus causas, a saber15:

(a) En virtud de su causa final, es justa si se ordena al bien común, e injusta cuando traspasa las
exigencias del bien común o lo subordina al bien privado.
(b) En virtud de su causa eficiente es justa cuando es promulgada por la autoridad legítima y ésta
no extralimita el poder que le ha sido conferido. Es injusta, en cambio, la ley emanada de un poder ilegítimo
o de un poder legítimo que abusa de la extensión del mismo.
(c) En virtud de su causa formal es justa cuando se impone a los ciudadanos guardando la
proporción exigida por la rectitud y la equidad; injusta cuando carece de equidad.
(c) En virtud de su origen último (que es la ley divina) es justa cuando no contradice el bien
sobrenatural e injusta cuando se opone al mismo.

2.2 La ley injusta

12 ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, t. I, nº 113


13 SAN AGUSTÍN, De libero arbitrio, I, 5, 11
14 Cf. S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 95, a2.
15 Cf. ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, t. I, nº 145

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Como se desprende de lo que hemos dicho, la ley injusta no tiene carácter obligante por sí misma.
El motivo es muy simple: cuando es injusta deja de ser ley. Lo señala el Magisterio: “Esta es una clara
enseñanza de santo Tomás de Aquino, que entre otras cosas escribe: ‘La ley humana es tal en cuanto está
conforme con la recta razón y, por tanto, deriva de la ley eterna. En cambio, cuando una ley está en
contraste con la razón, se la denomina ley inicua; sin embargo, en este caso deja de ser ley y se convierte
más bien en un acto de violencia’16. Y añade: ‘toda ley puesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto
deriva de la ley natural. Por el contrario, si contradice en cualquier cosa a la ley natural, entonces no será
ley sino corrupción de la ley’17“18.

Es más, cuando una ley viola la ley natural o la ley revelada mandando el pecado es necesario
“oponerse a ella mediante la objeción de conciencia”19.
En este caso, cuando una ley humana induce al pecado, no sólo es injusta y no obliga en conciencia, sino
que es obligatorio en conciencia oponerse a ella20.

CONCLUSIÓN

Concluimos simplemente afirmando, una vez más, lo que emerge como evidencia del argumento que hemos
tratado de demostrar. Es necesario saber los alcances y los límites de las leyes que dictan nuestros
gobernantes, para poder estar prontos a dar una respuesta de vida clara y coherente con nuestra naturaleza
humana y nuestra fe cristiana.
Terminamos citando algunos textos del magisterio reciente, en los cuales podemos advertir la importancia
que este tema tiene para todos, principalmente en los tiempos actuales:
“En ningún ámbito de la vida, la ley civil puede sustituir a la conciencia ni dictar normas que excedan la
propia competencia” 21. “Los gobernantes que no reconozcan los derechos del hombre o los violen, faltan
a su propio de ber y carecen, además, de toda obligatoriedad las disposiciones que dicten”22 “... La
autoridad... jamás puede legitimar como un derecho para unos lo que atenta radicalmente contra el
derecho fundamental de los otros”23

16 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 93, 3 ad. 2.


17 S. TOMÁS, Summa Theologiae, I-II, q. 95, 2.
18 Evangelium vitae, 72.
19 Evangelium vitae, 73.
20 Lo señala el Papa para las leyes que violan el derecho fundamental a la vida (aborto, eutanasia): “Repito una vez más que una norma

que viola el derecho natural a la vida de un inocente es injusta y, como tal, no puede tener valor de ley” (Evangelium vitae, 90).
21 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Donum Vitae, nro. 101
22 JUAN XXIII, Pacen in terris, 60-61.
23 JUAN PABLO II, A los participantes en un simposio organizado por la Congregación para la doctrina de la fe, L’Osservatore Romano,

9 de diciembre de 1994, p. 9, nº 3).

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