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LA IMPORTANCIA DE LOS VÍNCULOS, BUENOS Y SANOS,

EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS


Trabajar con personas, es complejo, porque –entre otros factores- cada
uno de nosotros, lleva implícita: su historia y su presente; sus alegrías y
sus conflictos; su generosidad y su envidia; sus éxitos y sus fracasos;
porque entendemos diferente una misma palabra, circunstancia o
situación, etc, etc.
De una institución educativa, se suele decir, que estamos frente a una
institución de “servicios”. Si nos preguntáramos, ¿qué tipo de servicios?
responderíamos rápidamente que servicios personales.
Entonces, lo primero -y por sobre todo- que nos debe importar, no es el
servicio en sí, sino que es la persona, tanto del educando, como del
educador; pero lo establezco en ese orden, por cuanto el educando es el
primer destinatario de la acción educativa; pero sin olvidar al educador,
que es –siempre- la “primera línea de fuego” al cargar con la ejecución y
responsabilidad de dicha acción.
Por lo tanto, ¡siempre importa el alumno en primer término!
Pero no sólo; sino que siempre deberemos cuidar y estar atentos
-también y a la par- por la persona de nuestros educadores.
En este sentido, me parece que particularmente –los gestores (y
directivos)- tendríamos que ocuparnos, por:
 las condiciones laborales que gestamos y gestionamos para con
ellos, que –es verdad que- son laboralmente dependientes ¡pero
que también son personas!;
 las formas y el contenido que le damos, a los encuentros
interpersonales, tanto en forma horizontal -entre pares- pero
mucho más aún, en forma vertical –sobre todo, habiendo rango
jerárquico-;
 conseguir para nuestros dependientes (quienes llevan adelante la
puesta en práctica del Proyecto Educativo), la mejor
remuneración salarial que nos sea posible; un empleado bien
remunerado, seguramente se comprometerá de mejor y mayor
manera; si además, es bien acompañado, difícilmente se
“aburguese”, pues su compromiso lo tendrá siempre “ocupado e
inquieto”. Procurar la mejor remuneración salarial, no ha de
medirse sólo en comparación con otras instituciones de igual
naturaleza, sino –además- con las reales posibilidades locales,
que permitan la más plena realización personal y profesional de
nuestros educadores;
 la empatía y/o amabilidad, con que nos acercamos al educador y
el interés que le pongamos por su situación personal, familiar,
afectiva, económica; sólo así –sabiendo de primera mano-
podremos entender si está en un buen o mal momento; si puede
poner todas las energías en la actividad, o hay que esperarlo, por
cuanto está en un “momento complicado” donde lo laboral, no es
su prioridad; y además –en este caso- habrá que saberlo defender
y cuidar frene a: alumnos, pares, padres y autoridades;
 la honestidad y “simpleza” del encuentro: esto implica, no sólo
colocarnos en el lugar y la situación de manera “artificial”, sino de
la forma, más honesta, simple y llana, que podamos trasmitir.
Para quienes ejercemos autoridad –cuando la concebimos como
servicio-, recae en nosotros –siempre- la obligación del primer
paso: es decir, el “ir al encuentro con el otro”. Dejar de lado las
estructuras y rigideces, para ir desde la simpleza y el llano,
permitirá sentirnos que somos iguales y pares (todos co-
educadores, más allá del cargo que –puntual o
circunstancialmente- desempeñemos).
 La coherencia entre dichos y hechos: todo educador, se
transforma siempre para los educandos, en ejemplo y testimonio;
y los educandos (niños, adolescentes, jóvenes o adultos) son
jueces implacables –que generalmente no se equivocan- a la hora
de juzgarnos sobre si lo somos o no. ¡Pobre del educador, que
preciándose de tal, dice una cosa y hace otra!. Hay una
circunstancia en que esas incoherencias, no se pueden disimular:
los momentos de la evaluación.
Cuando en las instituciones en que nos desempeñamos, no somos
capaces de lograr estos elementos, sin dudas,
no podremos alegrarnos mucho de nuestra tarea, porque:
a) Rápidamente aparecerá el “chusmerío” propio de las salas de
profesores-animadores-adscriptos (según la forma y naturaleza
que en cada institución se genere), donde resulta siempre mucho
más fácil “hablar mal del prójimo, antes que mirarse a sí mismo”;
b) La confiabilidad de la información que ponemos en juego,
seguramente será desvirtuada y publicada (con el riesgo inclusive
de llegar hasta los oídos del implicado o su familia) con lo cual,
habremos abortado para siempre, la posibilidad de cualquier otro
acercamiento al/del educando o sus padres, a la institución;
c) Se generará un clima de “ley de la selva”, donde hay que ser
León, para atacar y defenderse siempre, frente a los chusmeríos
generados, en vez de compartir…;
d) Si no gestamos relaciones interpersonales saludables,
seguramente la forma de autoridad que ejercemos, no es de
“servicio”, sino autoritaria; y será desde el temor-terror, desde
donde nos ¿”respetarán”?, o más probablemente, nos odiarán!! …;
e) No pagar bien a nuestros dependientes por el ejercicio de su
trabajo, seguramente, derivará en una permanente “rotatividad”
del personal; esto que del punto de vista económico (en forma
aislada, puede ser hasta “bien visto por algunos directores o
administradores” en cuanto se “ahorran” la antigüedad), es una
gran macana, porque impide la conformación de un personal
estable, comprometido y conforme con su rol en la institución.
f) Si no captamos cómo está el educador, seguiremos exigiéndole
que brinde lo mejor de sí, aún cuando en un momento
complicado a nivel personal le es imposible (salud, pareja,
problemas con los hijos, económicos, etc). Tirar del carro cuando
no se tienen fuerzas, es una tarea infructuosa… Pero a un buen
docente –mucho más si lleva años de buen desempeño en la
institución- hay que saber respetar, esperar y cuidar, no
exigiéndole en un momento puntual lo que no puede dar; y
mucho menos, olvidándonos de todo lo que puso y brindó de
positivo para la institución durante tantísimos años…;
g) Si quienes tenemos a cargo la mayor responsabilidad en la
gestión y conducción, somos incoherentes, no sólo que no
podremos exigirlo a los demás, sino que “habilitamos” a que todos
puedan ser incoherentes; porque el efecto cascada, se da tanto
cuando se trata de buenos, como de malos ejemplos.
Para pensar, meditar, criticar, reflexionar, aportar y mejorar.
Esc. Mag. Rafael García Otegui
(Montevideo, enero de 2015)

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