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ciento
Universidad Iberoamericana
Sophia Lozano Chernitsky
Derecho Procesal Penal
Lic. Alejandro Sánchez
1. Introducción
En el presente trabajo, quiero tratar de abordar un tema que me parece de suma
importancia hoy en día: la violencia contra las mujeres. Mi objetivo principal es
analizarlo a la luz de la impunidad y el abuso de poder, y transmitir la manera en
que afecta no sólo mi esfera social, si no la de todas las mujeres que vivimos en
este país. He decidido basarme en este tema por diversas razones, pero
principalmente en dos: (i) el alarmante incremento en la violencia hacia las
mujeres y (ii) la forma en la que me ha afectado personalmente en mi vida y como
son situaciones que parecen normales. Un segundo objetivo que tengo en mente
es transmitir a los hombres, o mas bien, hacerlos ver esta situación tan cotidiana
desde los ojos de una mujer; qué sentimos, qué pensamos, qué vivimos.
Me parece alarmante que en nuestro país el 98.9% de los delitos queden impunes,
ya sea por la abstención a denunciar o por no abrirse carpetas de investigación.
Hasta cierto punto puedo llegar a entender, como lo explicaré más adelante, por
qué una mujer se abstiene de denunciar a cualquier hombre que ejerza algún tipo
de violencia sobre ella; la seguridad y probablemente la vida de la víctima están en
juego a la hora de denunciar. Sin embargo, algo que no puedo comprender por
más que trate de dar una explicación lógica, es la actuación de la autoridad.
Lamentablemente, la autoridad mexicana en general está permeada en abuso de
poder por parte de los funcionarios que la ejercen. Desde un policía auxiliar en un
municipio oaxaqueño hasta Javier Duarte, podemos observar cómo cualquier
persona con algún cargo de poder hace lo que quiere aprovechándose de su
cargo, y, como es de esperarse, nadie hace nada al respecto.
Enfocándome más al tema que quiero abordar, tomaré como ejemplo por
excelencia el caso de Yakiri Rubio. Yakiri es una joven casi de mi edad, que al ser
secuestrada por dos sujetos y violada por uno de ellos, se defendió ante la
agresión y mató a su violador en legítima defensa. En la utopía mental a la que
muchos escapamos, Yakiri recibió tratamiento médico - tanto físico como mental -,
y el sujeto que vivió fue juzgado conforme a derecho y sentenciado a prisión con
base a lo establecido en la ley. Tristemente esa utopía no es real.
Yakiri fue investigada y juzgada por homicidio doloso calificado. Se le dictó prisión
preventiva y fue tratada como una criminal. Todo el libro escrito por Ana Katiria
Suárez me tuvo con la sangre helada palabra tras palabra, pero lo que más me
paralizó fue la actitud y actuación de la autoridad. Me parece aberrante que la
libertad una mujer, víctima de secuestro, violación y tentativa de homicidio, esté
sujeta a una reforma legislativa en la que se aumente la edad para la jubilación de
los magistrados. Me retuerce el estómago que la imagen de una mujer, víctima de
secuestro, violación y tentativa de homicidio, sea destruida y difamada a costa de
la imagen del Procurador General de Justicia. Es menester destacar, que haya
sido mujer u hombre, esta actitud adoptada por la autoridad me parece
completamente inaceptable, sin embargo hago énfasis en el género femenino por
el tema objeto de mi trabajo. Lo único que me llenó de esperanza de la historia de
Yakiri fueron Yakiri y su abogada, Ana Katiria. La manera en la que Ana Katiria
luchó a puño y espada por Yakiri me hace darme cuenta de que hay más mujeres
que piensan como yo. Gracias a la convicción de Ana Katiria, hoy Yakiri es libre.
Resulta obvio que Yakiri salió afectada de manera directa, de una manera
indescriptible después de todo lo que vivió, pero lo que muchos no logran
entender, es que eso nos afectó a todos; tanto hombres como mujeres. El simple
hecho de que Yakiri haya sido tratada como homicida en vez de víctima desde el
segundo que pisó la Agencia 50 del Ministerio Público, nos arrebata la seguridad
jurídica a todos. Honestamente hoy en día ya no sé si le tengo más miedo a
delincuentes o a la autoridad.
En este momento hago referencia a lo que dije casi al principio de este trabajo:
puedo llegar a entender por qué una mujer no denuncia a su violador. Cuando se
difundió el video en el que soy abusada, todos mis amigos me echaron la culpa; yo
me la busqué, yo quería que abusara de mí, yo me dejé, yo no hice nada. Para mi
desgracia, el video llegó a los ojos de todos en cuestión de horas, incluso a ojos
de los mejores amigos de mis papás. Luis Alfonso, mi abusador, es hijo del dueño
de la funeraria más grande de Puerto Escondido e hijo de una de las mejores
amigas de mi abuela. Es un joven muy popular, la mayoría de la población lo
conoce ya sea por su familia o por que es corredor de motocross.
Cuando mis papás se enteraron, no creyeron mi versión (la versión real) de los
hechos, y llamaron a Luis Alfonso y a sus papás a nuestra casa para discutir la
situación. Llegamos a un acuerdo en el que yo no iba a denunciar y me iba a
quedar callada a cambio de que Luis Alfonso no subiera el video a redes sociales
y lo borrara de todos sus aparatos electrónicos. Cabe mencionar que eran
intenciones de Luis Alfonso vender el video a cualquier persona que estuviera
dispuesta a pagar por el, ya que tenía muchas copias en su computadora. Aquí
comienza la impunidad desde nuestra casa; aquí es donde me afecta a nivel
familiar. Me hicieron callarme. Me hicieron “olvidarme” de lo que me habían hecho.
Me hicieron creer que yo me la había buscado y que yo sí quería que Luis Alfonso
me hiciera lo que me hizo. Comenzando por mi entorno familiar fui construyendo la
corona de la impunidad con la que hoy camina Luis Alfonso con la cabeza en alto.
Mis padres tomaron esta decisión porque la familia de Luis Alfonso es una de las
familias importantes en el pueblo y no querían hacer un escándalo, y más porque
eran amigos de la familia. Dañaron mi imagen, mi dignidad y mi palabra a costa de
la imagen de las familias que estaban involucradas; casi como Yakiri y el
Procurador.
Cuando mis amigos y compañeros se enteraron me convertí en la prostituta de la
escuela. Todos se burlaban de mi por haber dicho que fue abuso sexual. Me
decían que yo no sabía nada de la vida. Se reían de mi cuando caminaba en la
escuela. Hablaban de mi. Amigos me dejaron de hablar. Yo ya sabía que no tenía
el apoyo de mi familia, pero no me esperaba que la escuela completa me diera la
espalda. Aquí está la infección de la sociedad. Como de costumbre, yo, la víctima
de abuso sexual, era la mala de la historia mientras que Luis Alfonso era el rey.
Dejé de hablar del tema y decidí definitivamente no denunciar, principalmente por
el miedo que sentía. Miedo a Luis Alfonso, miedo a la sociedad, miedo a mi
familia.