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Universidad del Salvador

Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales

Escuela de Letras

Apolo y Dioniso en la conformación de

la tragedia

Alumno: Javier Cuevillas

Materia: Filosofía Contemporánea

Turno: Noche

Profesora: Gilda Mussano


Javier Cuevillas

Apolo y Dioniso en la conformación de la tragedia

La visión dionisíaca del mundo es un escrito preparatorio de El nacimiento de la


tragedia. En este, Nietzsche desarrolla la idea de que la mayor expresión del arte griego,
la tragedia, es el resultado del encuentro entre dos principios: el apolíneo y el dionisíaco.

Apolo es el dios del sol, de la luz, de la belleza y su arte es el de la bella apariencia.


En cambio, Dioniso es el dios que invita a la embriaguez y al éxtasis. Con él, “el pricipium
individuationis queda roto, lo subjetivo desaparece totalmente ante la eruptiva violencia
de lo general-humano” (Nietzsche, p. 1). El hombre artista se reconcilia con la naturaleza;
es transformado al punto de que se siente dios: siente en él toda esa grandeza que le
atribuía a los dioses. Esto es así también porque los dioses griegos no son perfectos; no
pregonan un modelo de religiosidad, deber o ascética. En ellos triunfa la existencia: “está
divinizado lo existente, lo mismo si es bueno que si es malo” (Nietzsche, p. 4). Por esto,
el dios griego es mucho más cercano al hombre de lo que se puede imaginar alguien
atravesado por la tradición judeo-cristiana. Es cierto; los dioses griegos viven en el
Olimpo glorioso, pero también están ligados a las mismas leyes que rigen a los hombres:
por ejemplo, si el Destino dispone que Aquiles muera tempranamente, debe ser así aunque
su madre Tetis o cualquier dios se oponga a ello. Es interesante un dato que marca
Nietzsche: “la gente se cuidaba de imputar a los dioses la existencia de este mundo y, por
tanto, la responsabilidad por el modo de ser de este” (Nietzsche, p. 4). Según el filósofo
alemán, el pueblo griego solo soportó la angustia de la existencia creando este Olimpo
luminoso que no es más que un espejo de su propia existencia. Por esto es que el éxtasis
dionisíaco hace que el artista se sienta como los dioses; porque, en última instancia, los
dioses no son más que un espejo de si mismo.

Nietzsche nos va relatando la fusión de estas dos fuerzas a modo cronológico: en


Grecia dominaba Apolo como principio optimista propio de la Hélade hasta que irrumpió
Dioniso desde Asia, y de la unión de ambos nace la tragedia. Antes de la llegada de
Dioniso, Apolo había apresado lo peligroso, lo oscuro (en oposición a la luz de Apolo, la
oscuridad de los bosques irrumpe recién con Dioniso) de la naturaleza: “Fue el pueblo
apolíneo el que aherrojó al instinto prepotente con las cadenas de la belleza; él fue el que
puso el yugo a los elementos más peligrosos de la naturaleza, a sus bestias salvajes”
(Nietzsche, p. 3). Mediante la exaltación de lo luminoso y lo bello, es decir del Olimpo
resplandeciente, la voluntad griega lucha contra el sufrimiento existencial. Dijimos que

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Javier Cuevillas

con Dioniso el hombre se reconcilia con la naturaleza múltiple; durante el éxtasis


dionisíaco se experimenta un profundo placer, pero en esta embriaguez cabe el
sufrimiento, ya que este está ligado a la naturaleza misma. Con Dioniso se conoce la
naturaleza y, por tanto, el instinto de existir, pero a la vez se conoce la inevitable muerte
de todo lo existente. Así, a diferencia de los olímpicos, los dioses de la embriaguez son
buenos y malos. Dice Nietzsche: “Luchó la voluntad helénica contra el talento para el
sufrimiento y para la sabiduría del sufrimiento, que es un talento correlativo del artístico.
De esta lucha, y como memorial de su victoria, nació la tragedia” (5). La seductora y
brillante apariencia artística apolínea tuvo a la verdad desnuda y espantosa de Dioniso
como rival y dieron a luz al producto artístico mejor acabado de Grecia. La prosa de
Nietzsche lo muestra mucho mejor:

¿Cómo salvó Apolo a Grecia? El nuevo advenedizo fue ganado para e1 mundo
de la bella apariencia, para el mundo olímpico: le fueron ofrecidos en
holocausto muchos de los honores de las divinidades más prestigiosas, de Zeus,
por ejemplo, y de Apolo. Nunca se le han hecho mayores cumplidos a un
extraño: pero es que éste era también un extraño terrible (hostis [enemigo] en
todos los sentidos), lo bastante poderoso como para reducir a ruinas la casa que
le ofrecía hospitalidad. Una gran revolución se inició en todas las formas de
vida: en todas partes se infiltró Dioniso, también en el arte (Nietzsche, p. 5).
La voluntad helénica, que es básicamente optimista y apolínea, no podía sofocar ni
suprimir el estado dionisíaco porque, de haberlo hecho, hubiera desbordado con más
fuerza aún. Entonces, encuentra un punto medio, es decir la forma de representar la
existencia de alguna forma con la que se pueda vivir, que no sea exclusivamente de náusea
sobre lo espantoso y lo absurdo de la existencia:

Esas representaciones son lo sublime, sometimiento artístico de lo espantoso, y


lo ridículo, descarga artística de la náusea de lo absurdo. Estos dos elementos,
entreverados uno con otro, se unen para formar una obra de arte que recuerda la
embriaguez, que juega con la embriaguez (Nietzsche, p. 7).
En estos conceptos, Nietzsche ve un punto intermedio a la belleza (Apolo) y a la verdad
(Dioniso), ya que producen un velamiento de la verdad, un velamiento que es más
transparente que la belleza pero que no deja de ser velamiento y que, obviamente, no
coincide jamás con la verdad. Así, el artista teatral oscila entre los dos polos: no aspira a
la bella apariencia de Apolo, pero sí a la apariencia; no aspira a la verdad de Dioniso, pero
sí a la verosimilitud. De esta forma, el artista teatral puede jugar con la embriaguez sin
quedar engullido por ella en el magnífico producto de dos fuerzas opuestas: la tragedia.

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