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Los diez mandamientos: Ex 20, 1-17 (y Dt 5, 1-21)

La intervención de Dios en la historia ha sido salvífica va de la mano con las leyes que les ha
mandado que tienen un valor salvífico. La ley se ha dado al pueblo en el contexto de la liberación,
en un contexto y con una finalidad histórico-salvífica: para que el pueblo viva bien, para que viva
dignamente en la libertad, para que no vuelva a caer en la esclavitud. Esto significa que la libertad,
tal como la ve la Biblia, es una realidad que se alimenta de la fuerza del perdón. En una sociedad
carente, como la nuestra, de caridad y de consideración, es muy importante captar y vivir
conscientemente esta relación.

 1er mandamiento: «NO TENDRÁS OTROS DIOSES ADEMÁS DE MÍ» Ex 20, 3-6

La intención original de este mandamiento apunta a la preocupación de Yahvé en el sentido de


que Israel «se mantenga firme» en la Alianza liberadora. A este respecto, Israel corría un especial
peligro, como se muestra con toda evidencia en las narraciones mismas del Éxodo. Apenas el
pueblo ha probado la libertad, cuando ya no está seguro de si realmente merece la pena afrontar
la fatiga y el esfuerzo que conlleva la libertad. En cuanto ésta empieza a ser demasiado pesada,
surge la añoranza de «las ollas de Egipto» y se dejan oír los amargos reproches contra Moisés y
contra el propio Yahvé. El motivo del «becerro de oro»: Israel desea tener una imagen que de
algún modo evoque a Yahvé, y para ello elige la imagen de un vigoroso toro. Pero la fabricación de
tal imagen va fundamentalmente en contra de la relación de Israel con Yahvé. Por eso la
referencia a la prohibición de las imágenes resulta tan detallada. El mandamiento no impugna la
existencia y el poder de otros dioses; al contrario: cuenta con ellos. Pero su razón de ser es la
preocupación de que Israel no vuelva a perder, entregándose a la idolatría, la libertad que le ha
sido dada. Para expresar claramente esta preocupación, la Biblia emplea expresamente el lenguaje
del amor: Yahvé celoso, insiste en que el pueblo debe pertenecerle exclusivamente a él: «porque
yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso» Ex 20, 5.

Los ídolos son «hipervaloraciones y absolutizaciones» de lo que es importante para los hombres.
Dinero, poder, fama, belleza, juventud, prestigio…

Sobre la prohibición de las imágenes: Algunas representaciones plásticas de Dios, como, por
ejemplo, la del anciano de larga y ondulante barba blanca no han contribuido precisamente a
crear una idea adecuada de Dios. Todo cuanto podamos decir sobre Dios no pasará de ser un
balbuceo.

La imagen que el propio Dios nos ha dado de sí mismo: Yahvé nos ha prohibido fabricar una
imagen de él porque él mismo ya la había hecho: el hombre es su imagen y especialmente el
hombre pobre y desvalido, con quien Jesús se identifica.

 2do. mandamiento: «NO ABUSARÁS DEL NOMBRE DE YAHVÉ, TU DIOS» Ex 20,7

El pueblo de Israel se estima como un precioso regalo la revelación del nombre de Dios: Yo soy. La
prohibición de abusar del nombre de Dios se orienta ante todo, en su sentido original, a combatir
la magia, tan frecuente en el mundo oriental de entonces. Tratar con respeto el nombre de Dios y
cuidar de no utilizarlo a la ligera y, consiguientemente de no abusar de él, es algo que se toma
muy en serio. En lugar del nombre de Dios se utilizan denominaciones tales como 'el Santo,
alabado sea', 'el Todomisericordioso', 'el bendito Nombre'. Este mandamiento sin caer en excesos
que impliquen lejanía tiene que ver con el respeto a lo sagrado. En nombre de Dios se han
producido guerras espantosas y se han dictado sentencias terribles. De este modo, a lo largo de la

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historia se ha ensuciado de mil modos el nombre de Dios. Tampoco puede eximirse a la Iglesia de
haber abusado del nombre de Dios, sino que, por el contrario, tiene una especial predisposición a
hacerlo, pues tiende con demasiada facilidad a «equipararse a sí misma, su obrar y su actitud en la
historia y en el presente con la voluntad de Dios», así como a pronunciar su propia palabra como si
de la Palabra de Dios se tratase. Utilizar correctamente el nombre de Dios significa: aspirara a
reconocer y cumplir la voluntad de Dios por eso en el Padrenuestro están tan ligados: «Santificado
sea tu nombre; hágase tu voluntad».

 Tercer mandamiento: «ACUÉRDATE DEL SÁBADO Y SANTIFÍCALO» Ex 20, 8-11

Yahvé ha liberado a su pueblo de la servidumbre personal, todos los miembros del pueblo,
incluidos los esclavos y los extranjeros a su servicio, también deben descansar como hombres
libres. Los hombres liberados por Yahvé deben hacerse conscientes, cada siete días, de la libertad
que les ha sido dada. Deben tomar parte en el descanso creador de Dios y, de ese modo,
renovarse constantemente como imágenes fieles de Dios. Los hombres liberados por Yahvé, que
han experimentado por sí mismos una amarga esclavitud, deben abrigar el deseo de que también
para los demás cambie la situación, de modo que desaparezca la tradicional distinción entre
trabajo y ocio, entre «los de abajo» y «los de arriba», entre esclavos y libres. Toda persona debe
participar, del modo más gratificante posible, tanto en el trabajo como en el ocio. En la tradición
judía se recalca el sentido de paz que tiene el motivo del descanso.
Hoy lo que se denomina «tiempo de ocio» o «fin de semana» no produce en absoluto personas
más sosegadas y felices. Viktor E. Frankl habla del galopante síndrome de la «neurosis dominical».
Y explica que con ello se refiere a que muchas personas sólo encuentran el sentido de su
existencia en el rendimiento profesional.

El objetivo del tercer mandamiento, más allá del descanso o la cesación del trabajo, lo constituye
la celebración, la fiesta. El hombre debe «santificar» el séptimo día, es decir, sacarlo del ámbito de
lo cotidiano y ponerlo en relación con Dios. Somos seres liberados por lo tanto podemos hacer
algo que no tiene obligación de hacerse. Podemos leer, emprender cualquier actividad,
contemplar...; puede hacer lo que le apetezca.

 4to. mandamiento: «HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE PARA QUE SE PROLONGUEN TUS


DÍAS SOBRE LA TIERRA QUE YAHVÉ, TU DIOS, TE VA A DAR» Ex 20, 12

El auténtico destinatario de este mandamiento (como de todos los demás) es el israelita adulto y
libre, a quien se insiste en la obligación que tiene de cuidar de los padres ancianos, es decir, de la
generación que ya no tiene fuerzas para trabajar. Pero cuando no se da una relación cooperadora,
bien porque los padres imponen a sus hijos una subordinación de tipo tradicional, bien, por el
contrario, porque desde un principio los hijos consideran a los padres como algo irrelevante,
entonces peligra la liberación colectiva iniciada en el Éxodo y dirigida a alcanzar la tierra prometida
en la que sea posible vivir.

 5to mandamiento: «NO MATARÁS» Ex 20,13

Las tres fórmulas más concisas del Decálogo son: «No matarás. No cometerás adulterio. No
robarás» (Ex 20, 13-15). Estos tres mandamientos tratan de impedir, respectivamente, la
destrucción de la vida por parte de las «tendencias agresivas».

El sentido original del mandamiento apunta, en primer lugar, contra la posibilidad de tomarse la
justicia por propia mano. A nadie le está permitido verter sangre humana por su propia cuenta

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para hacer prevalecer presuntos derechos. En Israel estaba plenamente tolerada la venganza. En
el caso de un asesinato, por ejemplo, los parientes de la víctima estaban autorizados a hacer
expiar el crimen (cfr. Num 27, 10s.; Jue 8, 18-21; 2 Sam 14, 7-11). Pero, para que la venganza no
fuera inmoderada, se limitó mediante el principio -que posteriormente habría de ser muchas
veces mal entendido- del «ojo por ojo y diente por diente» (Ex 21, 24; cfr. en el Nuevo Testamento
Mt 5, 38-42) ¡y nada más! Pretende ser es una auténtica defensa contra la escalada de actos de
venganza. Con el tiempo, sin embargo, la venganza se restringió en Israel. A medida que se iba
desarrollando un ordenamiento legal, la venganza se iba subordinando al control por parte de la
autoridad. Mas tarde: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvé» (Lev 19, 18). Las
prescripciones legales protegen cada vez más cuidadosamente la vida. En el Nuevo Testamento,
por último, se profundiza aún más el quinto mandamiento. Subraya Jesús que la manifestación
externa de la enemistad muchas veces no es sino la última explosión de un odio largamente
contenido: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás'; y aquel que mate será reo
ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el
tribunal» (Mt 5, 21s.). Hoy son evidentes los obstáculos a las posibilidades de subsistencia de los
demás. Asesinar es todo aquello que signifique menoscabar las condiciones existenciales de otra
persona, aun cuando esto no se haga de mala fe, sino inconscientemente; pero es que en este
terreno la negligencia no es excusable. Con el duro calificativo de «asesino» se corre el peligro de
originar sentimientos de culpabilidad si al mismo tiempo no se ofrecen vías de solución. Pero los
obstáculos a las posibilidades de subsistencia de los demás no se refieren únicamente a los
miembros de los «grupos marginados», sino que además se alzan allí donde alguien, de manera
inconsiderada, obtiene su felicidad, su riqueza o su éxito a costa de otra persona.
La destrucción de la buena fama, el «Voy a acabar con él...»; «para mí, ese tipo está acabado...».
Monseñor Helder Cámara, el cual sabe unir perfectamente la dura crítica con la más acendrada
amabilidad.

 6to mandamiento: «NO COMETERÁS ADULTERIO» Ex 20, 14

La auténtica intención del sexto mandamiento es proteger el bienestar del matrimonio y,


consiguientemente, de la familia. En su redacción original, el sexto mandamiento establecía
distintos criterios para el hombre y para la mujer. Al hombre se le prohibía únicamente inmiscuirse
en otro matrimonio ya existente. Las relaciones sexuales con una mujer soltera o con una
prostituta no se consideraban adulterio. A la mujer casada, por el contrario, se la consideraba
adúltera aunque fuera soltero el hombre con quien entablara relaciones sexuales
extramatrimoniales. Mientras que el Antiguo y el Nuevo Testamento poseían una actitud positiva
con respecto a la sexualidad humana, el cristianismo primitivo tomó de la filosofía de la Stoa
(dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida) una valoración negativa
del placer en general y del placer sexual en particular. El deseo natural en cuanto tal fue
considerado ya como signo de desorden como castigo de Dios por los pecados de los antepasados.
Hoy el adulterio en la sociedad no es malamente considerado.

 7mo. mandamiento: «NO ROBARÁS» Ex 20, 15

Este mandamiento, ya desde sus orígenes, camina en dos direcciones: el secuestro y el robo. La
prohibición del secuestro ocupa aquí, y de manera muy consciente, un primer plano, porque suele
ser bastante ignorada. Por lo que se refiere a la prohibición del robo, ya hemos puesto
anteriormente de relieve que en la Biblia se insiste enérgicamente en la dimensión
necesariamente social de la propiedad. De ello se desprende, entre otras cosas, que el «robo
desde arriba», es decir, el despojo de los pobres por parte de los ricos, lo considera la Biblia mucho

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más grave que el robo practicado por «los pobres». La investigación bíblica, por el contrario de lo
que enseña la Iglesia, ha mostrado claramente que este mandamiento se refiere ante todo a la
prohibición del secuestro y del «tráfico» con personas. Ex 21,16 dice: «Quien rapte a un persona -
la haya vendido o esté todavía en su poder- morirá». El mandamiento, por tanto, protege ante
todo «la libertad misma del prójimo, manifestándose en contra del oculto secuestro del hombre
libre con el fin, por ejemplo, de venderlo en otro lugar como esclavo. La institución del año-
sabático no apuntaba únicamente a la posibilidad de que el israelita recuperara de nuevo los
bienes que por necesidad hubiera tenido que vender, sino también a la puesta en libertad de los
esclavos: quien hubiera tenido que venderse a sí mismo por necesidad, debería tener la
posibilidad de regresar de nuevo a su casa. La prohibición del robo: se trata en primer lugar de
crear las condiciones que hagan posible el que todos puedan desarrollarse libre y personalmente.
Los profetas se manifiestan con especial énfasis en contra de la acumulación de posesiones, por
parte de los ricos, a costa de los pobres. La Biblia subraya muy enérgicamente la dimensión social
de la propiedad. La Biblia da a los creyentes israelitas tres motivos por los que no les está
permitido utilizar su propiedad de manera arbitraria:

1° Puesto que Dios es el creador y sustentador de todas las cosas, es también su primer
propietario; el hombre ha sido constituido únicamente en administrador de los bienes terrenos,
que le han sido entregados en préstamo y de los cuales debe dar cuenta a Dios.

2.° En principio, los bienes de la tierra están destinados a todos los hombres, como lo expresa,
entre otras cosas, el hecho de que, «en caso de extrema necesidad», todo es común a todos.

3.° No puede decirse que la propiedad ajena no deba importarle a uno; más bien debería
afirmarse que todos somos corresponsables. Consiguientemente, debo pensar en proteger al
prójimo de cualquier daño.

Es un hecho histórico que la Iglesia, enriquecida con el transcurso de la historia en evidente


contraste con la época patrística;, tendía también cada vez más a tolerar las grandes riquezas. Sólo
con el movimiento social cristiano acaecido en los siglos XIX y XX se fue avanzando
progresivamente hacia un cambio de mentalidad. Sin embargo, tampoco la doctrina social católica
oficial fue capaz de alejar de la mente de los trabajadores la impresión de que la Iglesia estaba de
parte de los ricos. La primera encíclica social de León XIII, la Rerum novarum, de 1891, dice en su
número 12: «En todos los intentos por ayudar a las clases sociales más deprimidas hay que tener
necesariamente presente, como principio, que la propiedad privada es inviolable (sacrosanta)». ¡Y
esto no lo han olvidado los trabajadores! «La Iglesia ha de vivir y administrar sus bienes de tal
manera que pueda anunciar el Evangelio a los pobres. Si, por el contrario, la Iglesia aparece como
defensora de los ricos y los poderosos, entonces estará perdiendo su credibilidad... y nuestra
preocupación en este sentido se extiende al estilo de vida de todos: obispos, sacerdotes,
religiosos, religiosas, laicos...» (Sínodo de 1971)

 8vo mandamiento: «NO DARÁS FALSO TESTIMONIO CONTRA TU PRÓJIMO» Ex 20, 16

Piénsese, por ejemplo, en la historia de Susana, que había sido condenada a muerte por el falso
testimonio de dos testigos y que únicamente se salvó gracias a la intervención divina por medio de
Daniel (cfr. Dan 13, 1-64). En el mismo proceso contra Jesús, los falsos testigos desempeñan un
papel decisivo (cfr. Mc 14, 55ss. y par.). Por tanto, si se quiere entender rectamente el sentido
básico de este mandamiento, es preciso ante todo subrayar el significado de la verdad para la
libertad del hombre. Esto se pone especialísimamente de manifiesto en las palabras del propio

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Jesús: «La verdad os hará libres» (Jn 8. 32). Periodismo ventila la vida y acusa….Algunas personas,
auténticas fanáticas de la verdad, se consideran estupendas porque son capaces de decir sin
rodeos a todos sus semejantes la mala opinión que les merecen.

 9 y 10mo mandamientos: «NO DESEARÁS LA MUJER DE TU PRÓJIMO», «NO CODICIARÁS


LOS BIENES DE TU PRÓJIMO» Ex 20, 17

El tema común a ambos mandamientos es la negación del deseo desordenado. Uno y otro
mandamiento vienen a subrayar que el mal no comienza con los actos, sino que tiene su inicio ya
en el corazón. Más exactamente: en ambos mandamientos no se trata sólo del deseo mental, sino
también, y al mismo tiempo, de las maquinaciones que no pueden perseguirse legalmente, pero
con las cuales, sin embargo, se perjudica claramente a otros.

a) Lo común a ambos mandamientos: La negación del deseo desordenado

En la Biblia se habla positivamente no sólo del deseo del hombre, sino también del deseo de Dios.
El propio Jesús exhorta explícitamente a desear: «Todo cuanto deseéis y lo pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc 11, 24; cfr. 1 Jn 5, 14). El deseo: un fenómeno
ambivalente: efectos vivificantes y efectos destructivos. El deseo desordenado pone en peligro la
alianza de libertad con Dios y con el prójimo, porque semejante deseo constituye la raíz de muy
distintas tentativas encaminadas a excluir al hermano que rivaliza con nosotros. Lo que es preciso
hacer frente a los destructores efectos del deseo desordenado no es tratar de suprimir el deseo,
sino esmerarse por poner en práctica lo que hemos dado en llamar una «cultura del deseo». La
cultura del deseo: se trata de depurarlos. Lo que a Dios le interesa es el orden interior del hombre.
Y al esfuerzo por lograrlo es a lo que exhortan ambos mandamientos. Y cuando no se da el
esfuerzo por conseguir esta «depuración», entonces es cuando surgen esos seres humanos
verdaderamente brutales que, al objeto de satisfacer sus ansias, son capaces de pasar,
literalmente, «por encima de cuantos cadáveres sea preciso».

Noveno mandamiento: «No desearás la mujer de tu prójimo»

A estas alturas debería ser evidente que el deseo en sí mismo no es algo prohibido. El
mandamiento advierte, más bien, contra la destrucción egoísta del matrimonio de otra persona.

Décimo mandamiento: «No codiciarás los bienes de tu prójimo...» El décimo


mandamiento condena la codicia, el deseo desordenado de poseer. Y se refiere también a
la envidia de lo que el otro posee.

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