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PROXIMA 30 - OTOÑO

CONTENIDO
EDITORIAL ................................................................. 2

CUENTOS

Para restaurar el universo


de José A. García
Ilustrado por Martín Gimenez ............................. 4
La tigra
de Ariadna Castellarnau
Ilustrado por Leónidas Moreyra ................... 18
Tapa de Grendel Bellarousse,
Descansa color editado por Citizen Pain
de Sebastián Grimberg
Ilustrado por Gastón López ............................ 27 PROXIMA
La piecita de arriba ISSN 1852-9127
Año 8 - Nro. 30 - Junio 2016
de Guadalupe Campos
Primera Edición
Ilustrado por Nahus ........................................... 31
La manzana de Eva Directora: Laura Ponce
de Yadira Álvarez Betancourt Diseño: Bárbara Din
Ilustrado por Citizen Pain ................................ 54
Coordinador de Ilustradores:
Gabriel Reynoso
HISTORIETAS
Correo y colaboraciones
¿Quién mató al trébol? edicionesayarmanot@yahoo.com.ar
Guión: Rodolfo Santullo (También en Facebook)
Dibujos: Guillermo Hansz ............................... 42
PROXIMA es una revista trimestral de-
Sueño con Tiburones dicada a la difusión del género fantásti-
Guión: Nicolás “El Negro” Viglietti co y la ciencia ficción producidos en
Dibujos: Hernán González .............................. 50 castellano. Es una publicación sin fines
de lucro. Las colaboraciones no son
ENTREVISTA Edmundo Paz Soldán pagas. Los autores, tanto escritores
como ilustradores, mantienen los dere-
Por Laura Ponce .................................................. 37 chos sobre sus obras. Los nombres y
situaciones aparecidos en los relatos
ILUSTRADORES ........................................................ 84 son ficticios. Cualquier semejanza con
la realidad es pura coincidencia.
ONDAS FRAGUIANAS ............................................. 86
ediciones ayarmanot

JUNIO 2016
EDITORIAL
Me resulta difícil redactar este editorial, me cuesta decidir qué escribir. Los
nuevos gobernantes de nuestro país nos dicen que esperemos, que tenga-
mos esperanza, que todo va a mejorar, que pongamos de nuestra parte para
salir adelante juntos... pero es difícil hacerlo cuando todo parece caerse a
pedazos. Decían que todo mejoraría en el segundo semestre de este año;
ahora dicen que quizás mejore el año que viene. Es difícil creerlo cuando
apenas estamos en otoño y parece avecinarse un muy duro invierno.
¿Por qué seguir, entonces? ¿Por qué seguir escribiendo y editando? ¿Por qué
seguir produciendo y compartiendo literatura, sobre todo cuando la reali-
dad inmensa, tangible, por momentos abrumadora nos empuja a hun-
dir la cabeza en lo inmediato, en el día a día, en las necesidades más básicas,
y todo lo demás parece superfluo, de una imperdonable frivolidad?
Quizás porque creo que la imaginación y la actividad intelectual son de pri-
mera necesidad. La prospectiva, el ejercicio de pensar el futuro. La extrapo-
lación de las cuestiones que constituyen nuestro presente llevadas hasta los
límites de sus posibilidades, torcidas, estiradas, reinventadas, y aún nuestras,
más nuestras que nunca. Como un espejo que deforma, pero que sigue
siendo un espejo.
Sigo creyendo, como me decía Pablo Capanna el otro día, que la ciencia fic-
ción no es una literatura de anticipación, sino de advertencia. Una herra-
mienta filosófica para el análisis de la realidad. Pero, al igual que los mitos,
no ofrece un camino directo y lineal sino una aproximación lateral, intuitiva,
un indagar a tientas entre los símbolos que constituyen la realidad. Ese
rompecabezas de percepciones que llamamos realidad.
Ese parece ser el hilo conductor que recorre los cuentos de este Especial de
Otoño: mundos en los que han pasado cosas terribles, desastres personales
o de escala planetaria, horrores conocidos, identificables, o simplemente se
ha extendido la melancolía y la decadencia, el kippel, la entropía... y la posi-
bilidad de que lo extraño irrumpa, quebrando esa cotidianidad; una cotidia-
nidad anómala, pero cotidianidad al fin. Como un latido, como una reso-
nancia interna, que alberga y alimenta en la oscuridad del alma lo temido y
lo deseado.
¿Por qué seguir haciendo esto? Porque sigo creyendo que vale la pena.
Sobre todo cuando la pena es tanta.

Laura Ponce
PARA RESTAURAR
EL UNIVERSO
JOSÉ A. GARCÍA
4 | PROximA
I tenerlas abiertas al público, y la
La gloria y el lujo del museo vivían ausencia del sol, que apenas llega
en el recuerdo. La falta de presu- a iluminar el frente de la construc-
puesto y personal, así como la de- ción, resalta el frío y la soledad del
sidia del Estado que se presentaba interior. El público es cada vez más
como el guardián y el garante de escaso, porque pocos recordaban
toda cultura, habían causado es- quién había sido el Dr. Gould, aún
tragos en la estructura. A pesar cuando la sociedad en su conjunto
que Sara Gould, última descen- disfruta de sus descubrimientos
diente del Doctor Gould, a quien médicos. La falta de publicidad,
homenajeaba el museo, implorara por falta de presupuesto facilitaba
en la alta sociedad, de la que tam- el olvido. Por último, el descolori-
bién formaba parte, para que nada do cartel de la entrada anunciando
de lo que allí se encontraba se per- la existencia de un museo, nunca
diera, pero sabido es que entre los fue rival para las grandes marque-
deseos, las palabras y los hechos sinas luminosas que lo rodean.
median los intereses de los impli- El tiempo pasó y los arreglos
cados. Y si en un principio todo urgentes y necesarios nunca se
continuó igual, no fue más que concretaron, la mansión fue per-
para mantener las apariencias; la diendo su gloria, quedando oculta
falta de donaciones y el dinero ne- detrás del verde humedad que cu-
cesario, se lloraban en secreto. bría su fachada. El pequeño y des-
Primero se habían perdido los cuidado jardín del frente se pobló
grandes jardines, imposibles de de malezas que nadie quería po-
mantener para la nueva adminis- dar, y solamente la sala principal
tración. El terreno se dividió en lo- permanecía abierta por encontrarse
tes y, en menos de seis meses, se en el centro del edificio y conser-
construyeron altos edificios de de- varse en mejor estado.
partamentos y oficinas que opaca- La sala principal y algunas pe-
ron al museo en su pequeñez y queñas dependencias a las que el
sobriedad, incapaz de competir público no tenía acceso eran cuan-
con la altura y la soberbia de la ini- to quedaba. Pero, a los pocos visi-
ciativa privada. La antigua mansión tantes sólo les importaba la sala
del más rancio estilo francés de principal para cerciorarse de que
finales del siglo XXI apenas se allí, protegido por una caja de cris-
comparaba con la practicidad y la tal de doce pulgadas de espesor y
despersonalización del espacio de sostenido por un marco de titanio,
las nuevas construcciones. se conservaba en perfecto estado,
La humedad y las grietas en sin el menor signo de deterioro,
cada sala hicieron imposible man- sin que ninguna técnica conocida

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de conservación le haya sido apli- había establecido de ese modo; su
cado, el cuerpo del Dr. Gould. Pa- falta de apuro estaba, pues, plena-
recía dormir abrazado a una pe- mente justificada. Nada, hasta ese
queña rama de olivo; lo pacífico de momento, le había llevado a pensar
su expresión sorprende, aún hoy, a que aquel podía ser un día diferente
quien lo mira. Más de cien años a los anteriores.
después de su muerte. Sabía que los tres empleados
Aquel había sido el último de con los que contaba en la nómina
sus triunfos, la conservación del harían su trabajo, como cada maña-
cuerpo humano tras la muerte, y na. Seguramente Galad, la exube-
era, también, su secreto; la fórmula rante guía, y secretaria personal, ha-
para lograr aquel milagro se había bía impartido las órdenes necesarias
perdido junto con su vida. Nunca con su penetrante y molesto tono
la confió en ninguno de sus exten- de voz para que Grum, el deficiente
sos diarios y cuadernos de notas, guardia de seguridad abriera las
nunca mencionó su investigación puertas una vez que Gimil hubiera
ni por descuido, a sus colaborado- terminado de limpiar el cristal de la
res más cercanos; ni siquiera las caja y darle brillo de las junturas al
investigaciones posteriores pudie- titanio, para que la imagen del Dr.
ron quebrar la capa de misterio que Gould fuera lo más nítida posible.
le rodeaba. Limpio el cristal, y abiertas las corti-
Para contemplar tan morboso nas del ventanal, el museo estaba
espectáculo se había construido el preparado para comenzar el día. So-
museo, porque la curiosidad sobre lamente él era prescindible, lo sabía,
la muerte es el motor más eficaz pero hasta que alguien superior
para la motivación del hombre. Lo nombrara a Galad ama y señora del
fue al principio y lo será, también, museo, o decidieran trasladar el
al final. cuerpo a otro sitio, debía continuar
ocupando su oficina, enterrándose
El Sr. Grand, director del museo entre antiguos legajos y carpetas,
nombrado por la Secretaría de Cul- pedidos y facturas que ordenar y
tura e Idiosincrasia del Pueblo, ca- archivar correctamente, resabios de
minaba lentamente acercándose al épocas en las que el Museo real-
viejo edificio que sería su lugar de mente funcionaba. Trabajo que le
trabajo durante varios años más; llevaba apenas unas horas, pudien-
sentía el aire frío de aquel otoño tan do dormitar en su sillón, o dedicarse
raro en lo climático entumeciéndole a cualquier otro asunto, hasta cum-
los dedos. Era tarde, pero el museo plir con su horario, en la medida en
podía abrir sus puertas sin que él que a la obstinada y eficiente Galad
estuviera allí. Lo sabía, porque él lo no se le ocurriera aparecerse por la

6 | PROximA
oficina con cualquier nimia excusa. —¿Delante de la puerta?
Cruzó el portón de rejas oxida- —Así es, muy bien. Entonces,
das y caminó las viejas baldosas ¿qué estás haciendo?
hasta la gran puerta de madera de —Cuidando la entrada, Señor,
la entrada, cuatro peldaños más como todos los días. La señorita
arriba. Allí, perdido en los avatares Galad dijo que viniera y lo hiciera.
de su minusválida mente, Grum —Y dime, Grum, ¿qué pasa si
cuidaba la puerta atravesándose, alguien quiere entrar al museo?
delante de ella, con los brazos cru- —Debo abrirle la puerta.
zados y la mirada hacia el infinito —¿No crees que sería mejor,
del otro lado de la calle. El gris ori- para hacer lo que dices, estar de
ginal del uniforme se había perdido píe un poco más allá? —Grand se-
en el tiempo, la gorra que no for- ñalaba hacia uno de los lados—.
maba parte del mismo pero sin De ese modo no le cierras el paso a
embargo utilizaba para disimular quien quiera salir.
su calvicie estaba un poco torcida —Si —respondió Grum sin
y parecía igual de vieja; sin embar- moverse.
go los zapatos de charol relucían. —¿Y bien?
Grand subió los escalones y se Grum miró al director del mu-
detuvo junto al enorme cuerpo de seo con su rostro, carente de ex-
Grum, quien se mantuvo en su lu- presión.
gar sin percatarse de la llegada del —Hazte a un lado Grum —
director. dijo Grand con fastidio—, y abre
—Buenos días, Grum —dijo el la puerta.
director. —¡Si, señor! —exclamó antes
—Buenos Días, Señor — de dar dos pasos al costado, ex-
respondió el guardia que, sólo al tender el brazo y abrir la puerta
escuchar su nombre, notó que ha- hacia adentro—. Bienvenido Señor
bía alguien más allí. —dijo—. Que disfrute del Museo.
—¿Qué te he dicho ya varias Grand entró al edifico con una
veces, Grum? mueca de resignación. Cada vez le
El portero pensó en silencio, costaba más lograr que Grum hi-
casi un minuto le tomó responder. ciera lo que le pedía, aún las tareas
—¿Buenos días? más sencillas, como si su mente se
—Sí —dijo Grand—. Además debilitara con cada nuevo día. Pero
de eso, ¿qué otra cosa te he dicho? sólo a él le sucedían esas cosas,
Ante la vacua mirada de in- Galad y Gimil se entendían a la
comprensión que recibió, Grand perfección con Grum. Los había
continuó. visto hablar con frecuencia sin di-
—¿Dónde no debes pararte? ficultad, como si se conocieran

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desde hacía muchos años, como si que muta a la misma velocidad
se llevaran bien; casi como si fue- que el virus de la gripe, por ende,
sen amigos. Con él, en cambio, la gripe ya no nos afecta. Pense-
nada de todo eso sucedía. mos en las miles, sino millones, de
Tras cruzar el hall de entrada, personas que murieron por algo
Grand debía atravesar la sala de que, en la actualidad, para noso-
exhibiciones para llegar a su ofici- tros no es más que una palabra
na, separada apenas unos centíme- que debemos busca en el dicciona-
tros de la entrada a los baños, si- rio. ¿Recuerdan alguna otra cosa?
tuación que causara innumerables —¿Hizo algo genético? —
confusiones a pesar de contar cada preguntó otro del grupo.
una con su cartel distintivo. Pero, —Cierto, muy bien. El Doctor
el público, distraído y apenas in- Gould descubrió la forma de evitar
teresado en una única cosa, no re- el deterioro genético de las células
paraba en aquellos detalles. del cuerpo humano. ¿Saben que
En la sala, Galad guiaba a los significa esto?
primeros visitantes de la mañana, Ante la falta de respuesta, Ga-
explicando los cuadros y gráficos lad continuó.
que colgaban de las paredes, antes —Que las enfermedades gené-
de acercarse todos juntos a la ticas han remitido, quizá no han
atracción principal, como una len- desaparecido por completo, pero
ta preparación para conocer lo más están en camino de hacerlo. No
importante, como un paso necesa- debemos confundir aquí los defec-
rio para comprender la importancia tos genéticos con los físicos, que
de todo aquel lugar. si bien en algunos casos están re-
—Es muy probable —decía la lacionados, no siempre es así. Y
mujer en ese momento—, que todo se lo debemos a los descu-
conozcan algunos de los logros brimientos de esté gran hombre.
del Doctor Gould. ¿No es cierto? Mientras hablaba, Galad se ha-
—preguntó con una sonrisa en- bía desplazado junto con los visi-
sayada infinidad de veces frente al tantes hasta el centro de la sala
espejo. para mostrarles la caja de cristal
Un lacónico “Si” fue la res- más conocida del mundo.
puesta general del grupo. Grand se retrasaba intentando
—¿Quieren ayudarme a nume- abrir la puerta de su oficina, la ce-
rarlos? rradura se trababa todo el tiempo,
—Gripe —dijo uno de los visi- debía llamar a un cerrajero, pero
tantes en voz baja. siempre lo olvidaba. El mes ante-
—Si, muy bien —dijo Galad— rior habían cortado el teléfono del
. Desarrolló un anticuerpo natural museo por falta de pago y, este

8 | PROximA
mes, el presupuesto para arreglos sillón del Director, tan añejo como
menores se había agotado en las el mismo museo, y comenzó su
reparaciones de las goteras del te- calvario cotidiano.
cho, por lo que ese detalle debería Desde la mañana, y hasta las
continuar esperando a que le llega- diecinueve horas, como escapados
ra su momento de ser atendido. de un cuentagotas roto, los visi-
De todos modos, logró entrar a tantes llegarían al museo atraídos
la oficina antes de seguir escu- por la vieja fama del lugar y el re-
chando. nombre de su primer dueño. En
—¿Es el cuerpo verdadero? — pequeños grupos, en parejas, o
fue la última pregunta que llegó a solos, siempre había alguien reco-
sus oídos. rriendo la sala. Después de todo, el
El resto de la historia ya la co- museo era de los pocos lugares
nocía, el discurso de Galad nunca públicos que mantenían la política
cambiaba. de entrada libre y gratuita; razón
La oficina, casi tan grande co- por la que, los días de lluvia siem-
mo la sala de exposiciones, era un pre parecía estar atestado de gente,
viejo desorden. Al escritorio, la para desesperación de Gimil que
máquina de escribir y la biblioteca debía mantener los pisos lo más
original, se le había agregado todo secos posibles para evitar posibles
aquello que corriera riesgo de ser accidentes y demandas.
dañado por el estado del edificio. Comenzaba a concentrarse en
Se acumulaban ficheros, cuadros, los papeles acumulados sobre el
cuadernos de notas escritos por el escritorio cuando Gimil, el torpe
propio Gould; un sinfín de objetos encargado de la limpieza entró sin
rotos, o en camino de estarlo, y llamar, como era su costumbre.
otras cosas que los años habían Grand levantó la vista del docu-
ido depositando allí por el azar y la mento que leía y dijo:
desidia de los directores anteriores. —Debes golpear antes de en-
La oficina era grande, es cierto, el trar.
espacio para trabajar, en cambio, —Disculpe, Señor —dijo Gimil
resultaba bastante reducido. con su gangosa casi inentendible
Grand dejó el saco en el perche- voz—. No sabía que había llegado.
ro junto a la puerta, aún sabiendo —Si no lo hubiera hecho, la
que todo el que entrara lo rozaría y puerta estaría cerrada —respondió
estaría sucio al final del día. Nadie Grand.
tenía razones válidas para ir a mo- —Es verdad, sí. Disculpe.
lestarlo pero, debido a que había —Está bien —dijo Grand—.
tan poco que hacer, siempre encon- ¿Qué necesitas?
traban alguna excusa. Llegó hasta el —Venía a limpiar la oficina,

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Señor, hace días que usted no me alteraba los nervios estar cerca de
lo permite. alguien que no podía hacerse en-
—¿Has terminado ya con el tender todo lo claro que a él le pa-
resto de las salas? recía necesario. Para empeorar la
—Si, Señor. situación, en aquel lugar, tenía que
—Comienza entonces. soportar tener cerca no a uno, sino
—¿Se quedará usted aquí, a dos personas con esa dificultad,
Señor? por lo que su fastidio iba siempre
—Si —respondió otra vez con en aumento.
fastidio, la charla lo distraía—, Por alguna casualidad del des-
siempre que hagas el menor ruido tino, la sala estaba vacía, Galad le
posible. daba la espalda mirando hacia la
La siguiente media hora Gimil calle por el ventanal del frente, se-
trabajó con tanto cuidado que po- guramente pensando en convencer
día decirse que no estaba dentro a Gimil y Grum para que limpiaran
de la habitación. Limpió el polvo, el pequeño jardín; tampoco tenía
acomodó las pilas de carpetas, le- intenciones de hablar con ella, por
vantó otras del suelo, quitó las te- lo que rápidamente buscó refugio
larañas que poblaban las esquinas en el baño de hombres.
y barrió el suelo; aún así, era tanto No había dudas. Atravesaba
el desorden del lugar que todo su una crisis personal, el principal mo-
esfuerzo apenas marcaba alguna tivo de ausentismo laboral en estos
diferencia. días. El mundo que durante años
Grand había olvidado que no había construido en torno a su figu-
estaba sólo en la ofician, por lo ra, su saber y su respetabilidad, ha-
que el ruido de la ventana al abrir- bía fracasado en el simple acto de
se a su espalda lo sobresaltó. arrojarlo de cara al éxito. En una
—¿Todavía aquí? época había ansiado estar allí, en
—Aún no he terminado —dijo ese lugar, en esa posición de poder,
Gimil, o eso interpretó Grand a como la culminación de su carrera
partir de los sonidos que escu- de ascensos. Pero, cuando final-
chó—. Falta limpiar aquí — mente lo logró, ahora que el otoño
señalaba el marco de la ventana—, en más de un sentido atravesaba su
necesito de un poco de agua. vida, aquello no le resultaba en lo
—Si, bueno, está bien. Termi- más mínimo satisfactorio.
na de una vez. Le costaba orinar, signo de la
—Iré a buscarla —dijo Gimil. edad y el mal dormir. No le gustaba
Cuando Gimil regresó con un el trabajo del museo, que de tan
balde, junto con un trapo viejo y tranquilo resultaba aburrido, no le
sucio, Grand salió de la oficina; le emocionaba ya, el peso de los años

10 | PROximA
le había quitado esa posibilidad. Su —¿Qué le pasó a tu voz?
deseo lo había traicionado, como —Esta es mi voz, sólo que us-
dijera en su momento Oscar Wilde, ted no lo sabía —respondió Gimil
al alcanzar su meta, ésta perdió señalando una de las sillas.
cualquier interés que pudiera tener —Bien —dijo dubitativo
y, por ende, su vida ya no tenía Grand—, Gimil, no me has res-
sentido. Su triunfo era su fracaso; pondido aún. ¿Qué sucede aquí?
de no ser porque le afectaba direc- —Por favor, deje de llamarme
tamente, se reiría ante tanta ironía. de ese modo, mi nombre es Klint.
Se lavó las manos y la cara an- —¡Imposible! —gritó Grand—
tes de salir, demoró cinco minutos . ¡No es verdad! ¡Mientes!
más intentando convencer al espejo Klint impuso silencio con sólo
de que le mostrara una sonrisa en levantar una mano. Su presencia
su rostro, pero la resignación y su avasalladora anulaba todo intento
cabello encanecido prematuramente de negársele. Y lo único que hacía
no se lo permitieron. Debía regresar era hablar; apenas se movía, pero
al trabajo, lo quisiera o no. en él no quedaba traza alguna del
conserje torpe, cabizbajo y silen-
II cioso que fuera hacía tan sólo
Grand abrió la puerta de la oficina, unos instantes.
buscó con la mirada a Gimil y, con —Le daré una explicación de lo
estupor, lo encontró hurgando en- que necesito y, ahora que me ha
tre los papeles apilados sobre el descubierto, me ayudará a obtener.
escritorio, los ficheros más cerca- —¿De qué está hablando? —
nos estaban abiertos y parecían preguntó Grand mientras se senta-
revueltos. ba—. ¿Quién es usted?
—¿Qué es lo que haces Gimil? —Yo hablaré Señor Grand. Us-
Una voz diferente, que no guar- ted escuchará. Y no me interrumpi-
daba relación alguna con la anterior rá como es costumbre en ustedes.
gangosidad, una voz cargada de au- Grand asintió con la cabeza sin-
toridad, le respondió: tiéndose empequeñecer. Intuyendo
—Será mejor que cierre la puerta la autoridad que aquella persona
Desde ese momento, Grand no emanaba y la imposibilidad de ne-
tuvo control sobre lo que sucedía garse a hacer lo que le decía. Ni si-
en el museo, en la oficina ni sobre quiera se atrevió a preguntar a qué
sí mismo. se refería con ese “ustedes”.
—¿Qué sucede? —En el mismo brazo de la ga-
—Acérquese —dijo Gimil—. laxia que ocupa éste minúsculo
Necesitará estar sentado, y relaja- planeta, existen varios soles y pla-
do, para oírme. netas habitados, datos desconoci-

proximA | 11
dos por los humanos; de la misma —¡Silencio! —gritó Klint gol-
manera en que ignorábamos que peando la superficie del escritorio
aquí existiera algo más que hume- con el puño, como Grand no repli-
dad. Hasta donde conocemos de la có, continuó hablando en el mis-
historia del Universo, pertenezco a mo tono monocorde—. De no ser
una las civilizaciones más anti- por el egoísmo y la vanidad del
guas. Ustedes aún no habían evo- hombre nunca hubiéramos descu-
lucionado de los primates y noso- bierto el lugar en que la rama fue
tros surcábamos el infinito sin ne- abandonada. Quizás el renegado
cesidad de destruir nuestro planeta llegó aquí por error y ya no pudo
para ello, claro. ¿Me comprende? continuar su viaje, o alguna otra
No soy de aquí. cosa; como fuera, el olivo carece
—Si —balbuceó Grand—, de valor en este primitivo mundo.
pero… Como usted ya debe de haber adi-
—Ya tendrá tiempo para pre- vinado, la rama de olivo de la que
guntar. Según el sistema que utili- hablo es la que el Dr. Gould abra-
zan para medir el tiempo en la Tie- za. Pertenece a mi mundo, a mi
rra, hace aproximadamente dos civilización, al Creador. Y la nece-
milenios y medio, poco más o po- sito, a diferencia de ustedes que
co menos según el calendario con- no saben qué hacer con ella. Y us-
sultado, un renegado, uno de los ted me ayudará. ¿Alguna duda?
criminales más grandes que cono- Grand miró hacia la ventana,
ció nuestro mundo, cometió el luego volvió la cabeza hacia la
más atroz de los actos. Despojó a puerta que continuaba cerrada, só-
la estatua del Creador de su atribu- lo ellos sabían lo que se hablaba
to, una rama de olivo, única planta allí dentro. Los gritos y golpes no
común a todos los planetas por él habían alertado a nadie de que allí
administrados. Símbolo de su po- sucedía algo fuera de lugar.
der, omnipresencia y, también, su —¿Me toma por tonto? —
única debilidad. preguntó Grand.
—¿Un olivo…? Pero… — —¿A qué se refiere con esa ex-
comenzó Grand. presión? —preguntó Klint mos-
—Símbolo de unión y confra- trando algo de duda por primera
ternidad entre las civilizaciones de vez en la conversación.
la galaxia. ¿No lo saben? No, lo —Tengo tres doctorados, una
olvidé. Aún no lo saben. Y es que carrera académica de treinta y cin-
desde el día en que la rama fue co años, un currículo y una trayec-
hurtada, el universo comenzó a toria envidiables, ¿usted cree que
decaer. su historia me resulta algo más que
—¿A qué…? palabras? No tiene que inventar

12 | PROximA
semejante disparate para ocultar creer, señor Grand? La tendrá. Y
que buscaba algo que robar de mi sólo necesitará colocar este prisma
escritorio; se hubiera ahorrado la de cristal sobre su ojo.
historia de ciencia ficción saltando Klint dejó un trozo de cristal de
por la ventana y huyendo sabiendo escasos cinco centímetros sobre el
que no lo perseguiría. escritorio. Nada en su aspecto de-
—Todo ese saber, toda esa ex- lataba que su factura fuera ajena a
periencia, señor Grand, no le sirvió la tierra.
más que para conseguir un trabajo —¿Qué es eso?
rutinario en un museo decrépito. —La prueba que necesita, la
No debería ser tan escéptico, Doc- historia que le he contado. Dos mil
tor —la forma en que pronunciara quinientos años de búsqueda in-
la última palabra le dolió a Grand fructuosa en un cristal de informa-
más que el peor de los insultos—. ción. Ustedes tienen sus métodos
Después de todo, existen sorpresas para controlar la transmisión de la
en todo el Universo. Nosotros nos historia, nosotros tenemos los
sorprendimos al recibir una señal, nuestros.
de lo que ustedes denominan tele- —Suponiendo que sea tal co-
visión, en la que mostraban, con sa, y sólo por seguirle el juego, le
orgullo y satisfacción en la voz, los preguntaré: ¿Cómo funciona esa
logros de Gould. Entre tanta vani- cosa? —con reticencia.
dad, odio, egoísmo, guerra y ver- —Debe colocarlo lo más cerca
güenza, la grandeza, la respuesta a posible de su ojo.
todos los problemas ¿Se imagina —¿Cualquiera?
nuestra sorpresa al reconocer aque- —Así es.
llo que buscamos por toda la gala- —¿Dañará mis ojos?
xia, en cada perdido lugar? En todos —Para nada, es inocuo. La in-
lados… si exceptuamos este ínfimo formación se transmite directo al
mundo, claro. Y ustedes preocupa- sistema cognoscitivo. Lo físico
dos únicamente por ustedes mis- apenas interviene.
mos. Tanto que aún ignoran que la Sin dejar de mirar a Klint bus-
grandeza de Gould se debe, pura- cando cualquier reacción que dela-
mente, a la rama del olivo. tara una mentira, una broma u otra
—Me niego a creer que usted cosa. Grand colocó el cristal sobre
sea un ser de otro mundo. Luce su ojo derecho y esperó.
igual a mi, habla igual a mí, fabula —No veo… —comenzó a de-
como muchos otros lo hacen. ¿Qué cir, antes de que un infinito de luz,
lo hace diferente? Además del sonidos y texturas, abrumara su
nombre, si es que éste es real, claro. percepción. No existen palabras
—¿Necesita una prueba para humanas para describir el desaso-

proximA | 13
siego que lo inundó más allá de las lágrimas que nacían del entendi-
nauseas, y mucho peor. miento, lágrimas más amargas de
Colores indescriptibles, trozos lo habitual.
de palabras, parlamentos en una Pasaron más de diez minutos
lengua desconocida penetraban su de silencio, de tensión y espera, en
cerebro, marcaban su memoria, los que se contemplaron largamen-
expandían su ignorancia, transfor- te aguardando que fuera el otro
maban su entendimiento. Detrás quien rompiera el silencio, signo
de todo ese inexplicable sentir, de que, sólo en apariencia, eran
como una música de fondo, conti- miembros de razas diferentes. En
nuaba oyendo a Klint. el universo, en la extensión de los
—El humano James Frazer es- planetas habitados, poco era lo
tuvo realmente cerca de la última que variaba la vida, guardaba
verdad, de conocer lo que subyace siempre una cierta simetría con un
de alguna olvidada manera en lo pasado tan lejano que resultaba
más profundo de las religiones de imposible imaginarlo.
este planeta. Su Rama Dorada de- —Dudo… —comenzó
bería ser el libro guía de esta raza, Grand—. Dudo que lo que tú lla-
no ese mosaico de libros de pseu- mas creador tenga algo que ver
do inspiración divina en los que con los Dioses de la Tierra.
creen. Entenderían el lugar que —Por supuesto que duda, no
ocupan en el universo, el registro sería un ser vivo si no lo hiciera.
de la creación, su lugar en la inspi- Pero terminará por aceptarlo, si no
ración del Creador. Entenderían es usted, alguna generación futura
muchas cosas que atentarían con- comenzará a notar que los ídolos
tra los fundamentos de su civiliza- que adoran, no son más que as-
ción, sin duda, pero el sobrevivirlas pectos individualizados del único
los haría más fuertes, dignos hijos Creador, cuya única imagen posi-
de quien les dio la vida, herederos ble reside en el planeta santuario
reales de su creación; dejarían de del que provengo.
asesinarse y dañar a su exiguo —Se parece muy poco a la
mundo, serían iguales, no diferen- omnipresencia de…
tes, entre ustedes. Conocerían la —El problema es su filosofía de
galaxia y, por otro lado, su exis- la perfección, de la imagen y seme-
tencia no sería un secreto. janza. Esos detalles no nos afectan
Cuando Klint guardó silencio, a nosotros, que en verdad cono-
Grand retiró con cuidado el cristal cimos al Creador.
de su ojo, el aleph se sensaciones —Una estatua, al menos.
se había acabado. Dos surcos de —Que es más que suficiente
lágrimas humedecían su rostro, —respondió Klint—. Estatua,

14 | PROximA
símbolo y entidad, a la que usted por el tiempo que, estimo, será su-
ha visto y me ayudará a salvar. ficiente para que cumpla con su
—¿Pretende que le ayude a robar labor. Pero tengo una pregunta.
aquello que da sentido al museo? —Dígame.
—No, no quiero el cuerpo de —¿Qué obtengo a cambio de
Gould, sólo la rama hija del primer mi ayuda? Porque estaría arries-
olivo universal, y que se mantiene gando más que mi puesto de tra-
verde no por el saber del buen bajo. ¿Incluyó eso en sus cálculos?
doctor, como ustedes creen, sino —Obtendría la satisfacción de
por la gracia divina del único… ayudar en una causa más grande
—Creador. Seguro. Pero, aun- que su minúscula persona, sería
que quisiera, no tengo herramien- recordado eternamente como
tas para atravesar el cristal reforza- aquel que acercó un paso la restau-
do, como habrá notado al revisar ración del universo, su alma sería
el lugar. No sabría cómo hacerlo la primera alma humana en alcan-
sin exponer el cuerpo de Gould a zar la verdadera gloria…
un posible deterioro, a la corrup- —En resumen: nada —dijo
ción del cuerpo, al contacto con el Grand—. ¿Puedo pensarlo unos
aire. No sé qué ocurriría si algo minutos?
cambia en su condición. —Esperaré afuera, sé que les
—Yo sé cómo hacerlo. Tengo gusta pensar las cosas importantes
todo planeado, todo estudiado. Si de modo solitario —respondió
seguimos mi plan no habrá riesgo Klint—. Pero no se demore —
alguno. Sólo existe una molesta acotó desde la puerta.
complicación.
—¿Cuál? —preguntó Grand sin Mal disimulada, sin intentos de
imaginarse una posible razón para ocultarla, la turbación de Grand
tanta preocupación para Klint. cuando salió de la oficina era evi-
—Galad. dente. Parecía que hubiera luchado
—¿Qué hay con ella? contra alguien muy fuerte; se lo
—No le agrado, ni ella a mí. veía desalineado, con la corbata
No me permite acercarme al sarcó- desatada y el pantalón arrugado,
fago más que en su presencia, y algo poco común en él. Llevaba un
bajo supervisión de su infradotado sobre de papel en las manos, cerra-
guardia de seguridad. Es un gran do y lacrado con el sello del museo,
problema que requeriría algo más con una dirección escrita con su
que información el resolverlo. Ella minúscula y pulcra caligrafía.
no lo entendería. Dudo que quiera Evitó la mirada a Klint al contra-
hacerlo, o que siquiera le interese. rio de lo que él esperaba que hicie-
—Puedo deshacerme de ella ra, dio unos pasos por la sala vacía

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en medio de la tarde y llamó: —Señorita Galad, no se preo-
—¡Galad! cupe, la esperaremos —dijo
La mujer apareció de la nada, Grand—. Gracias.
como si hubiera sido invocada al Cuando Galad salió del edificio
pronunciar su nombre, desde una cargando su mala predisposición
de las salas cerradas. para cumplir con la tarea que no
—¿Si? consideraba a su altura, Grand mi-
—Lleve éste sobre a la direc- ró a Klint quien, para disimular,
ción indicada —dijo entregándose- barría en un rincón de la sala. Ca-
lo a la mujer. minó hasta el ventanal y, dándole
—¿Yo? —preguntó Galad con la espalda, miró pasar a la gente
suma incredulidad—. ¿Por qué no por la calle emulando la actitud de
se pide a él? —dijo señalando a Galad cuando no había visitantes e
Gimil. ignorando cuanto ruido escuchó
—Es muy importante — detrás de sí.
explicó Grand— que este sobre Quizá comprendiendo el deba-
llegue rápido. Si se lo pido a él, o a te ético que se producía en el inte-
Grum, ¿quién me asegura que no rior de aquel ser humano, Klint no
se distraerá en el camino mirando pronunció palabra alguna. Fueron
una mariposa, o una rajadura en el casi veinte minutos en un tenso y
asfalto? Usted es la única que pue- quebradizo silencio en el que am-
de cumplir con la condición de la bos actuaban como si nada extra-
rapidez. Y su eficiencia nunca sería ño sucediera en aquel lugar.
puesta en duda. Grand no quería saber cómo
Sin hacer el menor esfuerzo por haría el extraterrestre para atravesar
disimular el fastidio, Galad tomó el el grueso vidrio de la bóveda, ni lo
sobre. que luego haría para repararlo,
—Debe también esperar la res- quería mantenerse en la mayor ig-
puesta —acotó Grand con una norancia posible.
sonrisa. La sombra de los grandes edifi-
—¿Quién guiará a la gente? — cios cubría el jardín y el frente del
preguntó, irritada, Galad. museo; parecía una construcción
—No vendrá nadie, se lo ase- abandonada esperando por los
guro, falta poco para que sea la equipos de demolición. Parecía
hora de irnos. Galad, por favor — que el final se acercaba un poco
pidió Grand. más; si Klint, como pensaba
—Muy bien, iré. Pero no se va- Grand, había mentido al decir que
yan antes de que vuelva, dejo aquí sabía cómo hacer que todo per-
mi abrigo. No hace tanto frío aún maneciera igual una vez que quita-
como para llevarlo. ra la rama de olivo, el museo care-

16 | PROximA
cería de sentido. El cuerpo de Aún podía vérsele alejándose
Gould se deterioraría, el misterio por la calle cuando Grum se asomó
de su conservación carecería de por la puerta abierta con su habi-
valor y el esfuerzo por mantener tual expresión vacía y la mirada
en buen estado aquel lugar, sería perdida.
por completo innecesario. Su —¿Señor? —dijo tímidamente.
nombre, pensaba Grand, quedaría —¿Qué sucede Grum?
por siempre asociado a los últimos —Gimil se llevó la ramita del
días del museo. Lo sabía, pero ni doctor Gould.
siquiera tenía el humor necesario —Sí, Grum, lo sé.
para hacer algo al respecto. —¿Debo hacer algo?
Acabada su faena Klint colocó —Entra y cierra la puerta, está
el trozo de vidrio otra vez en su entrando el frío.
lugar, sin hacer el menor intento —Pero, la ramita, Senor, ¿él la
por disimular el corte; por el grosor necesita? —volvió a preguntar
del material se mantendría en su Grum.
lugar sin dificultad. El grosero corte —Así lo parece —respondió
era visible desde cualquier ángulo Grand sorprendido por la pregunta.
en que se mirara al sarcófago. —¿Para qué?
Con la rama de olivo en sus —Dice que restaurará el Uni-
manos se dirigió a la puerta de en- verso con ella, Grum.
trada, antes de abrirla miró a —¿Eso es algo bueno? —
Grand; quería decir algo, cualquier preguntó, sin comprender, el por-
cosa que sirviera para ayudar a ese tero.
hombre en medio de su tribula- Grand inspiró profundamente
ción. En cambio, preguntó: antes de respirar.
—¿Qué había en ese sobre? —No lo sé, Grum, no lo sé.
—Mi renuncia. Pero quién soy yo para intentar
—¿Por qué? impedírselo.
Grand no respondió, Klint abrió ©José A. García
la puerta y se fue.

JOSÉ A. GARCÍA nació en 1983, en San Isidro, Buenos Aires. Es escritor,


guionista de historietas, blogger y profesor de historia. Publicó los libros
de cuentos breves La Puerta y sus Reinos (2002) y Fábulas del Cuaderno
Verde (2014), así como los libros de historietas Cómo armar tu primer
CV (2012) y La Sombra de Franco Salvatierra (2013), en colaboración con
el dibujante Matías Chenzo. En PROXIMA nro.28 publicamos Buho-
nero, historieta realizada con el dibujante Serafín.
Sitio web: www.proyectoazucar.com.ar

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LA TIGRA
ARIADNA CASTELLARNAU
18 | PROximA
Estaba sentada en el porche des- la misma cara de siempre, blanca y
pués de baldear los escalones, transparente, el mismo pelo aun-
agradeciendo el frescor que levan- que algo más corto, los ojos sin
taba el agua sobre el suelo de ma- matices, ningún cambio dramático
dera resquebrajada, cuando la vio a la vista en esas facciones que pa-
venir por el camino. Al principio recían haber sido cinceladas a mu-
Lux no la reconoció, de modo que chos grados bajo cero. Maia no lo
se levantó de la silla, entró a la ca- había pasado mal. Donde quiera
sa, abrió el armario de la cocina que hubiera estado estos últimos
donde antes guardaba las escobas años, no le había faltado la comi-
y sacó el rifle. Volvió a salir, apun- da y el abrigo.
tó y ahí estaba Maia, más delgada, −¿Cómo supiste que ibas a en-
más pálida, más bella de lo que la contrarme aquí? −preguntó Lux.
recordaba. −¿Dónde más podías estar?
Lux se quedó paralizada, rifle −Muerta.
en mano. Miraba sin poder creer. Maia se echó a reír. Conservaba
Maia sonrió. Subió un escalón, todos los dientes. Una hilera uni-
luego el otro y se lanzó a sus bra- forme de dientes blancos y sanos.
zos. Durante mucho rato ninguna −Tú nunca te vas a morir. Ni
de las dos pronunció palabra. Maia aún con mil destrucciones más. Y
la abrazó fuerte y Lux... Lux no de- ahora tengo que preguntarte algo.
volvió el abrazo porque tenía el Estoy hambrienta, Lux. ¿Tienes
arma en una mano y la otra pendía comida?
incrédula a un lado de su cuerpo. −Ven adentro. Pero antes quíta-
−He caminado dos semanas te las botas.
enteras para llegar −dijo Maia Maia obedeció. Se sentó en la
cuando por fin se deshizo el abra- silla de mimbre y se desató los
zo−.¿Cómo estás? cordones de sus botas. Llevaba
Lux estaba sin palabras. La pre- unos calcetines con motivos de
gunta la había dejado aturdida. Papá Noel muy desteñidos y llenos
¿Cómo estaba? No sabría decirle. de agujeros, pero que aún así aún
Desconcertada, tal vez. No veía a conservaban los dibujos navide-
Maia desde que eran adolescentes ños. A Lux le vinieron ganas de
pero le bastaba con echarle un echarse a reír. ¿De dónde había sa-
breve vistazo para sacar algunas cado eso? Maia se los quitó y se
conclusiones. Ropa buena aunque quedó con los pies desnudos.
sucia y rasgada, un par de botas Pasaron a la cocina. Lux abrió
también sucias pero enteras, nin- un par de latas de conserva y puso
gún signo de enfermedad o desnu- el pan que había hecho ella misma
trición, ninguna herida ni rasguño, sobre la mesa.

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−¿Pan? −preguntó Maia−. ¿Esto −respondió Maia−. ¿Ves que yo sí
es pan de verdad? ¿De dónde has me acuerdo? ¿Cómo me ves?
sacado lo que sea que se necesite −Fantástica, como siempre.
para hacer pan? Maia sonrió pero no le devolvió
Lux se encogió de hombros en el cumplido. Lux recogió las migas
silencio. La Tigra bien tenía que de pan y las tiró en el fregadero.
servir para algo. Con paciencia y −¿Por dónde has estado?
fuerza de voluntad, había encon- −preguntó Lux.
trado la manera de volver a sem- −Por ahí −contestó Maia diri-
brar y de obligar a la tierra a darle giendo su mirada hacia la ventana
frutos. Ella podía con todo. Vivía y a los campos vacíos que se ex-
sola en aquel rancho desde hacía tendían al otro lado de los crista-
por lo menos una década. Vestía les−. Pasaron muchas cosas en to-
un abrigo largo, hecho con pieles do este tiempo. Me casé.
de conejo y su cabello rubio, que −¿Y dónde está él?
empezaba a encanecerse, le caía Maia pasó un dedo por el plato
sobre la espalda enredado y salva- y luego se lo llevó a la boca.
je. Su puntería con el rifle era im- −Murió. Cuando me quedé sola
batible y cuando entrecerraba un fui a la casa de mi familia, pero ese
ojo en la mirilla, lo hacía con la fría no era un buen lugar para mí. Así
solvencia de un francotirador. que me volví a marchar y durante
Lux vertió el contenido de una mucho tiempo traté de juntar valor
de las latas en un plato y lo puso para venir aquí.
a la mesa. Maia lo cogió con las Lux retiró el plato de la mesa.
dos manos, se lo acercó y metió Maia no se ofreció a ayudarla. Se
pedazos de pan dentro del bol. quedó sentada con las piernas cru-
Luego se lo llevó todo a la boca zadas y balanceando un pie en el
con los dedos. aire. Seguía siendo la misma de
−¿Sabes cuánto tiempo hace siempre. Segura de su encanto.
que no nos vemos? −preguntó −Qué piensas hacer? −preguntó
Maia con la boca llena. Lux.
Lux contaba el final y el co- −¿Con qué?
mienzo del año tomando como −Quiero saber cuánto tiempo
punto de referencia el día en que piensas quedarte.
Maia se había ido del pueblo con −No lo sé. Tal vez para siem-
su familia. Antes de eso su vida pre. No sabes lo mal que está ahí
estaba vacía como el hueco de una afuera, vives aislada.
escalera. Y sin embargo dijo: −Defender la Tigra tampoco ha
−No me acuerdo. sido fácil −protestó Lux.
−Hace más de veinte años −Pero aún así no tienes idea.

20 | PROximA
No has visto nada. Los niños, los −Más o menos −contestó Maia.
incendios, esa maldita idea de la −¿Sabes o no?
Demolición. ¿Me estás oyendo? Maia se encogió de hombros,
−Te estoy oyendo. dando la impresión de que todo
Lux prefirió no contradecirla, eso le parecía una broma infinita.
aunque ella también lo había pa- −Creo que me apañaré −dijo.
sado mal. La Tigra era un lugar ex- −Es un comienzo.
traño. Ni siquiera un árbol que die-
ra sombra en verano. Sólo las ma- Una vez por semana Lux lavaba
las hierbas, que ahora crecían en el la ropa con agua del pozo. Frotaba
lugar de los sembradíos, y los es- las sábanas y las toallas con sus
tablos vacíos, donde los esquele- manos grandes que no resentían el
tos de vacas yacían sobre el suelo frío porque siempre estaban frías.
mezclados con el barro de las úl- El jabón lo fabricaba ella misma. El
timas lluvias. mal había llegado a la Tigra hacía
−Es tarde −dijo Lux. mucho tiempo, pero no había con-
Estaba agotada. Empezaba a os- seguido doblegarla. Lux había
curecer. Lux se acostaba siempre al mantenido las costumbres y las
atardecer y se levantaba cuando formas mientras a su alrededor to-
todavía era de noche. Se ponía su do se hundía. La soga que colgaba
abrigo de pieles de conejo encima entre los tilos chamuscados estaba
del camisón para protegerse del frío cargada de ropa que ondeaba y
y andaba a oscuras hasta la cocina que le producía una sensación
para encender el horno a leña. Te- agradable, el suelo de la cocina re-
nía una buena provisión de encen- lucía porque ella lo limpiaba de ro-
dedores y cerillas, pero prefería to- dillas, restregando las baldosas. Y
marse su tiempo y usar el pedernal así el resto de la casa, que era suya
y el eslabón. Sabía a la donde esta- y de nadie más.
ba cada cosa y se movía a oscuras y Maia salió a la galería envuelta
en silencio como un gato. Cuando en una manta y desperezándose
empezaba a clarear la cocina ya es- como un gato. Llevaba el pelo
taba caldeada y todavía podía sen- suelto y se lo había cepillado.
tarse unos instantes a entibiarse los −Como en los viejos tiempos
pies antes de empezar con el traba- −dijo Maia.
jo de todos los días. Era una vida −Como en los viejos tiempos
solitaria pero limpia. −repitió Lux sin saber muy bien
−Si vas a quedarte aquí necesi- qué significaba eso.
to saber algo −dijo Lux levantán- Maia se sentó en la silla de
dose de la mesa−¿Sabes usar un mimbre y puso los pies encima de
arma? la baranda de la galería como si

proximA | 21
fuera la dueña del lugar. sobre la mesa.
−La verdad es que visto el buen −Aprenderás a usar eso −dijo.
estado de la casa y tus costum- Maia se quedó mirando el rifle.
bres, casi que se me olvida que es- −¿No es este el lugar más segu-
tamos en el fin. Así lo llamaban en ro del mundo? –preguntó.
las ciudades −dijo Maia−. El fin. −No has regresado para escon-
¿Sabías? derte debajo de la cama.
Lux negó con la cabeza. No le −Y dime una cosa, querida, ¿pa-
importaba una mierda cómo lla- ra qué crees tú que he regresado?
maba qué cosa en las ciudades. −No lo sé.
−¿Qué pasó con la gente? Lux esperaba que de Maia se lo
−preguntó Maia. dijera. Si es que había vuelto para
−¿Qué gente? –respondió Lux. disculparse y recomponer la rela-
−La gente de por aquí. ción entre ambas. Ahora que Lux
−Murió todo el mundo, su- estaba a cargo de una casa y se
pongo. había hecho fuerte y ruda podía
−Entonces quedas sólo tú. sentirse a la altura de Maia. No era
−Así es. guapa ni había tenido demasiadas
−¿Tu madre? experiencias. Toda su vida se la
Lux le lanzó una mirada a tra- había pasado encerrada en la Tigra,
vés de las sábanas colgadas. pero era la mejor de las dos. La
−Lo mismo que los demás. más apta.
Maia se cerró la manta en el −¿Alguna vez has disparado a
cuello. Había algo alrededor de su una persona? −preguntó Maia.
boca. Lux podía darse cuenta aun −Varias veces.
estando a unos metros de distan- −Cuéntame una −dijo Maia
cia. Cierta rigidez que antes no acercando la silla a la mesa. Los
había captado. Quizás los años no ojos le brillaban de placer.
habían pasado en vano, pensó −Una vez disparé a una mujer.
Lux. Quizás ahora pudiera mirarla −¿Una mujer?
de otra forma. Descubrir su abyec- −En estas circunstancias, una
ción. Odiarla de verdad, como se mujer es lo mismo que un hombre.
odian las ratas. ¿Qué importa eso?
−Te he preparado el desayuno −No sé. Continúa.
−dijo Lux. Lux bajó la voz y le contó de la
−Como en un hotel −contestó vez que la mujer y la niña albina
Maia. cruzaron los límites de la Tigra y se
Cuando anocheció, se senta- metieron en el cobertizo donde
ron frente a frente en la oscura tenía guardadas las herramientas.
cocina. Lux puso el rifle cargado −No sé que esperaban encon-

22 | PROximA
trar. Tal vez comida. En esa época de todo.
había montones de Rezadores. Al- −¿Y entonces?
gunos incluso se atrevieron a llegar −¿Entonces qué?
hasta la puerta de mi casa. Ten- −¿Cómo terminó?
drías que haberlos visto. Daban −Se fueron. No les quedó más
más asco que miedo. Pero la mujer remedio. La mujer dejó un buen
y la niña parecían distintas. reguero de sangre. Por suerte esa
−¿Por qué? −preguntó Maia. misma noche llovió.
−Estaban sanas. La niña en par- Maia se quedó callada un largo
ticular llamaba mucho la atención. rato. La historia la había impresio-
Tenía un pelo blanco hasta la cin- nado.
tura, de una blancura violenta, −No me gusta que hayas dispa-
como si le hubieran arrancado el rado a una madre −dijo.
color a fuerza de lavados, y se mo- Lux se enfureció. ¿Pensaba que
vía con mucha agilidad, pese a que había sido fácil? Todos esos años,
no tendría más de tres años. Pare- mientras Maia andaba por el mun-
cía un mono. do casándose, conociendo gente, a
−No me digas que le disparaste ella le había tocado pelear. Había
a la niña. echado de la Tigra a los refugiados
No tan rápido, dijo Lux. Prime- llenos de pústulas con sus hijos
ro quería contarle sobre la madre también llenos de pústulas. Había
de la niña. Una mujer alta de pelo limpiado el terreno. Había apunta-
rojo y corto. Un ejemplar majes- lado las cuatro esquinas de su pro-
tuoso, que daba miedo, pero al piedad con sangre. Todo eso le
que igual ella había vencido, por- pertenecía doblemente: por heren-
que era la dueña de la Tigra, por- cia y por la fuerza.
que era valiosa, aunque nadie fue- −Aún así no está bien −dijo
se capaz de darse cuenta, mucho Maia.
menos Maia. Lux cogió el rifle y lo amartilló.
−Las hice salir del cobertizo a ¿Quería darle lecciones? Pues ahora
punta de rifle −continuó Lux− Pri- vería.
mero se asomó la mujer. Llevaba −Vamos –dijo.
un cuchillo de caza en la mano. −¿Adónde?
No había duda de que sabía cómo −Afuera, a limpiar.
usarlo. Así que le disparé antes de
que pudiera hacer algo con él. Caminaron una detrás de la
−¿Y qué pasó con la albina? otra. Lux iba delante y Maia detrás,
−Salió corriendo cuando oyó el resbalando y dando traspiés. No le
disparo. Gritaba como un animal. gustaba andar de noche por el
Tal vez era una animal, después campo. El enorme agujero negro

proximA | 23
de la bóveda celeste abriéndose su amiga se ponía a llorar y se aga-
sobre su cabeza y todo ese silencio rraba el cuello con las dos manos,
que contenía una infinidad de co- como si tuviese un pedazo de pan
sas latentes y peligrosas. ¿Cómo es ahí atorado, o se tiraba de espaldas
que Lux podía avanzar sin trope- al suelo y decía: es que no puedo
zarse? ¿Dónde había aprendido a soportarlo más.
moverse con esa soltura en el me- No siempre hablaban de cosas
dio de la noche? tristes. También estaban las fanta-
−Me concentro −dijo Lux −. Y sías. Maia tenía montones de fanta-
ahora tienes que callarte. sías llenas de hombres y ciudades
No era la primera vez que salían con almenas y palmeras que inva-
juntas en plena noche. A los quince riablemente excluían a Lux. Igual
solían escaparse de casa, cumplien- no importaba. Después de su largo
do un plan perfeccionado en los viaje imaginario alrededor del mun-
recreos de la escuela y en las horas do, Maia regresaba siempre a la ori-
de aburrimiento en clase. Maia la lla del río pedregoso donde se había
esperaba asomada en la ventana criado. Seguía ahí, junto a Lux, sin
porque le daba miedo salir sola irse de verdad a ninguna parte.
cuando ya había oscurecido. Lux Lux aminoró el paso. Sus pies
llegaba hasta su casa y la ayudaba a reconocieron la pendiente.
bajar. Luego echaban a correr. −Ya hemos llegado −dijo.
Evitaban las calles del pueblo y Estaban al borde de un camino.
recorrían las colinas o se acercaban La luna se reflejaba pálidamente en
hasta el río con esa sensación de los guijarros y las rocas.
abrumadora libertad revoloteando −¿Qué vamos a hacer?
en sus estómagos. Maia recostaba −preguntó Maia.
la cabeza sobre el hombro de Lux −Tú espera y verás.
y le contaba lo infeliz que era en Maia temblaba de frío.
su casa, con su madre loca y sus −¿Tienes frío? –preguntó Lux.
dos hermanas feas. Lux también −Un poco.
era infeliz. Ninguna novedad. No −Ponte esto –dijo sacándose el
se le ocurría que una chica de abrigo de piel de conejo−. Necesi-
quince años pudiese ser feliz en su to un pulso firme.
casa, aunque igual callaba y la es- Maia se puso el abrigo, que
cuchaba. Los problemas de Maia olía todavía a animal, a granja. No
eran ridículos en comparación con le disgustaba el olor. Parecía puro.
los suyos, pero Maia lograba que Aguardaron un rato que a Maia
sonaran de verdad terribles. De vez le pareció larguísimo.
en cuando se quedaba en silencio −Ahí vienen –dijo Lux al fin.
y Lux la instaba a seguir. Entonces Maia corrió a esconderse detrás

24 | PROximA
de unos matojos secos. cir cuántos años tenían.
−Levántate –dijo Lux−. No nece- −Son inocentes −dijo.
sitas esconderte. No nos van a ver. −Atraen toda clase de enferme-
Una familia de Rezadores se dades −protestó Lux−. Son ellos
acercaba por el camino. Caminaban los que contaminan la tierra.
lentamente, con el andar caracterís- −No fue culpa suya que llegara
tico de los de su especie, como si el mal.
les hubieran dado cuerda hacía mu- −¿Y desde cuándo tienes alma
chos, muchísimos años atrás. Dos tú? −gritó Lux.
adultos y dos niños. Delgados co- Maia se quejó. ¿A qué venía
mo el último suspiro de vida. Páli- todo eso? ¿Qué había hecho ella?
dos. De una suciedad tal, que era Había pasado mucho tiempo, ¿es
perceptible aún en el medio de la que nunca lo superaría? Lux se rió.
oscuridad más completa. Maia le plantaba cara pero seguía
−Toma el rifle y dispara. siendo una falsa. Una embustera
Lux no necesitaba la luz del día que fingía no acordarse de nada.
para darse cuenta de que a su ami- −A veces te comportas como
ga le temblaban las piernas. Maia una mujer horrible y malvada −dijo
siempre había sido una cobarde Maia.
carente de aptitudes físicas. Lux no No era malvada, se defendió
se lo había reprochado jamás. Al Lux. Le estaba hablando de una
contrario, consideraba que eso le manera razonable. Si quería vivir
otorgaba a ella alguna ventaja. Y en la Tigra tenía que aprender a
esta ventaja le estaba proporcio- enfrentar los peligros. Tenía que
nando en ese preciso instante un aprender a disparar. Lo aceptaba o
enorme placer. se iba por donde había venido.
−Adelante. Ni se van a dar −¿Me lo estás haciendo pagar?
cuenta de que les disparaste. −preguntó entonces Maia.
−¿Pero qué te han hecho? −Dime qué debería hacerte
−susurró Maia en medio de la os- pagar.
curidad. −Tuve que irme, Lux, no podía
−Ensucian mi camino. Cruzan quedarme toda la vida junto a ti. Y
por el medio de La Tigra y traen ahora me lo estás haciendo pagar.
consigo toda clase de pestes. Mi Lux se quejó. Nada más lejos
tierra se transformó en un lugar de de la verdad. La venganza le pare-
paso para ellos. Quiero que escar- cía una enorme pérdida de tiempo.
mienten. La venganza no restituía aquello
Maia miró a la familia de Reza- que se había perdido y por lo cual
dores. Los niños casi habían llega- una persona se tomaba todo el
do junto a ellas. Era imposible de- trabajo de vengarse. Lux, en cam-

proximA | 25
bio, sí quería restituir. Lo deseaba sobre su cintura. No podría arran-
con todas sus fuerzas. carse esa imagen de la cabeza por
−Si quieres quedarte en La Ti- mucho que lo deseara.
gra y comer mi comida, vas a ha- Inició de nuevo la marcha.
cer lo que yo diga y vas a matar No había caminado ni veinte
cuando te diga que mates −dijo. pasos cuando oyó los disparos.
−No puedes hacer conmigo lo Cuatro impactos precisos que em-
que te dé la gana −contestó Maia−. pezaron y acabaron limpiamente.
No eres nadie. Nunca fuiste nadie Apresuró el paso. Quería largarse
y ahora menos todavía. Me tienes de ahí cuanto antes. No la iba a
solo a mí. agarrar la mañana en La Tigra.
−Estás equivocada –dijo−. Eres
tú la que depende de mí. © Ariadna Castellarnau
−Eso ya lo veremos.
Maia pegó media vuelta y em-
pezó a andar en dirección a la ca-
sa. Las hierba reseca le rozaba la
tela de los pantalones. No se había
puesto las botas altas antes de salir
y ahora lo lamentaba. Antes alejar-
se de ahí, se giró por última vez y
miró a su amiga. Lux estaba de es-
paldas y la escasa luz de la luna le
bastaba para distinguirla recortada
contra el fondo oscuro. Con el
transcurrir de los años el pelo se le
había puesto hermoso. Maia tuvo
que reconocerlo. Pensó que pasara
lo que pasara, la recordaría toda la
vida de pie en el camino, noche
cerrada, el cabello largo ondeando

Ariadna Castellarnau Ariadna Castellarnau nació en un pueblo del interior


de Cataluña y se crió en una granja; ahí cultivó su afición por la lectura. Es
Licenciada en Letras, periodista y escritora. Escribe para Radar (Página 12) y
el suplemento de cultura del diario Perfil. Sus cuentos han aparecido en las
antologías Panorama Interzona (Interzona) y Extrema ficción (Antologías
Traviesa). El año pasado se publicó su primer libro, Quema (Gog y
Magog), del que forma parte “La Tigra”, el cuento/capítulo que
publicamos aquí.

26 | PROximA
DESCANSA
SEBASTIÁN GRIMBERG
proximA | 27
Don Enrique se tapa la cabeza con dieta, ella le habría sonreído con
la almohada. Por unos segundos, sarcasmo. Pero en esa ocasión sólo
cree no oírlo más. Pero ahí está: lo miró en silencio, probablemente
plic, plic, plic. Horas antes, luego quiso, necesitó, creer. Y Don Enri-
de lavarse las manos, había notado que había amanecido incluso una
que la canilla no cerraba bien. En hora antes de lo habitual, dispues-
ese momento recordó un artículo to. Pero el día gris y el repentino
del diario: una canilla que gotea descenso de la temperatura lo hi-
pierde un promedio de dos litros cieron desistir, posponerlo para el
por hora. Hizo un cálculo rápido; día siguiente o para cuando el
en un día perdería casi cincuenta tiempo mejorara. Pasó la tarde
litros, en una semana trescientos frente al televisor, cenó té con ga-
cincuenta, en un mes… Hasta ahí lletas que dejó desparramadas so-
llegó. Para sacar la cuenta necesi- bre la mesada y notó, al lavarse las
taba la calculadora o, al menos, manos luego de orinar, el goteo
lápiz y papel. No tuvo ganas de ir a entonces imperceptible de la cani-
buscar ninguna de las dos cosas, lla. En cuanto se acostó, en cuanto
como tampoco de ir hasta la casa los sonidos del día se fueron apa-
de Don Vicente, a pedirle prestadas gando, empezó a oír, al principio
las herramientas necesarias para muy tenue y sin saber de dónde
arreglar la canilla. Si su mujer aún provenía, el plic, plic, plic. Cuando
estuviera, le habría dicho lo que se dio cuenta, se levantó, se envol-
solía: siempre mañana, todo para vió en la colcha de lana (su mujer
mañana y nunca hacés nada. Él hubiera gritado que la arrastraba
hubiera respondido que estaba por el piso) y fue al baño. Apretó
cansado, aunque conocía de sobra la canilla helada hasta lastimarse la
la muletilla de su mujer: ya vas a mano. Por un momento pareció
descansar cuando te mueras. Pero solucionado, pero bastó que llegara
ella no estaba, se había ido prime- hasta su cama, se metiera debajo
ro. Descansa, le gustaba decir a de las frazadas e, inmóvil, empeza-
Don Enrique las veces en que se ra a calentarse, para volver a oír el
encontraba con alguien que, por plic, plic, plic. Ahora Don Enrique
desconocimiento o distracción, le se levanta otra vez. Entra al baño
preguntaba por ella. El día anterior con la cabeza y la espalda cubier-
se había cumplido un año. Don tas por la colcha, recorre los obje-
Enrique había prometido a su mu- tos con la mirada. Coloca dentro
jer, en la cama del hospital, que del lavabo, bajo la canilla, el vaso
cada aniversario le llevaría flores. Si que usa para lavarse los dientes.
se hubiera tratado de otra cosa, de Las primeras gotas le arrancan al
hacer un mandado o empezar una vaso un sonido cristalino, las si-

28 | PROximA
guientes, a medida que se va lle- lleno, el agua desborda. Se rasca la
nando, magnifican los plic, plic, cabeza hasta comprender que debe
plic. Aparta el vaso con fastidio. En haberse dormido, que la cañería
su lugar ubica la esponja de baño. debe haberse tapado y que las go-
Solucionado, se dice satisfecho. tas, constantes, empecinadas, lo
Vuelve a la cama al trotecito, tiri- fueron llenando hasta hacerlo des-
tando; cierra los ojos. Dos minutos bordar. ¿Pero, cómo no lo pensé
después, oye: plof, plof, plof. Corre antes?, se dice. Cruza el living
las frazadas y salta con toda la ve- dando grandes zancadas. Llega a la
locidad que le permiten sus pier- cocina, prende la luz y abre una de
nas. No se envuelve en la colcha, las puertas de la bajo mesada. En el
va al baño tal como está, en cal- piso desparrama las ollas hasta que
zoncillos y camiseta. Enciende la la llave de paso queda al descubier-
luz. La esponja está oscura, llena to. Sonríe. Sujeta la llave con fir-
de agua, y los plof, plof, plof re- meza e intenta girarla. No se mue-
tumban en el techo alto del baño. ve en lo más mínimo. Prueba hacia
Saca la esponja y la tira dentro de el otro lado: lo mismo. Es como si
la bañera. Abre la canilla por com- formara parte de la pared, como si
pleto. El sonido le resulta menos fuese de utilería. Entre los elemen-
molesto, pero el lavabo, con tube- tos que dejó en el piso, hay un cu-
rías antiguas y faltas de manteni- charón. Lo usa para hacer palanca,
miento, no desagota tan rápido pero lo único que consigue es do-
como es necesario y se empieza a blarlo. Se levanta y vuelve al baño
llenar. Temiendo el desborde, cie- tan apurado, que no puede evitar
rra la canilla. Ahí está otra vez: chapotear con las pantuflas en el
plic, plic, plic. Resignado, sale del charco que crece al pie del lavabo.
baño, cierra la puerta y vuelve a su Insulta y golpea con la palma la
cama frotándose los hombros y los pared de azulejos. Inmediatamente
brazos. Apoya la cabeza en la al- lleva la mano al estómago, la pro-
mohada y cierra los ojos que arden tege con la otra. Se pone el tapado,
bajo los párpados. Cuando el espa- va hasta el patio y revuelve en el
cio que ocupa su cuerpo ovillado cajón de madera donde guarda los
sobre el colchón se calienta, em- objetos más variados hasta dar con
pieza a contar las gotas como si una manguera. Le lleva algún es-
fueran ovejas. Plic uno, plic dos, fuerzo ajustarla al pico de la canilla
plic tres, y así. Permanece en un pero, finalmente, lo logra y coloca
estado de duermevela hasta que el extremo contrario dentro de la
oye que algo cae, se derrama. bañera. Suspira. De la boca de la
Prende la luz del baño y descubre manguera sale un hilo débil. Tiene
que por un costado del lavabo los pies entumecidos. Deja las pan-

proximA | 29
tuflas a un costado de la puerta y des, saltar y caer: ¡plaf! Sin darse
va hasta la cama. A punto de acos- cuenta debe haber cerrado los ojos
tarse decide tomar un té. Calza las por un momento, porque ahora, en
zapatillas, se echa una frazada so- la bañera, los que saltan son tres:
bre el tapado. En la cocina, coloca el pez plateado y dos más, amari-
la pava bajo la canilla. El chorro llos. Don Enrique se restriega los
exiguo pronto se transforma en ojos, bosteza, sale del baño, cierra
una línea delgada que resuena, la puerta, trae las frazadas de su
plic, plic, plic, antes de extinguirse. cama y las pone al pie de la puerta,
Prueba con el agua caliente. Nada. para formar una barrera. Cuando
Ni una gota. Se rasca la cabeza. termina la obra busca el tapado y
Abre la heladera y advierte que ol- las zapatillas y vuelve al living, se
vidó llenar la jarra. Mira hacia arri- sienta en el sillón y prende el tele-
ba, niega con la cabeza y bebe un visor. Bosteza varias veces, pero se
poco de leche directo del envase. resiste a acostarse, sabe que no
Vuelve a la cama. Antes de cerrar podrá dormir. Le llama la atención
los ojos oye: ¡plaf! Corre hasta el la cara alarmada e incrédula del pe-
baño. Olvidando que va descalzo, riodista del canal de noticias. Arri-
patina en el agua que cubre el piso. ba de la pantalla se lee: en vivo.
Cae sentado. Por un momento el Sube el volumen para enterarse que
dolor le nubla la vista. Pero es sólo el nivel del río principal, el que
un momento y, con total claridad, provee a la ciudad entera, descien-
ve el pececito plateado que salta y de rápidamente sin que se conozca
vuelve a caer, ¡plaf!, dentro de la la causa. Hay informes de lugares
bañera llena. El pez no es grande, donde escasea el agua. Se pone de
le cabe en la palma de la mano, pie y camina hasta el baño. Parado
donde se retuerce hasta escurrirse frente a la puerta a la que le crece
otra vez al agua, sin embargo, no una panza enorme, Don Enrique se
parece posible que hubiera pasado rasca la cabeza, mira hacia arriba,
por la boca de la manguera. Duran- hace un gesto de asentimiento o
te varios minutos, abrazado a sí cansancio y vuelve a la cama.
mismo, temblando, Don Enrique
observa al pez recorrer el fondo de ©Sebastian Grimberg
la bañera, inspeccionar sus pare-

Sebastián Grimberg nació en 1977 en Villa Crespo. Licenciado en Psicolo-


gía, cursó brevemente Letras y la Maestría en Escritura Creativa de la UN-
TREF. Publicó los libros de cuentos Cada siete segundos (Conejos,
2014) y La mirada del asesino (Cfi, 2015). Recibió premios y men-
ciones. Sus cuentos figuran en antologías y revistas literarias.

30 | PROximA
LA PIECITA DE ARRIBA
GUADALUPE CAMPOS
proximA | 31
No te asustes. No te asustes. No Por lo menos por ahí adonde
te asustes. Sí, fácil decirlo, ¿no? está todo reventado entra un poco
Pero mirá adónde te fuiste a meter. de luz. Pero de lugar suficiente pa-
Era obvio que eso se iba a venir ra pasar ni hablemos. Bueno.
abajo y que iba a bloquear la salida Es una casa vieja. Me parecía,
cuando soltaras la madera, pelotu- pero entre los escombros siempre
da. Agradecé que no se te cayó es difícil darse cuenta. Se le debe
todo en la cabeza. Tantear, tan- haber venido un edificio encima o
tear, tantear, esto es una puerta. algo así, porque había ventanas
¿Esto es una puerta? Sí, es una nuevas en los restos del patio.
puerta. ¿El picaporte? Tantear, tan- Bueh, los edificios siempre están
tear, la puta madre, una cucaracha peor, ¿no?
y la reconcha de Dios. Salí, bicho Y el olor a muerto viene de
de mierda. aquel lado. Mejor no incursionar.
Hay que cantar, en la oscuridad Si acá se llegaba desde el patio,
hay que cantar. Gurisito costero, forzando alguna puerta y empu-
oh, duermasé. Gurisito costero, oh, jando algún montón de escombros
duermasé. Si te dormís mi amor, pero sin subir ni bajar ninguna es-
capaz Héctor te encuentra y te co- calera, quiere decir que es una
ge, eso quieras o no, ay ay ay, eso planta baja. Lógica elemental. Así
quieras o no… Mejor el silencio. que podemos suponer que si hay
Pero si estás como del otro la- salida tiene que estar en el mismo
do de la manzana, boluda, y segu- piso.
ro que ni te está buscando. Mejor Aunque es como que hay de-
tararear. Sí. Mejor tararear. Entre masiados muebles, ¿no? Debe estar
los escombros hay que tararear. bloqueada la salida, no puede ser
Que si te encuentra la muerte que que una casa tan entera haya que-
te encuentre cantando. dado sin ocupar y sin saquear. La
Ecco, ese es el picaporte. A ver, que encontró Héctor está peor, sin
abramos. Trabada. Empujemos. Ahí ir más lejos.
abre. Qué olor de mierda. Uno Jodeme que arriba de ese mue-
piensa que se va a acostumbrar, ble hay una linterna.
pero no, el olor a muerto siempre te Jodeme que tiene pilas.
choca. Meses después, sigue cho- Fah.
cando. Algún día va a haber olor a Bueno, señal de que hasta que
huesos muertos. Y va a seguir cho- empezaron los cortes de energía
cando. ¿Se puede saber dónde cara- acá había gente. Con razón tanto
jo quedó el pañuelo con perfume? olor, no deben ni estar tan podri-
Ah, el otro bolsillo. Con el de los dos.
mocos, qué tarada. Ahí va mejor. Y si no andás con cuidado se te

32 | PROximA
puede venir un ladrillo en la cabeza, cada, Natalia. La vida es buena.
boluda. Esto está más inestable que No, la vida sigue y seguirá
la tía Matilde antes del suicidio. siendo una recalcada mierda. Pero
A ver esta puerta. Ey, una coci- la jardinera está monumental. Sin
na. Y entera. ¡Y con garrafa! Uf, a Héctor para racionar cucharadas y
esta gente la bombardearon bien cachetadas porque comiste de
tarde. ¿No será zona bajo ataque más.
todavía, no? Nah, qué van a ata- Segunda lata mejor no. Que
car, si está todo hecho mierda. Y después de tanto ayuno en una de
Héctor será un reverendo hijo de esas cae mal y después andás vo-
puta pero para elegir lugares la tie- mitando por ahí. Y ahí sí que se
ne bien clara. van a dar cuenta. Una está bien.
¿Qué onda las alacenas? ¡Latas! ¿Una bolsa? Bueno, esta puede
No se puede creer. Hay de todo andar.
acá. Habría que llevárselo a los La onda ahora es encontrar la
otros. Habría que racionarlo. forma de salir de acá.
Pero el que parte y reparte... ¿Eso fue movimiento?
Y aparte, después de lo de ano- —¿Hay alguien? ¿Hola? Si son
che, es lo último que debería im- tus latas las dejo, creía que la casa
portarte. estaba… Bueno, vacía.
Por Lucía y Fermín, por ahí. Una figura apenas delineada en
¿En dónde se habrán metido el umbral. Bajita. Una nena. No de-
Lucía y Fermín? be tener más de diez años, ¿no? En
Bueno, Lucía tiene más cancha camisón. ¿O es un solerito raído?
para esconderse de Héctor, des- —No te voy a hacer nada, ne-
pués de todo es la hermana. Y de na, en serio. ¿Estás sola? ¿Querés
Fermín se encarga. Después de to- que devuelva las latas?
do es su pibe. ¿Le comieron la lengua los ra-
En fin. Muchos días de comer tones o qué? Bueno, ahí se deja
salteado, te encontrás con seme- ver. Más o menos. Ponele.
jante pared de latas de jardinera y —Yo me llamo Natalia. ¿Vos?
de atún, no te vas a poner en ex- Silencio. OK, vamos por pre-
quisita y filantrópica. ¿Abrelatas? guntas de sí/no.
Ahí hay uno. Bien. Tenedor. Bien. — ¿Estás sola?
Es increíble lo que te olvidás hasta Sí.
del olor a muerto cuando tenés — ¿Te devuelvo las latas, no?
hambre. No.
Pensar que en algún momento —Ah, ¿está bien si me llevo un
opinabas que la jardinera era un par?
asco. Qué manera de estar equivo- Sí. Sí enfático. Sí. Alguien diría

proximA | 33
que me las puedo llevar todas. No sé por qué, porque a esta
—Bueno, pero algo necesitás altura ya tendría que haber apren-
comer, nena. dido que eso no se hace, pero dejo
No responde. Se adivina su que la linterna ilumine hacia el
sonrisa pálida en la oscuridad. cuarto. Se llega a entrever un braci-
—¿Sabés salir de acá? Se ter- to pálido, infantil, pútrido, que cae
minó de venir abajo la puerta del de la cama. Y la viga que se le vino
patio, sabés. encima. La concha de la reputísima
Sí. Menos mal. Que quiere que madre que lo remil parió. No, no
la siga. Bien. hay forma de acostumbrarse.
—¿Sabés si siguen los bom- La nena espera en la escalera.
bardeos por acá? Nosotros nos vi- Me mira con pena. Espera a que me
nimos desde Boedo a pata, por allá recomponga. Preferible no pregun-
está terrible. tar. La sigo. Sus pies descalzos, en
Duda, pero niega. el bailoteo de la luz que traigo, pa-
—¿Es tu casa esta? recen no tocar el piso de tan lige-
Sí. Y que hay que seguirla por ros. Andar descalza en un lugar así,
un pasillo que se pierde en la más lleno de polvillo y de escombros.
negra oscuridad. Su pelo largo es Pero parece que no le importa.
casi transparente en la luz debilu- ¿Por qué estamos subiendo?
cha que da la linterna. Las paredes ¿No tendría que haber una salida
están empapeladas. Algún motivo en la planta baja?
de flores que debió ser más o me- Arriba quedan los restos de un
nos moderno allá por los noventa. hall. Y una puerta. Y tras la puerta,
Con suerte. El empapelado está una habitación. O lo que queda de
lleno de manchas. Pobre piba, cre- ella. El techo ya no existe. La venta-
cer en un lugar así. na sí. Y un montón de escombros.
—¿Y tus papás? —¿Acá?
Se encoge de hombros. No se Asiente, parada a mi lado en el
da vuelta. pasillo, y me señala la ventana. Pa-
Espero que no me pida que me so y me asomo. Los escombros
la lleve, ¿no? Lo que le podría ha- forman una ladera. Entiendo. Sí,
cer Héctor no tiene nombre. Morir- con un poco de cuidado por ahí se
se sola está mejor, creo. puede bajar, eso seguro.
¿Y lo que me hizo a mí? En fin. —Gracias.
Al final del pasillo hay una esca- Vuelvo al umbral para despe-
lera y una puerta. Entreabierta. El dirme. Cuesta tratar de sonreír. Ex-
olor es especialmente fuerte acá. Pa- tiendo la mano hacia su hombro.
ñuelito. Malabares para que no se Pero ella da un paso hacia atrás.
caiga la bolsa de las latas a la mierda. Bueno, qué se yo. Andá a saber

34 | PROximA
qué le tocó pasar a esta pibita que ma. Después de todo, esta ya es
no quiere que la toquen. una ciudad de muertos. Pero es
Miro sus bracitos pálidos. Me como con el olor de los cuerpos
acuerdo del otro bracito, en la podridos: no hay forma de acos-
planta baja, medio podrido abajo tumbrarse.
de los escombros. Bombardeos del Hago el esfuerzo de sonreírle.
orto. Guerra del orto. Agarro la bolsita. La sombra de sus
Las latas en el piso para abrir la dedos fríos roza apenas los míos,
ventana. Que hace un ruido horri- que por ahora (pese a las bombas,
ble al abrirse. Y mueve una nube pese a Héctor que se las ingenia
de polvo que ahoga al más guapo. vaya uno a saber cómo para seguir
Una ventana desde un cuarto que encontrando qué tomar en donde
ya es el exterior. Me siento en el no hay con qué achicar el ham-
alféizar. Bueno, es un descenso bre), siguen tibios. Agradezco y
arriesgado, pero ya llevo peores. me tiembla la voz.
El ruidito de las latas que se en- Ni le ofrezco devolverle la lin-
trechocan. La nena las sostiene y terna antes de deslizarme como
las extiende. La luz de la luna le da puedo escombros abajo. Para qué.
en el brazo pálido, inmaterial.
El descubrimiento baja como ©Guadalupe Campos
agua helada. No es la primera que
toca encontrar, no va a ser la últi-

Guadalupe Campos nació en Buenos Aires, en 1983. Es Licenciada en


Letras de la UBA, donde actualmente realiza sus estudios doctorales so-
bre lírica medieval con una beca de la institución. Participa en el grupo de
investigación que edita la revista digital Luthor de teoría literaria. Toca la
guitarra y canta en la banda Symploké. El Revista PROXIMA nro.26
publicamos su cuento “Perséfone”.
Web: revistaluthor.com.ar

proximA | 35
Nuestros libros y revistas están en
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ENTREVISTA

CIENCIA FICCIÓN
EN COMBATE
ENTREVISTA A EDMUNDO PAZ SOLDÁN
Por Laura Ponce

Edmundo Paz Soldán Ávila nació en 1967 en Cochabamba, Bolivia. En


1997 se doctoró en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Cali-
fornia, Berkeley, y desde ese mismo año es profesor de Literatura Latinoa-
mericana en la Universidad de Cornell. Formó parte de la corriente literaria
McOndo, surgida en los años 90, como reacción a la escuela del realismo
mágico y a la forma en que se percibía la literatura latinoamericana. Sus
obras han sido traducidas a nueve idiomas, y ha sido galardonado con el
premio Juan Rulfo por el cuento “Dochera” (1997) y con el Nacional de
Novela en Bolivia (2002). Ha recibido la beca de la Fundación Guggenheim
(2006). En 2012, se publicó su novela Iris y en abril de este año su libro de
cuentos Las visiones, ambientados ambos en un universo de ciencia ficción
extraña, compleja y alucinada, como nuestra latinoamérica actual.
proximA | 37
ENTREVISTA
¿Qué te impulsó a escribir? les gustó el libro, aunque con los
El deseo de transmitir a otros lo que años uno se vuelve un experto en
yo sentía cuando mis lecturas me descubrir lo que de verdad te han
deslumbraban. Decía, si esto es la querido decir.
literatura, yo también quiero jugar. ¿Cómo es tu formación?
Un muy sano propósito (risas). Estudié relaciones internacionales
¿Para qué lo hacés? ¿Cuál es tu en Buenos Aires, en la universidad
propósito? ¿Para qué creés que del Salvador. Luego hice un docto-
“sirve” escribir? rado en literatura latinoamericana,
Es mejor no racionalizar esos im- en California, en la universidad de
pulsos que te vienen desde muy Berkeley.
adentro. Me gusta contar historias
¿Qué te llevó a estudiar esa ca-
y a la vez trabajar con el lenguaje,
rrera y por qué en Buenos Aires?
con imágenes que vienen de los
A principios de los 80 había una
sueños, de las pesadillas. La litera-
crisis económica muy seria en Bo-
tura “sirve” para decir algo sobre el
livia, con una hiperinflación galo-
mundo, sobre la condición huma-
pante. Las universidades estaban
na, que no había sido dicho antes.
cerradas, había huelgas, era com-
¿Qué tan importante es publicar plicado estudiar. Por suerte esos
para vos? tiempos quedaron atrás.
Es muy importante la comunica- ¿Tu primera publicación?
ción con el lector. No escribo solo “Las máscaras de la nada”, mi
para mí. primer libro de cuentos, fue publi-
¿Creés que el lector completa la cado en 1990.
obra literaria?
¿Cómo ves hoy esos cuentos?
Siempre. Es un proceso muy esti-
¿Sos muy crítico con tu obra?
mulante, descubrir cómo tu libro
Les tengo mucho cariño a mis pri-
toma otros caminos de acuerdo a
meros cuentos, pero intento ser
cada lector. Ciertas lecturas te des-
muy crítico con lo que publico. De
cubren cosas que tú no habías vis-
hecho, no quisiera volver a publi-
to pero que estaban en el texto.
car mis primeras dos novelas.
¿Recibís mucho feetback de los
lectores? ¿Cómo es tu relación con la
Es cada vez más fácil el contacto, ciencia ficción?
pero en general los lectores son Fui un gran lector de Orwell y
muy cuidadosos, por lo menos de- Bradbury en la adolescencia. Lue-
lante de ti. Te dicen sobre todo si go, en la universidad, me distancié

38 | PROximA
ENTREVISTA
del género, quizás porque, de ma-
nera consciente o inconsciente,
pensaba que uno se graduaba de la
ciencia ficción, que esas eran lec-
turas adolescentes. Pero después
descubrí a Philip Dick, a William
Gibson, a Neal Stephenson, y volví
con fuerza al género en los últimos
años.
¿Estás leyendo algo de eso ahora?
Estoy leyendo ciencia ficción rusa,
los hermanos Strugatsky y Anna
Starobinets.
¿Qué te atrae de la ciencia ficción
como herramienta narrativa?
Es una forma de percibir el mundo,
de mirar el presente lateralmente,
de hablar de las ansiedades, de- también un relato de la forma en
seos y pesadillas de hoy mientras que buscamos consuelo, transcen-
el lector cree que estás hablando dencia y/o escape de la realidad a
solo del futuro. Es un género muy través de la religión o las drogas.
político que a la vez te permite mi-
rar a las estrellas. Tienes las dos Marcás el paralelismo entre el
cosas a la vez, la posibilidad de la uso que hacen de las drogas tan-
alegoría política, de la crítica so- to los soldados como los revolu-
cial, y la del desborde imaginativo. cionarios.
Es un género que trabaja nuestra Me parece que la droga es parte de
relación con el universo. la guerra.
Que buena definición. Hablame Contame sobre el lenguaje que
de Iris, publicada por Alfaguara. utilizaste, lleno de neologismos
Es una novela de guerra sobre las y contracciones, que mezcla pa-
“aventuras” imperiales en el nuevo labras en distintos idiomas, y
siglo, una lucha clásica entre un que en cierto modo puede verse
imperio y los colonizados, en una como una analogía a la cosmo-
región remota, hostil. Es un inten- logía de sus personajes.
to de atrapar el horror cósmico del Me parecía una contradicción ha-
enfrentamiento entre el individuo y blar de un mundo futuro, en el que
la inmensidad del universo. Es todo había cambiado, con un len-
proximA | 39
ENTREVISTA
las grandes potencias ha vuelto
a ser de “actualidad”, ¿cómo
pensás la locura de estos hom-
bres de Reynols, que cansados
de que ganen los irisinos, em-
prenden su guerra particular?
Hay muchos psicópatas en la gue-
rra, y otros que se transforman en
psicópatas, que se dejan llevar. La
guerra moldea temperamentos y
también los destruye. La locura de
estos hombres está basada en he-
chos reales y pensé que podía
convertirse en un buen ejemplo del
sinsentido de las “aventuras” im-
periales de nuestro tiempo.

¿Te encontrás más cómodo na-


guaje sin cambios. El lenguaje rrando en el formato de novela o
también debía ser intervenido, en el de cuento?
transformado, y debía mostrar la Comodidad, comodidad, creo que
procedencia diversa de la gente el cuento. Pero la novela es un
que poblaba Iris. Así que me puse gran desafío y también me gusta
a jugar utilizando palabras que que un proyecto me incomode.
provenían no solo del inglés sino
¿En qué estás trabajando?
del chino, del quechua, del ale-
Después de terminar Las visiones,
mán, etc. Una vez que encontraba
un libro de cuentos ambientado
equivalencias, luego buscaba el
en Iris (salió en abril, publicado
lado estético de la palabra. Quería
por Páginas de Espuma), estoy
que todo eso provocara extrañeza,
escribiendo una novela realista
un ingreso abrupto a un mundo
ambientada en una cárcel. He
hostil. A la vez, sin embargo, utili-
vuelto a la novela realista, pero es
cé una estrategia recursiva, de mo-
cierto que después de escribir dos
do que después de unas 30 pági-
libros de CF, mi relación con el
nas ya te has familiarizado con el
realismo ya no es la misma, por
lenguaje, ya has entrado en Iris, y
suerte. Mi realismo es ahora más
a partir de ahí todo debería fluir.
alucinado, más delirante, y abarca
Ahora que el tema de las accio- algo más cósmico que mi escritu-
nes militares llevadas a cabo por ra no tenía antes.
40 | PROximA
ENTREVISTA
También salió hace poco el se-
gundo libro tuyo en Argentina,
publicado por Metalúcida Edi-
ciones. Hablame de “El delirio
de Turing”.
Bueno, es una novela sobre ha-
ckers, un enfrentamiento entre su
tecnología y el deseo estatal de
desenmascararlos, en un contexto
de crisis del modelo neoliberal. Fue
mi primer intento de escribir una
novela de CF, a principios de la
década pasada, pero al final termi-
nó siendo muy realista, porque
esos hackers raros y tan marginales
de ese período se han vuelto cen-
trales en la cultura contemporánea
Morales. Así que pensé en la figura
(solo hay que pensar en Anony-
del hacker como un rebelde al sis-
mous, en Wikileaks…). En esa no-
tema, alguien que, desde su espa-
vela también hay mundos virtua-
cio solitario, se pone a sabotear la
les, un diálogo entre lo virtual y lo
estructura de un Estado con el
real, que se ha ido intensificando
que no está de acuerdo. Quería
con los años.
que fuera una novela CF hay un
¿Cómo fue su proceso? espíritu “inmortal” del criptoanáli-
Me tomó un par de años. Los sis en la novela, del cual el hacker
cuentos de Borges me llevaron a vendría a ser parte de un capítulo
interesarme por la lucha entre los reciente, pero al final me di
que codifican mensajes y los que cuenta que esa novela podría ser
tratan de decodificarlos. Quería contada en un contexto más bien
narrar esa lucha en un contexto realista. Así que es una novela
social; en Bolivia acababa de ocu- realista con muchos guiños al cy-
rrir la “guerra del agua”, el modelo berpunk.
neoliberal daba muestras de ago-
tamiento, surgía la figura de Evo La realidad nos alcanza...

proximA | 41
LA MANZANA DE EVA
YADIRA ÁLVAREZ BETANCOURT
54 | PROximA
—Deberías volver a hacer jugue- otras mejores. Podrías iniciar tu
tes, madre. propia línea y enriquecerla con
—Ya no hago juguetes, sólo nuevos productos.
los reparo. »Madre, piénsalo bien. La Re-
La hija frunció el ceño ante la serva no es segura. En casa tenías
brusquedad de la respuesta. tu taller, mejor que este. Tenías
—Madre, no es que esté harta asistentes y clientes a montones.
de venir hasta aquí a verte, pero La gente te hubiera levantado un
deberías preocuparte más por tu pedestal…
bienestar y salir de este lugar. —No quiero un pedestal, Ra-
Fataneh alzó la cabeza y se qui- chel. No quiero volver. Terminé
tó los espejuelos. Frente a ella, so- con la Stormbride. Aquí tengo paz.
bre la mesa, yacía a medio arreglar Ella dejó caer los brazos, des-
una antigua muñeca. alentada. No entendía que su ma-
—Hija, ahora me preocupa dre fuera tan cabezota, tan intran-
más no parecer una vieja demente. sigente. No entendía por qué ese
—De eso te hablo justamente. afán de enterrarse en la Reserva. En
No ganas nada con permanecer este almacén de degenerados.
aquí. Ven conmigo y retoma tu —Querías paz: tienes paz —la
trabajo. frase sonó sarcástica—. Corriendo
La muchacha recorrió con una riesgo de enfermarte, arreglando
mirada el taller. Juguetes destripa- los juguetes de los niños-bomba
dos en grandes cestas de mimbre, en este basural tóxico. A veces ni
aguardando a ser reparados. Un siquiera saben que sus juguetes
estante repleto de otros ya limpios están rotos. Cuando se los quitas
y arreglados, algunos metidos en para arreglarlos te patean y escu-
sus cajas originales, conservadas pen. No tienen ni idea de qué está
intactas por puro milagro. Y presi- pasando alrededor.
diendo todo, el gigantesco escapa- La artesana tembló bajo la bata.
rate de herramientas, la mesa de No reconocía a la niña que había
trabajo y un anticuado ordenador. criado reparando juguetes.
—Hace unos días salió la últi- En otra época Rachel se levan-
ma Stormbride. Está teniendo un taba al amanecer y se escondía de-
éxito loco. Los padres se las arran- bajo del mostrador de su madre,
can a los dependientes de las ma- bebiendo la leche del desayuno
nos mientras sus niños gritan afue- mientras sobre ella Fataneh marti-
ra. Han subido los precios y nadie llaba, destornillaba, soldaba o ras-
chista: siguen comprándolas. Tú paba, reparando juguetes que al
podrías estar ahí, podrías perfec- mediodía los dueños vendrían a
cionarlas si quisieras. Podrías hacer buscar.

proximA | 55
Venía todo tipo de gente. Ado- ni tonterías. A los niños no les gus-
lescentes reacios, arrastrados por ta que los adultos se burlen de
sus hermanos menores, con jugue- ellos.
tes que les hubieran costado burlas Cuando Rachel estuvo lo sufi-
crueles en la escuela si alguien se cientemente crecida como para que
enterara de que aún jugaban con sus manos alcanzaran el mostrador,
ellos. Abuelos afectivos que se unió a la ficción como asistente,
deseaban alegrar a sus nietos repa- y parecía disfrutarla bastante.
rando viejos robots de compañía, Más tarde Fataneh comenzó a
amigos de juegos que habían ca- trabajar en una fundación privada
ducado su tiempo útil, pero a los y el salto de allí a la mesa de dise-
que una hábil artesana podía de- ño y a la fama fue de unos pocos
volver la voz y el movimiento. Pa- meses.
dres apurados que le traían los ju- De la mujer exitosa que solía ser
guetes a ella porque les hacía ca- a la cansada vieja que era ahora so-
mino a la oficina o la fábrica. Y ni- lo había un trecho de años. Pero,
ños, miles de niños escandalosos de la Rachel niña que le alcanzaba
que aprendían a regatear por no herramientas, a la mujer indepen-
alcanzarles el dinero para repara- diente que la enfrentaba, la distan-
ciones complicadas. cia no era de tiempo solamente,
Fataneh usaba entonces, al sino de universos. No sabía quién
igual que ahora, una vestimenta era ella. No la quería a su lado.
híbrida entre médico, veterinario y —Haces mal en subestimar a
mecánico. Debajo de la bata blan- gente que no cono…
ca llevaba un overol azul, y adap- —¡Despierta, madre! —la ex-
taba su aspecto dependiendo de clamación estalló como un latigazo
qué clase de juguete le traían y de y Fataneh se encogió de sorpresa—.
quién lo traía. Entre esos… los hay de más de
Si era un animal de peluche o veinte años. No son niños…
plástico, cerraba la bata y agarraba bueno, no solo niños. Son infelices
una enorme jeringa. Si era algún degenerados, retrasados, tullidos.
tipo de máquina se quitaba la bata; La vieja no pudo resistir más.
y cuando le traían muñecas y sol- Sentía que se ahogaba en aquel
dados, tomaba un viejo estetosco- desprecio. Era eso lo que la había
pio. Para las armas, espadas o pis- hecho salir disparada de su taller,
tolas, aún le fallaba un poco la de la ciudad. Ese devorarse a sí
imaginación… pero bastaba con mismos como una enfermedad au-
quedarse en overol. toinmune. Romperlo todo, llenar el
Toda aquella farsa debía hacerse agua de porquería, el aire de hu-
con la cara muy seria, sin disparates mo, la tierra de escoria; volver lo-

56 | PROximA
cos los genes hasta que perdieran La chica se alisó el pelo con
su camino y luego mirar a otro la- gesto ausente pero no hizo el me-
do como si no tuvieran culpa, o nor intento por levantarse del piso.
cargársela a otros. Se levantó tan —¿Qué es d… degenerado?
violentamente que la silla cayó Su voz sonaba torpe, poco
contra una de las cestas, derribán- usada, y la pronunciación era len-
dola y dejando el suelo sembrado ta. Fataneh tomó asiento a su lado.
de juguetes muertos. —A veces olvido cómo eres —
—Vete —murmuró, y su hija sacó un peine del bolsillo y comen-
reconoció la modulación conteni- zó a peinarla—. No debes prestar
da, aunque hacía años que no la oído a conversaciones ajenas.
oía con tanta precisión. Ven aquí —No puedo no oír.
pronosticando una paliza ¿Por qué Pedirles que no escucharan una
lo rompiste? que nunca llegaba Ex- conversación que tenía lugar a me-
plícame por qué pero que solo de nos de veinte metros era absurdo:
insinuarse ya daba miedo. escuchaban voces a una distancia
—No son juguetes que puedas máxima de un kilómetro y distin-
arreglar, madre —retrocedió Ra- guían las palabras a la mitad de esa
chel—. Dentro de un mes volveré. distancia; y algunos de ellos logra-
Ojalá estés más razonable… por- ban entender la esencia del diálogo.
que te necesito. Hablar de cualquier asunto en la
Fataneh la vio irse. Por el mismo Reserva era no tener secretos.
camino polvoriento por el que Ra- —Degenerado es algo que ya
chel se alejaba envuelta en su traje no es como era.
aislante, venía Kykubi con la cabeza Kykubi suspiró; no entendía
descubierta; su extraño andar li- bien. La vieja no sabía explicarle.
viano la hacía parecer a punto de —Algo roto —arriesgó.
volar. En el rostro con forma de co- —Sí, Kykubi, algo roto que no
razón brillaba la mancha que identi- funciona como debería.
ficaba a su tipo: una explosión de La muchacha hizo girar el peine
blanco que iba oscureciéndose ha- entre los seis dedos de su mano
cia la frente, los pómulos y la barbi- izquierda. Fataneh observó el mo-
lla. Niños bomba de ojos rojizos. vimiento, fascinada como el primer
Pidió permiso con una mirada día que la vio hacerlo.
alerta y entró cuando le hizo un —¿Y yo… yo funciono bien?
gesto de invitación. Acomodó su La artesana sintió que se le
cuerpo delgado en un rincón y congelaba el aliento. Apenas se
sonrió. atrevió a mirar los ojos rojizos de
—Siéntate en una silla, haz el la chica.
favor. —¿Qué te dijo?

proximA | 57
—Degenerada, me dijo degene- —Exacto. Pueden lastimarte.
rada. —Soy fuerte.
No parecía darse cuenta del in- —Kykubi —a veces era como
sulto. No lo entendía… o no le hablarle a un bebé—. Los extraños
importaba. pueden ser más fuertes que tú, y
—¿Trajiste algo? menos buenos.
La muchacha comenzó a reírse —Él es bueno. ¿Arreglarás? —
de forma incontenible y palmeó su eso era lo único que le importaba,
mochila con la mano izquierda, era como hablar con la Rachel de
con la derecha se tapaba la boca y siete años.
reía cada vez más. —Lo intentaré. Pero después
—Traje poco e interesante. me llevarás a conocer a tu amigo.
Fataneh esperó que terminara —Dice que me hará inteligente.
de reír. Mientras fue a preparar al- Jugar con eso era monstruoso
go de comer para ella, porque se- ¿Quién podría ser? Fataneh caminó
guramente estaba famélica. Cuan- hasta la ventana. Luego volvió y
do volvió, Kykubi, después de ha- tomó asiento junto a Kykubi.
ber desplegado un montoncito de —Pero eres inteligente.
extrañas piezas sobre la mesa, es- —No como tú.
peraba sentada en un extremo. —Bueno, soy vieja. He estu-
—Toma —le tendió un plato y diado, he visto mucho.
la muchacha lo agarró ávidamente. —Yo no puedo estudiar.
El pequeño surtido de piezas le No era el mejor camino, así no
resultó desconocido. llegaba a ningún lado.
—¿Qué cosa es esto, chiquilla? —Mira, Kykubi. Todas las inte-
¿De dónde lo sacaste? —le recor- ligencias no son iguales. Si yo tu-
daban vagamente el primer proto- viera tu edad y viviera aquí no lo
tipo del Interactive Magic World, pasaría nada bien. Sin embargo tú
pero a otro nivel, mucho más ele- lo haces de lo mejor: eres inteli-
vado y sofisticado. gente.
—Me dijo que si lo arreglabas —Inteligente aquí. Afuera, de-
me haría inteligente. generada.
No era alguien de la Reserva. Su lógica era cruel, pero exacta.
—¿Quién es esa persona? Y pensar que había quien los creía
—Es un amigo. incapaces de establecer racionali-
—¿Qué te he dicho de los des- zaciones.
conocidos? Oído anormalmente desarrolla-
La muchacha dejó el plato y se do, vista aguda en la semipenumbra
quedó mirando al vacío, aturdida. en que se había convertido la luz
—Que no hable con ellos. del día en esa región, resistencia al

58 | PROximA
hambre, al dolor, a la fatiga, a las y el lago dejó de ser un destino
radiaciones y a distintas toxinas. turístico. La nube de desechos cu-
Manos habilísimas de seis dedos, brió la región por meses y la gente
órganos supernumerarios pero via- que vivía allí comenzó a experi-
bles… parecían un salto evolutivo. mentar drásticos cambios metabó-
O una subespecie humanoide. licos y hormonales, algunos morta-
Tan lentos, con esa torpeza de les. Los diagnósticos de procesos
reacciones y de hablar, como si su carcinógenos aumentaron dramáti-
programa mental tuviera fallas y camente y dos años después del
redundancias que alteraran el fun- accidente nació el primer niño-
cionamiento general. bomba, aunque no sobrevivió a su
—Tú arregla, por favor. primera noche.
Una mutación múltiple, un Desde entonces siguieron na-
error, generado por los elementos ciendo en diferentes zonas del
liberados por el accidente del Insti- mundo. Los que sobrevivieron al
tuto Beagle y las modificaciones principio, permanecieron con sus
ambientales, que quizás con el familias o fueron internados en
tiempo desaparecería junto con los instituciones médico pedagógicas.
individuos problemáticos, incom- Después se decidió aislarlos en la
patibles con la vida. Eso decían los Reserva Beagle, ya que parecían
especialistas. Sí, claro. resistir muy bien las condiciones
Pero los niños-bomba no desa- del lugar. Los descendientes resul-
parecían, no eran para nada in- taban cada vez más fuertes. Kyku-
compatibles con la vida y sí muy bi era uno de aquellos especíme-
prolíficos. nes perfeccionados y vivía en el
Nadie supo nunca con qué se margen de la Reserva. Había igno-
estaba trabajando en el Instituto rancia total acerca de cómo serían
de Ingeniería Genética y Bioprepa- los que vivían en el interior: nadie
rados Beagle. El accidente que hizo había vuelto a entrar.
explotar las instalaciones de la isla, La muchacha tocó la mano de
muy oportunamente no dejó indi- Fataneh sacándola de sus recuerdos.
cios para investigar. Producto de —¿Arreglarás?
una posible conspiración estatal —Sí, Kykubi. Pero debes pre-
con autoridades científicas, todas sentarme a esa persona.
las pistas, documentos y posibles —Bueno.
testigos se esfumaron. Ya había terminado de comer y
Una zona de cerca de cuatro- comenzaba a inclinarse sobre la
cientos kilómetros fue cerrada en mesa.
torno a la isla Beagle. La ciudad de —No te duermas ahí, necesito
los científicos quedó abandonada el espacio para trabajar. Vete a la

proximA | 59
cama y quítate los zapatos antes sonido blando.
de acostarte. —Mierda —refunfuñó descon-
Pero ya Kykubi estaba roncan- certada Fataneh al ver aquello des-
do. Fataneh tuvo que cargarla con parramado en el piso. La sustancia
mucha dificultad y llevarla hasta la era azul, de consistencia gelatinosa,
cama. Tanto pesaba ya que casi la y aparentemente era una pieza más.
dejó caer sobre el colchón. Le qui- —¡Mierda! —gruñó de nuevo,
tó los zapatos y la acomodó como esta vez con más énfasis y cierto
pudo. Notó que tenía algunas ex- matiz de repulsión.
coriaciones y llagas en los talones Las gelatinas psicosensibles
y los dedos de los pies: los zapatos nunca le habían gustado. La Storm-
ya le quedaban pequeños y co- bride tenía tres tipos entre sus ele-
menzaban a lastimarla. mentos y eso la hacía tremenda-
Fataneh buscó en uno de sus mente personal, a las claras una
armarios y sacó otro par más gran- ventaja para los niños, siempre tan
de. Lo dejó junto a la cama y salió celosos de sus juguetes favoritos; y
a tirar los que ya comenzaban a también fiscalizadora en grado ex-
estropearse. Cuando la muchacha tremo, lo que tranquilizaba a los
despertara se pondría los nuevos padres: cuando el juego se tornaba
zapatos sin preguntarse de dónde demasiado acelerado, o demasiado
venían, como los niños. peligroso, o llevaba más tiempo del
La vieja tomó asiento frente al aceptable, la Stormbride detenía
revoltijo de piezas extrañas. Colo- todo y el niño emergía de la virtua-
có un tapiz aislante y sobre él trató lidad descontento, pero vivo. Ade-
de organizar un poco aquello, se- más, varias Stormbrides podían co-
parando las partes más pequeñas a nectarse si se colocaban de una
un lado, las planas al otro, y así las forma especial en el tablero que un
largas, las redondeadas, las blan- asistente de Fataneh había diseñado
das, las metálicas. No conozco como complemento, permitiendo
esta aleación. Algunas parecían que el GP3 de todas se mezclara en
rotas, otras simplemente desarticu- una especie de loca sinapsis, y así
ladas. No entiendo este desorden. grupos de niños entraban en el jue-
Dentro de la mochila aún que- go interactuando unos con otros a
daba algo más. Fataneh se levantó través de sus representaciones vir-
y la alcanzó por encima de la me- tuales. Sin embargo, esas sustancias
sa. Dos cubos semidesarmados de control eran difíciles de manipu-
con una concavidad en las superfi- lar sin las herramientas adecuadas y
cies análogas. Al sacarlos, algo que esta que había salido del juguete
los unía por las concavidades se destripado no parecía estándar.
derramó y cayó al suelo con un —Voy a tener que recogerla.

60 | PROximA
Kykubi tendría que explicarle Las placas se situaron a nivel
muy bien quién y por qué le había del suelo y la despegaron. Luego
dado aquello, y qué era esa cosa. Fataneh la echó en el hueco de
Pero primero debía recoger el una de las piezas cúbicas cuidán-
gel y colocarlo en su lugar original. dose de no tocarla. “Eso” se aco-
¿Sería tóxico? No, si tuviera esa modó con lentitud y ella colocó la
cualidad los sensores ya se habrían otra pieza, la gelatina se desbordó
activado y recomendado la eva- un poco en la juntura y estableció
cuación del edificio. No era la pri- una delicada franja azul a todo lo
mera vez que algo traído por la largo de la unión. Algo de lo que
muchacha había desencadenado estaba en la mesa debía servir para
una reacción de emergencia. mantener unidas las piezas cúbicas
En la Reserva siempre había y quizás para comunicar el com-
que tener sensores de óptima cali- partimiento donde se había aco-
dad, tanto fuera como dentro de la modado la materia gelatinosa con
casa. Nunca se sabía qué podía otros compartimientos.
venir traído por el aire o por las Así Fataneh fue armando aquel
suelas viajeras de Kykubi. Ahora galimatías. Varias veces tuvo que
los detectores de agentes patóge- desarmar todo y comenzar de nue-
nos, niveles de radiación, tóxicos y vo. Algunas piezas estaban rotas y
demás amenazas callaban y Fata- las sustituyó por otras que pare-
neh había comentado días atrás cían encajar de algún modo.
con alguien su asombro por la apa- Desde siempre se había orien-
rente limpieza de la zona. tado casi instintivamente en los
La cosa del suelo vibraba leve- caos técnicos y mecánicos que
mente cuando le daba el aire. Las desafiaban su inteligencia y hasta
ondulaciones azules se oscurecían su imaginación. Así diseñó jugue-
o brillaban. La mujer buscó algu- tes nunca vistos, cosas interactivas
nos medidores de viscosidad, Ph y y sofisticadas como las Furious Ra-
temperatura, un par de guantes y cers y el Interactive Magic World,
una pinza armada de dos placas de hasta llegar a la poderosa Storm-
vidrio no reactivo. bride que los niños se disputaban.
—¡Mierda! —gruñó una vez De este juguete que le había
más y se inclinó sobre la gelatina. traído Kykubi, enrevesado y frágil,
Era muy densa. Tan considera- le intrigaban la función y el origen.
ble su nivel de cohesión que no Le preocupaba sobre todo que los
pudo separar ni una pizca. La tem- chicos de la Reserva no eran capa-
peratura era relativamente baja. Ph ces de jugar con algo así, de modo
muy bajo. No olía a nada ni pare- que no entendía de dónde podían
cía volátil. haberlo sacado.

proximA | 61
—Uhm, ¡qué trastito tan in- primera que se fabricó. Ya se con-
teresante! parece más bien un dis- sideraba un modelo viejo, con solo
positivo de diagnóstico pedagógi- dos prototipos de gel psicosensible
co de los que usábamos con los y estos no eran de última genera-
niños en la Fundación. ción; era menos segura quizás, y
Le dio vueltas buscando alguna menos rápida que la que ahora se
entrada de datos o muestras, pero vendía.
una vez armado, armado, no sé si Rachel la había probado por
arreglado, no se apreciaban ranuras unos días en ella misma y en los
ni orificios. Era simplemente un niños de trabajadores de la Funda-
cubo de seis caras, con la mitad ción, señaló que aún tenía algunas
superior y la inferior capaces de fallas de funcionamiento, predijo
girar sostenidas por el gel psico- acertadamente que podría empeo-
sensible. Que, después de ser acti- rar con el tiempo de uso y propuso
vado, aumentó su nivel de cohe- algunas soluciones para estabilizar
sión hasta el punto de actuar co- los campos, disminuir el desgaste
mo pivote flexible. y acelerar los procesos pseudoneu-
—Bueno, ya está, creo. rales del artefacto. A Fataneh no la
Afuera ya estaba oscuro. Kyku- sorprendió que su hija fuera capaz
bi aún dormía. de llegar a conclusiones y claves
—Debería acostarme yo tam- de funcionamiento que más tarde
bién —pero se sentía extrañamente o más temprano ella misma averi-
alerta y despabilada, con todas sus guaría, no por gusto la muchacha
facultades despiertas casi al punto trabajaba con su madre desde que
de desear otro reto, algo más que era casi adolescente. Se entendían
reparar o incluso construir. sin palabras y con frecuencia una
Si se acostaba, quizás no podría estaba pensando en soluciones
dormirse, y como su cama estaba al estructurales o técnicas que hacían
lado de la de Kykubi, posiblemente romperse la cabeza a la otra. No
la despertara con sus refunfuños y hubo nunca mejor asistente para el
vueltas en el colchón. Decidió con- trabajo de diseño, reparación y fa-
tinuar con los juguetes que estaba bricación de juguetes que Rachel.
arreglando antes, y al terminar de Quizás ese fue el fallo: tratarla co-
ponerlos a punto y colocarlos en las mo colega y no como hija.
cajas nuevas que aún le quedaban, Estaba pagándolo ahora al ver
sin proponérselo, emprendió una que su hija no le profesaba más
tentativa mejora de la Stormbride de fidelidad ni afecto que a sus jefes,
primera generación que siempre lle- y que los deseos y miedos de su
vaba a todas partes. madre le daban lo mismo. Pero
Era una de las primeras, si no la ¿qué podía saber de cómo debió

62 | PROximA
tratar a la muchacha desde el prin- ahora estaba arrepintiéndose de la
cipio? Ella misma creció sin padres, noche en vela. Ya no tenía edad
en una villa de obreros y artesanos para esas cosas. El sonido del agua
tecnólogos, traída y llevada de una en el baño le estaba dando sueño.
casa a otra, rodeada de personas Pero no podía dormirse, porque en
de manos rudas que sólo pensa- cuanto Kykubi desayunara tomaría
ban en trabajo, mecánica, física, los juguetes arreglados para devol-
cibernética aplicada y trucos para verlos a sus dueños. Algunos de
engañar o manipular máquinas, ellos posiblemente no recordaran
ordenadores y todo tipo de trastos que eran suyos y los tomarían co-
inteligentes, semi-inteligentes o mo si fueran regalos.
idiotas. Si no sabía cómo ser hija, Ninguno de esos juguetes le
mal podía enseñárselo a la suya. preocupaba… solo la cosa que es-
Pero podía intentar al menos que taba sobre el tapiz aislante en un
Kykubi aprendiera algo de ella. rincón de la mesa, no muy lejos de
—Kykubi, levántate ya. la Stormbride reformada. Quería
La muchacha se sentó en la estar presente cuando ese “jugue-
cama, todavía aturdida, Fataneh le te” en particular fuera devuelto.
tocó la frente. Quería ver la cara de su dueño y
—Tienes un poco de fiebre ¿no preguntarle qué demonios pensaba
habrás estado rondando dentro del cuando le dijo a una inocente niña
perímetro del Instituto? que la haría inteligente. A lo mejor
—No, mamá. no había razones para alarmarse,
Aquel “mamá” súbito la tomó quizás esa persona fuera uno más
de sorpresa, pero era de esperar de los niños-bomba que había
que alguna vez surgiera. Pero hoy, memorizado alguna frase estúpida
¿por qué hoy? y la repetía sin parar como un es-
—Levántate ya y lávate. En el túpido aparato dañado de repro-
botiquín hay una caja de pastillas ducción sonora.
verdes, toma dos y ve a la mesa. Escuchó a Kykubi salir del baño
Ya terminé de trabajar con el ju- y caminar descalza por el pasillo.
guete de tu amigo, no te hagas ilu- Dentro de unos segundos entraría
siones: no sé qué cosa es, así que desnuda al cuarto y volvería a ves-
no sé cómo quedó tirse con las mismas ropas raídas
—Quedó bien, mamá. del día antes y se pondría los zapa-
—Bueno, si tú lo dices. Ve a tos nuevos sin preguntar de dónde
lavarte, hija. venían. Mi pobre niña
Mientras la muchacha se asea- A lo mejor sí había razones de
ba, Fataneh arregló la cama revuel- alarma. El dueño del artefacto po-
ta y miró con pena la suya. Recién día ser uno de esos pervertidos que

proximA | 63
rondaban la zona buscando niños —Son para que no tengas fie-
y jovencitas medio idiotas que se bre y hoy puedas salir, tómatelas,
dejaban hacer cosas solo por un por favor.
juguete o algo de comer. La muchacha miró las pastillas
Esperó que Kykubi siguiera su seriamente.
ritual de todos los días: caminar —Bueno —sonrió—. Creo que
descalza por el pasillo, detenerse mal no me vendrán —y se las echó
frente a la puerta del taller, volver a la boca con un gesto rápido.
atrás como si hubiera recordado de Fataneh suspiró, aliviada sin
pronto que no estaba vestida y en- saber por qué razón.
trar riéndose al cuarto “Mira, Fata- —Hay desayuno en la cocina,
neh, no me vestí” Pero esta vez los Kykubi, espérame o si prefieres
pasos no fueron erráticos. Kykubi empieza sin mí.
fue directamente hacia el cuarto y —Esperaré.
se detuvo en la puerta. La expre- Fataneh se duchó rápidamente
sión de su rostro era rara, sin em- y cepilló sus cabellos con los mis-
bargo lo más raro fue el hecho de mos gestos eficientes con que
que se hubiera cubierto con una acostumbraba trabajar. El espejo le
toalla. devolvió la imagen poco favorece-
—¿Puedo vestirme? —solicitó, dora de una mujer vieja y cansada,
y Fataneh se demoró en advertir de pelo muy corto, casi masculino,
que la muchacha le estaba pidien- ojos y boca profusamente rodea-
do que saliera de la habitación para dos de arrugas. Nunca quiso so-
vestirse a solas. meterse a ningún tratamiento reju-
—Por supuesto, Kykubi — venecedor por no separarse del
contestó y salió rápidamente dejan- trabajo más de dos días. Permane-
do la cama a medio hacer, sin poder ció casi tres minutos mirándose
quitarse una rara sensación de azo- críticamente antes de advertir que
ramiento, como si hubiera sorpren- había demasiado silencio.
dido incómodos secretos ajenos, y —¡Kykubi!
en la mente la imagen de una mujer La muchacha no contestó y Fa-
mordiendo una manzana. taneh sintió pánico, ¿Por qué? salió
—Mamá. del baño a medio vestirse ¿Por
—Dime qué? Enfiló rápida por el pasillo ha-
—¿Qué es esto? —en la palma cia el taller ¿Por qué tengo miedo?
de la mano de seis dedos brillaban Un ligero resplandor azul ilu-
las cápsulas verdes. La Kykubi de minaba el taller. Kykubi estaba
ayer no hubiera hecho ninguna sentada en su lugar acostumbrado
pregunta, se las hubiera tomado de la mesa. Se había vestido con
sin una protesta, sin discutir. mucho más cuidado que de cos-

64 | PROximA
tumbre, no con las ropas del día a la chica y las arrastró hacia la
anterior, sino con unas limpias: puerta.
una blusa de mangas caladas,
abierta atrás para mostrar la espal- ***
da, una falda corta y ajustada y Kykubi permaneció casi dos
largas medias a rayas, sostenidas horas acurrucada en el suelo. Alre-
por ligas que se perdían bajo la dedor, el silencio crecía ominosa-
falda, y los zapatos nuevos; ropas mente. Nadie se ha acercado si-
de Rachel adolescente, que Fata- quiera a ver qué pasó. La Reserva
neh se había llevado con ella a la parecía sumergida en una calma
Reserva. El pelo crespo de la mu- extraña. Ningún chico se había
chacha estaba alisado y su cara… acercado a buscar comida o jugue-
sus ojos estaban fijos en la cosa tes. ¿Dónde se han metido todos?
que emitía el resplandor azul. Los niños-bomba, como ani-
El artefacto desconocido per- malitos territoriales, respetaban es-
manecía en su lugar, ejecutando crupulosamente el espacio de Ky-
una acción curiosa. En conjunto kubi y ninguno había tratado de
giraba lento sobre una de las aris- ganarse el afecto de Fataneh, pero
tas, y los cubos giraban en sentido cuando les apretaba el hambre o
contrario, a velocidad creciente. estaban enfermos o heridos acu-
Fataneh gritó y se lanzó a la dían a su taller, y siempre andaban
mesa. Kykubi volvió la cara hacia cerca. Desde que el extraño jugue-
ella en un movimiento ralentizado, te llegó fue como si una influencia
los ojos brillando a la claridad azul nociva los hubiera espantado de
y en sus mejillas lágrimas, cayendo los alrededores.
lentas como si fueran de aceite. Fataneh observó la actitud de su
—Mamá —suplicó, y Fataneh protegida. La muchacha estaba en-
derribó el artefacto de la mesa con cogida con una mano sobre los
un empellón. La cosa voló hacia ojos como si la luz azul la hubiera
la pared a velocidad amortiguada, deslumbrado o lastimado. Había
antes de chocar se detuvo y se tratado de apartársela para ver si
deslizó lentamente hasta el piso, tenía algún daño visible, pero Ky-
donde se apagó. La vieja lo agarró kubi la rechazó con un grito. En-
y sacó una caja de seguridad, me- tonces se sentó a su lado a esperar.
tió aquella cosa allí y fue entonces Ya había visto esta reacción una
que cayó en cuenta de que los vez, cuando Kykubi tenía unos diez
sensores de ondas estaban activos años, cuando trató de enseñarla a
y gritando en todos los tonos que leer. La niña comenzó bien, gustosa
había que evacuar el edificio. — y receptiva, pero a medida que la
¡Vamos! —tomó la caja, levantó actividad fue avanzando y hacién-

proximA | 65
dose complejos los ejercicios ella Fataneh decidió quedarse toda
fue retrayéndose, volviéndose más la noche. Rachel protestó un poco
difícil y laborioso el esfuerzo por pero se quedó también. Y por la
diferenciar sonidos y letras y por mañana, cuando la niña despertó,
unirlos en sílabas. Fataneh conside- lo hizo aturdida, enferma e irritada,
ró que estaba fatigada y decidió de- como si alguien la hubiera agredi-
tener el trabajo y mandarla a des- do seriamente. Todo lo que había
cansar. Kykubi se apartó con mo- aprendido el día antes se le había
vimientos mecánicos y se desmayó olvidado y Fataneh no volvió a ha-
antes de llegar a la cama. cer el intento de enseñarle nada
Durante toda la noche perma- más complejo que ordenar su co-
neció en un estado muy parecido a vacha y regar las atroces plantas
la catatonia, y solo por unos cua- que crecían alrededor.
renta y cinco minutos de trabajo Ese día decidió quedarse defini-
intelectual. Fataneh llamó a Rachel tivamente en la Reserva, mandar a
para que avisara a un médico. En construir una pequeña vivienda y
aquella época todavía se llevaban trasladar su taller allí, para vivir
bien y su hija no encontraba nada junto con Kykubi.
alarmante en la manía a aquellos Ahora se sentía frustrada. Tan-
“infelices anormales”. Aún Fata- to tratar de protegerla del peligro y
neh no se había mudado definiti- no lo había logrado. La Reserva
vamente a la Reserva y su vínculo era el peligro. Nadie sabía qué co-
con los habitantes del lugar se li- sas modificadas genéticamente
mitaba a una atención. Kykubi, el rondaban por las noches, nadie
trabajo y la Reserva todavía no se podía controlar qué locos molesta-
habían convertido en tema de dis- ban a la gente del lugar, ni qué
cusión. cargamentos de comestibles en
El médico que lograron hacer mal estado o equipamiento médico
venir exigió honorarios elevadísi- no efectivo distribuían supuestas
mos, y apenas tocó a la niña cata- almas caritativas, ni qué cosas os-
tónica. Le colocó diagnosticadores, curas les enviaban a los chicos con
realizó un escaneo cerebral y con- el objetivo de jugar cruelmente con
cluyó que no tenía nada. ellos o simplemente matarlos. En
—Tenemos poca información la Reserva Beagle no había ley ni
acerca de ellos y sus manifestacio- nadie a quien le importara.
nes, nada concluyente, me temo. Fataneh se estremeció cuando
Puede ser un ataque histérico o de la muchacha se removió y le agarró
pánico. Los parámetros vitales son la mano.
estables y normales. Despertará y —¿Estás bien?
tal vez actúe como antes. Un silencio momentáneo se-

66 | PROximA
guido por un suspiro y un sollozo, de la frontera de la Reserva y acer-
y una voz de niñita asustada: cándose imperceptiblemente al lí-
—¿Qué me pasó? mite, allí donde un control perime-
—La verdad es que no sé, tral por satélite avisaba que “Se
nunca antes vi algo que funcionara aproxima usted a zona con alto
así y ni siquiera sé qué hace, pero peligro biológico-tóxico-radioactivo,
es peligroso. si no cuenta con medios seguros
Las dos miraron la caja de se- de protección aléjese del períme-
guridad. tro” con una voz tan dulce y atra-
—Creo que ahora sí debes lle- yente que casi daban ganas de se-
varme a ver quién te dio esa cosa. guir adelante. Hasta eso parecía
—Sí, mamá. diseñado para lastimar: posible-
Se pusieron en camino luego mente algunos niños-bomba no
de empaquetar el desayuno y algo fueran capaces de entender el sen-
adicional de comer. Fataneh revisó tido de las palabras, de forma es-
a conciencia los registros de los pontánea serían atraídos por aque-
sensores pero no encontró nada lla voz incitante y entrarían en la
más. Al parecer algo del funcio- zona más peligrosa para morir o
namiento del artefacto los activó, convertirse en sabe Dios qué.
alguna energía emitida en un rango Se detuvieron junto a una de
agresivo. Lo que no pudo encon- las casetas de control perimetral
trar fue qué, simplemente en el ar- para comer algo.
chivo del centro operativo que co- —¿Es muy lejos, Kykubi?
nectaba todos los sensores no ha- —Ya estamos llegando.
bía ningún análogo con qué com- —¿No te has dado cuenta de
parar a la cosa que disparó la reac- lo cerca que estamos de la zona de
ción de emergencia. peligro, niña?
Nada tranquilizada, la vieja re- Fue una pregunta intencional-
visó nuevamente los registros, lue- mente dirigida a ver si alguna vez
go la casa y al fin, usando un sen- se había acercado o incluso entra-
sor manual, la caja de seguridad do allí, pero la muchacha no dudó
por fuera. detectó un rango de ac- en responder, demasiado segura
tividad muy bajo en el interior, quizás.
igualmente indefinible, pero ya no —Sí, pero no adentro.
agresivo: lo que fuera actuó y se Fataneh cambió la estrategia
detuvo. haciendo una pregunta directa.
—Esto lo llevaré yo —decidió —¿Has entrado alguna vez?
Fataneh cuando al fin salieron, y La muchacha calló como pen-
cargó con la caja de seguridad. sando la respuesta.
Caminaron un rato, alejándose —No —respondió al cabo de

proximA | 67
un rato—. No entré nunca. nes especializadas y un club de
Fataneh la miró a los ojos espe- asociados de fuera, para que todo
rando la segura tranquilidad de al- el mundo viera que ellos ponían su
guien que no escondía dobleces ni reserva a producir jugosos numeri-
falsedades. Pero aunque Kykubi le tos. Por supuesto, las tarifas de ex-
sostuvo la mirada, algo huidizo y cursión y cuotas de asociación
simulado le brillaba debajo de la eran espeluznantemente elevadas,
aparente seguridad. de hecho estas últimas casi siem-
—¿No me mientes? pre eran pagadas por otros institu-
—No. tos que tenían interés en situar a
—Sabes que no debes entrar sus estudiosos en aquel medio,
nunca allí. con fines de investigación.
—Lo sé. Ahora no había turistas acom-
—…que es peligroso. pañados por sus escrupulosos guías
—¡Ya lo sé! ni asociados inmersos en investiga-
Fataneh no insistió más y por ciones o diversiones. El parque na-
media hora callaron mientras co- tural crecía sin control ni testigos,
mían. Siguieron en silencio cuan- mutando y evolucionando al ritmo
do comenzaron a recoger todo de las estaciones y las oleadas de
para seguir, y cuando se marcha- tóxicos o radioactividad. Como el
ron todavía ninguna se decidía a bosque de Prípiat en Ucrania lo hi-
decir una palabra. zo dos o tres siglos antes, el bos-
Junto a la caseta terminaba la ca- que del Beagle continuaba mal que
lle y empezaba la antigua reserva bien su vida junto a la zona de ex-
ecológica de la ciudad científica. El clusión y dentro de ella.
bosque siempre estuvo ahí, y cuan- Kykubi y Fataneh caminaban a
do se inició la urbanización y la la sombra de algunos de esos árbo-
construcción de las edificaciones del les, por uno de los caminos prepa-
Instituto, los patrocinadores decidie- rados por los cuidadores del par-
ron conservar esa parte de naturale- que. Cada cuatrocientos metros
za e incluso estimular su crecimien- había cabinas de aprovisionamiento
to. Era inmensa, llegaba a orillas del de material técnico y comida, disi-
mismo lago y cubría toda la costa muladas con habilidad. En ellas un
norte y este. Se consideraba un lujo científico podía además comunicar-
que la comunidad científica del se por terminales telefónicas con
Beagle se permitiera poseer entre otras personas e incluso conectar
sus recursos una verdadera reserva su ordenador y transmitir datos o
ecológica, tan grande además. imágenes. Pero luego del accidente,
Tanto los molestaron que dis- cuando el ejército estableció el pe-
pusieron un sistema de excursio- rímetro, lo soldados arrancaron las

68 | PROximA
cabinas sin aplicar nada de la habi- supiera de algún modo que Rachel
lidad con que fueron instaladas, de- pretendía sacar a su madre adopti-
jando hoyos y surcos enormes y va de la Reserva, con lo que se
chapuceros en el terreno. quedaría sola.
En uno de esos hoyos había Pero eso iba a pasar más tarde
caído un animal, sus quejidos allá o más temprano; Fataneh no era
abajo lograron atraer la atención de eterna. Algún día Kykubi tendría
Kykubi. La muchacha corrió hasta que vivir por su cuenta y esa idea
allí y se inclinó al borde del hueco. le dio escalofríos. Pensar en la mu-
—Hay que sacarlo —murmuró. chacha sola en la casa, dejando
—No tenemos con qué, siga- que la suciedad y el desorden se
mos adelante. acumularan a su alrededor, co-
—¿Y si fuera yo? miendo mal, haciéndose daño con
Fataneh pensó que siempre ha- algo; o peor: dejándose engañar
bía sido algo testaruda, pero ese por alguno de los pervertidos que
día se estaba propasando. siempre andaban a la caza de jo-
—No eres tú, Kykubi. No trates vencitos ingenuos, siendo lastima-
de manejarme. ¿Qué te pasa hoy? da, asesinada.
La muchacha se dejó caer en el Se estremeció. Si existiera algu-
suelo y empezó a llorar. na posibilidad de dejarla a salvo.
—No sé qué es. Me siento Sacudió la cabeza tratando de
mal, me duele algo y no sé dónde apartar la idea y cuando Kykubi le
ni por qué —dijo entre hipos—. gritó que era solo una pequeña zo-
Estoy rara, lo veo todo distinto y rra, que le lanzara la mochila para
tengo miedo. subirla, se la tiró y esperó que la
Fataneh se sentó a su lado y la chica subiera.
abrazó, acariciando su cabeza des- —Mírala. ¿Es bonita? —sonrió
greñada. Kykubi sacando al animalito de la
—No tengas miedo, yo te cuido. mochila.
—¿No te irás? Parecía una zorra común de las
—No me iré, tranquila. Vamos que había a montones en la Reser-
a ver si alguno de los cables que va, muy pequeña todavía, pero ya
siempre hay regados por ahí sirve lo suficientemente grande para so-
para bajar al hoyo, pero después brevivir por su cuenta.
seguimos ¿sí? Que no quiero que —Muy bonita, sí, pero no te
nos coja la noche tan lejos de casa. empeñes en quedártela.
Mientras sostenía un cable que —No, mamá, ya sé que no se
Kykubi encontró, aguantando el puede.
peso de la chica, Fataneh pensó en Acariciaba el pelaje grisáceo
la posibilidad de que su protegida con una sonrisa de abandono y la

proximA | 69
asustada zorra temblaba sin atre- los animales de aquí mismo? Pare-
verse a mover un pelo. cen resistentes y tal vez no mueran
—¿No está lastimada? tan pronto.
—No lo está. —Tal vez más adelante.
Con cuidado Kykubi le dio una —O podemos irnos a la ciu-
vuelta al animalito y Fataneh lo vio. dad, allí tendrías los perros que
—Tiene dos colas, Kykubi. quisieras y hasta gatos y peces, sin
—Sí, es linda. miedo a que enfermen por las co-
—Déjala ir ya, te va a morder. sas en el aire de la Reserva.
La chica la puso en suelo y el —No quiero irme, aquí esta-
animalito, primero muy lentamen- mos bien.
te, luego más rápido y al fin a la —Está bien.
carrera se adentró en el bosque. Kykubi se detuvo un momento
Fataneh miró disimuladamente el y miró a la espesura una vez más.
sensor de su cinto. Todo limpio. Si Estaba sonriendo.
empezara a indicar peligro no po- —¿Podré ponerle nombre?
dríamos hacer nada, no hay dónde —¿El qué?
refugiarse aquí. —Que si puedo ponerle nombre.
Continuaron la marcha, Kykubi —¿Dices al animalito que nos
volviéndose a cada rato para ver si quedemos? Claro, ¿cómo le pon-
la zorra las seguía. Parecía algo drías?
descontenta por haberla dejado ir. —No sé aún. ¿Por qué me lla-
—Me hubiera gustado que- maste Kykubi?
dármela. —Es el nombre de las muñecas
Fataneh la miró de reojo, te- que te gustaban. ¿No te acuerdas,
miendo que la rebeldía de la que las que vestían de verde y venían
estaba dando muestras desde la con…?
mañana continuara ahí, sin embar- —No me acuerdo, no recuerdo
go la expresión de la muchacha no que me hubieran gustado nunca
daba indicios de insubordinación, las muñecas.
solo leve descontento y algo de Fataneh no supo qué respon-
tristeza. derle esta vez, así que continuó
—¿Te gustaría tener un perrito? caminando sin hablar, deseando
—Sí, pero tú misma has dicho que encontraran al fin al dueño del
que en la Reserva hay cosas que artefacto para averiguar de una vez
podrían enfermarlo y que si se qué le había hecho a Kykubi y para
muere por eso nos sentiremos mal, qué se lo habían entregado. Por un
como si fuera culpa de nosotras. segundo recordó la fábula de los
—Es bueno que lo entiendas tres hermanos que obtenían dones
¿pero qué me dices de alguno de mágicos, el que hacía piel y hue-

70 | PROximA
sos, el que hacía músculos y órga- tes sobre algo. Las piezas sueltas
nos y el que daba vida. Habían pe- en la perfección de la Stormbride,
cado de arrogantes, pero el tercero el caos aparente en la concepción
además había sido estúpido: le dio del artefacto, el modo de actuar de
vida al cadáver del león que los Rachel, la misteriosa mentalidad
otros reconstituyeron y la bestia de Kykubi, súbitamente llena de
los devoró a los tres. Antes de ha- trampas desde que despertó: un
ber activado el juguete debió pre- espacio de comprensión-luz en el
guntarse qué podía hacer, si era vacío del desconocido-oscuridad.
dañino. Tal vez era algún arma de —¡Puñetero dispositivo! —gritó
nuevo tipo, como tantas que se alguien más adelante, una voz auto-
fabricaban en esos tiempos. Pudo ritaria—. Apaguen eso que va a ma-
haberlas matado a las dos. tar a alguien o a provocar un corto-
—Déjame hablar yo primero circuito sináptico de mil demonios.
con tu amigo —pidió y antes de ¿Militares? ¿Son militares? Fata-
decir la última palabra empezó todo neh, después de sentirse súbitamen-
de nuevo, más aterrador esta vez. te despejada y lúcida, fue aplastada
La caja de seguridad tembló y por un ataque de migraña y perdió
se le cayó; no se abrió pero quedó el conocimiento.
en el suelo vibrando, mientras un Despertó al anochecer, bien
zumbido llenaba el bosque. La vie- acomodada en un catre, bajo una
ja se echó al suelo y cubrió a la lona verde. A su lado un hombre
muchacha con su cuerpo, desean- estaba sentado en el suelo leyendo
do que el artefacto no fuera un una revista a la luz de la linterna.
mecanismo explosivo o algo que —Kyk…—susurró Fataneh. Te-
activara una cosa peor. nía la boca seca y sentía la garganta
Una sensación extraña, como rasposa.
un efecto de iniciación, comenzó a EL hombre dejó la revista y acu-
poseerla. Algo parecido a lo que dió a ella con un vaso de agua.
deben experimentar los niños muy —Trate de no moverse muy
pequeños y algunas víctimas en bruscamente, aún está recuperán-
remisión de accidentes cerebrovas- dose de una onda de activación
culares: como estar rodeada de neural muy fuerte, pudo haberla
conceptos y fenómenos, y no te- matado.
ner palabras para calificar ninguno, Era el mismo que había gritado
en una apertura demasiado com- en el bosque. Fataneh lo reconoció
pleja de sensopercepciones nuevas por la voz, y lo encontró descon-
y poderosas del presente y el pa- certante, sobre todo porque el ros-
sado, como tener un sueño donde tro alargado de pómulos salientes
se respondían todas las interrogan- tenía el inconfundible estigma de

proximA | 71
los niños-bomba, los ojos rojos y que debíamos haber adoptado
la mancha blanca, y la mano que desde el principio.
le tendió el agua tenía seis dedos, —¿Somos sus prisioneras?
dos de ellos dedos del medio. No El hombre parecía muy joven,
conocía a ningún niño-bomba que de unos veinte o veintidós años,
pudiera desarrollar tal aire de auto- pero por un momento la confusión
ridad e inteligencia. Todos los que y la vergüenza lo hicieron lucir
había visto hasta el momento eran más joven.
infantiles y hasta lentos, algunos —¿Prisioneras? No, no, no,
muy lentos. nada de eso. No.
—¿Dónde está Kykubi? —Yo te conozco.
—Hasta hace unos minutos es- Era uno de los muchachos que
taba aquí. No quería separarse de iban a recoger suministros cuando
usted, le sugerí que trajera su comi- llegaban a la Reserva. Una vez in-
da si prefería, pero que no se que- cluso se fijó en él, un día que ella
dara sin comer. Volverá en unos misma supervisó una entrega de
minutos. paquetes de alimento y ropas fi-
Su voz sonaba sinceramente nanciada por la Fundación.
preocupada. Fataneh quiso tocarle Había observado en él una acti-
la cara. Verificar que el estigma era tud rara, demasiado seria y conte-
auténtico, tomarle la mano y con- nida. Vestía ropa muy raída y el
firmar que no era resultado de al- pelo crecido le caía sobre la cara.
guna cirugía. Los militares eran ca- Trató de abordarlo y él se le esca-
paces de cosas así. Con qué obje- bulló, luego no logró volver a verlo
tivo no lo podía imaginar, pero de cerca, aunque en cada entrega
eran capaces. lo distinguía entre los muchachos,
—Soy realmente un humano por su postura armoniosa y su an-
K, Fataneh, lo que ustedes llaman dar menos torpe.
hombre-bomba. —Es Mark —le respondió Ky-
Fue como si le hubiera leído el kubi cuando ella se lo señaló y
pensamiento o el rostro. Le respon- preguntó por él—. Es raro, pero
dió antes que ella preguntara y no bueno, amable.
sabía por qué pero quería creerle. Fataneh solo deseó que no fue-
—Hombre-bomba, qué rótulo ra demasiado amable para Kykubi,
tan despectivo y superficial — recordando que los niños-bomba
continuó él hablando—. Debemos eran muy prolíficos y no tan estric-
disculparnos con usted, hemos tos en cuestiones de moral.
estado experimentando cosas que Pues ahora lo tenía a su lado.
podrían ayudarnos, pero no to- —Mark.
mamos las medidas de seguridad —Soy yo —sonrió él y la vieja

72 | PROximA
notó que su sonrisa era igual de hilo de voz y el hombre sonrió
reservada que su actitud. mientras con un gesto paternal
—Parece que han estado ju- que la vieja odió, rodeaba los
gando con artefactos peligrosos hombros de la muchacha.
por aquí, jovencito. —Hola, Fataneh, sabía que nos
Mark se pasó sus extraordina- encontraríamos por aquí en algún
rias manos por la cabeza, despei- momento.
nándose el pelo ensortijado con el Gávric Komenski era uno de los
gesto. No parecía abatido, sino candidatos que la Fundación tomó
más bien contrariado e incómodo. en contrato de prueba para diseño
—No sé ya cómo nos discul- y proyección. Junto a otros veinte
paremos. aspirantes tendría un año para de-
—Después me dirás quiénes mostrar con su talento que podía
son “nos”, ahora quiero que me formar parte de la plantilla. Dota-
expliques cómo llegó esa cosa a ron todo un departamento con los
manos de Kykubi y qué es lo que medios más sofisticados de trabajo
hace, y qué es esa “onda de acti- y condiciones excepcionales para
vación neural muy fuerte” que pu- ellos. Podían trabajar en sus cu-
do matarnos. bículos o repartirse por las áreas de
—Que pudo matarla a usted, esparcimiento con sus papeles y
no a Kykubi. ordenadores, dibujar y escribir tira-
—Como sea, habla. dos por el suelo, comunicarse con
—¿Me permitiría empezar por medio mundo, navegar en la Red,
el “nos”? —suplicó el muchacho y participar en sesiones colectivas o
Fataneh volvió a notar que era en individuales de antiguos videojue-
verdad muy joven, no mucho más gos o sumergirse en virtualidades
de veinte años. selectas, servirse lo que quisieran
—Ok, pero rápido, antes que en el comedor, relajarse en las
te llene esto de polis —sonó des- áreas de descanso de la corpora-
agradable, pero no podía dejar que ción. Todo lo que quisieran podían
Mark percibiera cuán aterrorizada hacerlo… siempre que entregaran
estaba. Desde hacía unos minutos sus proyectos en tiempo, asistieran
comenzaba a sentir que temblaba a todas las reuniones y su nivel de
y no se le ocurrió otra forma de productividad fuera más de diez. El
disimularlo que mostrarse ofensiva régimen de prueba contemplaba la
y confiada, pero la farsa se le de- posibilidad de ir eliminando a los
rrumbó cuando vio entrar a Kyku- menos prometedores. Al final de-
bi, acompañada de un antiguo co- bía quedar solo lo más selecto de
nocido. lo selecto.
—Hola, Gávric —dijo con un El adiestramiento de los cadetes

proximA | 73
y su supervisión era un trabajo in- Era un secreto a gritos que las cuo-
grato para algunos funcionarios de tas de sus licenciaturas y doctora-
la corporación: los muchachos que dos habían sido pagadas con sus
eran tomados a prueba padecían de servicios como dominadora y que
sarcasmo sindrómico, resistencia a luego de ser contratada por la cor-
la autoridad y arrogancia. Todo poración se dedicó a tales empe-
aquello combinado con el talento ños como parte de sus hobbies
se convertía en un respetable dolor privados, entre los cuales se in-
en el trasero si el supervisor no po- cluían además algunos vicios co-
seía recursos para combatirlo, hu- mo leer ciencia-ficción e historia y
mor para disfrutarlo y creatividad navegar por los sitios más escabro-
para encauzar las malas tendencias sos de chat político. Los cadetes
del genio burlón y odioso de los varones acechaban la oportunidad
jóvenes a prueba por el camino de de ayudarle en cualquier cosa y se
la obediencia a la sacrosanta Fun- disputaban el privilegio de llevarla
dación, y eso último sin que por a casa. Nunca se le había probado
ello perdieran el encanto personal y nada al respecto, quizás porque
la imaginación. Inevitablemente la ella se valía de sus atractivos para
responsabilidad era distribuida entre manejar al personal de la Funda-
la misma gente: Fataneh, Ravi Ad- ción, pero se decía que el entre-
hikari y LaVerne Pierce. namiento de los cadetes, tanto va-
El doctor Adhikari era el agluti- rones como féminas, incluía algu-
nante ideal, líder nato y un as en nos temas adicionales como trucos
cuestiones de trabajo y ciencia, pero de cama con uso de virtualidades y
de una timidez y una torpeza para la herramientas de todo tipo. Fuera
vida social lamentables. Fuera de la de tan interesantes ocupaciones,
Fundación era un infeliz gordo soli- tutoraba un sinfín de proyectos
tario, dentro de ella era el partido además de desarrollar los suyos, y
más cotizado, el colega que todos mientras su productividad y efi-
buscaban, el especialista de mayor ciencia se mantuvieran y sus de-
reputación, con varios doctorados pravaciones no crearan movimien-
en ciencias y letras. Los cadetes lo tos perturbadores, a nadie le im-
seguían sin protestar, cuando le chi- portaba lo que hiciera con su
llaba a alguno bajaban la cabeza y tiempo y su cuerpo altamente
recibían la reprimenda en silencio y compartible. Todos los años solici-
sin comenzar a madurar ningún taba la tutoría de cadetes.
plan original de venganza. Fataneh disfrutaba especial-
LaVerne, con su cuerpo alarga- mente esa parte de su trabajo,
do y firme de bailarina exótica, po- además de que le era permitido
seía el encanto fatal de una tigresa. usar los privilegios del Palacio de

74 | PROximA
Reclutas, como se llamaba colo- a su familia, con intereses jugosos,
quialmente al departamento donde todo el dinero que habían invertido
trabajaban los cadetes. Le gusta- en él. Luego se independizó, se ca-
ban los grupos diversos en origen só con su novia de la infancia y se
y formación, por la experiencia in- presentó en la Fundación, cuando
valuable que le reportaban. ya se habían cerrado las convocato-
Los chicos buenos y malos de rias, con el espectacular diseño de
bien abajo eran verdaderos genios, una estructura elipsoidal de nano-
que para llegar allí se habían valido bots que podía agregarse a los
no solo de su talento, sino de una componentes activos del gel psico-
exuberante variedad de trucos, al- sensible tipo 2 haciéndolo más di-
gunos incluso ilegales. De ellos se námico y funcionalmente dúctil. La
aprendía mucho acerca de cómo Comisión de Reclutamiento no du-
desbaratar corporaciones, robar dó en rechazar a un aspirante no
ideas, dinero y material, burlar todo tan prometedor para incluirlo a él
tipo de controladores y estudiar fí- en el programa.
sica, diseño y cibernética con ham- Gávric comenzó acostándose
bre y en medio de una balacera o el con LaVerne, llevándose al doctor
escándalo de siete hermanos pe- Adhikari a recorrer los bares de
queños y peleas domésticas. peor reputación de la ciudad e invi-
Los chicos buenos de arriba tando a Fataneh a una cena fami-
eran más bravucones y soberbios, liar en la casa de sus padres. Lue-
pero no tan ricos en experiencia; sin go, durante once meses, perfec-
embargo estaban al tanto de mu- cionó su diseño, publicó catorce
chos adelantos en diferentes cam- exitosos artículos, reconceptualizó
pos, además de conocer las mejo- la tecnología de algunos juguetes,
res boutiques, restaurantes y clubes elevó la dinámica de acción de la
de todo el mundo. Resultaban bue- Furious Racer y, unas semanas an-
nos compañeros de parranda, aga- tes de que terminara el período de
sajaban a los tutores con regalos prueba y quedara definitivamente
caros y malcriaban a Rachel y a contratado, desapareció.
Alex, el hijo de LaVerne, con todo Nadie supo dar razón de él, ni
tipo de obsequios. sus padres, ni los demás cadetes
Gávric Komenski pertenecía al que además habían desarrollado
primer grupo. Sus padres le habían un odio salvaje contra Gávric por
costeado la primera parte de la ca- haber sido el único aspirante que
rrera profesional endeudándose quedó al finalizar el período de
hasta la quiebra. Gávric puso su ta- prueba. LaVerne y Adhikari se de-
lento a producir y antes de terminar dicaron a buscarlo por toda la ciu-
el primer doctorado había devuelto dad e incluso por el país, sirvién-

proximA | 75
dose de sus abundantes y podero- la sensopercepción, la atención, la
sas fuentes. memoria, el pensamiento y las ca-
Fataneh ni hizo el intento. Sa- pacidades creativas.
bía lo que había pasado: Mahela Los estados catatónicos deriva-
Komenzki había tenido un niño- dos de las sesiones demasiado fuer-
bomba y lo había abandonado una tes fueron combatidos con diferen-
semana después de darlo a luz, tes psicotrópicos o inhibidores, de-
dejando a Gávric con las manos pendiendo de la duración de las se-
llenas de paternidad absoluta y de- siones, de la hora del día, del esta-
cepción. Si el joven se esfumó do de ánimo y hasta de la dieta del
después de eso tenía razones fuer- niño. Mark alcanzó cierto nivel de
tes para hacerlo y lo mejor sería desarrollo y ahí su cerebro se detu-
dejarlo en paz. vo testarudamente y las reacciones
—Fataneh —sonrió Gávric, al aprendizaje se tornaron violen-
ahora con veintidós años más que tas y dolorosas. Entonces Gávric
en aquella época de carrera feroz paró y se dedicó a buscar otras
por el contrato definitivo—. Te vías de despertar nuevas conexio-
presento formalmente a mi hijo nes funcionales en el sistema ner-
Mark. Mark, mi tutora en la Funda- vioso del niño.
ción, Fataneh Shnéidder. Fataneh se horrorizó al imagi-
—Un placer —rezongó la anti- nar hasta qué punto su antiguo
gua tutora—. Ahora dime con qué alumno experimentó con su propio
has estado jugando antes que te hijo. No pudo contenerse.
arranque la cabeza de una mordida. —¿No podías simplemente de-
Las siguientes veinticuatro horas jarlo en paz?
fueron una sucesión de chifladuras. Gávric ni siquiera pensó la res-
Fataneh obligó a Gávric a contar su puesta, como si ya la tuviera pre-
historia sin tomarse una pausa de parada desde hacía años.
descanso. El otrora joven y prome- —¿Qué querías que hiciera?
tedor aspirante había escapado de ¿Qué lo dejara en su estado origi-
la Fundación y de la ciudad. Se ne- nal y que cuando yo no estuviera
gó a internar al niño en una institu- para cuidar de él terminara en una
ción y dedicó sus esfuerzos a bus- institución de retrasados mentales,
car un tratamiento que desarrollara o que alguien se sintiera con dere-
la independencia y las habilidades cho de aprovecharse o lastimarlo?
cognitivas de Mark. Rodeó a su hijo —No tenías derecho a agredirlo.
de un ambiente seguro y estimula- El hombre se pasó las manos
dor, con juegos y dispositivos di- por la cabeza en un gesto idéntico
dácticos, estímulos calculadamente al que unas horas antes hizo Mark.
dosificados y dirigidos a desarrollar Ahora que los había observado con

76 | PROximA
más detalle Fataneh distinguía en che anterior la vieja no había dor-
ellos más y más parecidos. Tenían mido nada, sabía que haría bien en
el mismo perfil, estatura, conforma- irse a dormir, pero aún le quedaba
ción ósea. Caminaban de forma si- mucho en qué pensar.
milar, con la misma seguridad que El campamento de Gávric había
años antes había llamado la aten- sido instalado en una antigua sede
ción de la tutora sobre el estudian- del club de científicos asociados,
te. En realidad Fataneh concluyó una instalación con edificios pe-
que el carácter reservado de Mark, queños, área de autoabastecimien-
visible en los gestos contenidos y la to y almacenes. La mayor parte de
expresión reflexiva de su rostro, era las edificaciones estaba a nivel
herencia directa de Gávric. subterráneo para no estropear el
—Quizás no debí —murmuró efecto natural de la reserva. En el
Gávric—. Pero nadie me daba es- establecimiento acogían a más de
peranzas. No quería dejarlo un centenar de niños-bomba. Ahí
desamparado, quería que fuera in- estaban todos los que había echa-
dependiente, que pudiera valerse do de menos el día anterior, ade-
por sí mismo sin que nadie tratara más de otros que nunca había vis-
de usarlo o aplastarlo. Tú sabes to y hasta niños pequeños y bebés
cómo es: no hay muchos espacios en una especie de guardería. Tam-
en nuestra realidad para la gente bién circulaban otras personas,
como él, como ellos. Debes en- aparentemente colegas de Gávric
tenderme, tienes hijas. en su disparatada investigación.
—Solo tengo una: Rachel. La creadora de más de diez
—¿Y Kykubi? complicados juguetes de moda,
—No seas idiota, soy muy vie- dueña de acciones costosísimas y
ja para ser su madre, solo tiene de patentes que le aportaban jugo-
quince años. sos dividendos, tenía la política de
Fataneh calló, disgustada. Te- actuar siempre con suma cautela y
nía unas ganas enormes de abofe- calculando muy bien las conse-
tearlo por estúpido y por jugar a cuencias de cada paso. En ese te-
ser Dios usando a Mark, pero prefi- rreno ella estaba en desventaja pa-
rió caminar por los alrededores. Ya ra escapar y denunciar los estudios
era demasiado tarde para ir a casa. que se estaban desarrollando en la
Kykubi dormía en una de las tien- Reserva. No la dejarían avanzar un
das junto con otras dos mucha- paso, y quizás también estuvieran
chas en sacos de dormir, y allí patrocinados por alguien muy po-
mismo le había preparado un catre, deroso que no permitiría a ninguna
más cómodo y tradicional que los persona, por muy genial ni acauda-
sacos, a su madre adoptiva. La no- lada que fuera, desbaratarle el ne-

proximA | 77
gocio, si es que era un negocio. como si hubieran estado guarda-
Mark la abordó cuando estaba das en un lugar al que no podía
pensando qué hacer. acceder. Entendí la mecánica del
—¿Le es difícil dormirse? mundo, de la naturaleza, aprendí a
Fataneh no quiso responder. El prever cómo actúa la gente, apren-
muchacho tomó asiento en uno de dí a medir las consecuencias de
los bancos que habían situado en mis acciones; terminé la enseñan-
la linde del campamento. La mujer za elemental, la media y ahora mi
notó que sacudía el banco y al padre me está enseñando algo de
sentarse se mostraba ligeramente lo que él estudió. No me gusta
indeciso. mucho, preferiría algo de biología
—Puede ser un efecto residual o quizás química orgánica…
de la activación neural —mur- —¿Vale el sacrificio, Mark?
muró—. Pasará pronto y podrá ¿Realmente esto te ayuda?
descansar después, mejor incluso. El joven se inclinó hacia atrás
—¿Estás de acuerdo con lo que en el banco y frunció los labios en
hace tu padre, Mark? un gesto muy personal que tam-
Mark Komenski sonrió y se ba- bién acostumbraba a hacer su pa-
lanceó en su asiento. Por un mo- dre. Las manos de seis dedos se
mento Fataneh vio en él esa torpe- entrecruzaron formando una figura
za de movimientos de todos los absurda, exótica como una escul-
niños-bomba, o humanos K. tura surrealista.
—No me gusta la sensación de —Creo que sí —murmuró sin
miedo, ni la de desnudez que vie- dudarlo—. Sí, definitivamente.
ne al principio de cada tratamien- Fataneh quiso verificar si la
to. Ni me agrada mucho la medi- sospecha que tenía desde unas ho-
cación con todas las complicacio- ras antes era cierta. Se volvió hacia
nes de dieta y régimen que impo- Mark y lo miró a los ojos, el joven
ne. Pero después me siento mejor, le sostuvo la mirada sin sonreír ni
infinitamente mejor, más yo que esquivarla.
antes —hizo énfasis en la palabra —¿Fuiste tú quien le entregó
“yo”—. Y cada vez es más fuerte y esa cosa a Kykubi, Mark?
duradero el efecto, quizás algún Mark Komenski suspiró y apo-
día ya no necesite el plan y mi or- yó su cabeza en el hombro de Fa-
ganismo pueda por sí mismo se- taneh. Su largo cabello, recogido
guir el ritmo de mi desarrollo men- en una apretada trenza, exhalaba
tal. Aprendí a leer hace cinco años, un olor salvaje y ajeno, y era tan
con las primeras pruebas, y fue en- grueso que la textura parecía como
tonces que comprendí muchas co- de alambre fino. La mujer no hizo
sas que eran nebulosas para mí, el intento de apartarlo, recordando

78 | PROximA
los cabellos iguales de Kykubi, más marcar el último número echó una
cortos y encrespados. ojeada al rostro de Mark. Sorpren-
—No fui yo, Fataneh, ni mi pa- dió un gesto de ansiedad Como un
dre. Por eso nos disculpamos, ha adicto a punto de poner las manos
habido muchas fallas de seguridad. en su narcótico y por un segundo
—Alguien tiene que haber si- pensó negarse. Sin embargo termi-
do. Ella decía que quien se lo dio nó de marcar la secuencia y giró la
le aseguró que la haría inteligente. caja hacia él.
—Alguien fue, alguien quizás —Sírvete —gruñó.
de este mismo campamento. Ky- Mark sacó el artefacto de la caja
kubi recorre la Reserva por comple- con manos trémulas. La expresión
to, todos la conocen y muchos le de su cara pasó de la ansiedad al
dan objetos de todo tipo. alivio Como un maldito drogadic-
—Eso que le dieron pudo ma- to Le dio vueltas con delicadeza,
tarla. sin tocar la franja del GP, acari-
—No es posible, no desecha- ciando la superficie lisa que Fata-
mos ningún prototipo funcional ni neh recubrió con una ligera capa
los dejamos por ahí tirados. de aislante sintético.
—Este funciona, Mark, estaba —Como nuevo —susurró casi
destrozado y yo misma lo recom- con reverencia—. Parece que lo
puse. acoplaste bien. ¿Y dices que fun-
Mark saltó en el lugar tan brus- ciona?
camente que Fataneh se asustó. —Actúa al menos, y provoca
—¿Dónde está? reacciones ambientales y psíqui-
—Está en la caja de seguridad cas. No sé si es lo que debe hacer,
que teníamos. Alguien debe haber- o si lo hace como debería.
la recogido. —Lo estudiaremos —dijo él,
Antes de que pudiera decir na- aún susurrando como si aquella
da más, el joven salió corriendo cosa pudiera oírlo.
hacia los alojamientos. Unos mi- —¿Qué es esto, Mark?
nutos después regresó con la caja El muchacho volvió a colocar el
de seguridad y una expresión de artefacto en la caja de seguridad,
entusiasmo casi maniática. pasó un dedo por una de las caras
—¡Ábrala, por favor! ¡Usted del cubo, activó una secuencia
debe ser muy buena en su negocio personal y corrió la tapa, esta cayó
si logró reformar esta cosa! con un chasquido breve y la luz de
Fataneh marcó la secuencia de control recorrió toda la arista supe-
apertura, cinco caracteres aleato- rior de la pieza.
rios e intercalados ocho números —Mi padre le llama activador
de código personal. Cuando iba a de conexiones funcionales cerebra-

proximA | 79
les. En esencia es lo que hace, así Quería gritar que ese activador,
que el nombre como tal es bastan- manzana o porquería infernal no
te… eeeh, elemental. Aquí la gente era suya, que ojalá la hubiera des-
lo llama “La manzana”, por la truido cuando Kykubi no estaba
manzana de Adán ¿conoces…? mirando, y que prefería irse antes
—Conozco la referencia, gra- que oír nada más. Sin embargo
cias —rezongó la mujer—. Y está volvió a hacer uso de su cautela
en discusión si es de Adán o de característica y no gritó nada.
Eva. Sigue sin parecerme bien que —¿Cuántas madres ves por
jueguen a ser Dios. aquí? —preguntó el hombre—.
—Fataneh —Mark volvió a Solo las que acompañan a sus hi-
sentarse a su lado y apoyar la ca- jos y están perfectamente de
beza en su hombro—. Es para acuerdo en someterlos al proceso.
mejorar. Algunos no pueden recibir el tra-
—Seguramente habrá compli- tamiento: son demasiado mayores,
caciones secundarias —insistió o demasiado niños, o tienen otros
Fataneh. síndromes que imposibilitan el uso
—Siempre las hay —terció Gá- de medicamentos o del activador.
vric. Sin que lo percibieran se ha- Estudiamos cada caso antes de ha-
bía acercado y escuchaba la con- cer nada.
versación sin intervenir. Lucía mal, —Estas cosas deben responder
agotado y no muy limpio, pero su a un protocolo especial antes de
voz sonó firme. ser aplicadas de forma masiva, Gá-
—Tenemos médicos especiali- vric. Lo hacíamos con los juguetes,
zados aquí. No pensarás que a que no son invasivos ni peligroso,
conciencia y sin tomar precaucio- ni incluyen medicación. Sé que
nes sometería a los muchachos a querías resultados inmediatos para
las reacciones secundarias. tu hijo, pero en algún lugar hay
—No tienes derecho, Gávric. que marcar el límite y era antes de
Has experimentado con tu hijo, es llegar a este punto.
una monstruosidad pero es tu hijo —La Fundación no marcó nin-
y si nadie se mete, haces lo que gún límite. La interacción de las GP
estimes conveniente, pero los que se usan para tu Stormbride,
otros son hijos de alguien más. por ejemplo, pueden ser manipu-
Gávric tomó asiento entre ella y ladas para eliminar los controles de
su hijo. tiempo y nivel, y jugar hasta el in-
—Ve a dormir, Mark, mañana finito mientras los jugadores se
temprano debes acompañar a Fa- mueren sin poder salir, o progra-
taneh a casa. Déjame el activador mar una rutina de autodestrucción
de Fataneh aquí. si no las opera su usuario y freír las

80 | PROximA
sinapsis de alguien. Nadie pensó —Estás ahora —sonrió—. Pe-
en ello antes de ponerla en manos ro antes no estabas y ya había mu-
de millones de consumidores, ni- cho que hacer.
ños sobre todo. Nadie marca lími- —No te entusiasmes antes de
tes ahora, ¿por qué nosotros sí? tiempo; tus métodos me parecen
El hombre le agarró la mano y muy discutibles, por no hablar de
se la llevó a su cuello, bajo la lo que pasó ayer: fue muy extraño.
mandíbula, obligándola a palpar —Aún no logramos seleccionar
una serie de pequeños bultos bajo el objetivo, la acción del activador
la piel. Fataneh encogió los dedos es masiva, y es demasiado grande
al identificar qué eran. el que tenemos.
—Son adenomas —confirmó —Pues bien —Fataneh señaló
Gávric—. Y en algunos puntos de la caja de seguridad—, ahí tienes
mi cuerpo ya han aparecido carci- un modelo más compacto. Creo
nomas de todo tipo. Me han diag- que es más selectivo en su acción,
nosticado Mal de Hochkins ade- al menos actuó con más fuerza en
más. Casi todos los padres que vi- Kykubi que en mí.
nimos con nuestros hijos a la Re- —Era un modelo experimental
serva tenemos distintas patologías que aún no funcionaba. Estudia-
cancerosas. Esta región es peligro- remos las modificaciones que hi-
sa. Nos empujaron hasta acá y los ciste —Gávric repitió lo que antes
que no quisieron dejar a sus hijos dijo Mark, menos reverentemente.
solos, se quedaron. Tenemos poco —Pero antes que te marches me
tiempo antes de dejarlos definiti- gustaría que decidieras si Kykubi…
vamente solos. ¿Realmente crees —¡No!
que alguien hará algo por ellos Llegado este punto Fataneh qui-
ahora o después? ¿Te parece posi- so mostrarse inflexible ¿Pero no te
ble que alguien invierta su dinero y gustaría que ella pudiera ser lo que
su tiempo en protocolos de prue- realmente puede llegar a ser? No era
ba, fabricación en serie del artefac- cosa de juego. Reacciones secunda-
to y mejora de los medicamentos rias, daños neurológicos o intoxica-
que damos a nuestros muchachos? ciones, cambios de comportamien-
—Estoy yo. to. Quién podía predecir si Kykubi
Gávric la abrazó, la levantó y seguiría siendo Kykubi.
dio unas vueltas con ella. Su fuer- —No —repitió menos con-
za no había cambiado mucho des- vencida—. Aquí está mi límite:
de los tiempos de aspirantura en la Kykubi no será tu animal de expe-
Fundación cuando levantaba a La- rimento.
Verne con un brazo y a Fataneh —Muy bien, pero quizás debe-
con el otro. rías considerar qué quiere ella.

proximA | 81
—Hará lo que yo diga — tener a Kykubi como su muñeca de
insistió—. Está bien así. compañía, su juguete que arre-
Gávric se alejó camino a los alo- glar “No son juguetes que puedas
jamientos dejando sola a su antigua arreglar, madre”, había dicho ella
tutora. Esto era más que su proyec- Tal vez debía pensar menos en sí
to personal, era la fe en el futuro de misma, en sus prejuicios y miedos,
su hijo. Pero no tenía derecho ¿O y más en Kykubi como algo que se
sí? No se podía jugar así con la hace y se perfecciona dándole una
mente, atacar de forma tan directa parte de uno mismo, y al fin se deja
la base biológica de lo que la gente libre para ocupar su lugar.
era. ¿Pero sería esa realmente la ba-
se biológica, no sería en realidad ***
alguna inhibición química o eléctri-
ca que echar abajo para que todo El taller estaba ordenado como
comenzara a trabajar como de- de costumbre, la única nota dis-
bía? ¿Hasta dónde llegaban real- cordante era el tapiz donde estu-
mente los límites? Cuando nadie vieron juntas la Stormbride y la
hace nada. Comenzaba a amanecer “Manzana de Eva”. Estaba revuelto
y ya algunos jovencitos, muchos sobre la mesa por el golpe que Fa-
conocidos de ella, salían de los alo- taneh le dio al activador neural casi
jamientos ¿Qué van a hacer con su cuarenta y ocho horas antes. Había
vida ahora? Se dirigían hacia uno de polvo.
los edificios. Entre ellos salió Kyku- —Vaya, no está Kykubi para
bi. ¿Estaré pensando de forma ayudarme a limpiar un poco —
egoísta? Su andar entre los otros gruñó.
muchachos se distinguía por esa Hacía pocos días que había
torpeza ligera que tan bien conocía, empezado y terminado todo, pero
un grácil balanceo sobre las puntas parecía haber transcurrido una
de los pies como si pudiera volar Su eternidad desde que la muchacha
silueta ya era casi de mujer, con le había traído el extraño artefacto.
suaves redondeces nuevas en los Fataneh se sintió vieja y enferma.
pechos, el rostro, las caderas y las Tal vez había pescado algo allá
nalgas. Rodeada de gente igual, ya dentro el día antes. Pensó que por
pronto se dedicaría a algo que le estar tan cerca de la Zona de Ex-
gustaba, se enamoraría y querría clusión alguna irradiación o pató-
vivir sola, ser ella misma por sí geno no detectable por el sensor
misma como si realmente estuviera portátil podía haberla dañado; era
a punto de echar a volar Debía pen- posible que su organismo se resin-
sar si no estaba siendo egoísta, si tiera, algún grupo de células em-
no estaba demasiado a gusto con pezara a crecer incontroladamente

82 | PROximA
y ramificarse en formaciones tumo- No te vayas a ir sin mí.
rales, algún órgano dejara de fun- —Trataré, hijita, trataré —
cionar óptimamente. prometió Fataneh.
Los niños-bomba corrijo: hu- Le hubiera prometido cualquier
manos K no parecían experimentar cosa…
ningún síntoma. Eran demasiado —¡Mierda! —lloró la vieja sen-
perfectos en su extraña invulnera- tándose a la mesa vacía y polvo-
bilidad al ambiente contaminado: rienta—. ¿De qué me estoy que-
la Nueva Gente de la Tierra. Ahora jando? Al fin y al cabo, los hijos
pulida por la obsesión de Gávric. siempre se van.
Y Kykubi perfecta, y perfeccio-
nada. ©Yadira Álvarez Betancourt
—Espérame en casa, mamá —
había suplicado la muchacha—.

Yadira Álvarez Betancourt nació en 1980 en La Habana. Es Licenciada en


Educación Especial y en 2011 se doctoró en Ciencias Pedagógicas. Es
graduada del Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Lite-
raria Onelio Jorge Cardoso y fundadora del taller Espacio Abierto. En el
2009 ganó el prestigioso Premio Oscar Hurtado de Ciencia Ficción. Ha
publicado cuentos en las revistas digitales Korad y Qubit y en las
antologías Axis Mundis (Gente Nueva, 2011) e Hijos de Korad
(Gente Nueva, 2013).

proximA | 83
GRENDEL BELLAROUSSE (Gabriel Reynoso) nació en
1969. Es ilustrador, historietista y cantante. Obtuvo
el Primer Premio por Historieta Integral en la II Bie-
nal de Arte Joven; fue seleccionado en uno de los
concursos de ilustración de la Revista Comiquean-
do y ganó el concurso Tributo a Camelot, de dicha
comiquería. Su formación fue autodidacta hasta
que empezó el profesorado de Artes Visuales. Co-
labora ininterrumpidamente con PROXIMA desde el
nro.18. Blog: arkhamhell.blogspot.com

MARTI N GIMENEZ Es dibujante y diseñador gráfico. Realiza tra-


bajos de forma independiente y lleva adelante su editorial
NNComics, la que alberga algunas de sus obras más persona-
les. Pueden leerlas online y contactarlo por:
https://nncomics.com/ y en facebook.com/NNComics/

LEÓNIDAS MOREYRA nació en1968 en Capital Federal y vive en


San Justo. Es obrero metalúrgico. Su formación en artes plás-
ticas es mayormente autodidacta, pero estudió fotografía
analógica en Casa de la Cultura de Ramos Mejia, talleres li-
bres de dibujo con Mario Restaino y Magdalena Mabragan, y
escultura con Juan Riera y Abril Barrado.

GASTÓN A. LÓPEZ nació en 1975 y vive en la localidad de Spe-


gazzini, partido de Ezeiza. Estudió pintura mural, ilustración e
historieta. Actualmente trabaja en la docencia.
Blog: gastonlopezdibujos.blogspot.com

NAHUS (Nahuel FJ Silva Barrios) nació en 1988 y vive


en Colón, provincia de Entre Ríos. Es ilustrador, histo-
rietista, humorista gráfico y pintor de murales. Ha co-
laborado con el diario "El Entre Rios", con la revista
Relieves y la revista NaN. En el 2012 ganó, junto al
guionista Pablo Leguisamo, el concurso de novela
gráfica de MC (montevideo comics), y participó con
el guionista Martín Perez (Magnus) del libro "Grimo-
rio del Plata", obra que ganó los Fondos Concursa-
bles de Uruguay. Historietas suyas pueden leerse en internet, en el sitio
marcheuncuadrito.blogspot.com.ar. En Facebook: Nahus SB
Ilustradores
RODOLFO SANTULLO nació en Mexico D.F. en 1979 y
vive en Montevideo desde 1984. Es escritor, perio-
dista, guionista de cómic y editor de Grupo Belero-
fonte. Autor de varias novelas gráficas, publicó en
el portal Historietas Reales y en la revista Fierro.
GUILLERMO HANSZ nació en 1979 en Florida. Es di-
señador, animador y dibujante autodidacta. En el
2003 egresó del Centro de Diseño Industrial y des-
de entonces se dedica a exportar diseño web. En
el 2004 retomó el dibujo de historietas colaboran-
do con guionistas independientes en EEUU. Ganó, junto a Rodolfo Santu-
llo, el fondo concursable para la Cultura de Uruguay, con la obra “El Club
de los Ilustres” en 2011 y en 2012 con la segunda parte de la misma.

NICOLÁS “EL NEGRO ” VIGLIETTI nació en 1989 en Rosario


y desde 2012 vive en Córdoba Capital. Es escritor,
guionista y editor de historietas. Dictó talleres de es-
critura creativa, tiene compilados dos libros de cuen-
tos y dos novelas cortas. Publicó “Heatlands” y “Bird-
man“ (con dibujos de Ziul Mitomante). Colaboró con
la editorial Dead Pop, y ahora edita desde Contamusa
junto a Lu Gregorczuk, su esposa, formando parte del
colectivo editorial Prendefuego.
HERNÁN GONZALEZ nació en Buenos Aires y se radicó en Córdoba. Es dibu-
jante, historietista y editor. Empezó publicando sus tiras humorísticas en
los años 90 en un semanario periodístico de Villa Carlos Paz, e historietas
breves en antologías de Córdoba y Buenos Aires. En 2014, editó el fanzine
Humor Vítreo, que después de tres números se convirtió en un libro publi-
cado por Llanto de Mudo, cuando el dibujante se integró a ese equipo edi-
torial. Este año, sacó el fanzine Guía práctica para sobrevivir en Melmak vol
1 y, tras la muerte de Cortés, decidió crear su propio sello: Buengusto Edi-
ciones, que actualmente forma parte del colectivo editorial Prendefuego.

CITIZEN PAIN (Fernando Lescano) nació en Buenos Aires


en 1973 y vive en Lomas de Zamora. Se dedica cada
vez más a la ilustración. Además de participar en PRO-
XIMA (este es el noveno número en que colabora con
nosotros), ilustró el clásico Chesterton, realizó portadas
para bandas de rock e imágenes para blogs, incluso
una participación en cine. Facebook: citizen.pain.9
http://axxon.com.ar/fraga/347.htm

ediciones ayarmanot

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