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CÁUSTICAT

A TRAVÉS DE SUS OJOS

El aguacero de las cuatro para llegar al hospital, le evocó a Alonzo Aguiriano el

cálido recuerdo, de cómo llegó a conocer a Cecilia Sagarra. El tráfico de las cinco,

hacía que el camino a casa fuera más extenuante, con las ventanas arriba por la

lluvia de la tarde, que como decían los viejos era dañina para el cuerpo, parecía

que el chofer creía en este viejo agüero. Desde que Cecilia había entrado al taxi,

él llevaba los vidrios arriba, y por su mirada sobre ella, está entendió, cuando

acercaba su mano a la manecilla del auto, que mejor dejarlo quieto. Con sus

parpados adormecidos, forcejeaba por no cerrarlos y a su vez tratando de no

encontrar acomodo en su cuerpo, se retorcía como una cucaracha bocarriba pues

temía que aquel hombre se aprovechara si llegaba a dormitar. Maldecía ser mujer,

pues como decía la gente, <<un hombre se le cuida un pene, a una mujer, de los

penes de la ciudad>>. No supo si fue por el sudor de su frente o simplemente su

mirar, que el chofer le dijo:

-Mujer, me tiene desesperado, puede dormir si quiere. – Dijo con desdén

-¿Qué? Eso no es culpa mía, mire como resuelve sus problemas nerviosos, y no,

nunca lo pensé, además quién se cree usted para pensar por mí.

-Ya sea señorita, por la sudoración en su rostro, la incomodidad en su silla o algo

de sueño y miedo en su mirar, me es más que claro y puedo inferir que en su

pensamiento, tiene desconfianza de mí; de mi presencia.

-¡Usted no me conoce!
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-No, pero me gustaría...

Cecilia Sagarra no sospechó acerca del gran picaflor que era Alfonzo Aguiriano,

menos imagino que robaría su corazón u otra cosa; con el pasar de los meses,

Alfonzo a su manera de Donjuán, amo a Cecilia y ella aprendió a aceptar su forma

de hacerlo. Su amor y vidas fueron sellados una calurosa noche de julio, semanas

después, sabrían del fruto de aquella velada y tendrían que encomendarse a todos

los santos para que cuidaran de Cecilia y un bebé de ojos aceituna que nacería el

veinticuatro de enero, bajo el nombre de Emmanuel Aguiriano Sagarra. El mal

seguro social de sus padres hizo que el parto fuera realizado por una enfermera

primeriza a la cual le temblaban los labios, era torpe en su actuar y daba palabras

de aliento más a si misma que a la madre. En el pasillo blanco, con ese olor

penetrante a acaroína, Cecilia se desgarraba desde adentro.

Emmanuel fue creciendo a un paso muy lento para su edad, no sabría lo que tenía

hasta que el Doctor Renato, conocido en el pueblo por ser muy perspicaz, le

diagnosticaría con un retraso mental leve, pero que aumentaría con el paso del

tiempo, esto no lo detendría para manejar el taxi de su padre. Nada lo detuvo

hasta que cumplió los veintiún años; pues ahora sus noches se convertirían en

tormentos.

La luna menguante arrulla el desvelo de Emmanuel, adormilado, con los parpados

pesados, parquea el taxi de su padre en la cochera de atrás, mirando por el

retrovisor ve dos perros en el fondo disputándose una rata muerta.

-Mierda, no puedo pitar o despertaré a papá – pensó.


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Desesperado, decide prender y apagar las luces del carro hasta que obtiene su

cometido, los dos caninos se escabullen en las penumbras de la noche junto con

su carroña. En su estado ya de insomnio sube las escaleras del senil edificio

donde vive, cierra la puerta haciendo el menor ruido posible, llega hasta su cama y

cae como un costal de papas. Con sus ojos a punto de cerrarse y la oscuridad

acobijando sus sueños estos se convierten en pesadillas al oír ese infernal silbido.

Aturdía sus oídos desde los 9 años; no sabía cómo o por qué le había pasado

esto, tampoco le interesaba pues siempre creyó que la ignorancia es la clave de la

felicidad.

-Esto no puedo pasarme otra vez – susurra.

Su respiración se acelera a mil, un sonido ensordecedor llena la habitación, son

sus latidos, aprieta su pecho para que su corazón no salga de él y ese silbido, ese

maldito silbido, se va incrementando segundo a segundo, millones de personas lo

observan en su sombría habitación, o él cree eso, un dolor punzante llega a su

cuerpo, se contrae y siente como su cabeza puede explotar por la fuerte jaqueca

que tiene, las paredes se atenúan y Emmanuel llora, coloca su cabeza entre sus

manos mientras da fuertes patadas a la cama, el miedo se apodera de él, gime y

como un niño se esconde entre las cobijas.

-Te ves cansado – dijo su madre.

-Tuve una noche de perros.

-No es la primera, ¿verdad?


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-¿Cómo lo sabes?

-Soy tu madre, se todo de ti, quizás sea por esos turnos nocturnos.

- Y qué importa, el taxi es el único sustento que tengo para vivir en este hogar.

- No dejaría que te sacaran de la casa.

- Bien sabes que con papá nadie puede gan… - lo interrumpen.

- ¡No! si vuelve a suceder tomare cartas en el asunto.

-¡No lo hagas! Debe ser el encierro. - Y con decir esto, tomo sus zapatos y salió a

caminar.

- ¿Qué tendré? ¿Será verdad lo que dice mi madre? ¿Podrá ser...? - pensaba

Emmanuel.

Todos se dispersa al oír ese silbido tan nítido, en un arranque de desesperación,

su cuerpo y su mente lo necesitan y como un loco sigue ese sonido infernal,

acabara con el, fuera lo que fuera, corre por las calles empujando gente,

tropezando con sus cordones sueltos, bajo sol enardecedor, cada vez el sonido es

más fuerte, lo siente, es tan audible, ineludible.

-Sea que lo que sea lo… - Emmanuel interrumpe sus pensamientos, al poder

divisar detrás del opaco y sucio cristal del local de Doña Marina, la mujer más

hermosa que vio, y como hechizo queda encantado con ese par de luceros.

Emmanuel comienza a conversar consigo mismo: -Háblale - ¿Qué dirá de mí? me

tratará de loco – que te mire como le pegue la gana - ¿si me escupe? - podría ser
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la última vez que la veas – por aquí no es tan grande – ¿y si muere? ¿Y si muero?

– pensó para después susurrar – no lo hare. – y siguió su camino.

Ni con el bochorno del sol Emmanuel se siente tan sofocado, como al pensar en

ella y resignado siguió su camino sin rumbo durante la tarde, hasta llegar justo a

tiempo a su casa para laborar.

-Debió dormir, idiota- dijo su padre.

-¿Le estoy diciendo que no iré a trabajar? No verdad.

Con el fin del ocaso, Emmanuel como de costumbre sale a trabajar en el taxi,

recorriendo las calles, bajo la luz de la luna, sólo son carreras sin sentido para

ancianos, muchachas, hombres etc… algunos sueltos de lengua y otros muy

cohibidos, tantas personas en el pueblo, incluso, tantas personas en su taxi y él

sólo tenía mente para ella. Pasada la media noche, los pecados daban su

bienvenida, los amantes furtivos, la ratería, y la bella luna salían a pasear por las

calles sin vergüenza, y aun siendo cómplice de ellos, Emmanuel soló siguió

pensando en ella.

Terminando turno, el alba ya casi llega y Emmanuel adormecido se da cuenta que

su camino a casa se encuentra cerrado, así que decide ir por el viejo barrio las

Velanitas, llamado así por cada vela derretida en el andén, que conmemora la

muerte de una persona en este arrabal, pues es de “mala muerte”. Un poco más

despierto por el lugar, Emmanuel ve un destello de luz que lo deja ciego, baja la

velocidad, y a medida que se acerca al resplandor este se convierte en una bella

chica con un farol en la mano, la cual con el brazo contario y el pulgar arriba le
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hace la parada. La chica se monta al taxi y Emmanuel está empapado de sudor,

pues unos ojitos así solo se ven una vez en la vida.

La chica se acomoda el pelo de lado, da una sonrisa coqueta y dice: -Creo que me

miras casi tanto como la vez de la cafetería- Emmanuel queda congelado y se le

suben los colores al rostro, y ella con un tono más formal se presenta:

-Mi nombre es Ginebra ¿y el tuyo?

-Emmanuel- tartamudeó.

-Un placer – dijo mientras sus ojos se escondían entre sus pómulos.

-¿Qué hace una señorita como usted en un barrio de mala muerte como este?

-No quiero sonar mártir, pero no tengo casa por el momento…

-¡Quédese en la mía! – dijo casi gritando.

-¡Qué me cree usted para quedarme en la casa de un desconocido!- dijo con

rabia.

-¿Y acaso tiene otra opción, damita?

Ginebra acepta la generosa oferta de Emmanuel, y al llegar a casa el joven

extiende un colchón sobre el suelo de su cuarto y deja que ella descansé en su

cama. Emmanuel queda flechado por ginebra y contempla su silueta con la luz del

alba, quiere amarla toda la vida y con ternura soba su cabeza, y mientras Ginebra

finge dormir, él contornea con sus dedos la finura de su rostro y le dice versos de
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amor al oído, es su Dulcinea, su Fermina Daza, su Eugenia Domingo, su María

Iribame, su Sierva María, está loco por ella y siente que la conoce de toda la vida.

-Me creerías si te digo que estoy en peligro… - susurró ella, despertando del

trance de amor a Emmanuel.

-¡A qué te refieres! – contestó Emmanuel.

-Tengo mucho miedo- dijo ella.

-¿De qué? – dice Emmanuel con ojos llorosos mientras Ginebra le cuenta su triste

pasado, que ahora le persigue, pues sus errores se convierten en hombres que la

buscan para matarla.

-Ya no estás sola. – dijo y besó su frente.

-Es más complicado que eso… descansa.

Diciendo esto Ginebra cae en un profundo sueño y Emmanuel puede darse cuenta

que ni siquiera la aurora se compara con su belleza.

En la mañana Cecilia Sagarra despierta temprano como de costumbre, va al

cuarto de su hijo y lo ve durmiendo en su colchón viejo, no le presta mucha

importancia y sigue sus quehaceres. A las cuatro de la tarde Emmanuel despierta

y su mamá va a verlo.

-¿Cómo atardeces cariño? –bromeó.

-Excelente, espero no te moleste la compañía.

-Nunca me molesta tu compañía, cielo.


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-No tontita, hablo de la chica. Ginebra, su nombre es Ginebra.

-No le tomes el pelo a esta pobre anciana ¿bebiste anoche de casualidad?-rió.

-No te burles tú de mí.

-Cariño, en la casa no hay nadie aparte de nosotros.

-¡Pero si ella está ahí dormida!- dijo señalando la cama.

-Bebé ¿de qué hablas? No hay nadie, no me asustes.

-¡Mírala por favor! - Dijo volteando a ver la cama, pero ella ya no está.

–Se ha ido – dijo temblándole la voz.

Emmanuel comenzó a gritar ¡Ginebra! por todo el apartamento, su madre lo ve

desesperado, pálido, y se le parte el alma al escucharlo, sólo repite ¡Ginebra! y

mueve el colchón como si pudiera palpar a alguien, pero no hay más que sabanas,

no reconoce a su hijo pero sabe que debe ayudarlo, y se arroja sobre él, lo abraza

con todas sus fuerzas y empieza a tranquilizarlo, mientras acaricia su cabeza

como a un niño que perdió su juguete.

-Debe estar acá, yo lo sé, suéltame.- dice Emmanuel y desesperado busca en los

baños, la cocina, el segundo piso, en todo el apartamento, pero no encuentra

nada, Cecilia llora sin control, atemorizada y rezando a Dios, preguntándole en lo

más profundo de su corazón, por qué le pasa esto.

Emmanuel le hierbe la sangre, todo le da vueltas, se siente mareado y con

nausea; su cabeza explotara; llora y con sus puños apretados siente que morirá si
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no la encuentra, grita sin control, está desesperado, la cólera arrasa su ser,

camina por el apartamento y pasa al frente de un espejo pero no reconoce su

reflejo.

-¡¿Ginebra?! – dice confundido, con un tono desgarrado.

Es ella, está en su reflejo, puede verla con esos ojos penetrantes, sus grandes

pómulos y la finura de su rostro, es ella.

-¿Qué me está pasando?- susurra y repite.

Su reflejo, o mejor dicho Ginebra le habla -Te buscan, me buscan, ¡nos buscan!,

saben que somos una sola alma, un solo cuerpo, perdóname por hacerte esto,

pero no se escoge de quién se enamora. - dijo su reflejo.

Llorando, Emmanuel está horrorizado, tiene miedo de él, no puede reconocerse, y

en un arranque de desesperación despega un puño contra el vidrio volviéndolo

añicos, la sangre corre por su mano y Emmanuel gime sin control, todo su cuerpo

tiembla, hasta que la ve al final del pasillo – Emmanuel no tengas miedo, soy yo,

tu Ginebra, tranquilo, pues ahora somos solo uno, ven conmigo y escapemos,

recuerda que corremos peligro – Emmanuel va hacia ginebra, pero pierde el

sentido y lo último que escucha el grito de su madre junto a una nube negra.

-¡Ginebra! - despertó de golpe - ¿Qué hora es?

-Tu padre salió a trabajar por ti – dijo su madre

AL escuchar esto Emmanuel sin mirar a su madre sale de la casa con su chaqueta

y la navaja de su padre, escuchando antes de cerrar la puerta los gritos de Cecilia.


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Las calles se aminoran a la cadencia del latir de su corazón y junto con el fin del

crepúsculo la noche inunda las calles, las fuertes embestidas del verano sofocante

acaloran las hormonas de un amante en busca de amada, sabe que la persiguen,

¿A ella? ¿A él?, no le es relevante, pues su existencia, su misma vida, son

Ginebra, pero cómo no, si es tan dulce como un alfajor, tan hermosa y compleja

como un copo de nieve, él lo sabía y no dejará que ningún hombre le haga daño,

no le queda mucho tiempo y sus manos frías, trepidantes, destilando sudor se lo

confirman, sabe que los hombres vienen, que los persiguen.

-¿Emmanuel? – escucha una voz a su espalda, da la vuelta y es ella.

-¡Ginebra!, ellos están cerca, te quieren raptar, saben que eres sólo mía, que

somos uno solo.

-Emmanuel tengo miedo, ¡ayúdame! quítame este afligía, líbranos.

-¿Cómo?

-Si no soy tuya, no seré de nadie, pero no soy capaz de hacerlo, sálvame,

sálvanos.

Emmanuel sin pensarlo dos veces cogió la navaja y como a un animal se degolló.

Fin.
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DATOS PERSONALES.

NOMBRE: Daniela.

APELLIDOS: Castillo Ayala.

SEUDÓNIMO: Cáusticat.

TÍTULO: A través de tus ojos

CIUDAD: Bucaramanga

NÚMERO TEL: 6946033

NÚMERO CEL: 3163196824

DIRECCIÓN: Cra 17 # 98-03

COLEGIO: Colegio Adventista Libertad.

CORREO ELECTRÓNICO: daniaya81@hotmail.com

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