Está en la página 1de 7

Módulo 2

Los festivales especializados

La sensación que predomina en buena parte de los que concurrimos a festivales de cine a lo
largo del año es que, después de los grandes eventos que formarían esa especie de Grand Slam
del mundo festivalero, existe una segunda categoría que integran los que podríamos definir
como festivales especializados. Es claro que festivales con alguna “especialidad” hay cientos,
pero a los que me quiero referir acá –en principio- pertenecen a un grupo específico. Son los
festivales que se especializan en lo que podríamos llamar la zona más radical del “cine para
festivales”, en donde se bordea lo experimental, lo no narrativo, lo que está por los márgenes
de lo convencional (mezclas entre cine y videoarte, por ejemplo) y, también, el cine de países
del Tercer Mundo.

Por varias de esas razones, todos los festivales de los que voy a hablar ahora han sido muy
importantes en los últimos años para el cine latinoamericano. Especialmente debido a que es
esa zona del cine de este continente la que más ha llamado la atención allí. Claro que hay otros
festivales donde películas, si se quiere, más convencionales son premiadas. Pero raramente se
trata de premios que tengan impacto alguno en las carreras de esas películas.

En cambio, para pequeñas películas latinoamericanas de cierto riesgo estético suelen ser muy
buenos puntos de lanzamiento. Cuando me refiero a eso, no hablo desde un punto de vista
comercial, sino más bien de una carrera dentro de ese mismo universo festivalero. La lista es
variable, pero yo citaría dos que son fundamentales: Rotterdam (en enero) y Locarno (en
agosto). Los separo de los demás por un motivo sencillo: son festivales que compiten con Berlín,
Venecia, Cannes y San Sebastián por estrenos mundiales, aunque la mayoría de las veces lo que
ellos eligen para sus competencias principales son las películas que en los festivales más grandes
suelen ir a las secciones paralelas.

Esto, claro, suele producir un conflicto en productores y/o directores que quieren saber cuál es
la mejor forma de salir al mundo con sus películas. Puede darse, en algunos casos, que tengan
que decidir entre una sección paralela de un gran festival frente a un sección principal de un
festival como estos. Y no hay una respuesta clara para determinar cuál opción es la mejor.

¿Por qué? Los factores son varios. Hay circunstancias temporales (cuando una película está
lista), hay productores europeos o agentes de ventas que quieren una u otra cosa, hay estilos
cinematográficos que se llevan mejor con determinados festivales que con otros y, en definitiva,
están las películas. Tal vez cierto cine al que podría definir como de “bajo perfil” o minimalista,
se sienta más cómodo en un festival más chico que jugando en la segunda división de un festival
grande. Es que en los grandes festivales, si estás en una sección paralela muchas veces resulta
difícil destacarse si no tenés una propuesta que impacte de algún modo u otro.
De todos modos, aí entra lo imponderable, lo inmanejable, lo misterioso, ya que también una
pequeña película latinoamericana puede lucirse tras salir de una sección paralela de Cannes,
como es el caso de ​LAS ACACIAS ​o​ EL ABRAZO DE LA SERPIENTE​. Un jurado te da un premio y
todos tus “cálculos” sobre lo que conviene o no se caen a pedazos. Hay casos de películas que
fueron directamente rechazadas por varios festivales grandes y que terminaron ganando uno de
estos “especializados” y saliendo finalmente a la luz cuando todos imaginaban que esa película
estaba condenada a terminar estrenando en un festival pequeño.

Rotterdam
El festival de Rotterdam abre el calendario rigurosamente anual con un evento masivo, de
muchísimas películas y muy bien organizado, en el que entran por lo general propuestas de
riesgo, pero que no está demasiado bien considerado en lo que respecta a su competencia, la
que premian con los premios Tiger. Yo fui jurado de la crítica de esa sección en el año 2005 y de
la sección Bright Future en 2013 y, más allá de los cambios de conducción y determinadas
modificaciones programáticas, la cosa no cambió mucho: se descubren algunas pocas películas y
se toleran muchas que apuestan a algo diferente y habitualmente no lo consiguen. Muchas de
ellas, además, han llegado allí gracias al aporte y apoyo de la Fundación Hubert Bals.

Pero de esas películas que conforman la competencia siempre hay algunos títulos rescatables,
que tendrán una vida festivalera digna, que veremos en el BAFICI y que circularán por todos los
festivales que usan a Rotterdam y Locarno como los grandes “proveedores” de material. Sólo
basta ver la programación del inminente BAFICI (la veremos en su momento, cuando se anuncie)
para darse cuenta hasta qué punto estos festivales, son los que conforman el grueso de la
programación grande del festival porteño.

El problema de participar en festivales como Rotterdam, en menor medida Locarno y, en


algunos casos las secciones paralelas de los festivales grandes (de esta situación ya hablé en el
primer módulo) es que las películas pasan muchas veces a ser consideradas “espantapúblicos”
en el mercado internacional. No es algo generalizado, claro, y cada caso es diferente, pero hay
como un estigma ligado a participar en estos festivales, el Forum de Berlín, la Quincena de
Cannes o la sección Orizzonti de Venecia: es probable que críticos y programadores de todo el
mundo se abalancen sobre esos filmes con el consiguiente masaje al ego que eso implica (y
ganancias por “screening fees” a lo largo de un año o más), pero hay que saber que muchos
compradores internacionales tienden a mirar con cierta sospecha a esas mismas películas. Lo
que piensan es simple: serán muy buenas, tendrán muchos premios, pero no las va a ver nadie.

En ese sentido, Europa tiene un mercado más amplio para el cine de riesgo. La cantidad de
canales de televisión de cable que hay, y la diversidad que hay en ellos, permite que muchas
películas en apariencia muy difíciles de vender logren, al menos, ventas a televisoras. También,
es cierto, muchos premios en festivales de este tipo vienen acompañados de dinero, sea
directamente para el director y/o productor, pero en muchos otros casos como preventas o
arreglos para compras de derechos de películas.

Volviendo a Rotterdam, el festival compite con Berlín (en especial con el Forum) por un montón
de películas. Suceden con apenas unos días de diferencia y tienden a buscar las mismas cosas.
No recuerdo casos de películas que vayan primero a Rotterdam y luego a Berlín por lo que en
general hay que elegir uno u otro, siempre y cuando se produzca la inusual situación de que una
película sea elegida para ambos, obviamente. Algo que no sucede demasiado a menudo. Más
allá de las películas comprometidas por sus vendedores o fundaciones a ingresar en uno u otro
festival, la decisión no es fácil y lo que finalmente primará a lo largo de la carrera de la película
será el impacto que cause en uno u otro.

Las películas siguen siendo más importantes que las secciones o los festivales que las alojan.
Quiero decir con esto que, salvo un caso de impericia mayor, empiecen donde empiecen,
recorran lo que recorran, si las películas están destinadas a ser encontradas, lo serán tarde o
temprano. Una mala decisión “festivalera” puede impedir un estreno en Cannes si vas a BAFICI,
por ejemplo, pero si la película tiene el consenso de un determinado grupo de gente, encontrará
su camino y su lugar. Caso concreto: ​EL ESTUDIANTE​, de Santiago Mitre.

Locarno
La segunda mitad del año tiene a Locarno como la versión en pequeño de Rotterdam. De
Holanda a Suiza no habrá muchos kilómetros de distancia, pero se trata de un festival muy
distinto en términos de organización: más pequeño, más “curado” (cada vez más las dos cosas
debido a una reducción de presupuesto) y, en ese sentido, muchas veces mirado con mayor
atención. Locarno se renovó cuando tuvo por varios años a Olivier Pére como su director
artístico, el hombre considerado como el responsable de haberle otorgado un enorme prestigio
a la Quincena de Realizadores de Cannes durante los años que estuvo allí (empujando cineastas
como Lisandro Alonso, Miguel Gomes o Albert Serra, por citar sólo algunos) y que logró darle un
rostro y una búsqueda claras a un festival que pasó por demasiadas manos a lo largo de los
últimos quince años. Tras su partida lo sucedió un miembro de su equipo de programadores,
Carlo Chatrian, pero el festival siguió en la misma línea.

Locarno tiene dos competencias principales, Cine del Presente y Cine del Futuro, secciones que
se diferencian por el grado de riesgo, supuestamente, que cada película tiene. Lo que sí es cierto
es que, por lo general, la competencia “del Presente” puede considerarse como la principal y la
que genera más atención. Locarno compite, si bien no de manera tan obvia y evidente, con
Venecia. O, habría que decirlo, con las secciones paralelas de Venecia. Hay filmes que prefieren
competir en Locarno que ir a una paralela en Venecia y es entendible. Hay otros que optan por
el camino inverso. De vuelta, no hay leyes al respecto. Ningún festival garantiza nada. Y, vuelvo a
insistir, son raros los casos de películas chicas requeridas por más de un festival. Como ejemplo
personal puedo decir que muchas veces Venecia decide desentenderse de los directores que
juegan entre uno u otro festival. “Si prefiere ir a Locarno, que vaya a Locarno”, he escuchado
más de una vez.

Que quede claro: no van a iniciar una guerra entre festivales por una pequeña película
latinoamericana, salvo que sea una película excepcionalmente notable. Si lo harán por algún
título de un autor reconocido, pero no por una amable película, digamos, chilena. El concepto
parecería ser: “Ellos se lo pierden”. Con tantas opciones para elegir que tienen de todo el
mundo (las listas, créanme, son inmensas, interminables), no les cambia mucho si se les escapa
una película peruana, chilena, mexicana o argentina.

Estos dos festivales pueden ser considerados las grandes alternativas más pequeñas, de riesgo y
“curadas” ante los grandes festivales, pero no son los únicos. Para cierto tipo de películas hay
que prestar atención al Festival de Sundance, pero yo insisto que es un evento en el que el cine
internacional recibe mínima atención. Puede servir para la prensa de cada país decir que una
película determinada estuvo en Sundance (el nombre del festival es conocido y lleva el supuesto
sello de calidad que le otorgaría eso de ser “el festival de Robert Redford”, sello cuya lógica me
escapa) y sí, es cierto, habrá un rebote local. Pero no internacional. Salvo excepciones, casi todo
el mundo que va a Sundance (el 90% son norteamericanos) va a ver el cine independiente local.

Otros festivales que tienen algún peso en el mundo de los especializados son el BAFICI, la
Viennale y Pusán, si bien el universo de los festivales asiáticos es casi un mundo aparte que
merece un capítulo propio y que ni yo creo entender del todo demasiado bien a esta altura. Hay,
claro, otros eventos grandes (Guadalajara o Río de Janeiro me vienen a la mente, pensando en
este continente), pero esos entran en otra categoría a la que podríamos llamar festivales
regionales o de industria o de peso local. No todos los casos son iguales, los veremos en su
momento.

BAFICI
Este será el turno de hablar del BAFICI, festival que en unos pocos años consiguió establecerse
como una referencia ineludible para cierto cine de riesgo y, especialmente, para el cine
independiente argentino. Es cierto que el crecimiento del Festival de Buenos Aires estuvo
estrechamente ligado al éxito que hace una década tenía el Nuevo Cine Argentino y a una
política de defensa y promoción de esas películas que se hizo trayendo a programadores
internacionales que en otros casos no se hubieran acercado al cine nacional o latinoamericano.
Las dos cosas crecieron juntas y el hecho de que ​MUNDO GRUA​ haya sido la primera gran
película que surgió del BAFICI y, para muchos, la punta de lanza del Nuevo Cine Argentino, no es
algo casual en ese crecimiento. Se sentía, entonces, que venir al BAFICI era la posibilidad de
descubrir, primero que nadie, películas que luego iban a convertirse en importantes
mundialmente.

Esto decayó sensiblemente en los últimos años (difícil saber cuántos exactamente), pero todavía
cierto aura de descubrimiento se mantiene ligada al BAFICI. Año a año, un par de filmes “ven la
luz” aquí y luego reciben una gran exposición internacional. No es garantía, claro. Por una
película que trasciende como ​EL ESTUDIANTE​ tenés muchas otras que fueron vistas por muy
poca gente y no se exhibieron en festivales conocidos. Con esto quiero decir que la presencia en
un festival y/o en una sección determinada, no es garantía de nada. Son las películas las que
sobreviven…

Estar en competencia internacional o en la competencia argentina en el BAFICI es una innegable


ventana. Son películas que los programadores internacionales (y prensa internacional, en menor
medida) van a ver, ya que gran parte de la programación puesta para el público porteño ellos ya
la han visto en otros festivales, ya son “historia antigua”. Se me hace más difícil saber qué pasa
con las películas argentinas que quedan en otras secciones, un poco más perdidas en la
programación. Me da la impresión que no es un lugar del todo conveniente, pero también
pienso que si eso le ofrecen y eso aceptan es porque de algún modo toman conciencia de que la
película no podría tener mucha mejor suerte en otros lugares. No siempre es así, pero es
entendible.

Lo que sucede con el BAFICI y el cine argentino es que para muchos realizadores que recién
empiezan, que no tienen idea de lo que puede despertar su película, que no saben muy bien si
lo que tienen entre manos es genial o una basura porque no han tenido demasiadas
devoluciones más que las de, bueno, los programadores del BAFICI y los amigos, puede
transformarse en algo así como “más vale pájaro en mano que cien volando” o la placentera
sensación de mostrar sus películas “en casa”, donde habrá sin duda un marco de apoyo
favorable. O, al menos, en el peor de los casos uno cuenta con el equipo, la familia y los amigos
como soporte emocional.

He tenido debates y discusiones de todo tipo con directores y productores de películas


argentinas, y también con los programadores del BAFICI acerca de si a ciertas películas no les
juega en contra arrancar en el BAFICI. Se sabe que muy raramente Cannes o Venecia admiten en
su programación películas que hayan participado allí (​LOS LABIOS​ es la única excepción reciente
que conozco, o ​MUNDO GRUA​ en la Semana de la Crítica bastantes años antes) y tengo la
impresión de que para ciertas películas estar en el BAFICI es cancelar la posibilidad de arrancar
desde más arriba. Digamos que no hay soluciones claras para ese debate: uno puede poner ​EL
ESTUDIANTE​ como un ejemplo de que pasar por el BAFICI es una gran opción y también puede
poner a ​LAS ACACIAS​ para demostrar que no es mala idea pasar de largo el BAFICI para terminar
en alguna sección paralela de Cannes, por más pequeña que parezca en un principio. O​ LA
LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS​ para probar que se puede pasar por los dos.

Entiendo que, como responsables de la programación del festival, la gente del BAFICI quiere que
toda nueva película argentina se estrene allí y si fuera por ellos Lucrecia Martel y Pablo Trapero
deberían dar a conocer sus nuevas producciones allí. Pero yo creo que, más que defender la
difusión del cine argentino, en realidad están pensando más en el propio festival, aún a costa de
las películas y su suerte internacional.

El Festival de Rotterdam, directamente ligado con la Fundación Hubert Bals, jamás fuerza o
desea necesariamente que las películas que ellos ayudaron a financiar se estrenen primero en
Rotterdam. Al contrario, ven como un triunfo y promocionan en la prensa internacional cuántas
de sus películas logran entrar a Cannes o Venecia. Pero el BAFICI, que mediante el Fondo
Metropolitano de la Cultura también ayuda a financiar películas, los “conmina” con ese fondo a
estrenar, sí o sí, en el festival. Entiendo la lógica, pero me parece una decisión mediocre,
provincial. Hay momentos en los que, creo, hay que saber dejar volar las películas. Nadie dudará
que fueron “ayudadas” por el BAFICI, pero sus posibilidades internacionales pueden
acrecentarse. Pero el BAFICI prefiere quedarse con los logros. El mensaje debe ser más “es una
película nuestra” que “es una gran película”. Y por eso no lo termino de entender del todo. El
beneficio es más para el festival que para la película.

Supongo que estas cuestiones las podremos conversar más específicamente en el Chat con los
especialmente interesados en el “Caso BAFICI”.

Viennale
Un último festival que quiero destacar en este Módulo es el de Viena, también conocido como la
Viennale, y sobre el cual les pasaré en los links una entrevista a su muy particular director, Hans
Hurch. Viena tal vez no sea clave en el sentido de mostrar películas nuevas y darlas a conocer al
mundo. Más allá de algunos filmes austríacos, el festival hace una selección de películas que se
vieron en otros festivales para el público vienés. Pero lo particular de este festival –más allá de
su perfecta organización- es que, en cierto sentido, su muy curada y personalista programación
(que no es excesivamente grande en cantidad de películas) sintetiza un poco las distintas
corrientes cinematográficas que van apareciendo a lo largo del año. En ese sentido, uno podría
decir que para los realizadores y la crítica que hacen o prefieren un cine de mayor riesgo
estético, Viena es el verdadero “festival de festivales”, más que el que habitualmente se lleva
ese título y que es el Festival de Nueva York.

El neoyorquino es un seleccionado de lo que su comité de programación considera lo mejor del


año y, como nadie dice que no a una invitación a ser parte de un grupo de no más de 30, 40
películas de todo el año a darse en el Lincoln Center de Nueva York, parece ser el centro de lo
que se considera “lo mejor de lo mejor”. Y si bien en algún sentido puede ser así, cuando nos
referimos a un cine más marginal, Viena funciona de esa manera y mucho mejor. Nueva York,
cuando se pone excesivamente “arty”, termina teniendo problemas con los sponsors y con la
prensa local a los que la programación le parece excesivamente cerrada y cinéfila. En Viena ese
problema no existe: los espectadores están dispuestos a tomar todo tipo de riesgos y lo
agradecen, se quedan hasta el final de casi todas las películas, participan de los Q&A y celebran
el evento, sin exigir que le devuelvan la plata de la entrada si la película no llega a ser de su
agrado.

Esta subsección de festivales especializados, sin duda, es un poco caprichosa y selectiva, y tiene
que ver, por un lado, con festivales que a mí me parecen interesantes y en los que siento una
conexión, un link directo. En BAFICI verás a los programadores de todos ellos y en los otros verás
a los de BAFICI. También, claro, estarán de otra decena de festivales, pero tengo la sensación de
que estos eventos se conectan de una forma subterránea. A la vez, ubicados a respetuosa
distancia uno del otro (Rotterdam es en enero, BAFICI en abril, Locarno en agosto y Viena en
octubre/noviembre) no se pisan ni se molestan ni se suelen pelear por películas. En todos ellos,
además, es habitual encontrar a los mismos invitados, a los mismos periodistas y, como dije, a
los mismos programadores. Hay, siento yo, una suerte de curiosa hermandad entre todos ellos.
Y si bien BAFICI (y Viena) no están en la misma categoría de festivales de competencias con
estrenos internacionales, lo que los une es más una coincidencia estética, una forma
relativamente similar de pensar y entender el cine.

También podría gustarte