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Allouch. Ustedes Están Al Corriente
Allouch. Ustedes Están Al Corriente
Jean Allouch
Pero, ¿no sería más simple reconocer que se trata de la transferencia y que el
psicótico se inscribe en ella exacta-mente de la misma manera que cualquiera?
Basta considerar la manera en que esta transferencia juega ya fuera del análisis
para tener que admitir que no po-demos satisfacernos con esta solución. En
estado salvaje se especifica en efecto por una extensión que va mucho más allá (y
entonces también de otra manera) de todo lo que po-demos observar en otras
partes. Mal que les pese a aquellos que creen decir algo al hablar de autismo, el
psicótico está mucho menos separado del grupo social, mucho más sen-sible a
ciertos acontecimientos que allí ocurren, que lo que pueden estar en regla general
el neurótico y el perverso. Esta extensión, esta repercusión de la transferencia
psicótica está de acuerdo con esta extraña connivencia psicosis-so-ciedad de la
que el estatuto de la psiquiatría en la URSS[1] nos da el más escandaloso
testimonio.
Estos hechos —y otros más que podrían ponerse en la misma lista— nos invitan
a plantear de manera diferente a como lo había hecho Freud, lo que sería de un
logro allí don-de el paranoico fracasa. Invirtamos el mensaje, hagámoslo legible:
¿qué es un fracaso allí donde el paranoico triunfa? ¿El éxito relativo pero
incuestionable del junguismo otorga su logro a la paranoia de Jung?
¿Sería justo atribuir esta clase de éxito a la transferen-cia psicótica? ¿No será que
a veces por su contenido, el de-lirio interesa, suscita la adhesión y hasta provoca
el compro-miso? Sin descuidar estos contenidos no podemos, sin em-bargo,
hacerlos únicos responsables del contagio de la psi-cosis. Un contra-ejemplo se
nos ofrece además en esos ca-sos donde la locura parece reducida sólo al pasaje
al acto y donde el alboroto que suscita en su público no es menos vivo, incluso
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No nos está permitido hacer sólo de los contenidos del de-lirio la razón de las
consecuencias propiamente sociológicas de la psicosis. Al reconocer que están
sujetas al decir psicó-tico, estaremos más advertidos. Pero este decir no está
fue-ra de la transferencia. Si se trata no de enunciados sino de un modo
enunciativo, habría que articular cómo ese sujeto de la enunciación plantea una
transferencia a la que estaremos quizás en condiciones de ofrecerle la acogida
que le conviene.
El muro
Se podría esperar que sea solamente después de haber despejado este concepto
de transferencia, que se concluya a partir de allí que no había transferencia en las
psicosis. Y bien, no, en absoluto. Es en el mismo tiempo en que se des-peja, y en
simultaneidad con la elaboración del complejo de Edipo, que el concepto freudiano
de transferencia excluye la existencia de una transferencia psicótica. Así, desde
1906 Freud afirma que no hay en la paranoia esta parte de libi-do flotante de la
que se toma el psicoanalista para el trata-miento de la neurosis. En el caso de la
paranoia, debido a la regresión al autoerotismo, no se encuentra disponible: y
entonces por la falta de esa transferencia la paranoia es psicoanalíticamente
incurable[2].
hecho del estudio psicoanalítico de las neurosis una condición sine qua non para
la comprensión de las psicosis? Parece que así es si se juzga por su “solo” que
viene a dar fuerza a la insípida y vaga “preparación”.
Como quiera que sea, queda que este abordaje de las psi-cosis a partir de las
neurosis tuvo por efecto la erección de un muro casi infranqueable en relación al
cual psicoanáli-sis y psicosis no se encontraban del mismo lado. Así Freud escribe
en un texto contemporáneo al que acabo de citar. “En particular, desde que se
empezó a trabajar con el con-cepto de narcisista se consiguió echar una mirada
por en-cima del muro, ora en este, ora en este otro lugar”[4].
Abordar las psicosis con los resultados obtenidos del es-tudio analítico de las
neurosis sería como proponer su con-quista armado de un cierto número de
consideraciones cuya cuestión operaba en su seno una discriminación —algunas
deberán ser revisadas, incluso invalidadas, mien-tras que se podría apelar a otras
para confirmar, sobre es-te nuevo terreno, su alcance heurístico. Sin embargo no
se puede decir que se haya efectuado siempre esta discrimina-ción, de tal modo
que, desde sus primeros pasos, el abordaje psicoanalítico de las psicosis estuvo
ampliamente hipotecado.
Fue necesario Lacan para que el análisis reconozca que la primacía de lo auto
sobre lo hetero no le era consustancial. Lo auto, aún erotizado, incluso
neutralizado en los ropajes del ello, no es un dato primario: el desarrollo demostró
que el haber sustituido un narcisismo primario al autoerotismo primero, a fin de
retomar de otra manera el problema de las psicosis, no llevó sin embargo a
rectificar verdaderamente ese falso punto de partida.
Fue necesario — dije— Lacan. Esto quiere decir otro pun-to de partida, otro y muy
especialmente aquél que inaugu-ra su recorrido estudiando de entrada las
psicosis. Al salir al cruce con su problematización analítica opera allí lo que
llamaremos con Nietzsche una transmutación de los valo-res. Damos algunos
nudos, los principales de esta transmu-tación.
El autoerotismo no es estar vuelto hacia sí, sino tiene que ver con el “desorden de
los pequeños a” (Lacan). El autoerotismo es pues “cuando uno falta de sí”. No hay
pues allí nada de auto, siendo precisamente lo que se produce cuan-do no hay
auto.
El delirio, correlativamente no es un solipsismo sino, en el pleno sentido del
término, una creación, a la vez delirio de relación y en relación. Se entra con el
delirio “a velas desplegadas del dominio de la intersubjetividad” (Lacan, el
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El llamado
Lacan concluía así su análisis del delirio schreberiano: “En este delirio he querido
mostrarles cómo se esclarecía en todos sus fenómenos, y aún puedo decir en su
dinámica, esencialmente considerada como una perturbación de la re-lación al
Otro sin duda, y como tal, pues, ligada a un meca-nismo transferencial!”[7]. ¿Cuál
es ese mecanismo transferencial perturbador de la relación al Otro como tal?
Esta constatación debería ser suficiente por sí misma para descartar por vana la
noción de “crítica del delirio”. Pero, en el fondo, ¿no se tratará de obtener del
alienado a través de no se qué maniobras, que se reconozca un buen día co-mo
enfermo mental? Es entonces cuando nos devuelven, en el peor de los casos,
esas respuestas estratégicamente construidas que evocaba hace un instan-te.
Algunos, como ese enfermo de Sérieux y Capgras pueden llegar a formular su
astucia. Él escribe en efecto: “Lo que los alienistas impugnan, tratan como
demencia, es querer ser papa sin formar parte del cónclave y pertenecer al
sacerdocio… aunque en el siglo VIII los lombardos hayan elegido de improviso a
un simple laico para la tiara. Entonces, desde el momento en que tratan de locura
las aspiraciones de un simple laico a la tiara papal, dado que no soy loco, digo
(subrayado por él) que yo no quiero el papado”[9]. Y otra enferma, cuyo caso
relata Marandon de Montyel[10], después de haber hecho todas las
excentricidades públicas necesarias para ser conducida al asilo — habiéndole
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dicho un ángel que ella tenía que expiar allí un tiempo por el alma de su madre—
declara: “Ven ustedes muy bien que no soy una alienada, estoy aquí en
expiación. En cuanto haya completado mi tiem-po el ángel me advertirá y las
puertas deberán abrirse ante mí”[11].
¿Cómo llegaron las cosas hasta allí? Una noche, duran-te un sueño, ella se vio,
estandarte en mano, a la cabeza de un ejército invisible. Ella interpreta este sueño
como una “analogía” con Juana de Arco, y no sin haberla vinculado, muy
freudianamente con un incidente de la víspera: como ella miraba una estatua de la
Doncella de Orléans, los pa-seantes expresaban, mediante su asombro, el
sorprenden-te parecido de las dos figuras, la suya y la de Juana de Ar-co.
Después de estos acontecimientos muestra a diversas personas una imagen de la
Doncella y todos constatan la asombrosa similitud. Un día en una iglesia, y
mientras pen-saba en este parecido, unos niños que estaban sentados de-lante de
ella se volvieron para mirarla; ¿estaría ella llama-da a jugar el papel de Juana de
Arco?
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¿Diremos que es ella quien se toma por Juana de Arco por el sesgo de lo que cree
leer en la mirada sagaz de los paseantes? ¿Llegaremos a creer que ella proyecta?
Allí donde tes-timonia haber sido tomada por Juana de Arco, no hay nin-guna
razón para suponer que ella se toma, aún proyectivamente, por tal. Esta
suposición vuelve a dejar todo el asun-to en una elipsis cuyo carácter lamentable
no hay que de-mostrar, como tampoco el impasse en el cual nos acantona.
Mantengámonos firmes pues sobre esta pasiva mirada del cual la psicosis se da
no como una acción, sino que vale como reacción este ”ser tomado por” juega en
cada uno de los fenómenos propiamente psicóticos: en el automatis-mo mental,
donde el ”él orina” toma al sujeto por un meón; en la interpretación delirante que
sólo inventa un saber re-activamente a una interpelación originada en el Otro; en
la intuición delirante en donde la existencia de una significa-ción, por enigmática
que sea, es primero planteada y reco-nocida en el Otro[13], y en el delirio mismo a
propósito del cual es un poco abusivo hablar de tentativa de curación.
Primeramente es en el lugar del Otro que el sujeto psicótico es tomado por. Este
hecho masivo, decisivo no será ab-sorbido por el delirio, aunque aún en ciertas
condiciones, el delirio puede permitir al sujeto asumir esta nominación.
Este interrogante por sí solo nos es suficiente para ase-gurar que en este caso no
hay precisamente identificación resolutiva a la imagen a la cual se la quiere
adherir, lo que confirma por otra parte la ausencia total de júbilo en la experiencia
de este encuentro de tres: estatua ecuestre, ella misma y los paseantes.
Un primer lugar está presentificado por los paseantes. Allí el parecido es cierto.
Para esta mirada la tinta simpáti-ca es y permanece visible.
Un segundo lugar es ella misma. Viendo que el Otro ve, no puede sin embargo ver
por sí misma. La aserción del Otro sorprende pero sin embargo no la hace suya y
esto no en ra-zón de alguna impotencia o incapacidad, sino por una im-posibilidad
de estructura: estando virtualmente ella misma en la cuestión, no puede estar en
el lugar desde donde esta cuestión puede ser decidida. De allí surge…
Tercer lugar, presentificado por aquellos que ella interroga: “¿la aserción del otro
está fundada?”.
Este lugar que aquí llamo “tercero” fue completamente descuidado por pura
comodidad. Su localización, estaba sin embargo al alcance de la mano, con
aquello que la historia de la psiquiatría nos testimonia haber problematizado ba-jo
el nombre de folie à deux. Su ejemplariedad, reconoci-da por Lacan, apunta a lo
que presentifica, mejor que toda otra realización de la psicosis, esta exigencia de
un recono-cimiento (aceptación o rechazo) de lo que se encuentra de entrada
articulado en el Otro bajo el modo neutralizado del se-dice.
nuestro abordaje de la locura. ¿No resulta notable que hoy descubramos que
Schreber padre no fue un pedagogo-sádico, sino un deliran-te?, ¿Que se trataba
pues de un caso de folie à deux?
En el primer caso nuestra respuesta, que para ser cohe-rente con ella misma sólo
se ofrece como no formulada, es: “No, comment” listo para desenvolvernos como
podamos con la infaltable angustia que nos provoca la asignación a un lu-gar de
perseguidor, asignación que agudizará aún más nuestra respuesta de abstención.
A veces, puedo testimo-niarlo, este rechazo de rehusar sostener el lugar de
perse-guidor puede servir de apoyo a una intervención que puede tener un efecto
de sopladura del delirio. La sedación que si-gue no merece sin embargo el empleo
de la mala palabra: “curación”.
Los pliegues
La solución será ésta: una misma escritura pero una lectura diferente de lo escrito.
Leamos de más cerca los textos de Lacan que abren pa-so a la escritura de este
matema[17]. Una cosa nos sorprende de entrada: la proximidad del interrogante
que abre es-te recorrido con una cuestión planteada, no tanto por la psi-cosis sino
por la relación que se instaura, usualmente, con ella. Tanto en un caso como en el
otro, en efecto, es cuestión de discordancia, y aún más precisamente todavía, de
una discordancia con la realidad.
Lacan habla aquí “casi fenomenológicamente” de la “relación del uno al otro”. Que
uno suponga al otro un saber, proyecta, en el horizonte de esta suposición, la
figura de un otro supuesto saber. Entonces no se tratará precisamen-te de esta
figura hacia la cual tendería mu-chos hilos de la teoría lacaniana, en primer lugar
la definición del inconsciente como “discurso del Otro” (cuando apa-rece por
primera vez en el Informe de Roma la fórmula es escrita: “discurso del otro”)[20].
Hay pues allí una vía cuyo punto de partida está señala-do pero que, justamente,
no será elegida, sino más bien interceptada con la denominación “sujeto supuesto
saber”. Esta exclusión se hace efectiva ese 22 de abril de 1964 antes de ser
simbólicamente efectuada un mes más tarde. La cosa se deja aquí captar en un
nivel estilístico con el seña-lamiento de que Lacan no cierra la frase que introduce
el sa-ber supuesto. Este saber supuesto está contenido dentro de una relatividad,
luego un “y que” abre una nueva relatividad; ahora bien, éste introduce
absolutamente otra cosa, algo que entrará en colisión con el saber. He aquí esta
frase interrumpida (su transcripción adopta aquí las convenciones propuestas por
stècriture[21]):
Captamos que esta definición, por más acabada que sea, no conviene pues no
arregla sus cuentas con la figura del Otro supuesto saber, muy por el contrario,
está colada por esta figura, empuja a su erección[24]. Si el inconsciente es el
discurso del Otro y la transferencia la puesta en acto de su realidad, ¿está realidad
no es, ipso facto, la de este discurso? Y si este discurso es el portador de un saber
como La-can lo machaca, ¿no es necesario concluir que la puesta en acto de su
realidad es aquélla del saber del Otro? La escritura del matema de la transferencia
excluirá esta conclusión silogísticamente imparable.
Podemos ver cómo el trazado de este matema se apoya de una manera decisiva
en la psicosis. Apoyarse es también rechazar eso mismo sobre lo cual se apoya.
La psicosis está aquí tanto más activamente presente cuanto que su poten-cia es
la de lo negativo.
He aquí una prueba de la manera en que Lacan se apo-ya sin decirlo sobre la
psicosis; nos interesa tanto más en la medida en que concierne a la definición del
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inconsciente co-mo discurso del Otro. En la p. 794 de los Escritos, Lacan pre-cisa
que el “del” en esta fórmula hay que entenderlo en el sentido del genitivo subjetivo.
El “del” del “deseo del Otro” derivaría de la posición del genitivo objetivo[25]. A fin
de precisar el estatuto del primero, Lacan al retomar su latín, traduce: de Alio in
oratione, y agrega: completen: “tua res agitur“. ¿Por qué este agregado? ¿A quién
se dirige este “completen”? La cosa queda enigmática si se ignora que en la
psiquiatría fran-cesa de principios de siglo corría este tua res agitur. Sérieux y
Capgras hacían notar en estos términos: “tua res agitur, se decía, tal podría ser la
divisa del interpretador”[26].
Así pues, desde el primer paso de este recorrido, hay un rechazo efectivo, aunque
no efectuado aún, del Otro supuesto saber, aquel por el cual se toma en cuenta en
lo que sigue inmediatamente de la emergencia del saber supuesto, del engaño.
Engaño y certeza son homólogos, y el pasaje más allá de esta exclusión será
realizado con la lectura lacaniana de Descartes cuando en el lugar del Otro
supuesto saber rechazado, vendrá a inscribirse el sujeto supuesto saber.
Las mayúsculas sólo son tales por estar preñadas de otra transliteración, no
efectuada y que las carga de números. Así los judíos deben prohibirse escribir el
número 15 como se lo indica la ortografía numérica que han adoptado (5-10) por
la razón que al escribirlo de esta manera escribirían las dos primeras letras del
nombre de Jehová y que Jehová no puede valer 15. La operación cartesiana
descarga a las letras mayúsculas de su pesada carga. Las minúsculas no tienen
más la función de re-presentar pero, por esta forclusión de una transliteración
potencial que las constituye “minúsculas”, helas aquí y en más markovianamente
definidas por su sólo juego conmutativo. A partir de allí no nos sorpren-deremos
demasiado que sea en el análisis que la instancia de la letra haya sido vuelta a
poner en la superficie como transliteración.
!La puesta en evidencia del sujeto supuesto saber adviene al lugar cartesiano
donde nos desembarazamos de él! La alteridad divina es aquella de una voluntad
insondable[29], por lo tanto, es necesariamente la de una subjetividad. Es
necesario allí pues dar lugar a la figura no de un Otro sino de un sujeto supuesto
saber.
“De este sujeto supuesto saber (que sea Freud o reducido a este término, a esta
función) [algunos] /puede/ pueden sentirse plenamente investidos. Pero esa no es
la cuestión. Y primero la cuestión de cada sujeto [es] desde dónde se ubica para
dirigirse al sujeto supuesto saber”[30].
Este lugar “desde dónde” permanece enigmático, y es cuatro años más tarde,
haciéndose muy simple que Lacan responde escribiendo, al mismo tiempo, esta
respuesta y el matema de la transferencia. Si se trata de un sujeto y de nada más
en esta dirección hacía el sujeto supuesto saber, sólo puede localizarse aunque
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sea por esta dirección con un significante que lo representa frente a otro
significante. Lo “simple” consiste en la aplicación a ciegas de la fórmula:
De allí se desprende que admitimos una identidad de posición del psicótico y del
psicoanalista, en cuanto a la manera de estar situado en una transferencia. ¿El
psicoanalista no es este sujeto, sujetado, que por su acto, plantea
transferencialmente toda demanda que le es dirigida?
Tal vez este allí la razón de la afirmación según la cual no habría transferencia en
la psicosis así como condición de posibilidad, ofrecida al psicoanalista, de
sostener, con el psicótico, la función de erastés.
La Proposición indica que este lugar es aquel del s, de este sujeto ficticio supuesto
por el significante de la transferencia y respecto al cual el saber es colindante. Dos
rasgos caracterizan este lugar del que nosotros señalamos la incidencia en el
psicótico y en el psicoanalista. Tanto uno como otro en este lugar, no puede hacer
otra cosa más que tener que saber.
En este “hay algo que saber” juega la demarcación. Es de notar que Lacan en la
Proposición formula la cosa en tercera persona. Y nosotros encontramos una
confirmación de la justeza de esta formulación tanto en nuestra experiencia como
en un texto que se presenta como testimonio decisivo sobre la transferencia
psicótica, a saber, El Sobrino de Wittgenstein de Thomas Bernhard. No hay en
este libro un sólo “tú”, solamente “yo” y “él”, lo imaginario de la relación del
narrador con este psicótico sobrino de Wittgenstein se en-cuentra, de golpe, fijado
a un nivel propiamente estilístico, lo que no deja de provocar en el lector un efecto
de captura apropiado para interrogar lo que, en él, se refiere a la amistad. Pues
este testimonio de una transferencia al psicótico es también un texto sobre la
amistad[33].
16
[1] Este acrónimo se refiere a lo que durante varias décadas se conoció como la
“Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas” desaparecida el 25 de Septiembre de
1991. (N. de unoauno).
[3] Freud, S. Breve Informe sobre psicoanálisis. O.C. T. XIX. Amorrortu, Buenos
Aires, 1979 p.216.
[11] Una megalómana: “no hablo más, me tomarían por loca. ¡Es increíble!”. Cf.
Sérieux y Capgras, op. cit. p. 21.
[13] Cf. La función determinativa en Allouch, J. Letra por letra. Edelp, Buenos
Aires, 1993, p. 196 y subsiguientes.
[15] “Por otro lado, ¿por qué interrogarlos?” Ustedes lo saben, dicen, están al
corriente”. Sérieux y Capgras. op.cit, p. 68.
[17] He aquí este paso a paso: el 22 de abril de 1964, introducción del sa-ber
supuesto, el 3 de junio del mismo año introducción del sujeto supues-to saber, el
10 de junio primera escritura: SsS y emergencia de un interrogante, el cual sólo
será respondido en el texto de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el
psicoanalista de la escuela con la escritura del matema como tal.
[18] Este texto lo encontramos distintamente establecido en: Lacan, J. Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1987, p. 142-
143. (N. de los editores).
[20] Lacan, J. Escritos. T. 1. Siglo XXI, México, D.F., 1987, p. 286. (N. de
unoauno).
[21] Por cuestiones técnicas, aquí no hemos podido realizar las anotaciones
propuestas para el establecimiento por Stécriture, al margen del texto citado, sino
que las hemos incluido entre diagonales. Consúltese: Annexes Transcription (N.
de unoauno).
[25] Lacan, J. Escritos. T. 2. Siglo XXI, México, D.F., 1984, p.794 (N. de unoauno).
[32] I“de veine”; tiene también el sentido de reencuentro (tyche). (N. de T.).