Está en la página 1de 3

La niña bombera

Gaby, una niña de diez años pequeña y delgadita, se levanta temprano en la mañana del sábado
para ir con su mamá a Monjas, Jalapa. El bus se tarda una hora en llegar desde Jutiapa, donde
viven. Es su primer día de entreno con la brigada infantil de los bomberos; lleva su uniforme nuevo
y una gran sonrisa en el rostro. Le pide a su mamá que le de el asiento de la ventanilla porque
quiere ver cómo pasan las casas y las gentes y cómo se quedan atrás en el camino.

San Junípero

En mi segundo año de universidad acepté un empleo como chofer de don Andrés, para trabajar
por las tardes. Él mismo me llamó y me entrevistó y me contrató al instante. Me dijo, yo sé leer a
la gente y sé que vos no me vas a robar o dejar vendido porque tenés un sentido del deber bien
arraigado. Acto seguido me indicó cual iba a ser mi salario y me citó al siguiente día.

Pajarillo verde

Todo iba bien en el viaje a Pana hasta que se murió el Carlos. Se quedó dormido en el carro boca
arriba y por el exceso de mota y de cerveza se ahogó en su propio vómito. Fue la primera vez que
la muerte me tocó tan de cerca y por estas fechas, cuando comienza a llover, me acuerdo y me
pongo triste. Nunca se me va a olvidar el viaje de madrugada de regreso con el Carlos, o su cuerpo
quiero decir, a la par mía y cómo, todavía borrachos, bromeábamos como si estuviera vivo.

La novia

—Si no tenés nada que hacer el sábado, deberíamos casarnos ——dijo Yolanda, después de un
breve silencio.

—Me parece bien —respondí sonriendo.

Yo la visitaba en el hospital. Había tenido un accidente en su carro, le habían puesto varios clavos
en la pierna derecha, tenía fracturado el brazo y un gran moretón en el pómulo. Sin embargo,
sonreía como siempre. En parte sonreía por el vicodin que le dieron para calmar el dolor. Me dio
mucha pena verla en ese estado.

Hikikomori

Un día de tantos Adrián, mi único hijo, decidió encerrarse en su cuarto. Había perdido algunas
materias en el colegio y le habíamos llamado la atención. Nos escuchó a su mamá y a mi sin decir
palabra. Después de que terminamos de hablar se fue a su cuarto y jugó videojuegos en línea toda
la noche. Al día siguiente no fue al colegio y no volvió a salir para nada más que ir al baño. Pedía
que se le llevara comida a su cuarto y apenas nos dirigía la palabra o respondía con monosílabos.
Yo ya había escuchado de los hikikomoris, esos jóvenes japoneses que se encierran para no volver
a salir. Cuando se cumplió un mes de su encierro, empecé a preocuparme de veras.

Fiesta de viernes
Tres meses después de cambiarme a mi nuevo apartamento, mi vecino, que me alquilaba el
mismo, se ganó la lotería. Siempre me pareció una buena persona. Se llamaba Gabriel, a secas,
como me pidió que lo llamara. Acababa de cumplir cuarenta y no trabajaba, vivía de algunas
rentas. Con la noticia de que había ganado la lotería vi rondar la casa a varias personas que nunca
había visto. Familiares y amigos que tenía tiempo de no ver se aparecían por su casa. Sin embargo,
nadie le sacó dinero porque él tenía sus propios planes.

La boda

Los preparativos de la boda de la nena nos tuvieron muy ocupados durante un par de semanas,
según recuerdo. Había una gran ilusión, con mi mujer estábamos muy contentos. La nena había
conocido a un buen partido por internet y aunque no se habían visto en persona, la relación
llevaba ya seis meses. El muchacho hablaba conmigo por chat y nos enviaba fotos de sus viajes y
peripecias. Nacido en Londres, vivía en Madrid. Era de buena familia y tenía buena posición
económica. Quién iba a decir que de la alegría total pasaríamos a la decepción en un dos por tres.

Los campeones

La temporada más feliz de mi vida fue cuando jugaba fútbol en los campos de Montserrat. Con un
grupo de cuates armamos un equipo al que llamamos FC Bárcenas. Le llamamos así porque los
dueños del equipo eran de Bárcenas. El Lito y el Cacho, hermanos, no eran tan buenos para jugar,
pero ponían los uniformes y las pelotas para entrenar. Todos teníamos menos de veinte años y
empezábamos la universidad, pocos trabajaban. Entrenábamos casi todos los días, aunque no
éramos tan buenos que digamos. Jugamos tres torneos, en el primero empezamos ganando,
contra todo pronóstico. Pero después todo cambió.

La mesera y el oficinista

Convencido de que la mesera del Café París era la mujer ideal, César decidió ir tras la conquista de
Anabel, una treintañera guapa y madre soltera de dos hijos. Lo anunció en la oficina un lunes
como a las dos de la tarde, cuando acababa de regresar de almorzar en el París. Anabel había
llegado al Café París hacía seis meses y su belleza, su inagotable energía y su destacado culo,
habían hecho que se duplicara la clientela, mayormente masculina. En contraste, el pobre César
no era más que un flacucho de veintidós años sin mucha gracia, de lentes de culo de botella y
mortalmente torpe con las mujeres. Todos en la oficina soltaron la carcajada cuando César dijo
que ella terminaría casándose con él.

Un padre de familia

Cuando nació el Carlitos yo fui el hombre más feliz. Un hijo, una pequeña persona de la cual
cuidar, a la cual mimar, a quien enseñarle el mundo, a quien sonreírle diciendo tonteras. Un niño
del que me tenía que hacer cargo. Sin duda he cometido muchos errores, pero el Carlitos no es
una mala persona, es un muchacho noble. Pero ahora que ya cumplió 15 años todo es muy
diferente. Descubrió que hay un mundo afuera y que yo no siempre encajo bien ahí.

También podría gustarte