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La discusión acerca de si la pedagogía es o no una ciencia debería solucionarse al comprobar

si cumple o no con los estándares específicos que debe tener cualquier ciencia, es decir: un
objeto, un método y un sistema. Pero esto acarrea varios problemas, de los cuales resaltaré
dos:
- La mirada desde la ciencia, que está sobrevalorada y considera que la pedagogía no
se ocupa de algo tan importante.
- La mirada desde la misma pedagogía que parece encontrarse en una lucha de
opuestos. Por un lado, teme encasillarse en una mirada reduccionista y positivista de
su objeto de estudio, y, por otro lado, se encuentra la aparente necesidad de
convertirse en ciencia aun cuando esto conlleve a un alejamiento de su objeto.
Aun cuando desde la pedagogía misma admita la cientificidad como un riesgo al convertirse
en algo meramente positivista, resulta evidente que admitir la no cientificidad de ésta,
también ha traído algunos inconvenientes: “El reemplazo de la Pedagogía por las Ciencias
de la Educación, el que ha tomado auge en el siglo XX, se ha producido por diversos y
complejos motivos y contribuyó al enrarecimiento del saber pedagógico” (Sanjurjo, 1998,
pág. 65). Entonces, ¿en qué medida y sentido es necesario la admisión de la pedagogía como
una ciencia?
Ha habido una discusión interesante acerca de si lo que se hace en África es o no Filosofía.
¿qué implicaciones tiene buscar lo propio en una tradición usando conceptos occidentales?
Creo que esta visión de lucha de poderes entorpece el discurso y evita pasar a cuestiones más
relevantes para establecer el estatuto científico de la pedagogía. Es evidente que,
históricamente ha habido cierta pugna por tomar el lugar teórico y práctico que le
corresponde a la pedagogía, lo que ha causado cierta desestimación por parte de otras ciencias
(de la educación y del espíritu), a que la pedagogía se posicione en un lugar específico donde
ella sea la luz que ilumine su objeto de estudio y no algo iluminado entre otras cosas.

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