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Ustedes están al corriente, hay transferencia psicótica.

Jean Allouch

Ustedes no tienen idea hasta donde llega el delirio sobre mí.

Jacques Lacan, el 19/3/1980

Hay una transferencia psicótica, una modalidad de la transferencia específica de la


psicosis. ¿En qué consiste esta especificidad? ¿De qué se sostiene?

Pero, ¿no sería más simple reconocer que se trata de la transferencia y que el
psicótico se inscribe en ella exacta-mente de la misma manera que cualquiera?

Basta considerar la manera en que esta transferencia juega ya fuera del análisis
para tener que admitir que no po-demos satisfacernos con esta solución. En
estado salvaje se especifica en efecto por una extensión que va mucho más allá (y
entonces también de otra manera) de todo lo que po-demos observar en otras
partes. Mal que les pese a aquellos que creen decir algo al hablar de autismo, el
psicótico está mucho menos separado del grupo social, mucho más sen-sible a
ciertos acontecimientos que allí ocurren, que lo que pueden estar en regla general
el neurótico y el perverso. Esta extensión, esta repercusión de la transferencia
psicótica está de acuerdo con esta extraña connivencia psicosis-so-ciedad de la
que el estatuto de la psiquiatría en la URSS[1] nos da el más escandaloso
testimonio.

Pensemos en Fliess. Todavía hoy hay quiénes se consa-gran en considerar como


científicas las elucubraciones de su delirio. Pensemos en Jung quien logró
abrochar a su nombre este ismo, valioso para Nathalie Sarraute, consa-gración de
una corriente socialmente reconocida del análi-sis psíquico. Pensemos más aún
en Rousseau y en el formi-dable impacto de su decir paranoico sobre la manera
en que una civilización elige responder a las cuestiones más funda-mentales con
las que todos tienen que ver.

Estos hechos —y otros más que podrían ponerse en la misma lista— nos invitan
a plantear de manera diferente a como lo había hecho Freud, lo que sería de un
logro allí don-de el paranoico fracasa. Invirtamos el mensaje, hagámoslo legible:
¿qué es un fracaso allí donde el paranoico triunfa? ¿El éxito relativo pero
incuestionable del junguismo otorga su logro a la paranoia de Jung?

¿Sería justo atribuir esta clase de éxito a la transferen-cia psicótica? ¿No será que
a veces por su contenido, el de-lirio interesa, suscita la adhesión y hasta provoca
el compro-miso? Sin descuidar estos contenidos no podemos, sin em-bargo,
hacerlos únicos responsables del contagio de la psi-cosis. Un contra-ejemplo se
nos ofrece además en esos ca-sos donde la locura parece reducida sólo al pasaje
al acto y donde el alboroto que suscita en su público no es menos vivo, incluso
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cuando no hay ninguna transmisión de un delirio articulado. Tal es el caso de las


hermanas Papin.

No nos está permitido hacer sólo de los contenidos del de-lirio la razón de las
consecuencias propiamente sociológicas de la psicosis. Al reconocer que están
sujetas al decir psicó-tico, estaremos más advertidos. Pero este decir no está
fue-ra de la transferencia. Si se trata no de enunciados sino de un modo
enunciativo, habría que articular cómo ese sujeto de la enunciación plantea una
transferencia a la que estaremos quizás en condiciones de ofrecerle la acogida
que le conviene.

Marquemos la especificidad de la transferencia psicótica con una fórmula: el


neurótico transfiere, el psicótico plantea transferencialmente. Esta fórmula
conjuga, en un corto-circuito, la puesta al día de la transferencia en Freud y un
enunciado retomado de la lectura lacaniana de Schreber. Esperemos de este
corto-circuito la cristalización de cierta disparidad. Intentemos explicitarla.

El muro

El descubrimiento del fenómeno de la transferencia fue uno de los logros, tanto


más notable como inesperado del psicoanálisis. Freud ratifica el hecho de esta
transferencia alrededor de 1912 con el pasaje del uso de Übertragung ya no más
en plural sino en singular.

Se podría esperar que sea solamente después de haber despejado este concepto
de transferencia, que se concluya a partir de allí que no había transferencia en las
psicosis. Y bien, no, en absoluto. Es en el mismo tiempo en que se des-peja, y en
simultaneidad con la elaboración del complejo de Edipo, que el concepto freudiano
de transferencia excluye la existencia de una transferencia psicótica. Así, desde
1906 Freud afirma que no hay en la paranoia esta parte de libi-do flotante de la
que se toma el psicoanalista para el trata-miento de la neurosis. En el caso de la
paranoia, debido a la regresión al autoerotismo, no se encuentra disponible: y
entonces por la falta de esa transferencia la paranoia es psicoanalíticamente
incurable[2].

Esta afirmación altamente teórica de la inexistencia de transferencia en las


psicosis: ¿no constituye para nosotros el más neto reconocimiento de su
especificidad? Este decir implica efectivamente que Freud localizó que en las
psicosis había una ubicación de la cuestión de la transferencia que difería
sensiblemente de lo que él constataba en otra parte.

¿En qué se sostiene en el análisis, que el reconocimien-to de la especificidad de la


transferencia en las psicosis ha-ya tomado de entrada el sesgo de una afirmación
de inexis­tencia? En 1924, Freud, escribía: “Se empieza a comprender — acaso
sobre todo en Estados Unidos— que sólo el es-tudio psicoanalítico de las neurosis
puede brindar la prepa-ración para entender las psicosis, y que el psicoanálisis
es­tá llamado a posibilitar una psiquiatría científica futu­ra…”[3]. Freud ¿habrá
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hecho del estudio psicoanalítico de las neurosis una condición sine qua non para
la comprensión de las psicosis? Parece que así es si se juzga por su “solo” que
viene a dar fuerza a la insípida y vaga “preparación”.

Como quiera que sea, queda que este abordaje de las psi-cosis a partir de las
neurosis tuvo por efecto la erección de un muro casi infranqueable en relación al
cual psicoanáli-sis y psicosis no se encontraban del mismo lado. Así Freud escribe
en un texto contemporáneo al que acabo de citar. “En particular, desde que se
empezó a trabajar con el con-cepto de narcisista se consiguió echar una mirada
por en-cima del muro, ora en este, ora en este otro lugar”[4].

Abordar las psicosis con los resultados obtenidos del es-tudio analítico de las
neurosis sería como proponer su con-quista armado de un cierto número de
consideraciones cuya cuestión operaba en su seno una discriminación —algunas
deberán ser revisadas, incluso invalidadas, mien-tras que se podría apelar a otras
para confirmar, sobre es-te nuevo terreno, su alcance heurístico. Sin embargo no
se puede decir que se haya efectuado siempre esta discrimina-ción, de tal modo
que, desde sus primeros pasos, el abordaje psicoanalítico de las psicosis estuvo
ampliamente hipotecado.

Una de esas “adquisiciones” que tuvo una función de bruma es la afirmación de


que existiría un camino preesta-blecido desde el autoerotismo al amor objetal.
Este supues-to camino jugó como una de las bases de la idea de que no había
transferencia en las psicosis. Esta “base” ¿forma par­te verdaderamente de la
mera médula del psicoanálisis? El análisis ¿está condenado a desaparecer si cesa
de afirmar la primacía de lo auto?

Fue necesario Lacan para que el análisis reconozca que la primacía de lo auto
sobre lo hetero no le era consustancial. Lo auto, aún erotizado, incluso
neutralizado en los ropajes del ello, no es un dato primario: el desarrollo demostró
que el haber sustituido un narcisismo primario al autoerotismo primero, a fin de
retomar de otra manera el problema de las psicosis, no llevó sin embargo a
rectificar verdaderamente ese falso punto de partida.

Fue necesario — dije— Lacan. Esto quiere decir otro pun-to de partida, otro y muy
especialmente aquél que inaugu-ra su recorrido estudiando de entrada las
psicosis. Al salir al cruce con su problematización analítica opera allí lo que
llamaremos con Nietzsche una transmutación de los valo-res. Damos algunos
nudos, los principales de esta transmu-tación.

El autoerotismo no es estar vuelto hacia sí, sino tiene que ver con el “desorden de
los pequeños a” (Lacan). El autoerotismo es pues “cuando uno falta de sí”. No hay
pues allí nada de auto, siendo precisamente lo que se produce cuan-do no hay
auto.
El delirio, correlativamente no es un solipsismo sino, en el pleno sentido del
término, una creación, a la vez delirio de relación y en relación. Se entra con el
delirio “a velas desplegadas del dominio de la intersubjetividad” (Lacan, el
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11.04.1956) Mientras en Freud predomina el delirio de gran-deza, en Lacan lo que


se destaca es el delirio de persecu-ción[5].
La pérdida de la realidad en las psicosis ya no es más una noción aceptable, así
como tampoco la de una despersonalización, y por la misma razón. Una y otra en
efecto derivan de un mismo proceso que en las psicosis, no va lejos[6].
Así pues, la afirmación de la inexistencia de la transfe-rencia en las psicosis, al
mismo tiempo que representa pa-ra nosotros un reconocimiento de la
especificidad de la transferencia psicótica, nos parece sostener su peso de su
solidaridad con un cierto número de aserciones intempes-tivas aplicadas a las
psicosis y cuyo origen es principalmen-te la clínica analítica de las neurosis. Habrá
sido necesaria la ruptura lacaniana para que la transferencia psicótica pueda ser,
no aislada como tal — pues numerosos psicoana-listas, comenzando por Federn,
habían rechazado ratificar la posición de Freud— sino para que su ubicación
pueda ser reglada sobre la función del sujeto supuesto saber.

En fin, esto sería comenzar por no desconocer sistemáticamente lo que el análisis


debía, para su puesta en lugar, al paranoico Fliess.

El llamado

Lacan concluía así su análisis del delirio schreberiano: “En este delirio he querido
mostrarles cómo se esclarecía en todos sus fenómenos, y aún puedo decir en su
dinámica, esencialmente considerada como una perturbación de la re-lación al
Otro sin duda, y como tal, pues, ligada a un meca-nismo transferencial!”[7]. ¿Cuál
es ese mecanismo transferencial perturbador de la relación al Otro como tal?

Partamos de una notación clínica al alcance de todos. La insistencia del alienado


de no admitirse como tal ¿no es sorprendente? tanto porque encontramos en ella
una formula-ción explícita en la mayoría de los casos como porque en cada uno
de ellos ese rechazo es singularmente acusado to-mando incluso a veces un
sesgo estratégicamente elaborado. “Toda discusión con el interpretador es vana
— escriben Sérieux y Capgras—[8] frecuentemente irrita, jamás persuade”.

Esta constatación debería ser suficiente por sí misma para descartar por vana la
noción de “crítica del delirio”. Pero, en el fondo, ¿no se tratará de obtener del
alienado a través de no se qué maniobras, que se reconozca un buen día co-mo
enfermo mental? Es entonces cuando nos devuelven, en el peor de los casos,
esas respuestas estratégicamente construidas que evocaba hace un instan-te.
Algunos, como ese enfermo de Sérieux y Capgras pueden llegar a formular su
astucia. Él escribe en efecto: “Lo que los alienistas impugnan, tratan como
demencia, es querer ser papa sin formar parte del cónclave y pertenecer al
sacerdo­cio… aunque en el siglo VIII los lombardos hayan elegido de improviso a
un simple laico para la tiara. Entonces, desde el momento en que tratan de locura
las aspiraciones de un simple laico a la tiara papal, dado que no soy loco, digo
(su­brayado por él) que yo no quiero el papado”[9]. Y otra enferma, cuyo caso
relata Marandon de Montyel[10], después de haber hecho todas las
excentricidades públicas necesarias para ser conducida al asilo — habiéndole
5

dicho un ángel que ella tenía que expiar allí un tiempo por el alma de su madre—
de­clara: “Ven ustedes muy bien que no soy una alienada, es­toy aquí en
expiación. En cuanto haya completado mi tiem-po el ángel me advertirá y las
puertas deberán abrirse ante mí”[11].

¿Qué localizamos como enfermedad mental? Aspirar a ser papa si se es laico


puede ser una gran ambición, pero ciertamente no una enfermedad mental. Y se
puede tener una buena razón para venir a expiar al asilo mejor que en otra parte,
no siendo este acto más aberrante que tantos otros a los que da lugar la vida
religiosa.

El interrogante de la transferencia psicótica sólo es susceptible de ser planteado


como tal, si excluimos, como los hechos que acabo de informar nos lo indican, lo
que llama-ré de aquí en adelante la roca de la alienación (destacar es-to nos
sugiere que no está menos artificialmente construi-do por el discurso psiquiátrico
que lo que el discurso psicoanalítico considera como roca de la castración).
Lasègue y Falret dan de ello la siguiente formulación: “El alienado vive ajeno a la
opinión de los otros, se basta a sí mismo y poco le importa, en tanto su creencia
se impone con una autoridad irresistible, que se quiera seguirlo o no, sobre el
terreno del que no podrá ser despojado”[12].

La falsedad de estas afirmaciones es sensible ya en el cé-lebre chiste de la gallina


y del grano de trigo. Aquél que se tomaba por un grano de trigo aceptaría de buen
grado no serlo; a decir verdad allí no está el nudo del asunto; pero ¿có-mo saber,
a partir del primer encuentro con una gallina una vez fuera del asilo, que ésta no lo
tomará por tal? Este chis-te es tan llamativo sólo porque nos conduce al corazón
mis-mo de la cuestión de la locura, de esta perturbación de la relación al Otro
ligada a un mecanismo transferencial, como se ve nítidamente aquí.

He aquí un caso de Sérieux y Capgras que nos ayudará a desplegar esta


perturbación y este mecanismo transferencial. Se trata de una nueva Juana de
Arco, seguida por un gran número de personas que tomaron en serio su decir, al
punto de escandalizarse vivamente de que la hayan consi-derado loca e incluso
de haberlo hecho saber a quien corres-pondía. Una interpelación en la Cámara
inquietó a los mé-dicos, intimados a justificar su decisión.

¿Cómo llegaron las cosas hasta allí? Una noche, duran-te un sueño, ella se vio,
estandarte en mano, a la cabeza de un ejército invisible. Ella interpreta este sueño
como una “analogía” con Juana de Arco, y no sin haberla vinculado, muy
freudianamente con un incidente de la víspera: como ella miraba una estatua de la
Doncella de Orléans, los pa-seantes expresaban, mediante su asombro, el
sorprenden-te parecido de las dos figuras, la suya y la de Juana de Ar-co.
Después de estos acontecimientos muestra a diversas personas una imagen de la
Doncella y todos constatan la asombrosa similitud. Un día en una iglesia, y
mientras pen-saba en este parecido, unos niños que estaban sentados de-lante de
ella se volvieron para mirarla; ¿estaría ella llama-da a jugar el papel de Juana de
Arco?
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IMG-20150722-WA0002Lo increíble es que esta interpretadora, conforme al tema


de su delirio, haya terminado por tener su ejército de defen-sores. Lo menos que
podemos hacer para dar cuenta de es-te prodigio de la psicosis es no descuidar
que viene en respuesta a un decir. Según este decir, ella no se toma por Jua-na
de Arco, sino, ella es tomada (en pasivo) por tal y espe-cialmente por los
paseantes.

¿Diremos que es ella quien se toma por Juana de Arco por el sesgo de lo que cree
leer en la mirada sagaz de los paseantes? ¿Llegaremos a creer que ella proyecta?
Allí donde tes-timonia haber sido tomada por Juana de Arco, no hay nin-guna
razón para suponer que ella se toma, aún proyectivamente, por tal. Esta
suposición vuelve a dejar todo el asun-to en una elipsis cuyo carácter lamentable
no hay que de-mostrar, como tampoco el impasse en el cual nos acantona.

Mantengámonos firmes pues sobre esta pasiva mirada del cual la psicosis se da
no como una acción, sino que va­le como reacción este ”ser tomado por” juega en
cada uno de los fenómenos propiamente psicóticos: en el automatis-mo mental,
donde el ”él orina” toma al sujeto por un meón; en la interpretación delirante que
sólo inventa un saber re-activamente a una interpelación originada en el Otro; en
la intuición delirante en donde la existencia de una significa-ción, por enigmática
que sea, es primero planteada y reco-nocida en el Otro[13], y en el delirio mismo a
propósito del cual es un poco abusivo hablar de tentativa de curación.

Primeramente es en el lugar del Otro que el sujeto psicótico es tomado por. Este
hecho masivo, decisivo no será ab-sorbido por el delirio, aunque aún en ciertas
condiciones, el delirio puede permitir al sujeto asumir esta nominación.

La interpretadora de Sérieux y Capgras no se reconoce en la estatua ecuestre de


Juana de Arco. Por el contrario, ella plantea transferencialmente que los
paseantes la toman co-mo tal. El saber que soporta esta nominación está en el
lugar de los paseantes. Y lejos de hacer suya esta imagen, héla aquí, en lo
sucesivo, cuestionante: “¿Es que verdadera­mente existe el parecido que dicen?”.

Este interrogante por sí solo nos es suficiente para ase-gurar que en este caso no
hay precisamente identificación resolutiva a la imagen a la cual se la quiere
adherir, lo que confirma por otra parte la ausencia total de júbilo en la experiencia
de este encuentro de tres: estatua ecuestre, ella misma y los paseantes.

¿Podemos precisar lo que es entonces no advenido de una identificación


resolutiva? En este no advenido, pro-pongo que se reconozca el defecto de una
impresión. Resul-ta extraño que uno se haya interesado tan poco en la impre-sión,
cuando el problema de la identificación no cesa de plantearnos dificultades. La
impresión no es un significan-te: es huella pero no borrada; la impresión es la
huella en tanto que constituye identificación de una singularidad.
7

IMG-20150722-WA0003La impresión como transcripción parece garantizar la


va-lidez del parecido. Es pues en el campo de la pintura que en-contramos la
interrogación en acto del estatuto de este pa-recido, la pertinencia de esta
validación. La Verónica en efecto, subraya para nosotros el malabarismo.
Aparente grado cero de la creación pictórica, pretendida pura trans-cripción sobre
el lienzo tendido, del real pasaje del rostro de Cristo, ¿no nos significa ello que al
darse allí por nula la actividad creadora se revela en su cima, tan milagrosa en su
in-vención, como este milagro pretendidamente histórico que declara querer
simplemente conmemorar?

Pero sigamos la metáfora. El fracaso de la identificación resolutiva, el defecto de la


impresión no equivale a un mantenimiento de la virginidad del lienzo después del
encuen-tro. Todo pasa más bien como si la impresión hubiese sido hecha pero
con tinta simpática; el caso es aquí calificable co-mo tal: es con esto que el sujeto
va a sufrir.

Un primer lugar está presentificado por los paseantes. Allí el parecido es cierto.
Para esta mirada la tinta simpáti-ca es y permanece visible.
Un segundo lugar es ella misma. Viendo que el Otro ve, no puede sin embargo ver
por sí misma. La aserción del Otro sorprende pero sin embargo no la hace suya y
esto no en ra-zón de alguna impotencia o incapacidad, sino por una im-posibilidad
de estructura: estando virtualmente ella misma en la cuestión, no puede estar en
el lugar desde donde esta cuestión puede ser decidida. De allí surge…
Tercer lugar, presentificado por aquellos que ella interro­ga: “¿la aserción del otro
está fundada?”.
Este lugar que aquí llamo “tercero” fue completamente descuidado por pura
comodidad. Su localización, estaba sin embargo al alcance de la mano, con
aquello que la historia de la psiquiatría nos testimonia haber problematizado ba-jo
el nombre de folie à deux. Su ejemplariedad, reconoci-da por Lacan, apunta a lo
que presentifica, mejor que toda otra realización de la psicosis, esta exigencia de
un recono-cimiento (aceptación o rechazo) de lo que se encuentra de entrada
articulado en el Otro bajo el modo neutralizado del se-dice.

Así en el caso ya evocado, de Marandon de Montyel, el marido, denominado


codelirante, declara gritando al psi-quiatra que quiere mantener en el asilo a la
mujer: “mi mu­jer jamás ha sido loca, y no lo está más hoy que antes, ha
co-metido a sabiendas actos excéntricos para obedecer a la voz de Dios; hoy
quiere salir, ya se ha pasado el tiempo de prue­bas, nadie puede retenerla”.

En la folie à deux, el compañero es aquel que dice que en su testimonio el loco


dice la verdad. Otros, además de mí po-drán testimoniar con qué frecuencia esta
posición fue presentificada en el auditorio de la presentación de enfermos de
Lacan: “¡Pero él — o ella— no delira! ¡Es la exacta verdad!”. Incluso se llegó a
preconizar esta propensión al codelirio co-mo curativa. Siguiendo esta corriente
llamada antipsiquia­tría, una “terapia sistémica” toma hoy sus fundamentos.
Tomémonos, en principio, a nosotros mismos, tal vez no es-taríamos allí de no
haber descuidado tanto la incidencia de la folie à deux y su ejemplaridad para
8

nuestro abordaje de la locura. ¿No resulta notable que hoy descubramos que
Schreber padre no fue un pedagogo-sádico, sino un deliran-te?, ¿Que se trataba
pues de un caso de folie à deux?

La locura llama. Esta fórmula tiene múltiples resonancias: se trata de un llamado a


los pequeños otros pero también un llamado a la transferencia que ella provoca.
Sólo tie-ne esta pregnancia y actúa como fuerza aspirante, que na-da tiene que
envidiar al fantasma, porque posee un modo de enunciación específico y
ordenado según los tres lugares que proponemos distinguir.

El lugar de aquél o aquélla a los que se llama psicóticos es fundamentalmente el


de un testigo. Escribamos incluso t´es moins[14] a fin de entender lo que implica
infaltablemente de herida narcisística su postura.
El lugar del Otro, es aquél desde donde se origina una asignación desubjetivante,
persecutoria por esto mismo. La absolutización de la aserción es tal que queda
excluido que el sujeto pueda dirigir su llamado y hacer reconocer la validez de su
testimonio. Esto quiere decir que nos prohibimos sistemáticamente toda
interpretación en el sentido del juego sobre el equívoco significante en los análisis
de psicóticos.
El lugar del otro— escrito con una pequeña a— es aquél donde el sujeto hace
valer su testimonio. El llamado está formulado aquí como una instancia que sería
el Otro del Otro y que entonces no existe, y que sólo puede ocuparse como
pequeño otro. Al parecer, no hay otra alternativa que la de recusar el testimonio o
codelirar con él.
¿Sorprende que nuestro léxico sea aquí ostensiblemen-te jurídico? En efecto, se
trata del derecho en tanto que él vendría a regular la economía del goce.

La discriminación de estos tres lugares nos ayudará para orientamos dentro de la


transferencia psicótica. En efecto, no se trata del mismo destinatario cuando un
psicótico nos dice, como quien lo entiende todo: “¡para que hablarle, usted está al
corriente!”[15] y cuando nos hace el regalo y el honor de tomarnos por testigos de
su testimonio, demandándonos sancionar su validez pero desde un sitio desde
donde está excluido que podamos hacerlo.

En el primer caso nuestra respuesta, que para ser cohe-rente con ella misma sólo
se ofrece como no formulada, es: “No, comment” listo para desenvolvernos como
podamos con la infaltable angustia que nos provoca la asignación a un lu-gar de
perseguidor, asignación que agudizará aún más nuestra respuesta de abstención.
A veces, puedo testimo-niarlo, este rechazo de rehusar sostener el lugar de
perse-guidor puede servir de apoyo a una intervención que puede tener un efecto
de sopladura del delirio. La sedación que si-gue no merece sin embargo el empleo
de la mala palabra: “curación”.

Por el contrario, podemos intervenir cuando, dirigiéndo-se a nosotros como a un


semejante, como a un codelirante potencial, el psicótico espera de nosotros una
confirmación de la experiencia que él sufre y de la que se hace entonces para
nosotros el testigo. Pero tenemos que merecer a sus ojos, ese lugar de pequeño
9

otro; él está lejos, en efecto, de ofrecernos de entrada la confianza que nos


acuerda entonces. ¿De qué manera podemos merecerla? ¿Después de qué
prueba?

Es aquí que aparece manifiesta la especificidad de la transferencia psicótica, que


es ante todo, Lacan lo observaba, una transferencia al psicótico. Él no está sin
saber e incluso sin tener razón en su saber. Nada obtendremos de él si le
rechazamos eso. Y por una razón de estructura.

Él tiene, Lacan lo formulaba así, su objeto a en el bolsi-llo. Es él quien, en la


disparidad subjetiva de nuestra relación con él, es el eromenós, mientras que para
nosotros corresponde la función de erastés.

Nos comprometemos en el análisis con su sujeto psicó-tico. Solo porque no


excluimos a priori que allí se produzca esta báscula por la cual el eromenós vira al
erastés.

Porque es notable, destaquémoslo al pasar, que refiriendo la transferencia al


deseo del analista Lacan haya puesto fin a la situación defectuosa de la
transferencia en el análisis (que, como él lo señala, al aparecer en un segundo
mo-mento jamás se la pudo situar correctamente) pero hacien-do valer en ella,
con el neurótico, un modo de inscripción del psicoanalista en la transferencia que
tiene su pertinencia primera al nivel de las psicosis. De parte de Lacan no hay allí
ningún artificio, sino el reconocimiento de que, en todos los casos, el análisis
instaura la subjetividad de la única manera posible: en la destitución subjetiva.

Los pliegues

Concluyamos sobre la ubicación teórica de la transferen-cia psicótica. Hay


razones para mantener juntas las dos determinaciones siguientes: 1/ se trata
enteramente de una transferencia y 2/ esta transferencia es específica. Si 1/ es
exacto tendremos algo que esperar de la escritura matesística[16] de la
transferencia que tenga también validez para la transferencia psicótica: si 2/ es
exacto, podremos esperar que nos ayude a cernir su especificidad.

La solución será ésta: una misma escritura pero una lectura diferente de lo escrito.

Leamos de más cerca los textos de Lacan que abren pa-so a la escritura de este
matema[17]. Una cosa nos sorprende de entrada: la proximidad del interrogante
que abre es-te recorrido con una cuestión planteada, no tanto por la psi-cosis sino
por la relación que se instaura, usualmente, con ella. Tanto en un caso como en el
otro, en efecto, es cuestión de discordancia, y aún más precisamente todavía, de
una discordancia con la realidad.

Desde Pinel, tratar médicamente la locura sería reabsor-ber esta discordancia.


Pinel lo intenta entrando teatralmen-te en el juego del delirio. Hoy se trata de
sofocar el delirio blo-queando la alucinación con la ayuda de sustancias quími-cas,
10

o aún, sugiriendo al delirante que entre en el juego de una crítica de su delirio. Lo


notable apunta a que una dis-cordancia semejante se encuentra presentificada por
Lacan cuando está en el punto de articular el fenómeno de la transferencia con la
función del sujeto supuesto saber. Al abocar-se a la discusión de un artículo de
Szasz sobre la transferen­cia, Lacan formula así la cuestión: “Es en relación a lo
que se manifiesta de actual en el tratamiento que, en la ocasión apuntará, para el
paciente, lo que se produce en forma más o menos evidente como efectos de
discordancia con respec­to a lo que se llamará “la realidad de la situación
analítica”, a saber, “los dos sujetos reales allí presentes”[18]. De este modo se
significará a la paciente que sueña con una relación sexual con su analista[19],
que éste no tiene la bella y rubia ca-bellera con que generosamente su sueño lo
disfraza, que hay entonces error sobre la persona y que sería bueno tomar nota de
ello.

Con tales “interpretaciones de la transferencia” —que tienen la misma inspiración


que las respuestas hechas al delirio, aún si la discordancia con la realidad no tiene
aquí el mismo estatuto — es el análisis como paranoizando al sujeto quien
muestra la punta de su nariz, como nos lo indica que en última instancia, en
Szasz, todo queda entre las manos de lo que él llama “la integridad del
psicoanalista”.

La ruptura lacaniana respecto a esta manera de problematizar la transferencia se


sostiene, desde un principio, en el señalamiento, olvidado aquí, de que en el
análisis alguien habla a alguien, se dirige en su búsqueda de la verdad a un otro
“supuesto saber”. Así se presenta por primera vez el supuesto saber el 22 de abril
1964.

Lacan habla aquí “casi fenomenológicamente” de la “re­lación del uno al otro”. Que
uno suponga al otro un saber, proyecta, en el horizonte de esta suposición, la
figura de un otro supuesto saber. Entonces no se tratará precisamen-te de esta
figura hacia la cual tendería mu-chos hilos de la teoría lacaniana, en primer lugar
la defini­ción del inconsciente como “discurso del Otro” (cuando apa-rece por
primera vez en el Informe de Roma la fórmula es es­crita: “discurso del otro”)[20].

Hay pues allí una vía cuyo punto de partida está señala-do pero que, justamente,
no será elegida, sino más bien interceptada con la denominación “sujeto supuesto
saber”. Esta exclusión se hace efectiva ese 22 de abril de 1964 an­tes de ser
simbólicamente efectuada un mes más tarde. La cosa se deja aquí captar en un
nivel estilístico con el seña-lamiento de que Lacan no cierra la frase que introduce
el sa-ber supuesto. Este saber supuesto está contenido dentro de una relatividad,
luego un “y que” abre una nueva relatividad; ahora bien, éste introduce
absolutamente otra cosa, algo que entrará en colisión con el saber. He aquí esta
frase interrumpida (su transcripción adopta aquí las convenciones propuestas por
stècriture[21]):

En efecto, no nos vamos a sorprender de que —es lo que Szasz constata


erróneamente para deplorarlo— en esta relación de uno al otro se instaure la
11

dimensión, en efecto, de una búsqueda de la verdad donde el uno es supuesto, es


supuesto saber —al menos saber más que el otro— y que, de aquél que es
supuesto saber, surge inmediatamente la dimensión de un pensamiento /que
pensar/ que es que no solamente no debe engañarse sino igualmente que se lo
pueda engañar, que el “engañarse” /engañe/ también al mismo tiempo, es arrojado
sobre el sujeto, que no es simplemente que /el sujeto es si puede decirse/ el sujeto
esté, si se puede decir: “de una manera estática” en la falta, en el error sino /esto
es/ que, de una manera móvil en el/en eso hacia lo cual se adelanta en lo que
articula mediante su discurso puede, debe, está esencialmente situado en /a/ la
dimensión del engañarse, que aún…

¿Qué es este saber supuesto al otro si, en el movi-miento mismo de esta


suposición, admito que el otro pue-de engañarse, y que puede al mismo tiempo
engañarlo? Plantear que no debe engañarse implica que no le supongo saber más
que eso, no ser sin no saber. O bien, ¿es necesario evitar a todo precio que se
engañe precisamente para mantenerlo como soporte posible del saber supuesto?

En el primer caso la suposición no es en absoluto conse-cuente consigo misma;


en el segundo caso el engaño no es verdaderamente uno. Ahora bien, él es, para
Lacan, el índice patognomónico de un sujeto (el animal deja sus huellas y hasta
las borra: pero sólo el ser hablante(hableser)[22] [parl’etre] deja sus verdaderas
huellas para que se las piense falsas).

Así, uno se da cuenta que, fenomenológicamente el inte-rrogante queda mal


planteado, que allí hay algo de fracaso cuando se despliega con estos dos polos
de una relación “de uno al otro”. La solución propuesta es tan insatisfactoria pues,
como aquélla que se proponía regular el problema de la discordancia con la
realidad. Esta solución sería una me-tonimia, aquélla propuesta por Lacan ese día
en que él de­finió la transferencia como “puesta en acto de la realidad del
inconsciente”[23].

Captamos que esta definición, por más acabada que sea, no conviene pues no
arregla sus cuentas con la figura del Otro supuesto saber, muy por el contrario,
está colada por esta figura, empuja a su erección[24]. Si el inconsciente es el
discurso del Otro y la transferencia la puesta en acto de su realidad, ¿está realidad
no es, ipso facto, la de este discurso? Y si este discurso es el portador de un saber
como La-can lo machaca, ¿no es necesario concluir que la puesta en acto de su
realidad es aquélla del saber del Otro? La escritura del matema de la transferencia
excluirá esta conclusión silogísticamente imparable.

Podemos ver cómo el trazado de este matema se apoya de una manera decisiva
en la psicosis. Apoyarse es también rechazar eso mismo sobre lo cual se apoya.
La psicosis está aquí tanto más activamente presente cuanto que su poten-cia es
la de lo negativo.

He aquí una prueba de la manera en que Lacan se apo-ya sin decirlo sobre la
psicosis; nos interesa tanto más en la medida en que concierne a la definición del
12

inconsciente co-mo discurso del Otro. En la p. 794 de los Escritos, Lacan pre-cisa
que el “del” en esta fórmula hay que entenderlo en el sentido del genitivo subjetivo.
El “del” del “deseo del Otro” de­rivaría de la posición del genitivo objetivo[25]. A fin
de precisar el estatuto del primero, Lacan al retomar su latín, traduce: de Alio in
oratione, y agrega: completen: “tua res agitur“. ¿Por qué este agregado? ¿A quién
se dirige este “completen”? La co­sa queda enigmática si se ignora que en la
psiquiatría fran-cesa de principios de siglo corría este tua res agitur. Sérieux y
Capgras hacían notar en estos términos: “tua res agitur, se decía, tal podría ser la
divisa del interpretador”[26].

Porque inauguró su recorrido estudiando la psicosis, Lacan puede problematizar la


transferencia de otra manera que a la moda psicótica. “A la moda” en el sentido
de: “saben ustedes plantar los repollos a la moda…”; y se trata de plan­tear (como
dicen los hispanizantes) de otra manera el pro-blema de la transferencia. Es
planteándola con la psicosis que Lacan la posiciona de otra manera que a la moda
de la psi-cosis.

Así pues, desde el primer paso de este recorrido, hay un rechazo efectivo, aunque
no efectuado aún, del Otro supuesto saber, aquel por el cual se toma en cuenta en
lo que sigue inmediatamente de la emergencia del saber supuesto, del engaño.

Engaño y certeza son homólogos, y el pasaje más allá de esta exclusión será
realizado con la lectura lacaniana de Descartes cuando en el lugar del Otro
supuesto saber rechazado, vendrá a inscribirse el sujeto supuesto saber.

La continuidad de este recorrido ve todavía más pronunciada su proximidad con la


problemática psicótica. Descartes hace posible la forclusión del sujeto en el
discurso de la ciencia, pero lo importante no es entender esto como una
afirmación descriptiva que compete a la historia de la cien-cia tomada en su
generalidad. Lo importante apunta a la modalidad, particular en Descartes, del
acceso a la afirmación. Descartes suspende, con su duda hiperbólica, la incidencia
de los saberes y alcanza así la certidumbre del cogito. Los comentaristas
observaron que la experiencia del cogitans sólo encontraba su consistencia en
Dios. Sin embargo, es a propósito de este Dios cartesiano que Lacan forja el
término: sujeto supuesto saber[27].

No es solamente que este Dios garantice que la experien-cia del cogito no es


soñada, que no sea engañador (volvemos a encontrar aquí la confrontación
saber/engaño). Lo decisi-vo es que no sea engañador en esto (que Descartes le
deja): tiene la carga de las verdades eternas. Las cosas son lo que son porque él
las quiere de ese modo; podría también que-rerlas de otra forma. Es un asunto
suyo, el nuestro está en otro la-do (medimos el paso franqueado, aunque más no
sea en re-lación al Dios de un hombre de su tiempo: Kepler). El cam-po de este en
otra parte, científico por lo tanto, se encuen-tra abierto por la atribución a Dios de
las verdades eternas, por el sesgo de una transliteración. He aquí en qué términos
Lacan describe transliteración, -“una de las más extraordinarias estocadas de
esgrima que jamás haya sido asen-tada en la historia del espíritu”:
13

“Descartes sustituye las minúsculas a, b, c, de su álgebra por las mayúsculas. Las


mayúsculas son, si ustedes quieren, las le-tras del alfabeto con las cuales Dios
creó al mundo y ustedes saben que tienen un anverso y que a cada una
corresponde un número. La diferencia que tienen las minúsculas de Descartes con
las mayúsculas es que las minúsculas de Descartes no tienen número, son
intercambiables y sólo el orden de las conmutacio­nes definirá su proceso”[28].

Las mayúsculas sólo son tales por estar preñadas de otra transliteración, no
efectuada y que las carga de números. Así los judíos deben prohibirse escribir el
número 15 como se lo indica la ortografía numérica que han adoptado (5-10) por
la razón que al escribirlo de esta manera escribirían las dos primeras letras del
nombre de Jehová y que Jehová no puede valer 15. La operación cartesiana
descarga a las letras mayúsculas de su pesada carga. Las minúsculas no tienen
más la función de re-presentar pero, por esta forclusión de una transliteración
potencial que las constituye “minús­culas”, helas aquí y en más markovianamente
definidas por su sólo juego conmutativo. A partir de allí no nos sorpren-deremos
demasiado que sea en el análisis que la instancia de la letra haya sido vuelta a
poner en la superficie como transliteración.

Eso que representan las mayúsculas no cesa de existir. El paso cartesiano


desembara-za al sujeto de la ciencia girándoselo a la cuenta de Dios. Que se las
arregle como él lo entienda con el juego de las verda-des eternas, nos dejará en
paz para consagrarnos al mane-jo de nuestras minúsculas. La voluntad divina es
dejada aquí a su entera libertad; no se trata mas de forzar a Dios significándole,
que por más Dios que sea, no puede hacer otra cosa que reconocer que 2 + 2 = 4.
Pero, precisamente porque su trascendencia es de allí en más reconocida como
absoluta, no puede tratarse más que de un sujeto: Dios es sujeto supuesto saber.

!La puesta en evidencia del sujeto supuesto saber adviene al lugar cartesiano
donde nos desembarazamos de él! La alteridad divina es aquella de una voluntad
insondable[29], por lo tanto, es necesariamente la de una subjetividad. Es
necesario allí pues dar lugar a la figura no de un Otro sino de un sujeto supuesto
saber.

Como toda nominación pertinente, abre un interrogan-te. He aquí pues una


semana más tarde:

“De este sujeto supuesto saber (que sea Freud o reducido a este término, a esta
función) [algunos] /puede/ pueden sentirse plenamente investidos. Pero esa no es
la cuestión. Y primero la cuestión de cada sujeto [es] desde dónde se ubica para
dirigirse al sujeto supuesto saber”[30].

Este lugar “desde dónde” permanece enigmático, y es cuatro años más tarde,
haciéndose muy simple que Lacan responde escribiendo, al mismo tiempo, esta
respuesta y el matema de la transferencia. Si se trata de un sujeto y de nada más
en esta dirección hacía el sujeto supuesto saber, sólo puede localizarse aunque
14

sea por esta dirección con un significante que lo representa frente a otro
significante. Lo “simple” consiste en la aplicación a ciegas de la fórmula:

El matema de la transferencia se presentará, desde entonces, como un desarrollo


ad hoc de esta escritura: si se trata precisamente de un sujeto supuesto saber y
no del saber del Otro, entonces será posible escribir el saber supuesto lindando
con el s, en el sujeto él también supuesto, colocado debajo.

Correlativamente el indice 1 de S1 ya no conviene: no se trata más del significante


sino de un cierto significante y que, por otra parte, no pertenece a la serie de los
significantes en el inconsciente. Es con este significante que el sujeto se dirige al
sujeto supuesto saber, se aplasta en el s y lo plantea como en espera de los
significantes inconscientes. Decir sujeto supuesto saber equivale a ratificar la
posibilidad de este aplastamiento, el de la transferencia.

¿Por qué otro significante, ese S desprovisto de su índice, va a representar al


sujeto? Aquí la respuesta de Lacan es del mismo orden que aquélla de
Shakespeare inventando to be or not to be —al menos si creemos en un chiste
célebre re-latado por Lacan. Shakespeare estaba en el atolladero; con su escritura
paralizada comienza por anotar: “to be”, des­pués duda: “¿or not?” después repite
a la vez su pregunta y su vacilación: “¿to be or not? ¿to be or not? Eureka: “to be
or not to be, that is the question”. De la misma manera Lacan: “¿por cuál
significante?” Sino por uno cualquiera, no siendo tal precisamente el primero, lo
que marca la pérdida de su índice.

Tenemos entonces al final del recorrido:

Hay transferencia en tanto que su significante no cesa de no representar al sujeto


para un significante cualquiera. El tiempo, puntual —Lacan decía: “un relámpago”,
donde S→Sq equivaldrá a un S1→S2, es aquel del soplo de la transferencia, de la
instauración de la subjetividad en la destitución subjetiva. Está en el horizonte y
hace límite al campo de aplicación del matema de la transferencia. Es ese punto
catastrófico donde ese matema cesa de ser operante.

El significante de la transferencia, cuando hay transferencia, queda entonces no


subjetivado. ¿Pero de cuál(es) manera(s)? Con este plural intervienen varias
maneras de inscribirse en él. Estamos ahora en condiciones de precisar qué
lectura de este matema especifica la transferencia psicótica.

El neurótico transfiere, el psicótico plantea transferencialmente, decíamos. De


entrada, esta diferencia apela a una implicación diferente del sujeto en el
significante de la transferencia: en el primer caso ese significante no subjetivado
es del Otro (esto resulta de su carácter no subjetivo), y en el sentido del genitivo
15

objetivo; con el “plantear transferencialmente”, es también el Otro pero en el


sentido del genitivo subjetivo.

El matema de la transferencia nos obliga, de aquí en más, a adelantar que éste


“plantear transferencialmente” equivale a un “prestarse a soportar una
transferencia”, conclusión que conviene a la experiencia de la transferencia
psicótica: Schreber “planteando transferencialmente una erotomanía divina” nos
muestra cómo ello tiene que ver con “él me ama, aún si no lo sabe” de origen
divino, primer tiempo, clásicamente reconocido, de la erotomanía.

De allí se desprende que admitimos una identidad de posición del psicótico y del
psicoanalista, en cuanto a la manera de estar situado en una transferencia. ¿El
psicoanalista no es este sujeto, sujetado, que por su acto, plantea
transferencialmente toda demanda que le es dirigida?

Esta identidad de posición si bien puede chocarnos, no debe sorprendernos.


Bastantes escritos analíticos sobre la psicosis nos lo muestran.

Tal vez este allí la razón de la afirmación según la cual no habría transferencia en
la psicosis así como condición de posibilidad, ofrecida al psicoanalista, de
sostener, con el psicótico, la función de erastés.

La Proposición de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela[31], más


allá de que nos haya otorgado el matema de la transferencia, nos ayuda ahora a
precisar cómo esta identidad de posición es actuada de manera diferente por el
psicoanalista y el psicótico. Si la transferencia psicótica tiene de específico que el
sujeto se encuentra allí asignado al lugar de esta formación no real sino “de
inspiración”[32] del sujeto supuesto saber ofrecida al psicoanalista, ocurre que el
psicótico no responde del mismo modo que el psicoanalista.

La Proposición indica que este lugar es aquel del s, de este sujeto ficticio supuesto
por el significante de la transferencia y respecto al cual el saber es colindante. Dos
rasgos caracterizan este lugar del que nosotros señalamos la incidencia en el
psicótico y en el psicoanalista. Tanto uno como otro en este lugar, no puede hacer
otra cosa más que tener que saber.

En este “hay algo que saber” juega la demarcación. Es de notar que Lacan en la
Proposición formula la cosa en tercera persona. Y nosotros encontramos una
confirmación de la justeza de esta formulación tanto en nuestra experiencia como
en un texto que se presenta como testimonio decisivo sobre la transferencia
psicótica, a saber, El Sobrino de Wittgenstein de Thomas Bernhard. No hay en
este libro un só­lo “tú”, solamente “yo” y “él”, lo imaginario de la relación del
narrador con este psicótico sobrino de Wittgenstein se en-cuentra, de golpe, fijado
a un nivel propiamente estilístico, lo que no deja de provocar en el lector un efecto
de captura apropiado para interrogar lo que, en él, se refiere a la amistad. Pues
este testimonio de una transferencia al psicótico es también un texto sobre la
amistad[33].
16

El psicoanalista se ubica en s, soportando allí la función del sujeto supuesto


saber, dejando jugar “en reserva” su propio saber. Es no poniendo allí “demasiado
sus pliegues” que él se comprometerá efectivamente —dicho de otra manera en
tanto que psicoanalista. El psicótico está en el mismo lugar pero lo ocupa de
manera diferente. No puede, él, no poner demasiado de sus pliegues —y allí se
origina su demanda de análisis. Es partiendo de sí lo que no puede evitar que
espera no comprometerse, y es en lo que –ahora podemos adelantar tras lo que
recordamos de la lectura lacaniana de Descartes —él se engaña.

“Pongo demasiado de mis pliegues”, esta formulación de la demanda de análisis


psicótico debe ser tomada por lo que es. Lo que en otras circunstancias
denominamos una demanda de control. Con esta demanda, en esta demanda, el
psicótico es “analista supuesto”[34].

Entonces volvemos a encontrar aquello sobre lo que desembocó nuestro estudio


“fenomenológico”: es a un semejante, a un pequeño otro supuesto saber vérselas
ahí de otra manera con la persecución que esta demanda está dirigida.

De Littoral No 21, octubre de 1986

Traducido por Pedro Palombo (efectuó la 1a revisión el cartel integrado por


Bertero, A. Larramendy, E. Degracia y M. Olivera.)

[1] Este acrónimo se refiere a lo que durante varias décadas se conoció como la
“Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas” desaparecida el 25 de Septiembre de
1991. (N. de unoauno).

[2] Sesión de la Sociedad psicoanalítica de Viena del 21.11.1906. Cf. Actas de la


Sociedad psicoanalítica de Viena, T.I, Edit. Nueva Visión, Bs. As. 1979, p. 81-82

[3] Freud, S. Breve Informe sobre psicoanálisis. O.C. T. XIX. Amorrortu, Buenos
Aires, 1979 p.216.

[4] Freud, S. Presentación Autobiográfica. O.C. T. XX. Amorrortu, Buenos Aires,


1979 p.57.

[5] Cf. “Todo delirio de persecución en la demencia precoz contiene implícitamente


un delirio de grandeza”. La fórmula es de Abraham. Fue ratificada por Freud: “Las
ideas de Abraham fueron mantenidas e incluso se convirtieron en los fundamentos
en nuestra toma de posición respecto de la psicosis”.

[6] No busquen esta frase en la transcripción oficial, no la encontrarán. Entonces:


J. Lacan, Las psicosis, seminario Inédito, sesión del 4 de julio de 1956. La
transcripción es mía.

[7] Cf. Lacan, J. La familia. Argonauta, Barcelona, 1978.


17

[8] Sérieux, P & Capgras, J. Las locuras razonantes: El delirio de la interpretación.


Madrid, Ergon, 2008, p. 36.

[9] Ibid, p. 93.

[10] Cf. Montyel, M. De la imitación en sus relaciones con la locura comunicada en


La folie à deux. Edelp colección documentos, Córdoba, 1995. p. 56

[11] Una megalómana: “no hablo más, me tomarían por loca. ¡Es increí­ble!”. Cf.
Sérieux y Capgras, op. cit. p. 21.

[12] Laségue, C & Falret, J. La folie à deux o locura comunicada en La folie à


deux. Edelp colección documentos, Córdoba, 1995. p. 13.

[13] Cf. La función determinativa en Allouch, J. Letra por letra. Edelp, Buenos
Aires, 1993, p. 196 y subsiguientes.

[14] En francés temoin -testigo- y t´es moins – tú eres menos – responden a


idéntica pronunciación, consuenan. (N. de T.).

[15] “Por otro lado, ¿por qué interrogarlos?” Ustedes lo saben, dicen, es­tán al
corriente”. Sérieux y Capgras. op.cit, p. 68.

[16] En griego los sustantivos terminados en el sufijo ma designan el resul-tado de


la acción significada por el verbo de igual raíz, los sustantivos terminados en sís
marcan el despliegue de la acción misma. Se introduce aquí este “matesístico” con
respecto a esta oposición, excluyendo así el inconveniente “matemático”; el
matema lacaniano es matesis, aún no ma-tema.

[17] He aquí este paso a paso: el 22 de abril de 1964, introducción del sa-ber
supuesto, el 3 de junio del mismo año introducción del sujeto supues-to saber, el
10 de junio primera escritura: SsS y emergencia de un interrogante, el cual sólo
será respondido en el texto de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el
psicoanalista de la escuela con la escritura del matema como tal.

[18] Este texto lo encontramos distintamente establecido en: Lacan, J. Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1987, p. 142-
143. (N. de los editores).

[19] Podría creerse que sólo se sabe hablar de transferencia en relación a la


situación caricaturesca de una bella y joven dama cuya única meta es: ir a
acostarse con su analista. Es verdad que Freud contribuyó de manera decisiva a
la promoción de esta caricatura (Cf. Freud, S. Puntualizaciones sobre el amor de
transferencia: Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III. O.C. T. XII,
Amorrortu, Buenos Aires, 1986, p. 159-174. (el texto más cómico de Freud).
18

[20] Lacan, J. Escritos. T. 1. Siglo XXI, México, D.F., 1987, p. 286. (N. de
unoauno).

[21] Por cuestiones técnicas, aquí no hemos podido realizar las anotaciones
propuestas para el establecimiento por Stécriture, al margen del texto citado, sino
que las hemos incluido entre diagonales. Consúltese: Annexes Transcription (N.
de unoauno).

[22] Pasternac, M & Pasternac, N. Comentarios a neologismos de Jacques Lacan.


Epeele, México, D.F., 2003, p. 224. (N. de unoauno).

[23] Op. Cit, Los cuatro conceptos… p. 152 (N. de unoauno).

[24] Agreguemos que tuvo de inmediato un gran éxito. Lo desviado de es-te


suceso se distingue por lo tanto en esto: ¡generalmente olvida, cuando se cita la
fórmula… la realidad!

[25] Lacan, J. Escritos. T. 2. Siglo XXI, México, D.F., 1984, p.794 (N. de unoauno).

[26] Op. Cit, Las locuras razonantes. p. 23

[27] Cf. Los cuatro conceptos… p. 233. (N. de unoauno).

[28] Op. Cit, Los cuatro conceptos… p. 234. (N. de unoauno).

[29] Esta lectura lacaniana de Descartes es hoy sorprendentemente clari-ficada y


confirmada por los trabajos de J. L Marion: Sur l’ontologie grise de Descartes,
Vrín, 2a edición 1981, igualmente: Sur ta théologie blanche de Descartes, PUF,
Paris, 1981.

[30] Op. Cit, Los cuatro conceptos… p. 240-241. (N. de unoauno).

[31] Lacan, J. Proposición del 9 de octubre de 1967 en Ornicar? V.1. Petrel,


Barcelona, 1981, p. 11-30 (N. de unoauno).

[32] I“de veine”; tiene también el sentido de reencuentro (tyche). (N. de T.).

[33] Bernhard, T. El sobrino de Wittgenstein. Anagrama, Barcelona, 1988.

[34] Lacan, J. Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión. Anagrama, Barcelona, 1977,


p. 84.

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