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1789: Revolución Francesa. La burguesía conquista el poder político. Voto por cabeza y no
por Estado. El rey finge aceptar y se desata la represión. El pueblo en armas toma de la
Bastilla. Cae la monarquía y se impulsa el capitalismo como sistema mundial.
1792-1794: Período más intenso y radical de la revolución se da entre 1792-94. Se abre con
una nueva insurrección que derriba al trono y termina estableciendo una república. Esta
nueva república deberá enfrentar la agresión militar de todas las potencias europeas
dispuestas a cortar de cuajo el mal ejemplo y para eso, se verá obligada a levantar un
ejército de masas, movilizar todos los recursos posibles y tomar medidas excepcionales
para enfrentar a la contra-revolución interna y externa. La revolución se produce
básicamente por la incapacidad de la aristocracia y del Antiguo Régimen de auto
reformarse y llegar a un acuerdo o compartir el poder con la ascendente burguesía y
garantizar así el libre desarrollo del capitalismo para lo cual, se había convertido en una
verdadera traba por su defensa de los privilegios nobiliarios y las supervivencias
feudales. Y por supuesto, las espantosas condiciones de vida de las masas populares se
habían hecho intolerables; usando una vieja fórmula, podríamos decir que los de arriba ya
no podía seguir gobernando como lo venían haciendo y los de abajo ya no estaban
dispuestos a dejarse gobernar de esa manera.
Nobleza y el alto clero, el “partido de la corte” defendiendo sus privilegios
El Tercer Estado acaudillado por un burguesía muy moderada políticamente, pretendiendo
una monarquía constitucional que sostenga el nuevo orden (asustada por un proceso que
alentó pero del cuál pierde el control, hará del “orden” su gran obsesión). Entra en escena la
pequeña burguesía democrática que a la larga dirigirá a través de los jacobinos, la
revolución en sus momentos más críticos y el movimiento popular: los campesinos, los
artesanos, los obreros, los jornaleros y pequeños comerciantes, el conglomerado
plebeyo que Marat llamará, un tanto vagamente, retomando un viejo término romano,
“proletariado” y que intentará llevar el proceso más allá de los límites de una mera
revolución burguesa, cuestionando incluso el régimen de propiedad. Emerge la figura del
“sans culotte”, el militante combativo de los arrabales que denunciará a la “nueva
aristocracia” la de los burgueses enriquecidos con la revolución. De sus filas surgirá, de
manera muy confusa y embrionaria, primero con Roux (“la libertad es un mero fantasma y
la igualdad una quimera cuando el pueblo se muere de hambre”) y Hebért y luego con
Babeuf, las expresiones políticas que preanuncian al comunismo y al socialismo
revolucionario del siglo siguiente.
Escribió en “Lecciones de Octubre”, León Trotsky: “Sabemos con certeza que cualquier
pueblo, cualquier clase y hasta cualquier partido se construyen principalmente por
experiencia propia; pero ello no significa en modo alguno que sea de poca monta la
experiencia de los demás países, clases y partidos. Sin el estudio de la Gran Revolución
Francesa, de la Revolución de 1848 y de la Comuna de París, jamás hubiéramos llevado a
cabo la Revolución de Octubre (…). En efecto, hicimos esta experiencia apoyándonos en
las enseñanzas de las revoluciones anteriores y continuando su línea histórica”.