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Si es cierto que Jesús nunca pronunció el Sermón del Monte, tenemos que considerar
algunas implicaciones sorprendentes. Por ejemplo, cuestionaría la autenticidad del
Padre nuestro, que Mateo introduce en la tradición cristiana como parte del Sermón del
Monte. Las palabras que lo anteceden en la liturgia son: “Digamos la oración que
Cristo nuestro Señor nos enseñó…”. Si la «Oración del Señor» es creación de Mateo, ¿es
apropiado que sigamos diciendo esto mismo o algo parecido? Dirigiremos, pues, hoy
nuestra atención al Padre nuestro.
Empecemos con algunos datos. Como en otras ocasiones, no hay mención alguna de
una oración, enseñada por Jesús a los discípulos, en ningún escrito cristiano anterior a
Mateo y a los años 80 del siglo I, por tanto. Si esta oración hubiese tenido la autoridad
del propio Jesús, ¿la habrían ignorado sus discípulos hasta esa fecha? Pablo, que
escribió sus cartas entre el 51 y el 64, nunca aludió al Padre nuestro. Si fuera
históricamente cierto que procedía directamente de Jesús, ¿la habría omitido Pablo?
Estas preguntas se hacen más relevantes cuando vemos que Marcos (el primer
evangelio, de en torno al año 72, y sobre el que Mateo se apoya) tampoco incluye
referencia alguna a esta oración. Para terminar este primer análisis, tenemos que
señalar que el evangelio de Juan (que es el último, del final del siglo I), tampoco alude
a esta oración. ¿La omitió quizá porque sabía que no era auténtica? Lo relevante es que
la mayor parte de los cristianos nunca ha pensado en estos simples hechos.
El evangelio de Mateo incluye la Oración del Señor en su comentario de la
bienaventuranza cuarta: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque
serán saciados”. Para los judíos, la “justicia” era un sinónimo del “Reino de Dios”. Por
tanto, tener "hambre de justicia" significaba tener un deseo básico de que el Reino de
Dios viniese. Esta identificación entre "justicia" y "reino" está vinculada a otra que era
muy familiar para los judíos. El profeta Isaías se había referido a Israel como “la viña
del Señor” en la que había que implantar la “justicia”, es decir, el Reino de Dios.
Después, el mismo profeta había escrito: “Dios se muestra a sí mismo, presente y santo,
en la manifestación de la justicia”.
Pues bien, Mateo, por su parte, introduce primero la palabra “justicia”, y lo hace en el
relato del bautismo de Jesús. Juan, que se sabe subordinado a Jesús, pone una objeción
al hecho de ser él quien bautiza: “Soy yo quien debe ser bautizado por ti”. Y Jesús
responde que su bautismo es necesario para “cumplir toda justicia”, esto es, como una
forma de establecer el Reino de Dios. Después, ya en el Sermón del Monte, Mateo
muestra a Jesús que exhorta a sus seguidores a no estar agobiados por qué comerán,
qué beberán o cómo se vestirán, y que, en contrapartida, les insta a que dediquen toda
su energía, en todo momento, en la búsqueda del reino de Dios y de “su justicia”.
"Justicia" es una palabra que también Pablo —profundamente judío como era— usa
frecuentemente y siempre refiriéndose al reino de Dios. Así pues, cuando Mateo hace
decir a Jesús “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”, se refiere a los
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