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DEL ESPIRITU
© Copyright, 1984
EDITORA NACIONAL. Madrid (España)
I.S.B.N.: 84-276-0636-2
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CLASICOS PARA U N A BIBLIOTECA C O N TEM PO R A N EA


Pensamiento
Serie dirigida por José Manuel Pérez Prendes
CLAUDE-ADRIEN HELVETIUS

DEL ESPIRITU
Edición preparada
por José Manuel Berm udo

EDITORA N A C IO N A L
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BIBLIOTECA
1». f.DMA*2S 0A8SÍA 5SAW!E?*
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INTRODUCCION

22951
1. N o b l e , r ic o , a t r a c t iv o , f in a n c ie r o ,
IN D U STRIA L, T ER R A TEN IEN TE Y FILÓSOFO

Y. Belaval 1 considera que la vida de Helvétius, como la de d’Hol-


bacb, apenas tiene interés. No obstante, nos atrevemos a sospechar, por lo
poco que de ella se conoce 2, que fu e una vida muy sugestiva, digna de
los mejores relatos literarios. U na vida entregada a negocios financieros,
industriales y agrícolas, bien repartidos con la dedicación al estudio, a
la corte y a l amor de las mujeres, presente en los mejores salones,
tertulias y teatros, relacionada con lo más selecto de la nobleza, de la
alta burguesía y de la «république des lettres». Una vida en la que no
fa lta el elemento romántico, como cuando incita a los campesinos de los
que debe recaudar impuestos a la sublevación:

T ant que vous ne ferez que vous plaindre, on ne vous accordera pas ce
que vous demandez. Faites-vous craindre. Vous pouvez vous assem bler au
nom bre de plus de dix mille. Attaquez nos employés: ils ne sont pas deux

1 En su «Présentation d ’H elvétius» a la edición rep rin t de las Oeuvres completes, de C. A.


H elvétius, hecha p o r G eorg O lm s V erlag, H ildesheim , 1969 (sobre la ed. de D ideror, París,
1795).
2 Los datos biográficos siguen siendo los contenidos en el relato hagiográfico de su discípulo
y biógrafo Saint-Lambert, Essai sur la ríe et les oeuvres d'Helvétius, incluido en las ediciones de
D idot, de Lapetit, y que es asequible p o r ei rep rin t de O lm s, 1969; la biografía, no m enos
apasionada, de A lbert K eim, Helvétius, sa fie et son oeuvre, d'apres ses ouvrages. des écrits
divers et des documents inédits, París, Alean, 1907; algunas m em orias y docum entos de la
época, com o el Journal de Collé, el Journal d e Barbier, las Mémoires de M arm ontel, las Mémoires
d e M olleret, la Correspondance littéraire de G rim m , sobre todo, la correspondencia cuya edición
crítica se está1llevando a cabo po r D. W. Smith, Presses de l’U niversité de Toronto. V er a este
respecto el artículo de D. W. Sm ith, «La correspondance d’H elvétius», en D ix-huitieme siécle, V
(1973), pp. 331-361.

9
cents. Je me m ettrai á leur tete, e t nous nous défendrons; mais enfin vous
nous battrez; e t Ton vous rendra justice 3.

Una vida donde no escasean las anécdotas sabrosas, como la que se reco­
ge en el tomo I X de la Correspondance de Grim m : Un financiero se
acercó una noche en la C om édie a la actriz Mlle. Gaussin y le dijo:
«Señorita, seríais tan amable de aceptar seiscientos luises a cambio de
algunas complacencias.» La actriz le respondió en voz alta para que
Helvétius, sentado a escasos metros, lo oyera: «Señor, yo os daré doscien­
tos si podéis venir a m i casa m añana acompañado de aquél; una vida,
en fin , en la que no fa lta el drama, como el acoso que recibió por la
publicación del D e l’Esprit, que lo condené al silencio durante el resto de
su vida.
U na vida así vale la pena ser conocida, y en ello estará de acuerdo
Belaval, quien sólo pretende señalar el escaso interés de la biografía como
instancia de apoyo en la bistoriación de su pensamiento. Ahora bien, en
este aspecto no nos parece del todo justo equiparar a Helrétius con
d ’Holbacb. A unque sólo sea porque éste ha sabido separar e incomunicar
radical y hábilmente su vida de su actividad filosófica, hasta el punto
de que sólo tres o cuatro, y no más, amigos íntimos sabían de sus tareas
propagandísticas y de sus escritos, pasando ante los otros como un
hombre discreto, sorprendentemente respetuoso de los usos y costumbres, de
la cortesía, del protocolo, del ritual del «grand monde» 4. En Helrétius
éste no es el caso. Quizás porque, en consecuencia con su pensamiento,
era más apasionado, más audaz, más deseoso de gloria, más im pru­
dente... Pero también porque su pensamiento es mucho más deudor de su
vida que el de d ’Holbach, el cual se forjó racionalmente, en su diálogo
reflexivo con los textos críticos de el religión, del orden social, y del viejo
saber. Helvétius, como d ’Holbach, desciende del Palatinado y, perseguida
su fa m ilia durante la Reforma, se instalaron en Holanda, para luego
pasar a París. El abuelo de Helvétius, médico, recibió título nobiliario
de manos de Luis X I V . Su padre, médico de la corte, por sus éxitos en la
curación de L uis X V fu e nombrado médico de la reina M aría
Leczinska s.
Todo fueron facilidades. Helvétius estudió, como correspondía a los
jóvenes de su clase, con los jesuítas de Louis-le-Grand. Pronto descubrió

3 Lo cuenta Saint-Lam bert (op. cit., p. 15). El Estado intentaba im poner a los cam pesinos un
nuevo im puesto sobre el vino, io que agravaba terrib lem en te su ya m iserable sobrevivencia.
H elvétius, encargado de recaudar los im puestos, ponía así de clara la situación.
4 V er nuestra «Introducción» a ia edición de Le Systeme de la Nature, de d’H olbach, en
versión castellana, d e la Editora Nacional, en esta misma colección.
5 Sobre los ascendentes d e H elvétius, incluido el origen de este nom bre, ver A. Keim, op.
cit., cap. I; L. Lafond, La dinastie des Helvétius. Les remedes du roi, París, 1926. M . Chiray. «La
famille des H elvétius», en París-Médica, 1921.

10
el Essay on human understanding (1690) de Locke, que, si creemos a
Saint-Lambert, decidió su trayectoria filosófica. Locke, que pretendía
hacer en la moral, en la ciencia del hombre, lo que Neivton hiciera en
las ciencias físicas. Locke y S e n ton, pero también Bayle y Fontenelle, los
que trazaron las líneas del pensamiento ilustrado. Y Volt aire, el grande
de la época, el único que gozó de esa fam a, de esa gloria que tanto
tentara a Helvétius, como tentó a Rousseau y a tantos otros. Y ¡cómo no!,
los círculos enciclopedistas, los fisiócratas, y siempre Hobbes latiendo en
el fondo. Sobre ello ya volveremos, pues en ese fondo hay que diseñar la
fig u ra filosófica de Helvétius, trazar sus límites, su diferencia. De
momento su fa m ilia le compra el título de «.fermier general» en 1738.
Tenía sólo 23 años y ya disponía de un cargo q m le proporcionaba una
cuantiosa fortuna. Los «fermiers», ju n to a aquellos que habían com­
prado los privilegios de sumintstro a los ejércitos, Compañía de las In ­
dias, etc., se constituyeron en una poderosa élite reproductora del antiguo
régimen 6. La corona establecía los impuestos y el «fermier», que había
comprado el derecho de recaudación en una zona, se encargaba de
hacerlos efectivos recibiendo un importante porcentaje. Helvétius entra
así en el rango de los grandes financieros. Esta experiencia le propor­
cionó una información importante respecto a los vicios del sistema. Ellos
eran la burocracia que, entre el rey y los súbditos, posibilitaba los
abusos, la prostitución, la dominación. H ehétius pudo aprender el f u n ­
cionamiento del «anden réghne», su arbitrario uso del poder, sus efectos
sociales y humanos, la injusticia de esos privilegios comprados por dinero
por gente mediocre.
G uy Besse 1 señala que no sólo fue Helvétius, sino también otros
«fermiers», los que, dotados de un nuevo espíritu y sensibles a la si­
tuación social, se rebelaron contra esta situación y denunciaron la
degeneración del régimen. Efectivamente, algunos de estos altos funciona­
rios supieron ver en la estructura de impuestos no sólo una injusticia
que hundía en la miseria a las capas populares, sino la forma moderna
de reproducción del orden feudal. Por eso todos ellos, y especialmente
Helvétius, tomaron posición confrontada a l Espnt des lois de Montes-
quieu, cuyo espíritu renovador se vio limitado por su reconocimiento de
los privilegios y de la estructura de estamento del antiguo régimen.
Pero no jueron sus trece años dedicados a las tareas fiscales 8 la

6 V er A. Soboul «Classes e t luttes d e classes sous la Révolution fran<;aise», en La Pernee,


núm. 53 (1954). Cf. G uy B esse, «Introduction» al De l’Esprit. París, Editions Sociales, 1968;
D. M ornet, Les origines intellectuelles de la Révolution francaise (1715-1787), París, 1963; Sergio
Moravia, 11 tramonto del’lUuminismo, Filosofía e política, Bari, Laterza, 1968; G . R udé, Europe in
the Eigbteenth Century. Aristocracy and the Bourgeois challenge, Londres, Cardinal, 1972; Guy
Chaussinaud-N ogaret, La vie quotidienne des Francais sous Louis X V . París, H achette, 1979.
7 Op. cit., p. 9.
8 Algunas investigaciones recientes han m ostrado, contra la superficial imagen extendida de

11
úntca experiencia importante para ofrecer un poco de lu z sobre su
posición filosófica. En 1751 decide abandonar el privilegio. Su venta le
proporciona una cuantiosa fortuna, suficiente para asegurarle una
vida cómoda e independiente. Compra extensas propiedades en Voré y
Lum igny y decide asum ir el rol de gran terrateniente. Pensaba lograr así
un mayor tiempo para el estudio, nos dice Saint-Lambert. De todas
formas, compra el cargo de «maitre d ’hotel» de la reina M aría Lec-
zinska, quizás a instancias de su padre, que pensaba que siempre es
interesante mantener vínculos con la corte. Con un pie en la corte y con
otro en la gestión de sus tierras, Helvétius vive directamente otros dos
roles importantes del «anden régime». Toda la documentación que se
posee coincide en señalar, por un lado, el escaso atractivo que encuentra
Helvétius en la vida cortesana, procurando que le absorba el menor
tiempo posible; por otro lado, su generosa gestión de sus tierras, ofre­
ciendo condiciones dignas a sus campesinos, dotándolos de médicos y
farm acia y no usando sus derechos feudales que la ley reconoce, pero que
odia sinceramente.
Fastas tres ocupaciones que acabamos de señalar le permitieron conocer
a fondo el orden social, político y cultural de su época. Pero son tres
ocupaciones en el seno del antiguo régimen, reproductoras de los privile­
gios feudales, aunque su sensibilidad y su talento le hicieron rebelarse
contra ellos. No hay necesidad de recurrir a razones externas para
comprender que un hombre inteligente, relativamente brillante y de
exquisita sensibilidad, se rebele contra aquello que él mismo representa,
contra unos privilegios de los que disfruta, contra una clase a la que
pertenece. Ahora bien, para quienes no estén dispuestos a situar en el
hombre la lucidez y bondad suficientes para luchar contra sus propios
«intereses objetivos de clase», pueden aducirse algunas determinaciones
externas que parecen razonables.
En Voré y Lumigny, Helvétius no sólo gestiona sus tierras, sino que
promueve intensamente empresas industriales y mineras. Junto al terra­
teniente y al «maitre d ’hotel», pues, habita el empresario burgués. Este
nuevo rol no solamente le ofrece la posibilidad de vim r desde los intereses
de otra clase (otras necesidades, otra mentalidad, otra actitud...), sino
también la ocasión de sufrir en esa función la irracionalidad del buro­
cratismo, los privilegios y el parasitismo cortesano feudal. Ese estar a
caballo de dos «genres d ’esprits» puede servir también para comprender el
proceso a su época en que consiste su obra. Además, está su temprana

que H elvétius se tom aría su papel frívolam ente, que se dedicó con afán, orden y eficacia, es
decir, con entrega al ejercicio d e su función. V er el artículo d e R. D esné, «La tournée du
Ferm ier G éneral H elvétius dans les A rdennes (1738)», en Dix-huitiém e stecle III (1971), p.
3-40.

12
relación con hombres como Fontenelle y Voltaire, su constante afán de
gloria literaria, su consiguiente relación con los medios ilustrados...
En cualquier caso, estas experiencias, unidas a la de viajero y
diplomático, constituyen una biografía que permite leer su obra históri­
camente, que dan razón de su pensamiento. Financiero en el orden
feudal, gentilhombre, terrateniente, burgués, diplomático, viajero, rico
desde su juventud, bien situado en la corte, agasajado entre los grandes
de la literatura del momento, enormemente guapo, según dicen las memo­
rias de su tiempo, con gran éxito en el amor..., todo ello se deja ver en
las páginas del D e l’Esprit.
Las largas estancias en Voré se interrumpen por las temporadas
(cuatro meses a l año) que reside en su casa de Sainte-Anne, en París.
A llí, en su salón, regido por su esposa (había contraído matrimonio con
Mlle. de Ltgneville, de recia nobleza, el verano de 1751), cuya belleza,
elegancia, fin u r a e inteligencia eran reconocidas por los más exigentes
intelectuales, incluidos los de la «coterie holbachique» 9, recibe los miér­
coles a sus amigos. A llí están habitualmente Fontenelle, Saint-Lambert,
Marmontel, Duelos, el abate Raynal, M arivaux, al cual pasa discreta­
mente una pensión de 2 0 .0 0 0 francos, Rousseau, quien de vez en
cuando recibe ayuda económica, Saurín, G ahani, Diderot, etc., y tam­
bién Hume, A dam Sm ith, Beccaria... A llí, en los debates, en el diálogo,
se hace la filosofía, se trabajan las ideas que luego se vierten a los libros,
Marmontel ha dicho en sus M ém oires que el D e l’esprit saca de allí sus
ideas. ¿De dónde si no? De allí o de la tertulia de Mme. d ’Holbach,
que recibe jueves y domingos, y a la cual asiste Helvétius; o de aquella de
Quesnay, médico de la reina, en su entresuelo de Versalles, donde Helvé­
tius, Diderot, Turgot, etc., son habituales 10.
Tras el affaire D e l’Esprit, sobre el que nos centraremos ense­

9 V er los trabajos d e E. C. Ladd, «H elvétius and d’H olbach», Journal o f History o f Ideas.
X X III, pp. 221-238; J. H. Lough, «H elvétius and d ’H olbach», en Modern Language Reriew,
1938, pp. 360-328 y «Le barón d’H olbach, queíques docum ents inédits ou peu connus», en
Revue d’Histoire Litt'eraiere, LVII (1957), pp. 524-549. A. Ch. K ors, D ’Holbactis coterie. A n
Englibtenment in Paris. P rinceton U . P., 1967. V er tam bién nuestra «Introducción» al Sistema de
la naturaleza, d e d’H olbach. M adrid, Editora Nacional.
10 Se ha debatido m ucho la relación d e H elvétius con el núcleo enciclopedista. Especialistas
com o U , W. Topazio («D iderot’s supposed contribution to H elvétius’s w ork», en Philological
Quarterly, X X X III (1954), pp. 313-29) han sostenido que H elvétius no se relacionó con los
enciclopedistas hasta principios d e 1760, usando testim onios de G rim m , M orellet y D iderot.
C on ello quería acabar con u n a larga sospecha sobre la colaboración d e D iderot en el De
l’Esprit. Smith, anim ado p o r esta tesis, llega a so sten er q u e sólo p o r el efecto del De l’Esprit ios
enciclopedistas abrieron sus puertas a H elvétius (ver su Helrétius, A Study in Persecution, ed.
cit., p. 158). A nosotros nos parece más seria la tesis d e A. Ch. K ors (D ’Holbach’s coterie. A n
Entlightenment in Paris. Princeton U. P., 1976, p. 21 y ss.), que separa el problem a d e la
participación d e D id e ro t del d e las relaciones con él. El p rim er problem a es insoluble. P or un
lado, en form a d irecta, hay pocas razones para v er en De l’Esprit la m ano d e D iderot; pero, por
otro , esto no elim ina la posibilidad d e ese o tro tipo de presencia y colaboración que se
establecen en la forma específica d e la producción filosófica de estos medios ilustrados del

13
guida, Helvétius no volverá a publicar obra alguna. M ientras viajaba
por Inglaterra, visitando a Hume, y por Prusia, en la corte de Vede-
rico II, iba trazando las líneas del D e l’H om m e. Q uizás las prisas,
quizás su situación sentim ental — desde el affaire D e l’Esprit
Helvétius ha perdido su natural entusiasmo— determinan que el D e
l’H om m e sea un libro pesado, farragoso, confuso, desordenado, de difícil
lectura.
En diciembre de 1771 le llegaba la muerte, apenas unos meses
después del golpe de estado de Maupeou, que venta a negarle todas las
esperanzas. La vida literaria de Helvétius queda así curiosamente d ivi­
dida en un antes y un después de un único momento fulgurante, el del
affaire D e l’Esprit. En él logró lo que tanto deseó: la gloria, la
fam a, el reconocimiento de un genio. Reconocimiento discutido, sin duda,
pero eso estaba previsto en su teoría: sólo unos pocos «bel esprit» pueden
conocer la belleza y ellos sólo otorgan el mérito. Logró, pues, el reconoci­
miento, e incluso parte de la estima pública. Hubo de pagar un fuerte
precio: el del miedo, la inseguridad, la tristeza y el silencio. Pero fu e su
momento: por él pasaba a la historia.
El «antes» quedaba sembrado de algunas piezas de valor secundario
y aun dudoso, de esos tanteos por alcanzar el genio. Algunas poesías, la
tragedia Le com te de Fiesgue, perdidas, el poema Le Bonheur, que
dejó inacabado, algunas epístolas filosóficas, en verso, como Sur
l’amour de l’étude, Sur l’orgueil et la paresse de l’esprit, Sur les arts,
Sur le plaisir, el Fragraent d’une épitre sur la superstition 11 y
algunas cartas. El «después» queda puesto por sus retoques al poema Le
Bonheur ' 2, por la redacción del D e l’H om m e y por algunas cartas de
interés filosófico. Helvétius, pues, pasa a la historia por el D e l’Esprit.
Esta obra es el centro de su vida y la condensación de su pensamiento.
Una obra que tiene un solo objetivo: trazar las bases para m axim izar el
bienestar de la humanidad. Bello ideal de un hombre que fue reconocido
por todos, incluso por sus enemigos, como «un bon homme». Hasta el
cruel Palissot, que en Les Philosophes representa a Helvétius co?no un
hombre deshonesto que hace cabriolas obscenas en la escena l3, no puede
dejar de reconocer que Helvétius hombre es un hombre honesto 14. Letizia

XVIII. Este tem a lo hem os tratado ya en nuestra «Introducción» al Sistema de la Naturaleza, ed.
cit., por lo cual no insistirem os en él, si bien consideram os im portante tener en cuenta el
carácter prim eram ente dialogado d e la filosofía del XVIII.
“ Los dos prim eros se encuentran en las Oeuvres Completes de Voltaire. París, M oiand,
1877-1885, vol. X X II, pp. 5-13; las otras tres, en la edición D id o t, vol. X III, pp. 93-122.
12 Se publica postum o, en 1772, precedido de un análisis del libro De l’Esprit, que Mme.
d’Epinay atribuyó a Duelos, aunque en realidad es de Saint-Lambert.
13 V er D id ero t, Le Neveu de Ramean, quien nos da la interpretación de los personajes de
dicha comedia.
14 V er H . Freud: «Palissot and Ies Philosophes», en Diderot Studies IX , G inebra, 1957.

14
Gianformaggio, en u n excelente estudio sobre la teoría del derecho de
Helvétius 15, sospecha que era demasiado perfecto para no ser odiado;
«Bello, richissimo, protetto negli am bienti che contano, amante dei pia-
ceri, amato dalle donne, vezzoggiato da personaggi estremamente autore-
voli, s’era falto u na fo rtu n a lavorando per la ferm e, e poi visse da
rentier facendo, per giunta, il tnecenate; sposó una delle donne p iú belle
e intelligenti che circolavano nei salotti d i Parigi; e poi era buono,
affettuoso, tenero, per nulla vindicativo, caritatevole, ingenuo: in ­
somnio,, uno cor decisamente insopportabile, un uomo francamente a n ti­
pático. Che scrivesse d i filosofía dopo aver danzato all’Opéra, composto
versi, provato con la geometría poteva non essere poi troppo, data l’epoca;
ma il modo in cui ne scrisse, il radicalismo, p iú che altro ostentato, e il
tono provocatorio che male (o forse no) si combinavano con la pausa che
lo accornpagnó per tuto il corso ^//'affaire D e l’Esprit, e che gli face
cercare con frenesia protezioni e appoggi, e che insomma gli dettó tuta
una serie d i comportamenti discutibili: tutto ció non poteva, d i certo,
non daré fastidio».

2. El a f f a ir e « D e l-e s p rit»

El abogado Barbier, curioso recolector de anécdotas y desventuras de


la vida cotidiana del reinado de Luis X V , escribía, en agosto de 1758,
en su Journal, estas palabras:
M. H elvétius, ci-devant ferm íer-général, fils du feu prem ier m édecin de
la Reine, hom m e de lettres, a fait un livre in-quarto, intitulé De l’Esprit, qui
a été approuvé par M. T ercier, censeur royal e t commis au bureau des
Affaires étrangéres. Sur c ette approbation, lettre de privilége au grand sceau
tenu le 12 mai dernier, e t en conséquence im prim é, le livre a été mis en
vente chez D urand, libraire, vers le 15 juiliiet dernier et aussitót a fait du
bruit dans Paris. O n dit d’abord q u ’il respire le p u r m atérialism e, et de plus
q u ’il y a des choses hardies. O n a arrété dans le com m encem ent de ce mois,
par ordre du m inistére, lá v e n te de ce livre, e t on a crié un arrét du Conseil le
10 de ce mois d’aoüt, p a r lequel le roi, de l’avis de M. le Chancelier, a
révoqué le privilége, avec défense de vendre et d ’éd iter ce livre, sous peine
de punition exemplaire. II n ’en faut pas davantage pour le faire vendre bien
cher, e t le faire réim prim er en H ollande. C’est le censeur qui serait á punir
aussi bien que l’auteur ,6.

E l libro hizo ruido-, dice Barbier. Luyines, en sus M ém oi­


res l ' dice «beaucoup de bruit», y Collé, en su Journal diría: «U n bruit

15 Letizia G ianform aggio, D iritto e felicita. La teoría del diritto in Helvétius. M ilán, Edizione di
com unitá, 1979, pp. 20-21.
16 B arbier, Journal historique et anecdotique du regne de Louis X V , T . IV , p. 283. Cf. A.
Keim, op. cit., p. 317.
17 Lunes, 4 d e septiem bre, 1758. T . X V II, p. 54. Cif. A. K eim, op. cit., p. 320.

15
de diable» 18. El libro se convirtió en un «affaire» de Estado, donde el
«anden régime» se debatía por la sobrevivenda y los portadores intelec­
tuales de las ideas de las nuevas fuerzas sociales se jugaban su existen­
cia. E l D e l’Esprit, obviando a veces su contenido concreto, ignorándolo o
bien ocultando conscientemente las diferencias, pasó a ser el símbolo, la
condensación del «esprit nouveau», del espíritu de los filósofos, del par­
tido de las reformas sociales y políticas, de la lucha contra la M onar­
quía, el Clero y el orden feudal de privilegios. La ya larga confrontación
ideológica — pues aún eran las armas de la crítica, y no la crítica de las
armas, las que sostenían el combate, aunque el poder eclesiástico y
político no vacilaran en recurrir a l apoyo de la horca, de la pira, de las
galeras y las prisiones para seguir adelante— ahora se radicalizaba,
forzaba a tomar posición, a aum entar la violencia.
El D e l’Esprit, sin duda un libro audaz, sin duda peligroso para el
conservadurismo, sin duda crítico, con esa crítica eficaz por estar hecha
sin violencia, pero con fin a ironía, con elegancia y amenidad, con la
sonrisa de quien se siente seguro, pasó a ser un libro revolucionario, un
peligro para el Rey, el Papa, la Nobleza y el Clero, es decir, para el
orden del poder hegemónico. Jesuítas y jansenistas, guardianes de la
conciencia social, supieron ver a l enemigo común por encima de las
luchas entre ellos: lo declararon enemigo de la religión y, como es enemigo
del príncipe el enemigo de la religión del príncipe, también enemigo
del Rey.
Todo empezó en los primeros días del mes de agosto de 1758 l9,
cuando las prensas del librero D urand, que tanto arriesgó — no siempre
generosamente-— por los núcleos enciclopedistas, sacaban a la calle, en
cuidada edición, el texto de Helvétius. N i el pseudónimo, n i los habitua­
les cambios de la fecha y lugar de la edición para esquivar la censura,
ni los muchos recursos para garantizar el anonimato se tuvieron en
cuenta en esta ocasión. T a l imprudencia es difícil de explicar hoy.
Q uizá el intenso deseo de fa m a literaria que dominaba a Helvétius;
q uizá la seguridad que le daba su posición social; ta l vez el hecho de
que, en rigor, con pequeños ardides, el manuscrito había pasado la
censura... En cualquier caso, Helvétius cometió una imprevisión lamen­
table, como le recalcaría una y otra vez su gran amigo Voltaire. Pero
una imprudencia significativa y que corresponde a una conciencia de sí
que debe tenerse en cuenta para comprender el talante con que está hecho

A gosto, 1758. T. II, p. 251. Cf. A. K eim , p. 320.


IV El Journal de Collé señala los prim eros días de agosto; el Journal de Barbier lo sitúa a
mediados del mes. La edición príncipe constaba de 643 págs. in-4.°. V er D . W. Smith «The
Publication o f H eivétius’s De l’Esprit (1758-59)», en Frencb Studies. X V III (1964), pp. 332-
344.

16
el texto. No sólo es su posición en la corte, su am istad personal con los
reyes y el delfín, sus inmejorables relaciones con la nobleza (almuerza
habitualmente con Mme. de La Valliere, Mme. de Grafigny, Mme.
Geoffrin, Mme. de la Ferté-lmbault, Mme. D upin, con Quesnay, Tur-
got, Boucher d ’Argis, el príncipe Conti, etc.), sino una estima generali­
zada y que todos consideran legítima. Incluso La Harpe, ese gran
enemigo de los círculos enciclopedistas, q u izá el más fiero como corres­
ponde a un renegado, comentaría el radical abismo entre el libro y su
autor, por ser 'este un hombre de costumbres dulces, sociable, amable,
apacible, «un homme bonnéte, un homme d ’esprit et de talent», rico,
favorecedor de las bellas artes...
No podemos entrar en los detalles referentes a las argucias para que
el original pasara la censura; y mucho menos, pues constituyen toda una
larga historia — la historia de unos años importantes de la vida pari­
sina— en una descripción del proceso a l D e l’Esprit, a Helvétius y, en
rigor, al nuevo espíritu. N o fa lta bibliografía que ofrece importante
documentación e interpretaciones del asunto, aunque por ser un hecho
que condensa una larga batalla política está lejos de agotarse. Junto a la
biograjía de Saint-Lambert y la documentada reconstrucción de los
hechos que hace Keim 20, tenemos los trabajos de J. Angot de Retours 21,
M. Jusselin 22, D. Ozanam 23 y, sobre todo, el magnífico volumen de
D. W. Sm ith, H elvétius. A Study in persecution 24, texto del que ha
de pa rtir cualquier n im ]a investigación. Lo que no podemos obviar es
un mínimo resumen y valoración del «affaire».
E l radicalismo de la reacción del poder contra el D e l’Esprit es
difícilmente comprensible si no se trazan algunos rasgos de la coyuntura
de la monarquía francesa en los comienzos de esta decisiva segunda
m itad del siglo XVIII. La importancia del momento histórico queda de
sobra probada por la enorme acumulación de estudios sobre el mismo 2S.
Recordemos que ya en 1752 L’Encyclopédie había sido privada de su

20 Op. cit. V er especialm ente los caps. X IV y XV.


21 A ngot de Retours, J ., «Le bon H elvétius et l’affaire “ D e l’Esprit” (avec d ocum ents inédits)»,
Revue Hebdomadaire, VI, 1909, pp. 186-214.
22 Jusselin, M., Helvétius et Mme. de Pompadour. A propos du livres et de l’affaire De l’Esprit
(d’aprés des lettres inédites d’H elvétius e t du pére Pless, 1758-1761), Le M ans, Im prim erie
D rouin, 1913.
23 Ozanam, D., «La disgráce d’un prem ier commis: T ercier et l’affaire De l’Esprit, en
Bibliotbeque de l'Ecole des Chartres, C X III (1955), pp. 140-170.
24 O xford U. P., 1965.
25 P or recoger sólo algunos títulos de en tre aquellos q u e se centran en la valoración de la
relación política-filosófica, ver F. Díaz, Filosofía e política nel Settecento francese, Turín, Einaudi,
1962 (espec. cap. VI); J. P. Berlin, Le mouvement philosophique de 1748 a 1789, París, 1913
(facsímil en G . O lm s V erlag, H ildesheim 1973); S. C. B row n (ed.), philosophers o f the Enligb-
tenment, N ew Jersey , Royal Institute o f Philosophy Lectures, 1979. Además d e las clásicas de
G usdorf, Spink, Adam, G roethuysen, M o rn et, etc. Es m uy sugestivo el texto de Pierre B arriere,
La vie intellectuelle en Franee, París, A. M ichel, 1961.

17
derecho de edición. La batalla entre el orden político y el movimiento de
los «philosophes» estaba en marcha 26. Con altos y bajos, el movimiento
de ideas renovador, múltiple en sus contenidos, se iba abriendo paso 27
ante el creciente nerviosismo y la exasperación de jesuítas, jansenistas y,
en general, el clero que controlaba la Universidad, la censura editorial
y los aparatos ideológicos. E l espíritu ilustrado había calado en ciertos
sectores de la nobleza, de las fin a n za s y de los cargos administrativos,
así como en algunas fran ja s del Parlamento. El rey se movía ambigua­
mente. unas veces arreciando la represión contra las ideas 28, otras reces
aceptando y sufragando la instauración de una nueva organización de
la práctica del saber, una especie de estructura oficial liberada del
control de la famosa Facultad de Teología, como eran las Academias cientí­
ficas, los Jardines botánicos, etc. Según las correlaciones de fuerza en el
seno del bloque en el poder, el Rey se inclinaba hacia los sectores más
recalcitrantes, firm ando órdenes restrictivas de la libertad de prensa e
imprenta, o se inclinaba hacia los sectores más tolerantes y lograba así
una mayor flexibilidad y la xitu d en la aplicación de la censura. L’En-
cyclopédie es, a este respecto, una magnífica aventura, cuya corta y
gran historia sirve para detectar esos movimientos.
Pero en 1766, cuando a pesar de los constantes ataques de Fréron,
Palissot, Bonhomme, La Harpe, etc., ya habían salido cinco tomos de
L’Encyclopédie, mostrando así su triunfo, aunque frá g il y siempre
amenazado, comienza la guerra de los Siete Años. Y con ella se agudiza
más y más la estructura monárquica francesa que, aliada con Rusia y
A ustria, no puede resistir la alianza Prusia-lnglaterra. Las derrotas se
suceden: Rossbach (1757), Crefeld (junio de 1758). Y , simultánea­
mente, en tierras de Canadá, las tropas británicas fuerzan a las france­
sas a una capitulación sin condiciones (Capitulación de Louisbourg,
julio de 1758), acabando por tomar Quebec en 1759.
No es solamente los efectos inmediatos de esas derrotas sobre la vida
socioeconómica: es tan importante el hecho de que tal hundimiento ocurre
a manos de una Prusia de Federico II, un «déspota ilustrado», muy
amigo de la inmensa mayoría de los filósofos y protector de ellos (espe­
cialmente de Voltaire y del propio Helvétius), y a manos de una Inglate­
rra que suele ser usada, salvo algunas reticencias de los enciclopedistas

26 V er P. Cassini, La filosofía del? Encyclopédie, Bari, Laterza, 1966; J. Proust, Diderot et


l’Encyclopédie, París, Colín, 1962; AA. VV., L ’Encyclopédie et le progrés des sciences et des techniques.
París. PUF, 1952 (bicentenario), J. M. B erm udo, Diderot. B arcelona, Barcanova, 1981.
27 V er Ira O . W ade, The Intellectual Origins o f the French Englightenment, Princeton U. P.,
1971; A. Adam, Le mouvement pkilosophique dans la premiére moitié du X V I l l c siécle. París,
SEDES, 1967.
28 V er AA. VV., Livre et société dans la France au X V llle siécle, París, M outon, 1961;
A A. V V ., Utopie et institutions au dix-huitiéme siécle. París-La H aya, M outon, 1963.

18
más radicales, como el modelo alternativo, en el cual Francia puede encon­
trar paz, gloria, justicia y bienestar. Recuérdense las Lettres philoso-
phiques de Voltaire, o su Essai sur les m oeurs, 1756, que acababa de
publicarse y constituye un magnífico rechazo de la intolerancia y el
ignorante fanatism o. S i bien no en la guerra, lo cierto es que los filósofos
simpatizaban con el orden político prusiano e inglés. Fue fá cil a los
guardianes de la ortodoxia monárquico-cristiana cargar las culpas de
los desastres de Francia y d d deterioro de la vida social sobre las nuevas
ideas. Y bastó el atentado contra el rey en Damiens, el 5 de enero de
1757, para que éste diera rienda suelta a las pasiones de los censores.
En abril de 1757 firm a una Declaración real por la cual puede
aplicarse la pena de muerte a los autores, editores, impresores y libreros
que posibiliten la difusión de libros que atenten contra la religión del
príncipe; las buenas costumbres y la segundad de la Monarquía. Hay
que decir que pocas veces se aplicó la máxima pena; en cambio, muchos
fueron condenados a galeras por el simple hecho de haber vendido libros
como el D e l’Esprit.
G uy Besse 29, situando en esta coyuntura internacional la refle­
xión, considera que sólo u na ideología decadente, que se sabe amenazada,
y un Estado desacreditado, que intuye sus últimos días, pueden explicar
tan violenta reacción. Sin necesidad de dramatizar, creemos que esa
coyuntura explica el hecho de que el D e PEsprit pasara a ser el símbolo
de la lucha del anden régime por la sobrevivencia.
El 10-V IH -1758, u na Orden real revoca el privilegio de edición y
venta del D e l’Esprit, ju n to a otros, entre los cuales volvía a encontrarse
L’Encyclopédie. El 2 2 -IX -1 7 5 8 el arzobispo de París, Christophe
Beaumont, dicta un mandamiento de condena. El 31-1-1759. el propio
Papa Clemente X I I I condena el libro tras un juicio de la Inquisición,
que así se lo aconsejó, y prohíbe su lectura en todas las lenguas. El
10-11-1759, el Parlamento se apunta a la condena y, simbólicamente,
pisotea el «espíritu» d d D e l’Esprit haciéndolo quemar vivo en las
escalinatas del propio Palacio de Justicia. El 9 -IV -1 7 5 9 una D eterm i­
nación de la Facultad de Teología, de la Sorbona, lo condena a su vez
«razonadamente». Hemos relatado sólo las más sonoras: el Rey, el Papa,
el Parlamento, el arzobispo de París, la Institución universitaria. Pero,
puesto en el I. L. P., casi no hubo diócesis donde no se reforzara la
condena que así, como un eco constantemente reactivado, se extendió
hasta los confines del «mundo civilizado».
Claro que, como dice el abogado Barbier, estas razones eran más que

29 G uy Besse, «Introduction» al De l’Esprit (textes choisis), París, Editions Sociales, Colee.


Les Classiques d u peuple, 1968.

19
suficientes para que el libro se vendiera muy caro y se reeditara en el
extranjero. Si tantos y tan altos enemigos se veían forzados a interrenir
y blandir contra el libro sus espadas desde el movimiento ilustrado se
sospechó su grandeza. Y así pasó a ser símbolo del nuevo espíritu, como
lo había sido y seguía siéndolo l’Encyclopédie, como lo sería Le Sys-
tém e de la Nature de d ’Holbacb o el Testam ent de Meslier y tantos
otros. Y hasta el pueblo llano, ése que rara vez sabía leer y que, si así
era, rara vez podía hacerlo por el terrible precio de los libros, supo apren­
der el mensaje en las canciones de los audaces venadores y, así, al tara­
rearlas, se sumaba a la lucha por la libertad y la reforma social:
Admirez cet écrivain-lá
Qui de l’esprit intitula
U n livre qui n’est que matiére
Laire la
Laire lanlaire
L a ire l í
Laire lanía

Le censeur qui l’examina


Par habitude imagina
Q ue c’était Affaire étrangére
Laire la, etc. 30.

Q uizá no sea esa fam a, la gloria que teoriza en su obra como lo


único digno de ser buscado por los hombres de espíritu. La gloria que
ennoblece es la que otorga el reconocimiento de un público educado y,
especialmente, de esos grandes hombres que, habiendo ellos adquirido un
«bel esprit» y la estima pública, son suficientemente honestos para amar
en otro la virtud y la belleza o el ingenio. La gloria que consigue viene
de ese pueblo que sólo sabe cantar en coplas picantes su burla de cuanto
lo oprime; es una gloria emborronada por el odio, por la lucha, por la
coacción, por la tristeza, por el miedo. El caso es que, en rigor, no debía
haberle sorprendido: él había dicho reiteradamente que nadie reconoce en
otro como virtud aquello que no es semejante a sus propias ideas, aquello
que va contra sus intereses. ¿Qué otra cosa podía esperar? En cualquier
caso, y si aquella gloria no era apacible, serena, noble y generosa, es
decir, ú til para ser vivida, concordante con su propia vida, lo cierto es
que fu e su gloria. El no pudo hacer lo que Leónidas, la m erían, Ciro,
Cromwell o cualquier otro de esos grandes nombres que sirven para
introducir la anécdota o la imagen en el texto; sólo pudo escribir un
gran libro. Por otro lado, en regímenes despóticos la gloria siempre se

30 T e rrie r, el censor real q u e dio paso al De l’Esprit, era p rim er consejero de A suntos
Extranjeros. Cf. A. Keim, op. cit., p. 326. En esta obra se recogen algunas otras copias,
tom adas d e la edición d e 1758 (B ibliothéque d e 1’Arsenal, S. A., 1101, in-4.°).

20
consigue a un duro precio que sólo los hom.bres de espíritu son capaces de
pagar.
Cuando Helvétius entregó un ejemplar a la fa m ilia real — estaba
obligado por su am istad y por cortesía; además, estaba seguro, ingenua­
mente seguro— , difícilmente podía im aginar la reacción que provocaría
y que trastocaría radicalmente su vida. E l delfín se sintió terriblemente
ofendido por las ideas del texto. El delfín no era tan estúpido. ¿No
había teorizado Helvétius que el interés rige todas las pasiones? Aquel
libro iba Contra sus intereses: eran una demoledora crítica de la degene­
ración y vicios del anden régimc. Pero sí era suficientemente estúpido
para no ver sólo esto, para no detectar que la oferta de Helvétius no iba
contra él, sino para él: le ofrecía ser un soberano más poderoso y estimado
a cambio de que tomara en su mano la reforma institucional y social. El
libro no iba contra el rey, iba contra el antiguo régimen, contra los
amigos del rey. El libro pedía al rey que hiciera suya la bandera de los
filósofos, que llevara a cabo la revolución que éstos proponían. No lo
quiso hacer, o no pudo, o no lo entendió. ¿Q ué más da? Helvétius pagó
con trece años de tristeza y fracaso, muy amortiguados por su posición,
su rica vida fam iliar, sus amigos y sus estudios; el rey pagaría un
precio mas duro: veinte años de sobrevivencia de la monarquía a cambio
de la guillotina y la revolución. A Helvétius no le hubiera extrañado.
Caía dentro de su inflexible lógica de la historia.
Pero, mientras tanto, era Helvétius quien estaba amenazado, Esa
estima, que unos días antes todos le reconocían, entró rápidamente en
quiebra. Los enemigos salieron de todas partes, como ha señalado G. R.
H a v e n sil y Sm ith. El Journal de Trévoux, órgano principal de los
jesuítas, y el N ou velles ecclésiastiques de los jansenistas, lanzaron a
sus mejores plumas a la batalla contra los filósofos 32. El contenido de
estos artículos apenas permite diferenciarlos. Todos insisten en que la
obra es un peligro para el orden establecido y las buenas costumbres, que
encierra una filosofía materialista {«el materialismo más claro, absoluto
y universal», en palabras del P. Berthieri. que predica una moral laica
y cívica contraria a la moral cristiana, que defiende la separación entre
Iglesia y Estado, la supremacía de éste. Y a lo había señalado la D eter­
minado de la Sorbona a l valorar el D e l’Esprit como la síntesis más

3 , G eorge R. H o ren s, «H elvétius, a philosopher with m ore enem ies than friends», en
Diderot-Studies, G inebra, 1966, pp. 301-306 (C om entario al libro d e D. W. Smith citado).
32 K eim ofrece un m agnífico resum en del contenido d e los textos condenatorios y d e ios
principales artículos de estas dos publicaciones. Op. cit., pp. 340 y 22. Igualmente la obra de
Smith, quien insinúa q u e el radicalismo del ataque p u ed e explicarse p o r la rivalidad entre
jesuítas y jansenistas que rivalizaron en m ostrar el máximo celo defensor de la ortodoxia y de
la M onarquía. La idea está ya e n Saint-Lam bert (ed. cit., pp. 79 y ss.) quien describe m oderada
posición inicial de los jesuítas, activada p o r e l : celo de los jansenistas.

21
completa de las malvadas ideas de los filósofos, filosofía que tiene su raíz
en Hobbes, Spinoza y Locke y que ha dado a l mundo textos tan insanos
como L’H om m e-m achine de La Mettrie, l’Esprit des lois de Montes-
quieu y el Code de la Nature del abate Morelly.
Filosóficamente, este debate carece de interés; no así, en cambio, desde
el punto de vista histórico, cara al movimiento de las ideas y su relación
con la política y el orden institucional en esta fase en que ya se estaba
gestando una de las más importantes revoluciones de la historia. Jesuítas
y jansenistas pedían la cabeza de Helvétius. De hecho, éste logró salir
relativamente bien del proceso por sus muchas influencias, entre ellas la
amistad con Malesherbes, director de la Librairie Royale, el influyente
abate Chauvelin, Choiseul, Mme. Pompadour, etc., que le libraron de
la prisión y del exilio. Helvétius se resistió a ju ra r una retractación. La
reina, en persona, presionó a través de Mme. Helvétius, pero ésta, cosa
que no impresionó a quienes la conocían, animó a Helvétius a resistir.
En cambio parece que sí tuvo éxito una segunda gestión de la reina a
través de la madre de Helvétius y la hábil gestión de algunos jesuítas, en
torno a una breve retractación. Sea por la presión de su madre, sea
porque se le amenazó con descargar toda la fu r ia en Tercier, el censor
real amigo suyo que consintió (cómplice o semiengañado) en dar el
privilegio de edición a l libro 33, lo cierto es que, al fin , aceptó firm ar
una retractación en la que se confesaba humilde discípulo de Locke,
falible como todo hombre y, por tanto, si había cometido errores se
retractaba de ellos, confesando que nunca se propuso otra cosa que el
interés del género humano y que si en algo erró, su pureza de intenciones
debe quedar a salvo.
No bastó a jesuítas y jansenistas, quienes buscaban en la rendición
de Helvétius una ejemplaridad que les asegurara la victoria global.
Además, cosa que suele pasar inadvertida, los guardianes de la ortodoxia
intuían que las nuevas ideas eran tanto más peligrosas cuanto más altas
llegaban, es decir, cuanto más enraizaban en hombres como Helvétius,
con indiscutible poder, con privilegiada situación social. Era en los
mismos medios de los «hommes en place» donde las ideas tomaban su
fuerza. Diderot o Rousseau eran menos peligrosos — y aún menos sin
su apoyo en los medios cortesanos y estatales— que Helvétius. Con éste la
enfermedad llegaba a la antesala de la reina.
A pesar de todo, y puesto que eran incapaces de conseguir la cabeza
de Helvétius, no se sintieron satisfechos con esa primera retractación y
exigieron una más radical y explícita. Como dice Saint-Lam bert,
«Ainsi, pour avoir démontré que l’u n í que maniere de rendre les hommes

33 Ver el artículo d e D. Ozanam, cit. en nota 23.

22
vertueux était d ’accorder l ’intéret particulier avec l'intérét general, Hel­
vétius f u t traite comme Galilée le f u t pour avoir demontre le mouvement
de la terre. Galilée, aprés avoir demandé pardon a genoux. dit en se
relevant: E pur si m uove. L a posterité a été de son avis; et plus elle
s’éclairera, et plus elle pensera comme Helvétius» i4.
Helvétius se vio forzado a hacer una segunda retractación más
concisa y formal. H a de decir que «tout ce q u i n ’est pas conforme a son
esprit (del cristianismo) ne peut l’étre a la vérité». Aceptó la hum illa­
ción para calmar a sus feroces censores sin conseguirlo: pedían más y
más. Con ello n i siquiera logró salvar a l amigo Tercier, que fue cesado.
E l perdió el cargo en la corte, que ya poco le importaba, y algo aún más
valioso: la esperanza. Porque, por encima de los contenidos concretos, el
D e l’Esprit era el discurso de la esperanza: en él ofrecía a l soberano una
ciencia — así lo creía— para saber manejar las pasiones humanas y
conducirlas a esa utopía de nuestra civilización, la de arm onizar
e identificar el interés individual con el bien público, lo particular y lo
universal.
El debate sobre el D e l’Esprit no se limitó al proceso censor y al
ataque ideológico desde los órganos de las órdenes religiosas. El combate se
daba en las tertulias, en los libros, en la escena. E l enorme texto de
Abraham de Chaum eix 5, del cual una buena parte está dedicado a
Helvétius; la comedia burlesca de Palissot, Les philosophes (1760),
en la que Helvétius es representado satíricamente entre los enciclopedis­
tas 36, son una buena prueba. Hasta Voltaire, siempre temeroso y pru ­
dente, siempre molesto ante obras como la de Helvétius que llevaban
demasiado lejos la ofensiva filosófica, que resultaban provocativas y eran
susceptibles de reactivar la represión, se vio obligado a intensificar su
intervención. A sí su Relación de la maladie du jesuite Berthier
(1759), su sátira La vanité contra Le Franc de Pompignam y su
comedia L’Ecossaise contra Fréron.
Esta somera descripción del «affaire» D e l’Esprit no puede eludir
una mínim a reflexión sobre la actitud de los filósofos, entre otras cosas
porque es muy significativa. En sus Lettres de la Montagne (1764)
cuenta Rousseau que estaba dedicado a dar la ju sta réplica a los
principios, muy peligrosos, que se sostenían en el libro de Helvétius
cuando tuvo noticias del proceso y la persecución. « A l instante arrojé las
hojas a l fuego considerando que ningún deber podía autorizar la bajeza

34 Saint-Lambert, Essai sur la lie..., ed. cic. págs. 83-84.


35 Préjugés legitimes contre «l’Encyclopédie» et Essai de réfutation de ce dictionnaire, avec Examen
critique du livre «De l'Esprit», París, 1758.
36 M orellet contestaría en su La visión de Palissot, 1760, lo que le costaría dos meses de
prisión. El debate en to rn o a la obra de Palissot ha sido bien tratado por M. Freud (nota 14).

23
de unirme a esos locos para acabar con un hombre de honor oprimido.» Esa
fu e la actitud general: aplazar la critica. Antes estaba la solidaridad en
la defensa de la libertad de expresión, en la réplica a la ofensiva
ideológica y política de los sectores más conservadores. E l «instinto» unas
veces, los principios generales otras y, en fin , la estrategia consciente,
caso de Diderot, determinaron esa actitud generalizada de solidaridad
con el autor acosado. Y esto es muy significativo, pues expresa cómo el
D e l’Esprit — cómo, en general, toda gran obra de esta época— había
pasado a simbolizar, por encima de su tesis concreta, la bandera de la
renovación, el espíritu de una alternativa social y cultural que poco a
poco se iban consolidando.
Ahora bien, no es menos significativo — a l menos en el entorno
concreto de este trabajo— que todos aplazaran la crítica. Pues ello quiere
decir que el libro fu e recibido con inquietud, con preocupación, con
incomodidad, en la mayor parte de los sectores ilustrados. Rousseau, por
ejemplo, no puede aceptar la tesis sensualista de reducir el juicio a
sensación. Menos aún puede aceptar que el interés sea el fundamento de
la virtud, o que el espíritu sea simple efecto de la educación '7. Voltaire
se sintió molesto: el pensamiento de su discípulo batía sus principales
tesis. Pero, como era habitual en él, sabe alabar el genio, la belleza, la
agudeza del libro cuando escribe a Thiérot (11-1759), trivializarlo al
reducirlo a mera paráfrasis del pensamiento de La Rochefoucauld
cuando escribe a l duque de Richelieu (V I-1762) o atacarlo con dureza
como desordenado, incoherente y repleto de vulgares cuentos azules cuando
escribe a M . de Brosses (IX -1 7 5 8 ). Diderot — y así cerramos la rápida
referencia a las tres grandes posiciones en la «république des lettres»— ,
al tiempo que no vacila en su defensa, con rapidez escribe sus Réfle-
xions sur le livre D e l’E sp rit38 en las que se apresura a marcar sus
diferencias. Ciertamente, en este caso no hay pasión: Diderot, al
contrario de Voltaire y Rousseau, no se siente en posesión de la
verdad, de modo que pueda ver en el texto de Helvétius una
herejía o una insolente boutade. En Diderot esto es su práctica habi­
tual: mostrar los límites, la insuficiencia de cualquier sistema. Por
eso Diderot señala cuatro paradojas, que después, más amplia­
mente, con motivo de la publicación postuma del D e l’H om m e
desarrollará. Cuatro paradojas, en el sentido de las antítesis kantianas,
« decir, no tanto con la intención de dar la verdadera alternativa
cuanto para mostrar cómo todo esfuerzo de sistematización incluye unas

37 Ver tam bién la « P ro fe sió n de foi du Vicaire Savoyard» Emite (Lib. IV), La Nouvelte
Héloise (Lib. III), La Lettre a M. Delegres. a M. Vernes, etc., y sus notas escritas directam ente
sobre su ejem plar del De l'Esprit.
38 En Oeuvres Completes de Diderot, ed. Assézat, II, p. 272 y ss.

24
tesis metafísicas necesariamente parciales. Una paradoja se da en torno
a la «sensibilidad» como propiedad general de la materia, que le lleva a
ver la percepción, el juicio y el razonamiento como mera sensación:
demasiado simple, demasiados problemas ocultados, demasiado olvido de
la complejidad de la vida. La segunda se da en torno a la tesis de que
no hay n i justicia n i injusticia absoluta, reduciéndolo a la situación
histórica, a l tiempo que se pone el interés general como medida absoluta
de la estima pública y de la esencia de la virtud. La tercera apunta al
principio según el cual la diferencia entre los hombres es puesta exclusi­
vamente por la educación, sin reconocer la determinación de la organiza­
ción. La cuarta, en fin , en torno a esa definición del bien físico como
objeto único de las pasiones, lo que hace d ifícil la pretensión de una
virtud social. Son apuntes de crítica rápidos, sin madurar, pero que
expresan la distancia filosófica como en Voltaire y en Rousseau expresa­
ban, además, la incomodidad de unas tesis tan audaces que desborda­
ban lo tolerable. Pero, en conjunto, una actitud de recelo. Algo tenía el
D e l’Esprit que inquietaba incluso a los sectores ilustrados. Helvétius se
hizo sospechoso incluso entre quienes lo defendían por razones tácticas o
por viejos lazos de amistad.
Todo ello convierte el «affaire» D e l’Esprit en uno de los más
apasionantes de la Historia del pensamiento del XVIII. Quienes defen­
dían una conciencia social cada vez más anacrónica vieron con claridad
la amenaza de un pensamiento que no sólo les condenaba y amenazaba,
sino que descubría el verdadero juego de las pasiones e intereses que su
ideología se preocupaba de ocultar y cubrir. Quienes estaban dedicados a
elaborar una conciencia moderna, la conciencia que la sociedad burguesa
necesitaba para darse unidad y fuerza, para convertirse en histórica y,
además, para mirarse en ella, para reconocerse en ella, para legitimarse,
de puertas afuera asumieron el D e l’Esprit como símbolo del nuevo
espíritu, pero de puertas adentro mostraban su suspicacia. Como si la
voz de Helvétius fuera inoportuna, como si desvelara, también en ellos,
la realidad que la nueva conciencia social no podía reconocer sin aver­
gonzarse, la máscara tras la cual debía vivir para poder sentirse legítima.
Pues si bien la voz de Helvétius no sonaba tan dura como la de Hobbes,
aunque sólo fuera porque creía en la utopía de articular el interés
individu a l y el público, esa voz decía con claridad que no hay sujeto en
nombre del cual hablar, que no hay ninguna esencia hum ana libre
en nombre de la cual decir el bien y el mal, que no hay razón para la
ficción de la libertad, que el hombre sólo puede am ar lo universal, la ley,
si ésta satisface su insaciable y natural ansia de placer... Ese lenguaje
no iba con la época, que aspiraba a instaurar el sujeto moral y jurídico,
epistemológico y económico, libre y responsable, racional... y por ello

25
amante de los valores universales, pues cuanto más los posee más realiza
su esencia, más propiamente es. Helvétius, pues, resultaba rebelde al
«espíritu» de su época. Por ello, causó el descontento de casi todos. Como
dijo una célebre dama de la época: «C ’est un homme q u i a dit le secret
de tout le monde» 39.

3. La id e a y la i m a g e n :
EL SISTEMA BAJO LA AN ÉCD OTA

En el D e l’Esprit hay un férreo orden de razones, lo que le da ese


carácter fuertemente sistemático, filosófico. Un orden de razones que está
sembrado de historietas y anécdotas de múltiples efectos. A Diderot no le
agradaban. Turgot, en cambio, a pesar de que nunca vio con buenos ojos
el libro, veía en esas dtsgresiones literario-legendarias la principal fuente
de su atractivo, lo que le hacía accesible y ameno, lo que ayudaba a su
éxito. Ciertamente, esta acumulación de leyendas e invenciones literarias
ocultan un poco el discurso filosófico, la fuerza de su unidad; de todas
maneras consideramos que aquí, como en tantas cosas, los detalles son los
más sabrosos. Y, en este caso, no son un añadido. En D e l’Esprit hay
toda una teoría de la creación literaria y no es inaudito que, en un libro
donde se dice de una jorma u otra se ponga en práctica. Rastreando el
orden de las ideas encontraremos la justificación de lo «anecdótico» que,
por tanto, podrá ser valorado desde otras categorías, pero no como
accidental e inoportuno.
En el primer Discurso se trata de definir el objeto: el «espíritu». En
el siglo XVIII este concepto es un tanto vago, como casi todos los conceptos.
No es la «razón», n i siquiera la «raison constituée» 40 que sugiere
Belaval, distinguiéndola de la «raison constituante» que sería más bien
el alma como principio sin el cual no es posible la experiencia. Y no es
correcto seleccionar algunas frases que pueden apoyar tal tesis, pues es re­
conocida la ambigüedad con que el propio Helvétius usa el término
«esprit». Tampoco es el «entendimiento» n i siquiera las «ideas». Esto
puede sorprender, pues lo primero que hace Helvétius es precisamente
advirtiendo que no existe acuerdo sobre el significado de la palabra
«esprit», distinguir dos grandes acepciones: como facultad (que sería el
entendimiento) y como efecto de dicha facultad, es decir, como conjunto

’1' V er Saint-Lambert, op. cit.. p. 74.


40 Op. cit.. p. X X X I-X X X II

26
de ideas. Helvétius se quita de en medio el problema, cumple el requisito
normativo de definir las palabras. Pero en gran parte se olvidará de esta
acotación.
A Helvétius le agradaría poder reducir el espíritu al conjunto de
ideas. T a l cosa es cómoda y parece científica. En definitiva, es lo que
había hecho Hume: la imaginación como lugar donde se producen unos
fenómenos, donde fluyen las ideas-imágenes. Pero Hume podía hacerlo
porque su objetivo era fundam entalm ente epistemológico —o, mejor, se
quedó en esta fase— . H um e podía concebir el análisis del conocimiento
como la descripción del juego de las imágenes, de sus leyes, de sus
extravagancias. Y tal cosa era cómoda, porque, en el fondo, se reducía a
sumar y restar; y tal cosa parecía científica por su semejanza con la
tarea del físico frente a los fenómenos naturales. Helvétius, aunque
recoge esta actitud y la mantiene con insistencia, a veces se ve obligado
a forzarla o traicionarla, porque tiene otro objetivo (o, al menos, porque
este objetivo en él domina), a saber, una tipificación de los hombres que
no sólo es necesaria para una ciencia de la legislación (el legislador tiene
que reconocer la diferencia), sino que viene determinada por su teoriza­
ción estética y, si se nos permite, por un manifiesto esfuerzo de Heh'étius
por mostrar una jerarquía de «espíritus», en la que aquellos que deten­
tan los privilegios y rodean a l soberano aparezcan inferiores a los
artistas y los filósofos. Hume puede hablar de las ideas en abstracto;
Helvétius constantemente está oponiendo la grandeza y nobleza de unas
a la mezquindad y miseria de otras. Y , para ello, traicionando la
defitiición que hace del espíritu en las primeras páginas, introduce en
este concepto una ambigüedad necesaria.
De todas formas, su punto de partida es éste que ya permite la
ambigüedad: la distinción entre espíritu como facultad (y, por tanto,
susceptible de pensarlo como diferente, como desigual potencia en cada
individuo) y espíritu como conjunto de ideas. Y su objetivo inicial
confesado es el de entender el espíritu en esta segunda acepción. Cosa
importante, pues viene impuesta por el hecho de que Helvétius de­
be borrar la diferencia entre los espíritus-facultad de los hombres, debe
evitar que pueda verse en esa desigualdad de potencia o perfección, la
raíz de las diferencias de ideas, sentimientos y conductas, pues así y sólo
así es posible radicalizar la tesis de que la diferencia en el espíritu la
pone la educación. De todas formas, como hemos dicho más arriba, a veces
echará mano del espíritu-facultad para pesar la desigualdad, si bien
soterradamente. En f in , ése es uno de los puntos más importantes y
decisivos, y q u izá por ello más débil de su pensamiento.
Helvétius se detiene poco en el análisis del entendimiento. La teoría
empirista era generalmente aceptada en su ambiente y la toma sin más,

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sin pararse en sus problemas. Una dimensión de ese espíritu-facultad es
la sensibilidad, como capacidad pasiva de recibir impresiones; otra di­
mensión es la memoria, en el doble papel de archivar y reproducir de
forma más debilitada dichas impresiones (I, 1). Como esa sensibilidad
es común a todos los hombres, todos son susceptibles de espíritu. Las dos
únicas excursiones que hace Helvétius a problemas filosóficos en este
primer capítulo nos muestran, por un lado, una confusión, y por otro, su
actitud fenomenista. Efectivamente, q u izá por influencia de Buffon, señala
que la diferencia entre el hombre y otros animales en este aspecto del
espíritu se debe a que aquéllos tienen manos y dedos flexibles. Gracias a
ello han podido desarrollar la «pólice» (I, 1, 191-193). Esto es una
confusión, o un descuido, pues supone reconocer la «constitución orgá­
nica» en la base de las ideas y perm itirá a Diderot afirm ar la sinrazón
de usar la diferencia orgánica para distinguir a l hombre del anim al y,
en cambio, negarla entre los hombres.
E l otro tema es su pregunta respecto a si sensibilidad y memoria son
facultades-sustancias, son modificaciones de una misma sustancia, son
materiales o espirituales. En el fondo no entra en el tema. Con unas
referencias históricas en que pone de manifiesto cómo tradicionalmente
incluso los Santos Padres entendían el alma como materia sutil, deja
entender que este problema metafísico no cae dentro del saber posible y
establece como punto de partida la sensibilidad. No hay por qué remon­
tarse a una ontología metafísica; es suficiente esta ontología de la sensa­
ción. Igualmente, de modo rápido, resuelve m ía de las tesis que encontra­
rían más réplicas: la reducción de la memoria a sensibilidad continuada
y especialmente la reducción del juicio a sensación. «Ressouvenir n ’est
proprement que sentir» (I, 1, 205); «juger n ’est jam ais que sentir»
(I, 1, 211).
E l tema es importante, y si Helvétius lo ha resuelto con ingenua
rapidez es porque, en definitiva, le parecía que estaba en Locke y Con-
dillac, o quizá en Hume. Un análisis pormenorizado, cosa que no cabe
aquí hacer de los textos de estos tres filósofos, nos mostraría que en esa
precipitación Helvétius ha llevado a l empirismo a unos terrenos ajenos a
sus máximos titulares. El toma la «tabula rasa» lockeana, o el «hombre
estatua» condillaciano, que le permiten borrar toda diferencia entre los
hombres en el origen. Luego reduce la conciencia a sucesión de ideas que,
o bien son impresiones de objetos externos o internos, o bien es un flujo
puesto por la memoria. Pero lo único que aparece a la conciencia es el
movimiento de las imágenes. Ahora bien, ese movimiento en el escenario
de la imaginación es casi lo único que contempla la conciencia o el
espíritu (como facultad): es la percepción. Eso y la diferencia: el
espíritu percibe también la diferencia y la semejanza entre dichas

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ideas. Para Helvétius eso es juzgar: percibir la diferencia en el flu jo de
impresiones y rememoraciones. En realidad no es sólo eso, pues en otros
momentos afirm ará como a ctitid a d importante del espíritu la ordenación
de las ideas, llegando, incluso, a subordinar la potencia de la memoria a
esa capacidad de orden y unificación (III, 3, 187-189).
Helvétius ha puesto la sensación como principio del conocimiento.
Pero también la ha puesto como el principio del sentimiento. La teoría
condillaciana de la doble dimensión de la sensación, origen del conoci­
miento y origen del deseo, es recogida globalmente por Helvétius. A l fin ,
«dans 1’homme tout se reduit a sentir». En la sensación se originan los
dos movimientos que definen la vida humana: la génesis de las ideas y
la génesis de las pasiones. Dos procesos unidos en cuanto es la idea-
imagen — y no el objeto— la que genera el deseo o la aversión, el placer o
el dolor y, por tanto, la conducta. La acción se rige desde la pasión y
ésta desde las representaciones im aginativas. Por eso Helvétius no pre­
dica con conceptos; éstos sirven para el análisis pero, para convencer, hay
que describir cuadros donde la virtu d y el vicio, la grandeza o la
mezquindad, sean pintados con rasgos suficientemente intensos para que
quien los percibe se sienta atraído o repelido inmediatamente. De ahí
las anécdotas, las historietas y las leyendas que constantemente introduce
Helvétius.
Las pasiones, pues, dependen de la imaginación, de las imágenes, del
espíritu. Sólo a través del espíritu puede el soberano intervenir en las
pasiones y dirigirlas a... ¿A dónde? A lo posible deseable. Y de eso se
trata: de conocer el campo del deseo y los límites de su posibilidad. Son
los primeros conocimientos que debe a dquirir el legislador.
El Discurso I se reduce, en rigor, a este primer capítulo, donde se
asume en sus grandes rasgos una posición filosófica empirista. El resto
del discurso son simples reflexiones sobre las «causas del error», producido
por las pasiones (cap. II), la ignorancia (cap. III) y el abuso de las
palabras (cap. IV), donde lo más sabroso son las historietas, reflexiones
sobre temas de la época, como el tema del lujo y la contundencia con que
pone el límite del conocimiento. «M ateria», «espacio», «infinito»... son
pseudoproblemas generados por el abuso de las palabras. E l libro IV del
Ensayo lockeano es asumido con agilidad y contundencia. La «materia»
es sólo una palabra que sirve para decir sobre las cosas, pero sobre la que
nada puede decirse; la «materia» es el nombre dado a una colección de
sensaciones. H ay que tener el coraje de ignorar lo que no se puede saber:
siempre es preferible la ignorancia a l error. Igual pasa con «espacio» e
« in fin ito » , palabras que designan ausencia de idea, cuya única noción
es la negación de todo contenido positivo, la pura nada (I, 4, 266)
o «la ausencia de límites» (I, 4, 267), respectivamente.

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¿Materialismo en Helvétius? Belaval ha caracterizado la filosofía
de Helvétius como un «matérialisme psychologique», de corte cartesiano,
distinguiéndolo del «matérialisme physiologique» de La Mattrie, y del
«matérialisme physique» de D ’Holbach y Diderot. S i tomamos esta
tipología como simple enunciación de un problema, como indicación de la
necesidad de acabar con la hipótesis cómoda del materialismo genérico del
XVIII, la sugerencia nos parece conveniente. A este respecto nos parece
interesante leer la obra de Helvétius desde la perspectiva de una tensión
entre: a) el materialismo de la materia en movimiento que aprendió en
Descartes y Fontenelle 4 y que permite reducir a causas físicas por el
simple juego de la transmisión del movimiento el nivel de la conciencia
(como cuando imagina la posibilidad de que sea en una tormenta de
arena en los desiertos africanos donde está el origen, a través del enrare­
cimiento atmosférico, de las pasiones, las ideas y las revoluciones); b)
una ontología de la sensación, es decir, un sensualismo 42, puesto por
necesidad del análisis (limitarse a las causas próximas), por exigencias
de su posición empirista (limitarse a lo percibido), por la aceptación de
la diferencia entre lo inerte y lo sensible, pero, a un tiempo, su analogía
(ver III, 9, 37 ss.), donde dice que «II semble que, dans l’univers moral
comme dans l ’univers physique D ieu n ’a it mis q u ’un seul principe dans
tout ce q u i a été. Ce q u i est et ce qui sera n ’est q u ’un développement
nécessaire»; y c) u n materialismo sociológico, por no decir histórico 43,
que le lleva a acentuar la dependencia de espíritu de la ley y de la
educación, de la estructura social y de las costumbres. Y, aunque no sea
un autor académicamente reconocido, aunque su análisis esté muy tra­
bado por el doble empeño de poner el «materialismo» francés del X V I I I
(sin distinciones), por un lado, como progresista, en la línea del materia­
lismo marxista, y, por otro, como «mecanicista», es decir, lastrado, no
dialéctico, hemos de reconocer que fu e Plejanov 44 quien por primera vez
supo ver en Helvétius ese forcejeo por encontrar un «factor» externo,
material, explicativo de la vida del espíritu, recurriendo alternativa­
mente a la física, a la geografía, a l clima, a la economía, a la educa­

41 V er W. Krauss, «Fontenelle et la form ation d’H elvétius» en Studi in onore d i ltalo


Siciliano, vol. I, Florencia, Olschki, 1966, pp. 599-604.
42 La tesis ya fue defendida p o r V. Cousin en La pbilosophie sensualiste au dix-huitiéme siécle.
París, Librairie N ouvelle, 1856 3. D el tem a ya dim os cuenta en nuestra «Introducción» al
Sistema de la Naturaleza, ed. cit.
43 Con matices, es la tesis d e G . Besse, «U n maitre du rationalism e fran^ais au XVIII*
siécle» en Cahiers nationalistes, C LX X X I (1959), pp. 184-214. Es también, acentuando la falta
de posición d e clase, la tesis d e I. L. H orow itz, Claude Helvétius. Philosopher o f Democracy and
Engligbtenment, N ueva York, Paine W hitm an Publ., 1954. Y con radicalismo la establecía G.
Richard siguiendo a Plejanov, en su «H elvétius précurseur de M arx», en Revue International de
Sociologie, 1922.
44 G . Plejanov, Essai sur l'histoire du matérialisme. D'Holhach. Helvétius. M arx (1896), París,
Editions Sociales, 1957.

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ción, al derecho, a las pasiones. S i nos acosáramos con la pregunta:
«Materialismo, ¿sí o no?» (y no hacemos una cuestión arbitraria, sino
que recordamos la nota 2 4 del Discurso IV , donde el mismo Helvétius,
defendiendo ese orden geométrico que debe perm itir reducir todas las ideas
complejas a ideas simples, ante las cuales haya que decir «sí» o «no»
necesariamente, porque decir lo contrario encierra contradicción), ten­
dríamos que recordar su crítica a l abuso de las palabras, que, cuando
son abstractas, no son sino el nombre de una colección de ideas simples, y
así responderíamos: Materialismo sí, pero materialismo helvetiano. Y
lo que queda pendiente es, precisamente, describir y analizar los conteni­
dos de este materialismo específico, a riesgo de que no resulte «materia­
lismo» stricto sensu.
En el D e l’Esprit no sobra nada. Incluso esta superficial reflexión
sobre las puentes de los errores tiene un sentido concreto. Si Helvétius ha
«seleccionado» estos puntos de la filosofía empirista es porque le interesa
sentar el principio de que «tous les hommes ont essentiellement l ’esprit
juste». E l error es un accidente, u n m al cálculo, cuya raíz no está en la
calidad o potencia del entendimiento, sino en las interferencias. 0 sea,
todos los hombres están suficientemente dotados para llegar a poseer un
«esprit juste», o u n «bel esprit» o u n «esprit étendu»... S i no llegan a
ello, se debe a causas externas.
Tras estas breves reflexiones epistemológicas, si cabe llamarlas así, o
declaración de principios filosóficos, en el Discurso II intenta Helvétius
definir el papel del espíritu. ¿Por qué aman los hombres las ideas?
Helrétius, in vita a pensar primero otra pregunta: ¿Qué ideas, qué tipo
de espíritu, aman los hombres? La historia — y la historieta— le sirven
aquí para sacar de la experiencia que los hombres sólo aman aquellas
ideas útiles y agradables, las que le proporcionan bienestar. El principio
hobbesiano del «amor de sí», que durante todo el siglo XVIII se considera
como principio natural, es reforzado con el recurso a ejemplos históricos.
La única, pero importante, diferencia entre la formulación hobbesiana y
la helvetiana es que para éste el amor de sí no tiene sólo la com po­
nente utilitaria (deseo de sobrevivencia y de todo aquello que la garan­
tiza, es decir, de toda forma d r poder); o, mejor, pues podría argumen­
tarse que en Hobbes se encuentra también, aunque atenuada, la otra
componente; la diferencia entre ambos es que en Helvétius la com po­
nente utilitaria está a l menos equilibrada, si no subordinada, a la
com ponente narcisista. Se aman aquellas ideas que nos son útiles; pero
también se aman aquellas ideas que son análogas a las nuestras, «le désir
de l’estime est commun á tous les hommes» (II, 4, 41). Si el universo
físico, dice Helvétius, está sometido a las leyes del movimiento, el u n i­
verso moral no está menos sometido a las leyes del interés. Ese interés es como

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un «mago» capaz de cambiar las formas de los objetos: 'el dice lo bueno y
lo malo, lo justo y lo injusto. «Tous les hommes sont mus p a r la méme
forcé; tous tendent également a leur bonheur», ésa es la ley natural a la
que nada escapa. Y, a l mismo tiempo, «11 est done certain que chacun a
nécessairement de soi la plus haute idee, et q u ’en conséquence on n ’estime
jam ais dans a u tru i que son image et sa ressemblance» (II, 4., 63). En la
componente utilitaria del amor de sí Helvétius es tan radical como
Hobbes, si bien éste generaliza las pasiones y uniform iza más los objetos
de las pasiones que Helvétius, quien por su relativización histórica da
más variedad a unas y otros. En cambio, en la acentuación de la
componente narcisista Helvétius parece acercarse más a Spinoza, para
quien el «perseverar en el ser» no es tan sólo seguir siendo, sino seguir
siendo lo que se es: no es sólo vivir, sino vivir de ta l o cual manera.
Además, también como Hobbes y Spinoza, una y otra componente se
condensan en el «deseo de estima», en el deseo de reconocimiento: que es
poder y, por tanto, garantía de sobrevivencia, pero que también es
narcisismo, vanidad, placer.
E l halago es útil, sin duda alguna. Quien reconoce nuestras perfec­
ciones reconoce nuestro poder, y eso ya es seguridad. Pero, además, para
Helvétius el halago es en sí placentero. Helvétius radicaliza, y está
obligado a hacerlo, esta componente narcisista. Ambas form an parte del
interés egoísta: aquélla es pasión de ser, de vivir; ésta es pasión de ser
sujeto, de ser reconocido como sujeto. Y q u izá sea esta componente la que
individualiza al hombre. Rousseau lo había magistralmente teorizado en
la segunda parte de su Discours sur l’origine de l’inégalité 45. En ese
deseo de ser reconocido, de conseguir la «estima pública», tiene su raíz la
vida social. El hombre, para conseguir esa estima, debe abandonar su
conciencia de sí satisfecha, su inmediatez, su autosuficiencia, para
asumir lo universal, lo común, lo social. Sólo se llega a ser amado cuando
se es análogo a los otros, como éstos quieren, conforme a sus intereses. El
«yo» va siendo sustituido por un «ego»: el hombre deja de ser sí mismo
para llegar a ser representante, modelo, arquetipo. Y si no lo consigue, lo
aparenta: la máscara, la escisión entre el ser y el parecer. Pero esto, que
en Rousseau suponía desnaturalización, y que justificaba su rechazo del
orden social, en Helvétius es asumido en otra perspectiva, con otro
talante. S i es así, viene a decir, si los hombres se mueven por su interés y
por su deseo de estima pública, el gobernante, el legislador que quiera
actuar sabiamente debe conocerlo y actuar consecuentemente.
No es extraño que Helvétius advierta a l legislador de las cuatro
armas de que dispone para dirigir la vida social: recompensa y castigo,

45 En Rousseau, Oeuvres completes. París, Gallimard, 1964, Vol. III, pp. 164 y ss.

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gloria e infam ia. Las dos primeras, directamente ligadas a la componente
utilitaria del amor de sí; las otras dos, a la componente narcisista. Con
estas armas, y sabiendo que los individuos son siempre asi, iguales en
sus pasiones, aunque en cada tiempo y lugar diferentes en los objetos de
dichas pasiones, y sabiendo que son así por necesidad, el legislador podrá
realizar su f i n moral: el bien público.
Notemos, antes de comentar el «bien público», que esas dos compo­
nentes del amor de sí definen una estructura teórica muy curiosa. El
amor de sí como tendencia a la vida y, para ello, a l poder, a la utilidad,
es puesto por Helvétius en la perspectiva de disolver el sujeto. El hombre
es, bajo esa ley, un lugar de la naturaleza, un centro de la cadena
causa-efectos, es espacio de la necesidad. En cambio, el amor de sí como
narcisismo, como deseo de estima, de ser reconocido, es una ficción del
sujeto: el hombre tiende a ser reconocido como causa, como potencia de
actuación, como creador, como autor, como amo. Sabe que sólo puede ser
amado, sólo es digno de la estima si lo que en él se ama le pertenece, si es
algo que ha merecido, que ha conseguido bajo la posibilidad de no tenerlo.
Pensado como cualidad necesaria, no es posible la estima. Y es esa
«ficción del sujeto», inscrita en toda componente narcisista, la que hace
posible el juego del legislador, pues sólo bajo ella tiene sentido el mérito y
la virtud. Helvétius lo sabe. La acción del gobernante es un poco mágica,
debe crear la ilusión, ejercerse en lo imaginario. Helvétius simplemente
diría que se trata de una ficción necesaria y, en cualquier caso, útil,
pues produce bienestar y placer.
Helvétius ha establecido las cuatro armas que el legislador tiene para
intervenir en la conducta de los hombres; ha establecido igualmente la
necesidad de la orientación de todas las pasiones humanas a su amor de
sí, combatiendo cualquier pretensión de cambiar la naturaleza del hom­
bre, las fuerzas que en él operan; ha dedicado muchos capítulos de este
Discurso I l a mostrar cómo la dominación de unas pasiones u otras, el
deseo de unos u otros objetos, es relativo a l orden socio-político, variando
a lo largo de la historia; ha expuesto con claridad que cualquier
intervención razonable del legislador ha de respetar y potenciar el interés
individual, adecuarse a esas fuerzas como el artesano adecúa su activi­
dad a las leyes de la naturaleza; y, en fin , ha mostrado cómo cualquier
intervención del legislador sólo puede hacerse a través del espíritu, pues
de éste derivan las pasiones que llevan a la acción. Ahora bien, ¿cuál
debe ser el objetivo que el legislador ha de proponerse en su intervención
científica en lo moral?
Tras el relativismo histórico que se ha empeñado en subrayar, puede
resultar sorprendente intentar d efinir un valor absoluto; tras el descrip-
tivismo en que ha mantenido su discurso, no deja de ser chocante este

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salto al «deber». Esta paradoja, que ya señalara Diderot 46, es difícil de
eludir en un discurso como el de Helvétius, que no podía eludir el
compromiso, más aún, que estaba orientado a la acción práctica 47. De
todas maneras su paso del «es» a l «debe» le parece bastante plausible
por el carácter que da a l «debe». S i todo individuo busca necesariamente
su felicidad, ¿no está permitido decir que la sociedad como conjunto
tiende a la felicidad pública? Ciertamente, como H o ro w itz48 le ha
criticado, Helvétius no tiene en cuenta el carácter de clase de la domina­
ción social y habla de un «bienestar público» abstracto. Pero piensa que
m axim izar la felicidad es ir de acuerdo con la naturaleza, tanto a nivel
del individuo como a nivel de la colectividad. Y m axim izar la felicidad
no quiere decir simplemente cómo sería para Hobbes satisfacer las necesi­
dades. A nivel individual se consigue m axim izar el placer a base de,
primero, tener grandes e intensas pasiones, y, segundo, satisfacerlas. Con
pasiones débiles, aunque estén satisfechas, la vida es tibia y anodina;
con grandes pasiones insatisfechas, la existencia deviene tragedia; el
éxito está en poseer grandes pasiones y poder satisfacerlas. A nivel del
legislador, encargado de la moral, es decir, de la felicidad, la m aximiza-
ción de la felicidad se consigue dirigiendo esas pasiones, generando unas,
potenciando otras, contrarrestando éstas, disuadiendo aquéllas..., todo
con el uso de la recompensa y el castigo, distribuyendo la gloria y la
infamia.
Pero ¿qué interés puede tener el príncipe en m axim izar la felicidad
pública? Pues Helvétius no puede hablar, en rigor, de deber del p rín ­
cipe. Efectivamente, tiene en ello su interés: así recibirá la máxima
gloria, la mayor estima y, a l mismo tiempo, su máximo poder. Helvétius
piensa que si no se siguen estas reglas no es porque vayan contra el
interés particular, sino porque no se conocen. Los hábitos, la pereza, los
errores... El cree que está diciendo el interés de cada hombre, incluido el
príncipe: su interés objetivo, leído por la razón en la naturaleza, no
mixtificado por la imaginación.
Pero todo esto está subordinado a un presupuesto que aún no ha sido
bien esclarecido; a saber, que el espíritu no es un don natural, que es
efecto de la educación y de la ley. Este principio estaba en la filosofía de
Locke: si no hay ideas innatas y el entendimiento es una tabula rasa,

46 D id ero t, Réfutation de l’ouvrage d’Helvétius intitulé l’bomme. en Oeuvres Philosophiques de


Diderot, a cargo d e P. V erniére, París, G arnier, 1964.
47 V er R. J. W hite, The Anti-Philosophers, Londres, M acmillan, 1970.
48 H orow itz (op. cit.) ha señalado cuatro contradicciones en H elvétius: a) apoya su ciencia
de la moral en las costum bres, no en los intereses de las clases; b) ignora la lucha de clases al
form ular la relación e n tre bien privado y público; c) habla d e utilidad en abstracto, sin ver la
irreductibilidad de los intereses de clase; d) no resuelve la paradoja de una naturaleza humana
inm utable y una sociedad cam biante.

34
todo es efecto del medio. Claro, para que este principio pudiera ser leído
en términos helvetianos exigía unas tareas previas. Por un lado, había
que dism inuir a l máximo la «mente activa» de Locke, la «facultad de
pensar», pues de lo contrario podría verse en ella la fuente del conoci­
miento y, por tanto, de la desigualdad entre los espíritus. Y a hemos visto
cómo en el Discurso I lleva Helvétius a cabo esta tarea. Además, en
segundo lugar, Helvétius debía radicalizar la unión entre ideas y pasio­
nes, cosa que en Locke siempre es oscurecida por su conversión del hombre
en un sujeto libre y moral, especialmente en su obra política. A q u í
Helvétius tiene casi resuelto el problema en Condillac, que ya ha teori­
zado, como hemos visto, la doble dimensión, gnoseológica y emocional de
la sensación. M ientras tanto, Helvétius ha ido señalando que las dife­
rencias orgánicas entre los hombres eran indiferentes en cuanto todos
ellos, a nivel de sensibilidad, eran homogéneos. Así, claro está, el espí­
ritu parece efecto del medio social. Y, además, sólo así es posible la
utopía. Si el espíritu tuviera su raíz en la estructura orgánica, en la
organización, en un esquema de inteligibilidad mecanicista, se llega inevi­
tablemente a l pesimismo: el espíritu es efecto de unas leyes sobre las que
es imposible intervenir (al menos era imposible en el XVIII). En cambio,
si el hombre es efecto de lo social, en la medida en que lo social es un
producto de los hombres, la esperanza es posible: transformar lo social. Y
Helvétius es lo que of rece al soberano: un saber que le permita llevar a
cabo la reforma sometiéndose a la ley natural de maximización de la
felicidad.
Pero, claro está, Helvétius sabe que éste es el punto más importante
y, en rigor, más nuevo y revolucionario. S i el hombre es un efecto del
orden social, la miseria del hombre tiene su raíz en lo histórico — no en
lo natural— ; la responsabilidad recae en quienes dirigen y perpetúan el
orden social; ya no cabe una legitimación de la desigualdad de condi­
ciones en base a diferencias de a p titu d naturales, pues sólo son modifi­
caciones sociales. Con ello, Helvétius se acercaba a ese «materialismo socioló­
gico» del que hemos hablado. Y esto era nuevo y peligroso. Pero, sobre
todo, era algo que había que sentar muy bien: y a ello dedica el D is­
curso III.
E l Discurso III es, sin duda, el más importante filosóficamente. En
él Helvétius debe legitimar la tesis sobre la que se apoya toda su ciencia
de la moral. H a de establecer que el espíritu es solamente efecto de lo
social y, en sentido fuerte, de la educación y de la ley. Para ello debe
cortar y reconstruir la cadena de determinaciones que especialmente
Hobbes y La Mettrie habían establecido radicalmente: físico-fisiológico-
psicológico-moral; así como con la variante que hombres como Maupertuis,
d ’Holbach y Diderot habían introducido: físico-biológíco-psicológico-

35
m o ra l49. H abía que romperlas sin que, a otro nivel, pudieran ser
afirmadas. Había que cortarlas por la m itad y establecer la uniform i­
dad de los hombres en cuanto a lo físico-fisiológico (o lo físico-biológico, si
bien Helvétius tiene escasa información sobre las ciencias de la vida y
piensa más en el prim er esquema; cosa que, a su vez, favorece más el
corte, pues es más d ifícil pensar la conexión entre lo fisiológico y lo
psicológico que entre este nivel y esa instancia confusa y maleable que es
la «vida» en esa época; o sea, es más persuasiva la idea de que las
diferencias fisiológicas poco afectan a l espíritu). No era necesario mos­
trar la homogeneidad de la constitución orgánica, cosa evidentemente
imposible; se trataba de mostrar que esas diferencias obvias no son rele­
vantes, pues la cadena de determinaciones o, a l menos, la cadena princi­
pal, la realmente determinante, es otra: sociopolítico-psicológico-moral.
Plejanov tiene razón cuando señala que Helvétius se enreda en esa
teoría de los factores a l no poder pensar dialécticamente el conjunto.
Pero, ¿quién no se enreda ahí cuando, tras la afirmación general de la
dialéctica de las instancias, se decide a pensar las determinaciones y
subordinaciones concretas? Lo importante es que Helvétius rompe con la
cadena naturalista y, aunque quizá fuera suficientemente consciente de
ello, rompe también con la linealidad reduccionista de la cadena mecani-
cista de causas-efectos. Efectivamente, H eliétius no solamente olvida,
ignora (y justifica este desplazamiento) la determinación orgánica sobre
el espíritu como irrelevante (y como injusta, como dirá comentando
l’Esprit des lois 50), poniendo en su lugar la determinación de lo social,
sino que, a l mismo tiempo, la línea abierta de la cadena causal se cierra
en un círculo: sociopolítico-psicológico (pasiones, espírituj-conducta so­

49 E videntem ente, sería necesario establecer el contenido concreto d e conceptos com o


«psicológico», «biológico», etc.; igualm ente, habría que acum ular gran núm ero de matizaciones
en el uso que cada uno de estos autores hacía y, especialm ente, en la form a más o menos
mecánica de pensar la cadena d e determ inaciones. Ese es un trabajo que globalm ente está por
hacer y que supone nada m enos que clarificar la filosofía del XVIII, el «materialismo». Como
aquí se trata solam ente de situar filosóficamente a H elvétius, el esquem atism o del plantea­
m iento quizá p ueda ser disculpado p or su eficacia y simplicidad.
50 H elvétius advierte que la cadena naturalista d e determ inaciones, cuya m ejor expresión
sería el determ inism o geográfico d e M ontesquieu, va contra el espíritu de reform a. Dice: «U n
escritor que quiere ser útil a los hom bres debe ocuparse más d e los principios verdaderos en
un m ejor orden de cosas futuras que de consagrar las que son peligrosas y perpetuarlas».
D esde el determ inism o naturalista le parece a H elvétius que sólo es posible la descripción y
justificación de todo lo existente. El «materialism o filosófico» (como diríamos hoy para distin­
guirlo del materialism o histórico) lleva a la pasividad, a la renuncia, a la entrega, a no reconocer
el papel de la subjetividad, reducida a efecto. Con su corte, H elvétius plantea el juego de
determ inaciones en lo histórico, en lo q u e es producto del ho m b re y, así, puede llamar a éste a
su renovación. P o r eso sigue criticando a M ontesquieu y le dice no haber com prendido sus
sutiles distinciones de las distintas formas históricas d e gobierno. «Je n ’en connais que de deux
espéces: les bons et les mauvais. Les bons, qui sont encore á faire; les mauvais, d ont to u t l’art
est, par différents m oyens, d e faire passer l’argent de la partie gouvernée dans la bourse de la
partie gouvernante». Oeuvres completes d’Helvétius, ed. D id o t, t. X IV , pp. 61 ss. V er F. G ebelin,
«La publication de PEsprit des Lois» en Revue des Eibliot beques, X X X IV (1924), pp. 125-158.

36
cial. Ciertamente esto no se ve con claridad, n i el mismo Helvétius parece
constatarlo. Y esta oscuridad q u izá sea debida a la forma de entender lo
político-jurídico propia de Helvétius. Este sitúa el orden político-jurídi­
co fuera de la sociedad civil, del mundo de los hábitos, de las artes, de
la economía, de las pasiones... A reces no solamente pone la ley fuera de la
sociedad civil, sino la educación, permitiendo a Horoivitz, a Besse, a
M omdjian... recordar las Tesis sobre Feuerbach y criticar a Helvétius
su olvido de que «los educadores también tienen que ser educados». El
legislador y el educador son puestos fuera, en la frontera de la sociedad civil,
en el lugar desde donde pueden contemplarla serena y globalmente, ver
sus leyes, su juego, sus formas y, así, con la ciencia de la moral o de la
legislación en la mano, poder dirigirla sin ser ellos dirigidos,
La cosa, ciertamente, no es tan radical. En las historietas especial­
mente, Helvétius señala cómo el príncipe o el educador son con frecuencia
víctimas de los hábitos y los vicios de la corte y de la república de las
letras. Pero la tendencia es a situarlos fuera. Y así, esa línea de
determinaciones circular que abre la puerta a una reflexión nueva, es
poco aprovechada por Helvétius. No obstante, y valorado históricamente,
romper con el naturalismo introduce una novedad importante. El mismo
Diderot, refutando a l D e l’H om m e, si bien con justicia, reclama su
parte de protagonismo a la determinación natural, se ve obligado a
reconocer la importancia de la determinación social.
La pregunta es, pues, si lo que el hombre es, es decir, lo que hace y,
por tanto, lo que siente, si el ser del hombre es efecto de la naturaleza
(entendida aquí como constitución orgánica) o, por el contrario, efecto de
la educación. Argumenta Helvétius que con frecuencia vemos hombres
cuya diferencia de espíritu es muy grande sin que las diferencias orgáni­
cas entre ellos mantengan tal distancia. No parece que tenga mucho que
ver la altura, el peso, la agilidad, el color de los ojos... con el espíritu.
Puede sospecharse que la educación sea la causa de la diferencia. Eso sí,
la educación entendida de modo amplio (III, I, 165 ss.). Pues si la
educación como instrucción en la escuela puede ser más o menos semejan­
te, para gran cantidad de hombres que, en rigor, presentan espíritus
diferentes, la educación como u n largo aprendizaje social, es decir, como
vida social, es siempre diferente en cada hombre.
El tema es atractivo. Las diferencias de espíritu no pueden ser
explicadas por las diferencias de la constitución orgánica por la gran
uniform idad de ésta en la mayoría de los hombres. Para que pueda
suponerse que es fru to de la educación hay que pensar en ésta como diferen­
ciada en cada hombre y, para ello, debe entenderse por educación el
conjunto de la experiencia, de lo observado, de lo vivido. A sí entendida,
diferenciada en cada hombre, puede suponerse causa de las diferencias de

37
espíritu. A l menos es más comprensible que ver la causa en una natura­
leza cuya diferenciación es insuficiente.
Pero no basta con suponer que la educación es la causa del espíritu.
Es necesario demostrar que no es en absoluto posible que dicha causa sea
la naturaleza. Para ello hay que ir analizando los factores naturales
que estén más directamente ligados a la producción del espíritu y ver así
la insuficiencia de su determinación. Helvétius los va eliminando uno a
uno. Comienza con los sentidos (III, 2, 176 ss.) y ofrece un razonamiento
curioso. S i bien la diferente organización de los sentidos determina
imágenes, representaciones diferentes de los objetos, como lo importante
del espíritu son las relaciones entre imágenes y estas relaciones son
constantes, los sentidos no ponen la diferencia. Su idea es curiosa, pues
toma el sentido como un aparato de medida. S i un ojo graba una
imagen con un error x, este error será el mismo en cualquier otra imagen
y su relación será idéntica a la de otro que grabe con un error rjn y a la
de aquel que grabe sin error.
Tampoco la memoria pone la diferencia de espíritus, ha experiencia
muestra que todos los hombres son capaces de almacenar una gran
cantidad de imágenes, suficientes como para establecer entre ellas una
cantidad de combinaciones ta l que todo el mundo tendría un gran
espíritu. En cualquier caso, las diferencias en cuanto a la potencia de la
memoria (III, 3, 185 ss.), aparte de no relevantes, son efecto del uso, de
la atención y del orden, o sea, de factores no ligados a lo orgánico. Por
tanto, en cuanto a la extensión del espíritu, las combinaciones posibles
en cada hombre son tantas que la diferencia no es significativa. Y si no
se habla del espíritu como número de ideas, sino como calidad, fin u ra ,
rectitud o género, entonces ya no es problema de la memoria sino de otros
factores como, por ejemplo, la atención.
Pero tampoco es aceptable la idea de una desigualdad natural de
potencia de atención (111, 4, 2 07 ss.). En una reflexión muy hobbesiana
Helvétius muestra cómo todo hombre es capaz de atención suficiente por
todo aquello que le interesa. En cualquier caso, aceptando ciertas dife­
rencias en cuanto a la capacidad de atención, no son significativas en
cuanto todo hombre tiene la suficiente para elevarse a las mayores
alturas de cualquier arte. Todos aprenden a leer, aprenden una lengua,
pueden comprender las proposiciones de Euclides (III, 4, 211). «Or tout
homme capable de concevoir ces propositions a la puissance physique de
les entendre toutes.» Y quien tiene esa potencia puede comprender todas
las ideas si tiene interés en ellas. « D ’oú je conclus que la grande
inégalité d ’esprit qu'on remarque entre les hommes dépend peut-étre du
désir inégal q u ’ils ont de s ’instruire» (III, 4, 246). Ahora bien, este
deseo es una pasión y «si nous ne devons q u ’á la nature la forcé plus ou

38
moins grande de nos passions, ils s’ensuit que l’esprit doit en consé-
quence étre consideré comme u n don de la nature» (Ibíd.). El punto es
delicado. Para resolverlo hay que conocer las pasiones y sus efectos. Hay
que entrar en ese terreno de lo antropológico-psicológico, tan del gusto del
siglo, pero tan poco estructurado. A l menos debemos reconocer que el
ligado discurso de Helvétius no escamotea los obstáculos. Y así, haciendo
depender el espíritu de las pasiones, ahora se ve obligado a quitar a éstas
su base natural; o, a l menos, a fija r sobre ellas la posibilidad de la
determinación social.
El capítulo V es muy importante, entre otras cosas porque en él se
dan las claves de lo que será el D e I’H om m e. Para nosotros es impor­
tante porque en él se pone a prueba la legitimidad (por supuesto, a nivel
de coherencia teórica) de todo el D e l’Esprit, o al menos de su proyecto
principal. El hombre es descrito en término de un lugar natural, un
campo de fuerzas (111, 5, 2 4 7 ss.). Sobre él actúa la fuerza de inercia,
en forma de pereza («la paresse est naturelle a l’homme»), que le hace
«graviter sans cesser vers le repos, comme les corps vers un centre». Es la
fuerza del «perseverar en el ser» spinoziana, la ley de la m ínim a acción
en la naturaleza, teorizada por M aupertuis. Por eso «l’attention le
fatigue et le peine». Pero, por otro lado, otras dos fuerzas actúan
contrapesando la pereza, la inercia: «l’une par les passions fortes, et
l ’autre par la haine de l’ennui» (III, 5, 248-249). Q uizá forcemos un
poco el texto de Helvétius, pero creemos que vale la pena aunque sólo sea
para estructurar el problema que ha planteado. Nos parece que interpre­
tar estas fuerzas como tendencia a l reposo y a l movimiento no va con el
espíritu del texto. La pereza es, ciertamente, tendencia a la conservación
del ser tal como es. Pero no es quietud sino movimiento de conservación,
acciones de resistencia al cambio. Y ahí se incluían las «pasiones
débiles», orientadas a lo inmediatamente útil. Es decir, constituirían el
espacio de fuerzas orientadas a la pura sobrevivencia. O si se quiere,
constituirían ese componente del amor de sí que hemos llamado u tilita ­
rio. Vale la pena anticipar que, para Helvétius, el resultado de estas
fuerzas es la mezquindad, la grosería, la entrega, la resignación, la
miseria del espíritu, la rutina.
Pero esas fuerzas regidas por la pereza son compensadas o alternadas
por otras que, para seguir con nuestro esquema, constituirán la compo­
nente narcisista del amor de sí. Y a q u í se ve con claridad la distancia de
Helrétius a Hobbes, del que tan deudor es. En Hobbes esta componente
estará subordinada a la utilitaria, a la sobrevivencia. En Helvétius
están en tensión, confrontadas, y de su equilibrio desplazado dependerán
los tipos de hombre. Hobbes, además, se inclina por la sumisión del
narcisismo a la sobrevivencia, in vita a renunciar a las grandes pasiones

39
para vivir. Helvétius llama a salir de la mezquina sobrevivencia e invita
a l riesgo de muerte para vivir de la única manera digna y feliz. Y es
que para Hobbes la felicidad es efecto de sobrevivencia, el placer sensa­
ción de seguridad, mientras que para Helvétius la felicidad y el placer
sólo se dan en la frontera con la muerte, o a l menos bajo el riesgo de
muerte. Léanse sus historietas, donde el guerrero vive anticipadamente en
la batalla el placer prometido en form a de estima pública y de amor de
las jóvenes que el pueblo le entregará. Y en aquellos relatos donde no es
protagonista el guerrero, Helvétius pone al legislador, a l filósofo o al
artista que innova, que revoluciona, que rompe con lo habitual, que
desafía lo establecido, que arriesga...
E l odio al aburrimiento y las pasiones fuertes, pues, definen o
condensan la componente narcisista. «L ’ennui est dans l’univers un
ressort plus général et plus puissant q u ’on ne l’imagine» (111, 5, 249).
Reconoce que es, sin duda, el menor de los dolores; pero no deja de ser
uno de ellos, pues «le désir du bonheur nous fera toujours regarder
l'absence du piáis ir comme un mal» (Ibid.). Porque, en el fondo, esa
necesaria tendencia a vivir, a permanecer, a l tiempo que es instinto de
sobrevivencia (rechazo de todo aquello que nos perturba, que nos afecta,
que nos determina, que nos oprime, en suma, esfuerzo de liberación; es
instinto de muerte en el limite. Y es así porque la ausencia de afec­
tos anula la conciencia de sí, que sólo aparece en las sensaciones. S i
la sensibilidad es la cualidad que lim ita la vida con lo inerte, y la
sensibilidad es sentir, percibir, la ausencia de sensación es el paso a lo
inanimado. Pero sólo se siente la diferencia, es decir, la sucesión de
sensaciones diferenciadas. Por tanto, el instinto de permanecer es, en el
límite, instinto de muerte. Y en una concepción cuantitativo-espacial de
la vida, como la helvetiana, cuanto más cerca de ese lím ite más cerca
de la muerte; cuanto más lejos, más vida. Por tanto, la vida y el placer,
que es expresión de la auténtica vida, de la vida, sana, de la fuerza de
vivir, viene representado por la componente narcisista. El hombre odia el
aburrimiento por instinto de vida, aunque sea arriesgando la vida, por
amor al placer, por amor de sí. «Nous souhaiterions done, par des
impressions toujours nouvelles, étre a chaqué instant avertis de notre
existence, parce que chacun de ces avertissements est pour nous un plaisir»
(111, 5, 249). Y esta necesidad de ser afectados («d’étre remué»), la
inquietud que produce en el alma la ausencia de impresiones, constituye
en parte el principio de la «perfectibilidad del espíritu humano» (111, 5,
250), lo que ha hecho posible a través de los tiempos el progreso de las
ciencias y las artes. Y de nuevo recordamos a l Rousseau del segundo
Discours quien, con un planteamiento similar, pues ponía la conciencia
de sí en las sensaciones, se negaba a reconocer como natural el odio al

40
aburrimiento, el deseo de nuevas y más intensas sensaciones, optando por
embellecer la autosuficiencia de aquel salvaje más allá del tiempo.
E l odio a l aburrimiento fuerza la búsqueda de sensaciones nuevas y
fuertes. Pero las fuentes de las sensaciones son las pasiones. «Les pas­
sions sont dans le morale ce que dans le physique est le mouvement: il cree,
an'eantit, conserve, anime tout; et sans lu i tout est mort» (III, 6, 263).
Rousseau, en su Discours sur les sciences et les arts, había puesto las
pasiones (como vicios reprobables) en el origen de las pirámides, de las
ciencias, de los templos, de las artes en general5l. Helvétius hace lo
mismo, pero cara a embellecer las pasiones, base de todo lo grande en la
historia. Los capítulos VI y V i l se dedican a ejemplificaciones históricas
que ilustran cómo todo aquello que la historia cuenta, que merece ser
admirado, tiene en su base las pasiones de unos hombres o unos pueblos,
mientras que la ausencia de las pasiones fuertes tiñe la historia de
mediocridad. El título del capítulo V IH resume magníficamente su
conclusión: «On devient stupide des q u ’on cesse d ’étre passionné» (III,
VIII, 22).
U n problema importante es el mantenimiento de la fuerza de las
pasiones. En este aspecto hay que resaltar el importante papel que
Helvétius hace ju g a r a la edad. En el siglo X V I I I todas las reflexiones
antropológicas están fuertemente matizadas por su valoración de los
hábitos. En u n esquema empirista esto es indudablemente coherente.
Hume había introducido con fuerza el hábito en la teoría epistemoló­
gica. Helvétius está, a l fin , hablando del espíritu. Por ello dirá incan­
sablemente que sólo los jóvenes pueden ser generosos, desinteresados y, por
tanto, sólo ellos pueden valorar la belleza, la verdad o el mérito de los
otros. Pues los jóvenes a ún no se han adscrito a una doctrina, aún no se
han habituado a unas ideas y unas costumbres. Mientras el hombre
maduro sólo puede am ar en los otros aquello que es semejante a él, el
joven, que aún no está fijado en unas formas, que no tiene un espíritu
propio, es capaz de adm irar y valorar lo bueno de los otros sin el
mecanismo de la analogía consigo mismo. En las pasiones pasa algo
similar. Los hábitos debilitan las pasiones. Los hábitos son efectos de la
pereza, o sea, tienden a la conservación, resisten a l cambio.
E l espíritu, su actividad, depende de las pasiones. « C ’est aussi dans
l’áge des passions, c’est-á-dire depuis vintg-cinq ju s q u ’á trente-cinq et
quarante ans, q u ’on est capable des plus grands efforts et de vertu et de
génie» (III, 8, 30). A p a rtir de esta edad, n i los conocimientos crecen y,
sobre todo, se debilitan las pasiones. Para Helvétius éste es un límite que
hay que aceptar y respecto a l que nada puede hacerse. Pero, en cambio, hay

51 V er el comienzo d e la segunda parte de este prim er Discurso.

41
otros factores que tambtén intervienen en el mantenimiento o debilita­
miento de las pasiones sobre los cuales cabe intervenir y, por ello, deben
ser considerados. Helvétius es fie l a su principio de que el hombre sólo
ama aquello que le proporciona placer; por tanto. «On cesse d ’étre
passionné pour un objet lorsque le plaisir qu’on se promet de sa possession
n ’est point égal á la peine nécessaire pour l’acquérir» (III, 8, 31). Con
lo cual se pone la posibilidad de intervención del orden político; éste
puede mantener y fom entar las pasiones con su mecanismo de premios y
condenas, de reparto de gloria y de infam ia. A sí, lo socio-político puede
intervenir en el juego de fuerzas que constituyen el hombre y vencer la
pereza, el hábito, ese instinto de sobrevivencia que, en rigor, es instinto
de muerte por aproximar a l hombre a l placer cero en la escala que
va de la indiferencia a la máxima individualización.
Pero queda aún por establecer el origen de las pasiones, pues hasta
el momento sólo se ha reconocido la posibilidad de intervenir en su
intensidad. Para ello Helvétius distingue dos tipos de pasiones, como era
habitual en la época. « Il en est q u i nous sont immédiatement données
par la nature, il en est aussi que nous ne devons q u ’á l ’établissement des
sociétés» (III, I X , 37). ¿Cómo distinguirlas? No hay más remedio que
recurrir a esa típica reconstrucción imaginaria del «estado de natura­
leza». Y los resultados son también tópicos. Las pasiones naturales están
ligadas a las necesidades naturales: hambre, sed, miedo, sexo... A llí no
hay envidia, orgullo, avaricia, ambición, vanidad, gloria... Y se trata
de establecer su origen, pues si a l no darse en el estado de naturaleza
puede suponerse que las pone la sociedad, también cabría pensar que su
germen está ya dado naturalmente.
Parece como si Dios hubiera puesto un solo principio en el universo
moral, a l igual que en el físico, de modo que de él deriven necesariamente
todos los fenómenos. Parece como si Dios hubiera dado a l hombre la
sensibilidad y le hubiera dicho u ordenado: «C[est p ar elle q u ’aveugle
instrum ent de mes volontés, incapable de connaitre la profondeur de mes
vites, tu dois sans le savoir, remplir tous mes desseins. Je te mets sous la
garde du plaisir et de la douleur: l’un et l’autre veilleront á tes pen-
sées, a tes actions; engrendreront tes passions, exciteront tes aversions,
tes amitiés, tes tendresses, tes fureurs; allumeront tes désirs, tes craintes, tes
espérances; te dévoileront des vérités, te plongeront dans des erreurs; et,
aprés t ’avoir fa i t enfanter mille systémes absurdes et différents de morale
et de législation, te découvriront un jo u r les principes simples au déve-
loppement desquels est attaché l’ordre et le bonheur du monde moral»
(III, I X , 40). Lo que, traducido a un discurso más concreto, es una
génesis del orden social que en Helvétius apenas difiere, en lo descriptivo,
de Rousseau, hasta el momento en que aparece el deseo de riquezas y de

42
gloria, y devienen el objeto general del deseo de los hombres (III, I X , 44).
Con base en la necesidad, ha descrito en breves trazos la aparición
de la desigualdad, de la vida social, de la propiedad, etc. E l deseo de
riquezas va ligado a la posibilidad de su acumulación y el de gloria al
deseo de reconocimiento. Pero, con esas dos pasiones fundamentales esta­
blecidas en un desarrollo combinado entre lo natural y lo social, Helvé­
tius dirá que, a p a rtir de ahora, «De la naitront, selon la forme
différente des gouvernements, des passions criminelles ou vertueuses» (III,
9, 45), como la envidia, la avaricia, el orgullo, la ambición, el amor a
la patria, la pasión de gloria, la magnanimidad, la vanidad... ¿Cuál,
pues, es el origen de las pasiones? En rigor, Helvétius diría que la
sociedad, si bien, por el hecho de que surgen en el hovibre, siempre cabe
pensar que en su naturaleza ya está, sea como perfectibilidad, la
posibilidad de la misma. Pues, a l fin , como diría Rousseau, la paloma y
el gato mueren antes de comer la carne o la fru ta : la naturaleza ha
puesto en ellos una perfectibilidad muy estrecha. En resumen, todas estas
pasiones son «factices», artificiales, puestas por el orden social.
No vale la pena seguir la descripción que hace de la avaricia,
ambición, orgullo, amistad. Helvétius, una vez ha establecido el origen
social de las pasiones, una vez ha resaltado que el temor a l castigo y al
deseo de placeres pueden generar en el hombre pasiones (Cap. X I I a
X V ) , pasa a un planteamiento más histórico, acumulando ejemplos para
reforzar unas tesis que ya están dichas (Cap. X V I a X X I I I ) , como que
en los pueblos las pasiones dependen de los gobiernos, los pueblos pobres
han sido más virtuosos, mientras los ricos han desarrollado pasiones
viciosas, el castigo impide el vicio, pero no engendra la virtud, el premio
de la gloria y la estima pública son los mecanismos para fomentar
las pasiones virtuosas, el relativismo histórico de virtu d y vicio, y, en f in,
que la virtud y el vicio, en cuanto a su fuerza, se miden por el placer
que causan y, en moralidad, por el interés público que porporcionan.
Por tanto, si todo hombre es susceptible de pasiones, de éstas depen­
de la atención, que a su vez parece estar en la base del espíritu, todos
los hombres son susceptibles de poseer un espíritu amplio, justo y bello
(III, 26). La posibilidad vendrá dada por el gobierno y la educación.
A sí queda cumplido el objetivo. No obstante, hemos de subrayar
algunas ideas que son resaltadas en los últimos capítulos del Discurso
III. Helvétius, sin abandonar en ningún momento la perspectiva del
amor de sí, hace ahora un desplazamiento que puede ser significativo.
Parece como si el hombre no ame propiamente la vida, sino que la ama
en cuanto le proporciona placer; su odio a la muerte radica en que va
siempre precedida de dolor: «La mort est toujours précédée de douleurs, la
vie toujours acompagnée de quelques plaisirs. On est done attaché á la vie

43
par la crainte de la douleur et par l ’amour du plaisir: plus la vie est
heurease, plus on craint de la perdre» (III, 28, 28). Este planteamiento
encierra matices que no deben pasar desapercibidos. M ientras que en
Hobbes y Spinoza el placer y la alegría eran sensaciones ligadas a la
idea de posesión de algo que aumentaba la potencia de obrar, el poder,
la seguridad, la vida, el «movimiento vital», la «perfección», es decir, el
placer era una segregación de una idea de sí. adecuada o engañosa, como
amo, como dueño, como propietario de la propia vida, en Helvétius la
vida aparece como un fondo, una ocasión donde se busca el placer y se
huye del dolor. En rigor, para Hobbes, como le criticarían en su
tiempo s2, el suicidio es incomprensible a no ser que se vea como una
monstruosidad de la naturaleza, una desviación de la ley natural, pues
si sentimos dolor sólo citando algo disminuye nuestro «movimiento vi­
tal», la muerte es el máximo dolor y nadie puede preferirla de forma
natural. En Helvétius, en cambio, el dolor es otra cosa; mejor aún,
placer y dolor no están pensados en función de situaciones orgánicas
tabuladas. Por ello «moins la vie est beureuse, moins on a de regret á la
quitter: de la cette insensibilité avec laquelle le paysan attend la mort
(III, 28, 28). El hombre puede preferir la muerte al dolor y casi al
aburrimiento, el menor de los dolores. A sí puede concluir: «Si l’amour de
notre étre est fondé sur la crainte de la douleur et l ’amour du plaisir,
le désir d ’étre heureux est done en nous plus puissant que le désir d ’étre»
(III, 28, 29). Y sigue diciendo que para obtener el objeto del cual se
espera la felicidad los hombres son capaces de «s’exposer á des dangers
plus ou moins grands, mais toujours proportionnés au désir plus ou
moins v i f q u ’il a de posséder cet objet» (Ibíd.!.
E l «amor de sí», especialmente en la formulación de Morelly 53,
quien lo había desmoralizado (ni bueno n i malo) y un tanto desnatura­
lizado (era tanto amor a la vida como a la persona, a la imagen de sí),
poniendo en las instituciones la mediación determinante de las formas
concretas que tomaba, es el principio fundam ental de la antropología
helvetiana. El tratamiento que ha dado al mundo le permite poner al
hombre en las manos del legislador y del educador y, en definitiva, en
sus propias manos, pues para que haya un amo se necesita que alguien
acepte ser esclavo. A l menos esto es posible en la gente de espíritu, que no
ha llegado a una degeneración tal que no sea capaz de comprender
esta verdad. S i bajo un gobierno despótico el pueblo llano llega a verse

52 Ver Peter Laslett, «Locke e H o bbes», en AA. VV., Locke, Milán, ISED I, 1978.
53 El Code de la N ature (1775) pasó p o r ser de D iderot. A través d e él B abeuf inspira el
socialismo d e la época. M orelly había publicado tam bién un Essai sur l’esprit hutnain (1745) y
un Essai sur le coeur hum ain (1745), textos hoy difíciles de consultar pero cuyo estudio sería
interesante cara al De l’Esprit.

44
hundido moralmente hasta el punto de no desear liberarse de su servi­
dumbre, a l menos los hombres de espíritu que puedan comprender la
ciencia de la legislación comprenderán que si la ley les hace obedientes y
sumisos, ellos permiten la ley. Ciertamente, Helvétius oscila entre una
explicación muy sociologista, en la cual cada uno es efecto necesario, y
raptos de optimismo que le llevan a poner a l hombre (siempre de sectores
ilustrados) como efecto de sí mismo. En cualquier caso, su oferta es al
legislador y a l filósofo. Y aquí, como en todos los puntos, los detalles son
los más sabrosos. Este orden de razones que hemos intentado extraer del
D e l’Esprit queda árido y simple si no se rellena con los detalles llenos
de fuerza y color, a l menos a ratos, del texto.
Y a sólo fa lta responder a la pregunta práctica: si la diferencia en el
espíritu la pone la ley y la educación, ¿qué ley y qué educación? Es el
tema del Discurso IV . La respuesta genérica sería: aquella ley y aquella
educación que desarrollen el espíritu. Pero ¿qué espíritu? Helvétius se
inclinaría por desarrollar el espíritu en general, cualquier forma de
espíritu. De todas maneras, a un admitiendo que todas, o casi todas, las
formas de espíritu son buenas para la felicidad individual y colectiva, el
análisis de las mismas siempre es interesante, tanto para establecer su
jerarquía como para que el legislador sepa las incompatibilidades, las
prioridades, etc. Y así, capítulo tras capítulo, irá definiendo, diferen­
ciando y valorando el espíritu fino, sutil, el fuerte, el luminoso, el
extenso, el penetrante, el inventivo, el «bel espnt», el «esprit du siécle»...
Este largo análisis es d ifícil de resumir; además, se perdería lo mejor del
mismo: la sensibilidad de Helvétius para, en un análisis muchas veces
poco convincente, penetrar en lo estético.
Estos capítulos constituyen un hermoso libro de estética, describiendo
no solamente las peculiaridades de cada «género», sino la sensibilidad
del público, los recursos que tiene el autor para despertar en éste emocio­
nes y pasiones, el papel de la imagen, la distinción entre imaginación y
espíritu, entre espíritu y genio ju n to a sutiles análisis del gusto de la
época, del «esprit du siecle», del «bon ton» y del «bel usage», de la
cortesía, del amaneramiento de los «agréables» o exquisitos de la refi­
nada élite social... Como simple muestra de este Discurso IV , denso en
sutiles observaciones, en brillantes intuiciones, diremos algunas cosas del
capítulo X I , «des conseils», que insisten en la visión del hombre como
ser dominantemente narcisista que tiene. «C ’est done presque toujours la
vanité q u i conseille» (IV, 9, 51). Una cosa es el consejo de un abogado,
de un médico, es decir, el consejo técnico; otra cosa el consejo moral,
sobre arte, sobre comportamiento, sobre la vida cotidiana... A.quí el
consejero hace su propio panegírico, habla de él y para él, «quelque chose
qu’il dise (un joven), u n vieillard ne comprendra jam ais que la jouis-

45
sanee d ’une femme soit si n'ecessaire au bonbeur d ’un homme» ( IV, 9,
54). Helvétius describe a l hombre encerrado en su ser, en sus hábitos, en
sus ideas, en sus intereses, incapaz de hablar a l otro, de mirar la
realidad del otro, con lo cual el consejo no es sino una afirmación de su
propia imagen, una ocasión para la vanidad, para sentirse poderoso.
Por ello abundan los consejos, aunque no se demanden.
Tras la consideración del espíritu bajo ángulos muy diferentes,
Helvétius llega por f i n a la necesidad de responder a la pregunta: ¿qué
educación, qué ley? E l mismo reconoce que «je devrois peut-étre essayer
de tracer le plan d ’une bonne éducation» (IV, 16, 180-181). Pero,
¿qué conseguiría con ello? Piensa que, aunque pudiese trazar un plan
que ayudara a los hombres a ser mejores, a ser más felices, « il est évident
que, dans nos moeurs actuelles, il serait presque impossible de fa ire usage
de ces moyens» (Ibtd.). Entonces, si « l’inégalité d ’esprit q u ’on remarque
entre les hommes dépend done et du gouvernement sous lequel ils vivent,
et du siécle plus ou moins heureux ou ils naissent, et de l ’éducation
meilleure ou moins bonne q u ’ils recoivent, et du désir plus ou moins v i f
q u’ils ont de se distinguer, et enfin des idées plus ou moins grandes ou
fécondes dont ils fo n t l’objet de leurs méditations» (III, 30, 93); si, en
definitiva, incluso el genio es un producto de la educación (IV, 1, 100);
si por todo ello Helvétius puede decir que « j’a i cru q u ’il était du devoir
d ’un citoyen d ’annoncer une vérite propre á réveiller l ’attention sur les
moyens de perfectionner cette méme éducation» (III, 30, 97), ¿no sor­
prende un poco esta reacción?
Bien mirado, no corresponde al filósofo entrar en los detalles de un
plan educativo y legislativo. Los principios ya están establecidos. De
todas maneras, cabe un desarrollo de los mismos que, sin llegar a la
norma n i a la descripción funcional exhaustiva, matice más los conteni­
dos. Pero eso es lo que hará en su D e 1’H om m e, que queda fuera de
nuestro objeto.
De todas maneras, como dice Helvétius, «L ’art de former des hommes
est en tout pays si étroitement lié á la forme du gouvernement, q u ’il n ’est
peut-étre pas possible de fa ire aucun changement considerable dans l ’édu­
cation publique sans en fa ire dans la constitution méme des états» (IV,
17, 181). El tema, pues, es político. En rigor, el arte del legislador, la
ciencia moral, no es otra cosa que la ciencia de la educación pública
para la felicidad pública.

46
4. F il ó s o f o a pesa r d e t o d o

En el congreso internacional de marzo de 1971, en Bruselas, sobre


L’idéologie des lumiéres 54, en el que se conmemoraba simultáneamente
el bicentenario de la publicación de Le Systém e de la Nature (1770)
de D ’Holbach y de la muerte de Helvétius (1771) se puso de relieve, una
vez más, el tic de la historiografía filosófica ante este movimiento de
ideas de la segunda m itad del XVI11 en Francia. Debemos reconocer que
en las últim as décadas la historiografía filosófica ha hecho grandes
esfuerzos por rescatar a los filósofos del monopolio de la Historia de la
Literatura. Actualmente Rousseau está ya irreversiblemente legitimado
como filósofo S5 y Diderot está a las puertas de alcanzar ese «punto de
no retorno» 56. Los prejuicios de la historiografía filosófica estableciendo
una línea de demarcación de lo filosófico terriblemente convencional,
ignorando todas aquellas formas y estilos de la práctica filosófica que no
se adecuaban al objeto o a l formato definidos, comienzan a ser derrumbados.
Pero, q u izá como reacción a la anterior tradición histórico-filosófica,
q u izá como hábitos generados en la historiación literaria, qu izá por una
sobrepolitización y sobresociologización de la filosofía o q u izá por todas
esas razones y otras muchas, nos parece que actualmente se afirm a una
tendencia a reducir la H istoria de la Filosofía a Historia de las ideas, o
del pensamiento. En el caso de Helvétius, que es aquí nuestro objeto, esta
tendencia es muy fuerte y se da curiosamente, cuando tras un largo
olvido comienza a ser estudiado con cierto interés. Helvetius es disuelto
en un teórico del derecho o del gobierno sl, reducido a un pensador de lo

54 T uvo lugar los días 1 y 2 de m arzo. O rganizado p o r el Instituí des H autes Etudes de
Belgique. Las actas están publicadas en la Revue de l'Université de Bruxelles, X X V (1972).
55 Ei trabajo d e M. R. Trousson, «Q uinze années d’étu d es rousseauistes» en Dix-huitieme
siécle, 9 (1977), París, G arnier, los Annales p o nen de manifiesto el increm ento de estudios de la
filosofía rousseauniana. Textos como el de P. Burgelin, La philosophie de l ’existence, J.-J.
Rousseau, París, Vrin, 1952; la m onografía m onum ental d e L. G . C rocker, J . J . Rousseau (2 v.),
N ueva Y ork, MacMillan, 1968-1973; el colectivo Rousseau et la crise contemporaine de la
conscience, París, Beauchesne, 1980 (2 o C entenario de Chantilly, 5-8 sept. 1978); G . A.
G o ld sch m id t,^ .^ . Rousseau o// l’esprit de solitud?, París, ed. Phoebus, 1978; J. Starobinski, J.-J.
Rousseau. La transparente et l’obstacle. París, Gallimard, 1971 2, etc., m uestran que Rousseau ha
conseguido el rango de filósofo, y no sólo el de novelista o escritor político.
56 A D iderot le ha costado m ucho más abrirse un hueco en la historia de la filosofía. A
pesar del Diderot philosophe (Barí, Laterza) de Cassini, su rango no está plenam ente consoli­
dado, aunque en los últimos años abundan estudios en esta dirección. V er el reciente estudio
d e A nne-M arie y Jacques Chouiliet, «E tat actuel des recherches sur D id erot», en D ix-huitiem e
siécle, 12 (1980), pp. 443-470. H em os abordado el tem a en nuestro Diderot, op. cit., y en
«D iderot, la filosofía insatisfecha», en Filósofos y filosofías, Barcelona, Vicen* Vives (en prensa).
57 U n magnífico texto, con abundante aparato crítico y bibliográfico es el d e Letizia
Gianformaggio, D iritto e felicita. La teoría del diritto in Helvétius, Milán, Edizione di Com unitá,
1979- M uy sugestivo es tam bién el de Irving L. H orow itz, Claude A. Helvétius, philosophy o f
Democracy. N ueva Y ork, Paine-W hitm an Publishers, 1954, que destaca la presencia de las ideas
helvetianas en los «radical philosophers» anglosajones. V er tam bién ei ensayo de G. Imbruglia,

47
moral S8, discutido en sus reflexiones sobre la educación 59 o comentado
por sus ideas sobre el hombre 60. Estos estudios no sólo son legítimos, sino
interesantes y necesarios. En Helvétius hay todo eso y mucho más; por
ejemplo, cosa que incomprensiblemente pasa desapercibida, en D e l’Es-
prit se condensa todo un tratado de estética. Nuestra queja, si se nos
permite la expresión, es por la ausencia en rigor, no la escasez de
estudios sobre su filosofía. Ausencia que nos parece expresiva de que aún
los filósofos de las luces no han recibido el rango de notable y de que,
entre aquellos que les otorgan más valía, por profesión o por hábito
domina la tendencia a reducir la filosofía a pensamiento, a borrar su
especificidad 6
Helvétius fu e un filósofo y conscientemente deseó serlo. Y ejerció la
filosofía a l estilo de la época que, en su conciencia, era el único estilo
legítimo. En su momento la filosofía era un oficio (un género, un arte,
dirá él) en el que muchos se quedaban de aprendices perpetuos y muy
pocos llegaban a maestros: el oficio de trabajar las ideas (de «chasser les
idees» le agradaba decir), de producirlas claras y distintas, como había
aprendido de Bayle y de Fontenelle, de ordenarlas con precisión y rigor,
como exigía el mecanicismo geométrico cartesiano. No tenían los filósofos
ilustrados la conciencia de que la filosofía se definiera por su objeto de
reflexión (la materia, el espacio, lo infinito, el ser, Dios...). O, mejor, y
especialmente en el caso de Helvétius, le parecía que todo eso estaba ya
resuelto. El Essay on Human Understanding (1690) de Locke, que

«Economía e política nel D t l'Esprit d e H elvétius», en A n n a li della Faculta d i Lettere e Filosofía


deirUniversitá d i Napoli, v. X X , n. s. V III (1977-78), pp. 237-281.
58 Así el magnífico artículo de E. C. Ladd, «H elvétius and d’H olbach: la moralisation de la
politique», en Journal o f History of the Ideas, X X III (1962), pp.221-38, con la tesis de un
H elvétius defen so r de la m onarquía limitada. Tam bién el trabajo de A. Maffey, «C. A.
H elvétius della m orale alia política», en Nuova R i vista Storica, XLVI (1962), pp. 519-534.
A tractivo y clásico es el d e R. M ondolfo, Saggi per la storia della morale utilitaria. II. Le teorie
morali e politiche di C. A. Helvétius. Turín, 1904.
59 Un análisis amplio se encuentra en I. Cum m ing, Helvétius: his lije and place in the history
o f educational thought. Londres, 1955. Más localizado, p e ro a tono con la constante tendencia de
confrontar a H elvétius con Rousseau, es el trabajo de P. M. M asson, «R ousseau contre
H elvétius» en Revue d ’histoire littéraire de la Franee, 1911.
60 V er el interesante y original trabajo d e J. Rostand «La conception de l’hom m e selon
H elvétius et selon D iderot», en Rev. d ’Hist. Sciences et de leurs applications. 1952, quizá el que
con más agudeza ha visto las diferencias e n tre la concepción m ecánico-geom étrica de uno y
mecánico-naturalista del otro. Sobre el tem a en su visión global el trabajo más im portante es el
de D uchet.
61 D estaquem os los trabajos d e G. Besse, «U n maitre du rationalism e fran^ais au XVIIIe
siécle» en Cahiers rationalistes, C LX X X I (1959), pp. 184-214; «Philosophie, A pologétique,
U tilitarism e» en Dix-huitieme siécle, II (1970), pp. 131-146; de V. Cousin, La philosophie
sensualiste au dix-huitieme siécle, París, Librairie N ouvelle, 1956 3; M. G rossm an, The philosophy
o f Helvétius, N ueva Y ork, Columbia U. P., 1926; K. M om djian, La philosophie d'Helvétius. Ac.
Ciencias de la URSS, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1957; G. A. R oggerone, Controi-
lluminismo. Saggio su La Mettrie e Helvétius, Luce, M ilella, 1975; y, en fin, R. J. W hite, The
anti-philosophers: «A Study o f the philosophers in Eighteenth-Century France», Londres, Mac
Millan, 1970, que sorp ren d en tem en te se em peña en o p o n er filosofía del com prom iso a sis­
tem a, ignorando la tendencia al sistematismo d e la inm ensa mayoría de los «philosophes».

48
leyera en sus años juveniles, y la silenciosa obra que Condillac estaba
llevando a cabo 62 y que Helvétius conocía muy a fondo, aunque no lo
cite 63, habían trazado y a los límites entre lo cognoscible y la ficción,
entre el saber posible o ciencia y la metafísica; habían trazado ya los
principios generales del ser y del conocer; y habían definido con insisten­
cia la tarea pendiente: llevar a la moral, a l derecho, a la política, al
arte, a la religión..., el orden y la claridad.
A l menos desde Hobbes la filosofía había asumido conscientemente su
función práctica. Su objetivo era pensar la ley, la jelicidad, el deber, el
derecho, el poder, la desigualdad, las pasiones... El modelo de inteligibi­
lidad mecanicista, cartesiano o newtoniano (a estos efectos no es relevante
la distinción), al ser asumido por la filosofía, imponía a ésta la tarea de
escribir la ciencia de la moral {«una moral como ciencia experimental»,
dice Helvétius en su «Prefacio» a l D e l’Esprit). Es la gran exigencia de
la época cuyo verdadero reto está en pensar la autoridad. A lo largo del
siglo XVII la filosofía logra poner a l individuo como sujeto de derechos,
como sujeto moral, como sujeto epistemológico. El yo es ahora el dato, el
punto de partida. El nuevo orden social que se está gestando exige una
conciencia que lo legitime. Puesto e! hombre como ser natural y aceptada
la naturaleza como buena o, a l menos, como más allá de lo moral, la
filosofía tiene que pensar la legitimidad de todo aquello que ponga un
lím ite a lo que es efecto de ¡a naturaleza hum ana, la libertad. Cuando
los cánones de moralidad y de derecho trascendentes han sido desautori­
zados, cuando la filosofía no reconoce la legitimidad de unos códigos
morales de raíz teológica a los que el hombre deba someterse, la tarea más
urgente es pensar la servidumbre necesaria y la esperanza posible, decir
su carácter, su forma, su límite. Pero, para ello, es necesario previamente
una teoría de la naturaleza humana. Como suponía Hobbes en su
proyecto, todo D e cive ha de ir precedido, lógicamente, de un D e
hom ine. 0 como afirmaba Hume en su Treatise, puesto que la ciencia
la hacen los hombres, antes de trazar el verdadero sistema de las ciencias■,
es necesario conocer el instrumento que la elabora, el hombre.
Para Helvétius ésta es una regla de oro. Toda ciencia de la legisla­
ción 64 debe conocer las leyes del objeto sobre el que ha de aplicarse, debe

62 Ya había publicado Essai sur l'origine des connaissances humaines (1746); Traité des systémes
(1749); Traite des sensations (1754); T raité des anim aux (1755).
63 La H istoria d e la Filosofía aún d eb e a Condillac un estudio en el que se clasifique su
im portante papel en el m ovim iento d e ideas de la época. Silenciosam ente, sin asustar a sus
superiores, este abate enciclopedista tejía una filosofía q u e era to talm ente asumida en los
círculos materialistas. El q u e H elvétius no lo cite no d ebe en ten d erse com o un ardid desho­
nesto; Condillac apenas es citado p o r ninguno. Parece un silencio cómplice, de protección al
clérigo pru d en te en su acción y audaz en su pensam iento.
64 La reducción que H elvétius hace de la ciencia de la m oral a la ciencia de la legislación es
un punto im portante sobre el que volverem os enseguida.

49
conocer a l hombre, las fuerzas que en él operan. Y no solamente porque,
por principio, cualquier violencia sobre tales fuerzas es condenable por
an tin a tu ra l (principio que en Helvétius tiene poco efecto, al contrario de
toda la teoría iusnaturalista y de la reflexión rousseauniana), sino como
exigencia de una «racionalidad tecnológica» de la cual Helvétius es uno
de los primeros y más brillantes teorizadores. Efectivamente, si en las
ciencias naturales los hombres buscan conocer las leyes de la naturaleza,
para así poder montar su estrategia, a veces adecuándose a ellas, otras
resistiéndole, otras transformándolas en los límites que la misma ciencia
establece como posibles, en la ciencia de la legislación se trata de eso, de
dirigir en lo posible esas fuerzas, de cambiarlas, de sum ar y restar,
de jugar con ellas con habilidad y destreza, de dominarlas de la única
manera posible, respetándolas, de usarlas económicamente.
Unos pretendían el orden social justo; otros pretendían más, aspira­
ban al orden social feliz. Pero la m atriz filosófica esencial era la misma:
había que p a rtir de la naturaleza humana, convertida en principio,
fundam ento y canon. Unos construyen ideológicamente este concepto de
«naturaleza» , metiendo en él contenidos teológicos tradicionales o
ideológicos de clase 66; otros intentan construir el concepto por inducción
de la experiencia más o menos científica 67; algunos, a través de una
especie de introspección, como Hobbes y Rousseau, leyendo en el corazón
encuentran lo natural, si bien cada cual descubre cosas diferentes... Pero
todos aceptan que hay que p a rtir de ahí, que es la única referencia
aceptable. Se ha dicho que «naturaleza» es el concepto ausente 68; cierto,
pero habría que añadir que es la noción presente e inspiradora de todo
el pensamiento del siglo XVIII.
El esfuerzo por llegar a la «filosofía» de Helvétius a través de las
«ideas» q u izá deba centrarse ahí, en ese objetivo de definir un orden
social justo, una ley legítima, una libertad posible. Y, como este objetivo
bien pudiera considerarse como eterna aspiración desde Platón, dicho
esfuerzo necesita aislar la especificidad de los presupuestos, individuali­
zar la m atriz teórica en la que el filósofo del siglo XV/// trabaja.
Cualquier intento de leer a Helvétius desde fuera, aunque no deje de ser
atractivo, legítimo y positivo, nos mantendría en la historia de las ideas

65 Ver. R. M ercier, La Rébabilitation de la nature humaine (1700-1750), París, Ed. la Balance,


1960; Jean Ehrard, L ’ldée de nature en Franee dans la premíete moitie de X V l l I e siecle, 2 vols.
París, SEVPEN, 1963.
66 Locke, p or ejem plo, incluye la «propiedad» en los derechos naturales.
67 Sería el caso de M aupertuis, D iderot, d’H olbach... A unque conviene ser prudente a la
hora d e establecer con rigor estas dem arcaciones. Ver. J. Roger, Les sciences de la vie dans la
France du X V U IC siecle, Parts, Arm and Colín, 1963.
68 V er, además de los trabajos d e M ercier y Ehrard, el texto de R. G. Collingwood, The
Idea o f Nature, O xford, 1965; y el d e B. W illey, The 18th Century Background. Studies on the
Idea o f N ature in the thought o f the period, Londres, 1980.

50
y, como efecto, reproduciría la imagen de los filósofos ilustrados como
ideólogos, propagandistas, ensayistas a lo sumo 69. Cosa que en Helré­
tius aún es más fácil, porque nadie duda de que él y su salón engendra­
ron a los ideólogos 70.
Y no es que trabajos como la Crítica ílluminista e crisi della
societá borghese, de R. Kosselleck 71, que abre la perspectiva de un
Helvétius relacionado con la masonería, esos grupos de la burguesía
financiera y comerciante que preparaban una alternativa social, no sean
importantes. Lo son y mucho, pero un Helrétius leído desde el «espíritu»
ilustrado-masónico es simplemente un «homme d ’esprit»; el filósofo
queda ocultado. Porque si hoy nadie duda de la influencia de Helrétius
en la corriente utilitaria inglesa 12, si Bentham quiere ser el N ew ton de
la legislación cuyo esquema ha trazado Helvétius en el D e l’Esprit; si
James M ili, en su artículo Education para el suplemento de la Enciclo­
pedia Británica (1818) puede decir que «Helvétius sólo es como un
ejército» por su teoría de la educación; si Keim se atreve a insinuar
cierta presencia o semejanza con Nietzsche 73, lo cierto es que esas
relaciones y parentescos suelen hacerse desde las ideas psicológicas, peda­
gógicas, morales, etc., pero sin intentar llegar a ese nivel de la reflexión
donde se teje la filosofía de Helvétius.
Y , sin pretensiones de resolrerlo, nuestro objetiro es apuntar a!
Helvétius filósofo. Y para ello partimos de ese esfuerzo de la filosofía
ilustrada por legitimar e! orden, la ley. Pues se trata de eso: de trazar
las fronteras, de fija r la jerarquía, de ordenar las relaciones, de poner el
orden en la ciencia, en la vida civil, en el placer, en el sentimiento, en
las pasiones. Por eso el campo privilegiado de la ilustración es la
educación. Pero por ello la educación no es sólo la Escuela. La educación
es la construcción de un hombre nuevo, la organización de la vida, de los
hábitos, de los usos y costumbres de la sociedad civil que hace, que
educa a l hombre. Y, así, la reflexión sobre la educación desemboca en lo
político. Como dirá Helvétius, es imposible organizar la educación, que
es organizar la vida civil, sin transformar el orden político.
Ahora bien, en ese proyecto práctico, en ese compromiso con la acción,

69 H a sido la valoración dom inante hasta la última década y sigue estando presente. V er R.
J. W hite, The Anti-Philosophers..., ed. cit., em peñado en contraponer «com prom iso» a «sis­
tema». M uy valiosa en este sentido e s la obra de J . Fabre, Lumieres et romantisme, París,
K lincksieck, 1963.
70 S. Moravia, II pensiero degli idéologues (1780-1815), Florencia, La N uova Italia, 1974; A.
Guillois, Le Salón de Mme. Helvétius. Cabanis et les idéologues, París, Calman-Lévy, 1894; G.
G usdorf, La consciente révolutionnaire: Les idéologues, París, Payot, 1972.
71 T raducción italiana en B olonia, G . Panzieri, 1972. V er tam bién B. Fay, La massoneria e la
rivoluzione intellectualle del secolo X V I I (traduc. italiana d e G . Perotti), Turín, 1945.
72 V er E. H alévy, La formation du radicalisme philosophique. I, La jeunesse de Bentham, París,
Alean, 1901; o C. W. É verett, Jeremy Bentham, Londres, W eidenfeld and N icolson, 1966.»
73 Keim, op. cit., p. 673 ss.

51
que tantas veces oscurece al filósofo bajo la fig u ra del agitador o
el panfletista, se define la problemática filosófica. H ay que describir el
proceso de aprendizaje, que es tanto la génesis de las ideas como la
génesis de los hábitos y de los sentimientos y pasiones. E l «espíritu»,
aunque Helvétius comience definiéndolo como «conjunto de ideas», es
todo eso. Es idea, pero también fin u ra , sutileza, atención, capacidad de
orden, nobleza o calidad de las ideas y sentimientos, genio o pasión...
Se trata, pues, de explicar la génesis del espíritu para, conociendo
sus leyes, sus recursos, sus juegos, poder trazar un plan adecuado, que
respete su ritmo, que controle sus decisiones, que estimule y reprima su
grandeza y su mezquindad. Esa es la única actitud científica reconocida
en la filosofía ilustrada: considerar a l espíritu, la conciencia, como un
campo de fenómenos que hay que describir, extraer sus regularidades,
escribir sus leyes para, con una racionalidad tecnológica, poder interve­
n ir con eficacia cara a unos objetivos fijados.
No escasean los tratados sobre el «espíritu» 74. Era la tarea filosó­
fica a la orden del día. V poco a poco esa labor de pensar genéticatnente
el espíritu iba condensando dos niveles que no eran fáciles de ligar, que
incluso podían aparecer como enfrentados. Uno era el nivel epistemoló­
gico, cuya formulación más abstracta estableciera Locke. A h í se trataba
de explicar la génesis de las ideas, el juego interno del espíritu, sus leyes
de movimiento (asociación) y su capacidad de representación, sus límites
y sus riesgos. A unque en este mismo análisis siempre se abría una
ventana a lo psico-antropológico y a lo moral, especialmente Hume y
Condillac establecían que la sensación, ese elemento que permitía una
nueva ontología, que era origen y fundamento, ju n to a su dimensión
gnoseológica tenía otra dimensión afectiva: conocim iento y deseo
se daban en un mismo juego. La teoría del conocimiento llevaba, pues, a
la teoría de la naturaleza humana.
E l otro nivel sería dado por la sociología histórica. A q u í Montes-
quieu, con su L’Esprit des lois (1748) fijó un modelo. Para ver con
claridad las cosas es necesario simplificarlas, con todos los riesgos que ello
implique. En este sentido, L’Esprit des Lois debe ser liberado de sus
contenidos positivos, como el lastre feu d a l de su teoría de la división de
poderes, su respeto a la desigualdad social, etc. Porque, bajo la doctrina,
hay un modelo de análisis que concreta una filosofía llamada a ju gar
un gran papel histórico. Efectivamente, L’Esprit des lois es el primer
gran esfuerzo por pensar la necesidad en el proceso histórico del desarrollo

74 M orelly había escrito u n Essai sur /’esprit hum ain y un Essai sur le coeur. Fontenelle había
escrito su De la connaissance de l’esprit hum ain. A unque el concepto «esprit», com o el de
«nature», tuviera gran ambigüedad en el X V III francés, p uede decirse que «conocer el
espíritu» es el tem a más im portante d e la filosofía ilustrada.

52
social. En él se establece una concepción de la ley nueva, como producto de
la historia, como efecto de unas causas que hay que buscar fuera de las
ideas de los hombres, en las condiciones materiales de la vida 7S. Cierta­
mente, Helvétius se resistió a los contenidos doctrinales (demasiado con­
descendientes con el ancien régime); pero también se opuso a una nueva
filosofía de la historia, como se ve no sólo en su Lettre á M ontes­
quieu 76 sino en sus anotaciones a l margen del ejemplar que leyó 11.
Bien mirado, ambas filosofías, el empirismo lockeano y la filosofía de
la historia de Montesquieu ofrecen grandes dificultades para, desde ellas,
ju stificar un programa de transformación social. En el fondo ambas
tienden a poner un sujeto pasivo, un sujeto efecto de determinaciones
exteriores; en el límite, tienden a destruir el sujeto, a convertirlo en
objeto, o sea, lugar de la necesidad (y precisamente por eso puede ser
conocida su ley, su orden, por eso puede ser objeto de la ciencia). En
cambio, Helvétius se adhiere a la primera y se enfrenta a la segunda.
Q uizá la razón — aparte de que ta l vez no tuviera suficiente consciencia
de las implicaciones, cosa no extraña sino habitual en su época— sea
que el empirismo puede ser liberado del materialismo, convertido en un
sensualismo, como hicieron Hume y Condillac. De esta manera, la
consciencia, lugar de los fenómenos sensibles, puede ser pensada como una
región autónoma de la naturaleza que, si bien puede sufrir determina­
ciones, las recibe como una estructura organizada y con leyes propias. 0
sea, ya no es un puro efecto de determinaciones físicas, sino una región
natural con su ley, con sus tendencias, con sus posibilidades (perfectibi­
lidad,)... Ahora bien, ¿por qué oponerse a Montesquieu? ¿N o trataba
Helvétius de, ignorando la determinación física o fisiológica, prim ar la
determinación social? Podría pensarse que, si era éste su proyecto, Mon­
tesquieu no estaba lejos de sus posiciones a l poner una cadena de
determinaciones que va de lo físico-geográfico a lo económico-social, polí­
tico, antropológico. Pero Helvétius no podía aceptar una cadena tan
larga que, en el fondo, llevaba a la justificación de todo, legitimaba toda
ley y toda injusticia. Helvétius necesitaba aislar lo socio-político lo
mismo que necesitaba aislar la conciencia para, sin negar las determina­
ciones físico-geográficas o las físico-fisiológico-biológicas, no reconocerlas
como pertinentes, reducirlas a indiferentes. Pues así, y sólo así, tiene
sentido su proyecto.
Esos son los dos niveles de análisis que se están estableciendo. Y

75 V er M elvin Richter, The Political Theory o f Montesquieu, Cam bridge, U. P., 1977.
76 Sobre la autenticidad d e esta carta ver Sm ith, Helvétius..., ed. cit. El texto se encuentra en
la edición D id o t (reprint en Olms, cit.).
77 Notes d ’Helvétius sur íE sprit de Lois. en M ontesquieu, Oeuvres completes. París, Didot,
1795, vol. I, pp. V II-V III.

53
aunque pueda parecer que tienen objetos diferentes, en cuanto uno se
centra en la consciencia y el otro más bien apunta a la génesis de la vida
social, en realidad son confluyentes. A sí, en Rousseau. Y a ha sido bien
resaltado cómo en Rousseau, y especialmente en el segundo Discurso 78
aparecen dos planos de la descripción y la génesis de la consciencia, una
especie de fenomenología del espíritu individual, y la génesis de lo social,
un auténtico esbozo de «materialismo histórico». Y también se ha
señalado cómo ambos planos van indisolublemente entrelazados, como
aspectos de un mismo proceso, sin poder establecer con claridad un
sentido de la determinación entre ambos.
Pero, al mismo tiempo, una tercera línea se está abriendo paso. El
mecanicismo físico, al expandirse como modelo de inteligibilidad al
campo de la vida, ofrece dificultades, deja ver sus límites 79. Y del
mismo modo que Helvétius corta la cadena de determinación para aislar
un campo, dotándolo de una cierta autonomía, aunque considerando su
ley análoga a la del mundo físico, es decir, sin renunciar al modelo de
inteligibilidad pero renunciando al reductivismo fisicalista, hombres
como Montesquieu y Diderot van trazando la «autonomía» del mundo
vivo. Por tanto, no plantea el problema de la relación entre este plano de
la vida, de la organización del cuerpo, de su funcionamiento, con el
dominio de la consciencia que tiene su sede en él, pues Helvétius ha
renunciado al dualismo cartesiano que Voltaire mantiene y Rousseau
desentierra.
Roggerone 80 ha señalado, en el seno de la corriente ilustrada, una
tendencia «antiluces», una línea materialista que asume los postulados
mecanicistas y la teoría de que el hombre es producto de la organización
y la educación y que, por tanto, m ina la ilusión de que la razón rige la
vida del hombre y de la sociedad y declara soberana a la naturaleza. Los
trabajos de Roggerone son muy atractivos, aunque juega con un concepto
tópico de «iluminismo»; no obstante, de lo que se trata es de ir aún más
lejos, de penetrar en ese «contrailluminismo» e individualizar en su seno
las diversas posiciones. En este sentido, y en línea con lo que acabamos de
decir, un prim er acercamiento a la individualización filosófica de Helvé­
tius podría pasar por su relación con esos tres planos de análisis que
confluyen en el «espíritu» y pasan por una teoría de la naturaleza

78 Lo ha señalado insistentem ente M. A nsart-D ourlen, Dénaturation et vióleme dans la pensée


de J.-J. Rousseau, París, K lincksieck, 1975.
79 V er J. Roger, Les sciences..., ed. cit. Tam bién Butts-D avis (Eds.) The methodological heritage
o f New ton, O xford, Basil Blackwell, 1970. H em os tratado este tema en nuestro ensayo «La
expansión del paradigma mecanicista y el desarrollo desigual y com binado de la ciencia», en
Geocrítica, 15 (1979), U niversidad de Barcelona.
80 G . A. R oggerone, Contrailluminismo. Saggio su La Mettrie ed Helvétius. Lecce, Milella,
1975 (especialm ente el vol. II).

54
I humana. Para que tal análisis fuera eficaz, podría comenzar por
centrar la reflexión en sus cualificados representantes: Locke, (Condillac,
Hume), Montesquieu, Diderot (d ’Holbach) y Rousseau. Helvétius conoció
sus obras, escribió sobre ellos y, salvo Locke, fu e amigo de todos ellos.
Puede sorprender la ausencia de Fontenelle, su gran maestro, de Pascal,
que tanto influyó en su idea del hábito como una segunda naturaleza,
de Mandeville, que le inspiró buena parte de sus reflexiones sobre el lujo,
de los fisiócratas, que están en la base de sus reflexiones económicas y,
sobre todo, de Voltaire, con quien mantuvo una íntim a am istad y una
intensa correspondencia 8I. Ahora bien, si se trata de ir a la materia
filosófica de la posición de Helvétius, estas relaciones son secundarias, o
¡ simplemente auxiliares.
r Dados los límites de este trabajo reduciremos la reflexión a Rousseau y
f Diderot, ju n to con algunas indicaciones a Montesquieu y a l empirismo.
Además, en otra p a rte* 2 ya hemos demarcado la posición empirista de
. Helvétius y Condillac, su sensualism o, frente a un empirismo materia-
' lista, el de d ’Holbach.

5. H e l v é t iu s y R o u s s e a u f r e n t e a f r e n t e

El D e l’Esprit debía irritar a Rousseau, y de hecho así ocurrió: su


ejemplar del texto helvetiano quedó sembrado de notas críticas H} que
debían servir de base a u n a respuesta a fondo. En las Lettres écrites de
la montagne 84 Rousseau cuenta su inmediata reacción ante la apari­
ción del D e l’Esprit («je résolus d’y attaquer les principes, que je
trouvais dangereux») y su decisión de aplazarla («je je tta i mes feuilles
au feu») a l tener noticia de que su autor era perseguido «jugeant
qu’aucun devoir ne pouvait autoriser la bassesse de s’u n ir á la foule
pour accabler un homme d'honneur opprimé». Era un deber oponerse al

81 A. Portigliolo («H elvétius d a Cirey al ‘D e l’Esprit’» en Rivista Critica d i Storia della


Filosofía, 1970) ha estudiado m inuciosam ente la correspondencia m ostrando la estrecha rela­
ción intelectual. V er tam bién G . A. R oggerone, «Fortuna e form azione del pensiero di
Helvétius» en Bolletino di Storia della Filosofía dell Unirersitá de Lecce. I (1973), p- 145-188.
82 En nuestra «Introducción» al Sistema de la Naturaleza de D ’H olbach (M adrid, Editora
N acional) hem os dedicado un am plio espacio a la dem arcación de d ’H olbach respecto a
H elvétius, acercando éste a Condillac.
83 El ejem plar se en cu en tra en la Bibliottieque Nationale de París (R éserve, R. 895). La
edición crítica de estas notas ha sido realizada p o r Pierre-M aurice M asson, «Rousseau contre
H elvétius», en Revue d ’Histoire Littéraire de la France. T. X V III (1911), pp- 104-113- U n extracto
de las mismas, recogiendo lo más im portante del contenido, se encuentra en las Oeuvres
Completes en G allim ard, tom o IV, p. 121 ss.
84 En Oeuvres completes, ed ., cit., vol III, p. 693, nota 1.

55
texto de Helvétius, a sus principios; pero Rousseau no podía unirse a los
censores, a los perseguidores. D e hecho las Lettres écrites de la mon-
tagne son un texto de autodefensa contra esos mismos inquisidores.
Pero el deber quedará cumplido. La «Profesión de fo i du Vicaire
savoyard» 85, en el Emile, es toda una respuesta. Todo el Emile
constituye la gran respuesta a Helvétius, así como el libro III de la
N ouvelle H éloise. Helvetius dará una réplica en el D e l’H om m e. Es
decir, en el diálogo, en la confrontación, se generan las obras de uno y
otro. Dos teorías de la moral, de la ciencia de la legislación, es decir, de
la educación como tarea del legislador, se oponen y se disputan la
hegemonía. Dos filosofías que coinciden en su función práctica (rechazo
del orden institucional existente, que reacciona ejerciendo su poder sobre
ellas) y en su talante revolucionario (que les lleva a oponerse a otra
filosofía, la de Montesquieu, que aparece como conservadora, que parece
incitar a la pasividad, que se pierde en los detalles del «gobierno» sin
osar llegar radicalmente al fondo de la cuestión: la moral, la felicidad);
dos filosofías que difieren en la alternativa y en los principios, al menos
en algunos importantes.
En el Discours sur I’Econom ie politique 86, señala Rousseau su
desinterés por «examiner sérieusement si les magistrats appartiennent au
peuple ou le peuple a u x magistrats, et si dans les affaires publiques on
doit consulter le bien de l’état ou celui des chefs».
No quiere entrar en las formas de gobierno. Considera que lo
esencial es distinguir entre economía pública, es decir, administración
«populaire et tyrannique»: la primera se da cuando coinciden las
voluntades del pueblo y la de los gobernantes; la segunda, cuando no es
así 87. En su Lettre á M ontesquieu sur l’Esprit des Lois 88 Helvétius
dice no haber «jamás bien compris les subtiles distinctions sans cesse
répétées sur les différentes formes de gouvernement. Je n ’en connais que
deux especes; les bons et les mauvais: les bons q u i sont encore á faire; les
mauvais, dont tout l ’art est, p ar differents moyens, de faire passer
l ’argent de la partie gouvernée dans la bourse de la partie gouvernante».
Ambos pasajes van contra L’Esprit des Lois. Ambos tienen el mismo
talante, la misma posición radical. Ambos se enfrentan al orden positivo
existente y a las teorías que no abordan el cambio estructural, que sólo

85 En la edición crítica d e P. M. M asson (París, 1914) se señalan con precisión los puntos de
contacto e n tre Rousseau y el De l’Esprit.
86 En Oeuvres completes, ed. cit., p. 240 ss., en realidad en el artículo «économ ie politique»
que publicó en l’Encyclopedie, vol. V. H ay que constatar que este trabajo parece más «ilustrado»
que «rousseauniano». La inspiración de D id ero t, o quizá las exigencias puestas por éste a
Rousseau para adm itir el texto, se hacen notar.
87 Ib íd , p. 247.
88 En H elvétius, Oeuvres completes. H ildesheim , O lm s, 1967, vol. X III-X IV , p. 69.

56
buscan mejorar el funcionamiento y que, a su pesar, legitiman los
principios establecidos. Pero, bajo esas semejanzas, entre Helvétius y
Rousseau hay una diferencia radical, de la que son conscientes y cuyo
establecimiento ayudará a fija r la posición filosófica de nuestro autor.
Jean H. Bloch 89 ha subrayado aspectos importantes en este sentido.
Para Bloch, Rousseau se habría comprometido en el Emilio con una
difícil síntesis entre el dualismo cartesiano y la teoría sensualista del
conocimiento. De hecho el mismo Rousseau señala en sus Confessions 90
su intento por conciliar a Locke, Malebranche, Leibniz, Descartes, etc.
La síntesis es difícil, sin duda, pero Bloch acierta al situar ahí
el problema. No hay razón para dudar que Rousseau ha asumido el
sensualismo, a l menos tras el excelente trabajo de P. D. Jimack 91 en que
muestra la presencia del Essai sur l’origine des connaissances humai-
nes de Condillac. Rousseau fu e muy amigo del abate Condillac, con
quien se reunía un par de veces por semana en compañía de Diderot. La
epistemología empirista era algo habitual. La educación que describe
Rousseau en los dos primeros libros del Emile responde a ese ejercicio de
los sentidos, de la experiencia sensible, a cuyo través se desarrolla la
inteligencia. La «fenomenología de la conciencia», la aparición de las
ideas y de las pasiones en el espíritu, el paso del yo a l ego 92 que nos ha
descrito en el Discurso segundo está ligada a la vida social, a la
experiencia, a las relaciones con la naturaleza y con el otro. La génesis
que ofrece el sensualismo empirista cuadra bien con la filosofía de
Rousseau.
Pero Rousseau se ha caracterizado, en todas sus primeras obras, por
tomar posición antes de proveer las implicaciones, lo que le ha llevado a
una constante necesidad de ju stifica r sus intuiciones en una difícil
reflexión no exenta de paradojas e inconsecuencias. Así, al leer el D e
l’Esprit y ver allí las consecuencias del sensualismo empirista, se ve
obligado a distanciarse y reintroduce el dualismo. Si repasamos sus
«Notes sur D e l’Esprit» ese distanciamiento es constante y progresivo.
Comienza distinguiendo las «impressions purement organiques et locales»
de las «impressions universelles qui affectent tout l’individu», es decir,
las «simples sensations» de los «sentiments», frente a la posición de

89 J. H. Bloch, «Rousseau and H elvétius on innate and acquired traits: the final stages of
the R ousseau-H elvétius controversy; en Journal o f the History of Ideas, XI (1979).
90 En O. C., ed. cit., I, 237.
91 P. D . Jim ack, «La genése e t la rédaction d e l’Em ile» en Studies on Voltaire and the 18tb
Century, X III (1960), p. 318 ss.
92 V er P. Burgelin, La philosophie de íexistente de J.-J. Rousseau, París, P. U. F., p. 152,
d o nde se matiza la tesis de que Rousseau piensa en el esquem a del paso de un yo adherido al
ser a un ego artificial, adscripción a lo universal-abstracto-social. O sea, del individualismo del
am or d e sí al egocentrism o del am or propio. V er tam bién B. Baczko, Rousseau solitude et
communauté, París, M outon, 1974. Prim era parte: «L’aliénation e t le m onde des apparences».

57
Helvétius de reducir a sensación, a sensibilidad, tanto la impresión
física como el sentimiento, la memoria, el juicio... Rousseau establece la
diferencia cualitativa entre estas operaciones del alma; Helvétius simple­
mente ve diferentes modalidades de una misma operación: sentir, perci­
bir.
Rousseau va sistemáticamente matizando, desmarcándose de Helvé­
tius. La memoria no es «sensation continuée», pues la sensación «méme
affaiblie ne dure pas continuellement ( N . E . , 1121) 93. Y «ressouve-
nir» no es «sentir»: sentir el objeto presente y sentir el objeto ausente son
dos operaciones cuya diferencia merece ser bien examinada, Helvétius
m atiza poco, dice Rousseau. Sus razonamientos son sutilmente falaces.
Tras afirm ar que percibir y comparar son la misma cosa, dice Rousseau,
se puede concluir que ju zg a r es sentir. «La conclusión me parait claire,
mais c’est de l’antécédent q u ’il s ’agit» (N . E., 1122). Entre percibir y
comparar, entre sentir y pensar, hay una diferencia no reductible a
modalidad. Es la diferencia entre la mente pasiva y la m ente activa,
entre el sujeto que se deja escribir, grabar por et mundo y el sujeto capaz
de apropiarse, de reconstruir conceptualmente el mundo.
Para Helvétius el juicio es percepción, «appercevance des ressemblan-
ces et des différences». Para Helvétius el entendimiento sólo siente,
graba, sufre los objetos y las diferencias y semejanzas entre objetos.
Rousseau se distancia: percibir los objetos es sentir, pero percibir las
relaciones entre objetos es y a juzgar. La diferencia no es algo positivo en
el objeto; las relaciones no pertenecen a l objeto, sino a la percepción. Por
tanto, percibir la diferencia es una relación del espíritu consigo mismo,
una reflexión, una actividad no reducible a sensación. Una cosa es
sentir una diferencia y otra «mesurer cette différence». En la primera
operación el espíritu es pasivo; en la otra, es activo (N . E. 1123).
Este es el tema de las N otes. A h í, en la radical reducción a
sensación de todas las actividades del espíritu, ve Rousseau la clave de la
filosofía helvetiana, el principio que la hace inaceptable en sus conse­
cuencias aunque éstas estén trazadas con rigor. En esa reducción lo que
está en juego es la libertad del sujeto. S i éste simplemente siente, con el
sentido claramente empirista que «sentir» tiene en Helvétius, no es otra
cosa que la tabula rasa, que un fondo sobre el cual el mundo escribe,
refleja, imprime su ley. Esto es coherente con Helvétius. En su afán de
mostrar que el hombre es el resultado de la educación, que el legislador
fabrica a l hombre, da form a a una naturaleza virgen, pone en ella su
ley, su orden, debe radicalizar la pasividad del sujeto. Este es un

93 Las referencias a las Notes sur «De l ’Esprit» están hechas sobre la edición d e la O . C. de
Gallimard, vol. V. C itarem os N . E. seguido de la página.

58
cuerpo sin tendencia, sin hábitos (de a h í que insista en que la educa­
ción sólo es eficaz en la infancia y la juventud, cuando el joven aún no
ha sido deformado por hábitos, cuando aún es maleable, generoso, sin
adscripción a ninguna posición, sin subordinación a ningún interés,
capaz de comprender sin prejuicios), pura potencialidad , radical ma­
leabilidad, sobre la cual la ley, la educación, el orden social, la vida, irá
escribiendo su forma, tejiendo hábitos, prejuicios, disposiciones, cualida­
des. E l hombre es un resultado, un producto de ese orden social. En el ser
del hombre (su ser histórico) se refleja, se puede leer, el ser de la sociedad:
su miseria o grandeza no es otra que la de la ley que lo ha formado.
Lo curioso es que esta teoría de Helvétius no es esencialmente dife­
rente (salvo, quizá, en el radicalismo) a la expuesta por Rousseau en sus
primeras obras. El D isc u rso s o b re el o rig e n de la d esig u ald ad es una
magnífica descripción de la génesis de la conciencia en relación con las
relaciones sociales y las condiciones de vida material. Y, para ir a lo más
concreto, el E n say o so b re la e c o n o m ía p o lítica , donde por primera vez
Rousseau aborda el tema con sostenimiento, podría pasar por helvetiano
a l menos en la parte de la se g u n d a re g la de la economía 94. Rousseau,
que define la virtud como la conformidad de las voluntades particulares
a la voluntad general, considera como tarea principal del gobernante
(junto a las reglas I de someterse a la ley y 111 de proveer la subsistencia
a l cuerpo social) la de hacer que las voluntades de los individuos se
acerquen hasta identificarse con la voluntad general. Y eso quiere decir
ed u c ac ió n : conseguir que el ciudadano ame la ley, llegue a verla como su
bien, consiga desearla, sentirla como la voz de su corazón, como su voz,
su deber. Es la ley del d e b e r , la única que garantiza la felicidad y
la justicia social. El gobernante debe intervenir sobre el corazón de
los ciudadanos, no sobre sus acciones (E. E. P., 252). Quien desafía los
remordimientos, desafiará los suplicios; quien no es sensible a l dolor del
incumplimiento del deber, no lo será a unas sanciones menos seguras y
más discontinuas; quien escapa a su conciencia, logrará escapar a la
ley. «Dans une pareille situation l ’on ajoute vainement édits sur édits,
réglements sur réglements. T o u t cela, ne sert q u ’á introduire d ’autres
abus sans corriger les premiers. Plus vous multipliez les lois, plus vous
les rendez méprisables... (E. S. P., 253).
La idea, decíamos, es típicamente helvetiana. El legislador puede y
debe educar a l hombre, fabricar su espíritu, su sensibilidad, sus deseos,
sus pasiones. Ciertamente, Rousseau no niega abiertamente la determi­
nación natural; pero, al menos, acentúa fuertemente la determinación

94 Las referencias del Essai sur ¡’économie politique las hacemos sobre la edición de las Ocurres
completes d e G allim ard, t. III.

59
social. «Ce n ’est pas assez de dire a u x citoyens, soyez bons; il fa u t leur
apprendre á l ’etre.» (E. E. P., 254.) Incluso la importancia dada al
amor a la patria [(« l’amour de la patrie est le plus efficace...»,
(E. E. P., 254)], en el programa educativo suena al texto helvetiano.
Más aún, la comparación entre Sócrates y Catón (E. E. P., 255), la
virtud del sabio frente a la del ciudadano virtuoso, la virtud que
produce el propio bien frente a la virtud que produce el bien de los demás,
no desentonaría incluida en el D e l’Esprit. Rousseau, pues, otorga un peso
importante a la educación, insiste en que el legislador es educador, es
decir, que su tarea no es tanto hacer cumplir la ley mediante el control, la
vigilancia y las sanciones de las acciones de los hombres, cuanto la
de intervenir en su corazón, en su espíritu, a fin de que el hombre desee
la ley, formando su voluntad, haciendo a l individuo una concreción de
la voluntad general.
H ay razones para pensar que Rousseau no era del todo consciente de
las implicaciones de su filosofía. El estudio de John S. Spink sobre la
primera redacción del E m ile 95 ha puesto de relieve que cuando Rousseau
redactó el primer manuscrito aún no había leído el D e l’E sp rit. Fue este
contexto el que le advirtió del peligro de acentuar sólo la determinación
social. Por ello, en la redacción definitiva, sin renunciar a algo tan
básico de su pensamiento como un programa intensivo de perfercionar los
sentidos, tiene la necesidad de distanciarse de Helvétius. Para ello, hay
dos salidas posibles, no exclusivas. Una, poner en su puesto la determi­
nación orgánica. Esta opción, que será la de Diderot, no conviene a
Rousseau. Por un lado, su formación científica en este terreno es más
limitada. Además él ha tratado en sus dos primeros D isc u rso s y en el
C o n tra to Social de m in im iza r las diferencias de constitución física
para acentuar la igualdad de la naturaleza. Por estas u otras razones,
el hecho es que Rousseau opta por u na alternativa que rompe con el
movimiento enciclopedista: una cierta vuelta a l du alism o .
Tanto Spink como Bloch coinciden en poner a Malebranche como
base de esta opción, por ser este filósofo, más conocido e influyente en el
XVIII de lo que suele imaginarse, quien estableciera la tesis de que la
perfección de la mente es independiente de la perfección de los sentidos. Sea
o no justificable esta influencia directa, lo cierto es que, frente a
Helvétius, Rousseau empieza a distinguir «sentido» y «mente», «percep­
ción» y «juicio». Helvétius no podía reconocer esa diferencia. La des­
igualdad de espíritu, o de entendimiento, le parece efecto de la desigual­
dad de a te n c ió n que, a su vez, no es más que el efecto del interés,

95 V er el trabajo de Spink, «Introduction», Emile (Manuscrit Faure) y el texto en la edic. de


Gallimard citada, tom o. IV.

60
principio helvetiano fu n d a m en ta l en su filosofía. Y como la sensibilidad
la poseen todos, y en cantidad suficiente para que, bien educada, cada
hombre pueda acceder a l espíritu, todas las diferencias quedan como no
significativas.
En rigor, Rousseau no necesitaba recurrir al dualismo, a no ser por
desplazamiento ideológico o por no ver otra salida, que existía, desde el
sensualismo. Rousseau podría haber insistido sobre la dependencia del
entendimiento respecto a los sentidos, sin necesidad de la reducción,
manteniendo la diferencia cualitativa, como ha señalado A . Schinz 96.
Pero, de hecho, optó por la recuperación de un alma que, si era pasiva
en la se n sac ió n , no lo era en el se n tim ie n to n i en el ju icio . En el D e
l’H o m m e Helvétius atacará esa vuelta a las ideas innatas que supone
el «sentimiento» en Rousseau y la fa lta de sentido de la libertad en el
juicio.
A unque ya en el D isc u rso so b re el o rig e n de la d esig u ald ad ,
introdujo Rousseau el tema de la perfectibilidad en el hombre, distin ­
guiéndolo del gato y de la paloma que, ante la fru ta y la carne,
respectivamente, mueren impotentes para sobrevivir, escuchando la voz de
la naturaleza que traza el lím ite de las condiciones de vida, también en
el mismo texto, e incluso antes, en el D isc u rso s o b re las ciencias y las
arte s, Rousseau sentó esos dos o tres rasgos positivos que constituyen
la naturaleza humana como esencia eterna. Stn entrar en el tema de la
« naturaleza hum ana», el más problemático y decisivo de Rousseau,
podemos decir, para lo que aquí nos interesa, que Rousseau ha jugado
siempre con un concepto de naturaleza elaborado a base de unos rasgos
positivos mínimos y una zona de indefinición. Esos rasgos positivos,
fundam entalm ente el deseo de sobrevivir, el amor a la felicidad y la
piedad (aunque a veces, cuando habla el buen salvaje, añade otros como
la autosuficiencia, la inmediatez de la relación con la naturaleza, etc.,
éstos deben considerarse a otro nivel) son eternos, constantes y marcan a
la vez los límites a la imaginación que, por ausencia de experiencia y de
historia, debe diseñar en la ficción el «estado de naturaleza», y el canon
desde donde valorar y medir la historia como desnaturalización. Es de
sobra conocida esta idea rousseauniana, que le permite cierta esperanza,
de que cuando el hombre logra salirse de la dinámica del comercio, de la
alienación, de la máscara, de la cortesía, del deseo de poder, de la
necesidad de ser reconocido...; cuando logran un alto en su carrera, un
momento de soledad, de sinceridad, la voz d el co ra zó n le permite
sentirse como sujeto de piedad y de deber, le advierte que, oculta y

96 A. Schinz, «La profession d e foi du Vicaire Savoyard e t le livre D e l’Esprit», en Reina


d'Histoire Littéraire de la Frunce Y! (1910), pp. 225-261.

61
sometida, su naturaleza sigue siendo, sobrevive, como la estatua de
Glauco, desfigurada por el tiempo, sigue siendo la estatua de Glauco.
Pero, ju n to a este elemento constante, inalterable, está la perfectibili­
dad, que también pertenece a la naturaleza hum ana y que permite
pensar el proceso histórico del hombre. Y permite pensarlo, por un lado,
como respuesta, adecuación o efecto a las determinaciones del medio físico
y social; por otro lado, permite pensarlo como p ro g re so , como actualiza­
ción de potencias. Pero ese proceso no es necesariamente degeneración. Sólo
lo es en la medida que oculte y sojuzgue a aquellos rasgos positivos de la
naturaleza hum ana señalados, cosa que ha ocurrido de hecho. Pero cabe
pensar, soñar, un desarrollo, una actualización de esas potencias indefi­
nidas que incluye la perfectibilidad, conforme a la naturaleza. Lo que
supone Rousseau es que el riesgo es mucho y, puesto que en el proceso sólo
pocos sabios se salvan del error y la alienación, más vale la ignorancia
que el peligro de las ciencias.
Como decimos, sin entrar en detalles, estos dos tipos de factores nos
dan las claves de Rousseau. La perfectibilidad es la puerta abierta a la
hegemonía de la determinación social: en Helvétius el hombre sería sólo
ser perfectible. La «sensibilidad» de la cual todo hombre está suficiente­
mente dotado, y puesto que todas las formas del espíritu se reducen a
ella, constituye la posibilidad indefinida de perfección. Pero en Rous­
seau siempre ha estado presente, en su idea de la naturaleza humana, en
unos contenidos positivos constitutivos, de alguna forma «innatos». Y,
de ellos, el más importante, en cuanto específico a Rousseau, es el
s e n tim ie n to , pues los otros, tendencia a la sobrevivencia, deseo de felici­
dad, son comunes a Hobbes, a Spinoza, a Helvétius, etc.; pero éstos no
especifican al hombre, sino que son comunes a l ser vivo. Claro que hay
ciertos sentimientos que son efectos históricos, pero para Rousseau este
tipo caería en el campo de las pasiones y en ese terreno no se diferencia
de Helvétius. En boca del vicario Saboyano pone enseguida estas pala­
bras: «On nous d it que la conscience est l’ouvrage des préjugés; cepen-
dant je sais par mon expérience q u ’elle s’obstine á suivre l’ordre de la
nature contre toutes les lois des hommes» (E. IV, 566). La naturaleza
hum ana se resiste a la determinación. Puede ser su víctima, pero la
conciencia je reconocerá vencida, reconocerá su culpa, sufrirá el remordi­
miento. La conciencia, pues, es sujeto esencialmente libre, aunque en su
existencia se vea afectada y ceda a la pasión.
Por eso no puede mantenerse la duda: la conciencia necesita saber, o
a l menos creer. Los escépticos «ou n ’existent pas, ou sont les plus
malheureux des hommes» (E. IV , 568). La duda es u n estado demasiado
determine mes jugements? S ’ils sont entrainés, forcés p a r les impressions
«M ais que suis-je? Quel droit ai-je de juger les choses, et qu’est-ce qui

62
determine mes jugements? S ’ils sont entrames, forcés par les impressions
que je recéis, je me fatigue en vain d ces recherches, elles ne se feront
point, ou se feront d’elles memes, sans que je me mele de les diriger» (E.
IV, 570).
Que existo, y que tengo sentidos por los cuales soy afectado, es la
primera verdad que se me impone si me miro a mí mismo. Pero «ai-je
un sentiment propre de mon existence, ou ne la sens-je que p a r mes
sensations?» (E, IV, 571). Esta es la primera duda, el primer problema.
El diálogo es con Helvétius. Si estoy afectado, dice Rousseau, continua­
mente por sensaciones directas o rememoradas, ¿cómo puedo saber si el
sentimiento de m o i es algo fuera de las sensaciones, independiente de
ellas? La reflexión de Rousseau es clara, ceñida y es más rápido recogerla
que parafrasearla:

Mes sensations se passent en moi, puisqu’elles rae font sentir mon


existence, mais leur cause m ’est étrangére, puisqu'elles m ’affectent malgré
que j’en aye, el q u ’il ne dépende de moi ni de les produire, ni de les
anéantir. Je con^ois done clairem ent que ma sensation qui est moi, et sa
cause ou son o bjet qui est hors de moi, ne sont pas la méme chose.
Ainsi non-seulem ent j’existe, mais il existe d’autres étres, á savoir les
objets de mes sensations, e t quand ces objets ne seroient que des idées,
toujours est-il vrai que ces idées ne sont pas moi.
O r, tout ce que je sens hors de moi et qui agit sur mes sens, je l'appeile
m atiére, et toutes les portions de m atiére que je con^ois réunies en étres
individuéis, je les appellc des corps. Ainsi toutes les disputes des idéalistes
et des m atérialistes ne signifient rien pour moi. Leurs distinctions sur
l’apparence et la réalité des corps sont des chiméres.
Me voici deja tout aussi sur de l'existence de l'univers que de la m ienne.
Ensuite, je réfléchis sur les objets de mes sensations, et trouvant en moi la
faculté de les com parer, je me sens doué d’une forcé active que je ne savois
pas avoir auparavant.
Appercevoir, c’est sentir; comparer, c'est juger: juger et sentir ce ne sont
pas la m ém e chose. Par la sensation, les objets s’offrent á moi séparés,
isolés, tels qu’ils sont dans la nature; par la com paraison, je les rem ue, je les
transporte, pour ainsi dire, je les pose l'un sur l’autre pour prononcer sur
leur différence ou sur leur sim ilitude, et généralem ent sur tous leurs ra-
ports. Selon m oi la faculté distinctive de l’étre actif ou intelligent est de
pouvoir donner un sens á ce m ot est. Je cherche en vain dans l’étre
purem ent sensitif cette forcé intelligente qui superpose et puis qui pro-
nonce, je ne la saurois voir dans la nature. Cet étre passif sentirá chaqué
o b jet séparém ent, ou m ém e il sentirá l’o b jet total form é des deux, mais
n’ayant aucune forcé pour les replier l'un sur l’autre, il ne les com parera
jamais, il ne les jugera point.
Voir deux objets á la fois ce n’est pas voir leurs rapports, ni juger de
leurs différences; appercevoir plusieurs objets les uns hors des autres n’est
pas les nom brer. Je puis avoir au méme instant l’idée d ’un grand báton et
d’un petit báton sans les com parer, sans juger que l’un est plus petit que
l’autre, comme je puis voir á la fois ma main entiére sans faire le com pte de
mes doigts. Ces idées comparatives, plus grand, plus petit, de m ém e que les
idées num ériques d’un, de deux, etc. ne sont certainem ent pas des sensa­
tions, quoique m on esprit ne les produise q u ’á l’occasion de mes sensations.
O n nous dit que l’étre sensitif distingue les sensations les unes des
autres par les différences qu’ont entre elles ces m ém es sensations: ceci

63
dem ande explication. Quand Ies sensations son differentes, l’étre sensitif les
distingue par leurs differénces: quand elles son semblables, il les distingue
parce qu’il sent les unes hors des autres. A utrem ent, com m enr, dans une
sensación simultanée, distingueroit-il deux objets égaux? II faudroit néces-
sairem ent qu’il confondit ces deux objets et les prit pour le m érae, surtout
dans un systéme oü l’on prétend que les sensations représentatives de
l’étendue ne sont point étendues.
Quand les deux sensations á com parer sont appergues, leur impression
est faite, chaqué objet est senti, les deux sont sentis, mais leur rapport n’est
pas senti p our cela. Si le jugem ent de ce rapport n’étoit q u ’une sensación et
me venoit uniquem ent de l’objet, mes jugem ents ne me trom peroient
jamais, puisqu’il n ’est jamais faux que je sente ce que je sens. (E. IV,
5 7 1 -2 ).

Rousseau encuentra así una fu e rz a activa. Que se llame como se


quiera «atención, meditación, reflexión...». Lo importante es que «elle est
en moi et non dans les choses» (E. IV , 573) que la produce el hombre con
ocasión de las impresiones que causan en él los objetos. Y por ello «Je ne
suis done pas simplement un etre sensitif et passif, mais un etre a c tif et
intelligent» (E. IV , 573).
El texto de la «profesión de fe» es, como corresponde al objetivo, una
condensada exposición de la filosofía de Rousseau, muchas veces anali­
zado. Resumirlo es, por ello, difícil. Ahora bien, tomado desde nuestra
perspectiva de individualizar a Helvétius, y sin pretensiones de un
estudio exhaustivo, conviene destacar cómo Rousseau va afirmando una
subjetividad que, reconociéndose afectada, no se reconoce efecto. Para elfo
hay que sustantivarla, dotarla de autonomía, sacarla de la cadena
natura l para ponerla e n la naturaleza, como ser frente a otros seres
luchando por la vida, por el reconocimiento 97; es decir, ponerla como
fuerza, centro de actividad, o sea, como causa. Esto podría hacerse en el
marco de las ciencias de la vida, como hizo magistralmente d ’Holbach
para quien la naturaleza es el efecto, el conjunto de las relaciones entre
seres, y no los seres efectos o modos de la naturaleza. La a u to n o m ía de lo
viviente, su resistencia a ser inteligido en el orden mecánico geométrico,
estaba a la orden del día 9íi. Pero Rousseau optó por ver la libertad d e l'
hombre en una conciencia que reproducía el dualismo de las sustancias
y, en definitiva, reintroducía cierto esplritualismo.
Helvétius queda así perfilado frente a Rousseau. Pero convendría no ■
caer en el tópico de ver en él la ejemplificación del materialismo mecani-
cista geométrico cartesiano. T a l filosofía puede ser la de La Mettrie, pero

97 D e ahí que se haya visto en Rousseau cierta semejanza con la dialéctica entre el amo y el
esclavo de Hegel. Ver M. A nsart-D ourlen, op. cit., 39 ss. La tesis ya la había m antenido
B urgelin, op. cit., y H . G o uhier, jLes méditations métaphysiques de J.-J. Rousseau, París, Vrin,
1970.
98 J. Roger, Les sciences de la lie dans le pensée francaise du X V I I Ie siecle. París, A. Colin,
1963.

64
no la de nuestro autor, quien sólo pretendía aislar lo social y establecer
u b i el juego de determinaciones. Juego que, a l menos en el propósito, era
circular (si no dialéctico), en cuanto diseña las relaciones entre los
distintos estamentos sociales, entre la conciencia, las costumbres, la ley,
etc. S i Rousseau siempre acapara el encanto de la individualidad que se
ajirm a libre, causa, señor, desafiando la sumisión, la subordinación, el
su frim ie n to , Helvétius merece que se le otorge la agudeza con la que vio
cómo el hombre es un producto social, cómo en su miseria y su virtu d se
lee, reflejada, la injusticia y la racionalidad del orden socio-político.

6. H e l v é t iu s a n t e D id e r o t

En la primavera de 1773 se publicaba en las prensas de Marc-


M ichel Rey en la H aya D e l’H o m m e , obra postuma de Helrétius. El
mes de ju n io llegaba Diderot a Holanda, de paso para Rusia y se
alojaba en casa de los príncipes G a litzin , protectores de los filósofos y
que estaban llevando a cabo la difusión del D e l l'H o m m e helvetiano,
dedicado a C atalina; además, mantuvo contactos con su amigo Rey cara
a preparar una edición de su propia obra. Rey y los G a litzin fueron la
ocasión, si es que ésta era necesaria, para que Diderot prestara su
atención a l D e l’H o m m e . En carta de Mme d ’Epinay 99 dice haber
leído tres veces el texto helvetiano y señala que este «excellent ouvrage
plein de réflexions fines» está a su vez lleno de inconsecuencias.
No es extraño que Diderot cogiera la plum a para medir, valorar,
someter a la prueba de la coherencia y de la experiencia , decir sus efectos
prácticos, trazar el perfil de la idea y la imagen del autor... Este era su
oficio y, tratándose de Helvétius, antiguo compañero y que tanto revuelo
armó con su D e l’E sp rit, no podía ser de otro modo. Pero, como señala
P. Verniere l0°, lo significativo es que ahora Diderot no hace un simple
artículo o notas a l estilo de las redactadas para la C o rre s p o n d a n c e
L itté ra ire , n i uno de sus m a rg in a b a de los que ha llenado su obra; en
este caso se trata de «un véritable dialogue q u ’il instaurait pa r de la la
mort avec le chátelain de Voré».
Cuando el D e l’E sp rit, ya cogió Diderot la plum a para, con rapi­
dez, trazar los límites, tomar el pulso a la filosofía helvetiana. Pero sus

99 D el 22 de julio de 1773. En Correspondance inédite, París, N. R. F., 1931, t. 2, p. 215.


100 En «Introduction» a Réfutation suivie de l’ouvrage d’Helrétius, intitulé l’Homme, en 0. Ph.,
Paris, G arnier, 1964, p. 557 y ss. Las referencias a la obra de D iderot las harem os sobre esta
edición, con la indicación R seguida d e la página.

65
R é fle x io n s su r le livre « D e l’E sp rit» 101 son unas notas de urgencia
que si bien ya apuntan la diferencia no constituyen un texto suficiente
para una demarcación seria entre ambos. Además, como la R é fu ta tio n al
D e l’H o m m e recoge las tesis de las R é flex io n s podemos considerar
aquéllas como el proceso a Helvétius.
Lamentablemente, en este caso no contamos con la respuesta de Helvé­
tius. No obstante. Diderot nos permite ver, en su distanciamiento, el
perfil de la posición helvetiana o una cara de su figura. Y es impor­
tante porque, como en el caso de Rousseau, no se trata de la tosca
diferencia respecto a una filosofía tradicional que, con ser clara y ancha
o qu izá por ello, nos ayuda poco a individualizar a Helvétius. Por el
contrario, se trata de dos filosofías «materialistas», de dos posiciones
dentro de ese «contrailluminismo» que sugiere Roggerone.
Sobre el materialismo de Diderot no se ha dicho la últim a pala­
bra 102 y quizá sean textos como éste de la R é fu ta tio n los que mejor
ayudan a establecer una posición. Porque también para Diderot el
comentario a l D e l’H o m m e suponía una tarea esencial. Se enfrentaba
a un texto vigoroso, de fuerte trabazón, que desde la sensación recons­
truía al hombre y su comportamiento mediante un rígido mecanicismo
asociacionista. Se trataba de un texto de fam ilia, que se movía en un
marco ideológico y conceptual compartido , que partía de una filosofía
común que daba unidad a sus lenguajes. Pero esa filosofía común, que
posibilitaba la identificación ideológica y la amistad, que permitía los
debates, los diálogos, las matizaciones, los progresos, cuando quedaba
fija d a en el texto mostraba su insuficiencia. En el diálogo del salón, del
café, de las sociedades, e incluso en las intervenciones sobre cuestiones
culturales y políticas, en el poema o en la comedia, en el panfleto o en la
opereta, esa filosofía común de fondo sirve para demarcar los campos en
la ré p u b liq u e d es le ttre s ; pero cuando se trata de un texto sistemático,
cuando esa filosofía común sale de la nebulosa que le permite su acepta­
ción generalizada para fijarse en formulaciones precisas, cuando pasa de
lo tácito a lo explícito, la identificación se rompe en m il pedazos.
Diderot no puede aceptar p o r e s c rito la filosofía de Helvétius. Cuando
los supuestos se precisan la unidad de principios se quiebra: es la hora
de la intransigencia, del rigor, de la precisión. Helvétius ha considerado
la organización de los cuerpos como idénticos y, desde este postulado,

101 En Oeuvres completes de Diderot, París, Assézat, t. II.


102 Sobre el materialism o d e D id e ro t puede verse H . D ieckm ann, C inq lecpns sur Diderot,
G inebra, D roz, 1959; Lester G . C rocker, Diderot’s Cbaotic Order, Princeton U. P., 1974; Max
W artofsky, « D id ero t and the D evelopm ent o f materialist M onism» en Diderot Studies, II,
Syracuse U. P., 1952; U rsula W inter, Der materialismus bei Diderot, G inebra, D roz, 1972; A.
Vartanian, Diderot and Descartes, P rinceton U . P., 1953; M aurice G o t, «Sur le matérialism e de
D iderot», en Reven de Syntbese, A vril-Dic, 1962, pp. 135-164.

66
podía cargar en el haber del hábito y de la educación las diferencias de
espíritu. Y esto a Diderot, formado en las ciencias de la vida, bien
documentado de la especificidad de lo vivo, le parece inaceptable.
Paul Verniére destaca las características del Diderot psicólogo y
novelista, que le darían una especial sensibilidad para distinguir lo
humano, para resistirse a la automatización cartesiana que Helvétius
hace del hombre real. Otros han destacado la contradicción de Diderot,
oscilando siempre entre un materialismo, que suponen necesariamente
mecanicista, y un humanismo real l03. Pero q uizá sea más fecundo
esforzarse en form ular el materialismo de nuevo tipo que, sea imprecisa­
mente, trata de diseñar Diderot. Y, para lo que aquí nos interesa, ver
desde él a Helvétius, a l materialismo de Helvétius, que tampoco deja
reducirse a l cartesianismo, n i al de La Mettrie, n i a l de d ’Holbach...
A Diderot no le parece «rigurosamente verdadera» la tesis central de
Helvétius de que «sentir c’est juger». Ju zg a r supone comparar ideas y
«la dífficulté consiste a savoir comment se fa it cette comparaíson, car elle
suppose deux idées presentes» (R, 563). Diderot no acostumbra a criti­
car una filosofía desde otra; su técnica es someterla a las pruebas de su
coherencia y de su adecuación a lo que las ciencias o la observación
presentan como verosímil. «Le stupide sent, mais peut-étre ne juge-t-il
pas» (R, 563) y ¿cómo puede explicarse en el marco helvetiano la
presencia simultánea de dos ideas para que puedan ser comparadas? Y,
si no pueden estar presentes, ¿cómo compararlas? Helvétius ha ido muy
rápido en la formulación de su empirismo: su reduccionismo ha sido
precipitado. Y precipitado es su salto de la sensibilidad física al amor, a
la felicidad y de aquí, sucesivamente, a l interés, a la tentación (R,
564). La cadena de causas-efectos es rígida: «J’existe, j'existe sous cette
forme; je sens, je juge; je veux étre heureux parce que je sens; j ’a i intérét
a comparer mes idées, puisque je veux étre heureux. Quelle utilité
retirerai-je d ’une enfilade de conséquences q u i conviennent également au
chien, á la belette, á l’huitre, au dromadaíre? S i Jean-Jacques nie ce
syllogisme, il a tort; s’il le trouve frivole, il pourrait bien avoir raison.
«Descartes avait dit: ''Je pense, done j ’existe.’
«Helvétius veut q u ’on dise: Je sens, done je veux sentir agréable-
ment.
«J’a ime mieux Hobbes q u i prétend que pour tirer une conséquence
q u i menát á quelque chose, il fa lla it dire: Je sens, je pense, je juge, done
une portion de matiére organisée comme moi peut sentir, penser et

103 Ver. J. Thom as, L'Humanisme de Diderot, París, Les Belles Lettres, 1938; L. G. C rocker,
7 uo Diderot Studies. Baltim ore, J o h n H opkins Press, 1952; A. Vartanian, «From deist to
utheist» en Diderot Studies, Syracuse U . P., 1949. Y el interesante libro de Cassini, Diderot
philosophe, ed. cit.

67
juger.’» (R, 564). Diderot ha visto bien el problema: si Helvétius quiere
acabar con el dualismo cartesiano, acepta el reto; pero tal cosa no tiene
por qué pasar por la anulación de las diferencias, entre las facultades
del hombre, entre sus funciones (que, en rigor, borran su especificidad en
el seno de lo vivo). La superación del dualismo no exige reducir el
pensamiento a sensación, el hombre a bruto; tal superación es compatible
con la diferenciación de funciones de la ‘materia’. No es, pues, necesaria.
Y, además, tal opción no parece respetar los hechos: reducir la vida del
espíritu a la sensibilidad es confundir la unidad de sustancia con
unidad en función. Esta es la inversión del error cartesiano, que le llevó
a distinguir dos sustancias para pensar la posibilidad de dos funciones,
movimiento y pensamiento, reconocidas.
La formación científica de Diderot se hace notar. Pero, sobre todo, su
talante: «11 fa u t que les notions de matiere, d ’organisation, de mouve-
ment, de chaleur, de chair, de sensibilité et de vie soient encore bien
incompletes (R, 566). E incluso señala cómo la «sensibilité genérale des
molécules de la matiere n ’est q u ’une supposition». La prudencia en las
hipótesis, viene a decir Diderot, es el primer mandamiento del científico.
Helvétius ha sido imprudente y, optando por la hipótesis reduccionista ,
consigue un sistema cómodo, coherente, pero que no resiste la realidad.
Lo mismo pasa con la tesis helvetiana de que el placer y el dolor son
los únicos principios de la acción hum ana. «J’en conviens; et cet ouvrage
est rempli d ’une infin ité de máximes et d ’observations auxquelles je
dirais également, j ’en conviens, mais ajouterais-je, je nie la conséquence»
(R, 561-568). Diderot no admite la rigidez de la correlación, la confu­
sión de las condiciones necesarias con las causas en sentido determinante:
«il ja u t un pistolet pour faire sauter la cervelle; done je fa is sauter la
cervelle parce que j ’a i un pistolet» (R, 568). Entre el deseo de placer y de
dolor y la acción humana hay un grueso tejido de mediaciones. En
últim a instancia, en ciencia cuentan las causas p ró x im as.
H ay un principio que, según Diderot, Helvétius ha olvidado: la
especificidad de la organización del cuerpo humano (R, 570). Si se
elimina esta especificidad se desnaturaliza a l hombre como se desnatura­
liza al pez si se reduce su facu lta d de nadar, o a l pájaro la de volar.
Diderot comenta que él reconoce la determinación de las condiciones de
vida «qui le sait mieux que moi? C ’est la raison pour laquelle pendant
environ trente ans de suite, contre mon goút, j ’a i f a it l’Encyclopédie et
n ’ai fa it que deux pieces de théátre.» (R. 570-1). Pero ello no anula la
diferencia n atu ra l de temperamento, carácter, aptitudes naturales...
Y éste es un punto importante. A medida que se acentúe esta
determinación natural se infravalora la determinación social y, por
tanto, se diluye la fuerza de la razón para elevarse contra la desigual­

68
dad social, para generar la esperanza. Helvétius tiende a poner toda
la determinación como efecto de lo social. Para ello ha de igualar la
organización natural, nivelarla, suponerle un fondo inactivo, pasivo,
equivalente, como dotado de potencia de bienes abundante. De este modo,
la esfera del espíritu, desde el carácter a la conciencia, aparece como una
segregación de ella por activación de la determinación social; a l ser la
organización de análoga y suficiente riqueza potencial en todos los
hombres, el espíritu en cada uno es simple efecto de lo social.
Visto desde hoy, Diderot tenia razón, pues apuntaba a la doble
determinación, a dar a cada uno lo suyo, a distinguir diferencia de
ciclos (largo y corto) e incluso su relación dialéctica. S i bien, ante
Helvétius, radicaliza la presencia de la determinación natural, a l ironi­
zar con esa especie de «filosofía del gato», éste, tras la caída del tejado,
razona sobre los motivos que le volverían a hacerle subir; no encontrando
ninguno ju ra no hacer lo innecesario y peligroso. Pero, acabada la
reflexión, ignorando sus propósitos, la fu erza de la naturaleza le lleva de
nuevo a las escaleras. Diderot tenía razón en reivindicar para la
organización natural su parte; pero Helvétius también, a l acentuar la
tesis del hombre efecto de la «educación», es decir, de la organización
social. Lo d ifícil es establecer el punto dialéctico, que sólo puede expre­
sarse como deseo; en la realidad siempre hay desplazamientos y es igual
que boy, a distancia, digamos que Helvétius se fu e a l extremo condicio­
nado por la realidad sociohistórica o por su temperamento, o psicología.
También nosotros d e sp la z a ría m o s la determinación, a no ser que, sim­
plemente, la formuláramos vagamente, reconociendo la presencia y combi­
nación de los dos factores. El punto dialéctico no es formidable: es sólo
una idea rectora.
En Helvétius hay una inconsecuencia, dice Diderot, en cuanto que
para distinguir entre el hombre y el anim al usa la diferencia en la
organización (cosa que permite a Diderot ironizar finam ente al decir:
«En sorte que si vous allongez les oreilles d ’un docteur de la Sorbonne,
que vous le couvriez de poil et que vous tapissiez sa narine d ’une gran­
de membrane pituitaire, au lieu d ’éventer un hérétique, il poursuivra
une liévre; ce sera u n chien» (R, 582), mientras que se la niega en
absoluto para diferenciar a los hombres. Pero Diderot no siempre juega
limpio. Aprovecha la controversia para tocar un tema muy querido de
los ilum inistas y que toca de lleno al D e l’E sp rit: el g en io . ¿Puede éste
ser reducido a la educación? En el X V I I I el genio es visto como algo
propio, como propiedad, en absoluto deudor del aprendizaje. Pero redu­
cirlo a determinación natural — los círculos materialistas no tenían el
recurso de los voltairianos dualistas que podían atribuirlo al alma — no
era fá c il en tanto que no era h e re d ita rio , o sea, no era algo fijado a las

69
leyes de reproducción de la naturaleza. En rigor era, como lo monstruoso,
un error, una desviación de la ley, accidental, contingente, como los
mulos, aunque socialmente legitimado. Helvétius, a l insistir en la deter­
minación social del genio y en el carácter relativo de su contenido, abre
una perspectiva fecunda que Diderot no quiso recoger.
Pasando a l capítulo V II, donde se resume la R é fu ta tio n , podemos
detectar perfectamente las diferencias. «Dans presque tous les raisonne-
ments de l ’auteur, les prémisses son vrais et les conséquences sont fausses,
mais les prémisses son pleines de finesse et de sagacité» (R, 600).
Diderot fu e un intelectual honesto y es consciente de que se encuentra
ante una filosofía compleja. A unque no le satisface el razonamiento de
Helvétius, ve su fuerza. En el fondo, aprovechando sus premisas y
corrigiendo sus inferencias saldría un texto brillante y persuasivo. Pero
¿qué corrección? La prudencia en la generalización: basta con restringir
las pretensiones, con moderar la conclusión «qui ne peche conmmunément
que par trop de gé?iéralité. 11 ne s’agit que de la restreindre.» (R, 600).
Y así resume Diderot su fricción y, de paso, la de Helvétius, en un
texto del que no nos resistimos a citar un largo fragmento (R, 600).

Il dit: L’éducation fait tout. Dites: L’éducation fait beaucoup.


Il dit: L’organisation ne fait rien. Dites: L’organisation fait moins qu’on
ne pense.
II dit: N os peines et nos plaisirs se résolvent toujours en peines et
plaisirs sensuels. Dites: Assez souvent.
II dit: Tous ceux qui en tendent une vérité l’auraient pu découvrir. Dites:
Quelques-uns.
11 dit: II n ’y a aucune vérité qui ne puisse etre mise á la portée de tour
le m onde. Dites: II y en a peu.
II dit: L’intérét supplée parfaitem ent au défaut de l’organisation. Dites:
Plus ou moins, selon le défaut.
¡I dit: Le hasard fait les hom m es de génie. Dites: II les place dans des
circonstances heureuses.
¡1 dit: II n’y a rien dont on ne vienne á bout avec de la contention
d’esprit et du travail. Dites: On vient á bout de beaucoup de choses.
II dit: L’instruction est la source unique de la différence entre les esprits.
Dites: C’est une des principales.
II dit: O n ne fait rien d’un hom m e qu’on ne puisse faire d’un autre.
Dites: Cela me semble quelquefois.
¡I dit: L’influence du climat est nulle sur les esprits. Dites: O n lui
accorde trop.
II dit: C’est la législation, le gouvernem ent qui rendent seuls un peuple
stupide ou éclairé. Dites: Je l’accorde d e la masse; mais il y eut un Sáadi, de
grands médecins, sous les califes.
II dit: Le caractére dépend entiérem ent des circonstances. Dites: Je crois
qu’elles le modifient.
/ / dit: O n fait á l’hom m e le tem péram ent qu ’on lui veut; et quel que
soit celui qu’il a refu de la nature, il n ’en a ni plus ni moins d’aptitude ou
génie. Dites: Le tem péram ent n ’est pas toujours un obstacle invincible aux
progrés de I’esprit.
// dit: Les femmes son susceptibles de la m ém e éducation que les
hommes. Dites: O n pourrait élever m ieux qu’on ne fait.

70
II dit: T out ce qui ém ane de l’hom m e se résout, en derniére analyse, á
de la sensibilité physique. Dites: Com m e condition, mais non comm e motif.
II dit: II ne coüte souvent plus pour entendre una dém onstration que
pour trouver una vérité. Dites: Mais cela ne prouve point l’égalité du génie.
Il dit: Tous les hom m es com m uném ent bien organisés sont égalem ent
propres á tout. Dites: A beaucoup de choses.
II dit: L’échelle p rétendue qui sépare les esprits est une chim ére. Dites:
Elle est peut-étre moins longue qu'on ne l’imagine.

De este fragmento se saca una firm e conclusión: la diferencia entre


Helvétius y Diderot está en que el primero hace un sistema, y todo
sistema fuerza a la generalización, a la reducción, a la simplicidad y
Diderot, que conoce la necesidad y la ley de la teoría, se decide por
renunciar a toda fije za de las hipótesis, para, en su sucesión, dar cabida
a la vida, a la experiencia. Para Helvétius el saber es un tratado, porque
la realidad es legible a l ser materia donde está escrita la ley; para
Diderot el saber es lectura (acción de leer) porque la realidad es escritura
(acción de 'escribir), porque la vida no es efecto de la ley sino proceso de
instauración de la ley. Helvétius opta por la p az que da la creencia de
poder llegar a poseer el saber; Diderot se aventura a su filosojía insatis­
fecha. Por ello puede decir que «Pour tout lecteur im partial et sensé, avec
ses défauts le livre d ’H elvétius sera excellent» (R, 602). Y confiesa que
si al leer el manuscrito del D e l’H o m m e lo consideró simplemente
audaz, cambió de opinión a l releerlo. Y puede decir: j ’en recommande la
lecture a mes compatriotes, mais surtout a u x chefs de l’Etat, afin q u ’ils
connaissent une fois toute l’influence d ’une bonne législation sur l ’éclat
et la felicité de l’empire, et la nécessité d ’une meilleure éducation publi­
que» (R. 603). Y lo recomienda a los padres, para que no se desesperen
ante sus hijos; a los autores, a los hombres de talento, a los necios. Y,
ju n to a los mejores elogios, puede decir de él que «Et ainsi de toutes ses
assertions, aucune qui soit ou absolument vraie ou absolument fausse»
(R, 602).

7. H e lv é tiu s f r e n te a M o n te s q u ie u

De la relación Rousseau-Helvétius tenemos réplicas y contrarréplicas;


de la relación Helvétius-Diderot, sólo las réplicas de éste; de la relación
Helvétius-Montesquieu, sólo sus cartas y sus notas. Documentos escasos
y, además, cuestionados en su mayor parte. Efectivamente, el texto clave
usado por la historiografía para fija r la diferencia entre Helrétius y
Montesquieu son las famosas cartas de nuestro autor, conocidas como

71
L e ttre s su r l’E sp rit d es Lois l04, que en las últimas décadas han sido
cuestionadas en su autenticidad por muchos estudiosos los. Por otro lado,
las anotaciones a l margen de L’E sp rit d e s L ois que hizo Helvétius, que
fueron publicadas por Laroche bajo el título de E x am en c ritiq u e d e
l’E sp rit d e s Lois p a r l’a u te u r d e l’E sp rit, en la edición de Didot de las
O e u v re s de M o n te s q u ie u {1975), a las que tanto Laroche como G uy
Besse 106 conceden mucha importancia, y las cuales permiten la tesis de
que si las L e ttre s no fueron de la mano de Helvétius reflejan bien
la posición helvetiana 107, también son puestas en cuestión en cuanto a
su autenticidad 108.
Creemos que las n o ta s son de Helvétius. Y creemos que las L ettre s
son a l menos de inspiración helvetiana. 0 sea, podemos usarlas para
demarcar a Helvétius, que es nuestro objetivo. Además, como hemos ido
señalando en algunas notas de nuestra traducción, podría hacerse la
demarcación a base de las referencias que se encuentran en el D e
l’E sp rit, cuya autenticidad nadie parece atreverse a dudar de momento.
Si optamos por usar las notas y las cartas es por comodidad (pues
rastrear las referencias, casi siempre indirectas en D e l’E sp rit, supon­
dría un extenso trabajo) y por eficacia, pues, en estos documentos se
condensa, de forma directa y radical lo que en el texto del D e l’E sp rit
aparece disperso y un tanto diluido. Por tanto, si bien la cuestión de la
autenticidad sigue siendo un interesante problema a esclarecer, cara a
nuestro objetivo es irrelevante sobre el supuesto de que en estas notas
y cartas se dibuja una posición totalmente coincidente con la del D e
l’E sp rit (algunos de cuyos momentos hemos señalado, como acabamos de
decir, en las notas de traducción).
L’E sp rit d e s Lois se publica en 1748. Como señalara d ’Alembert
en su elogio postumo de Montesquieu, el proyecto de éste era liberar
la legislación de la teología, a l igual que Descartes liberara la física.
Se trataba de, ante el caos, la diversidad y la aparente contingencia
y arbitrariedad de los hechos sociales, encontrar el orden, la unidad,
la necesidad, la razón de las mismas. Había que superar el plano de
lo empírico y remontarse a l lugar de la constancia, de lo inmutable, de la

104 Se trata de las canas a M ontesquieu y a Saurín, sin fechas, publicadas por prim era vez
en 1789 bajo el título Lettres de M . Helvétius au Président Montesquieu et a M. Saurin, relatives a
l’Aristocratie de la Noblesse, precedida d e un Avertissement anónim os. Fueron incluidas en las
ediciones d e D idot, a cargo de M artin Lefebvre de la R oche (o Laroche), de las Oeuvres completes
de Helvétius y de las Oeuvres de Montesquieu, en 1795.
,os Ya en 1951, R. K o eb n er («T he A uthenticity o f the Lettres o n the Esprit des Lois
attributed to H elvétius» en Bulletin o f the Institute o f Historical Research, X X IX (1951), pp.
19-43) ponía en cuestión la autenticidad.
106 G uy Besse, «Introduction» aJ De l’Esprit, ed. cit. p. 17.
107 Tesis de G. R oggerone en Contrailluminismo, ed. cit. vol II, p. 73.
ios y er Le tj2¡a Gianform aggio, D iritto..., ed. cit. p. 14.

72
uniformidad, de la ley, para, puesta ésta, poder contemplar la diversi­
dad en el caos como unidad en el orden. Es, claramente, el salto a lo
racional el salto a la ciencia. Se trataba, en sum a , de liberar a la ley
p o sitiv a de su irracionalidad, de su ser efecto de la voluntad, de la
subjetividad, de la pasión individual, para encontrar su ley. Como ha
señalado M ichel Clément 109 el proyecto de Montesquieu era el de estable­
cer la ley d e las ley es p o sitiv as, el de poner la ley de la elaboración de
las leyes.
Dicho así, no se ve la novedad. El D isc o u rs su r l’h is to ire u n iv e r-
selle de Bossuet ya lo había hecho: había puesto tras las leyes positivas,
para liberarlas de la fortuna y del azar, nombres de nuestra ignorancia,
a la providencia, a la mano de Dios, a la ley de la voluntad divina.
Pero Montesquieu, si bien quiere poner bajo las leyes positivas una
sustancia fija , sede de la constancia y de lo inmutable, es decir, lugar
desde donde surge la necesidad y desde donde puede pensarse la esfera de
lo jurídico, no recurrirá a lo teológico, sino a la h isto ria .
Montesquieu dirá que no trata de las leyes, sino de su espíritu, de
su ley, de la ley de las leyes. Y este espíritu, esta ley que da cuenta,
razón y necesidad de las leyes, la busca en las relaciones entre las leyes y
las cosas: en la historia. La ley científica es una relación entre las cosas,
derivada de la naturaleza de las cosas. Las leyes jurídicas son, como dice
Althusser ll0, simples órdenes, mandatos. La ley positiva sólo es ley
(relación) como metáfora.
El proyecto es apasionante. A l buscar el «espíritu de la ley» se
persigue encontrar la «ley del espíritu», es decir, establecer el espíritu (lo
jurídico, las costumbres, lo social...) en su relación con instancias exter­
nas a él (clima, geografía, economía...): es decir, pensarlo como e fe c to y
desde la necesidad. La m atriz de la filosofía de Montesquieu queda bien
establecida desde el principio Si las leyes son «relaciones necesarias
que derivan de la naturaleza de las cosas» (E. L., I, 4); si todos los seres
tienen sus leyes, incluida la divinidad, el mundo material, la inteligen­
cia, los animales, el hombre (E. L., I, 5), eso no supone determinismo
alguno porque «quelle plus grande absurdité q u ’une fa ta lité aveugle qui
aurait produit des étres intelligents?» (E. L., I, 9-10). E l hombre, en
definitiva es un ser con sus leyes. Como efecto de estas leyes, produciría
unas acciones. Pero esas leyes no se ejercen libremente, sino en los límites
y determinaciones puestas por sus relaciones con el medio físico y social.
El resultado expresa un equilibrio de fuerzas.

109 En su presentación a la selección de tex to d e L ’Esprit des Lois, París, Librairie Larousse,
1969.
110 L. A lthusser, Montesquieu, la politique et l’histoire, París, P. U. F., 1959.
111 L'Esprit des Lois. 1, 1.

73
Para ir acercando el tema a Helvétius, podemos decir que Montes­
quieu distingue en su análisis el medio físico, el hombre y lo social. En
rigor, para ser más exactos, y puesto que su objetivo, decir la ley de las
leyes, le fuerza a individualizar la esfera de lo jurídico, la m atriz de la
filosofía de Montesquieu estaría formada por las relaciones entre tres
instancias. Primera, el hombre, como realidad en sí, con sus propias leyes
que rigen y dibujan sus acciones «posibles». Segunda , el medio en que vive,
que incluye tanto lo físico (clima, geografía, fa u n a ...) como lo social
(economía, costumbres, hábitos...), que actúan, con sus leyes, como fuerzas
que ejercen su determinación sobre el hombre; que fuerzan a que ese
campo de lo posible inscrito en las leyes que rigen el ser del hombre se
concrete necesariamente; que determinan unos límites y unos resultados
necesarios. En f in , las leyes, que son resultado de esa limitación de la
libertad del hombre por el medio, que aparecen así como «efectos del
medio».
Sin duda alguna, en su estudio sobre Montesquieu habría que
distinguir el grado en que su objeto, conocer el espíritu de las leyes, le
obliga a desplazar su filosofía. Pasajes de L’E sp rit d e s Lois permiten
pensar que Montesquieu no ignora la determinación de la ley sobre las
costumbres y sobre el hombre. Es decir, en su filosofía cabe la determina­
ción circular, si no dialéctica. Pero su objeto era explicar la ley y ello le
lleva a resaltar una dirección de la determinación. Esta dirección es la
que ve Helvétius y que, aparentemente, se opone a su posición. Si
Helvétius ya pensaba que era la ley la que hace al hombre, y su ex­
periencia de «fermier» de la casa real le apoyaba, pues había insto el
fuerte peso de la ley agobiar a l campesino, trazar su figura y su acción,
su espíritu y su vida, lógicamente leería en Montesquieu la sucesión de
su idea: la ley es efecto de la relación entre el tipo de hombre y la
modalidad del medio geofísico.
Lo que Helvétius no acepta es la importancia de la relación entre el
hombre y el medio físico cara a su objeto de análisis, la determinación
del hombre por la ley; en cambio Montesquieu, preocupado por dar razón
de la ley, es la detem inación que se ve obligado a subrayar. Dado que el
hombre es un centro de actividad, de libertad, es decir, con leyes propias
— «Les étres particuliers intelligents peuvent avoir des lois q u ’ils on faites»
(E. L., /, 3 4 )— ; pero dado también que su conducta es desigual, diferentes
sus pasiones y sus intereses; es decir, dado que no siempre aparece en ellos
la regularidad y uniform idad que cabría esperar de un ser sometido a
leyes — «Comme nous voyons que le monde, formé p ar le mouvement de la
matiére, et privé d ’intelligence, subsiste toujours, il fa u t que ces mouve-
ments aient des lois invariables» (E. L., I, 19-20)— ; mientras que los
seres inteligentes, ju n to a esas leyes, «ils en ont aussi q u ’ils n ’ont pas

74
faites (E. L., I, 35), habrá que concluir que antes de devenir inteligentes
eran posibles, potenciales; tenían relaciones posibles y, en consecuencia,
leyes posibles (E. L., I, 35-38). S i las leyes positivas fueran efecto de las
leyes esenciales, constantes, del ser hombre, su d ivinidad sería incompren­
sible. S i se los supone efectos de una voluntad libre, no son objeto de
conocimiento científico. Por tanto, si quiere pensarse su necesidad, su
ley, su razón, hay que ponerlos en la relación entre el medio y el hombre,
como efectos del medio mediatizados por el hombre [su carácter, sus
costumbres...).
La diferencia, pues, viene determinada por el objeto que se estudia.
En Montesquieu se trata de buscar las causas de las leyes; en Helvétius
las causas del «espíritu». Cada cual, pues, acentúa una dirección de la
determinación. Montesquieu puede — y necesita— dar sustantividad al
hombre, pues no es posible explicar las leyes positivas como efecto directo,
inmediato, determinante, del medio físico, mientras que la mediación de
la determinación permite pensar las diferencias de leyes positivas en la
homogeneidad del medio físico, e incluso las alteraciones de la ley de las
leyes. Helvétius, en cambio, no necesita, n i le interesa, acentuar la ley
de la estructura natural del hombre, pues de lo que se trata es de dar
relevancia al factor jurídico-político en sus efectos sobre el hombre.
E l hombre como ser físico está sometido a leyes invariables; como ser
inteligente, libre, viola sin cesar las leyes que ha establecido Dios y
cambia las que él mismo establece (E. L., 1, 83-85). Pero esa posibilidad
de libertad genera la posibilidad de error y, a l mismo tiempo, la arbitra­
riedad de su acción. A no ser que se establezca la ley de su hacer, a no
ser que sus producciones se vean sometidas a una ley que regule sus
relaciones con las cosas e incluso sus arbitrariedades. Y ése es el objetivo
de Montesquieu, que Helvétius ve con claridad: «Vous nous dites: Voilá
le monde comme il s’est gouverné, et comme il se gouverne encore» ,
Helvétius quiere aprender de la historia, no conocer la historia. Helvé­
tius no quiere una ley de la génesis histórica de las leyes, que pone a
éstas como necesarias, con una dependencia de factores geofísicos que
difícilmente permiten el optimismo reformista. Prefiere aislar la relación
ley-espíritu, ver aquélla como expresión de éste y, a su vez, al espíritu
como efecto de aquello. Opta por mantener como uniforme, homogéneo o,
en cualquier caso, no significativo, el fondo orgánico y físico en el que
tiene lugar esa relación entre el espíritu y la ley, la relación de educa­
ción. Como máximo, está dispuesto a aceptar que en situaciones geopolí­
ticas diferentes esa relación espíritu-ley se concreta en formas diversas.

112 Lettre á M ontesquieu, e n O. C ., edic. D idot, vol. X II1-X IV , p. 62. (Las referencias las
harem os sobre esta edición, indicando L. M.).

75
Pero, en cada caso, la relación es autónoma, sin dejarse reducir a la
objetividad transcendente.
Cuando escribe a Saurín, le dice haber sido sincero con el presidente
Montesquieu, como amigo que era. Le comenta que Montesquieu ha
quedado enredado en los prejuicios de M ontaigne, en los hábitos del
«homme de robe et de gentilhomme», siendo 'este el cauce de sus errores
(L. S., 73). Le parece a Helvétius que el «beau génie» de Montesquieu
había ido creciendo hasta las L e ttre s P e rsa n e s, habiendo cedido en la
vejez a los vicios del conservadurismo. Es curioso, porque las L ettre s
P e rsa n e s son técnicamente de menor valor filosófico que L’E sp rit d es
Lois, limitándose Montesquieu a criticar el orden social desde un modelo
racional nunca bien definido. Pero a Helvétius le parece que las L e ttre s
acusan , sirven, defienden la razón y la política, mientras que L’E sp rit
d es Lois lo justifica todo. Helvétius ve la voz del sabio alabarse con el
poder del poderoso para legitimar el orden establecido (L. S., 75).
Sin duda alguna Helvétius ha leído apasionadamente L’E sp rit des
Lois, es decir, tendenciosamente. Pero ello es posible porque Helvétius
entiende que la fu e n te de la ley es a un tiempo le g itim iza ció n de la
misma. En el marco mecanicista esto es inevitablemente así. Pero Montes­
quieu no parece aceptarlo. S i las leyes positivas son resultados de una
cadena de determinaciones históricas, teniendo su fuente de determina­
ción en lo físico, dice Helvétius, de la injusticia, de la ignorancia, del
salvajismo, de la inmoralidad habrían de surgir las leyes ilustradas.
¿Cómo es eso posible? Helvétius, como ilustrado, ve más la historia como
lugar de una constante lucha entre razón e ignorancia, entre servidum­
bre y libertad, entre miseria y riqueza. Una lucha en la que la historia
es el lugar-tiempo, y el medio físico el lugar-espacio, pero donde el
protagonista es el espíritu y la ley como su efecto y su causa. La historia
no legitima, sólo enseña. La legitimación ha de venir de otra fuente, de
la felicidad como efecto de la ley justa.
Pero Montesquieu no pensaba que establecer la ley de la génesis
de las leyes, su necesidad, implicara la legitimación de las mismas. ¡Antes
de aparecer las leyes positivas, « il y avait des rapports de justice possibles»'
(E. L., 38-39). Incluso lo argumenta con una buena metáfora: «Decir
que no hay justicia n i injusticia fuera de lo que ordenan o defienden las
leyes positivas, es como decir que antes de trazar el círculo los radios no
son iguales» (E. L., 42 ss.). Antes de las leyes positivas podían haber
relaciones de equidad. Y Montesquieu esboza algunas «leyes naturales»
(E. L., 44 ss.). Las leyes positivas, pues, son efectos necesarios, y por eso es
posible conocer su ley, pero esto no lleva aparejada su legitimación racional
o moral.
Ahora bien, tal cosa no podía satisfacer a Helvétius, ajeno a una

76
moralidad abstracta que no reconocía otra moral que la legislación. Por
tanto, el discurso de L’E sp rit d e s Lois le tenía que parecer inaceptable.
El aislaría lo social y buscaría en ello la ley. Y , como su texto asumía
un claro compromiso político, acentuaría la responsabilidad del autor de
la ley, del creador del hombre.
A sí pues, queda establecida la posición de Helvétius: como esfuerzo
por desmarcarse de Rousseau, de Diderot y de Montesquieu. Su «ma­
terialismo», o su «sensualismo», queda así caracterizado en sus límites,
en sus fronteras. Una descripción positiva y minuciosa exigía un es­
fuerzo y un espacio que desborda nuestras posibilidades. Pero creemos que
es en esta línea donde se puede recuperar a l Helvétius filósofo de su
apropiación de la historia de las ideas o, lo que es mucho más lamenta­
ble, del silencio.

J. M . B e r m u d o
B a rc elo n a, d ic ie m b re 1981
a. f.

EL T E X T O Y LA E D IC IO N

Keim ha recogido en apéndice a su obra unas veinte ediciones del D e


l’E sp rít en el X V I t l y X I X . Tam bién D. W. Sm ith («The publication o f
Helvétius’ D E L ’E S P R I T » (1 7 5 8 -5 9 ), F re n c h S tu d ie s, X V I I I (1964),
(>p. 3 3 2 -3 3 4 y A Preliminary Bibliographical L ist of Editions o f Hel­
vétius’ Works; en A u stra lia n J o u r n a l o f F re n ch S tu d ie s, V il (1910),
pp. 299-347) ha recogido unas veinte ediciones, pero todas ellas en el
X V I I I . La proliferación de ediciones no ha complicado en absoluto nues­
tra tarea porque el texto se ha conservado íntegro en todas ellas, al menos
en las que hemos consultado. El propio Sm ith, tan crítico ante la
autenticidad de ciertos textos, incluido el D e l’H o m m e , y que en su «A
Reprint o f Helvetius’ Oeuvres» (Zeitschrift f ü r Franzosische Sprache
u n d Literatur, L X X X (1911), pp. 2 6 7 -2 7 5 ) lamenta la reedición en
Geory Olms (Hildesheim, 1967, a l cuidado de Y. Belaval) de la clásica
edición Didot, no pone ninguna duda sobre el texto del D e l’E sp rit.
A nte la u nanim idad de la crítica en cuanto a la fia b ilid a d del
texto, hemos optado por realizar la traducción sobre lo que se considera
clásico: la edición de las O e u v re s C o m p le te s , París, Didot, 1795,
realizada por Lefebvre Laroche por encargo de Mme Helvétius, usando
los manuscritos de Helvétius. Esta edición, en 14 vols. in 18°, ha sido
reimpresa en G. Olms en 1967, con la «Introducción» de Y. Belaval. El
D e l’E sp rit comprende los seis primeros tomos de D idot (tres volúmenes
del reprint de Olms) y va precedido del Essai biográfico de Saint-
Lambert y de un prefacio.
Hemos tenido presente la edición de D e l’E sp rit de Arkstée et
Merkus (Amsterdam, 1761, 2 vols., in 8 o que se encuentra en la
Biblioteca Universitaria de Barcelona). En el vol. 1 incluye los Discursos
1, 11 y parte del III; en el vol. II, el resto del III y el IV , más el
M andem ant de 3 0 páginas del Arzobispo de París, C h ris to p h e d e
B e a u m o n t, condenando el libro, el C a té c h ism e d u liv re d e l’E sp rit o
E lé m e n ts d e la p h ilo s o p h ie d e l’E sp rit, de 40 páginas, que resume el
texto en jornia de preguntas y respuestas, y una selección de críticas al
D e l’E sp rit, de 4 0 páginas. En lo que respecta a l texto del libro, no hay
variación alguna respecto a la de Didot. Y si se tiene en cuenta que esta
edición de Arkstée et M erkus es reimpresión en dos volúmenes de la que
hicieron ambos en 1758 (Amsterdam y Leipzig, 3 vols. in 12°) podemos
decir que el texto es fie l a la edición original.
Pero, además hemos consultado la edición de D u ra n d (París, 1794)
que está en la biblioteca de Reus, comprobando que no hay diferencia
alguna en el texto. Y esta edición D u ra n d recoge la del mismo editor en
París, 1748, in 4 o que fu e la primera en salir a l mercado.
En fin , también hemos consultado la edición de Arkstée et Merku
de 1776 (Amsterdam-Leipzig, 3 vols. in 12°, reimpresión de la misma de
1758) que se encuentra en la Biblioteca U niversitaria de Barcelona, y
una edición de Londres, 1776, en dos volúmenes, in 8 o, de la Biblioteca
Central de la Diputación de Barcelona. En todos los casos el texto es
rigurosamente el mismo, excepto en algunas notas (cosa que Laroche
señala). S i hemos tomado como base la de D idot es porque, aparte de ser
(con la de Lepetit, 3 vols. in 8 °) la usualmente tomada como referencia,
tiene la ventaja de ser asequible en el reprint de Olms.
Hemos numerado las páginas de la edición base a l margen. E l hecho
de que la numeración sea por tomos puede presentar cierta confusión.
Pero, al ser el original un in-18° y al contener muchas notas del
autor, indicar volumen, tomo y página habría convertido algunos már- .
genes en un cuadro de números. Hemos optado por indicar sólo la
página, considerando que el lector que tiene presente el D isc u rso que
está leyendo, puede fácilmente determinar el volumen y tomo de referen­
cia.
El punto exacto de cambio de página está señalado con | . Nuestras
notas van numeradas por D isc u rso . A unque las notas de Helvétius en
la edición de D idot no están numeradas, figurando sólo un asterisco
como llamada a l pie de página, en nuestra edición castellana hemos
optado por la numeración correlativa por D isc u rso , como aparece en
otras ediciones. Para distinguirla de las nuestras, los números van entre
paréntesis.
En cuanto a la traducción, el único problema importante ha sido el
de expresiones como «bel esprit», «bon ton», «bel usage», «gens du

80
monde»..., difíciles en general de verter a l castellano y aún más con el
sentido preciso que tenían e n el ambiente parisino del X V l l l . Por eso c o n
frecuencia hemos optado por u na traducción casi literal, aclarando en
nuestras notas el sentido; es decir, hemos pretendido — haciendo de la
necesidad virtud — casi a c u ñ a r estas expresiones por considerarlo preferi­
ble a una traducción forzada o anacrónica.
OE U V R E s

COMPLETES

D’ H E L V É T I U S .

TOME PREMIER,

A PARIS,
BE L'IMPRIMEME DE P. DIDOT L AÍjí¿,

x/ax ni* »8 ík máro»UQCi.


179 5.
... U nde animi constet natura videndum ,
Q ua fiant ratione, et qua vi quaeque gerantur
In terris '.
LuCRET. De rerum natura.

' Im pórtanos sobre todo indagar de qué elem entos constan alma y espíritu y
(nos im porta indagar) también qué se produce en la tierra y en virtud de qué
fu e ra . Lucret., De rerum natura, I. En realidad es una cita libre, hecha por
reconstrucción en base a los versos 127 y 131 del Libro I. V er Lucrecio, De rerum
natura, traducción a cargo de Eduard Valentí Fiol, Barcelona, Alma Mater, 1961, y
la de su discípulo José Ignacio C iruelo Borge, Barcelona, Bosch, 1976. Leyden,
1725. (N . T.).

84
P refacio

El o b je to q u e m e h e p r o p u e s to e x a m in a r e n e s ta o b ra es 177
in te re s a n te e incluso n u ev o . H a s ta el p r e s e n te no se h a
c o n s id e ra d o el e s p íritu m ás q u e b a jo algunas d e sus facetas.
Los g ra n d e s e s c rito re s sólo h a n d a d o u n vistazo rá p id o a esta
m a te ria y p o r ello m e a tre v o a tratarla.
El c o n o c im ie n to d el e s p íritu , si se to m a esta p alab ra en
to d a su e x te n sió n , e s tá ta n e s tre c h a m e n te re la c io n a d o co n
e l c o n o c im ie n to d el co ra zó n y d e las p asio n es | d e l h o m b re 178
q u e re su lta im p o s ib le e s c rib ir s o b re e s te te m a sin tra ta r al
m e n o s a q u e lla p a rte d e la m o ra l co m ú n a los h o m b re s d e
to d a s las n ac io n e s y q u e n o p u e d e te n e r, e n to d o s los g o ­
b ie rn o s, m ás q u e el b ie n p ú b lic o c o m o o b je to .
P ie n so q u e los p rin c ip io s q u e e sta b le z c o en e s ta m a te ria
so n c o n fo rm e s al in te ré s g e n e ra l y a la e x p e rie n c ia . D e los
h e c h o s m e h e re m o n ta d o h a s ta las causas. M e h a p a re c id o
q u e e r a n ec e sa rio tra ta r la m o ral c o m o to d a s las d em ás
ciencias y e la b o ra r u n a m o ra l c o m o u n a física e x p e rim e n ta l.
M e h e d e ja d o llev ar p o r e s ta id e a p o r e s ta r p e rs u a d id o d e
q u e to d a m o ral | cuyos p rin c ip io s so n ú tiles al p ú b lic o es 179
n e c e s a ria m e n te c o n fo rm e a la m o ral d e la re lig ió n , q u e n o es
m ás q u e la p e rfe c c ió n d e la m o ral h u m an a. P o r lo d em ás, si
m e h e e q u iv o c a d o y si e n c o n tr a d e lo q u e e sp e ra b a , alg u n o s
d e m is p rin c ip io s n o so n c o n fo rm e s al in te ré s g e n e ra l, trátase
d e u n e r r o r d e mi e s p íritu y n o d e m i co ra zó n y d e c la ro d e
a n te m a n o q u e m e r e tr a c to d e ellos.

85
S ólo p id o u n fa v o r a m i le c to r y es q u e m e e s c u c h e
a n te s d e c o n d e n a rm e ; q u e siga la c o n c a te n a c ió n d e m is ideas;
180 q u e sea ju e z y n o p a rte . E ste | ru e g o n o es el e fe c to d e u n a
nec ia confian za; co n fre c u e n c ia h e e n c o n tra d o m alo p o r la
n o c h e lo q u e acab ab a d e p a re c e rm e b u e n o p o r la m añ an a, a
causa d e te n e r u n a o p in ió n d e m a sia d o elev a d a d e m is luces.
T al vez haya tra ta d o u n te m a p o r en c im a d e m i capaci­
dad: p e r o ¿q u é h o m b re se c o n o c e lo s u fic ie n te m e n te a sí
m ism o p a ra n o p re s u m ir en exceso? A l m e n o s n o te n d r é q u e
r e p ro c h a rm e n o h a b e r h e c h o to d o el e s fu e rz o d el q u e soy
capaz p a ra m e re c e r la a p ro b a c ió n d e l p ú b lic o . Si no lo o b ­
te n g o , e sta ré m ás aflig id o q u e so rp re n d id o : e n e s te a rte , n o
basta d e s e a r p a ra o b te n e r.
E n to d o lo q u e h e d ic h o h e b u sc a d o ú n ic a m e n te lo v er-
181 d a d e ro , n o | sólo p o r el h o n o r de d e c irlo , sin o p o r q u e lo
v e rd a d e ro es ú til a lo s h o m b re s. Si m e h e a p a rta d o d e ello ,
e n c o n tr a r é e n m is p ro p io s e rro re s m o tiv o s d e co n su elo . Si,
c o m o d ic e F o n te n e lle , los hombres no pueden llegar a algo razo­
nable, en cualquier arte, más que después de haber agotado todas
las necedades imaginables, e n to n c e s m is e r r o re s p o d rá n se r
ú tile s a m is co n c iu d a d an o s: h a b ré se ñ ala d o el esco llo p o r mi
nau frag io . ¡C uántas necedades, a ñ a d e F o n te n e lle , diríamos
182 ahora, si los antiguos no las hubieran dicho \ antes que nosotros y
no nos las hubieran, por así decirlo, ahorrado!
R e p ito , pues: n o g a ra n tiz o d e mi o b ra m ás q u e la p u re z a
y la r e c titu d d e m is in te n c io n e s. Sin em b a rg o , p o r se g u ro
q u e se e s té d e las p ro p ia s in te n c io n e s, los g rito s d e la en v id ia
son tan fa v o ra b le m e n te e scu c h ad o s y sus fre c u e n te s d ec la m a­
cio n es so n ta n a p ro p ia d as p ara s e d u c ir a las alm as m ás h o n ­
radas q u e esclarecid as, q u e n o se p u e d e e sc rib ir, p o r así
d ec irlo , m ás q u e te m b la n d o . El d e s a lie n to e n el cual im p u ta ­
cio n es a m e n u d o calu m n io sas h an a rro ja d o a los h o m b re s d e '
g e n io p a re c e ya p re sa g ia r el r e to r n o d e los siglos d e ig n o ran -
183 cia. E n | c u a lq u ie r a rte , sólo e n la m e d io c rid a d d e l ta le n to se
p u e d e e n c o n tra r u n asilo c o n tra las p e rse c u c io n e s d e los
en v id io so s. La m e d io c rid a d llega a se r e n to n c e s u n a p r o te c ­
ción; y p ro b a b le m e n te ya m e haya p ro c u ra d o e s ta p ro te c c ió n
a p e s a r m ío.
P o r o tra p a rte , c re o q u e la e n v id ia d ifíc ilm e n te p o d ría
im p u ta rm e el d e s e o d e h e r ir a n in g u n o d e m is co n c iu d a d a ­
nos. El g é n e r o d e e sta o b ra, en la cual n o c o n s id e ro a n in g ú n
h o m b re e n p artic u la r, sino a lo s h o m b re s y las n ac io n e s en

86
g e n e ra l, d e b e p ro te g e rm e c o n tra to d a so sp e c h a d e m alig n i­
d ad . In c lu so a ñ a d iría q u e , le y e n d o esto s D isc u rso s, se p e rc i­
b irá q u e am o a los h o m b re s , | q u e n o d e s e o m ás q u e su 184
felicid a d , sin o d ia r ni d e s p re c ia r a n in g u n o en p articu la r.
T al v ez algunas d e m is ideas p arezcan atrevidas. Si el le cto r
las juzga falsas, le ru e g o q u e re c u e rd e , al co n d en arlas, q u e no
es m ás q u e a la audacia d e lo s in te n to s a la q u e se d e b e fre c u e n ­
te m e n te el d e s c u b rim ie n to d e las m ás g ra n d e s v e rd a d e s y q u e
el te m o r d e c o m e te r un e r r o r no d e b e a p a rtarn o s d e la b ú s­
q u e d a d e la v erdad. E n van o h o m b re s viles y co b a rd es q u e rría n
p ro scrib irla y d arle a veces el o d io so n o m b re d e lib e rtin aje; en
van o re p ite n q u e las v e rd a d e s so n a m e n u d o peligrosas: s u p o ­
n ie n d o q u e j algunas veces lo fu esen ¡cuánto m a y o r sería el 185
p e lig ro al q u e se e x p o n d ría la nació n q u e c o n sin tie ra en estan ­
carse en la ignorancia! T o d a nación sin luces, cu a n d o d e ja d e
se r salvaje y feroz, es u n a n ac ió n envilecida y ta rd e o te m p ra n o
subyugada. F u e m e n o s el v alo r q u e la ciencia m ilitar d e los
ro m an o s lo q u e triu n fó so b re los galos.
Si b ie n el c o n o c im ie n to de u n a tal v e rd a d p u e d e te n e r
alg u n o s in c o n v e n ie n te s e n u n d e te rm in a d o m o m e n to , u n a
vez h ay a p asad o e s te m o m e n to , esta m ism a v erd a d v u elv e a
s e r ú til a to d o s los siglos y a to d a s las n aciones.
E sta es, en fin, la s u e rte d e las cosas h um anas; n o hay
n in g u n a q u e n o p u e d a lle g a r a se r | p e lig ro sa e n d e te rm in a - 186
d o s m o m e n to s: p e r o só lo c o n e s ta c o n d ic ió n se g o za d e ella.
¡D e sg rac iad o a q u e l q u e in te n te , p o r e s te m o tiv o , p riv a r d e
e lla a la h u m an id ad !
E n c u a n to se p r o h ib ie ra el c o n o c im ie n to d e ciertas v e r­
d ad e s, n o e sta ría p e rm itid o d e c ir nin g u n a. M iles d e h o m b re s
p o d e ro s o s y, co n fre c u e n c ia , in c lu so m al in te n c io n a d o s, co n el
p r e te x to d e q u e a veces re s u lta sabio callar la v erd a d , la
d e s te rra ría n p o r c o m p le to d e l u n iv e rso . P o r eso , el p ú b lic o
esc la re c id o , el ú n ico en c o n o c e r to d o su v alo r, la exige sin
cesar: n o te m e e x p o n e rs e a m ales in c ie rto s p a ra g o z a r d e las
v en taja s rea les q u e p ro c u ra . E n tre las j cu alid ad es d e los 187
h o m b re s , la q u e m ás se e s tim a e s la e le v a c ió n d el alm a q u e se
n ie g a a la m e n tira . S abe c u á n útil es p e n s a r to d o y d e c ir
to d o , y q u e los p ro p io s e r r o re s d e ja n d e se r p e lig ro so s
c u a n d o e s tá p e rm itid o n eg a rlo s. P u es so n p r o n to re c o n o c id o s
c o m o e rro re s , p r o n to se d e p o s ita n p o r sí m ism o s e n los
ab ism o s d e l o lv id o y sólo las v e rd a d e s p e rd u ra n e n la v asta
e x te n s ió n d e los siglos.

87
DISCURSO PRIMERO
Del espíritu en sí mismo
C a pítu lo P rimero

| Se d isp u ta ca d a d ía s o b re lo q u e d e b e llam arse e sp íritu ; 189


ca d a cual d a su o p in ió n ; n a d ie re la c io n a las m ism as id eas co n
e s ta p a la b ra y to d o el m u n d o h ab la sin e n te n d e rs e .
P ara p o d e r d a r u n a id e a ju sta y p re c isa d e la p alab ra
espíritu y d e las d ife re n te s a c e p c io n e s en las q u e se to m a, es
n e c e s a rio , en p rim e r lu g ar, c o n s id e ra r al e s p íritu en sí
m ism o .
| O b ie n se c o n s id e ra el e s p íritu c o m o e fe c to d e la 190
fac u ltad d e p e n s a r (y el e s p íritu n o es, e n e s te se n tid o , m ás
q u e el c o n ju n to d e lo s p e n s a m ie n to s d e u n h o m b re ), o b ien
se le c o n s id e ra co m o la p ro p ia facultad d e p en sar.
P ara sa b e r lo q u e es el e s p íritu , to m a d o en este ú ltim o
sig n ificad o , es n ec e sa rio c o n o c e r cuáles so n las causas p r o ­
d u c to ra s d e n u e stra s ideas.
T e n e m o s e n n o so tro s d o s fac u ltad e s o, si se m e p e rm ite
la e x p re sió n , dos p o te n c ia s pasivas cuya ex iste n cia es g e n e ra l
y d is tin ta m e n te re c o n o cid a .
U n a d e ellas es la fac u ltad de re c ib ir las d ife re n te s im p re ­
sio n e s q u e p ro d u c e n so b re n o so tro s los o b je to s e x te rio re s;
se la llam a sensibilidad física.
La o tr a es la facu ltad d e c o n s e rv a r la im p re sió n q u e esto s
o b je to s h an p ro d u c id o s o b re n o so tro s: se la llam a memoria y

91
191 la m e m o ria n o es m ás q u e u n a | se n sac ió n c o n tin u a , p e r o
m ás d é b il
E stas fac u ltad e s, q u e c o n s id e ro c o m o las causas p r o d u c to ­
ras d e n u e s tro s p e n s a m ie n to s y q u e te n e m o s e n c o m ú n co n
los an im ales, n o n o s p ro v e e ría n , sin em b a rg o , m ás q u e d e un
n ú m e ro m u y p e q u e ñ o d e id eas, si n o e s tu v ie ra n u n id a s en
n o s o tro s a c ie rta o rg an iz ac ió n e x te rio r.
Si la n a tu ra le z a , e n lu g a r d e m a n o s y d e d o s flex ib les,
h u b ie se te rm in a d o n u e s tra s m u ñ e c a s co n u n a p ata d e caballo,
sin d u d a lo s h o m b re s , sin a rte s, sin v iv ien d as, sin d e fe n sa
c o n tra los an im ales, esta ría n c o m p le ta m e n te o c u p a d o s en
p ro v e e rs e d e a lim e n to s y e v ita r las b estias fe ro c e s, ¿n o
e sta ría n aú n v ag a n d o p o r los b o sq u e s, co m o re b a ñ o s fu g iti­
v os (1)?
192 | A h o ra b ie n , d e a c u e rd o Con e s ta su p o sic ió n , es evi-
193 d e n te q u e la civilización 2 n o h u b ie s e lle g ad o én | n in g u n a
194 so c ied a d al g ra d o d e p e rfe c c ió n q u e ha | alcan zad o . N o hay
195 n ac ió n 3 q u e en | m a te ria d e e s p íritu n o h u b ie se p e rm a n e c id o
196 m u y in fe rio r | a c ie rta s trib u s 4 salvajes q u e n o tie n e n ni
d o sc ie n ta s id eas (2), ni d o sc ie n ta s p alab ras p ara e x p re sa r sus
ideas; n o hay nació n cu y a le n g u a , p o r c o n s ig u ie n te , n o se
h u b ie se re d u c id o , c o m o la d e los an im ales, a cin co o seis
s o n id o s o g rito s (3), si se su p rim ie se d e e s ta m ism a le n g u a
197 las p alab ras arcos, flechas, | re d e s , e tc ., q u e su p o n e n el u so
d e n u e stra s m anos. D e d o n d e c o n c lu y o q u e , sin u n a c ie rta
o rg an iz ac ió n e x te rio r, la se n sib ilid a d y la m e m o ria n o se ría n
en n o s o tro s m ás q u e fa c u lta d e s esté rile s.
A h o ra c o n v ie n e e x a m in a r si, con ay u d a d e e s ta o rg an iz a­
c ió n , estas d o s facu ltad es h a n p ro d u c id o re a lm e n te to d o s
n u e s tro s p e n s a m ie n to s.

1Las dos «potencias pasivas», la capacidad de ser afectado y la capacidad de archivar esas
sensaciones, presenta algunos problem as. Locke diría que hay una sola facultad pasiva, la
sensibilidad, tanto interna com o externa. (V er cap. II del Libro II del Ensayo sobre el entendi­
miento humano.) En cam bio distinguiría com o potencias activas la percepción, «prim era facultad
de la m ente» (Cap. IX , Libro II), la retentiva (que incluye tan to la «contem plación», o
«conocer durante algún tiem po a la vista la idea que ha sido llevada a la m ente», com o la
m em oria, o poder devolver a la m en te, hacer d e nuevo perceptibles ideas que lo fueron y
desaparecieron — ver cap. X , Libro II del Ensayo— ) y el pensamiento (discernim iento, com para­
ción, com posición, etc. Cap. X I, Libro II). H elvétius parece más bien seguir a H um e, cuya
distinción e n tre «im presiones» e «ideas», siendo éstas copias debilitadas de aquéllas, perm ite
esta distinción de facultades. Ver el Libro I del Tratado sobre la Naturaleza H um ana de H um e.
2 En francés, «pólice». H em os traducido p o r «civilización», aunque el uso actual de este
concepto no recoge al cien por cien el contenido del térm ino francés.
3 En francés, «nation». H elvétius usa el térm in o d e form a generalizada, sin rigor técnico,
para referirse a «país», «estado», «pueblo», «tribu», etc.
4 En francés, «nations». Lo irem os traduciendo en función del contexto para facilitar la
lectura.

92
A n te s d e e n tra r e n e x a m e n re s p e c to a e s te te m a, tal vez
se m e p re g u n te si estas dos fac u ltad e s so n m o d ific ac io n es d e
u n a su stan cia e sp iritu a l o m a teria l. E sta c u e stió n , a n ta ñ o dis­
cutida p o r los filósofos (4), | d eb a tid a p o r los antiguos p ad res (5) 198
y re n o v a d a en n u e s tro s días, n o e n tra | n e c e s a ria m e n te e n 199
el plan d e m i o b ra. Lo q u e te n g o q u e d e c ir d el | e s p íritu 200
c o n c u e rd a ig u a lm e n te con am b as h ip ó te sis. O b se rv a ré sola­
m e n te , re s p e c to a e s te te m a , q u e si la Iglesia n o h u b ie ra fija­
d o n u e s tra c re e n c ia s o b re e s te p u n to y h u b ié ra m o s te n id o q u e
elev a rn o s, ú n ic a m e n te p o r m e d io d e la luz d e la razó n , h asta
el c o n o c im ie n to d el p rin c ip io p e n s a n te , n o p o d ría m o s n e g a rn o s
a c o n v e n ir en q u e n in g u n a o p in ió n d e e s te g é n e ro es su sc ep ­
tib le d e d e m o stra c ió n ; q u e d e b e m o s so p e sa r las ra z o n es a
fav o r y en c o n tra , c o m p a ra r las d ific u ltad e s, d e te rm in a rn o s a
fa v o r d e lo m ás v e ro sím il y, p o r co n sig u ie n te , n o e m itir m ás
q u e ju ic io s p ro v iso rio s. E ste p ro b le m a , al igual q u e u n a
in fin id a d de o tro s p ro b le m a s, n o p o d ría | re so lv e rse m ás q u e 201
c o n ay u d a d e l cálculo d e p ro b a b ilid a d e s (6). N o m e d e te n g o
e n to n c e s ¡ m ás en e s ta c u e stió n ; paso a m i te m a y d ig o q u e 202
la se n sib ilid a d física y la m e m o ria , | o, p a ra hab lar m ás exac- 203
ta m e n te , sólo la se n sib ilid ad p ro d u c e to d a s n u e stra s ideas. En
e fe c to , la m e m o ria n o p u e d e | se r m ás q u e u n o d e los ó rg a- 20-1
n o s d e la se n sib ilid ad física: el p rin c ip io q u e sie n te en n o so ­
tro s d e b e s e r n e c e s a ria m e n te el p rin c ip io | q u e re c u e rd a 205
p u e s to q u e recordar, c o m o lo p ro b a ré , n o es p ro p ia m e n te
m ás q u e sentir.
| C u a n d o , co m o c o n s e c u e n c ia d e m is ideas 5, o p o r el 206
e s tre m e c im ie n to q u e c ie rto s so n id o s causan en el ó rg a n o d e
m i o íd o , re c u e r d o la im a g en d e un ro b le , e n to n c e s m is
ó rg a n o s in te rio re s d e b e n | n e c e s a ria m e n te e n c o n tra rs e m ás o 207
m e n o s e n la m ism a situ a c ió n en la q u e esta b a n v ie n d o e s te
ro b le . A h o ra b ien , e s ta situ a c ió n d e los ó rg a n o s d e b e in c o n ­
te s ta b le m e n te p ro d u c ir u n a sensació n : es, p u e s, e v id e n te q u e
re c o rd a r es se n tir.
U n a vez se n ta d o e s te p rin c ip io , d ig o , ad em ás, q u e es e n
la ca p acid ad q u e te n e m o s d e p e rc ib ir las se m ejan za s o las
d ife re n c ia s, las c o n c o rd a n c ia s o d isc o rd a n cias q u e tie n e n e n ­
tr e sí o b je to s d iv e rso s, en lo q u e c o n siste n to d a s las o p e ra c io -

5 H elvétius pasa alternativam ente d e la prim era persona al im personal, d el «je» al «nous» o
al «on». N o siem pre hemos podido m an ten er su estilo.

93
nes d e l e s p íritu . A h o ra b ie n , esta capacidad n o es m ás q u e la
p ro p ia se n sib ilid ad física: to d o se re d u c e , p u es, a se n tir.
P ara ase g u ra rn o s de e sta v e rd a d , c o n s id e re m o s la n a tu ra ­
leza. N o s p r e s e n ta o b je to s; esto s o b je to s tie n e n rela cio n e s
co n n o so tro s y rela cio n e s e n tr e ellos; el co n o c im ie n to d e
208 estas relaciones fo rm a lo q u e se llam a | Espíritu: es m ás o m e ­
n os g ra n d e , se g ú n q u e n u e s tro s c o n o c im ie n to s d e e s te g é n e ro
sean m ás o m e n o s ex ten so s. El e s p íritu h u m a n o se elev a h asta
el c o n o c im ie n to d e estas rela cio n e s, p e r o so n fro n te ra s q u e
jam ás atraviesa. P o r e so todas las p alab ras q u e c o m p o n e n las
d iversas len g u as y q u e p u e d e n c o n s id e ra rse co m o el c o n ­
ju n to d e lo s signos d e to d o s los p e n s a m ie n to s d e los h o m ­
b re s, o b ie n se re fie re n a im á g en e s, co m o las p alab ras roble,
océano, sol; o b ie n d esig n an id eas, es d ec ir, las d iv ersas re la ­
cio n es q u e los o b je to s tie n e n e n tre ellos y q u e so n o sim ­
p les, c o m o las p alab ras grandeza, pequenez, o c o m p u e sta s,
c o m o vicio, virtud; o b ien e x p re sa n , e n fin, las d iv ersas rela­
cio n es q u e los o b je to s m a n tie n e n co n n o so tro s, es d ecir, o
n u e s tra acción so b re ellos, c o m o en las p alabras rompo, cavo,
209 | levanto, o su im p re sió n so b re n o s o tro s , c o m o en: estoy
herido, deslumbrado, asustado 6.
Si h e re d u c id o m ás a rrib a la significación d e la p alab ra
idea, q u e se to m a en ac ep c io n e s m uy d ife re n te s, p u e s to q u e
se dice ig u a lm e n te la idea de un árbol y la idea de virtud, es
p o r q u e la significación in d e te rm in a d a d e e sta e x p re sió n
p u e d e h ac er c a e r algunas veces en los e rro re s q u e o casio n a
sie m p re el a b u so d e las palabras.
La co n c lu sió n d e lo q u e acab o d e d e c ir es q u e si to d a s las
p alab ras d e las diversas lenguas n u n ca d esig n an m ás q u e los
o b je to s o las rela cio n e s d e esto s o b je to s co n n o s o tro s y
e n tre ellos, to d o el e sp íritu , p o r co n sig u ie n te , c o n siste en
c o m p a ra r ta n to n u e stra s sen sac io n es co m o n u estra s id eas, es
d ec ir, en v e r las se m ejan zas y las d iferen c ia s, las co n c o rd an -
210 cias y las d isc o rd a n cias q u e | tie n e n e n tre ellas. A h o ra b ie n ,
c o m o el ju ic io n o es m ás q u e e s ta a p e rc e p c ió n 7 o , al m e n o s,

6 Esta distinción e n tre imágenes e ideas es muy sui generis. Para Locke no existe tal distinción.
Lo que H elvétius llama aquí ideas serían en Locke «ideas com plejas de relación». Tam poco
coincide con H um e. Se ha aceptado con mucha superficialidad la herencia helvetiana del
em pirism o inglés, p e ro un estudio m inucioso podría revelar im portantes diferencias.
7 En el origial, «appercevanee». En rigor «appercevance» es «facultad de percibir». H elvé­
tius, sin duda, se refiere a la acción, no a la facultad. H em os traducido «apercepción», y no
«percepción», p o rq u e si bien hay cierta ambigüedad histórica en el uso de este concepto, nos
parece que aquí H elvétius subraya el elem ento activo (frente a la percepción pasiva). C laro que

94
el p ro n u n c ia m ie n to d e e s ta a p e rc e p c ió n , re s u lta q u e to d a s las
o p e ra c io n e s d el e s p íritu se r e d u c e n a juzgar.
U n a vez ce rc a d a la c u e s tió n d e n tro d e esto s lím ites, exa­
m in a ré a h o ra si ju zg a r es sentir. C u a n d o ju z g o el ta m a ñ o o
el c o lo r d e los o b je to s q u e se m e p re s e n ta n , es e v id e n te q u e
el ju icio e m itid o so b re las d ife re n te s im p re sio n e s q u e esto s
o b je to s h an p ro d u c id o so b re m is se n tid o s no es p ro p ia m e n te
m ás q u e u n a sen sac ió n , d e tal m o d o q u e p u e d o d e c ir ig u al­
m e n te : juzgo o siento; q u e , d e d o s o b je to s , u n o q u e llam o
toesa 8 p ro d u c e so b re m í u n a im p re sió n d ife re n te q u e aq u e l
o tr o q u e llam o pie; q u e el c o lo r q u e llam o rojo ac tú a so b re
m is o jo s d ife r e n te m e n te d e l q u e llam o amarillo; y co n clu y o
d e ello q u e , en un caso co m o é s te , ju zg a r | no es m ás q u e 211
sentir. P e ro , se d irá, su p o n g a m o s q u e se q u ie ra sa b er si la
fu e rz a es p re fe rib le al ta m añ o d el c u e rp o , ¿se p u e d e aseg u rar
e n to n c e s q u e ju zg a r sea sentir? Sí, re s p o n d e ré , p u e s to q u e
p a ra e m itir u n ju icio so b re este te m a , m i m e m o ria d e b e
tra z a r su c e siv a m e n te los c u a d ro s d e las d ife re n te s situ acio n es
d o n d e p u e d a e n c o n tra rm e m ás h a b itu a lm e n te a lo larg o d e
m i vida. A h o ra b ie n , ju zg a r es v e r en e sto s d iv e rso s cu a d ro s
q u e la fu e rz a m e se rá m ás a m e n u d o útil q u e el ta m a ñ o del
c u e rp o . P ero , se rep licará , c u a n d o se tra ta d e juzg ar si en un
rey la ju sticia es p re fe rib le a la b o n d a d , ¿se p u e d e im ag in ar
q u e u n juicio n o sea e n to n c e s m ás q u e u n a sensación?
E sta o p in ió n , sin d u d a , p a re c e al p rin c ip io u n a p ara d o ja;
sin em b a rg o , p a ra p ro b a r su v erd a d , su p o n g a m o s en un
h o m b re el c o n o c im ie n to d e lo q u e se | llam a el b ie n y el m al 212
y q u e e s te h o m b re se p a ta m b ié n q u e u n a acción es m ás o
m e n o s m ala se g ú n q u e p e r ju d iq u e m ás o m e n o s la felicidad
d e la so ciedad. En e s e caso, ¿ q u é a rte d e b e e m p le a r el p o e ta
o el o ra d o r, p a ra h a c e r p e rc ib ir m ás v iv a m e n te q u e la ju sti­
cia, p re fe rib le e n u n rey a la b o n d a d , co n serv a p ara el E stad o
m ás ciu d ad an o s?
El o r a d o r p re s e n ta rá tres cu a d ro s a la im ag in ació n d e este
m ism o h o m b re : en u n o , le p in ta rá un re y ju sto q u e c o n d e n a
y h ace e je c u ta r a u n crim in al; en el se g u n d o , u n rey b u e n o
q u e h ac e a b rir la c e ld a de e s te m ism o crim in al, y lib e ra sus

otras veces «percepción» se en tien d e com o «acción de percibir». El problem a, en fin, está en
q ue «sensación», el concepto base d el cual los o tro s son m odalidades, a veces es pasión y otras
acción (O , al m enos, reacción). En fin, la distinción leibniziana e n tre «percepción» y «apercep­
ción» (com o lado pasivo-ontológico y activo-epistem ológico) está en el am biente y ello es otra
razón para nuestra traducción d e «appercevance» p o r «apercepción».
8 Toesa es una m edida d e longitud q u e equivalía aproxim adam ente a dos m etros.

95
c a d en as; en el te rc e ro , p r e s e n ta r á a e s te m ism o crim in al
q u ie n , a rm á n d o se d e su p u ñ a l al salir d e su celd a, c o r r e a
m asacrar c in c u e n ta ciu d ad a n o s: a h o ra b ie n , ¿ q u é h o m b re , a
213 la v ista d e e sto s tre s c u a d ro s [ n o s e n tirá q u e la ju sticia, q u e
p o r la m u e rte d e u n o so lo p re v ie n e la m u e rte d e c in c u e n ta
h o m b re s , es en u n rey p r e f e r ib le a la b o n d a d ? Sin em b a rg o ,
e s te ju icio no es re a lm e n te m ás q u e u n a sen sació n . En
e fe c to , si p o r c o s tu m b re d e u n ir c ie rta s id e as c o n ciertas
p alab ras se p u e d e , co m o la e x p e rie n c ia lo p ru e b a , a p lica n d o
al o íd o c ie rto s so n id o s, ex c ita r e n n o s o tro s m ás o m e n o s las
m ism as se n sa c io n e s q u e e x p e rim e n ta ría m o s en la p ro p ia p re ­
se n cia d e los o b je to s , es e v id e n te q u e , a n te la e x p o sic ió n d e
e sto s tre s cu a d ro s, ju zg a r q u e en u n re y la ju sticia es p r e f e ­
rib le a la b o n d a d es sentir y v e r q u e e n el p rim e r c u a d ro n o
se in m o la m ás q u e u n c iu d a d a n o y q u e en el te rc e ro se
m a sac ra a c in c u e n ta : d e d o n d e co n c lu y o q u e to d o juicio no
es m ás q u e u n a sensación.
P e ro , se d irá, ¿acaso se d e b e rá in c lu ir ta m b ié n e n el
214 ra n g o d e las se n sac io n es los | juicio s e m itid o s , p o r e je m p lo ,
so b re la ex c elen c ia m a y o r o m e n o r d e c ie rto s m é to d o s, co m o
el m é to d o p ara g ra b a r m u c h o s o b je to s e n n u e s tra m e m o ria o
el m é to d o d e a b stra c c io n e s o el d e l análisis?
P ara r e s p o n d e r a e sta o b je c ió n , p r im e ro hay q u e d e te r ­
m in a r el sig n ificad o d e la palab ra método: u n m é to d o n o es
m ás q u e el m e d io q u e se e m p le a p ara alcanzar u n fin q u e es
p ro p u esto . S upongam os q u e u n h o m b re ten g a el p ro y ec to d e
g ra b a r c ie rto s o b je to s o ciertas id eas en su m e m o ria y q u e el
azar los h ay a o rd e n a d o d e m a n e ra q u e el r e c u e rd o d e un
h e c h o o de u n a id e a lo h ay a aso cia d o al r e c u e rd o d e u n a
in fin id a d d e o tro s h ec h o s u otras ideas, y q u e d e e s te m o d o
h aya g ra b a d o m ás fác ilm e n te y m ás p r o fu n d a m e n te c ie rto s
215 o b je to s en su m em oria, j E ntonces, juzgar q u e este o rd e n es el
m e jo r y d a rle el n o m b re d e método eq u iv a le a d e c ir q u e se h a
h e c h o m e n o s esfu e rz o s d e a te n c ió n , q u e se h a e x p e rim e n ­
ta d o u n a se n sac ió n m e n o s p e n o s a e s tu d ia n d o en e s te o rd e n
q u e en c u a lq u ie r o tro . A h o ra b ie n , re c o rd a r u n a se n sa­
c ió n p e n o s a es se n tir; es e v id e n te , p u e s, q u e en e s te caso
ju zg a r es sentir.
S u p o n g am o s ta m b ié n q u e , p a ra p r o b a r la v erd a d d e cier­
tas p ro p o sic io n e s d e g e o m e tría y p ara hacerlas c o n c e b ir m ás
fá c ilm e n te a los d iscíp u lo s, a u n g e ó m e tr a se le h ay a o c u rrid o
h ac erle s c o n s id e ra r las líneas in d e p e n d ie n te m e n te d e su an-

96
c h o y d e su esp eso r: e n to n c e s ju z g ar q u e e s te m e d io o e s te
m é to d o d e ab stra cc ió n es ei m ás a p ro p ia d o p ara facilitar a
sus a lu m n o s la c o m p re n s ió n d e ciertas p ro p o sic io n e s d e
g e o m e tr ía e q u iv a le a d ec ir q u e h acen m e n o s e s fu e rz o s d e
ate n c ió n y q u e e x p e rim e n ta n | u n a se n sac ió n m e n o s p e n o s a 216
u sa n d o e s te m é to d o e n v ez d e o tro .
S u p o n g a m o s, co m o ú ltim o e je m p lo , q u e m e d ia n te un
ex a m e n se p a ra d o d e ca d a u n a d e las v e rd a d e s q u e c o n tie n e
u n a p ro p o s ic ió n co m p lic ad a se alcance m ás fác ilm e n te la
c o m p re n s ió n d e esta p ro p o sic ió n ; juzgar, e n to n c e s, q u e el
m e d io o el m é to d o d e análisis es el m e jo r es, asim ism o , d e c ir
q u e se h an h e c h o m e n o s esfu e rz o s d e a te n c ió n y q u e , p o r
c o n s ig u ie n te , se h a e x p e rim e n ta d o u n a se n sac ió n m e n o s p e ­
n o sa c u a n d o se ha c o n s id e ra d o en p a rtic u la r ca d a u n a d e las
v e rd a d e s c o n te n id a s en esta p ro p o sic ió n co m p lic ad a , q u e
cu a n d o se ha q u e rid o captarlas to d a s a la vez.
R e su lta d e lo q u e he d ic h o q u e los juicios e m itid o s so b re
los m e d io s o los m é to d o s q u e el azar nos p re s e n ta p ara
alcan zar c ie rto o b je tiv o | n o son p ro p ia m e n te m ás q u e sensa- 217
cio n es y q u e e n el h o m b re to d o se re d u c e a se n tir.
P e ro , se d irá, ¿c ó m o es p o sib le , q u e hasta hoy d ía se haya
s u p u e s to e n n o so tro s u n a facultad d e ju z g ar d istin ta d e la
facu ltad d e se n tir? N o se d e b e e sta su p o sic ió n , re s p o n d e ré ,
m ás q u e a la im p o sib ilid ad a n te la cual nos h em o s e n c o n ­
tra d o h asta el p r e s e n te d e ex p lica r d e o tr a m a n e ra cierto s
e r r o re s del esp íritu .
P ara allanar e sta d ificu ltad m o s tra ré en los sig u ien te s
c a p ítu lo s q u e to d o s n u e s tro s falsos juicios y n u e s tro s e rro re s
se d e b e n a d os causas q u e n o su p o n e n en n o so tro s m ás q u e
la facultad d e s e n tir 9; q u e sería, p o r c o n s ig u ie n te , in ú til e
in clu so a b s u rd o a d m itir e n n o so tro s u n a fac u ltad d e ju zg ar
q u e n o ex p lica ría n ad a q u e n o p u d ie ra ex p lica rse sin ella l0.
E n tro , p u es, e n m a te ria y d ig o q u e n o hay | falso ju icio q u e 218
n o sea u n e fe c to , o b ien d e n u e s tra s p a sio n e s, o b ie n d e
n u e s tra ignorancia.

9 Esas dos causas son las pasiones y la ignorancia. El texto, que hem os traducido literalm ente,
no es muy claro. H elvétius considera q u e la distinción en tre las dos facultades, de juzgar y de
sentir, es efecto de la dificultad para explicar «ciertos errores del espíritu». A nte este hecho se
recurría a la hipótesis de las dos facultades. Su proyecto es explicar ahora esos errores con la
hipótesis de la facultad d e sentir com o única. La confusión nace de esas «deux causes qui ne
supposent en nous que la faculté d e sentir». Lo que quiere decir H elvétius es que esos dos
erro res pueden explicarse desd e dos causas cuyo funcionam iento no exige a la teoría más que el
supuesto de una sola facultad sensible.
10 El «principio de econom ía», generalizado en todo el em pirism o, es usado con tenacidad
por H elvétius. En él se apoya su «fenom enism o» antimetafísico.

97
C apítu lo II

De los errores ocasionados por nuestras pasiones

Las p a sio n e s nos in d u c e n al e rro r, p o r q u e fijan to d a


n u e s tra a te n c ió n so b re u n a cara d el o b je to q u e n o s p re s e n ta n
y no nos p e r m ite n c o n s id e ra rlo b a jo to d a s las caras. U n rey
an sia el títu lo d e co n q u ista d o r: la v ic to ria, dice, m e llam a al
fin d el m u n d o ; c o m b a tiré , v e n c e ré , q u e b r a ré el o rg u llo
d e m is e n e m ig o s, c a rg aré sus m an o s c o n ca d en as; y el te rr o r
219 d e m i n o m b re, co m o u n a m uralla im p en etrab le, d efe n d erá la
e n tra d a d e m i im p e rio . E m b riag a d o co n e s ta e s p e ra n z a , o l­
v ida q u e la fo rtu n a es in c o n sta n te , q u e el p e s o d e la m is e ria
es s o p o rta d o casi e n igual m e d id a p o r el v e n c e d o r y el
v en c id o , n o sie n te q u e el b ie n d e sus sú b d ito s n o le sirve
m ás q u e d e p r e te x to a su f u ro r g u e r r e r o y q u e es el o rg u llo
q u ie n fo rja las arm as y d e s p lie g a sus e sta n d a rte s; to d a su
a te n c ió n está fijad a en el c a rro y el fa u sto del triu n fo .
N o m e n o s p o te n te q u e el o rg u llo , el te m o r p ro d u c irá los
m ism o s efecto s: se le v erá c re a r e s p e c tro s , esp arcirlo s a lre ­
d e d o r d e las tu m b a s y, en la o sc u rid a d d e los b o sq u e s,
o fre c e rlo s a las m iradas d e l v ia je ro a su stad o , a d u e ñ a rs e d e
to d a s las fac u ltad e s d e su alm a y n o d e ja r n in g u n a lib re p ara
c o n s id e ra r la ab su rd id a d d e los m o tiv o s d e u n te rro r tan
vano.
220 I Las p asio n es no s o la m e n te n o nos d e ja n c o n s id e ra r m ás
q u e c ie rta s caras d e los o b je to s q u e nos p re s e n ta n , sino q u e
ad e m á s nos en g a ñ an m o strá n d o n o s a m e n u d o esto s m ism os
o b je to s allí d o n d e no existen . S e c o n o c e el c u e n to d e un
cu ra y u n a d am a g alan te u . H a b ía n o íd o d e c ir q u e la lu n a
e sta b a h ab itad a , lo c re y e ro n y, te le s c o p io en m an o s, am b o s
in te n ta ro n r e c o n o c e r sus h a b ita n te s. «Si n o m e e q u iv o c o , d ijo
p rim e ro la dam a, p e rc ib o d os so m b ras; se in c lin a n u n a hacia
la o tra ; n o d u d o e n a b s o lu to , so n d o s am a n te s felices...» . «¡Eh!
vaya, s e ñ o ra , p ro sig u e el c u ra , estas d o s so m b ra s q u e veis
so n d o s cam p a n ario s d e u n a ca te d ra l» . E ste c u e n to es n u e s tra
histo ria; n o p e rc ib im o s en las cosas, la m a y o r p a rte d e las

11 La «anécdota», con frecuencia divertida, a veces osada, es utilizada por H elvétius sistemá­
ticam ente. R om pe así el discurso filosófico y logra convertir el texto en unos relatos cortados,
ligados finalmente p o r el discurso teórico q u e sobresale al principio y al final de cada capítulo y
en algunos m om entos d e su desarrollo.

98
v eces, m ás q u e lo q u e d e se a m o s e n c o n tra r: ] ta n to en la 221
tie rra c o m o en la lu n a , p a sio n e s d ife re n te s sie m p re n o s h arán
v e r o b ie n am an te s o b ie n cam p an ario s. La ilu sió n es u n
e fe c to n ec e sa rio de las p a sio n e s cuya fu e rz a se m id e casi
s ie m p re p o r el g ra d o d e c e g u e ra en el q u e nos h u n d e n . Es lo
q u e h ab ía s e n tid o m uy b ie n n o sé q u é m u je r, q u ie n , so r­
p r e n d id a p o r su am a n te en brazo s d e su rival, se a tre v ió a
n eg a rle el h e c h o del cual e ra te stig o : « ¡Q u é !, le d ijo , ¿ta n ta
es v u e stra d esv erg ü en z a?»
«¡Ah! pérfido, exclam ó, lo veo, ya n o m e quieres; crees más
e n lo q u e ves q u e en lo q u e yo te d igo.» E stas p alab ras no
so n so la m e n te aplicab les a la p asió n d e am o r, sin o a to d a s las
p asio n es. T o d a s n os afectan 12 co n la m ás p ro fu n d a ceg u era.
Q u e se tra sla d e n estas m ism as p alabras a tem as m ás elev ad o s;
q u e se a b ra el te m p lo | de M enfis: al p r e s e n ta r el b u e y A p is 222
a los egipcios te m e ro so s y p ro s te rn a d o s , el sa c e rd o te grita:
« P u e b lo s, b a jo e s ta m e ta m o rfo sis, re c o n o c e d la d iv in id ad de
E g ip to ; q u e el u n iv e rso e n te r o lo a d o re ; q u e el im p ío q u e
ra z o n a y d u d a , ex e crac ió n d e la tie rra , vil d e s e c h o d e los
h u m a n o s, sea alcanzado p o r el fu e g o celestial. Q u ie n q u ie ra
q u e seas, n o te m e s a lo s d io se s, m o rta l s o b e rb io q u e en A pis
n o percibes m ás q u e un buey y crees m ás en lo q u e ves q u e en lo
q u e yo te d igo». T ales e ra n , sin d u d a , los d isc u rso s d e los
s a c e rd o te s d e M e n fis, q u ie n e s d e b ía n p e rsu a d irse , c o m o la
m u je r citad a , q u e se d e ja b a d e e s ta r an im ad o p o r u n a p asió n
fu e rte e n c u a n to se d e ja b a d e se r ciego. ¡C ó m o n o lo ib a n a
cre er! Se v en to d o s los días in te re se s m u c h o m ás d é b ile s
p r o d u c ir s o b re n o so tro s s e m e ja n te s efe cto s. | C u a n d o la am - 223
b ic ió n , p o r e je m p lo , p o n e arm as en las m an o s d e d o s n acio ­
n es p o d e ro sa s y lo s ciu d a d a n o s, in q u ie to s, p re g u n ta n u n o s a
o tr o s s o b re las noticias: p o r un lado, ¡qué facilidad en c re e r
e n las b u en as!; p o r o tr o lad o , ¡q u é in c re d u lid a d re s p e c to a
las m alas! ¡C u án tas veces u n a co n fian za d e m a sia d o to n ta en
m o n je s ig n o ra n te s n o ha h e c h o n eg ar a c ristian o s la p o sib ili­
d ad d e las an típ o d as! ¡N o hay siglo q u e p o r alg u n a afirm a­
c ió n o n eg a ció n rid ic u la n o haga r e ír al siglo sig u ien te! U n a
lo c u ra p asad a e n raras o c a sio n e s escla re ce a los h o m b re s
re s p e c to a su lo c u ra p re s e n te .

12 En francés «frappent». Traducim os p o r «afectar» para usar el térm ino técnico y para
evitar una acum ulación d e sinónimos. H elvétius usa indistintam ente, sin más razón q u e la
estilística «frapper», «rem uer», «attacher», «troubler», «agiter»...

99
P o r lo d em ás, estas m ism as p a sio n es, q u e d e b e n c o n s id e ­
ra rse c o m o el g e rm e n d e u n a in fin id ad d e e rro re s , so n ta m ­
b ié n la fu e n te d e n u estra s lu ces 13. A u n q u e nos ex tra v íen ,
so la m e n te ellas nos d an la fu e rz a n e c e sa ria p a ra cam in ar; sólo
224 | ellas p u e d e n a rra n c a rn o s d e esta in e rc ia y e s ta p e re z a , sie m ­
p re d isp u e sta s a cap tar to d a s las facu ltad es d e n u e stra
alm a 14.
P e ro n o es é s te el lu g ar d e e x a m in a r la v erd a d d e esta
p ro p o sic ió n . P aso a h o ra a la se g u n d a causa d e n u e s tro s e r r o ­
res.

C a p í t u l o III

De la ignorancia

N o s eq u iv o ca m o s cu a n d o , a rra stra d o s p o r u n a p asió n y


fija n d o to d a n u e s tra aten c ió n en u n o de los lados d e un
o b je to , q u e re m o s ju zg ar el o b je to e n te ro seg ú n e s te ú n ico
asp ec to . N o s eq u iv o ca m o s ta m b ié n c u a n d o , e sta b le c ié n d o n o s
225 co m o ju e ce s e n u n a m a te ria , n u e s tra m e m o ria n o e stá | su fi­
c ie n te m e n te e q u ip a d a con to d o s los h e c h o s d e cu y a c o m p a ­
rac ió n d e p e n d e la co rrec ció n 15 d e n u e stra s d ecisio n es. N o
es q u e cada cual carezca del e s p íritu justo: cada u n o ve b ien
lo q u e ve; p e ro al n o d e sc o n fia r n ad ie de su p ro p ia ig n o ra n ­
cia, se c re e con d em asiad a facilidad q u e lo q u e se v e en un
o b je to es to d o lo q u e se p u e d e v e r en él.
E n las c u e stio n es u n p o co difíciles, la ig n o ran cia d e b e se r
co n s id e ra d a co m o la causa p rin cip al de n u e s tro s e rro re s. P ara

13 El m ovim iento ilustrado se ha visto a sí m ism o com o ilum inador. Su época se ha puesto
como época de la luz frente a las sombras. El constante juego con el térm ino «lumiéres» y
otros más o menos equivalentes es difícil de traducir sin perd er matices. Por eso, aunque hoy
diríamos más bien «hom bre inteligente» que «hom bre esclarecido» o que «hom bre con luces»,
hem os procurado m antener la expresión q u e se acerca más a la letra.
14 En todo el X V III hay una rehabilitación d e las pasiones. P o r un lado, al verlas como
fenóm enos naturales; por o tro , al v er en ellas la fuente d e toda grandeza social (aunque también
de todo vicio). El De l’Homme d e H elvétius es el texto más audaz en este terreno. El De
l’Esprit, en el fondo, es en buena parte un reconocim iento de las pasiones, pues sólo si el
hom bre es apasionado, el gobernante puede dirigir esas pasiones a grandes fines sociales.
15 En francés, «justesse». H ubiéram os preferido traducir «justeza» o «justedad» ya que
H elvétius juega con los términos «justesse» y «juste» (en la frase siguiente), pero la extrañeza
académica de esta palabra nos ha disuadido.

100
sa b e r cu án fácil es, e n e s te caso, e n g a ñ a rse a sí m ism o y
c ó m o , sa ca n d o c o n c lu sio n e s sie m p re ju stas d e sus p rin c ip io s,
los h o m b re s llegan a re su lta d o s e n te r a m e n te c o n tra d ic to rio s,
esc o g e ré co m o e je m p lo u n a cu e stió n u n p o c o com plicad a: tal
es la d el lu jo , s o b re la q u e se han e m itid o juicio s m u y
d ife re n te s se g ú n | se le h ay a c o n s id e ra d o b ajo u n a s p e c to u 226
o tr o 16.
C o m o la p alab ra lujo e s vaga, n o tie n e n in g ú n s e n tid o
b ie n d e te rm in a d o y n o es e n g e n e ra l m ás q u e u n a e x p re sió n
relativ a. E n p r im e r lugar se d e b e e n la z a r co n u n a id e a clara
to m a n d o e s ta p a la b ra d e lujo en u n significado rig u ro so , y da,
d e s p u é s , u n a d e fin ic ió n del lu jo c o n s id e ra d o e n re la c ió n a
u n a n o ció n y en rela ció n a u n p a rtic u la r ' 7.
E n un significado rig u ro s o , se d e b e e n te n d e r p o r lujo
to d a e sp e c ie d e su p e rflu id a d e s, es d e c ir, to d o lo q u e n o es
a b s o lu ta m e n te n ec e sa rio p a ra la co n se rv a c ió n d el h o m b re .
C u a n d o se tra ta d e u n p u e b lo civilizado y de los h o m b re s
q u e lo c o m p o n e n , esta p a la b ra lujo tie n e un significado co m ­
p le ta m e n te d ife re n te ; llega a s e r a b s o lu ta m e n te rela tiv o . El
lu jo d e u n a nación civilizada es el e m p le o d e sus riq u ez as en
lo q u e llam a | su p e rflu id a d e s el p u e b lo co n el q u e se com - 227
p ara e s ta nación. E ste es el caso en el q u e se e n c u e n tra
In g la te rra co n re la c ió n a Suiza.
El lu jo en u n p a rtic u la r es, asim ism o , el e m p le o d e sus
riq u e z a s en lo q u e d e b e lla m a rse su p e rflu id a d e s re s p e c to al
p u e s to q u e é s te o c u p a en u n E sta d o y al país e n el q u e vive:
así e ra el lu jo d e B o u rv alais '8.
U n a vez d ad a e s ta d e fin ic ió n , v e a m o s b ajo q u é asp ecto s
d ife re n te s se ha c o n s id e ra d o el lu jo d e las n ac io n e s, cu a n d o
u n o s lo han ju z g ad o ú til y o tro s p e rju d ic ia l p a ra el E stado.
Los p rim e ro s d irig ie ro n sus m iradas so b re estas m a n u fa c­
tu ra s q u e el lu jo c o n s tru y e , d o n d e el e x tra n je ro se afana e n

16 R especto al debate sobre el lujo, ver A ndré M orize, L'Apologie de luxe au X V lll* siecle,
París, D idier, 1969. Puede consultarse tam bién, aparte de los dos prim eros discursos de
Rousseau, el artículo «luxe» d e la Encyclopédie y Le Commence et la gouvernement consideres relati-
vement l u n a l’autre, d e Condillac (en Oeuvres Philosophiques, París, PUF, vol. 11, 1948, pp. 308
y siguientes).
17 Eran los dos campos d e d eb ate so b re el lujo. Por un lado, su función social, su efecto en
la salud de un Estado (H elvétius dice «nation» y hem os conservado «nación» aunque a veces
sería más correcto Estado); p or otro, sus efectos en el individuo, en el hom bre particular. Ver
el artículo «luxe» d e L ’Encyclopédie. V er tam bién el cap. X X V II de Le commence et le gouverne­
ment consideres relativament l’un a l’autre d e Condillac (en el vol. II d e sus Oeuvres Philosophiques,
París, PUF, 1948).
18 Poisson de Bourvalais, d e origen cam pesino, que d esem peñó cargos de lacayo, o rd e ­
nanza, etc., gracias a ciertas protecciones llegó a recaudador de im puestos, acum ulando una
copiosa fortuna. M urió en 1719.

101
in te rc a m b ia r sus te s o ro s a ca m b io d e la in d u stria 19 d e un a
228 n ación. V en el a u m e n to d e las riq u ez as tra e r tras sí | el
a u m e n to d e lu jo y la p e rfe c c ió n de las a rte s ap ro p ia d as p ara
satisfacerlo . El siglo del lu jo les p a re c e la é p o c a d e g ra n d e z a
y p o te n c ia d e u n E stado. D ic e n q u e la a b u n d a n c ia d e d in e ro ,
q u e s u p o n e n q u e ac arrea, h ac e feliz a u n a n ac ió n e n el
in te r io r y te m ib le e n el ex te rio r. Ese d in e ro p e rm ite asalariar
u n g ra n n ú m e ro d e tro p as; co n él se c o n s tru y e n tien d as,
se su m in istra n a rse n a le s y se e s ta b le c e n y m a n tie n e n alianzas
co n g ra n d e s p rín cip es; y q u e gracias al d in e ro u n a n ació n , en
fin, p u e d e n o so la m e n te re sis tir sin o ta m b ié n m a n d a r a p u e ­
blos m ás n u m e ro so s y, p o r co n sig u ie n te , re a lm e n te m ás p o d e ­
ro so s q u e ella. Si el lu jo h ace a u n E sta d o te m ib le en el
e x te rio r, ¿q u é felicidad n o le p ro c u ra rá en su in te rio r? S uaviza
las c o s tu m b re s, c re a n u ev o s p la c e re s y p ro v e e , p o r e s te m e-
229 d io, a la subsis | te n c ia d e u n a infinidad d e o b re ro s. D e s p ie r­
ta u n a codicia saludable q u e arran ca al h o m b re d e la in e r­
cia, d e l a b u rrim ie n to , q u e d e b e c o n s id e ra rse co m o u n a d e las
e n fe rm e d a d e s m ás c o m u n e s y m ás c ru e le s d e la h u m a n id ad .
Irra d ia p o r to d a s p a rte s u n ca lo r vivificante; h ac e circ u lar la
v ida en to d o s los m ie m b ro s d e un E stad o , activa la in d u stria ,
hace a b rir p u e rto s, c o n s tru ir naves, los g u ía a trav és d e los
o c é a n o s y hace, e n fin, c o m u n e s a to d o s los h o m b re s los
p ro d u c to s y las riq u ez as q u e la n a tu ra le z a avara e n c ie rra en los
p re c ip ic io s d e los m a re s, e n los abism os d e la tie rra o q u e
m a n tie n e d isp e rso s en m il clim as d ife re n te s.
E x am in em o s a h o ra el asp e c to q u e se o fre c e a los filósofos
230 q u e | lo c o n sid e ra n co m o fu n e sto p a ra las n aciones.
El b ie n e sta r 20 d e los p u e b lo s d e p e n d e ta n to d e la felici­
dad d e la q u e gozan en el in te r io r co m o d el re s p e to q u e
in sp ira n en el e x te rio r.
R e sp e c to al p rim e r o b je to , d irá n e s to s filó so fo s, el lu jo y
las riq u ez as q u e p r o p o rc io n a a u n E stad o harían a los s ú b d i­
to s m ás felices si estas riq u ez as fu e ra n m e n o s d e sig u a lm e n te
co m p a rtid a s y si cada cual p u d ie ra p ro c u ra rs e las c o m o d id a ­
d es d e las q u e la in d ig en cia le fu erza a p riv arse .
El lu jo n o es, p u e s, p e rju d ic ia l en ta n to q u e lu jo , sino

19 H elvétius, que com partía las ideas fisiócratas, hace aquí referencia al mercantilismo,
teoría que estimulaba la producción d e mercancías exportables para acum ular metales precio­
sos, índice d e la riqueza d e un Estado.
20 En francés, «bonheur». A unque con frecuencia significa felicidad a veces H elvétius lo usa
en un sentido m enos psicológico, más objetivo. Aquí podría ser ése el caso.

102
sim p le m e n te e n ta n to q u e e fe c to d e u n a g ran d e s p ro p o rc ió n
e n tre las riq u ez as d e los c iu d a d a n o s (7). J^Así p u e s , el lu jo 231
n u n ca es e x tre m a d o cu a n d o la re p a rtic ió n d e las riq u ez as n o
es | d e m a sia d o desigual; a u m e n ta a m e d id a q u e éstas se acu- 232
m u ía n e n m e n o r n ú m e ro d e m an o s; alcanza, p o r fin, | su 233
ú ltim o p e río d o , c u a n d o la n ac ió n se d iv id e e n d o s clases, d e
las q u e u n a a b u n d a en s u p e rflu id a d e s y a la o tra le falta lo
n ecesario .
U n a vez lle g ad o a e s te p u n to , la situ ac ió n d e u n a n ació n
es ta n to m ás cru e l c u a n to q u e es in c u ra b le. ¿C ó m o v o lv e r a
p o n e r, e n to n c e s, algo d e igualdad e n las fo rtu n a s d e los
ciu d ad an o s? El h o m b re ric o h a b rá c o m p ra d o g ra n d e s se ñ o ­
ríos: capaz d e a p ro v e c h a rse d e los a p u ro s d e lo s v ecin o s,
h ab rá re u n id o en p o c o tie m p o u n a in fin id ad d e p e q u e ñ a s
p ro p ie d a d e s en su d o m in io . U n a vez haya d ism in u id o el
n ú m e ro d e p ro p ie ta rio s, el de los jo rn a le ro s h ab rá a u m e n ­
tado: c u a n d o ésto s se hayan m u ltip lic a d o lo su fic ie n te co m o
p ara q u e haya m ás tra b a ja d o re s q u e tra b a jo , e n to n c e s el
jo rn a le ro se g u irá el c u rso d e to d a e sp ec ie d e m ercan cía, cu y o
v alo r d ism in u y e cu a n d o es c o m ú n 2I. P o r o tra p a rte , | al 234
h o m b re rico, q u e tie n e to d a v ía m ás lu jo q u e riq u ez as, le
in te re s a b ajar el p re c io d e las jo rn a d a s, n o o fre c e r al jo rn a ­
le ro más q u e la paga a b s o lu ta m e n te necesaria para su su b sis­
te n c ia (8 ). La p o b re z a o b lig a a é s te a | c o n te n ta rse co n ello ; 235
p e r o si le so b re v ie n e u n a e n fe rm e d a d o u n a u m e n to d e la
fam ilia, e n to n c e s, p o r falta d e | a lim e n to s sanos o su fic ie n te - 236
m e n te a b u n d a n te s, se e n fe rm a , m u e re y d e ja al E sta d o un a
fam ilia d e m e n d ig o s. P ara p re v e n ir se m e ja n te desgracia, h a­
b ría q u e re c u rr ir a u n a n u e v a re p a rtic ió n de las tierras:
re p a rtic ió n sie m p re in ju s ta e im p ra ctic ab le. Es p u e s e v id e n te
q u e u n a vez el lu jo ha lle g ad o a c ie rto esta d io , es im p o sib le
v o lv e r a e s ta b le c e r iguald ad alg u n a e n tre la fo rtu n a d e los
ciu d ad a n o s. L uego los rico s y las riq u ez as van a las cap itales a
d o n d e les a tra e n los p la c e re s y las a rte s d e l lujo: e n to n c e s el
ca m p o q u e d a in c u lto y p o b re ; sie te u o c h o m illo n es d e
h o m b re s la n g u id e c e n e n la m iseria (9) y cin co o seis m il
v iven | en u n a o p u le n c ia q u e les hace o d io so s, sin h ac erle s 237
m ás felices.

21 Estas páginas son únicas en los textos ilustrados. N o solam ente destaca la finura con la
que se describe el proceso d e la división en clases en el capitalismo (que aún ésta en sus
balbuceos), sino que anticipa b uena parte de las tesis marxistas, intuitivam ente, com o ésta de la
conversión del trabajador en mercancía. Las páginas q u e siguen podrían pasar, a trozos, por
«marxismo ortodoxo».

103
238 En e fe c to , ¿ q u é p u e d e a p o rta r a la | felicid ad d e un
h o m b re la mayor^ o m e n o r su c u len c ia d e su co m ida? ¿A caso
239 n o le basta e s p e ra r el h a m b re , | h a c e r sus e je rc ic io s o p r o ­
lo n g a r sus paseo s e n p ro p o rc ió n al m al g u s to d e su co c in e ro ,
p a ra e n c o n tra r d e lic io so to d o p la to q u e n o sea re p u g n a n te ?
P o r o tra p a rte , la fru g alid ad y el e je rc ic io ¿n o le e v ita n to d as
240 las e n fe rm e d a d e s q u e o ca sio n a | la g lo to n e ría ex a ce rb a d a p o r
la b u e n a com ida? La felicidad no d e p e n d e , p u e s, d e la ex c e­
le n cia d e la com ida.
N o d e p e n d e ta m p o co d e la m agnificen cia d e la in d u m e n ­
taria ni d e los ca rru a jes: cu a n d o se a p a re c e en p ú b lic o cu ­
b ie rto d e u n v e s tid o b o rd a d o y e n u n a c a rro 2a b rilla n te , no
se e x p e rim e n ta n p laceres físicos, q u e son los ú n ico s p laceres
reales; se está afectad o , a lo su m o , p o r u n p la ce r d e van id ad ,
cuya p riv ac ió n sea tal vez in s o p o rta b le , p e ro cu y o g o ce es
in síp id o . Sin a u m e n ta r su felicidad, el h o m b re rico n o h ace,
p o r la o ste n ta c ió n d e su lu jo , m ás q u e o fe n d e r a la h u m a n i­
d ad y al infeliz, q u ie n , al c o m p a ra r sus an d ra jo s d e la m ise­
ria co n la v e stim e n ta d e la o p u le n c ia , se im ag in a q u e e n tre
la felicidad del rico y la suya n o hay m e n o s d iferen c ia q u e
241 e n tre sus v estid o s, reav iv a p o r esta o ca sió n | el re c u e rd o d e
las d u ras p en as q u e so b re lle v a y se e n c u e n tra d e e s te m o d o
p riv a d o d el ú n ic o alivio d el in fo rtu n a d o , del o lv id o m o m e n ­
tá n e o d e su m iseria.
Es, p u e s, c ie rto , c o n tin u a rá n d ic ie n d o esto s filó so fo s, q u e
el lu jo n o p ro p o rc io n a la felicidad d e n ad ie y q u e, al im plicar
u n a d esig u ald ad d e m a sia d o g ra n d e d e riq u e z a e n tre los ciu ­
d ad an o s, im plica la d esg ra cia del m a y o r n ú m e ro d e ello s. El
p u e b lo e n el q u e el lu jo se in tro d u c e no es p o r ta n to , feliz
en su in te rio r: v ea m o s si es re s p e ta d o e n el ex te rio r.
La a b u n d a n c ia de d in e ro q u e el lu jo ac arrea a u n E stad o
se im p o n e en p r im e r lu g ar a la im aginación; e s te E stad o es,
p o r alg u n o s in sta n te s, u n E stad o p o d e ro so : p e ro e s ta v e n ta ja
( s u p o n ie n d o q u e p u e d a ex istir alguna v e n ta ja in d e p e n d ie n te
242 d e la felicidad d e los ciu d ad an o s) n o es, | co m o lo n o ta el Sr.
H u m e 22, m ás q u e u n a v e n ta ja p asajera. S e m e ja n te a los

22 H u m e fue amigo d e H elvétius, d e Rousseau y del grupo enciclopedista en general. En


sus viajes a París frecuentaba los salones d e M me. d ’H olbach y M me. H elvétius. Su Tratado
sobre la naturaleza humana (1739), la m ejor expresión de la epistem ología em pirista clásica,
tuvo un efecto im portante sobre H elvétius, quien la asum e en sus rasgos más generales.
Tam bién su Historia natural de la religión (1757) será bien recogida entre los ilustrados, así
como su m onum ental Historia de G ran Bretaña (1754-59). Pero, curiosam ente, los textos de
H um e más conocidos en los círculos materialistas son los Ensayos morales y políticos, que luego

104
m a re s, q u e a b a n d o n a n y c u b re n su c e siv a m e n te m il playas
d ife re n te s , las riq u ez as d e b e n r e c o rr e r su c e siv a m e n te m il
clim as d iv e rso s. C u a n d o , p o r la b ellez a d e sus m a n u fa ctu ra s y
la p e rfe c c ió n d e las arte s d e lu jo , u n a n a c ió n h a atra íd o a ella
el d in e ro d e los p u e b lo s v e c in o s, es e v id e n te q u e el p re c io
d e los a lim e n to s y la m a n o d e o b ra d e b e n e c e s a ria m e n te
b a ja r en e sto s p u e b lo s e m p o b re c id o s , q u ie n e s, to m a n d o al­
g u n o s m a n u fa c tu re ro s y alg u n o s o b r e r o s d e e s ta n ación,
p u e d e n e m p o b re c e rla a su vez, s u m in istrá n d o le m ás b a ra to
las m ism as m e rc an c ías q u e e s ta n ac ió n les p ro v e ía (1 0 ). A h o ra
b ie n , e n c u a n to a la ¡ falta d e d in e ro se h a c e s e n tir e n un 243
E sta d o a c o stu m b ra d o al lu jo , la n ac ió n cae e n el d e sp re c io .
j P ara librarse d e ello, h a b ría q u e a c e rc a rse a u n a v id a sim p le 244
y a c o s tu m b re s a las q u e las le y e s se o p o n e n . | P o r e s to , la 245
é p o c a d e m a y o r lu jo d e u n a nació n es, e n g e n e ra l, la é p o c a
m ás p ró x im a a su caída | y en v ilec im ien to . La felicidad y la 246
p o te n c ia a p a re n te q u e el lu jo su m in istra , d u ra n te alg u n o s
in sta n te s, a las n ac io n e s es c o m p a ra b le a estas fieb res v io le n ­
tas q u e d a n , en el d e lirio , u n a fu e rz a in c re íb le al e n fe rm o
q u e d e v o ra n y q u e p a re c e n n o m u ltip lic a r las fu erzas d e | u n 247
h o m b r e m ás q u e p ara p riv a rlo , en el o ca so d el d e lirio , ta n to
d e estas m ism as fu erzas c o m o d e la vida.
P a ra c o n v e n c e rs e d e e s ta v e rd a d , d irá n ad e m á s esto s
m ism o s filó so fo s, b u sq u e m o s lo q u e h aría q u e u n a n ació n
fu e ra re a lm e n te re s p e ta d a p o r sus vecinos: es in d is c u tib le ­
m e n te el n ú m e ro y el v ig o r de sus ciu d a d a n o s, su ap eg o p o r
la p a tria y, p o r ú ltim o , su v a lo r y su v irtu d n .
E n c u a n to al n ú m e ro d e c iu d a d a n o s, se sabe q u e los
países co n lu jo n o son los m ás p o b la d o s; q u e e n la m ism a
e x te n s ió n d e te r r e n o c u ltiv a d o , S uiza p u e d e te n e r m ás h ab i­
ta n te s q u e E spaña, F ran cia y h asta q u e In g laterra .
El c o n s u m o d e h o m b re s q u e o ca sio n a n e c e s a ria m e n te un

la historiografía ha dejado bastante de lado. H u m e había publicado, anónim os, sus Essays moral
and political, en los q u e aborda temas muy variados, desde el m atrim onio al estilo d e escribir y
el progreso de las ciencias. A hora bien, quizá aquí H elvétius se refiere a los Political Discourses,
publicados en 1752, y que tienen cie rto éxito. E ntre éstos destacam os «O f C om m erce», «O f
íuxury», «O f interst», « O f the populousness o f ancient nations» temas preferidos de H elvétius.
Tam bién vale la pena recordar que en 1757 publica H um e sus Four dissertations, con temas tan
atractivos com o « O f th e passions» y «O f th e standard o f taste».
23 N otem os, com o el lector ya habrá imaginado, q u e H elvétius entiende p o r «lujo» la
producción d e mercancías, es decir, la producción capitalista (opuesta a una econom ía de
autoconsum o, con pretensiones autárquicas). N o tem o s tam bién su coincidencia con Rousseau
— aunque no hay, a oyfo nivel, h o m b re más distante al «individuo» rousseauniano que el
diseñado po r H elvétius en D f l’Esprit y en De l'Homme— en esa correlación e n tre lujo-
degradación m oral-debilidad física-pérdida del patriotism o-ruina del Estado. Si la ciudad que
R ousseau añora es agraria-religiosa-militarista, la de H elvétius es agraria-ética-militarista.

105
248 g ra n c o m e rc io (11) n o es, en e s te país, | la ú n ica cau sa d el
d e s p o b la m ie n to : el lu jo c re a m iles d e causas m ás, p u e s to q u e
a tra e las riq u ez as a las ca p ita le s, d e ja los ca m p o s en la esca-
249 sez, fa v o re c e el p o d e r a rb itra rio y, p o r j c o n s ig u ie n te , el
a u m e n to d e las p e n s io n e s 24 y da, e n fin, a las n acio n es
o p u le n ta s la facilidad d e c o n tra e r d e u d a s (12) q u e d e s p u é s
250 n o p u e d e n ¡ sa ld ar sin so b re c a rg a r a los p u e b lo s c o n o n e r o ­
sos im p u e sto s. A h o ra b ie n , estas d ife re n te s causas d e | la
d e s p o b la c ió n , al h u n d ir a u n país e n te r o en la m iseria d e b e
n e c e s a ria m e n te d e b ilita r e n él la c o n s titu c ió n física d e los
c u e rp o s. El p u e b lo e n tre g a d o al lu jo jam ás es u n p u e b lo
ro b u sto : e n tre sus co n c iu d a d a n o s, u n o s e stá n e n e rv a d o s p o r
la m o licie, los d e m á s a g o ta d o s p o r la n ec esid ad .
Si los p u e b lo s salvajes o p o b re s , c o m o lo n o ta el cab a­
lle ro F o lard 25 tie n e n a e s te re s p e c to u n a g ra n su p e rio rid a d
so b re los p u e b lo s e n tre g a d o s al lu jo , es p o r q u e el la b ra d o r
es, e n las n ac io n e s p o b re s , a m e n u d o m ás ric o q u e e n las
n ac io n es o p u le n ta s ; es p o r q u e u n ca m p e sin o su izo está m ás a
sus an chas 26 q u e u n c a m p e sin o fra n cé s (13).
251 I P ara fo rm a r c u e rp o s ro b u s to s , se n e c e sita u n a a lim e n ta ­
ció n sim p le a u n q u e sana y a b u n d a n te , u n e je rc ic io q u e sin
s e r ex cesiv o sea fu e rte , la c o s tu m b re d e s o p o rta r las in te m ­
p e rie s d e las esta c io n e s, c o s tu m b re q u e c o n tra e n los ca m p e ­
sinos q u e , p o r esta raz ó n , so n in fin ita m e n te m ás capaces de
s o p o r ta r las fatigas d e la g u e rra q u e los m a n u fa c tu re ro s de
los q u e la m a y o r p a rte está a c o stu m b ra d a a u n a v id a s e d e n ta ­
ria. Es ta m b ié n en las nacio n es p o b re s d o n d e se fo rm a n los
e jé rc ito s in c an sa b les q u e ca m b ian el d e s tin o d e los im p e rio s.
¿ Q u é o b stá c u lo s o p o n d ría a estas n ac io n e s u n país e n tr e ­
g a d o al lu jo y a la m olicie? N o p u e d e im p o n e rse a ellas ni
p o r el n ú m e ro ni p o r la fu e rz a d e sus h a b ita n te s. El ap e g o
252 p o r la | p a tria , se d irá, p u e d e su p lir al n ú m e ro y la fu e rz a d e
los ciu d ad a n o s. P e ro ¿ q u ié n p ro d u c iría en tal país este v ir­
tu o s o a m o r p o r la p atria? El e s ta m e n to 27 de los ca m p e sin o s,
24 En francés, «subsides». La traducción literal p o r «subsidios» o «pensiones» podría oca­
sionar equívocos. H elvétius, obviam ente, no se re fie re a «Seguridad Social», sino a pensiones,
cargos vitalicios q u e el rey otorgaba arbitrariam ente. Rousseau pasó m uchos años solicitando,
sin éxito, una «pensión» q u e le perm itiera vivir y hacer su obra sin malgastar el tiem po en
trabajos ^civiles. H elvétius gozó d e «pensiones» com prando el cargo d e «m aitre d ’hóteí» d e la
reina M arie Leczinka, «ferm ier général», etc.
25 Jean-C harles d e Folard (1669-1752) fue un valeroso oficial q u e ganó gloria a las órdenes
d e Carlos X II de S u ecia Sus obras m ilitares fueron muy leídas en el X V III.
26 En francés: «est plus á son aise» (más a su gusto).
27 En el original, «l’o rdre». «O rdenes» o «estam entos» son conceptos m uy usados antes de
acuñarse el d e «clase». H em os traducido p o r «estam ento» p o rq u e parece de un uso más
vigente q u e «orden».

106
q u e c o n s titu y e p o r sí so lo lo s d o s te rc io s d e cada n ació n , es
in feliz; el d e los a rte sa n o s n o p o s e e nada: traslad a d o d e su
p u e b lo a u n a m a n u fa c tu ra o a u n a tie n d a y d e esta tie n d a a
o tra , el a rte sa n o está fam iliariz ad o co n la id e a d e l d esp laza­
m ie n to , n o p u e d e c o n tra e r ap e g o p o r n in g ú n lugar; al e sta r
a s e g u ra d a casi p o r to d a s p a rte s su su b sisten c ia , d e b e c o n sid e ­
ra rs e n o co m o ciu d a d a n o d e u n país, sino co m o u n h a b ita n te
d e l m u n d o 28.
S e m e ja n te p u e b lo n o p u e d e , p u e s , d istin g u irse d u ra n te
m u c h o tie m p o p o r su valor; p o rq u e en un p u e b lo el v alor es,
en g e n e ra l o b ie n el e fe c to d el v ig o r de sus g e n te s , d e esa
¡ co n fian za ciega en sus fu e rz a s q u e o c u lta a los h o m b re s la 253
m ita d d e l p e lig ro al q u e se e x p o n e n , o b ie n el e fe c to d e u n
v io le n to a m o r p o r la p a tria q u e les h ace d e s p re c ia r el p e li­
gro : a h o ra b ie n , el lu jo a g o ta a la larga estas d o s fu e n te s de
valo r (14). P o d ría se r q u e d e la codicia | b ro ta ra u n a te rc e ra , si 254
v iv iésem o s to d a v ía en aq u e llo s siglos b á rb a ro s d o n d e los
p u e b lo s e ra n so m e tid o s a la escla v itu d y las ciu d ad es ab a n ­
d o n ad a s al pillaje. El so ld a d o , al n o se r ya im p u lsad o p o r
e s te m o tiv o , n o p u e d e se rlo m ás q u e p o r lo q u e se llam a el
honor; a h o ra b ie n , el d e s e o d e h o n o r se apaga en un p u e b lo
c u a n d o el a m o r p o r las riq u ez as se e n c ie n d e (15). E n v an o se
d irá q u e las n ac io n e s ricas g a n a n p o r lo m e n o s en felicid ad y
e n p la c e re s lo q u e p ie rd e n en v irtu d j y valor: un e s p a rta n o 255
(1 6 ) n o e ra m e n o s feliz q u e u n p ersa ; los p rim e ro s ro m a n o s
cu y o v alo r e ra re c o m p e n s a d o p o r el d o n d e alg u n o s a lim e n ­
to s no h u b ie ra n e n v id ia d o la s u e rte d e C raso 29.
C ay o D u ilio , q u ie n p o r o rd e n del se n a d o e ra to d a s las
n o c h e s a c o m p a ñ a d o a su casa a la luz d e las a n to rc h a s j y co n 256
el s o n id o de las flautas, n o e r a m e n o s se n sib le a e s te c o n ­
c ie r to g ro s e ro d e lo q u e lo so m o s n o s o tro s a la m ás b rilla n te
so n a ta. P e ro aun a d m itie n d o q u e las n ac io n e s o p u le n ta s se
p r o c u r e n algunas c o m o d id a d e s d esc o n o c id a s p o r los p u e b lo s
p o b re s , ¿ q u ié n g o za rá d e estas c o m o d id a d e s? U n p e q u e ñ o

28 N o podem os dejar d e recordar el slogan marxista de «los proletarios no tienen patria».


La m agnífica intuición d e H elvétius unida a su experiencia d irecta con el m undo cam pesino y
artesanal, le p erm iten estas descripciones q u e suenan a actuales.
29 H elvétius rep ite, literalm ente, los «ejem plos» d e la historia que R ousseau usa en sus
Discursos sobre las ciencias y las artes (1750) y Discurso sobre el origen de la desigualdad (1753). En
realidad son ejem plos tópicos d e la época y reiterad am en te usados en este debate sobre el
m odelo de sociedad a instaurar. La historia — ya que no hay referencia absoluta desde donde
decidir— se convierte en e le m en to d e la argum entación, en fuerza persuasiva. P ero una historia
reducida a anécdotas, a tópicos: Esparta/A tenas, R om a republicana/R om a im perial, Trajano/
N e ró n , C iro/Jerjes, estoicos/hedonistas...

107
n ú m e ro d e h o m b re s p riv ile g iad o s y rico s q u e , c re y é n d o se la
nación e n te ra , c o n c lu y e n d e su c o m o d id a d p a rtic u la r q u e el
c a m p e sin o es feliz. P e ro a u n q u e estas c o m o d id a d e s fu e ra n
re p a rtid a s e n tre u n m a y o r n ú m e ro d e c iu d ad a n o s, ¿cuál es el
p re c io d e e sta v e n ta ja co m p a ra d a a las v en taja s q u e p ro c u ra a
los p u e b lo s p o b re s u n alm a fu e rte , v alien te y e n e m ig a d e la
esclav itu d ? Las n ac io n e s e n las q u e el lu jo se in tro d u c e son,
ta rd e o te m p ra n o , víctim as d el d e s p o tism o ; p re s e n ta n m an o s
d é b ile s y flojas c o n tra las cad en as co n las q u e la tira n ía
257 q u ie re | cargarlas. ¿C ó m o lib ra rse d e ellas? E n estas n acio ­
n es, unos viv en en la m o licie y la m o licie n o p ie n s a ni p rev é ;
los o tro s la n g u id e c e n e n la m iseria; y p re s o s d e la n ec esid ad ,
e n te r a m e n te o cu p a d o s en satisfacerla, n o elev an sus m irad as
hacia la lib e rta d . E n la fo rm a d e s p ó tic a , las riq u ez as d e estas
n ac io n es son d e sus am os; en la fo rm a re p u b lic a n a , p e r te n e ­
c e n a la g e n te p o d e ro s a así co m o a lo s p u e b lo s v alien tes q u e
so n sus vecinos.
« T ra e d n o s v u estro s te so ro s, p o d ía n h a b e r d ic h o los ro ­
m an o s a los ca rtag in eses; n o s p e rte n e c e n . R o m a y C a rtag o
h an q u e rid o am bas e n riq u e c e rse ; p e ro han e m p re n d id o ru tas
d ife re n te s p a ra alcanzar este fin. M ie n tras v o so tro s fo m en ta-
258 bais la in d u stria d e v u e s tro s ciu d a d a n o s, estab lecíais | m a n u ­
facturas, cu b ríais el m a r c o n v u estra s naves, ibais a e x p lo ra r
costas d esh a b ita d a s y acarreabais el o r o d e las E spañas y d e
A frica, n o so tro s, m ás p ru d e n te s , avezáb am o s n u e stro s so ld a­
d o s a las fatigas d e la g u e rra , a u m e n tá b a m o s su c o ra je , sa­
b íam o s q u e el in d u strio s o n o tra b a ja b a m ás q u e p a ra el
v alien te. La h o ra d e g o zar ha llegado: d e v o lv e d n o s los b ie n e s
q u e sois incapaces d e d e fe n d e r.» Si los ro m a n o s n o han
e m p le a d o e s te le n g u a je , al m e n o s su c o n d u c ta p ru e b a q u e
e ra n afe cta d o s p o r se n tim ie n to s q u e este d isc u rso su p o n e .
¿C ó m o la p o b re z a d e R o m a no h a b ría d e m a n d a r s o b re la
riq u e z a d e C a rtag o y c o n serv ar, a e s te re sp e c to , la v e n ta ja
q u e casi to d a s las n ac io n e s p o b re s h an te n id o s o b re las
259 | n ac io n e s o p u le n tas? ¿A caso n o se ha v isto a la fru g al Lace-
d e m o n ia triu n fa r so b re la rica y c o m e rc ia n te A ten a s; a los
ro m a n o s p is o te a r los c e tro s d e o ro d e A sia? ¿ N o se h a v isto
a E g ip to , F enicia, T iro , S id ó n , R o d a s, G é n o v a , V en e cia , su b ­
yugadas, o p o r lo m e n o s h u m illad a s p o r p u e b lo s a los q u e
llam ab an b á rb a ro s? ¿Y q u ié n sab e si no se v erá u n d ía a la
rica H o la n d a , m e n o s feliz e n su in te r io r q u e S uiza, o p o n e r a
sus e n e m ig o s u n a re siste n c ia m e n o s o b stin ad a ? H e aq u í el

108
p u n to d e v ista d e s d e el cual se p r e s e n ta el lu jo a los fd ó so fo s
q u e lo h an c o n s id e ra d o c o m o fu n e sto a las nacion es.
La co n c lu sió n d e lo q u e acab o de d e c ir es q u e los h o m ­
b re s, v ie n d o b ie n lo q u e v e n , sa ca n d o co n sec u en cias m uy
justas d e sus p rin c ip io s, lleg an , sin em b a rg o , a re su lta d o s a
m e n u d o c o n tra d ic to rio s; | p o r q u e n o tie n e n p r e s e n te s en su 260
m e m o ria to d o s los o b je to s d e cuya c o m p a ra c ió n d e b e re s u l­
ta r la v e rd a d q u e buscan.
Es in ú til d e c ir, p ie n so , q u e al p r e s e n ta r la c u e stió n d el
lu jo b a jo d o s asp e c to s d ife re n te s , no p r e te n d o d e c id ir si el
lu jo es re a lm e n te p e rju d ic ia l o ú til a los E stados; se d e b e ría ,
p ara re so lv e r c o rre c ta m e n te e s te p ro b le m a m o ra l, e n tra r e n
d e ta lle s a je n o s al o b je to q u e m e p ro p o n g o ; h e q u e rid o sola­
m e n te p ro b a r , p o r e s te e je m p lo , q u e en las cu e stio n e s co m ­
p licadas y s o b re las cuales se juzga sin p asió n , u n o só lo y e rra
p o r ig n o ran c ia, es d ec ir, im a g in a n d o q u e el lad o q u e se v e d e
u n o b je to es to d o lo q u e hay q u e v e r e n e s te o b je to 30.

C a p í t u l o IV

D el abuso de las palabras

O tr a causa d el e rro r, q u e se d e b e ta m b ié n a la ig n o ran c ia,


es el ab u so de las p alabras y las ideas p o co claras q u e se
en laz an co n ellas. L o ck e ha tra ta d o tan a fo rtu n a d a m e n te e s te
te m a q u e m e p e r m ito e x a m in a rlo sólo p ara a h o rra r el tra b a jo
d e b ú s q u e d a a los le c to re s , q u ie n e s no tie n e n to d o s la o b ra
d e e s te filó so fo ig u a lm e n te p re s e n te e n su esp íritu .
D e sc a rte s había ya d ic h o , a n te s d e L ocke, q u e lo s p e rip a ­
té tic o s , e sc u d a d o s tras la o sc u rid a d d e las p alab ras, e ra n

30 D ifícilm ente puede convencernos H elvétius de su neutralidad. H a presentado dos gran­


des posiciones, pero en el espacio dedicado a cada una y en el to n o deja ver su tom a de
posición de forma clara e incluso apasionada. P ero el capítulo es curioso. El tem a es «la causa
del error», la ignorancia, el parcialismo. Y H elvétius lo ilustra con un debate a la orden del
día: Q uesnay-T urgot/C olbert, cam po/ciudad, la creciente desigualdad (acumulación originaria
del capital). M irabeau, en L'A m i des hommes (1757), ya había clamado contra el hundim iento del
pequeño propietario cam pesino, contra la proletarización creciente. Pero H elvétius hace bien
en cubrirse: el tem a del lujo, d el p ro g reso en la forma concreta en q u e se im pone en el
capitalismo, era com pleta. D e ja v er su opción, p ero reconoce que no puede resolverse tan
fácilmente.

109
b a s ta n te p a re c id o s a ciegos q u ie n e s, p ara h ac er el co m b a te
262 | d e igual a igual, atraían a u n h o m b re c la riv id e n te a u n a
c a v ern a o scura; q u e este h o m b re , añadía, sep a d a r luz a la
caverna, q u e fu e rc e a los p e rip a té tic o s a en laz ar id eas n ítid as
a las p alabras q u e usan, y s u tr iu n fo esta rá a seg u rad o . P a r­
tie n d o de D e sc a rte s y L ocke, p ro b a ré , p u e s , q u e en m e tafí­
sica y en m o ral el ab u so d e las palabras y la ig n o ran cia d e su
v e rd a d e ro significado es, si se m e p e rm ite la e x p re sió n , un
la b e rin to en el q u e los m a y o res g e n io s se han ex tra v iad o
algunas veces. T o m a ré co m o e je m p lo algunas d e estas p ala­
bras q u e han d e s p e rta d o las m ás largas y m ás acaloradas
d isp u tas e n tre los filósofos: ta les so n , e n m etafísica, las
p alab ras materia , espacio e infinito.
Se ha so ste n id o , en to d o s los tie m p o s, unas v eces q u e la
263 m a te ria sen tía, o tra s veces q u e n o se n tía , y se ha | d isp u ta d o
so b re este te m a m uy larga y v ag a m e n te. Se ha ta rd a d o en
p re g u n ta rs e so b re q u é se d isp u ta b a y en en lazar u n a id e a
p re c isa a la p alab ra materia. Si d e s d e u n p rin c ip io se h u b ie ra
fija d o su significado, se h a b ría re c o n o c id o q u e los h o m b re s
e ra n , si se m e p e rm ite la e x p re sió n , los c re a d o re s d e la
m a te ria , q u e la m a te ria no e ra u n se r, q u e no h ab ía en la
n a tu ra le z a m ás q u e in d iv id u o s a los q u e se h ab ía d a d o el
n o m b re de cuerpo y q u e n o se podía e n te n d e r p o r esta palabra
materia m ás q u e el c o n ju n to de las p ro p ie d a d e s c o m u n e s a
to d o s los c u e rp o s. U n a vez d e te rm in a d o de e s te m o d o el
sign ificad o de esta p alab ra, n o se tra ta b a m ás q u e d e sa b e r si
la e x te n sió n , la solid ez y la im p e n e tra b ilid a d e ra n las únicas
p ro p ie d a d e s c o m u n e s a to d o s los c u e rp o s; y si el d e s c u b ri­
m ie n to d e u n a fu erza , p o r e je m p lo , tal c o m o la atra cc ió n , no
264 p o d ía h a c e r so sp e c h a r q u e los ¡ c u e rp o s tu v ie se n , ad em ás,
algunas p ro p ie d a d e s d esc o n o c id a s, c o m o la facu ltad d e se n tir,
q u e a p e s a r d e n o m an ifesta rse m ás q u e en los c u e rp o s
o rg an iz ad o s d e los anim ales, p o d ía , sin em b a rg o , se r co m ú n a
to d o s los in d iv id u o s. Al re d u c ir la c u e stió n a este p u n to , se
h u b ie ra a p e rc ib id o 31 q u e si en rig o r es im p o sib le d e m o s tra r
q u e to d o s los c u e rp o s son a b s o lu ta m e n te in se n sib le s, to d o
h o m b re q u e no esté so b re e s te te m a escla re cid o p o r la
rev e lac ió n n o p u e d e d e c id ir la c u e stió n m ás q u e calc u lan d o
y c o m p a ra n d o la p ro b a b ilid a d de esta o p in ió n co n la p ro b a b i­
lidad d e la o p in ió n co n tra ria.

31 En el original, «senti».

110
P a ra te rm in a r esta d isp u ta , n o era, p u e s, n e c e sa rio c o n s­
tr u ir d ife r e n te s siste m a s d el m u n d o , p e r d e rs e en la c o m b in a ­
ció n d e las p o sib ilid a d e s y h a c e r esto s esfu e rz o s p ro d ig io so s
d e e s p íritu q u e n o h an d e s e m b o c a d o , y n o p o d ía n re a lm e n te
d e s e m b o c a r, m ás q u e e n | e r r o re s m ás o m e n o s in g e n io so s. 265
E n e fe c to (p e rm íta s e m e n o ta rlo aquí), si hay q u e sacar el
m e jo r p a rtid o d e la o b se rv a c ió n , se d e b e ca m in a r ú n ic a m e n te
c o n ella, d e te n e rs e e n c u a n to n o s a b a n d o n a y te n e r el c o ra je
d e ig n o ra r lo q u e to d a v ía n o se p u e d e saber.
In s tru id o s p o r los e r r o re s d e los g ra n d e s h o m b re s q u e
n o s h a n p re c e d id o , d e b e m o s c o n c e b ir 32 q u e n u e stra s o b s e r­
v acio n es m ú ltip le s y re u n id a s ap e n as b astan p ara fo rm a r al­
g u n o s d e esto s sistem as p arc iale s c o n te n id o s e n el sistem a
g e n e ra l; q u e es d e las p ro fu n d id a d e s d e la im a g in a ció n d e
d o n d e h asta a h o ra se ha sacad o el sistem a d el u n iv e rso ; y
q u e , si n u n ca se tie n e n m ás q u e n o tic ia s tru n c a d a s d e
los p a íse s a le ja d o s d e n o s o tro s , los filó so fo s n o tie n e n ,
d el m ism o m o d o , m ás q u e n o tic ia s tru n c a d a s del siste m a
d el m u n d o . C o n m u c h o e s p íritu y | m u c h as c o m b in a c io n e s, 266
n o re c ita rá n m ás q u e fáb u las, h a sta q u e el tie m p o y el azar
les hay an d a d o u n h e c h o g e n e ra l al cual to d o s los d em ás
p u e d a n re m itirse
Lo q u e h e d ic h o d e la p a la b ra materia, lo d ig o d e la d e
espacio; la m a y o r p a rte d e lo s filó so fo s h a n h e c h o d e ello u n
se r y la ig n o ra n c ia d el sign ificad o d e esta p a la b ra h a d ad o
lu g ar a largas d isp u tas (17). Las h u b ie ra n a b re v ia d o , si h u b ie ­
ran e n la z a d o u n a id e a clara c o n e s ta palab ra: se h u b ie ra a d m i­
tid o q u e el espacio c o n s id e ra d o en los c u e rp o s es lo q u e se
llam a extensión; q u e d e b e m o s la idea d e vacío, q u e c o m p o n e
e n p a rte la idea d e esp ac io , al in te rv a lo p e rc ib id o e n tr e d o s
m o n ta ñ a s elevadas; in te rv a lo | q u e , al n o e s ta r o c u p a d o m ás 267
q u e p o r el aire, es d ec ir, p o r u n c u e rp o q u e a c ie rta d istan -

32 D e nuevo, «sentir». N os parece q u e aquí «concebir» traduce bien el sentido.


33 H elvétius nos d eja con la m iel en los labios. Esperábam os q u e se intro d u jera en el tem a
de la «materia» que tanta tinta y reflexión forzó a derrochar a los filósofos del X V II y X V III,
p ero lo da p o r resuelto con esa definición — más hum eana q u e lockeana— de «materia»
como una simple palabra q u e designa una colección de propiedades (ideas) com unes a las cosas.
A punta el im portante tem a d e la «fuerza» y la «sensibilidad» com o posibles de incluir en esa
colección. D id ero t en el Ret e de d ’Alembert (1769) H abía lanzado la «hipótesis» de la «sensibili­
dad universal». M aupertuis en la Venus physique y en el Systeme de la nature y Buffon en
Histoire naturelle iban p o r este camino. La presencia de Leibniz, d o tando a la m ateria de fuerza,
se hace sentir (ver J. Roger, Les sciences de la vie...}. En resum en, el forcejeo de la filosofía con
la «materia» cartesiana, dem asiado po b re para adecuarse a las exigencias teóricas d e la ciencia
de la vida, queda apuntado. P ero n o o p ta p o r e n tra r en eí asunto. Igual hará con el «espacio» y
el «infinito».

111
cia n o h ace m ás so b re n o so tro s n in g u n a im p re s ió n sen sib le,
h a d e b id o d a rn o s u n a id e a d e l vacío, q u e n o es o tra cosa m ás
q u e la p o sib ilid a d d e r e p re s e n ta rn o s m o n ta ñ as alejad as unas
de o tras sin q u e la d istan c ia q u e las se p a re e s té lle n a p o r
n in g ú n cu e rp o .
R e sp e c to a la id e a d e infinito c o n te n id a ta m b ié n en la
id e a d e espacio, dig o q u e no d e b e m o s esta id e a d el in fin ito
m ás q u e a la p o te n c ia q u e un h o m b re situ ad o en u n a p lan icie
tie n e d e h a c e r r e tr o c e d e r sie m p re los lím ites, sin q u e se
p u e d a , re s p e c to a ella, fijar el té rm in o d o n d e su im ag in ació n
d eb a d e te n e rs e : la ausencia de fronteras de cu a lq u ie r g é n e ro
es p u e s la ú n ica id e a q u e p o d e m o s te n e r d e l infinito; si los
268 filó so fo s, a n te s d e e s ta b le c e r n in g u n a | o p in ió n s o b re este
te m a, h u b ie se n d e te rm in a d o el significado d e la p alab ra in fi­
nito, c re o q u e , fo rz ad o s d e a d o p ta r la d efin ició n d ad a m ás
arrib a, n o h u b ie ra n p e rd id o su tie m p o en d isp u tas frívolas.
Es a la falsa filosofía d e los siglos p re c e d e n te s a la q u e se
d e b e a trib u ir p rin c ip a lm e n te la ig n o ran c ia g ro s e ra e n la q u e
e stam o s del v e rd a d e ro significado d e las palab ras: e s ta filo so ­
fía co n sistía casi e n te ra m e n te e n el a rte d e ab u sar d e ellos.
E ste a rte , en q u e co n sistía to d a la ciencia d e los esco lástico s,
c o n fu n d ía to d as las ideas, y la o b sc u rid a d q u e ec h a b a s o b re
todas las e x p re sio n e s se e x te n d ía , en g e n e ra l, so b re todas las
ciencias y p rin c ip a lm e n te so b re la m o ral. C u a n d o el c é le b re
se ñ o r d e La R o c h e fo u c a u ld d ijo q u e el a m o r p ro p io es el
p rin c ip io d e todas n u estra s acciones ¡cóm o la ig n o ran c ia d el
269 v e rd a d e ro sig n ific a d o | d e e s ta p alab ra, amor propio , su b le v ó a
la g e n te c o n tra e s te ilu stre auto r! 34 Se to m ó el a m o r p ro p io
p o r o rg u llo y vanidad y se im ag in ó , p o r c o n s ig u ie n te , q u e el
se ñ o r d e La R o c h e fo u c a u ld situ ab a e n el vicio la fu e n te d e
to d a s las v irtu d e s. E ra fácil, sin em b a rg o , p e rc ib ir q u e el
a m o r p r o p io o el a m o r d e sí no e ra o tra co sa m ás q u e un
s e n tim ie n to g ra b a d o en n o so tro s p o r la n a tu ra le z a 35; q u e

34 El du que d e La R ochefoucauld (1613-1680) fue un célebre autor del X V II. D e él se ha


dicho que era arquetipo d e la aristocracia francesa del X V III. D e la vida, el gusto y la
conversación de los salones d e M me. d e Sablé y M me. de La Fayette salieron frases lapidarias
com o «las virtudes se pierden e n e l interés com o los ríos en el mar», «los vicios entran en la
composición de las virtudes com o los venenos en la composición de los rem edios», que
condensaban la reflexión m oral d e la época. H elvétius conocía m uy bien las M áximas d e La
Rochefoucauld. V oltaire llegó a d ecir (carta a Richelieu de junio de 1772) que el De l’Esprit es
una paráfrasis de los pensam ientos d e La Rochefoucauld. Pero, d e hecho, H elvétius va más
lejos a la hora d e sacar consecuencias políticas.
35 El tem a del «amor d e sí» es m uy atractivo en los siglos X V II y X V III. D esde el «amor
de sí» hobbesiano, ligado al egoísmo, a la tendencia a la conservación, pasando por el
«perseverar en el ser» spinoziano, hasta la versión de M orelly (Code de la Nature, parte

112
este s e n tim ie n to se tra n sfo rm a b a en cada h o m b re e n vicio o
e n v irtu d , se g ú n los g u sto s y las p asio n es q u e le anim ab an ; y
q u e el a m o r p ro p io , d ife r e n te m e n te m o d ificad o , p ro d u c ía
ig u a lm e n te el o rg u llo y la m o d e stia .
El c o n o c im ie n to d e estas id eas h a b ría p re se rv a d o al s e ñ o r
d e La R o c h e fo u c a u ld d el re p r o c h e ta n tas veces r e p e tid o d e
q u e v eía d e m asiad o n eg ra la h u m a n id a d ; la ha c o n o c id o tal
co m o es. C o n v e n g o en q u e la | vista n ítid a d e la in d ife re n c ia 270
d e casi to d o s los h o m b re s h ac ia n o so tro s es u n e s p ec tác u lo
aflictiv o p a ra n u e s tra v an id ad ; p e r o , en fin, hay q u e to m a r a
los h o m b re s c o m o son: irrita rs e c o n tra los efe cto s d e su
a m o r p r o p io es q u e ja rse d e los ch u b a sc o s d e la p rim a v era,
d e ios ca lo res d el v era n o , d e las lluvias d e o to ñ o y d e las
h elad as d el in v ie rn o .
P ara am ar a los h o m b re s hay q u e e s p e ra r de ello s p o co ;
p ara v e r sus d e fe c to s sin am arg u ra , hay q u e a c o stu m b ra rse a
p e rd o n a rle s , se n tir q u e la in d u lg e n c ia es u n a justicia q u e la
h u m a n id ad d éb il tie n e el d e re c h o de ex ig ir de la sab id u ría.
A h o ra b ie n , n ad a m ás a p ro p ia d o p ara im p u lsa rn o s a la in d u l­
g en c ia , p ara c e rra r n u e s tro s co ra z o n e s al o d io , p ara ab rirlo s a
los p rin c ip io s d e u n a m oral h u m a n a y d u lce q u e el co n o c i­
m ie n to p ro fu n d o del c o ra z ó n h u m a n o , tal c o m o lo te n ía el
| s e ñ o r d e La R ochefoucauld: p o r e s to los h o m b re s m ás escla- 271
rec id o s h an sid o casi s ie m p re lo s m ás in d u lg e n te s. ¡C u án tas
m áxim as de h u m a n id ad esp arcid a s en sus obras! Mivid, d ec ía
P la tó n , con vuestros inferiores y vuestros sirvientes como con am i­
gos desafortunados. « O iré s ie m p re , d ec ía u n filó so fo in d io , a
los rico s gritar: se ñ o r, g o lp e a a q u ie n q u ie ra q u e n o s r o b e la
m ás m ín im a p a rte d e n u e s tro s b ie n es; m ie n tra s q u e, co n u n a
voz p la ñ id e ra y las m an o s e x te n d id a s hacia el cielo , el p o b re
dice: se ñ o r, d am e p a rte d e lo s b ie n e s q u e p ro d ig as al rico ; y
si los m e n o s a fo rtu n a d o s q u e yo m e sacan u n a p a rte , no
im p lo ra ré tu v en g an za y c o n s id e ra ré e sto s h u rto s c o n los
o jo s d el q u e v e, en tie m p o d e sie m b ra , a las p alom as e sp ar­
cirse e n | los cam p o s p a ra b u sc ar su alim e n to .» 272
P o r lo d em ás, si la p a la b ra a m o r p ro p io , m al e n te n d id a , h a
su b le v a d o ta n to s p e q u e ñ o s e s p íritu s c o n tra el s e ñ o r d e La
R o c h e fo u c a u ld ¡qué d isp u ta s aú n m ás serias n o ha o ca sio ­
n a d o la p a la b ra libertad ! D isp u ta s q u e se h u b ie ra n fác ilm e n te

prim era) y Rousseau que lo purifican, lo ennoblecen, lo liberan del egoísm o y lo convierten en
vínculo de solidaridad (M orelly) o narcisista autocom placencia, autoelección propia d e ese ser
solitario del individuo natural (Rousseau). H elvétius está próxim o a M orelly en este tema.

113
te rm in a d o si to d o s los h o m b re s, ta n am igos d e la v erd a d
co m o el p a d re M a le b ra n c h e , h u b ie ra n c o n v e n id o co n e s te
hábil te ó lo g o en su Premoción física 36 en q u e «la lib e rta d e ra
un m isterio . C u a n d o se m e e m p u ja hacia esta cu estió n , decía,
e sto y fo rz ad o a d e te n e rm e e n seco». N o es qu e sea im p o si­
b le fo rm a rse u n a id e a clara d e la p a la b ra libertad, to m a d a en
su significado co m ú n . El h o m b re lib re es el h o m b re q u e no
e s tá ni cargado d e cad en as, ni d e te n id o en las cárceles, ni
273 in tim id a d o , | co m o el esclavo, p o r el te m o r a los castigos; en
e ste se n tid o , la lib e rta d del h o m b re c o n siste en el ejercic io
(lib re) d e su p o te n cia : d ig o , d e su p o te n c ia , p o rq u e sería
rid íc u lo to m a r p o r u n a n o -lib e rta d n u e s tra im p o ten c ia, d e
a tra v esa r las n u b e s co m o el águila, d e vivir bajo las aguas
co m o la b allen a y h ac ern o s rey , p ap a o em p e ra d o r.
Se tie n e , p u es, u n a id e a clara d e la palab ra libertad, to ­
m ada en u n significado co m ú n . N o es así cu an d o se aplica
e s ta p alab ra d e lib e rta d a la v o lu n ta d . ¿Q u é sería e n to n c e s la
lib e rtad ? N o se p o d ría e n te n d e r, p o r e sta palab ra, m ás q u e el
p o d e r lib re d e q u e r e r o d e n o q u e r e r u n a cosa; p e ro este
p o d e r s u p o n d ría q u e p u e d e n h a b e r v o lu n ta d e s sin m o tiv o s y,
274 p o r c o n s ig u ie n te , e fe c to s sin causa. S ería n ec esario q u e ¡p u ­
d ié ra m o s q u e r e r ta n to n u e s tro b ien co m o n u e s tro m al, su p o ­
sición a b s o lu ta m e n te im p o sib le. E n e fe c to , si el d e s e o d e
p la c e r es el p rin c ip io d e to d o s n u e s tro s p e n s a m ie n to s y d e
to das n u e stra s acciones, si to d o s los h o m b re s tie n d e n c o n ti­
n u a m e n te hacia su felicidad real o a p a re n te , todas n u estra s
v o lu n ta d e s n o so n m ás q u e el e fe c to d e esta te n d en c ia.
A h o ra b ie n , to d o e fe c to es n ecesario . E n este se n tid o , no se
p u e d e en lazar n in g u n a id e a n ítid a co n la p alab ra libertad.
P e ro , se dirá, si estam o s so m e tid o s a la n ecesid ad d e p e rs e ­
g u ir la felicidad p o r to d a s p a rte s d o n d e la p erc ib am o s, p o r lo
m e n o s ¿som os lib re s d e la e le c c ió n d e los m e d io s q u e em -
275 p le am o s p a ra h a c e rn o s felices (18)? Sí, | re sp o n d e ré : p e r o libre
hace m ás q u e c o n fu n d ir estas d o s n o cio n es: según q u e un
h o m b re se p a m ás o m e n o s d e d e re c h o p ro ce sal y ju ris p ru ­
d encia, sea g u ia d o e n sus asu n to s p o r u n ab o g ad o m ás o
m e n o s hábil, to m a rá p a rtid o m e jo r o p e o r; p e ro c u a lq u ie ra
276 q u e sea | el p a rtid o q u e to m e , su d e s e o de felicid ad lo
fo rzará sie m p re a e le g ir el p a rtid o q u e le p arezca m ás co n v e-

36 Se refiere a Réflexions sur la prémotion physique, 1715.

114
n ie n te a sus in te re se s, sus g u sto s , sus p a sio n e s y fin a lm e n te a
lo q u e c o n s id e ra co m o su felicidad.
¿C ó m o se p o d r ía ex p lica r filo só fic am e n te el p ro b le m a d e
la lib e rta d ? Si, co m o L o ck e lo ha p ro b a d o , so m o s d iscíp u lo s
d e n u e s tro s am igos, p a d re s, le c tu ra s y, en fin, de to d o s los
o b je to s q u e nos ro d e a n , es n ec e sa rio q u e to d o s n u e stro s
p e n s a m ie n to s y v o lu n ta d e s sean e fe c to s in m e d ia to s o c o n s e ­
cu en cias n ecesarias d e las im p re sio n e s q u e h e m o s re c ib id o 37.
N o es p o sib le fo rm a rse n in g u n a id e a d e e s ta p alab ra d e
libertad, aplicada a la v o lu n ta d (19); hay q u e c o n s id e ra rla
| co m o un m isterio ; ex c la m ar con San P ablo: 0 a ltitu do!, co n - 277
v e n ir en q u e sólo la te o lo g ía p u e d e d isc u rrir s o b re s e m e ja n te
m a te ria y q u e u n tra ta d o filo só fico d e la lib e rtad n o sería
m ás q u e u n tra ta d o d e e fe c to s sin causa.
| Es p a te n te q u é g e rm e n e te r n o d e d isp u ta s y calam ida- 278
d e s c o n tie n e a m e n u d o la ig n o ran c ia del v e rd a d e ro signifi­
cad o d e las p alabras. Sin c o n ta r la sa n g re v e rtid a p o r los
o d io s y las d isp u tas te o ló g ic as, d isp u tas casi todas fu n d ad as
so b re un ab u so d e p alab ras, ¡cuántas desg racias e s ta ig n o ra n ­
cia h a p ro d u c id o y e n q u é e rro re s ha h e c h o caer a las
naciones!
E sto s e rro re s son m ás n u m e ro so s d e lo q u e se pien sa. Se
c o n o c e e s te c u e n to d e u n c e n tin e la suizo: le hab ían co n sig ­
n ad o u n a p u e r ta d e las T u lle ría s co n ia p ro h ib ic ió n d e no
d e ja r e n tra r a nadie. U n b u rg u é s se p re se n ta : « N o se e n tra » ,
le d ice el | suizo. « Ju sta m e n te , re s p o n d e el b u rg u é s, no 279
q u ie ro e n tra r, sino só lo salir d e P o rt-R o y a l...» «¡A h! si se
tra ta d e salir, c o n te sta el suizo , se ñ o r, p o d é is p asar (2 0 )» .
¿ Q u ié n to creería? E ste | c u e n to es la h isto ria d e l p u e b lo 280
ro m a n o . C ésar se p re s e n ta e n la plaza p ú b lica, q u ie re h ac erse
co ro n a r; y los ro m a n o s, p o r n o e n la z a r id eas p rec isas a la
p a la b ra realeza, le c o n c e d e n , b a jo el n o m b re d e imperator, la
p o te n c ia q u e le nieg an b a jo el n o m b re d e rex.
Lo q u e d ig o d e los ro m a n o s p u e d e , e n g e n e ra l, aplicarse

37 En el tem a de ia «libertad» ni se detiene H elvétius. Locke había incurrido en una


incongruencia que ha sido ya señalada (ver W olfand von Leyden, «John Locke and the natural
Laws» en Philosopby, 1956, pp. 23-35, recogido en el reading Locke, M ilano, ISEDI, 1978). Se
trata de las dos filosofías d e Locke. U na, la del Essay concerning H um an Understanding (1690) y
otra, la que está implícita en sus trabajos sobre la ley natural y el gobierno, en su doctrina
política. A quí teoriza el individuo com o sujeto de derechos, com o subjetividad moral y religio­
sam ente responsable (tolerancia) y jurídicam ente reconocida (liberalismo). En el Ensayo, en
cambio, el hom bre es un efecto d e la experiencia. Q uizá Locke no llegó a ver los efectos de su
propia filosofía. Pero H elvétius la recoge, la radicaliza y teoriza un hombre-efecto del medio
social (de la ley, d e la educación, d e las costum bres).

115
a to d o s los d iv an es y a to d o s los c o n se jo s d e los p rín cip es.
2 81 I E ntre los pueblos, al igual q u e e n tre los soberanos, no hay
n in g u n o a q u ie n el ab u so de las p alab ras n o h ay a a rro ja d o a
alg ú n e r r o r g ro se ro . P ara escap ar d e esta tram p a, h ab ría,
seg ú n el c o n s e jo d e L eibniz, q u e c o m p o n e r u n a le n g u a
filosófica, en la cual se d e te rm in a ría el significad o p re c iso d e
cada p a la b ra 38. Los h o m b re s e n to n c e s p o d ría n e n te n d e rs e ,
282 tra n sm itirse e x a c ta m e n te sus ideas; las d isp u ta s q u e | e te rn iz a
el ab u so d e las p alab ras se te rm in a ría n ; y los h o m b re s, en
to d a s las ciencias, p r o n to esta ría n fo rz ad o s a a d o p ta r los
m ism o s p rin cip io s.
P e ro la e je c u c ió n d e un p ro y e c to tan útil y tan d e se a b le
es im p o sib le . N o es a los filó so fo s, sin o a la n ec esid ad a lo
q u e se d e b e la in v e n c ió n d e las lenguas 39; y la n ec esid ad d e
este g é n e r o n o es difícil d e satisfacer. P o r c o n s ig u ie n te ,
p rim e ro se han e n la z a d o algunas ideas falsas a c ie rta s pala­
b ras; d e s p u é s se han co m b in a d o , c o m p a ra n d o estas id eas y estas
p alab ras e n tre ellas; cada n u ev a co m b in ac ió n h a p ro d u c id o
un n u e v o e rro r; e sto s e rro re s se han m u ltip lic ad o y al m u lti­
p lic arse se han co m p lic ad o ta n to q u e sería a h o ra im p o sib le ,
sin u n sacrificio y u n tra b a jo in fin ito s, ra stre a r y d e s c u b rir su
fu e n te . P asa en las len g u as lo m ism o q u e en el cálculo
283 algebraico: | se deslizan e n ella algunos e rro re s; esto s e rro re s
n o son p e rc ib id o s; se o p e ra se g ú n los p rim e ro s cálculos; d e
p ro p o sic ió n en p ro p o sic ió n , se llega a co n sec u en cias e n te r a ­
m e n te ridiculas. S e co n sta ta su a b su rd id a d : p e ro ¿c ó m o e n ­
c o n tra r el lugar d o n d e se ha d esliz ad o el p rim e r e rro r? P ara
o b te n e r e s te e fe c to , es n ec esario v o lv e r a h ac er y a v erificar
g ran n ú m e ro de cálculos: d e sg ra c ia d a m e n te hay p o ca g e n te
q u e p u e d a e m p re n d e rlo , m e n o s aú n q u e lo q u ie ra , so b re
to d o cu a n d o el in te ré s d e h o m b re s p o d e ro so s se o p o n e a
esta verificación.
H e m o stra d o las v e rd a d e ra s causas d e n u e s tro s falsos
juicios; h e h e c h o v e r q u e to d o s los e rro re s d e l esp íritu
tie n e n su fu e n te o b ie n en las p asio n es o b ie n en la ig n o ran -

38 Referencia al esfuerzo d e Leibniz p o r formalizar el discurso, convertirlo en un Ars


Combinatoria y llegar a esa ilusión d e un lenguaje universal, de su Cbaracteristica Universalis.
39 El tem a del origen de las lenguas p reocupó m ucho a Rousseau (ver su Discours sur
l’inégalité y su Essai sur l’origine des langues) y a los ilustrados. R ecuperar el «origen», sacarlo
fuera d e lo divino, constituía la tarea d e la ciencia. Así, había q u e encontrar el origen del
hom bre, de la sociedad, d e la religión, d e la tierra, de las gentes... y de la lengua. V er el
estudio d e R. G rim sley a su edición d e Sur l’origine du langage (G inebra, D roz, 1971) con
textos de M aupertuis, T u rg o t y M aine d e Biran.

116
cía, ya de ciertos hechos, ya del v erd ad ero significado de
ciertas palabras. El e rro r n o está, pues, esencial | m ente enla- 284
-zado a la naturaleza del esp íritu hum ano; n uestros falsos
juicios son el efecto de causas accidentales, que no suponen
en nosotros una facultad d e juzgar d istinta de la facultad de
sentir; el e rro r no es más q u e un accidente; de d o n de resulta
que todo s los h om bres tien en esencialm ente el espíritu justo
( 21).
U na vez adm itidos estos principios, nada | m e im pide 285
so stener que juzgar, com o ya lo he p ro b ad o , no es propia­
m ente más que sentir.
La conclusión general d e este discurso es que el espíritu
p u e d e ser considerado, o bien com o la facultad p ro d uctora
de nuestros pensam ientos, y el espíritu en este sentido no es
más que sensibilidad y m em oria, o bien com o un efecto de
estas mismas facultades, y en este segundo significado el
espíritu no es más que un co n ju n to de pensam ientos y puede
subdividirse en cada h o m b re en tantas partes com o ideas
tiene este hom bre.
H e aquí los dos aspectos bajo los cuales se p resen ta el
espíritu considerado en sí m ism o: exam inem os ahora lo que
es el espíritu con relación a la sociedad.

117
NOTAS AL DISCURSO PRIMERO

(1) Se ha escrito m u ch o so b re las alm as d e las bestias; unas veces se les ha


q u itad o , o tras veces se les ha d e v u e lto la facultad d e pen sar, y tal vez no se haya
buscad o co n su ficien te e scru p u lo sid ad en la diferen c ia física e n tre el h o m b re y el
anim al la causa d e la in te rio rid a d d e lo qu e se llam a el alma ile los animales.
1.° T o d as las patas d e lo s an im ales term in a n con un casco, co m o las del buey
y el cierv o ; o co n u ñ as, c o m o las del p e rro y el lo b o ; o co n garras, com o
las del leó n y el g ato . A h o ra b ien , esta d iferen cia d e organización e n tre
n u estras m an o s y las patas d e los anim ales les priva, c o m o d ice B u ffo n , no
so lam en te casi p o r co m p le to d el se n tid o del tacto, sino tam bién d e la
habilidad n ecesaria p ara m a n e ja r un in stru m e n to o h a c e r d escu b rim ien to s
q u e supongan el uso d e las m anos.
2 .° La v id a d e lo s a n im a le s , e n g e n e r a l m ás c o r ta q u e la n u e s tr a , n o les
p e r m ite h a c e r ta n ta s o b s e r v a c io n e s ni, p o r c o n s ig u ie n te , t e n e r ta n ta s id e a s
c o m o e l h o m b re .
3 .° Los anim ales, con m ás defensas, m e jo r vestidos q u e n osotros p o r la natura­
leza, tien en m e n o s n ecesid ad es y, p o r c o n sig u ie n te , m en o s inventiva. Si
los anim ales vo races p o se e n , e n g en eral, m ás esp íritu q u e los dem ás
anim ales, es p o rq u e el h am b re, sie m p re ingeniosa, los in d u jo a im aginar
astucias p ara so rp re n d e r a sus víctimas.
4 .° Los anim ales n o fo rm an m ás q u e una sociedad fugitiva ante el h o m b re,
qu ien , con ayuda d e las arm as q u e se ha fo rja d o , se ha hech o te m ib le aun
p ara el más fu e rte d e ellos.
El h o m b re es, p o r o tro lado, el anim al más n u m ero so so b re la tierra; nace y
vive en todos los clim as, m ien tra s q u e una p a rte de los dem ás anim ales, tales com o
los leo n es, los elefan tes y los rin o c e ro n te s , no se e n c u e n tra n más q u e en ciertas
latitu d es.
A h o ra b ien, cu an to m ás se m u ltip lic a una especie anim al capaz d e o b se rv ac io ­
nes, m ás ideas y esp íritu tiene.
P ero , se dirá, ¿p o r q u é lo s m o n o s, cuyas patas son casi tan hábiles com o
n uestras m anos, n o hacen p ro g reso s iguales a los del h o m b re? Se d e b e a qu e
p erm an ecen in ferio res e n m u chos asp ecto s; a q u e los h o m b re s se han m ultiplicado
m ás so b re la tierra; a q u e, e n tre las diferen tes especies de m o n o s, hay pocas cuya

119
fu erza sea co m p arab le a la d el h o m b re; a q u e los m o n o s son fru g ív o ro s, tie n e n
m en o s necesid ad es y, p o r c o n sig u ie n te , m enos inventiva q u e los h o m b res; a q u e ,
p o r o tra p a rte , su v id a es m ás corta; a que no form an m ás q u e una sociedad fugitiva
an te los h o m b res y tam b ién an te los anim ales, tales com o tigres, leo n es, etc.; e n
fin, a q u e la disp o sició n orgánica d e su cu erp o , q u e los m a n tie n e en p e rp e tu o
m o v im ien to , co m o los n iños, au n d esp u és d e q u e sus n ecesidades están satisfechas,
les hace incapaces d e aburrimiento, el cual d e b e co n sid erarse, c o m o (o p ro b a ré e n el
te rc e r discu rso , uno d e lo s p rin cip io s de perfe ctitib ilid ad d e l esp íritu hum ano.
Sólo co m p aran d o to d as estas diferencias e n tre el físico del h o m b re y el d e la
bestia p u ed e explicarse p o r qué la sensibilidad y la m em oria, facultades com u n es a
los h o m b res y a los anim ales, no son en éstos, p o r así decir, m ás q u e facultades
estériles.
Tal vez se m e o b je te q u e D io s no p u e d e , sin injusticia, h a b e r so m e tid o al d o lo r
y a la m u e rte a criaturas in o c e n te s y q u e, p o r ta n to , las bestias n o son más q u e
p u ras m áquinas. R e sp o n d e ré a esta o b je c ió n d icien d o q u e, p u esto q u e la E scritura
y la Iglesia n o han d ich o e n n in g u n a p a rte q u e los anim ales fueran p u ras m áquinas,
p o d em o s m uy bien ig n o rar los m otivos d e la c o n d u c ta d e D io s hacia los anim ales y
su p o n e r q u e estos m o tiv o s so n justos. N o es n ecesario re c u rrir al chiste del P.
M aleb ran ch e q u e, cu an d o se sostenía ante él q u e los anim ales eran sensibles al
d o lo r, resp o n d ía b ro m e a n d o q u e aparentemente habían comido heno prohibido.
(2) Las ideas d e los n ú m e ro s, tan sim ples, tan fáciles d e a d q u irir y hacia las
cuales la necesidad nos lleva sin cesar, son p ro d ig io sam en te lim itadas en ciertas
naciones q u e n o p u e d e n c o n ta r m ás q u e hasta tres y q u e sólo ex p resa n los n ú m ero s
q u e van más allá d el tres con la p alab ra mucho.
(3) T ales son los p u eb lo s q u e D a m p ie rre e n c o n tró en una isla q u e no p ro d u cía
ni árb o les ni arb u sto s; ésto s, al vivir del pescado que las olas del m ar arro jab an a las
p eq u eñ as bahías d e la isla, no tenían o tra len g u a más q u e un clo q u eo p arecid o al del
gallo d e India.
(4) A pesar d e ser un esto ico d ecid id o , S éneca no estaba dem asiad o seg u ro de
la esp iritu alid ad d el alm a. « V u estra carta, escrib e a uno d e sus am igos, ha llegado en
un m o m e n to in o p o rtu n o . C u a n d o la recibí, estaba p aseán d o m e d elicio sam en te en el
palacio d e la esp eran za; esta b a p e rsu a d ié n d o m e acerca de la in m o rtalid ad de m i alm a;
m i im aginación, q u e len tam en te ard ía p o r los discursos d e algunos g ra n d e s h o m b re s,
ya no d u d ab a d e esta in m o rtalid ad q u e , más q u e p ro b a r, p ro m e te n ; ya em p ezab a a
d isg u starm e a m í m ism o, iba d e sp re c ia n d o los re sto s d e u n a vida desgraciada y m e
ab ría con delicias las p u e rta s d e la E ternidad. Llega v u e s tra carta, m e d e sp ie rto , y d e
un su e ñ o tan e n tre te n id o n o m e q u e d a más q u e el p esar d e re c o n o c e rlo com o un
sueño».
U n a p ru eb a, dice el se ñ o r D eslan d es en su Historia Critica de la Filosofía, d e q u e
an tañ o n o se creía ni en la inm ortalidad ni e n la in m aterialid ad del alm a es q u e en
tiem p o s d e N e ró n había q u ejas en R o m a d e q u e la d o c trin a del o tro m u n d o re c ie n ­
te m e n te in tro d u c id o hacía lan g u id ecer el valor d e los so ldados, los volvía m ás tím i­
do s, q u ita b a el prin cip al c o n su e lo d e los desgraciados y, en fin, e m p e o ra b a la m u e rte
am en azan d o con m ás su frim ie n to s d esp u és d e esta vida.
(5) S anta Ire n e so sten ía q u e e l alm a era un soplo. Flatus est enim vita. (La vida es
un so p lo , N . T.). V er la Théologie paíenne. (Se re fie re a la o b ra d e L eresq u e de
B ru g n y , a q u ien se le a trib u y ó el fam oso Examen critique des apologistes, de la religión
mahométane. L o n d res, 1780. N . T .)
T e rtu lia n o , en su Tratado del alma p ru e b a q u e es corporal. Tertull. De Anima,
cap. 7, p. 268.
San A m b ro sio en se ñ a q u e sólo la m uy S anta T rin id ad está ex e n ta d e com posición
m aterial. Ambrosio De Abrahamo.
San H ilario p re te n d e q u e to d o lo cread o es co rp ó re o . Hilar. In Matheo, p. 633.
E n el seg u n d o C o n c ilio d e N ic e a todavía se creía en los ángeles co rp ó re o s. P o r
ello se leen sin escándalo estas palabras de J e a n T h esalo n iq u e: Pingendi angeli quia
corporei. (Los ángeles pueden representarse porque son corpóreos. N . T .).
San Ju s tin o y O ríg e n e s creían q u e el alm a e r a m aterial; co n sid erab an su in m o rta ­
lidad co m o u n p u ro favor d e D ios; añadían que al cabo d e c ierto tie m p o , las alm as de

120
los m alvados serían an iquiladas. Dios, decían, quien por naturaleza tiende a la clemen­
cia, se cansará d e castigarlos y re tira rá su gracia.
(6) S ería im p osible aten erse al axiom a d e D esc a rte s y no acep tar m ás q u e la
evidencia. Si se rep ite to d o s los días este axiom a e n las escuelas es p o rq u e no es
p le n a m e n te en te n d id o ; p o rq u e D e sc a rte s, al no h ab er p u esto , si se m e p e rm ite la
ex p resió n , ningún le tre ro en e l h o sta l de la evidencia, cada cual se cree e n d erech o
d e alo jar ahí su o p in ió n . T o d o aq u e l q u e no ad m ita re a lm e n te m ás q u e la evidencia,
no estará co n v en cid o m ás que de su p ro p ia existencia. ¿C óm o p o d ría estar co n v en ­
cid o , p o r ejem p lo , d e la de los cu erp o s? D ios, p o r su o m n ip o ten cia, ¿no p u e d e
p ro d u cir so b re n u estro s se n tid o s las m ism as im p re sio n es qu e excitarían la presen cia
de los o b jeto s? A h o ra b ien , si D io s lo p u e d e , ¿cóm o estar seg u ro d e q u e no hace a
este resp ec to uso d e su p o d e r y q u e to d o el u n iv erso no es un p u ro fen ó m en o ? P or
o tra p arte, si en los su e ñ o s som os afectados p o r las m ism as sensaciones q u e e x p e ri­
m en taríam o s en p resen c ia d e los o b je to s , ¿cóm o p ro b ar q u e n u e s tra vida no es un
largo su eñ o ?
N o es q u e yo p re te n d a negar la existencia d e los cu erp o s, sino so lam en te m o strar
q u e estam os m en o s seg u ro s d e ella q u e de n u e s tra p ro p ia existencia. A h o ra bien,
co m o la v erd ad es un p u n to indivisible, com o no se p u e d e d e c ir de una verdad que es
más o menos verdadera, es e v id e n te q u e si estam os m ás seguros d e n u e stra p ro p ia
ex isten cia q u e d e la d e los cu e rp o s, la existencia d e los cu erp o s no es, p o r consi­
g u ie n te , m ás q u e u n a p ro b ab ilid a d , p ro b ab ilid ad sin d u d a m uy g ran d e y q u e en la
c o n d u c ta equ iv ale a la evidencia, p e r o q u e no d e ja d e ser, no o b sta n te , m ás q u e una
pro b ab ilid ad . A h o ra b ien , si casi todas n uestras v erd ad es se red u cen a p ro b ab ilid a­
des, ¿qué g ratitu d m ere c e ría el h o m b re d e g e n io q u e se en cargara d e c o n stru ir tablas
físicas, m etafísicas, m orales y políticas, d o n d e estu v ie ran m arcados con p recisión los
div erso s grad o s d e p ro b ab ilid ad y, p o r co n sig u ien te, de creen cia q u e d e b e asignarse
a cada opin ió n ?
La existencia d e los cu e rp o s, p o r eje m p lo , estaría situ ad a en las tablas físicas
co m o el p rim er g ra d o d e certeza; se d e te rm in a ría a c o n tin u ació n cu án to p u ed e
ap o starse p o r la salida d e l sol m añana, en diez años, en v e in te , etcétera. En las tablas
m o rales o políticas, se co lo caría d e l m ism o m o d o , c o m o p rim e r g ra d o d e certeza, la
ex isten cia d e R o m a o d e L ondres, luego la d e h éro es com o C é sar o G u ille rm o el
C o n q u istad o r, se b ajaría d e este m o d o , p o r la escala de p ro b ab ilid a d es hasta los
h ech o s m en o s cierto s y, p o r ú ltim o , hasta los p re te n d id o s m ilagros d e M ahom a,
h asta esto s p ro d ig io s atestig uados p o r tan to s árabes y cuya falsedad, sin em bargo, es
to d av ía m uy p ro b a b le aq u í ab ajo , d o n d e los m en tiro so s son tan co m u n es y los
p ro d ig io s tan raros.
En tal caso, los h o m b res que n o d isien ten en se n tim ien to , la m ayor p a rte de las
veces, más q u e p o r su incapacidad d e e n c o n tra r signos a p ro p iad o s p a ra ex p resar los
div erso s grad o s d e creen cia q u e enlazan a su o p in ió n , se com unicarían m ás fácil­
m e n te sus ideas, p u esto q u e p o d rían , p o r así decir, re m itir sie m p re sus o p in io n e s a
algunos d e los n ú m ero s d e estas tab las d e prob ab ilid ad es.
C o m o la m archa d el esp íritu es sie m p re le n ta y los d e sc u b rim ie n to s e n las cien ­
cias están casi siem p re alejad o s unos d e o tro s, se c o m p re n d e q u e , u n a vez c o n s tru i­
das las tablas d e p ro b ab ilid ad es, n o cab ría hacer e n ellas m ás q u e cam bios ligeros y
sucesivos q u e co n sistirían , c o n se c u e n te m e n te co n esto s d escu b rim ien to s, en a u m e n ­
tar o dism in u ir la p ro b ab ilid ad de ciertas posiciones q u e llam aríam os verdades y q u e
n o serían m ás q u e p ro b ab ilid a d es m ás o m enos acum uladas. M e d ian te ello, el estado
d e d u d a siem p re in so p o rta b le p ara el orgullo de la m ayor p arte d e los h o m b res sería
m ás fácil d e aguantar; las d u das d e ja ría n de ser vagas al esta r so m e tid as al cálculo y al
ser, p o r co n sig u ien te, ap reciables, se co n v ertirían en p ro p o sicio n es afirm ativas. E n­
to n c e s, la secta d e C a rn éad e s, co n sid e ra d a an ta ñ o co m o la de la filosofía p o r ex ce­
lencia, p u esto q u e se le d aba el n o m b re d e electiva, sería p u rg ad a de estos ligeros
d efecto s que la ign o ran cia p e n d e n c ie ra ha re p ro c h a d o co n dem asiad a am arg u ra a esa
filosofía, cuyos dogm as era n a p ro p iad o s tan to p ara esclarecer los esp íritu s com o p ara
apaciguar las co stu m b res.
Si b ien esta secta, co n fo rm e co n sus principios, no adm itía v erdades, adm itía al
m en o s apariencias; q u e ría que se reg u la ra la vida d e acu erd o c o n estas apariencias,

121
q u e se actu ara cu an d o p are c ie ra m ás co n v e n ie n te actu ar q u e exam inar, q u e se
d e lib e ra ra seriam en te cu an d o se tuviese el tie m p o d e d e lib e ra r, q u e se d ecid iera
con m ás seg u rid ad y sie m p re se d e ja ra a las nuevas v erd ad es u n a e n tra d a en el alm a
q u e les era n eg ad a p o r los dogm áticos. P re te n d ía , adem ás, q u e se estu v iese m enos
p e rsu a d id o d e las p ro p ias o p in io n e s, q u e se fuera le n to en co n d e n a r las o p in io n es
d e los d em ás y, p o r c o n sig u ie n te , q u e se fu era m ás sociable; en fin, q u e la
co stu m b re d e la d u d a, h acién d o n o s m en o s sensibles al d ise n tim ie n to , acabara con
u n o d e ios m ás fecu n d o s g é rm e n e s d e o d io e n tre los h o m b res. N o se trata aq u í de
v erd ad es reveladas, las cu ales son v e rd a d e s d e o tro o rd e n .
(7) El lujo hace circular el d in ero ; lo saca de las cajas d e caudales d o n d e la
avaricia p o d ría a m o n to n arlo . E s el lu jo , d ice alg u n a g e n te , lo q u e vuelve a p o n e r
eq u ilib rio e n tre las fo rtu n as d e los ciudadanos. Mi re sp u e sta a este razo n am ien to es
q u e el lu jo no p ro d u c e en ab so lu to este efecto. El lujo su p o n e sie m p re una causa de
d esigualdad d e riq u eza e n tre lo s ciudadanos. A h o ra bien, esta causa q u e hace ricos a
un o s cuantos, cu an d o el lu jo lo s ha a rru in a d o d e b e h acer ricos a o tro s; si se d e s tru ­
y era esta causa d e d esigualdad d e la riqueza, el lu jo d esap arecería con ella. N o existe
lo q u e se llam a lujo en los países d o n d e las fo rtu n as d e los ciudadanos son m ás o
m en o s iguales. A ñ ad iré a lo q u e acabo d e d ecir q u e , u n a vez estab lecid a esta d esi­
gualdad d e riqueza, el lu jo m ism o es en p a rte causa de la rep ro d u c ció n p e rp e tu a del
lujo . En efecto , to d o h o m b re q u e se a rru in a a causa d e su lu jo , traslada ia m ayor
p arte d e sus riq u ezas a ías m an o s de los artesanos del lujo; éstos, en riq u e c id o s con
los d esp o jo s d e una infinidad d e d isip ad o res, llegan a ser ricos a su vez y se arruinan
d e la m ism a m anera. A h o ra b ien , d e los re sto s d e tantas fortunas, la p arte de riq u eza
q u e reflu y e al cam p o no p u e d e se r m ás qu e una p a rte m ínim a, p o rq u e los p ro d u cto s
d e la tierra, d estin ad o s al uso com ún d e los h o m b res, no p u e d e n jam ás ex ced e r un
c ierto p recio.
N o o c u rre lo m ism o con esos m ism os p ro d u c to s c u a n d o han pasado a las m a n u ­
facturas y han sido em p leadas p o r la industria; el p recio llega a ser excesivo. El lu jo
d e b e , p u es, re te n e r sie m p re el d in e ro en las m anos d e sus artesan o s., h acerlo circular
sie m p re e n tre la m ism a clase d e h o m b res y, d e este m o d o , m a n te n e r siem p re la
d esigualdad d e riq u eza e n tre los ciudadanos.
(8) Se cre e h ab itu alm en te q u e ei cam p o está a rru in a d o a causa de las corveas,
los im p u esto s y, so b re to d o , p o r los d e las tallas*. C o n v e n d ría de b u e n g rad o qu e son
m uy o n ero sas. N o hay q u e im aginar, sin em b arg o , q u e so lam en te la su p resió n de
este im p u esto vaya a h acer feliz la con d ició n d e los cam pesinos. En m uchas p ro v in ­
cias, la jo rn ad a está a ocho centavos (en 1758). A h o ra bien, si d e estos ocho centavos
d e sc u e n to el im p u esto d e la Iglesia, es decir, m ás o m en o s n o v en ta fiestas o d o m in ­
gos y u n o s tre in ta días al añ o e n los q u e el o b re ro está en fe rm o , sin tra b a jo o
em p lead o en las corveas, no le q u ed an más q u e seis centavos p o r día. M ien tras siga
so lte ro , esto s seis cen tav o s bastan p ara sus gastos, lo alim en tan , lo v isten y alojan; en
c u a n to esté casado, esto s seis centavos no p o d rán bastarle, p o rq u e e n los p rim e ro s
años d e su m atrim o n io , su m u je r, e n te ra m e n te o cu p ad a en cuidar o am am antar a sus
n iños, n o p u e d e ganar nada. S upongam os q u e e n to n c e s se le e n tre g a ra su talla* por
e n te ro , es d ecir, cinco o seis francos, te n d ría un o ch av o m ás para gastar p o r día.
A h o ra bien, este ochavo no cam biaría seg u ram en te en nada su situación. ¿Q u é es,
en to n ces, lo q u e h abría q u e h acer para volverle feliz? A u m en tar co n sid erab lem en te
el p recio d e las jornadas. P ara ello , los se ñ o res d eb erían vivir h ab itu alm en te en sus
tierras. Al igual q u e sus p ad res, reco m p en sarían los servicios d e sus sirv ien tes con el
d o n d e algunas fanegas d e tierra; el n ú m ero d e p ro p ie ta rio s au m e n ta ría len tam en te,
el d e los jo rn alero s d ism in uiría, y éstos, al ser m ás escasos, exigirían p o r su trab ajo
un p recio más alto.
(9) Es ra ro que los países elogiados p o r su lu jo y su civilización sean tam bién

* Las tallas son un im puesto adicional que se re p a rte e n tre los cam pesi­
nos. C ond illac, en su Dictionnaire de Synonymes (Oeuvres Ph.. III. París, PUF.
1951, p. 528) las d efin e co n m u ch a gracia: «H ay una im posición q u e se llam a
talla no p o rq u e se tallen brazos y p iernas a los cam pesinos, sino p o rq u e el
im p u e sto g en eral se div id e, se re p a rte e n tre ellos». (N . T.)

122
los países d o n d e la m ay o r p a rte d e los h o m b res es m ás d esgraciada q u e e n las
naciones salvajes, tan d esp reciadas p o r las naciones civilizadas. ¿Q u ién d u d a q u e el
estad o d el salvaje no sea p re fe rib le al d el cam pesino? El salvaje no tie n te q u e tem er,
com o él, la cárcel, la so b recarg a de im p u esto s, la vejación de un se ñ o r o el p o d e r
arb itrario d e u n su b d eleg ad o ; no e s c o n tin u a m e n te hum illad o ni e m b ru te c id o p o r la
presen cia co tid ian a d e h o m b res m ás ricos y más p o d e ro so s q u e él; sin su p e rio r, ni
siervos, m ás ro b u sto q u e el cam pesino al ser m ás feliz, g oza de la felicidad de la
igualdad y, so b re to d o , d el bien in estim ab le d e la libertad tan in ú tilm e n te reiv in d i­
cada p o r la m ay o r p arte d e las naciones.
En los países civilizados, e l arte d e la legislación n o ha co n sistid o a m e n u d o más
q u e en hacer c o n trib u ir a u n a infin id ad d e h o m b res a la felicidad d e un p e q u e ñ o
n ú m ero , en m a n ten er, co n este o b je to , la m u ltitu d e n la o p re sió n y violar a n te ella
tod o s los d erech o s d e la hu m anidad.
Sin em b arg o , el v e rd a d e ro e s p íritu legislativo no d e b e ría o cu p arse m ás q u e de
la felicidad general. P ara p ro c u ra r esta felicidad a los h o m b re s, tal vez sería
necesario acercarlos a la vida de ios p astores. T al vez los d escu b rim ien to s en
legislación nos co n d u zcan , a este re sp e c to , al p u n to del q u e se ha partido. N o es
que q u ie ra d ecid ir u n a cu estión ta n delicada y q u e exigiría el m ás p ro fu n d o
exam en; p e ro reco n o zco q u e es m uy s o rp re n d e n te q u e tantas form as d ife re n te s de
go b iern o , establecidas al m en os con el p re te x to del bien p ú b lico , qu e tantas leyes,
tan to s reg lam en to s, no hayan sid o , en la m ayor p a rte de los p u eb lo s, más q u e
in stru m e n to s d e l in fo rtu n io d e los h o m b res. T al vez no se p u e d a escapar a esta
desgracia sin v olver a co stu m b res in fin itam en te m ás sim ples. C o m p re n d o q u e sería
necesario p ara ello re n u n ciar a u n a infinidad d e placeres d e io s cuales n o es posible
d e s p re n d e rs e sin p en a; p e ro este sacrificio sería, sin em b arg o , un d e b e r, si el bien
g e n e ra l lo exigiese. ¿A caso n o se tie n e e l d e re c h o d e so sp ech ar q u e la e x tre m a
felicidad d e algunos p articu lares se d e b e a la desg racia d e l m ayor n ú m ero ? V erdad
ex p resa d a con b astan te fo rtu n a p o r esto s d o s v erso s so b re los salvajes:
Entre ellos todo es común, entre ellos todo es igual:
Como no tienen palacio, tampoco tienen hospital.
(10) Lo q u e digo acerca d e l co m ercio de m ercancías de lu jo n o d e b e aplicarse
a to d a clase d e com ercio. Las riquezas q u e las m anufacturas y la p erfe cció n d e las
artes d e lujo atraen a u n E stado no son m ás q u e pasajeras y no au m en tan la
felicidad d e los in dividuos. N o o c u rre lo m ism o con las riq u ezas q u e atrae el
com ercio d e m ercancías llam adas de primera necesidad. Este co m ercio su p o n e un
ex celen te cultivo d e las tierras, una subdivisión d e estas tierras en una infinidad de
p e q u e ñ o s dom in io s y, p o r c o n sig u ie n te , una d istrib u ció n m en o s desigual d e las
riqu ezas. Y a sé q u e el co m ercio d e esto s p ro d u c to s, d esp u és d e c ierto tiem po,
p u e d e tam b ién o casio n ar una d e s p ro p o rc ió n m uy g ran d e e n tre las riquezas d e los
ciu d ad an o s y tra e r tras sí el lu jo ; p e ro tal vez en este caso no sea im p o sib le d e te n e r
el p ro g re so d el lujo . Lo q u e al m en o s p u e d e asegurarse es q u e la re u n ió n de las
riqu ezas en pocas m anos se p ro d u c e en to n ces m u ch o m ás le n ta m e n te p o rq u e , p o r
un lado, los p ro p ie ta rio s son a la vez cultiv ad o res y n egociantes; p o r o tro lado, al
se r el n ú m ero d e p ro p ie ta rio s más g ran d e y el d e los jo rn alero s m ás p e q u e ñ o ,
ésto s, p o r ser escasos, p u e d e n , com o lo he dicho en un a de las notas p re c e d e n te s,
im p o n erse, d e te rm in a r el p recio d e sus jornadas y exigir una paga suficiente para
subsistir h o n rad am en te ju n to con sus fam ilias. E ste es el m o d o com o cada cual
p articip a en las riq u ezas q u e p ro c u ra a los E stados el com ercio de estos pro d u cto s.
A ñ ad iré tam b ién q u e este com ercio no está su je to a las m ism as rev o lu cio n es q u e el
co m ercio d e las m an u factu ras d e lu jo . U n a rte, una m anufactura, pasa fácilm en te de
un país a o tro ; p ero ¿cu án to tie m p o es necesario p a ra v en c e r la ig norancia y la
p e re z a d e los cam p esin o s e in d u striales a ded icarse al cultivo d e un n u ev o p ro ­
d u c to ? P ara n atu ralizar este n u ev o p ro d u c to en un país, son n ecesario s u n cu id ad o
y un gasto tal q u e sie m p re lleva v e n ta ja e n el co m ercio d e e s te p ro d u c to el país
d o n d e crece n atu ralm en te y en e l cu al es cultiv ad o d e sd e hace m u ch o tiem po.
Existe, sin em b arg o , un caso tal vez im aginario d o n d e el estab lecim ien to de
m anufacturas y el co m ercio d e las artes de lu jo p o d ría se r c o n sid e ra d o com o m uy

123
útil. T ai sería cu an d o la e x te n sió n y la fertilid ad d e un país no estu v ieran en
p ro p o rc ió n con el n ú m ero d e sus h ab itan tes, es decir, cu an d o u n E stad o no p u d iera
alim en tar a to d o s sus ciudadanos. E n to n c es, una nación q u e no fuese capaz de
p o b lar u n país co m o A m érica, no te n d ría m ás q u e d o s posibilidades: una, enviar
colonias p ara asolar las reg io n e s vecinas y estab lecerse, c o m o c ie rto s p u eb lo s, a
m ano arm ada, en países lo su ficien tem en te fértiles p ara alim en tarlo s; otra, estab le­
cer m anufacturas, fo rzar a las naciones vecinas a aceptarles m ercancías y en treg arle
a cam bio los alim en to s n ecesario s p a ra la su bsistencia de c ierto n ú m e ro de h ab itan ­
tes. E n tre estas d os p o sib ilid ad es, la últim a es in d isc u tib le m e n te la m ás hum ana.
C u a lq u iera q u e sea la su e rte de las arm as, v ictoriosa o vencida, to d o país qu e e n tre
a m ano arm ad a en u n a colonia, sie m b ra en ella seg u ram en te m ás desolación y ru in a
de los q u e o casionaría la recaudación de u n a especie d e trib u to , exigido m en o s p o r
la fu erza q u e p o r h u m anidad.
(11) Esta p é rd id a de h o m b re s es, sin em bargo, tan grande, q u e n o se p u e d e
c o n sid erar stn estre m e c im ie n to la qu e su p o n e to d o n u e stro co m ercio con A m érica.
El se n tim ie n to d e h u m an idad q u e o rd e n a el am o r hacia to d o s los h o m b res exige
q u e e n la trata d e n eg ro s se pon g a en igual rango d e d esgracia la m u e rte d e mis
co m p atrio ta s co m o la d e ta n to s africanos a q u ien es anim a al co m b a te la esp era n za
d e hacer p risio n ero s a n u estro s h o m b res con el d eseo de in tercam b iarlo s p o r
n u estras m ercancías. Si se calcula el n ú m e ro d e h o m b re s q u e p e re c e , tan to p o r las
g u erra s com o en la trav esía de A frica a A m érica; si se añ ad e el de los n eg ro s que,
una vez llegados a su d e stin o , llegan a ser víctim as de los caprichos, la codicia y el
p o d e r arb itrario d e un am o; y si se ju n ta a este n ú m e ro el de los ciudadanos que
p e re c e n p o r la fieb re, el naufragio o el esco rb u to ; si se añade p o r ú ltim o , el de los
m arin ero s que m u eren d u ra n te su estancia en S anto D o m in g o , o bien p o r las
e n fe rm e d a d e s, o p o r la te m p e ra tu ra p articu lar de este clim a, o co m o co n secu en cia
d e un lib ertin aje sie m p re tan p elig ro so en ese país, se co n v en d rá en q u e no llega
n in g ú n barril d e azú car a E u ro p a q u e no esté te ñ id o de sangre hum ana. A hora
b ien , ¿qu é h o m b re , a la vista d e las desgracias q u e ocasionan el cultivo y la ex­
p o rtació n d e este alim ento, se negaría a privarse de él y no renunciaría a un pla­
cer co m p rad o co n las lágrim as y la m u erte d e tantos desgraciados? A partem os la vis­
ta d e u n espectáculo tan funesto, q u e tanto avergüenza y horroriza a la hum anidad.
(12) H o lan d a, In g laterra y F rancia están cargadas d e d eu d as y Suiza no d e b e
nada.
(13) N o basta, dice G ro tiu s, q u e el p u e b lo esté p ro v isto de cosas ab so lu ta­
m e n te necesarias p ara su conservación y su vida; ha de te n e r tam b ién lo agradable.
(14) P o r co n sig u ien te, se h a co n sid erad o sie m p re al e sp íritu m ilitar com o
in co m p atib le con el esp íritu d e com ercio. N o q u ie re d e c ir q u e no p u ed an ser
conciliados, al m en o s h asta cierto p u n to ; sino q u e en p o lítica este p ro b le m a es uno
de los m ás difíciles d e reso lv er. A q u ello s q u e hasta a h o ra han e scrito so b re el
co m ercio lo han tra ta d o com o u n a cu estió n aislada, no han e n te n d id o 'c o n sufi­
cien te claridad q u e to d o tie n e sus rep ercu sio n es; q u e en m a te ria d e g o b ie rn o no
hay p ro p ia m e n te n in g u n a cu estió n aislada; q u e e n esta m ateria el m érito d e un
au to r co n siste en relacio n ar todas las p artes d e la adm inistración; y q u e , en fin, un
E stad o es u n a m áq u in a m o v id a p o r d ife re n te s re so rte s, cuya fu erz a hay q u e a u m e n ­
ta r o d ism in u ir e n p ro p o rció n al ju eg o d e esto s re so rte s e n tre ello s y al efecto q u e
se q u ie re p ro d u cir.
(15) Es inútil ad v ertir q u e el lu jo es, a este re sp e c to , m ás p elig ro so para una
n ació n situ ad a en tie rra firm e q u e p ara una insular; e n ésta sus m urallas son sus
naves y sus soldados los m arineros.
(16) U n día, m ien tras hacían d elan te de A lcibíades el elogio del valor d e los
esp artan o s, éste p reg u n tó : ¿por qué se sorprenden?; con la vida desgraciada que llevan,
no deben tener más que prisa para morir. E sta b ro m a e ra la d e un jo v en alim entado
p o r el lujo . A lcibíades se equivocaba: L acedem onia no env id iab a la felicidad de
A tenas. Y así p o d ía d ecir un anciano q u e e ra más d u lce vivir co m o los espartanos,
a la so m b ra d e b u en as leyes, q u e a la so m b ra de un b o sq u e co m o los sibaritas.
(17) V er las d isp u tas de C lark e y L eibniz. (V er A Collection o f Papers ubich
passed betwen the late learned Mr. Leibiz and Dr. Clarke. Londres. 1717. N . T .)

124
(18) E xiste todavía g e n te q u e co n sid e ra la su sp en sió n del esp íritu co m o una
p ru e b a d e la lib ertad ; n o se dan c u e n ta d e qu e la su sp en sió n es tan necesaria com o
la precip itació n en los juicios. C u a n d o , a falta d e ex am en , se está e x p u esto a alguna
desgracia, in stru id o p o r e l in fo rtu n io , el am o r d e sí d e b e obligarnos a la su sp e n ­
sión.
N o s eq uivocam os ig u alm ente re sp e c to a la p alabra deliberación. C reem o s d e lib e ­
rar, cu an d o p o r ejem p lo ten em o s q u e elegir en tre dos placeres m ás o m enos iguales
y casi e n eq u ilib rio , sin em b arg o , no hacem os en to n c e s más q u e to m ar p o r
d elib eració n la le n titu d con la cual, e n tre d o s p eso s más o m en o s iguales, el m ás
pesad o inclina el platillo d e la balanza.
(19) «La lib ertad , d ecían lo s estoicos, es una quim era. N o s creem o s lib re s p o r
d esco n o cer los m o tiv o s y n o sa b er re la c io n a r las circunstancias q u e n o s d e te rm in a n
a actu ar d e una cie rta m an era. ¿P u e d e p en sarse q u e el h o m b re ten g a v erd ad era­
m e n te e l p o d e r d e d ete rm in a rse ? ¿ N o son m ás bien los o b je to s ex tern o s, co m b in a­
d o s d e m il m aneras d ife re n te s, los q u e lo em p u jan y lo d e te rm in a n ? ¿A caso su
volu n tad es una facultad vaga e in d e p e n d ie n te q u e actúa sin elecció n y p o r cap ri­
cho? A ctúa, ya sea co m o co n secu en cia d e un juicio, d e un acto del e n te n d im ie n to
q u e le re p re se n ta q u e tal cosa es m ás v en tajo sa p ara sus in tereses q u e cu alq u ier
o tra; ya sea q u e, in d e p e n d ie n te m e n te de este acto, las circunstancias e n q u e un
h o m b re se e n c u e n tra lo in clinan, lo fuerzan a dirigirse hacia un cierto lado; y se
jacta, en to n ces de dirig irse lib re m e n te , a p esar d e q u e no haya p o d id o q u e re r
dirig irse hacia o tro .» (Historia Crítica de la Filosofía).
(20) C u a n d o se ve a u n canciller co n su toga, su larga p elu ca y su cara de
circunstancia, dice M o n taig n e, no hay cu ad ro m ás cóm ico q u e el de im aginar a este
m ism o canciller co n su m an d o el acto d e u nión conyugal; tal vez no se esté m en o s
te n ta d o d e re ír cu an d o se ve el a ire p re o c u p a d o y la gravedad im p o rtan te con la
q u e algunos visires se sien tan en el diván para o p in ar y co n clu ir co m o el suizo:
¡A h!, si se trata de salir. Señor, puede pasar. La aplicación d e estas palabras es tan
fácil y tan frec u en te q u e se p u e d e co n fiar, a este resp ec to , en la sagacidad d e los
lecto res y asegurarles q u e e n c o n tra rá n p o r todas p artes cen tin elas suizos.
N o p u e d o d ejai’ d e re la ta r so b re este tem a un h echo b astan te d iv ertid o : la
resp u e sta d e un inglés a un m in istro d e E stado. « N a d a más rid íc u lo , decía el
m in istro a los co rtesan o s, que la m a n e ra com o celeb ran c o n se jo algunas naciones
negras. R e p re se n ta o s u n a sala de asam b lea d o n d e están colocados u n a d o cen a de
gran d es cántaros o jarras llen as hasta la m itad de agua. A ellas se dirig en d esn u d o s
y co n un an d ar g rav e una d o c e n a d e c o n se je ro s d e E stado. C ada u n o d e ellos salta
d e n tro d e su cán taro y se m e te d e n tro hasta el cuello; en esta p o stu ra opin an y
d elib eran so b re los asu n to s d e E stad o . P ero , ¿no se ríe?, p re g u n ta el m in istro al
se ñ o r q u e está a su lado. N o , re sp o n d e éste, p o rq u e veo to d o s los días algo m ás
d iv ertid o todavía. ¿Q u é, p u es?, dice el m inistro. Es un país d o n d e só lo los cántaros
celeb ran co n sejo .»
(21) N o se p u e d e d e c ir q u e los h o m b re s no tengan esp íritu re c to , en el
se n tid o d e q u e ven lo que no ven, sino en el se n tid o de q u e no ven com o d e b e ría n
ver, sí fijaran m e jo r su aten ción y se aplicaran a ver bien los o b je to s an tes de
d ecid ir lo q u e son. A sí p u e s , juzgar no es m ás q u e ver o se n tir q u e un o b je to no
es o tro , o co n statar q u e una cosa n o tie n e con o tra todas las relacio n es q u e se
buscan o «se su p o n e n » .

125
D IS C U R S O S E G U N D O
Del espíritu con relación a la sociedad
C a pítulo P rim ero

| La ciencia no es más q u e el recu erd o o bien de hechos o i


bien de ideas de o tra p ersona; el espíritu, d istin to de la
ciencia, es un co n ju n to d e nuevas ideas cualesquiera.
Esta definición del espíritu es justa; hasta es m uy instruc­
tiva para un filósofo; p ero no p u e d e ser g en eralm en te adop­
tada; es necesario, para el público, | una definición que le 2
perm ita com parar los d iferen tes espíritus en tre sí y juzgar su
fuerza y su am plitud. A hora bien, si se adm itiera la defini­
ción que acabo de dar, ¿cóm o el público m ediría la am plitud
de espíritu de un h om bre? ¿Y cóm o distinguir en él en tre la
ciencia y el espíritu?
Supongam os q u e p re te n d a d escu b rir una idea ya cono­
cida: sería necesario q u e el p úblico, p ara v er si m erezco real­
m en te a este respecto el título de segundo inventor, supiese
prelim inarm en te lo q u e he leído, visto y en ten d id o ; datos
que no se quiere ni p u ed e adquirir. P o r o tra p a rte , en la
hipótesis im posible de q u e el público pudiese te n e r una
enum eración exacta tanto d e la cantidad com o de la especie
de las ideas de un h o m b re, en to n ces, com o consecuencia de
esta | enum eración, el público se vería a m enudo forzado a 3
situar en tre los genios a g e n te s d e las q u e ni siquiera sospe­
cha que se les p u ed a co n ced er el títu lo de h om bres de
espíritu: tales son, en general, to d o s los artistas.
P or frívolo que parezca el arte, es, sin em bargo, suscepti-

129
ble de com binaciones infinitas. C uando M arcel, con la m ano
apoyada en la fren te, la m irada fija, el cuerp o inmóvil y en
actitud de p ro fu n d a m editación, exclam aba de golpe, viendo
bailar a su alumna: «¡Cuántas cosas en un m inué!», es cierto
q ue este bailarín percibía entonces, en la m anera de doblar,
levantar y articular los pasos ', habilidades invisibles para
4 m iradas ordinarias ( 1 ), y q u e su | exclam ación no es ridicula,
sino por la importancia demasiado grande concedida a cosas pe­
queñas. A hora bien, si el arte de la danza contiene gran
n ú m ero de ideas y de com binaciones, ¿quién sabe si el arte
de la declam ación no su pone, en la actriz que sobresale en
ella, tantas ideas com o em plea un político para form ar un
sistem a de gobierno? ¿Q uién p u ede asegurar, cuando se con-
5 sultán nuestras | buenas novelas, que en los gestos, la com ­
p o stu ra y los discursos estudiados de una p erfecta coqueta
no en tran tantas com binaciones e ideas com o exige el descu­
b rim ien to de un sistem a del m undo; y que en géneros muy
diferen tes, L ecouvreur y N in o n de l’Enclos no hayan tenido
tan to espíritu com o A ristóteles y Solón? 2.
N o p re te n d o dem ostrar, en rigor, la verdad de esta pro­
posición, sino hacer sentir solam ente q u e p o r ridicula que
parezca nadie p u e d e resolverla con exactitud.
E ngañados dem asiado a m enudo p o r n uestra ignorancia,
consideram os com o lím ites del arte los lím ites que le da esta
m ism a ignorancia. P ero supongam os que se pudiera, a este
resp ecto , desengañar al público: afirm o que esclareciéndolo 3
6 no cam biaría su m anera de juzgar. | Jam ás m edirá su estim a
p o r un arte en función del m ayor o m en o r n ú m ero de
com binaciones para lograrlo: 1 .° p o rq u e la enum eración es
im posible de hacer; 2 .° p o rq u e no d eb e considerar al espíritu
sino bajo el p u n to de vista desde el cual es im portante
conocerlo, es decir, con relación a la sociedad. A hora bien,

' En el original dice «em boítes ses pas». U sualm ente, la expresión «em boíter les pas» signi­
fica «pisar los talones». Creem os q u e q ueda más clara la idea de sincronización, de armonía, que
H elvétius quiere dar, con la traducción literal.
2 A drienne Lecouvreur (1692-1730), actriz francesa, «com ediante ordinaria del rey» a ios
veinticinco años. Su trágica vida fue narrada p o r Scribe y Leganne.
A nne N inon de Léñelos (1620-1705), cortesana filósofa que m antuvo relaciones con los
hom bres más ilustres d e la época. Escribió las Lettres y la Coquette Vengée.
3 H elvétius usa reiteradam ente «éclairer». Estas imágenes de la «luz», que expresan metafísi-
cam ente su idea del saber com o «iluminación», no son fáciles d e traducir a nuestro lenguaje,
m anteniendo el sentido. H u b iera sido más a nuestra m edida traducir por «ilustrándolo», pero no
nos suena bien (sí, en cambio, «ilustrado»), y m ucho p eo r «iluminándolo». H em os optado por
«esclarecer», quizá más neutro. «Educar», más usual e n tre nosotros, no expresa bien el sentido,
un poco mesiánico y q u e abarca el efecto de «claridad» en el pensam iento de la adquisición del
saber.

130
bajo este aspecto, digo q u e el espíritu no es más que un
co n ju n to m ás o m enos n u m ero so n o solam ente de ideas
nuevas, sino de ideas in teresan tes para el público; y que es
m enos al n ú m ero y la sutileza q u e a la elección afortunada
de nuestras ideas a lo q u e se ha ligado la reputación del
hom bre d e espíritu.
En efecto , si las com binaciones del juego de ajedrez son
infinitas, si no se p u e d e sobresalir en él sin hacer un gran
n ú m ero de com binaciones, ¿por qué el público n o da | a los 7
grandes jugadores de ajed rez el título de grandes espíritus?
Es p o rq u e sus ideas no son para él útiles ni en tanto que
agradables, ni en tan to q u e instructivas, y p o rq u e n o tiene,
p o r consiguiente, ningún in te ré s en estim arlas. A hora
bien, el in terés (2) p resid e to d o s n u estro s juicios. Si el
público siem pre ha p re sta d o poca aten ció n a estos e rro re s
cuya invención supone algunas veces más com binaciones y
espíritu qu e el d escu b rim ien to de una verdad, y si estim a
más a Locke que a M alebranche, es p o rq u e ajusta siem pre su
estim a a su interés. ¿En q u é o tra balanza | pesaría el m érito 8
de las ideas de los h om bres? Cada individuo particular juzga
las cosas y las personas p o r la im presión agradable o desa­
gradable qu e recibe: el público no es más que el c o n ju n to de
to d o s los individuos particulares; p o r consiguiente, nunca
p u ed e tom ar más que su utilidad com o regla de sus juicios.
Este p u n to de vista bajo el cual exam ino el espíritu, es,
creo , el único desde el cual d eb e ser considerado: es la única
m anera de apreciar el m é rito d e cada idea, de fijar sobre este
p u n to la in certid u m b re de n u estro s juicios y d escubrir, en
fin, la causa de la so rp re n d e n te diversidad de las opiniones
de los hom bres en m ateria de espíritu, diversidad absoluta­
m e n te d ep e n d ie n te de la d iferencia de sus pasiones, sus
ideas, prejuicios, sentim ientos y, p o r consiguiente, de sus
intereses.
H ab ría sido en efecto, m uy singular que | el in terés gene- 9
ral (3) hubiese p u esto el p recio a las diferen tes acciones de
los hom bres; que les h u b iera dado los n om bres de virtuosas,
viciosas o perm itidas, según fuesen útiles, perjudiciales o
indiferentes al público y q u e este m ism o in terés no hubiera
sido el único d istrib u id o r d e la estim a o ei d esp recio en ­
lazado a las ideas d e los h o m b res 4. Se p u e d e n o rd enar

4 Este párrafo presenta una redacción un tanto oscura. Lo q u e H elvétius parece q u erer decir

131
las ideas, así com o las acciones, en tres clases diferentes.
Las ideas útiles: y tom an d o esta expresión en el sentido
más extenso, en tien d o p o r esta palabra to d a idea apropiada
para instru irn o s o en tre te n e rn o s.
Las ideas perjudiciales: son aquellas q ue pro d u cen en
nosotros una im presión contraria.
10 Las ideas indiferentes: q u iero decir ¡ todas aquellas que,
poco agradables en sí mismas o dem asiado fam iliares, no
provocan casi ninguna im presión sobre nosotros. A hora bien,
sem ejantes ideas no tien en casi ninguna existencia y sólo
p u ed en , p o r así decir, llevar p o r un instante el nom bre de
in d iferentes; su duración o su sucesión, que les hace aburri­
das, las in tro d u ce rápid am en te en la cla§e d e las ideas p e rju ­
diciales.
Para hacer ver en qué m edida esta m anera de considerar
el espíritu es fecunda en verdades, haré sucesivam ente la
aplicación de los principios q u e h e establecido a las acciones
y las ideas de los h o m b res y p ro b a ré que, en to d o tiem po, en
to d o lugar, tanto en m ateria de m oral com o en m ateria de
espíritu, es el in terés personal q u ien dicta el juicio de los
individuos particulares y es el in terés general quien dicta el de
11 las naciones; y así, es siem pre, tanto p o r p a rte del | público en
general com o p o r p arte d e los particulares, el am or o el reco ­
nocim iento quien elogia, el odio o la venganza quien d e sp re­
cia.
Para d em o strar esta verdad y hacer p ercibir el exacto y
p e rp e tu o parecido d e nuestras m aneras de juzgar las acciones
o las ideas de los hom bres, consideraré la probidad y el
espíritu en diferen tes aspectos y con relación: 1 .° a un parti­
cular; 2 .° a una p eq u eñ a sociedad; 3.° a una nación; 4.° a
diferen tes siglos y d iferen tes países; 5.° al universo en te ro . Y
tom ando siem pre la experiencia com o guía de mis investiga­
ciones, m ostraré q u e desde cada uno de estos puntos de vista
el in terés es el único juez de la p robidad y el espíritu.

es que si fuera el /interés (general .el ,'autoride la ,escala de valores, es decir, que si fuera la
pasión de los hom bres p or el bien com ún la autora de la jerarquía axiológica, entonces esa
m isma pasión forzaría a amar y odiar las cosas en función d e dicha escala. N o es, en cambio,
esto lo que se ve. Los hom bres aman y odian en función de su interés personal, pasión
dom inante; luego habrá q u e reconocer q u e los valores, los juicios, los nom bres de virtudes y
vicios dados a las cosas... responden ya a esta pasión particular, al «amor de sí» a que se refería
en páginas anteriores.

132
| C a pítu lo II 12

De la probidad con relación a un individuo particular

N o es de la v erdadera p ro b id ad , es decir, de la probidad


con relación al público, de lo q u e se trata en este capítulo;
sino sim plem ente de la p robidad considerada en relación a
cada particular.
D esd e este p u n to de vista, digo que cada particular no
llama probidad en o tro más que al hábito en las acciones que
le son útiles: digo el hábito, p o rq u e no es una sola acción
honrada, ni tam poco una sola idea ingeniosa; lo que nos
consiguen el título d e virtu o so o | espirituales. Se sabe que 13
no hay avaro o em b u stero que no haya hecho una buena
acción, estú p id o que no haya dicho una buena palabra, ni
ho m b re, en fin, que si se exam inan ciertas acciones de su
vida, no parezca dotad o de todas las virtudes y de todos los
vicios contrarios. M ayor consecuencia en la conducta de los
hom bres supondría en ellos una continuidad de atención de la
que son incapaces; no d ifieren unos de otros más que
cuantitativam ente. El h o m b re absolutam ente consecuente no
existe todavía; y p o r esto no existe nada perfecto sobre la
tierra, ni en el vicio, ni en la virtud.
Es, p ues, al hábito en las acciones que le son útiles a lo
q ue un h o m b re particular da el n o m b re de probidad. D igo
acciones p o rq u e no se es juez | de las intenciones. ¿C óm o 14
serlo? U na acción casi nunca es el efecto de un sentim iento;
ignoram os a m en u d o n osotros m ism os los m otivos que nos
determ inan. U n hom bre o p u le n to enriquece a un hom bre
estim able y p o b re; hace sin d uda una b u en a acción; p ero esta
acción ¿es ú nicam ente el efecto del d eseo de hacer a un
hom bre feliz? La piedad, la esperanza de gratitu d , la propia
vanidad, todos estos diversos m otivos, separados o unidos,
¿no pued en , sin q u e sepa, haberle d eterm in ad o a esta acción
loable? A hora bien, si la m ayor p arte de las veces u n o m ism o
ignora los m otivos d e su buena acción, ¿cóm o ios iba a
percibir el público? N o es p u es más q u e a través de las
acciones de los h o m b res com o el público p u ed e juzgar
acerca de su probidad.
C onvengo en q u e esta m anera de juzgar es todavía fali­
ble. U n h o m b re tien e, p o r ejem p lo , v ein te grados de pa-

133
15 | sión p o r la virtud, p e ro ama; tiene trein ta grados de am or
p o r una m u jer y esta m u jer q uiere convertirlo en un asesino:
en este caso hipotético, es seguro que este h o m bre está más
cerca del crim en que aquel q u e ten ien d o sólo diez grados de
pasión p o r la virtud no tenga más que cinco grados de am or
p o r esta m u jer malvada. D e d o n d e concluyo que en tre dos
hom bres, el más honrad o en sus acciones es, a veces, el
m enos apasionado p o r la virtud 5.
P or eso, to d o filósofo conviene en q u e la virtud de los
hom bres d ep en de in finitam ente de las circunstancias en las
cuales se encuentran. Se ha visto m uy a m enudo a hom bres
virtuosos ced er a un encadenam iento desgraciado de aconte­
cim ientos extraños. A quél q u e en todas las posibles situacio-
16 nes resp o n d e de su virtud es un im p o sto r o un | im bécil de
qu ien tam bién se d eb e desconfiar.
Luego de haber d eterm in ad o la idea que asocio a la
palabra probidad, considerada con relación a cada hom bre
particular, es necesario, para asegurarse de la exacitud de
esta definición, recu rrir a la observación: ésta nos enseña que
hay hom bres a quienes un natural afortunado 6, un fuerte
deseo de gloria y de estim a, inspiran p o r la justicia y la
virtud el m ism o am or que tienen los h om bres habitualm ente
po r las dignidades y las riquezas. Las acciones personalm ente
útiles a estos h om bres virtuosos son acciones justas, confor­
m es al in terés general o, al m enos, no contrarias a él.
Estos hom bres son tan escasos q u e sólo los m enciono
aquí p o r el h o n o r de la hum anidad. La clase más num erosa y
17 que constituye | p o r sí sola casi to d o el g én ero hum ano es
aquella en la que los hom bres, atentos únicam ente a sus
intereses, jamás han dirigido sus m iradas al interés general.
C o ncentrados, p o r así decir, en su bien estar (4), estos hom ­
bres no dan el nom b re de honradas más q u e a las acciones
18 qu e les son perso n alm en te | útiles. U n juez absuelve a un
culpable, un m inistro o torga h o n o res a un súbdito indigno;
uno y o tro son justos, según dicen sus protegidos: pero si el

s El ejem plo es muy elocuente y expresivo de la posición de H elvétius. La base de su análisis


son las pasiones com o lugar constitutivo del ser humano. D esde fuera, desde el m edio, llegan las
determ inaciones (ideas, acciones, situaciones...) que las ponen en juego, desencadenando una
confrontación de fuerzas cuya resultante, expresable en térm inos mecánicos — un vector con un
sentido y una m agnitud— , vuelve hacia afuera en la acción. La acción, pues, com o resultante, no
deja ver el juego interno, las «intenciones», la presencia cuantitativa de las diversas pasiones. El
hom bre como un lugar de fuerzas y perm anece siem pre desconocido, pues sólo deja ver la
«resultante». La «subjetividad» se disuelve en ese juego mecánico.
6 En el original, «un heureux naturel». El sentido es el de «carácter natural feliz».

134
juez castiga o el m inistro rechaza, serán siem pre injustos a
los ojos del crim inal y del desfavorecido.
Si los m o n jes, encargados d esde sus prim eros tiem pos 7
de escribir la vida de nuestros reyes no narraron más que la
vida de sus benefactores; si no designaron los otros reinos
m ás que p o r las palabras «N ihil fecit» y si han dado el
n om bre de Reyes holgazanes a príncipes m uy estim ables, es
p o rq u e un m o n je es un h o m b re y p o rq u e todo hom bre no
sigue en sus juicios más que el con sejo de su interés.
Los cristianos q u e daban con justicia el n o m b re de barba­
rie y crim en a las crueldades que ejercían sobre ellos los
paganos, ¿no d ieron el n o m b re | de celo a las crueldades 19
q u e ellos eje rc ie ro n a su vez so b re estos m ism os paganos?
Exam ínese a los hom bres; se verá q u e no hay crim en que no
sea p u esto en tre las acciones honradas p o r las sociedades a
las cuales este crim en es útil, ni acción útil al público que no
sea rep ro b ad a p o r alguna sociedad particular a la cual esta
m ism a acción es perjudicial.
¿Q ué h o m b re, en efecto, si sacrifica el orgullo de decir
que es más virtu o so que los dem ás al orgullo de ser más
v erdadero y si sondea con un cuidado escrupuloso todos los
pliegues de su alma, no se dará cuenta de q u e es únicam ente
a la m anera d ife re n te en q u e el in terés personal se m odifica
a lo que se deb en sus vicios y sus virtudes (5); de que todos
los J hom bres son m ovidos p o r la m isma fuerza; ¡d e que 20-21
todos tien d en igualm ente a su felicidad; de q u e es la diversi­
dad de las pasiones y los gustos, de los cuales unos están
conform es y o tro s se o p o n e n al interés público, la que de­
cide nuestras virtudes y n u estro s vicios? Sin d esdeñar al
vicioso hay que com padecerse de él, alegrarse p o r tener un
natural afortunado, agradecer al cielo p o r no habernos dado
ninguno de los gustos y las pasiones que nos hubieran for­
zado a buscar n u estra felicidad en el in fo rtu n io de otro. Ya
q u e , al fin, se o b ed ece siem pre al in terés p ro p io , y de ahí la
injusticia de to d o s n uestros juicios y estos nom bres de justo
y de in ju sto prodigados a la m ism a acción, según la ventaja o
desventaja q u e cada cual recibe.
Si bien el universo físico está so m etid o a las leyes del
m ovim iento, el universo m oral no lo está m enos a las del

7 En francés dice «sous la p rem iére race». La expresión «desde sus prim eros tiem pos» nos
parece que traduce bien el sentido. «N ihil fecit», en latín en el original: «nada se hizo».

135
22 interés 8. El in terés es, sobre la tierra, el p oderoso | mago
que cam bia a los ojos de todas las criaturas la form a de todos
los ob jeto s. Este b orrego apacible que pasta en nuestras
llanuras, ¿no es un o b je to de espanto y d e h o rro r para los
insectos im perceptibles q u e viven en la espesura de la pam pa
de las hierbas? «H uyam os, dicen, de este animal voraz y cruel,
de este m onstruo, cuya boca nos engulle a la vez que a
nuestras ciudades. ¿P or qué no sigue el ejem p lo del león y el
tigre? Estos anim ales b ienhechores no d estruyen nuestras
viviendas, no se alim entan de n uestra sangre; justos vengado­
res del crim en, castigan al b o rreg o p o r las crueldades que
ejerce sobre nosotros». Es así cóm o intereses diferentes me-
tam orfosean los objetos: el león es, a n uestros ojos, un
anim al cruel; a los del insecto, lo es el carnero. P o r eso se
23 p u e d e aplicar al | universo m oral lo que Leibniz decía del
universo físico: que este m undo, siem pre en m ovim iento,
ofrecía en cada instante un fen ó m en o nuevo y d iferen te a
cada uno de sus habitantes.
Este principio es tan conform e con la experiencia, que sin
e n tra r en un exam en más largo creo ten er d erecho de con­
cluir q u e el in terés personal es el único y universal aprecia­
dor del m érito de las acciones de los hom bres; y que, de este
m odo, la probidad, en relación con un particular, no es,
conform e con mi definición, más q u e el hábito en las accio­
nes perso n alm en te útiles a este hom bre concreto.

24 | C a p í t u l o III

Del espíritu con relación a un individuo particular

T rasladem os ahora a las ideas los principios que acabo de


aplicar a las acciones; se estará obligado a reco n o cer que cada

8 Es el presupuesto y la enunciación del programa. D esde Locke, que prom etió en su Ensayo
escribir una Moral com o ciencia rigurosa, al m odo new toniano, no hay filósofo que no persiga
ese objetivo. H um e, Beccaria, H elvétius... se alinean en ese esfuerzo por trazar una moral
científica, en claves de necesidad mecánica y de inteligibilidad deductiva. Y todos coinciden en
buscar en la naturaleza humana la ley, el principio desde el cual todo se deduzca rigurosam ente.
El interés personal, fundado como tendencia a la sobrevivencia, com o ley natural, pretende ser la
piedra filosofal q u e convierta e n verdad y orden el oscuro, am biguo y confuso territorio d e la
reflexión moral.

136
h om bre no da el no m b re d e espíritu más que a la costum bre
de las ideas que le son útiles, ya en tan to que instructivas, ya
en tanto que agradables; y q u e tam bién a este resp ecto el
interés personal es el único juez del m érito de los hom bres.
T o d a idea que se nos p resenta tiene siem pre algunas
relaciones con nuestro estado, nuestras pasiones (5) y opi­
niones. A hora bien, en todos estos diferen tes casos, | cuanto 25
más útil nos es esta idea m ás la apreciam os. El piloto, el
m édico y el ingeniero tendrán más estim a p o r el constructor
de naves, el botánico y el m ecánico, del que tendrían por
estos mism os hom bres, el lib rero , el o rfe b re y el cons­
tru cto r, quienes p referirán siem pre al novelista, al dibujante
y al arquitecto.
C uando se trate de ideas para com batir o favorecer nues­
tras pasiones o n uestros gustos, las más estim ables a nues­
tros ojos serán, indiscutiblem ente, las ideas que más hala­
guen estas pasiones o estos g ustos ( 6 ). U na m u je r | tierna 26
hará más caso a una novela que a un libro de metafísica; un
h om bre com o Carlos X II p referirá la historia de A lejandro a
cualquier o tra obra; el avaro no en contrará seguram ente es­
píritu más que en aquellos q u e le indicarán el m edio de
p o n e r su d in ero al m ayor in terés 9.
En m ateria de opiniones, com o en m ateria d e pasiones,
para estim ar las ideas de o tro hay que estar interesado en
estim arlas; p o r consiguiente, haré la observación de que, a
este resp ecto , los h om bres p u ed en ser m ovidos por dos
clases de interés.
| H ay h om bres anim ados p o r un orgullo noble y esclare- 27
cido, quienes, am igos de lo verd ad ero , atados a su senti­
m iento sin obstinación, conservan su esp íritu en un estado
de suspensión que d eja en trad a libre a las nuevas verdades;
algunos de ellos son espíritus filosóficos y o tro s personas
dem asiado jóvenes para hab erse form ado opiniones y ru b o ri­
zarse p o r cam biarlas; estas dos clases de hom bres estim arán

v H elvétius se mueve en una oscilación e n tre dos tendencias filosóficas. A quí parece afirmar
con fuerza la constancia de la estructura psicológica, perm itien d o pensar en que cada hom bre,
según su constitución orgánica, biopsicológica — según su «naturel»— se dan las claves de sus
gustos, de sus acciones. O tras veces, en cambio, disuelve la consistencia de esta estructura
subjetiva y parece reducirla a simple sensibilidad en blanco donde, según las presiones del
m edio, se generan unas u otras pasiones. Esta am bigüedad es com prensible. El esfuerzo es por
articularla, es decir, p o r pensar la relación dialéctica en tre la «naturaleza» (en rigor, la herencia
biogenética) y ia determ inación social. N o era fácil en su época definir justam ente la interrela-
ción. D e ahí que, reconociendo la doble acción, la reciprocidad, se destaque una u otra según el
m om ento del discurso.

137
siem pre en los dem ás las ideas verdaderas, lum inosas y apro­
piadas para satisfacer la pasión que u n orgullo esclarecido les
p resen ta com o lo verdadero.
H ay otros h om bres, y e n tre ellos incluyo casi a todos,
anim ados p o r una vanidad m enos noble; éstos no pu ed en
estim ar en los dem ás más q u e las ideas conform es a las suyas
28 (7) y apropiadas para justificar la | alta opinión que tienen
todos de la perfección de su espíritu. Sobre esta analogía de
ideas están fundados su odio o su am or. D e ahí proviene
este instinto seguro y rápido que tiene casi toda la gente
29 m ediocre para conocer y re h u ir a | la g e n te de m érito (8 ); de
ahí este atractivo p o d ero so q u e los hom bres de espíritu
ejercen unos sobre otro s, atractivo q u e los fuerza, p o r así de­
cir, a buscar a pesar del peligro q u e p o n e a m en u d o en su
com ercio el deseo com ún que tienen de gloria; de ahí esta
m anera segura de juzgar el carácter y el espíritu de un
hom b re p o r la elección de sus libros y de sus amigos. Un
necio, en efecto, nunca tien e más que amigos necios: toda
relación de am istad, cuando no está fundada sobre un interés
de conveniencia, am or, p rotección, avaricia, am bición o so­
bre algún m otivo parecido, supone siem pre alguna sem e-
30 | janza de ideas o de sen tim ien to s en tre dos hom bres. H e
aquí lo q u e acerca a g en te de condiciones muy diferentes (9);
he aquí p o r qué los A ugusto, los M ecenas, los Escipión, los
Juliano, los R ichelieu y los C ondé vivían fam iliarm ente con
la g e n te de espíritu y es lo q u e ha dado lugar al proverbio
cuya trivialidad atestigua su verdad: Dime con quién andas y te
diré quién eres.
La analogía o la conform idad de ideas y de opiniones
deb e, pues, ser considerada com o las fuerzas de atracción y
repulsión que aleja o acerca los hom bres unos hacia otros
31 (10). | T rasládese a C o nstantinopla a un filósofo que al no
estar esclarecido p o r la luz de la revelación no pued a seguir
más que la luz de la razón; q u e este filósofo niegue la m isión
32 | de M ahom a, las visiones y los p reten d id o s m ilagros de este
profeta; ¿quién duda d e q u e aquellos q u e se llaman buenos
m usulm anes rechazarán a este filósofo, de que lo m irarán
33 j con h o rro r y lo tratarán de loco, im pío y algunas veces hasta
de h o m b re deshonesto? En vano diría que, en sem ejante
religión, es absurdo creer en m ilagros de los que uno m ism o
no es testigo; y que si hay siem pre más razones para apostar
p o r una m entira que p o r un m ilagro ( 1 1 ), creerlos dem asiado

138
fácilm ente es m enos cre e r en D ios que en los im postores. En
vano m ostraría q u e si D io s h u b iera q u e rid o anunciar | la mi- 34
sión de M ahom a no hub iese hech o estos prodigios ridículos
a los ojos de la razón m enos ejercitada, sino que hubiese
hecho m ilagros visibles a todos los ojos, com o d e sp ren d er
con la voz del p ro fe ta los astros del firm am ento, trasto rn ar
los elem en to s, etc. P o r m uchas razones que este filósofo
adujese de su incredulidad, jamás o b ten d ría la reputación
de sabio y de hon rad o al lado de estos buenos m usulm anes,
a no ser que llegase a ser lo su ficien tem en te im bécil para
c re e r en cosas absurdas o lo bastante falso para fingir c re é r­
selas. Tan v erd ad ero es que los h o m b res no juzgan las opi­
niones de los dem ás más q u e según la conform idad que
tienen con las suyas. P o r eso, jamás se p ersu ad e a los necios
más que con necedades.
Si el salvaje del C anadá nos p refiere a los dem ás pueblos
de E uropa, es p o rq u e consentim os más | sus costum bres, su 35
g é n ero de vida; es a esta atención a la que debem os el elogio
m agnífico q u e cree hacer d e un francés cuando dice: Es un
hombre como yo 10.
En m ateria de costum bres, o piniones e ideas, parece que
uno se estim a siem p re a sí m ism o en los dem ás; y es la razón
p o r la cual los C ésar, los A lejan d ro y, g en eralm ente, todos
los grandes h o m b res han siem pre ten id o o tro s g randes hom ­
bres a sus ó rd en es. U n prín cip e es hábil, tom a en sus m anos
el cetro; en cuanto sube al tro n o , todos los lugares son
ocupados p o r h o m b res superiores: el príncipe no los ha
form ado, incluso parece haberlos tom ado al azar; p ero , for­
zado a no estim ar y no elevar a los prim eros p uestos más
que a h om bres cuyo esp íritu es análogo al suyo, está, | p o r 36
esta razón, siem pre obligado a buenas elecciones. C uando un
príncipe, p o r el contrario , es p oco esclarecido; obligado, p o r
esta m ism a razón, a atraer hacia él g e n te q u e se le parece,
está casi siem pre obligado a una m ala elección. Es el séquito
de sem ejantes príncipes q u ien a m en u d o ha h echo pasar de

10 El tem a de los salvajes, y especialm ente los del Canadá, atrajo fuertem ente la atención de
los filósofos del X V III (ver M. D uchet, «Bougainville, Raynal, D id erot et les sauvages du
Cañada», en R .H .L.F., núm. 2 (1963). Louis A rm and de Lom d ’A rce, barón de La H ontan,
escribió un texto que se hizo en o rm em ente famoso: Dialogues avec un sauvage (hay edición
reciente en París, Editions Sociales, 1973), y q u e H elvétius tiene p resen te. Es muy sugestivo el
trabajo de G. C hinard, L ’Amérique et le rere exotique dans la littérature francaise au X V I I e et au
X V I I I e siecle (París, D roz, 1934). Sobre el tem a, ver el docum entadísim o texto de M. D uchet,
Antbropologie et Histoire au siecle des lumieres (París, M aspero, 1971). H ay traducción castellana en
Siglo X X I.

139
necio a necio los puestos más im portantes, durante m uchos
siglos. P or eso, los pueblos que no p u ed en conocer p erso­
nalm ente a su am o no lo juzgan más q u e según el talento de
los h om bres que em plea y según la estim a que tiene p o r
g en te de m érito: Bajo un monarca estúpido, decía la reina
C ristina, toda su corte lo es o llega a serlo.
P ero se dirá, se ve algunas veces a hom bres adm irar en
los dem ás ideas q u e jamás hub ieran en co n trad o y que no
37 tienen ninguna j analogía con las suyas. Se conocen estas
palabras de un cardenal: después del nom b ram iento del papa,
este cardenal se acerca al Santo Padre y le dice: «H eos aquí
elegido; ésta es la últim a vez q u e oiréis la verdad: seducido
p o r los resp eto s, p ro n to os vais a creer un gran hom bre.
R ecordad q u e antes d e v uestra exaltación no erais más que
un ignorante y un obstinado. A diós, me voy a adoraros.»
Pocos cortesanos, sin duda, están d otados del espíritu y el
coraje necesarios para p ro n u n ciar sem ejante discurso, p ero a
la m ayoría de ellos, sem ejante a los pueblos que unas veces
adoran, otras veces fustigan a su ídolo, secretam en te les en ­
canta ver hum illar al am o al q u e están som etidos. La ven­
ganza les inspira el elogio que hacen de sem ejantes rasgos y
38 la venganza es un in terés. Q uien no está anim ado | p o r un
in terés de esta especie no estim a, ni siquiera apercibe más
que las ideas análogas a las suyas: p o r eso la varita mágica
para d escubrir un m érito naciente y desconocido no está ni
d eb e estar realm ente más q u e en m anos de g en te de espíritu,
p o rq u e sólo el lapidario en tien d e de diam antes brutos y sólo
el espíritu siente al espíritu. Sólo el ojo de un T u ren n e podía
percibir, en el joven C hurchill, al fam oso M arlborough " .
T oda idea dem asiado ajena a n uestra m anera de ver y de
sen tir nos parece siem pre ridicula. El m ism o proyecto, que
siendo vasto y gran d e parecerá sin em bargo fácil de ejecutar
a un gran m inistro, será tratado p o r un m inistro ordinario
com o loco e insentato; y este proy ecto, usando la frase
39 habitual e n tre los necios, será rem itido a la \ República de
Platón. H e aquí la razón p o r la cual en ciertos países, donde
los espíritus enervados p o r la superstición son perezosos y
p oco capaces de grandes em presas, se cree ridiculizar a un
h o m b re cuando se dice de él: «Es un hom bre que quiere

11 Enrique de La Tour d'A uvergne, vizconde de Turenne (1611-1675), fue mariscal de Fran­
cia. Se distinguió especialm ente en la guerra d e los T reinta años.
Jo h n Churchill fue un general británico, prim er d u que de M arlborough.

140
reform ar el E stado». R idículo qu e, p o r la pobreza, el despo­
blam iento de estos países y, p o r consiguiente, la necesidad
de reform a, recae a los ojos de los ex tran jero s, encim a de los
burlones. O cu rre lo m ism o con aquellos pueblos que con
estos graciosos su balternos (12) que creen | desh onrar a un 40
h om bre cuando dicen de él, con un to n o neciam ente
astuto: «Es un rom ano, es un espíritu». B urla qu e, devuelta a
su sentid o preciso, enseña solam ente q u e este ho m bre no se
parece a ellos en absoluto, es decir, q u e no es ni necio ni
bribón. ¡C uántas veces un esp íritu a te n to oye, en las conver­
saciones, declaraciones im béciles y frases absurdas com o és­
tas que, reducidas a su significado exacto, sorprenderían m u­
cho a aquellos que las em plean! Por eso, el hom bre de
m érito d eb e ser in d iferen te ta n to a la estim a com o al d espre­
cio de un h o m b re particular, cuyo elogio o crítica no signifi­
can nada salvo q u e este h o m b re piensa o no piensa | com o 41
él. Podría todavía, p o r m edio de una infinidad de hechos
más, p ro b ar que jamás estim am os más que las ideas análogas
a las nuestras; p ero , para co n statar esta verdad, se debe
apoyarla so b re pruebas de p u ro razonam iento.

C a p í t u l o IV

De la necesidad en la que nos


encontramos de no estimar más que a
nosotros mismos en los demás

D os causas igualm ente p o te n te s nos d eterm inan a ello;


una es la vanidad y la o tra la pereza. D igo la vanidad, porque
el deseo de estim a es com ún a todos los hom bres; no es que
algunos de ellos no quieran unir al placer de ser adm irados
el m érito de d espreciar la adm iración, p ero | este desprecio no 42
es verd ad ero y jamás el adm irador es estú p id o a los ojos del
adm irado. A hora bien, si todos los h om bres son ávidos de
estim a, d ado que cada uno de ellos está instruido p o r la
experiencia de que sus ideas no p arecerán estim ables o des­
preciables a los dem ás q u e en tanto que serán conform es o
contrarias a sus opiniones, en to n ces esto im plica que cada
cual, inspirado p o r su vanidad, no p u ed e d ejar de estim ar en

141
los dem ás una conform idad d e ideas que le asegura ser
estim ado p o r ellos, y odiar en los dem ás una oposición de
ideas, garantía de ser odiado o p o r lo m enos despreciado p o r
ellos, desp recio q u e d eb e considerarse com o un calm ante del
odio 12.
P ero, en el supu esto caso de que un hom bre llevara el
sacrificio de su vanidad al am or de la verdad, si este hom bre
no está anim ado p o r el más ard ien te deseo de instruirse,
digo que su pereza no le p erm itirá ten er, p o r opiniones
43 | ajenas a las suyas, m ás q u e una estim a bajo palabra. Para
explicar lo q u e e n tie n d o p o r estima bajo palabra distinguiré
en tre dos clases de estima.
U na, q u e p u ed e considerarse com o el efecto, o bien del
resp eto que se tiene p o r la opin ió n pública (13), o bien de la
44 confianza | que se tie n e en el juicio de ciertas personas y que
llam o estima bajo palabra. Así es la estim a que cierta g en te
siente p o r novelas m uy m ediocres, únicam ente p o rq u e cree
que son de algunos de nuestros escritores célebres. Así es,
tam bién, la adm iración que se tiene p o r los D escartes y los
N ew ton; adm iración que en la m ayor parte de los hom bres es
más entusiasta cuanto m enos esclarecida, ya sea p o rque, des­
pués de haberse form ado una idea vaga del m érito de estos
grandes genios, sus adm iradores resp etan en esta idea la obra
de su im aginación, ya sea p o rq u e, estableciéndose com o jue­
ces del m érito de un hom b re com o N ew to n , creen asociarse
45 a los elogios | que le prodigan. Esta clase de estim a, que
nu estra ignorancia nos fuerza a m enudo a usar, es p o r esto
m ism o la más com ún. N ada es tan raro com o juzgar uno
m ism o 13.
La o tra clase de estim a es aquella qu e, in d ep en d ien te de
la opinión de los dem ás, nace ú nicam ente de la im presión
que p ro d u cen sobre n osotros ciertas ideas y q u e, p o r esta
razón, llam o estima sentida, la única verd ad era y de la que se
trata aquí. A hora bien, para p ro b a r q u e la pereza no nos
p erm ite o to rg ar esta clase de estim a más que a las ideas
análogas a las nuestras, es suficiente notar que, com o lo

12 N o podem os dejar d e recordar a Spinoza (Etica. Parte tercera), q u e con claridad expuso el
«narcisismo» del ser hum ano. A dm iram os a quienes nos admiran, em bellecem os a nuestros
adm iradores p o rq u e así, al sentirnos admirados p o r gente de «grandes cualidades» nos sentim os
más perfectos, nos amamos más a nosotros mismos... Tam bién a Rousseau, que en el segundo
Discours puso el sentim iento d e «estim a pública», de «reconocim iento», como la causa de la
degeneración de la naturaleza humana.
13 En el original, «juger d’aprés soi».

142
p ru eb a sensib lem en te la geom etría, es m ediante la analogía y
las relaciones secretas que las ideas ya conocidas tien e n con
las ideas desconocidas com o se alcanza el conocim iento de
éstas y que sólo siguiendo la prog resió n de estas analogías
¡ se p u ed e alcanzar el últim o térm in o de una ciencia. Lo que 46
im plica que ideas q u e no tengan ninguna analogía con las
nuestras serán para nosotros ideas ininteligibles. Pero se
dirá, no hay ideas q u e no tengan en tre ellas, necesariam ente,
alguna relación, sin lo cual serían universalm ente desconoci­
das. Sí, p e ro esta relación p u ed e ser inm ediata o lejana:
cuando es inm ediata, el débil deseo que cada cual tiene de
instruirse lo vuelve capaz de la atención que supone la com ­
p rensión de sem ejantes ideas; p ero , si es lejano, com o lo es
casi siem pre cuando se trata d e las opiniones q ue son el
resultado de un gran n ú m ero de ideas y de sentim ientos
d iferentes, es evid en te que a m enos de que estem os anim a­
dos p o r un d eseo vivo de in stru irn o s y que nos en contrem os
en una situación apropiada para satisfacer este deseo, la p e ­
reza | jamás nos p erm itirá co n ceb ir ni, p o r consiguiente, te- 47
ner estima sentida p o r o p in io n es dem asiado contrarias a las
nuestras.
Un hom bre joven que se agita en todos los sentidos para
alcanzar la gloria es acom etido de entusiasm o al o ír nom bre
de gente célebre d e to d o género. U na vez q u e ha fijado el
o b jeto de sus estudios y de su am bición, ya no tendrá estima
sentida más que p o r sus m odelos y no concederá más que una
estima bajo palabra a aquellos q u e siguen un curso diferente al
suyo. El espíritu es una cuerda que no vibra más que al
unísono.
Pocos hom bres tien en el tiem po libre para instruirse. El
p o b re , p o r ejem plo, no p u e d e reflexionar, ni exam inar; no
recibe la verdad, al igual que el erro r, más que p o r prejuicio:
ocupado en un trabajo cotidiano, no pued e elevarse a una
cierta esfera de ideas; p o r eso p refiere | la biblioteca azul a 48
los escritos de Saint-R éal, de la R ochefoucauld y del cardenal
de Retz '4.
P or ello, los días de en tre te n im ie n to s públicos en los que

14 La «Biblioteca azul» es una colección d e libros de tapa azul, principalm ente com puesta p or
adaptaciones de libros d e caballería d e la Edad Media. En esta colección se editaron, p o r eje m ­
plo, las obras de la Com tesse d e Ségur.
Jean-Fran^ois Paul d e G o rd i, cardenal d e R etz (1613-1679) fue un político y escritor francés,
a utor de Memorias q u e relatan los acontecim ientos en los que participó a lo largo de su agitada
vida de intrigante y com o m iem bro d e la Fronda.

143
el espectáculo se abre gratis, los com ediantes, ten ien d o en ­
tonces o tro s espectadores a q u ien es e n tre te n e r, p referirán re­
p re se n ta r Dom Japhet y Pourceaugnac a Heraclio y E l M isán­
tropo ls. Lo que digo del p u eb lo p u ed e aplicarse a todas las
diferen tes clases de hom bres. La g en te del gran m undo se
distrae con mil asuntos y mil placeres; las obras filosóficas
tienen tan poca analogía con su espíritu com o El Misántropo
con el espíritu del pueblo. P o r ello, preferirán en general, la
lectura de una novela a la de Locke. Es p o r este principio de
las analogías com o se explica q u e los sabios y hasta la gente
•19 de espíritu hayan p referid o los autores m enos estim ados | a
los más estim ados. ¿P or q u é M alherbe prefería Estacio a
cualquier o tro poeta? ¿Por qué H einsius (14) y Corneille
hacían más caso a Lucano que a Virgilio? ¿Por qué razón
A driano p refería la elocuencia de C atón a la de Cicerón?
¿P or qué Scaliger (15) consideraba a H o m e ro y H oracio
com o m uy inferiores a V irgilio y Juvenal? Es p o rq u e la estim a
m ayor o m en o r que se tiene p o r un au tor depen d e de la
50 m ayor o m en o r analogía | que sus ideas tienen con las de su
lecto r l6.
En una obra m anuscrita y sob re la que no se tenga
ninguna prevención, encárguese separadam ente a diez hom ­
bres de espíritu anotar los pasajes que m ayor im pacto les
hayan causado: sostengo q u e cada u n o de ellos subrayará
lugares d iferentes; y q u e si se com paran después los lugares
aprobados con el espíritu y el carácter de cada uno de los
ap robadores, se percibirá q u e cada u no d e ellos no ha elo­
giado más q u e las ideas análogas a su m anera de ver y de
sen tir y q u e el espíritu es, rep ito , una cuerda que no vibra
más que al unísono.
Si el sabio abate de L onguerue, com o decía él m ism o, no
reco rd ab a nada de las obras de San A gustín, salvo que el
51 caballo d e T roya era una m áquina de guerra; y si | en la
novela de C leopatra, un abogado célebre no encontraba
in teresan te más q u e los defectos del m atrim onio de Elisa con
A rtabán, hay que reco n o cer que la única diferencia que se
en cu en tra a este resp ecto e n tre los sabios o la g ente de
espíritu y los h om bres o rdinarios, es que al te n e r aquéllos
m ayor nú m ero d e ideas, su esfera de analogías es m ucho más

15 Pourceagunac y E l Misántropo son obras de M oliere. Heraclio es una tragedia de C orneille.


16 Respecto a Scaligero, ver n o ta -15 del autor.

144
extensa. ¿Acaso se tra ta de u n a clase de esp íritu muy dife­
re n te del suyo? Igual en to d o a los dem ás hom bres, el
h o m b re de esp íritu no estim a más que las ideas análogas a las
suyas. R eúnase a un N e w to n , un Q uinault, un M aquiavelo;
que no se los nom b re y q u e no se les p e rm ita concebir uno
p o r o tro esta especie de estim a q u e llam o estima bajo palabra,
se verá que después de h ab er recíproca, p e ro inútilm ente
in tentad o | com unicar sus ideas, N e w to n considerará a Q ui- 52
nault com o un p o e ta stro insoportable; éste tom ará a N ew ton
p o r un haced o r de alm anaques, am bos considerarán a M a­
quiavelo com o un p o líd co del Palacio Real; y los tres, p o r fin,
al tratarse recíp ro cam en te d e espíritus m ediocres, se venga­
rán con el desp recio recíp ro co p o r la m olestia m u tua q u e se
habrán causado.
A hora bien, si los h o m b res superiores, e n te ra m e n te ab­
sortos en su g én ero de estudio, no p u e d e n te n e r estima
sentida p o r un g é n e ro de esp íritu dem asiado d iferen te del
suyo, to d o au to r que da al público ideas nuevas no puede
en tonces esp erar estim a más que de dos clases de hom bres:
o bien de jóvenes que, al no h ab er adoptado opiniones,
tienen todavía el deseo y el tiem po libre para instruirse; o
bien de aquellos cuyo esp íritu , am igo d e la verdad y análogo
al del j au to r, sospecha d e an tem an o la existencia d e las ideas 53
qu e se le p resen tan . El n ú m ero de estos h om bres es siem pre
muy peq u eñ o ; he aquí lo que retrasa los progresos del espí­
ritu hum ano y p o r qué cada verdad es siem pre tan lenta en
desvelarse a los o jo s d e todos.
R esulta, de lo que acabo de decir, q u e la m ayor parte de
los hom bres, som etidos a la pereza, no conciben más que las
ideas análogas a las suyas, q u e no tien en estim a sentida más
que p o r esta especie d e ideas; de ahí la alta opinión que cada
cual está, p o r así decir, forzado a te n e r d e sí m ism o, opinión
q u e los m oralistas tal vez no habrían atrib u id o al orgullo si
hubiesen ten id o un conocim ien to más p ro fu n d o de los p rin ­
cipios establecidos más arriba. H ab rían en to n ces co m prendido
que, en la soledad, el santo resp eto y la p ro fu n d a adm iración
de los q u e algunas | veces nos sentim os p e n e tra d o s p o r noso- 54
tro s m ism os, no p u e d e n ser más que el efecto de la necesi­
dad en la q u e estam os d e estim arnos p re fe re n tem e n te a
los demás.
¿C óm o no te n e r de sí m ism o la más elevada idea? N adie
dejaría de cam biar de o piniones, si creyera que sus opiniones

145
son falsas. C ada cual cree p ensar ju stam en te y, p o r consi­
guiente, m ucho m e jo r que aquellos cuyas ideas son contra­
rias a las suyas. A h o ra bien, si no hay dos hom bres cuyas
ideas sean iguales, es necesario que cada cual en particular
crea pensar m e jo r que cualquier o tro (16). La duquesa de La
55 F erté decía | un día a la S eñora de Staél: «H ay que rec o n o ­
cerlo, mi q u erid a amiga, no e n c u e n tro más que a mí m ism a
que tenga siem pre razón (17)». Escuchem os al m onje bu­
dista, al bonzo, al brahm án, al parsi, al griego, al im án, al
hereje: cuando, en la asam blea del p u eb lo , predican unos
contra otro s, ¿no dice cada u no de ellos com o la duquesa de
La Ferté: «Pueblos, os aseguro: sólo yo tengo siem pre la
razón»? C ada cual se cree un espíritu superior, y los necios
56 no son aquellos q u e m enos | lo creen (18): es lo que ha dado
lugar al cu en to de los cuatro m ercad eres que vienen a la
feria para v en d er belleza, títulos, dignidades y espíritu y que
57 sacan provecho d e sus m ercancías, salvo | el últim o que se
retira sin vender.
P ero, se dirá, se ve a alguna g e n te reco n o cer en los
demás más espíritu q u e en sí misma. Sí, resp o n d eré, se ven
hom bres que lo reconocen; y este recon o cim iento es el de
una bella alma: sin em bargo, no tienen p o r aquel que reco ­
nocen com o superio r a ellos más q u e una estima bajo pa­
labra; no hacen más q u e p referir la opin ión pública a su
propia opinión y convenir en q u e estas p ersonas son más
estim adas, sin estar en su fuero in te rn o convencidos de
que sean más estim ables (19).
58 | Un hom b re del gran m undo co nvendrá sin dificultad en
que es, en geom etría, muy inferior a los La Fontaine, los
d’A lem bert, los Clairaut, los Euler; en poesía, a los M oliere,
los R acine, los V oltaire; p ero digo al m ism o tiem po que este
h o m b re, cuanto m enos caso haga a una profesión 17, más
59 superiores reconocerá en él; y que, | p o r o tra parte, se creerá
tan resarcido de la superioridad q u e tien en sobre él los
hom bres que acabo de citar, ya sea in te n tan d o encontrar
frivolidad en las artes y en las ciencias, ya sea p o r la
variedad de sus conocim ientos, el sentido com ún, la m undo-

17 H em os traducido «genre» p o r «profesión» con la esperanza de clarificar el sentido. A


veces lo traducimos p o r «arte» y, cuando el texto lo perm ite, p or hablar d e especialidades en el
seno de un arte, por ejem plo, la novela, la poesía, etc., en el cam po d e la literatura (I),
entonces m antenem os género.

146
logia 18 o p o r alguna o tra v en ta ja com o ésta qu e, en resum i­
das cuentas, se creerá tan estim able com o cualquiera ( 2 0 ).
| P ero, se añadirá, ¿cóm o im aginar que un hom bre que, 60
p o r ejem p lo , d esem p eñ a las pequeñas funciones de la magis­
tratura, p u ed a c re e r te n e r tan to espíritu com o Corneille? Es
verdad, re sp o n d e ré , q u e no se confiará en nadie a este res­
pecto: sin em bargo, cuando p o r u n exam en escrupuloso se
ha descu b ierto cuántos sentim ien to s de orgullo nos afectan
cotidianam en te sin darnos cuen ta y p o r cuántos elogios hay
q ue estar anim ado para confesarse a sí m ism o y a los dem ás
la pro fu n d a estim a q u e se tiene p o r su p ro p io espirita, se
siente qu e el silencio del orgullo no p ru eb a su ausencia.
Supongam os, para seguir el ejem p lo citado más arriba, que al
salir del teatro el azar re ú n a a tres p rocuradores; llegando a
hablar de C o rneille, tod o s los tres exclam arán a la vez que
C orneille es el | m ayor g en io del m undo. Sin em bargo, si 61
para descargarse del p eso in o p o rtu n o de la estim a, uno de
ellos añadiese q u e este C o rneille es, en verdad, un gran
h om bre, p e ro en un g é n e ro frívolo, es seguro, si se juzga
p o r el desprecio que cierta gen te finge p o r la poesía, que los
o tro s dos p ro cu rad o res podrían co m p artir la opinión del pri­
m ero. D espués, d e confidencia en confidencia, llegarían a
com parar los pleitos a la poesía. El arte del d erech o procesal,
diría o tro , tiene sus astucias, sus sutilezas y sus com binacio­
nes al igual que cu alq u ier o tro arte; v erd ad eram en te, res­
p o n d ería el tercero , n o hay arte más difícil. A h o ra bien, en la
hipótesis m uy adm isible d e q u e, en este arte tan difícil, cada
cual de estos p ro cu rad o res se creyera el más hábil sin que
ninguno de ellos hubiese p ro n u n ciad o la palabra, el resultado
de esta conversación sería | que cada uno de ellos creería 62
te n er tanto esp íritu com o C orneille. N ecesitam os tanto, por
vanidad y sobre to d o p o r ignorancia, estim arnos p re fe re n te ­
m en te a los dem ás, q u e el h o m b re más gran d e en cada parte
es aquel q u e cada artista co nsidera el p rim ero tras él ( 2 1 ).
En I tiem pos de T em ístocles, en los que el orgullo no era 63
d iferen te del orgullo del siglo actual salvo en que era más
ingenuo, cuando tod o s los capitanes q u e habían participado
en la victoria de Salamina fu ero n obligados después de la
batalla a declarar, p o r m ed io d e billetes tom ados en el altar
de N e p tu n o , cada cual dióse el p rim e r lugar y otorgó el

18 En el original, «l’usage du monde». Ver nota 22 de este Discurso.

147
segundo a T em ístocles; el p u eb lo creyó entonces su deber
conced er la p rim era recom pensa a aquel q u e cada uno de
los capitanes había considerado com o el más digno después
de sí ' 9.
Es, pues, seguro que cada cual tien e necesariam ente de sí
la más elevada idea; y que, p o r consiguiente, jamás se estim a
en los dem ás más q u e la p ro p ia im agen y el p ropio parecido.
La conclusión general de lo que h e dicho del espíritu
64 considerado en relación a un particular es que el espíritu | no
es más q u e el co n ju n to d e las ideas interesantes para este
p articular, ya en tanto que instructivas, ya en tanto que
agradables: lo que im plica que el in terés personal, com o me
había p ro p u e sto m ostrar, es en este g én ero , el único juez del
m érito de los hom bres.

C a p ít u l o V

De la probidad con relación a una sociedad particular

B ajo este p u n to de vista, digo q u e la probidad no es más


q u e el hábito m ayor o m en o r de acciones particularm ente
útiles a esta p eq u eñ a sociedad. N o es que ciertas sociedades
virtuosas no parezcan a m en u d o despojarse de su propio
65 interés, para em itir so b re las acciones de los hom bres | jui­
cios conform es al in terés público; p ero no hacen entonces
más que satisfacer la pasión que un orgullo esclarecido les
p o n e com o virtud y, p o r consiguiente, no hacen sino o b ed e­
cer, com o cualquier o tra sociedad, a la ley del interés perso­
nal. ¿Q ué o tro m otivo p o d ría d eterm inar a un hom bre a
acciones generosas? Le es tan im posible am ar el bien p o r el
bien, com o am ar el mal p o r el mal (22).
66 | B ru to no sacrificó su hijo a la salvación de R om a más
que p o rq u e el am or paternal ten ía sobre él m enos p o d e r que
el am or de la patria. N o hizo entonces sino ceder a su pasión
más fuerte: es ella quien, esclareciéndolo sobre el interés

19 Tem ístocles (528-464 a. C .) fue un general y político ateniense. V enció a los persas en
Salamina.

148
público, le hizo p ercibir en un parricidio tan g en eroso, tan
apropiado para reanim ar el am o r p o r la libertad, el único
recurso q u e podía salvar R o m a e im p ed ir q u e recayese bajo
la tiranía de los T arquinos. En las circunstancias críticas en
que R om a se en co n trab a en to n ces, sem ejan te acción debía
servir de fu n d am en to a la inm ensa p o ten cia a la que la elevó
desde ento n ces el am or d el bien público y de la libertad.
| P ero com o hay pocos B ru to y sociedades com puestas 67
p o r sem ejan tes h om bres, es del o rd en com ún de donde
tom aré m is ejem plos, para p ro b a r q u e en cada una de las
sociedades el in terés p articular es el único dispensador de la
estim a concedida a las acciones de los h om bres. Para con­
vencerse de ello, que se d irija la m irada a un h o m b re que
sacrifica todos sus bienes p ara salvar del rigor de las leyes a
un p arien te asesino; este h o m b re pasará, seguram ente, en su
fam ilia, p o r muy virtuoso, aunque realm en te sea muy in­
justo. D igo m uy injusto, p o rq u e si la esperanza d e la im pu­
nidad m ultiplica los crím enes en una nación, si la certeza
del suplicio es absolu tam en te necesaria para m an ten er el
ord en 20, es ev id en te q u e una gracia concedida a un crim inal
es, hacia el público, u n a injusticia de la que llega a ser | 68
cóm plice aquel q u e solicita sem ejan te gracia (23).
| Si un m inistro, sordo a las recom endaciones de sus 69
p arientes y de sus am igos, cree no d e b e r elevar a los prim e­
ros puestos más q u e a h o m b res de p rim e r m érito, este m inis­
tro tan justo pasará seg u ram en te en su sociedad fam iliar por
un h o m b re inútil, sin am istad, tal vez hasta sin honradez.
H ay que decirlo, para vergüenza del siglo: casi siem pre es a
injusticias a las que un alto dignatario d eb e los títulos de
buen am igo, de b uen p arien te, de h o m b re v irtuoso y bonda­
doso qu e le prodiga la sociedad en la q u e vive (24).
| Si p o r sus intrigas u n padre o b tie n e el em p leo de 70
general para u n hijo incapaz de m andar, e ste p adre será
citado, en su familia, com o un h o m b re h o n rad o y bonda­
doso; sin em bargo, ¿qué p u ed e ser más abom inable que

20 H elvétius expresa aquí una posición e n tre la sanción de la ley com ún en los círculos
enciclopedistas y exigida p o r los p resupuestos filosóficos. R educida la conducta hum ana a efecto
necesario, mecánico, de las pasiones (y aq u í no es relevante que se vean estas determ inaciones de
la estructura biogenética o del m edio social, el h o m b re no es en sí b u eno ni malo, m oral o
inm oral. Es según el efecto d e dichas acciones en el «interés público» com o se nom brará justa
o injusta su conducta. Por tanto: e l h o m b re criminal no m erece la sanción, pero la sociedad
necesita ejercerla; el criminal no es «malo», p ero es un «peligro» para la sociedad; no se le
«castiga» sino que la sociedad se «defiende» d e él destruyéndolo. V er R. M ondolfo, Saggi per
la storia della morale utilitaria, II. Le teorie morali e politiche de Claudio Adriano Helvétius. Turín,
1904.

149
ex p o n er una nación o, p o r lo m enos, varias de sus provincias
a los estragos que siguen a una d e rro ta únicam ente para
satisfacer la am bición de una familia?
¿Q ué p u ed e ser m ás castigable que recom endaciones
con tra las cuales es im posible que un soberano esté siem pre
alerta? Sem ejantes recom endaciones, que dem asiado a me-
71 nudo han | hun d id o las naciones en las m ayores desgracias,
son fuentes inagotables de calam idades; calam idades de las
q u e tal vez no se p u ed a librar a los p u eblos más que
rom p ien d o e n tre los hom bres todos los lazos de parentesco y
declarando a todos los ciudadanos hijos del Estado. Es el
único m ed io de d estru ir vicios autorizados p o r una apariencia
de virtud, de im pedir la subdivisión de un p u eb lo en una
infinidad de familias o p equeñas sociedades, cuyos intereses,
siem p re o puestos al in terés público, apagarían al fin en las
almas to d o tipo de am or p o r la patria.
Lo que he dicho p ru eb a suficientem ente que, ante el
tribunal d e una p eq u eñ a sociedad, el in terés es el único juez
del m érito de las acciones de los hom bres; p o r eso, no
añadiría nada a lo que acabo de decir, si no m e hubiera
72 pro p u esto la [utilidad pública com o m eta principal de esta
obra. A hora bien, veo que un hom b re honrado, asustado por
la influencia que debe necesariam ente te n e r sobre él la opi­
nión de las sociedades en las cuales vive, p u eda tem er, con
razón, ser apartado de la virtud, sin saberlo.
N o abandonaré, pues, este tem a sin indicar los m edios de
escapar a las seducciones y evitar las tram pas que el interés
de las sociedades particulares tien d e a la probidad de la
g en te más honrada y en las cuales la ha so rp ren d id o dem a­
siado a m enudo.

73 C a p ítu lo VI

Medios, de estar seguros de la virtud

j U n h o m b re es justo cuando todas sus acciones tien d en al


bien público. N o es suficiente hacer el bien para m erecer el
títu lo de virtuoso. U n príncipe tiene mil puestos para otor-

150
gar; hay q u e ocuparlos; no p u e d e d ejar de hacer felices a mil
personas. Es, p ues, ú nicam ente de la justicia (25) o de la
injusticia de sus elecciones de las que d ep en d e su virtud. Si,
cuando se trata de un p u esto im p o rtan te, p refiere por amis­
tad, p o r | debilidad, p o r recom endación o p o r pereza, un 74
h o m b re m ediocre a un h o m b re superior, d eb e considerarse
injusto, p o r m uchos elogios que, p o r o tra parte, haga de su
probidad el círculo social 21 en el q u e vive.
En m ateria de probidad, es únicam ente el in terés público
el que hay q u e consultar y en el q u e hay que creer y no en
los hom bres q u e nos rodean. El in terés personal los engaña
dem asiado a m enudo.
En la co rte, p o r ejem p lo , ¿no da este in terés el nom bre
de pruden cia a la falsedad y de necedad a la verdad, cuando
habitualm en te se consideran p o r lo m enos com o locura, y
debe considerarse así?
La verdad es peligrosa en la corte; y las virtudes p erju d i­
ciales serán siem pre consideradas com o defectos. La verdad
no cae en gracia más que a príncipes hum anos y buenos,
com o los Luis X II, los | E nrique IV. Los com ediantes habían 75
rep resen tad o a aquél en el teatro ; los cortesanos exhortaban
al príncip e a castigarlos: « N o , dijo, son justos conm igo; me
creen digno de e n te n d e r la verdad». E jem plo de m odera­
ción, im itado desde en to n ces p o r el d u q u e reg en te de O r-
leáns. Este p ríncipe, forzado a grabar algunos im puestos so­
b re el Languedoc y cansado de las am onestaciones de un
diputado de los Estados de esta provincia, le respondió con
vivacidad: «¿Y cuáles son vuestras fuerzas para o p o n ern o s a
mis voluntades? ¿Q ué p odéis hacer?» « O b ed ecer y odiar»
contestó el diputado. R espuesta noble, que h o n ra tanto al
diputado com o al príncipe. Era casi tan difícil para uno
com p ren d erla com o para el o tro decirla. Este m ism o príncipe
tenía una am ante; un g en tilh o m b re se la había quitado; el
príncipe estaba | enfadado y sus favoritos le incitaban a la 76
venganza: «Castigad, decían, al insolente». «Y a sé, les res­
pondió, que la venganza m e es fácil; una sola palabra basta
para deshacerm e de un rival y es lo que m e im pide p ro n u n ­
ciarla».

21 H elvétius dice «societé». En e l capítulo anterior decía «société particuiiére». En rigor, se


refiere a lo que hoy llamaríamos «círculos sociales» («grem ios», «familias», «estam entos», «aso­
ciaciones», «m edio social»...) q u e determ inan com portam ientos distanciados del bien público.

151
S em ejan te m oderación es poco frecuente; la verdad es,
en general, dem asiado mal acogida p o r príncipes y grandes
para q u e p u eda p erm an ecer m u ch o tiem po en la corte.
¿C óm o p o d ría habitar en u n país en el que la m ayor parte
de aquellos que se llam an g en te honrada, acostum brada
a la bajeza y a la adulación, da y d eb e realm en te dar a estos
vicios el nom b re de m undología? 22. D ifícilm ente se percibe
el crim en d o n de se en cu en tra la utilidad. ¿Q uién duda, sin
em bargo, que ciertas adulaciones son más peligrosas y, por
consiguiente, más crim inales a los ojos de u n príncipe amigo
77 ¡de la gloria, que libelos hechos con tra él? N o tom o aquí
p artid o p o r los libelos, p e ro , en fin, una adulación puede
apartar a un b uen príncipe del cam ino d e la virtud, sin que
se dé cuenta, m ientras que un libelo p u ed e algunas veces
hacer volver a la virtud a un tirano. A m enudo sólo es en
boca de la licencia com o las quejas de los oprim idos pueden
elevarse hasta el tro n o (26). P ero el in terés ocultará siem pre
sem ejantes verdades a los círculos particulares de la corte.
Tal vez sólo viviendo lejos de estas sociedades es posible
d efen d erse de las ilusiones q u e les seducen. Al m enos es
78 seguro qu e, en estas mismas sociedades, | no se p u ed e con­
servar una virtud p erm a n e n te m en te fu erte y pura sin tener
habitu alm en te p re se n te en el esp íritu el principio de la utili­
dad pública (27), ni sin te n e r un co nocim iento p ro fu n d o de
los verd ad ero s intereses de este público, p o r consiguiente,
de la m oral y de la política. La p erfecta probidad jamás es
com pañera de la estupidez; una p ro b id ad sin luces no es, a lo
79 sum o, más que una probidad de intención, p o r la cual | el
público no tiene ni d eb e efectivam ente te n e r ningún respeto:
1.°, p o rq u e no es juez de las intenciones; 2.°, po rq u e no
adm ite consejo, en sus juicios, más que de su interés.
Si se exim e de la m u e rte a aquel qu e, p o r desgracia, mata
a su amigo en la caza, no es solam ente p o r la inocencia de
sus intenciones q u e se le perd o n a, p u esto q u e la ley condena
al suplicio al centinela q u e inv o lu n tariam en te se ha quedado
80 dorm ido. El público | no perd o n a, en el p rim e r caso, más que
para no añadir a la p érd id a de un ciudadano la de otro ciuda­
dano; no castiga, en el segundo, más q u e p ara p rev en ir las

22 En el original, «usage du m onde», q u e significa experiencia en el trato social. C reem os que


«mundología» expresa gráficam ente y con fuerza el sentido de «usage du m onde».

152
sorpresas y las desgracias a las q u e le expondría sem ejante
falta de vigilancia 23.
Es preciso, para ser h o n rad o , reu n ir nobleza de alma e
ilustración de espíritu. Q u ien q u iera que reú n a en sí estos
diferentes dones de la naturaleza, se com porta siem pre según
la b rújula de la utilidad pública. Esta utilidad es el principio
de todas las virtudes hum anas y el fu n d am en to de todas las
legislaciones. D eb e inspirar al legislador y forzar a los p u e­
blos a so m eterse a sus leyes; es, en fin, a este principio al
que hay q u e sacrificar todos los sentim ientos, aun el senti­
m iento de hum anidad.
El sen tim ien to de hum anidad pública es algunas | veces 81
despiadado hacia los particulares (28). C uando un velero es
sorp ren d id o p o r largas calmas y el ham bre o rd en a con voz
im periosa so rtear la víctim a d esafortunada que debe servir de
alim ento a sus com pañeros, se la degüella sin | rem ordí- 82
m ientos. El velero es el em blem a de cada nación; to do llega a
ser legítim o y hasta v irtuoso para la salvación pública.
La conclusión de lo q u e acabo de decir es que, en m ate­
ria de probidad, no es de las sociedades en que se vive de las
que se d eb e adm itir consejo, sino únicam ente del interés
público: quien lo co n su lte siem pre, nunca hará más que
acciones, o bien in m ediatam ente útiles a la sociedad, o bien
ventajosas a los particulares, sin ser perjudiciales al Estado.
A hora bien, sem ejantes acciones son siem pre útiles a éste.
El h om b re que ayuda al m érito desafortunado, da indis­
cu tiblem en te un ejem plo de beneficencia conform e con el
in terés general; paga el im puesto que la p robidad im pone a
la riqueza.
La pobreza honrada n o tiene o tro | p atrim onio que los 83
tesoros de la virtuosa opulencia.
El qu e se com porta según este p rincipio p u e d e p ro cu ­
rarse un testim onio favorable de su p robidad, p u ede p ro ­
barse q u e m erece realm en te el títu lo de h o m b re honrado.
D igo merecer: p o rq u e , p ara o b te n e r una reputación de este

23 El tem a es im portante. La ley parece q u e juzga las intenciones: p o r eso no castiga a quien
m ata a o tro accidentalm ente. Esto p erm ite creer q u e la ley juzga las «responsabilidades», es
decir, que supone ios sujetos libres y acreedores del bien y el mal. H elvétius matiza que es sólo
el interés público lo q u e defiende la ley: no juzga al hom bre, sino q u e defiende el orden social.
El soldado no es responsable d e dorm irse. D esde una moralidad abstracta, hum anista, no es
responsable y no d ebe ser castigado; desde la moralidad del interés público tam poco es réspon-
sable, pero puede y d ebe ser ejecutado: así, la sociedad genera y fortalece hábitos que la defien­
den de los peligros.

153
g én ero , no basta con ser virtuoso; es necesario, adem ás, que
nos e n co n trem o s com o los C o d ro y los R égulo, felizm ente
situados en tiem pos, circunstancias y p u estos donde nuestras
acciones p u ed an influir m ucho sobre el bien público 24. En
cualquier o tra posición, la p robidad del ciudadano, siem pre
ignorada p o r el público, no es, p o r así decir, más que una
cualidad para la sociedad particular, al uso de aquellos con
los cuales vive.
Es únicam ente p o r su talen to p o r lo que un hom bre
84 privado p u ed e hacerse | útil y recom endable a su nación.
¿Q ué im p o rta al público la probidad de un particular (29)?
Esta p ro b id ad no le es apenas de ninguna utilidad (30). Por
eso juzga a los vivos com o la p o sterid ad a los m uertos: no
se inform a de si Juvenal era m alvado; O vidio, vicioso; Aní-
85 bal, cruel; Lucrecio, im pío; H oracio, libertino; A ugusto, | di­
sim ulado, y C ésar, la m u jer de todos los m aridos: es única­
m e n te sus talentos los que juzga.
N o ta ré , resp ecto a esto, q u e la m ayor parte de aquellos
q ue se enfadan con fu ro r c o n tra los vicios dom ésticos de un
h o m b re ilustre dan pruebas m enos de su am or p o r el bien
público que de su envidia co n tra los talentos; envidia que a
m enudo lleva para ellos la m áscara de la virtud, p e ro que no
es fre c u e n tem e n te más que una envidia disfrazada, ya que,
en general, no tienen el m ism o h o rro r p o r los vicios de un
h o m b re sin m érito. Sin q u e re r hacer la apología del vicio,
¡cuánta g en te honrada ten d ría que ru b orizarse de sentim ien­
tos de los que se jacta, si se descu b riera de ellos su principio
y su bajeza!
Tal vez el público d em u estra dem asiada indiferencia por
86 la virtud; tal vez nuestros au to res son a veces | más cuidado­
sos en la corrección de sus obras q u e en la de sus costum ­
bres y tom an com o ejem p lo a A verroes 25, este filósofo que
se perm itía, se dice, bribonadas a las q u e consideraba no
solam ente com o poco dañinas, sino hasta com o útiles para su

24 H elvétius es implacable. N o sólo la virtud es puesta por el bien general sino que se escribe
con caracteres históricos. Cada m om ento exige unas cualidades, en función de la situación social.
La sociedad sólo reconoce lo q u e directam ente le es útil. C odro, en la mitología griega (hijo de
M elanto y rey d e Atenas), se sacrificó para salvar a su pueblo frente a la invasión doria del A ti­
c a Los atenienses le vengaron co n su victoria.
25 A verroes (1126-1198), nació en C órdoba, presigioso filósofo árabe. Ejerció de juez en
Sevilla y C órdoba y acabó exiliado en M arruecos p or conflictos con e l poder. Fue un brillante
com entador de A ristóteles en sus Comentarios m edios, mayores y m enores) al Corpus aristoteli-
cum. Sobre su obra, ver M. A lonso, «La cronología en las obras d e A verroes», en Miscelánea
Comillas, 1 (1943).

154
reputación: d e este m odo, decía, engañaba a sus rivales y
desviaba h ábilm ente hacia sus co stu m b res las críticas que
hubiesen hecho de sus obras; críticas q u e, sin duda, hubieran
atentado a su gloria m uy peligro sam en te.
En este capítulo h e indicado el m ed io de librarse de las
seducciones de las sociedades p articulares, de conservar una
virtud siem pre in q u eb ran tab le an te el choque de miles de
intereses particulares y d iferen tes; este m edio consiste en
pedir, en todas las gestiones, con sejo al in terés público.

| C a p í t u l o VII hv

Del espíritu con relación a las sociedades particulares

Lo que he dicho del esp íritu con relación a un solo


ho m b re, lo digo del espíritu co nsiderado en relación a las
sociedades particulares. N o rep etiré, pues, resp ecto a este
tem a el detalle fatigoso d e las mism as pruebas; m ostraré
solam ente, p o r nuevas aplicaciones del m ism o p rincipio, que
cada sociedad, com o cada particular, no estim a o no d e sp re­
cia las ideas de las dem ás sociedades más q u e p o r la conve­
niencia o la desconveniencia e n tre sus ideas y sus pasiones,
p o r su g é n e ro de espíritu y, finalm ente, p o r el rango que
ocupan en el m undo aquellos q u e co m p o n en esta sociedad.
| T rasládese a un fakir al círculo de sibaritas; este fakir 88
¿no será considerado con la piedad despreciativa que almas
sensuales y dulces tienen p o r un h o m b re q u e se pierde
placeres reales para c o rrer tras bienes im aginarios? In tro d ú z­
case a un co n q u istad o r en el retiro de los filósofos; ¿quién
du d a de q u e tratará de frivolidades sus especulaciones más
profundas; que los considerará con el d esprecio q u e un alma,
qu e se dice g ran d e, tiene p o r las almas q u e cree pequeñas y
que la p o ten cia tien e p o r la debilidad? P ero trasládese, a su
vez, a este con q u istad o r al p ó rtico 26: «O rgulloso, le dirá el
estoico ultrajado, tú quien desprecias almas más altas que la

26 El Pórtico o Stoa era el lugar d o n d e enseñaba Z en ó n de C itio 300 a. C .), fundador de la


escuela filosófica estoica.

155
tuya, ap ren d e que el o b je to d e tus deseos es aquí el de
nuestros desprecios; q u e nada parece grande sobre la tierra a
89 qu ien la contem pla desde un | p u n to de vista elevado». En
un bosque antiguo, es desde el pie de los cedros, d o n d e se
sienta el viajero, desde donde su cima parece tocar los cielos;
desde lo alto de las nubes, donde planea el águila, los altos
oquedales rep tan com o el brezo y no ofrecen a la m irada del
rey de los aires más q u e una alfom bra de v erdura desplegada
sobre las planicies. Es así com o el orgullo h erido del estoico
se vengará del desprecio del am bicioso y com o, en general,
se tratarán todos aquellos q u e estén anim ados p o r pasiones
diferentes.
Si una m u jer joven, bella y galante, tal com o la historia
nos describe a la célebre C leopatra quien, p o r la m ultiplici­
dad de sus bellezas, los encantos de su espíritu, la variedad
de sus caricias, hacía disfrutar cada día a su am ante de las
delicias de la in co n stan cia11, y cuyo p rim er goce no era,
90 dice Echard, más que un | p rim e r favor; si una m u je r com o
ésta se encontrara en la asam blea de estas gazm oñas cuya
vejez y fealdad asegura su castidad, se despreciarían sus
encantos y sus talentos. Protegidas de la seducción bajo la
égida de la fealdad, estas gazm oñas no sienten cuán hala­
güeña es la em briaguez de un am ante; con qué pena, cuando
se es bella, se resiste al deseo de revelar a un am ante el
secreto de mil encantos ocultos; darían, pues, rienda suelta a
su fu ro r contra esta bella m u je r y p ondrían sus debilidades
en tre los m ayores crím enes.
P ero si una de estas gazm oñas se presen tara, a su vez, en
un círculo de coquetas, sería tratada sin ninguno de los
m iram ientos que la juventud y la belleza d e b en a la vejez y
la fealdad. Para vengarse de su gazm oñería, se le diría que la
91 bella q u e cede al am or y la fea | q u e le resiste, no hacen
am bas más que obed ecer al m ism o principio de vanidad; que,
en un am ante, una de ellas busca un adm irador de sus
atractivos, m ientras la otra reh u y e a un d elato r de su falta de
atractivos; y que, anim adas am bas p o r el m ism o m otivo,
en tre la gazm oña y la m u je r galante no hay más diferencia
que la de la belleza.
H e aquí cóm o las diferen tes pasiones se insultan recípro-

27 Las «delicias de la inconstancia» d ebe en ten d erse en el marco de la teoría del placer de
H elvétius, según la cual la constancia de una sensación agradable deviene dolor.

156
cam ente; y p o r q u é el glorioso, que desconoce el m érito de
un hom b re de condición m ediocre, que lo desprecia y q u e ­
rría verlo arrastrarse a sus pies, es a su vez d esdeñado por la
g en te esclarecida. Insensato, le dirían de b uen grado, hom bre
sin m érito y hasta sin orgullo, ¿por qué te aplaudes? ¿Por los
h o n o res q u e se te rinden? P e ro no es a tu m érito, sino a tu
fasto y a tu potencia a lo q u e se rin d e hom enaje. N o eres
nada | po r ti mismo; si brillas es p o r el resp lan d o r que refle- 92
ja sobre ti el favor del soberano. M ira estos vapores que
se elevan del fango d e las ciénagas: sostenidas en los aires, se
transform an en nubes resplandecientes, brillan com o tú, p ero
con un resp lan d o r to m ad o del Sol; en cuanto el astro se
p o n e, desaparece el resp lan d o r de la nube.
Si pasiones contrarias excitan el d esp recio respectivo de
aquellos a quienes anim an, dem asiada oposición en los espíri­
tus pro d u ce más o m enos el m ism o efecto.
O bligados, com o ya lo p ro b é en el capítulo IV, a no
percibir en los dem ás, más q u e las ideas análogas a las
nuestras, ¿cóm o adm irar un g én ero de espíritu dem asiado
d iferen te del nuestro? Ya q u e sólo el estu d io de una ciencia
o de un arte nos hace p ercibir en ellos una infinidad de
bellezas y de dificultades, q u e | ignoraríam os sin este estudio, 93
sólo para la ciencia y el arte que cultivam os tenem os necesa­
riam ente más de esta estim a que llam o sentida.
N u estra estim a p o r las dem ás artes y ciencias es siem pre
en p ro p o rció n a la relación más o m enos estrecha que hay
e n tre éstas y la ciencia o el arte al q u e nos dedicam os. H e
aquí p o r qué el g eó m etra tiene más estim a p o r el físico que
p o r el poeta, quien a su vez debe co n ced er más estim a al
o ra d o r q u e al g eóm etra.
Con la m e jo r fe del m u n d o se ve a h o m b res ilustres en
géneros diferen tes hacerse m uy poco caso unos a otros. Para
convencernos d e la realidad del d esprecio, siem pre recíproco
p o r su p arte (puesto que n o hay deu d a más fielm ente j pa- 94
gada que el desprecio), p restem o s el oído a los discursos que
se les escapan a la g e n te de espíritu.
Sem ejantes a los charlatanes de feria 28 esparcidos en una
plaza pública, cada u n o d e ellos llama a los adm iradores
en to rn o a él y cree ser el único en m erecerlos. El novelista
se persuade de q u e es su g é n e ro de o b ra la que supone más

28 En el original, «vendeurs d e M ithridate».

157
invención y delicadeza de espíritu; el m etafísico se ve com o
la fu en te de la evidencia y el co nfidente de la naturaleza:
Sólo yo, dice, p u e d o generalizar las ideas y descu b rir el
g erm en de los acontecim ientos que se desarrollan cotidiana­
m en te en el m u n d o físico y m oral; y es sólo p o r mí que el
hom b re p u ed e ser esclarecido. El poeta, que considera a los
m etafísicos com o locos serios, les asegura que si buscan la
95 verdad en los pozos d o n d e se ha retirad o , | no tienen, para
extraerla, más que el cubo d e las danaides 29; que los descu­
brim ientos del espíritu del m etafísico son dudosos, pero que
los encantos del suyo son seguros.
P or tales discursos estos tres h om bres se probarían recí­
p ro cam en te el p oco caso que hacen unos a otros; y si, en
sem ejante discusión, tom asen a un político com o árbitro:
A p ren d ed , les diría a todos, que las ciencias y las artes no
son más que bagatelas serias y frivolidades difíciles. Puede
uno dedicarse a ellas en la infancia para dar más ejercicio a
su espíritu, p ero es únicam ente el conocim iento de los inte­
reses de los pueblos lo que debe ocupar la cabeza de un
ho m b re hecho y sensato; cualquier o tro o b je to es p eq u eñ o y
to d o lo que es p eq u e ñ o es despreciable. D e donde concluiría
que sólo él es digno de adm iración universal.
96 | A hora bien, para term inar este artículo con un últim o
ejem plo, supongam os que un físico prestase oído a la ante­
rior conclusión. T e equivocas, resp o n d ería al político. Si
no se m ide la grandeza d e espíritu más que por el tam año de
los o b jeto s que considera, sólo a mí se m e d eb e estimar.
U no solo de mis descubrim ientos cam bia los intereses de los
pueblos. Im anto una aguja, la pongo dentro de una brújula y
A m érica se descubre; se exploran sus m inas, mil buques
cargados de o ro atraviesan los m ares, atracan en E uropa y la
faz del m undo político ha cam biado. S iem pre ocupado en
grandes o b jetos, si m edito en el silencio y la soledad no es
para estudiar las pequeñas revoluciones de los gobiernos,
sino las del universo; no es para p e n e tra r en los frívolos
97 secretos de | corte, sino los de la naturaleza. D escubro cóm o
los m ares han form ado las m ontañas y se han extendido
sobre la tierra; m ido tan to la fuerza que m ueve los astros
com o la extensión de los círculos lum inosos que describen en

29 Referencia al m ito d e las D anaides condenadas a llenar de agua una tinaia sin fondo. El
cubo era un instrum ento inútil...

158
el azul del cielo; calculo su masa, la com paro con la de la
tierra y m e ru b o rizo p o r la p eq uenez del globo terráqueo.
A hora bien, si tengo tanta vergüenza de la colm ena, im agí­
nate el desprecio que tengo p o r el insecto que la habita: el
m ayor legislador no es a m is o jo s más que el rey de las
abejas.
H e aquí p o r qué razonam ientos cada cual se p ru eb a a sí
m ism o q u e es el p o se e d o r del g é n e ro de espíritu más e s ti- '
m able; y cóm o, excitados p o r el d eseo de pro b arlo a los
dem ás, la g en te de espíritu se desprecia recíp ro cam ente, sin
darse cuenta de q u e cada uno de ellos, envuelto en el des­
precio q u e | inspira p o r sus sem ejantes, llega a ser el ju g u ete 98
y el h azm erreír d e este m ism o público p o r el cual d ebía ser
adm irado.
P o r lo dem ás, en vano se q u erría dism inuir el prejuicio
favorable q u e cada cual tiene p o r su espíritu. Es o b je to de
burla el floricultor, inm óvil al lado de un arriate de tulipanes,
que m antiene su m irada siem pre fija en sus cálices y no ve
nada más adm irable sobre la tierra q u e la delicadeza y la
m ezcla de colores con el qu e, p o r su cuidado, ha forzado a la
naturaleza a pintarlas. Cada cual es ese floricultor: si éste no
m ide el espíritu de los h om bres más que según el conoci­
m iento q u e tien en de las flores, n osotros tam bién m edim os
nuestra estim a p o r ellos sólo según la conform idad de sus
ideas con las nuestras.
N u e stra estim a es tan d ep e n d ie n te de esta conform idad
de ideas, que nadie puede examinarse con |atención sin darse 99
cuenta de q u e si en todos los instantes del día no estim a al
m ism o ho m b re precisam ente con el m ism o grado, es siem pre
a algunas de estas consideraciones, inevitables en el com er­
cio íntim o y cotidiano, que d eb e atribuir la p e rp etu a varia­
ción del te rm ó m e tro de su estim a: p o r eso, todo hom bre
cuyas ideas no son análogas a las de su sociedad es siem pre
despreciado p o r ella.
El filósofo q u e viva con p etim etres será el im bécil y el
h azm erreír d e su sociedad; se verá im itado p o r el p e o r bu­
fón, cuyas pullas má-r insulsas pasarán p o r excelentes- pala­
bras, p u esto q u e el éxito de las brom as d ep en d e m enos de la
finura del espíritu de su au to r que de su cuidado en no
ridiculizar más q u e las ideas desagradables para su sociedad.
Pasa con las | brom as lo m ism o que con las obras de partido: 100
son siem pre adm iradas p o r la cábala.

159
El desprecio inju sto de las sociedades particulares en tre sí
es, com o el desprecio d e individuo a individuo, únicam ente
efecto de la ignorancia y del orgullo: orgullo sin du d a con d e­
nable, p ero necesario e in h e re n te a la naturaleza. El orgullo es
el g erm en de tantas virtudes y de talentos que no hay que
esperar ni d estruirlo, ni siquiera in te n ta r debilitarlo, sino so­
lam ente dirigirlo hacia cosas honradas. Si m e burlo aquí del
orgullo, no lo hago sin duda más que p o r o tro orgullo, tal vez
m ejo r en ten d id o q u e el suyo en este caso particular, más
conform e al in terés general; p o rq u e la corrección de nuestros
juicios y de nuestras acciones nunca es más q u e la confluencia
101 | feliz de nuestro in terés y del in terés público (31).
Si la estim a que las diversas sociedades tienen p o r ciertos
sentim ientos y ciertas ciencias es d ife re n te según la diversi­
dad de las pasiones y del g é n ero de espíritu de aquellos que
las com ponen, ¿quién d uda de que la diferencia en tre las
102 condiciones | de los h om bres no produzca más o m enos el
m ism o efecto y q u e ideas agradables para g ente de cierto
rango sean aburridas para h o m b res de o tro status?
Si un ho m b re de g u erra y un negociante disertan ante
hom bres de toga, el uno sobre el arte de sitiar, sobre cam­
pamentos y maniobras militares, el o tro sobre el comercio
de añil, de la seda, del azúcar y del cacao, serán escuchados
con m enos placer y avidez que el hom bre que, más al tanto de
las intrigas de palacio, de las prerrogativas de la m agistratura
y de la m anera de dirigir un asunto, les habla de todos los
o b jeto s que el g én ero de su espíritu o de su vanidad hace
más particularm ente interesantes p ara ellos.
En general, se desprecia el esp íritu en un hom bre de
103 un status inferior | al de uno. P or m ucho m érito que tenga un
burgués, será siem pre despreciado p o r un alto dignatario, si
éste es estúpido; «aunque no haya, dice D om at, más que una
distinción civil e n tre el burgués y el noble y una distinción
natural e n tre el hom bre de espíritu y el noble estúpido».
Es, pues, siem pre el in terés personal, m odificado según la
diferencia de nuestras necesidades, nuestras pasiones, nues­
tro g é n e ro de espíritu y nuestras condiciones, lo que, com bi­
nándose en las diversas sociedades en núm ero infinito de
m aneras, p ro d u ce la so rp ren d en te diversidad de opiniones.
Es, p o r consiguiente, a esta variedad de intereses a lo que
cada sociedad d eb e su tono, su m anera particular de juzgar y
su gran espíritu, del que g u stosam ente haría un dios si el

160
tem o r | p o r ios juicios del público no se o pusiera a esta 104
apoteosis.
H e ahí p o r q u é cada cual en cu en tra lo q u e le conviene.
P o r eso, no hay estúpido, si p o n e cierto cuidado en la
elección de su círculo social, q u e no p u ed a te n e r una vida
tranquila en m edio de un concierto de halagos p o r parte de
adm iradores sinceros; p o r lo m ism o, no hay hom b re de espí­
ritu que circule p o r d iferen tes am b ien tes sin q u e se vea
tratado sucesivam ente de loco, sabio, agradable, aburrido,
estúpido e ingenioso.
La conclusión general d e lo que acabo de decir es que el
interés personal, en cada sociedad, es el único canon del
m érito de las cosas y de las personas. Sólo m e queda por
m ostrar p o r qué los h o m b res más unánim am ente agasajados
y buscados p o r sociedades p articulares, | com o la alta socie- 105
dad, no son siem pre los m ás estim ados p o r el público.

C a p í t u l o VIII

De la diferencia entre los juicios del público


y los de las sociedades particulares

Para descu b rir la causa de los juicios diferen tes que em i­


te n sobre la m ism a g en te el público y las sociedades particu­
lares, hay que observar q u e una nación no es más que el
c o n ju n to de los ciudadanos q u e la com ponen; que el interés
de cada ciudadano está siem pre, p o r algún lazo, atado al
interés público; que, sem ejan te a los astros, que colgados en
los desierto s del espacio son m ovidos p o r dos m ovim ientos
| principales de los q u e el p rim e ro , más len to (32), les es 106
com ún con to d o el universo y el segundo, más rápido, les es
particular 30, cada sociedad es m ovida de este m o d o p o r dos
d iferentes especies d e interés.

30 Parece referirse a la teoría d e «epiciclos» y «deferente».


El deferente era el círculo imaginario del cual se sirvieron los antiguos astrónom os para dar
una explicación a los movimientos aparentes de los planetas. El sistema astronóm ico en que se
incluía este elem ento era g eocéntrico, es decir, consideraba a nuestro planeta com o el centro del
U niverso.
En los sistemas planetarios antiguos el epiciclo era la órbita circular q u e se suponía describían
los planetas, y cuyo cen tro giraba en to rn o a la Tierra.

161
El p rim ero, más débil, les es com ún con la sociedad
general, es decir con la nación; y el segundo, más p o te n te les
es absolutam ente particular.
C o n secu en tem en te con estas dos clases de interés, exis­
te n dos clases de ideas que p u ed en gustar a las sociedades
particulares.
U na, en una relación más inm ediata al interés público,
tiene com o o b je to el com ercio, la política, la guerra, la
legislación, las ciencias y las artes: esta especie de ideas
107 interesantes para | cada uno de ellos en particular es, en
consecuencia, la más g en eralm en te, aunque tam bién la más
d éb ilm en te, estim ada p o r la m ayor parte de los círculos
sociales. D igo la m ayor parte, p o rq u e hay sociedades, como
las sociedades académ icas, para las cuales las ideas más gene­
ralm ente útiles son las ideas más p articularm ente agradables
y cuyo in terés personal se encuentra, p o r este m edio, con­
fundido con el in terés público.
La o tra especie de ideas tiene relaciones más inmediatas
con el in terés particular de cada sociedad, es decir, con sus
gustos, odios, proyectos y placeres. Más in teresante y más
agradable, p o r esta razón, un círculo social concreto, es en
general b astante indiferen te al público.
U na vez adm itida esta distinción, q uienquiera que ad­
quiera un núm ero muy grande de ideas de esta últim a espe-
108 cié, es decir, | de ideas particularm ente interesantes para los
am bientes sociales en q u e vive, d eb e ser considerado en
ellos com o de m ucho ingenio; p ero si este hom bre se p re ­
senta al público ya sea en una obra, ya sea en un alto cargo,
no le p arecerá a m en u d o más que un hom bre m ediocre. Es
una voz encantadora en un salón, p ero dem asiado débil para
el teatro.
Si un h o m b re, p o r el contrario, no se ocupa más que de
ideas g en eralm en te interesan tes, será m enos agradable a los
círculos en q u e vive; hasta parecerá algunas veces pesado y
desplazado; p ero si se ofrece al público, ya sea en una obra,
ya sea en un alto cargo, brillando entonces de genio, m ere­
cerá el título de ho m b re superior. Es un coloso m onstruoso
y hasta desagradable en el taller del escultor, p ero , situado
109 | en la plaza pública, llega a ser la adm iración de los ciuda­
danos.

162
A hora bien, ¿por qué no se reú n en en uno las ideas de
una y otra clase y no se o b tie n e a la vez la estim a del pueblo
y de la g en te de la alta sociedad? 3I.
Para gustar en el gran m u n d o 32, no hay q u e profundizar
en ninguna m ateria, sino re v o lo tear in cesantem ente de tem a
en tem a; hay q u e te n e r conocim ientos m uy variados y, p o r
tanto, superficiales; saber de todo, sin p e rd e r tiem po en
saber p erfectam en te una cosa y dar, p o r consiguiente, al
espíritu más superficie q u e profundidad.
| A hora bien, el público no tiene ningún interés en 110
estim ar a hom bres superficialm ente universales: puede ser
que incluso no les rinda justicia en absoluto y q u e jamás se
tom e el trabajo de tom ar la m edida de un esp íritu repartido
en dem asiados g én ero s d iferentes.
Interesad o s, únicam ente, en estim ar a aquellos que llegan
a ser sup erio res en un g é n e ro y que hacen avanzar en este
aspecto al esp íritu hum ano, el público d eb e hacer poco caso
al espíritu del gran m undo.
Es necesario, entonces, para o b te n e r la estim a general,
dar al espíritu más p rofundidad que superficie y concentrar,
p o r así decir, en un solo p u n to , com o en el foco de un cristal
ardiente, to d o el calor y los rayos de su espíritu. ¿P ero cóm o
rep artirse e n tre esto s d os g é n ero s de estu d io , ya que la vida
que hay que llevar para seg u ir uno u o tro es e n teram en te
| diferente? N o se p u e d e te n e r, pues, más que una de estas 111
especies de espíritu, excluyendo la otra.
Para adquirir ideas in teresan tes para el público es necesa­
rio, com o lo com probaré en los capítulos siguientes, m editar
en el silencio y la soledad; p o r el contrario, es necesario,
para p resen tar a las sociedades particulares las ideas más

31 A quí hemos traducido «nation» p o r «pueblo», pues H elvétius contrasta «le grand
m onde», es decir, la «alta sociedad», la élite distribuida en salones, «coteries», sociedades...
O tras veces, «nation» viene a ser «Estado», o «tribu». Del mismo m odo, estamos traduciendo
«société» po r «círculo social», por «am biente», etc., ya que H elvétius se refiere a «sociedades
particulares»; pero, a veces, elim ina «particular», incluso da la im presión de que lo que nosotros
llamamos «sociedad» es la «nación» de H elvétius, quien reserva el térm ino «société» para las
asociaciones, organizaciones, grem ios, tertulias, etc. Pero tam poco esto es siem pre así. Hay,
pues, mucha ambigüedad en estos conceptos y nuestra traducción tom a p o r norm a captar el
sentido concreto, de ahí la variedad d e térm inos q u e usamos para v e rte r una misma palabra
francesa.
32 H elvétius contrapone «(grand) m onde» a «public». Podría entenderse como contraposi­
ción «alta sociedad» «pueblo». P e ro n o s da la im presión de q u e aquí H elvétius está pensando
e n el hom bre de letras y contrastando cóm o un ho m b re culto, respetado en «el gran m undo» de
las artes y las letras, en el «m undillo del saber», diríam os nosotros, no tiene éxito ante el
«público» (lector, espectador...) q u e m ide el genio, q u e sólo adm ira a quienes destacan en
profundidad, no en extensión... Así lo hem os hecho y hem os m antenido la contraposición «gran
m undo» «público». Al final d el capítulo, H elvétius aclara un poco las cosas, com o podrá verse.

163
agradables para ellas, arro jarse absolutam ente en el to rb e ­
llino del m undo. A hora bien, no se p u ed e vivir en él sin
llenarse la cabeza de ideas falsas y pueriles; digo falsas,
po rq u e to d o h o m b re que no conoce más q ue un m odo de
pensar considera necesariam ente su sociedad com o el uni­
verso p o r excelencia; debe im itar a las naciones en el d esp re­
cio recíproco que tienen p o r sus costum bres, su religión y
hasta sus vestim entas diferen tes; en co n trar ridículo todo lo
112 que contradice | las ideas de su sociedad y caer, p o r consi­
g u ien te, en lós erro res más groseros. Q u ien q u iera que se
ocupe fu e rte m e n te de los p eq u eñ o s in tereses de las socieda­
des particulares debe necesariam ente conced er dem asiada es­
tim a e im portancia a estas sandeces.
A h o ra bien, ¿quién p u ed e jactarse de escapar, a este
respecto, a las tram pas del am or p ro p io , si no hay procura­
d o r en su estudio, consejero en su cámara, m ercader en su
establecim iento, oficial en su guarnición, que no im agine el
universo ocupado p o r lo q u e le in teresa (33)?
113 | Cada cual p u ed e aplicarse este cuento de la m adre
Jesús, quien , testiga de una disputa en tre la discreta 33 y la
114 su periora | preg u n ta al p rim ero q u e en c u e n tra en el locuto­
rio: «¿Sabéis que la m adre Cecilia y la m adre T eresa acaban
de enfadarse? ¿P ero os sorprendéis? ¡Qué! ¿D e verdad igno­
ráis su pelea? ¿D e d ó n d e venís pues?» Som os todos más o
m enos la m adre Jesús: de lo que nuestra sociedad se ocupa
es de lo q u e todos los h om bres deb en ocuparse; lo que ella
piensa, cree y dice es el universo e n te ro quien lo piensa,
cree y dice.
¿C óm o un cortesano que vive en un m undo en el que no
115 se | habla más que de cábalas, intrigas de co rte, de aquellos
que caen en gracia o en desgracia y q u e en el extenso círculo
de sus sociedades no ve a nadie q u e no esté más o m enos
afectado p o r las m ism as ideas; cóm o, digo, e ste co rtesano no
iba a convencerse de que las intrigas de la corte son para el
espíritu hum ano los o b jeto s m ás dignos de m editación y los
más g en eralm en te interesantes? ¿P uede im aginar que, en la
tien d a más cercana a su hotel, no se conoce ni a él ni a todos
aquellos de los q u e habla; q u e no se sospecha ni siquiera la

33 En el original, «discréte». H elvétius d ebe referirse a las legas de un convento. D ebe ser
term inología de la época. Posiblem ente viene de «discretum », es decir, separadas, que expresa
la distinción en el convento.

164
existencia de las cosas que lo ocupan tan vivam ente; que en
un rincó n de su desván se aloja un filósofo, al cual las
intrigas y las cabalas que fo rm a un am bicioso para hacerse
engalanar con todas las bandas de E u ro p a p arecen tan p u eri­
les y m en o s | sensatas q u e un com p lo t de escolares para sus- 116
tra e r una caja d e caram elos, y para qu ien , p o r fin, los am bicio­
sos no son más q u e viejos niños q u e no creen serlo?
U n co rtesano no adivinará jamás la existencia de sem e­
jantes ideas. Si llegara a sospecharla, sería com o aquel rey
del Pegú quien, habiendo p reg u n tad o a algunos venecianos
el n o m b re de su soberano y habiendo éstos respondido que
no eran g o b ern ad o s p o r reyes, en c o n tró esta respuesta tan
ridicula que se reto rció de risa.
Es verdad que, en general, los grandes no están sujetos a
sem ejantes sospechas; cada uno de ellos cree ocupar un gran
espacio sob re la tierra y se im agina que no hay más que un
m odo de pen sar que deba ser ley e n tre los hom bres y que
este m od o de p en sar está con ten id o en su m edio social. Si
d e vez en | cuando se oye d e c ir q u e hay o piniones d iferentes 117
a las suyas, no las p ercib e, p o r así decir, más que en una
lejanía confusa; las cree todas confinadas en la cabeza de un
muy p e q u e ñ o n ú m ero de insensatos; es, a este respecto, tan
loco com o aquel geógrafo chino qu e, lleno de orgulloso
am or por su patria, d ib u jó un m apam undi cuya superficie
estaba casi e n teram en te cu b ierta p o r el Im p erio C hino, en
los confines del cual apenas podían percib irse Asia, Africa,
E uropa y A m érica. C ada u n o es to d o en el universo; los
dem ás no son nada.
Se ve, pues, q u e forzado a agradar a las sociedades parti­
culares, a in troducirse en el m undo, ocuparse de pequeños
intereses y adoptar mil prejuicios, d eb e in sensiblem ente car­
garse la cabeza con una | infinidad de ideas absurdas y ridícu- 118
las para el público.
P or lo dem ás, estoy co n te n to de ad v ertir que no en ­
tiendo aquí p o r g en te del m undo, únicam ente a la g ente de
la corte: los T u re n n e , los R ichelieu, los Luxem bourg, los La
R ochefoucauld, los R etz y m uchos otros h om bres de su espe­
cie p ru eb an q u e la frivolidad no es necesariam ente patrim o­
nio de un rango elevado; y que sólo se d eb e e n ten d er p o r
h om bres de m undo todos aquellos que no viven más que en
su torbellino.
Son éstos los q u e el p úblico, con tanta razón, considera

165
com o g ente absolutam ente vacía de sen tid o ; ap ortaré com o
p ru eb a de ello sus p reten sio n es locas y exclusivas sobre el
buen to n o y el estilo refinado 34. H e elegido estas p re te n sio ­
nes com o ejem plos, sob re tod o , p o rq u e la g en te joven, enga-
119 ñada p o r [ la jerga del gran m undo, tom an dem asiado a m e ­
nudo su cháchara p o r espíritu y el sen tid o com ún p o r n ece­
dad.

C a p ít u l o IX

Del buen tono y del estilo refinado

En toda sociedad dividida re sp e c to al interés y al gusto


sus m iem bros se acusan e n tre sí de mal tono; el de la g e n te
joven disgusta a los viejos, el del h o m b re apasionado, al
h o m b re frío, y el del cenobita, al h o m b re de m undo.
Si se en tie n d e p o r buen to n o el apropiado para gustar
igualm ente en to d a sociedad, en este sen tid o no hay hom bre
de b uen tono. Para serlo, habría que te n e r todos los conoci­
m ientos, tod o s los g én ero s d e espíritu y tal vez todas las
120 jergas d iferentes; | su p u esto im posible de realizar. N o se
p u ed e, pues, e n te n d e r p o r las palabras b u en to n o más que el
g é n e ro de conversación cuyas ideas y m o do de expresión
agrada más a la g ente. A hora bien, el b uen tono, definido de
este m odo, no p erten ece a ninguna clase de hom bres en
particular, sino ú nicam ente a aquellos que se ocupan de ideas
grandes y que, siendo extraídas de las artes y d e las ciencias

34 En el original, «bon ton» y «bel usage». H em os o p tado por la traducción de «buen


tono» y «estilo refinado». La traducción con conceptos más usuales no es fácil. Por «buen
tono», Helvétius designa la educación, p ero no tanto en contenido inform ativo cuanto en
adecuación social (no desentonar) y e n expresión de la misma. Se trata de ese arte de «savoir
faire», de bien decir, d e cortesía, d e urbanidad, es decir, de todo ese abanico que va de la
«politesse» al cum plim iento del cerem onial, o sea, d e esa estética de la form a — pues el
contenido siem pre es soportado en la m edida en q u e respete las formas, que siem pre son
atem perantes— q u e dom inó el X V III parisino y que no tuvo o tro enem igo que la grosería y la
insolencia. H em os, pues, traducido p o r «buen tono», aun sabiendo q ue no es un térm ino de
uso habitual, p ero con la idea d e que describe m ejo r el carácter «formal» de «bon ton» que
otros conceptos como «educación». A lgo parecido pasa con «bel usage». Podríam os decir que
«ton» es en el decir lo q u e «usage» en el gesto, en el vestir, en lo visual. O sea, se refiere a la
expresión de las costum bres más que al contenido de las mismas. «Ton» y «usage» son los dos
niveles de la expresión cortesana q u e, si b ien dicen de unos contenidos, dan más relevancia a la
expresión.

166
tales com o la m etafísica, la guerra, la m oral, el com ercio, la
política, p resen tan siem pre al esp íritu o b jeto s interesantes
para la hum anidad. E ste g é n e ro de conversación, $in duda
alguna el más g en eralm en te in teresan te, no es, com o ya lo he
dicho, el más agradable para cada sociedad en particular.
Cada una de ellas co nsidera su to n o com o su p erio r al de la
g en te de espíritu; y el de la g en te de espíritu sim plem ente
com o su p erio r a toda especie de tono.
| Las sociedades son, a este resp ecto , com o los campesi- 121
nos de diversas provincias, q u e hablan de m e jo r grado el
dialecto de su región q u e la lengua de su nación, p e ro que
p refieren la lengua nacional al dialecto de las dem ás provin­
cias. El buen to n o es aqu el q u e cada sociedad considera
com o el m e jo r después del suyo; y este to n o es el de la
g en te de espíritu.
R eco n o ceré, sin em bargo, a favor de la alta sociedad que
si fuera necesario elegir e n tre las diferen tes clases de hom ­
bres una al to n o de la cual se d eb iera dar preferencia, ésta
sería indiscu tib lem en te la de la g en te de la corte: no es que
un burgués no tenga tantas ideas com o un h o m b re del gran
m undo; am bos, si se m e p erm ite la expresión, hablan a
m en u d o en el vacío y no tien en tal vez en m ateria de ideas
ninguna v en taja uno sobre o tro ; p ero aquél, p o r la posición
en la que se en cu en tra, se ocupa | de ideas g en eralm ente más 122
interesantes.
En efecto, si las costum bres, las inclinaciones, los p re ju i­
cios y el carácter de los reyes tien en m ucha influencia sobre
la felicidad o la infelicidad pública, si to d o conocim iento a
este resp ecto es in teresan te, la conversación de un hom bre
vinculado a la co rte, que no p u ed e hablar de lo que le
preocupa sin hablar a m en u d o de sus am os, es necesaria­
m en te m enos insípido q u e la del burgués. P or o tra parte, la
g en te de la alta sociedad, al estar en general muy p o r encim a
de las necesidades y al no te n e r nada que satisfacer más que
su placer, es tam bién seguro que su conversación debe, a
este resp ecto , aprovechar las ventajas de su situación: lo que
hace, en general, a las m u je re s de la co rte tan superiores a
las dem ás m u jeres en espíritu y en | encantos; p o r ello la clase 123
d e m u jeres de espítu está com p u esta casi sólo p o r m u jeres del
gran m undo.
P ero si bien el to n o de la co rte es superio r al de la
burguesía, com o los nobles no siem pre tienen para contar

167
anécdotas curiosas sobre la vida de los reyes, su conversación
deb e habitualm ente versar sobre las prerrogativas de sus
cargos, su nacim iento, sus aventuras galantes y sobre las
ridiculeces dichas o contestadas en una cena: ahora bien,
sem ejantes conversaciones d e b en ser insípidas para la m ayor
parte de las sociedades.
La g en te de la alta sociedad, con respecto a sí mismas, se
com portan com o la g en te m uy ocupada en un oficio: hace de
ello el único y p e rp e tu o tem a de conversación; en consecuen-
1 24 cia, se la tacha de mal tono, Jporque es siem pre con una pala­
bra de desprecio com o un im p o rtu n ad o se venga de un im por­
tuno.
Se m e resp o n d erá, tal vez, q u e nunca se acusa a la gente
de la alta sociedad de mal tono. Si la m ayor parte de los
am bientes sociales se callan a este respecto, es porque el
nacim iento y las dignidades les im ponen resp eto, les im piden
m anifestar sus sentim ientos y, a m enudo, confesárselos a sí
mism os. Para convencerse de ello, interro g ú ese sobre este
tem a a un ho m b re con sentido com ún: el tono del gran
m un d o , dirá, no es m uy a m enudo más que una guasa ridi­
cula. Este to n o em pleado en la co rte fue sin duda in tro d u ­
cido p o r algún intrigante qu e, para ocultar sus tejem anejes,
q u ería hablar sin decir nada. Engañados p o r esta guasa, los
que lo siguieron, sin ten er nada que esconder, tom aron la
125 jerga de éste y creyeron decir | algo cuando pronunciaban
palabras bastante arm oniosam ente ordenadas. La g ente de
altos cargos, para apartar a los nobles de los asuntos serios y
hacerlos incapaces de ellos, aplaudieron este tono, perm itie­
ron q u e se llam ara espíritu y fuero n los prim eros en darle
este nom bre. P ero p o r m ucho elogio que se haga d e esta
jerga, si para apreciar el m érito de la m ayor parte de estas
herm osas palabras tan adm iradas en buena com pañía se las
trad u jera a otra lengua, la traducción disiparía su prestigio y
la m ayor p arte de ellas se encontrarían vacías de sentido. Es
p o r eso que m uchos, añadiría, sienten p o r lo que se llama
la g e n te brillante un asco m uy m arcado y se rep iten a m e­
nudo estos versos de la comedia:
C uando el buen tono aparece, el sentido común desaparece.
12 6 El v erd ad ero buen to n o es, pues, el de la | gente de
espíritu de cualquier condición que sea.
A lguno dirá que p re te n d o q u e la g en te de m undo, ape­
gada a ideas dem asiado pequeñas, sea a este respecto inferior

168
a la gen te de espíritu: ésta es, p o r lo m enos, su perior a
aquélla en la m anera de expresar sus ideas. Su p retensión, a
este respecto, parece in d iscu tib lem en te m ejo r fundada. A u n ­
que las palabras en sí mism as no sean ni nobles ni bajas y si
bien en un país d o n d e el p u eb lo es respetado, com o en
Inglaterra, no se hace ni se debe hacer esta distinción, en un
Estado m onárquico, donde no se tiene ninguna consideración
p o r el p ueblo, es seguro que las palabras d eb en tom ar una u
o tra de estas denom inaciones, según sean em pleadas o recha­
zadas po r la corte, q u e la expresión de la g en te del gran
m undo d eb e siem pre ser elegante: | de h echo lo es. P ero com o 127
la m ayor p arte de los cortesanos no se dedica más que a
m aterias frívolas, el diccionario de la lengua noble es por
esta razón m uy corto y no basta para el g én ero de la novela,
en el cual la g en te del gran m undo q u e quisiera escribir se
encontraría a m enudo muy in ferio r a la g en te de letras (34).
| R especto a los tem as que se consideran serios y que 128
están vinculados con las artes y la filosofía, la experiencia nos
enseña que sobre tales tem as la g ente de la nobleza apenas
p u ed e balbucir sus pensam ien to s (35): de donde resulta que,
en cuanto a la expresión, no tiene ninguna superioridad
sobre la g e n te de espíritu y q u e tam poco la tiene respecto al
com ún de los hom bres más q u e en m aterias frívolas a las que
se han dedicado m ucho y en las cuales se han ejercitado y,
p o r así decir, han hecho un arte particular; superioridad | que 129
no está todavía bien constatada y que casi todo los hom bres
exageran a causa del re sp e to m ecánico que tienen p o r el
nacim iento y por los títulos.
P o r lo dem ás, p o r m uy ridicula q u e sea la p reten sió n
exclusiva de la alta sociedad al b uen to n o , esta ridiculez es
m enos una ridiculez específica de su estado que genérica de
la hum anidad. ¿C óm o no habría d e p ersu ad ir el orgullo a los
grandes de q u e ellos y la g e n te de su especie está d otada del
espíritu más apropiado p ara agradar en la conversación, p u esto
que este m ism o orgullo ha persuadido a todos los hom bres
en general d e que la naturaleza no había en cen d ido el Sol
más que para fecundar en el espacio este p eq u eño punto
llam ado T ierra y q u e no había sem brado el firm am ento de
estrellas más que para esclarecerla p o r las noches?
| Se es vano, despreciativo y, p o r consiguiente, in ju sto 1 30
todas las veces q u e se p u ed e serlo im p u n em en te. Por eso
todo h om b re se im agina q u e sobre la tierra no hay parte del

169
m u n d o , en dicha p a rte del m u n d o nación, en la nación p ro ­
vincia, en la provincia ciudad, en la ciudad círculo social
com parable al suyo; se cree, adem ás, el m ayor h o m b re de su
sociedad y, de vez en cuando, se so rp ren d e reconociéndose
com o el p rim e r h o m b re del universo (36). P o r ello, p o r
locas q u e sean las p reten sio n es exclusivas al buen tono y p o r
ridicula q u e parezca al público en este tem a la g e n te de
131 la a lta , sociedad, esta ridiculez siem p re será p erd o n a d a ante
la indulgente y sana filosofía q u e d eb e, aun a este resp ec­
to, ahorrarles la am argura d e los rem ed io s inútiles 3S.
Si el anim al en cerrad o en una concha y que no conoce
del universo más q u e la roca a la q u e está pegado, no p u ede
juzgar su extensión, ¿cóm o el h o m b re del gran m undo, que
vive co n cen trad o en una p e q u e ñ a sociedad, que se ve siem ­
pre ro d ead o p o r los m ism os o b je to s y que no conoce más
qu e una sola opinión, p o d ría juzgar el m érito de las cosas?
La verdad no se percib e y no se en g en d ra más que en la
ferm entación de o piniones contrarias. El universo no nos es
conocido más que p o r aquel con el que nos relacionam os.
Q u ien q u iera q u e se en cierre en un círculo social no p u ed e
evitar ad o p tar sus preju icio s, sobre to d o si halagan su org u ­
llo.
132 ¿ Q u ién p u ed e librarse d e un e rro r, | cuando la vanidad,
cóm plice de la ignorancia, lo ha atado a él y ha con v ertid o al
e rro r en valioso p ara él?
C om o efecto de la m ism a vanidad, la g ente del gran
m undo se cree la única poseedora de estilo refinado que, según
ella, es el p rim e ro de los m éritos y sin el cual no hay
ninguno. N o se da cuen ta de que este estilo que considera
com o el estilo del m u n d o p o r excelencia, no es más que el
estilo p articular d e su m u n d o . En efecto, en M onom otapa,
d on d e todos los cortesanos están obligados p o r cortesía a
esto rn u d a r cuando esto rn u d a el rey, y d o n d e al propagarse el
esto rn u d o de la c o rte a la ciudad y de la ciudad a las
provincias, to d o el im perio parece afligido p o r un resfriado
general, ¿quién d uda d e q u e haya cortesanos que se jacten
de e sto rn u d a r más n o b lem en te q u e los dem ás hom bres, con-
133 siderándose, a este | respecto, com o los únicos po seed o res

35 Esta es una diferencia principal en tre H elvétius y d’H olbach (y, en general, el «tono» de
los ilustrados): más q u e crítica d e las costum bres, H elvétius se esfuerza en m ostrar la ilusión
en la sociedad y la necesidad de esa ilusión. C osa q u e sirve al m enos para eso, para «ahorrar la
amargura de los rem edios inútiles».

170
de estilo refinado y que traten de mala com pañía o de naciones
bárbaras a todos los individuos y todos los p ueblos cuyo
esto rn u d o les parezca m enos arm onioso?
Los m arianeses, ¿acaso n o p re te n d e rán que la cortesía
consiste en tom ar el pie de aquél a quien se q u iere honrar y
frotarse con él d u lcem en te la cara y jamás escupir delante de
un superior?
Los chiringuanes, ¿no so sten d rán que son necesarios los
pantalones, p e ro q u e el estilo refinado es llevarlos bajo el
brazo com o noso tro s llevam os n uestros som breros?
Los habitantes de Filipinas, ¿no dirán que no es el m arido
q u ien deb e hacer ex p erim en tar a su m u je r los placeres del
am or, qu e se trata de una carga de la que d eb e dispensársele
| pagando p o r ello a o tra p ersona? ¿N o añadirán que una 13 4
m u jer que todavía es niña en el m o m en to de su boda es una
m u jer sin m érito, q u e no m erece más que desprecio?
N o se sostiene en el P egú 36 que es d ecen te y de estilo
refinado q u e el rey, con un abanico en las m anos, cam ine en la
sala d e audiencia, p reced id o p o r cuatro de los jóvenes más
bellos de la C o rte, quienes, destinados a su placer, son al
m ism o tiem po los in té rp re te s y heraldos que declaran su vo­
luntad?
Si reco rriera todas las naciones, enco n traría p o r todas
partes estilos d iferen tes (37); y cada p ueblo, en par | ticular, 135
se creerá n ecesariam ente en posesió n del m e jo r estilo. A hora
bien, si nada hay más ridículo que sem ejantes pretensiones,
incluso a los ojos del gran m undo, q u e se vuelva hacia sí
m ism o y | verá q u e bajo o tro s nom bres es de sí de quien se 136
burla.
Para p ro b ar lo q u e se llam a aquí el estilo del m undo,
lejos de g ustar u niversalm ente, disgustaría, p o r el contrario,
de form a general, tra n sp ó rte se sucesivam ente a China, H o ­
landa e Inglaterra, al p e tim e tre más ex p erto en esta ensa­
lada 37 de gestos, palabras y m aneras, llam ado estilo del
m u n d o y tam bién al h o m b re sensato cuya ignorancia a este
resp ecto hace que se le trate de estú p id o o de | mala com pa- 137
ñía; es seguro que é ste pasará ante los diversos pueblos p o r

36 El Pegú es una región d e la baja Birmania, explorado por los portugueses en el siglo
X V I. Fue descubierto p o r A lo m p ra e n 1757 (un año antes de la publicación del De l'Esprit).
37 En francés dice «com posé d e gestes...». La traducción literal es fría y «ensalada de...»
nos parece que recoge el sentido y la ironía d e H elvétius.

171
más in stru id o acerca del v erd ad ero estilo del m u n d o que
aquél.
¿Cuál es el m otivo de sem ejan te juicio? Es p o rq u e la
razón, in d ep en d ien te de las m odas y de las costum bres de un
país, no es en ninguna p arte ex tran jera ni ridicula; es porque,
p o r el co ntrario, el estilo de un país, desconocido en o tro
país, hace siem pre al o b serv ad o r de este estilo tanto más
ridículo cuanto más ejercitad o está y más hábil se ha hecho
en él.
Si p ara evitar el aire p esad o y m etó d ico que horroriza
a la buena compañía, nuestros jóvenes siem pre han jugado a
ser ligeros, ¿quién d uda d e q u e a los o jo s de los ingleses, los
alem anes o los españoles, n uestros p etim etres parecen tanto
más ridículos cuanto más aten to s estén a este respecto en
138 [cumplir con lo q u e ellos creen el estilo refinado.
Es, p ues, seguro, al m enos si se juzga p o r la acogida que
se da a nuestros exquisitos 38 en el ex tran jero , que lo que
éstos llam an estilo de m undo, lejos de te n e r éxito universal­
m ente, p o r el contrario, disgustaría en general; y q u e este
estilo es tan d iferen te del v erd ad ero estilo del m undo, siem­
pre fundado sobre la razón, com o la cortesía lo es del verda­
d e ro civism o 39.
U n a no supone más q u e la ciencia de las m aneras y la
o tra un sentim iento fino, delicado y habitual de bondad hacia
los hom bres.
P o r lo dem ás, au n q u e n o haya nada más ridículo que
estas pretensiones exclusivas al buen tono y al estilo refinado, es
tan difícil, com o lo he dicho más arriba, vivir en los am bien­
tes de la alta sociedad sin ad o p tar algunos de sus erro res,
139 que la g en te | de espíritu, los más cuidadosos a este respecto,
no están siem pre seguros de d efen d erse con tra ello. Por eso,
son extrem ad am en te m últiples los e rro re s q u e determ inan al
público a situar a los exquisitos en el rango de espíritus
falsos y p eq u eñ o s; digo p eq u eñ o s p o rq u e el espíritu, que no
es ni gran d e ni p e q u e ñ o en sí, tom a siem pre una u o tra de
estas denom inaciones de la grandeza o la p equ eñ ez de los
ob jeto s q u e considera y p o rq u e la g en te del gran m undo no
p u ed e ocuparse más que de p e q u eñ o s objetos.

38 En francés, «agréables». H elvétius usa ese térm ino sustantivado varias veces. C reem os
que «exquisitos» expresa bien e l sentido y la ironía del contexto.
39 En francés, «que la civilité l’est d e la vrai politesse».

172
R esulta de los dos capítulos p reced en tes q u e el interés
público es casi siem pre d ife re n te del de las sociedades parti­
culares; qu e, p o r consiguiente, los h om bres más estim ables
para estas sociedades no siem pre son los más estim ables para
el público.
A hora m o straré | q u e aquellos que m erecen más estim a 140
p o r parte del público d e b e n , p o r su m an era de vivir y de
pensar, resu ltar a m e n u d o desagradables p ara las sociedades
particulares.

C a p ít u l o X

Por qué el hombre admirado por el público


no siempre es estimado por la gente del gran inundo

Para agradar a las sociedades particulares, no es necesario


que el h o rizo n te d e nuestras ideas sea m uy extenso; p e ro es
necesario co n o cer lo q u e se llama el gran m u n d o , te n e r
relaciones en él y estudiarlo: p o r el co n trario , para ilustrarse
en cualquier arte o ciencia y m erecer, p o r consiguiente, la
estim a del público es necesario, com o he | dicho más arriba, 141
hacer estudios m uy diferen tes.
Supongam os h om bres deseosos de in struirse en la ciencia
de la m oral. N o es más q u e con ayuda de la historia y sobre
las alas de la m editación com o p o d rán elevarse, según las
fuerzas desiguales d e su e sp íritu , a d iferen tes alturas, desde
donde uno de ellos descu b rirá ciudades, el o tro naciones,
éste p arte del m undo, aquél el universo en tero . Sólo con­
tem plando la tierra desd e este p u n to de vista, elevándose a
esta altura, sob re ella, se red u ce insen sib lem en te a un p e ­
q u eñ o espacio ante un filósofo y to m a para él la form a de
una aldea habitada p o r d iferen tes familias que llevan los
nom bres de china, inglesa, francesa, italiana, en fin, todos los
que se dan a las d iferen tes naciones. D e ahí que, al conside­
rar el | espectáculo d e las co stu m b res, leyes, hábitos, religio- 142
nes y pasiones diferen tes, u n ho m b re q u e ha llegado a ser
casi insensible tanto al elogio com o a la sátira de las nacio­
nes, p u ed e q u e b ra r to d o s los lazos de los prejuicios, exami-

173
nar tranq u ilam en te el co n traste de las o piniones de los hom ­
bres, pasar sin sorpresa del serrallo a la cartuja, contem plar
con p lacer la extensión de la necedad hum ana, ver del m ism o
m odo a Alcibíades cortar la cola de su p erro y a M ahom a
encerrarse en una caverna, u n o para burlarse de la ligereza
de los atenienses, el o tro p ara gozar de la adoración del
m undo.
A h o ra bien, sem ejantes ideas no surgen más que en el
silencio y la soledad. Si las m usas, dicen los poetas, am an los
bosques, las praderas y las fuentes, es p o rq u e se disfruta ahí
de una tranquilidad q u e rehúye las ciudades; y p o rq u e las
143 reflexiones J q u e u n h o m b re, d esp ren d id o de los pequ eñ o s
intereses de las sociedades, tiene sobre él m ism o son re fle ­
xiones que, siendo sob re el h o m b re en g eneral, p e rte n e c en y
agradan a la hum anidad. A hora bien, en esa soledad en la
que se está, com o a pesar de sí, im pulsado hacia el estudio
de las artes y las ciencias, ¿cóm o o cuparse de una infinidad
de p eq u eñ o s hechos sobre los q u e recae la conversación
diaria de la g en te del gran m undo?
P or esta razón n uestros C o rneille y n uestros La Fontaine
han parecido algunas veces tan insípidos en nuestras cenas de
buena compañía; su sencillez misma contribuía a que se los
juzgara de este m odo. ¿C óm o la g e n te del gran m undo
podría, bajo el m anto d e la sim plicidad reco n o cer al h o m bre
ilustre? H ay pocos conocedores del verdadero m érito. Si
la m ayor parte de los rom anos, dice Tácito, engañados p o r la
144 dulzura y la sim plicidad de A g ríc o la 40 | buscaban al gran
ho m b re bajo un aspecto m odesto, sin p o d e r reconocerlo, se
concibe que el gran hom bre, dem asiado feliz de sustraerse al
desprecio de las sociedades particulares, sobre to d o si es
m odesto, d eb e ren u n ciar a la estim a sentida d e la m ayor
parte de ellas. P or eso, no está más que d éb ilm en te anim ado
p o r el d eseo de agradarles. S ien te confusam ente q u e la es­
tim a de estas sociedades no p ro b aría más q ue la analogía de
sus ideas; que esta analogía sería a m en u d o poco halagüeña y
que la estim a pública es la única digna de ser envidiada, la
única deseable, p u esto q u e siem pre es un don el reconoci­
m ien to público y, p o r consiguiente, la p ru eb a de un m érito

40 C neo Ju lio Agrícola (40-93), general rom ano. Fue tribuno d e la plebe, pretor, legado de
V espasiano y pontífice. Enviado a Bretaña por Vespasiano term inó la conquista de la isla bajo
Domiciano. Se dice que fue encarcelado p or este em perador, envidioso de su fama, y que
m urió envenenado.

174
real. P or ello, el gran h o m b re, incapaz de hacer el esfuerzo
necesario para agradar a las sociedades particulares, no aho­
rra esfuerzos para m e re c e r la estim a | general. Si el orgullo 145
de m andar a reyes resarcía a los rom anos de la d u reza de la
disciplina m ilitar, en cam bio hoy el noble placer de ser
estim ado consuela a los h o m b res ilustres de las injusticias
mismas de la fortuna. En cuanto o b tie n e n esta estim a, se
creen po seed o res del bien m ás deseado. En efecto, p o r m u­
cha indiferencia q u e se finja te n e r p o r la opin ió n pública,
cada cual intenta estim arse a sí m ism o y se cree tanto más
estim able cuanto más g e n eralm en te estim ado se ve.
Si las necesidades, las pasiones y, so b re todo, la pereza
no apagasen en nosotros e ste deseo de estim a, no habría
nadie que no hiciera esfuerzos para m erecerla y no desease
una opinión pública favorable com o garan te de la elevada
o p inión que tendría d e sí. P o r eso se dice que el desprecio
de la reputación y su sacrificio a la fo rtu n a y la considera­
ción, | es siem pre inspirado p o r la desesperanza de hacerse 146
ilustre.
Se ha d e alabar lo q u e se tien e y d esd eñ ar lo que no se
tiene. Es un efecto necesario del orgullo; é ste se indignaría,
si no se p areciera estar eng añ ad o p o r él. Sería dem asiado
cruel, en este caso, esclarecer a un h o m b re sobre los verda­
deros m otivos de sus desprecios; p o r eso el m érito nunca
llega a este exceso de barbarie. T o d o h o m b re (perm itásem e
observarlo de paso), cuando no ha nacido m alvado y cuando
las pasiones no deslum bran las luces de su razón, será siem ­
p re tanto más in dulgente cu an to más esclarecido. Es una
verdad que no m e negaré a dem ostrar, pues m e perm itirá
ren d ir justicia a e ste re sp e c to al h o m b re de m érito, y m os­
trar más claram ente en los m ism os m otivos de su indulgencia
la causa | del p oco caso q u e hace de la estim a de los círculos 147
sociales y, en consecuencia, del p oco éxito que d eb e ten e r
en ellos.
Si el gran h o m b re es siem p re el más indulgente, si consi­
dera com o un favor to d o el m al q u e los h om bres no le hacen
y com o un don to d o lo q u e su iniquidad le deja, si vierte, en
fin, sobre los defectos de los dem ás el bálsam o de la piedad
y es lento en advertirle, es p o rq u e la altura de su espíritu no
le p erm ite d e te n e rse en los vicios y las ridiculeces de un
individuo sino en los de los hom bres en general. Si observa
sus defectos, no es co n la m irada m aligna y siem pre injusta

175
d e la en v id ia, sin o c o n la m ira d a s e re n a c o n la q u e se
ex a m in a rían d o s h o m b re s cu rio so s d e c o n o c e r el c o ra z ó n y el
148 e s p íritu h u m a n o , q u ie n e s se m ira ría n re c íp ro c a m e n te | co m o
do s te m as d e in stru c c ió n o d o s cu rso s v iv ie n te s d e e x p e rie n ­
cia m oral: m u y d ife re n te s , a e s te re sp e c to , d e los m e d io -
e s p íritu s ávidos d e u n a re p u ta c ió n q u e los re h ú y e , sie m p re
d e v o ra d o s p o r el v e n e n o d e la en v id ia, sin cesar al acec h o d e
los d e fe c to s d e lo s d em ás, q u ie n e s p e rd e ría n to d o su p e ­
q u e ñ o m é rito , si lo s h o m b re s p e rd ie s e n sus rid ic u lec es. N o
es a se m e ja n te g e n te a la q u e p e r te n e c e el c o n o c im ie n to del
e s p íritu h u m a n o . E stán h ec h o s p a ra d ifu n d ir la c e le b rid a d d e
los ta le n to s m e d ia n te lo s e s fu e rz o s q u e h ac en p a ra silen c iar­
los. El m é rito es c o m o la p ó lv o ra ; su ex p lo sió n es ta n to m ás
f u e rte c u a n to m ás co m p rim id a. P o r lo d em ás, p o r m u c h o
o d io q u e se te n g a a e sto s e n v id io so s, son, sin e m b a rg o , m u ­
ch o m ás d ig n o s d e lástim a q u e de re p ro b a c ió n . La p re se n c ia
d el m é rito los im p o rtu n a ; si lo atacan c o m o a un e n e m ig o y
149 si so n m alvados, es | p o r q u e so n in felices, es p o rq u e p e rs i­
g u e n en los ta le n to s la o fe n sa q u e el m é rito in fie re a su
vanidad: sus c rím e n e s n o so n m ás q u e veng an zas.
O tr o m o tiv o d e la in d u lg e n cia d e l h o m b re d e m é rito se
d e b e al c o n o c im ie n to q u e tie n e del e s p íritu h u m a n o . H a
e x p e rim e n ta d o ta n ta s veces su d e b ilid a d ; en m e d io d e los
a p lau so s d e u n a re ó p a g o , ha sid o ta n tas veces te n ta d o , c o m o
F o ció n 41, d e v o lv e rse hacia su am igo, p a ra p re g u n ta rle si no
ha d ic h o u n a g ra n to n te ría q u e, sie m p re e n g u a rd ia c o n tra su
v an id ad , p e rd o n a de b u e n g ra d o a los d em ás e r r o re s en los
q u e él m ism o algunas veces ha caído. Es c o n s c ie n te d e q u e es
a la m u ltitu d d e n ec io s a los q u e se d e b e la cre a c ió n d e la
p alab ra hombre de espíritu; y q u e, e n r e c o n o c im ie n to d e ello ,
d e b e escu c h ar sin a m arg u ra las in ju ria s q u e le d irig e la g e n te
150 m e d io c re , j D e je n a é sto s ja cta rse e n tr e ello s s e c re ta m e n te
d e e n c o n tr a r rid ic u le c e s en el m é rito y se n tir d e s p re c io ,
seg ú n d ic en , p o r el e s p íritu ; son se m e ja n te s a los fa n fa rro n e s
d e im p ied a d q u e n o b la sfe m a n m ás q u e te m b la n d o .
La ú ltim a cau sa d e la in d u lg e n c ia del h o m b re d e m é rito
se d e b e a la visión clara q u e tie n e d e la n ec esid ad d e los
juicios h u m an o s. S abe q u e n u e s tra s ideas son, si se m e

41 Foción fue un general y político ateniense q u e apoyó a Esquines frente a D em óstenes.


Sostenía la idea de una entente con la M acedonia de Filipo y Alejandro. C ondenado a m uerte
en 318, p or la restauración dem ocrática, fue ejecutado. Plutarco escribió su Vida de Foción.

176
p e rm ite la expresión, consecuencias tan necesarias de las
sociedades en las q u e se vive, de las lecturas que se hace y
de los o b jeto s que se p re se n ta n ante n u estro s ojos, que una
inteligencia su p erio r podría, p o r los o b je to s q u e se nos han
presentad o , adivinar n u estro s p en sam ien to s y, así m ism o, por
nuestros pensam ientos, adivinar el n ú m ero y la especie de
los o b jeto s que el azar nos ha p resen tad o 42.
El h o m b re de espíritu sabe que los h o m b res son lo que
d eb en ser, que | to d o odio c o n tra ellos es injusto, que un 151
necio da necedades com o el arbolillo silvestre da frutos,
am argos, que insultarle es re p ro c h a r al ro b le dar bellotas en
vez de aceitunas, q u e si el h o m b re m ed io cre le p arece estú ­
pido él m ism o parece loco al h o m b re m ediocre: pues aunque
to d o loco no sea h o m b re d e espíritu, to d o h o m b re de espí­
ritu parece, sin em bargo, siem p re loco a la g en te de cortos
alcances. La indulgencia es siem pre el efecto de las luces
m ientras las pasiones no in te rc e p te n su acción. P ero esta
indulgencia, principalm ente fundada sob re la elevación del
alm a que inspira am o r p o r la gloria, hace q u e el hom bre
esclarecido sea m uy in d ife re n te a la estim a de las sociedades
particulares. A hora bien, esta indiferencia, ju n to con los di­
ferentes g éneros d e vida y de estu d io necesarios para agradar
o bien al público o bien a lo q u e se llama la buen a com pa­
ñía, | hace q u e el hom b re d e m érito sea casi siem pre un 152
h om bre b astante desagradable p ara la g e n te del gran m undo.
La conclusión gen eral de lo q u e he dicho del espíritu en
relación a las sociedades p articulares es que, únicam ente
som etida a su in terés, cada sociedad m ide según la escala de
este m ism o interés el g rado de estim a q u e concede a los
d iferentes g én ero s d e ideas y de espíritu. Lo m ism o ocurre
con los que recibiría a D escartes, Locke o C orneille. ¿Está
éste un pleito? Si el p ro ceso es grave, recibirá a su abogado
con más atención, más testim onios de re sp e to y de estim a
con los que recibiría a D escartes, Locke o C orneille. ¿Está
resu e lto el proceso? Es p o r éstos, p o r quienes dem ostrará
más consideración. La d iferencia de su posición d eterm inará
la diferencia de sus acogidas.
I D esearía, al te rm in a r este capítulo, p o d e r tranquilizar 153
al p eq u e ñ o n ú m ero d e g e n te m o d esta que, distraída p o r

42 Esta es la tesis central de H elvétius: el hom bre efecto de la sociedad, que escribe en él su
propia esencia. D e aquí se deriva su actitud moral: si no hay sujeto libre, no hay responsabili­
dad moral.

177
asuntos o p o r el cuidado d e su fo rtu n a, no ha p o d id o dem o s­
trar grandes talentos y no p u e d e , com o consecuencia de los
principios más arriba establecidos, saber si en cuanto a espí­
ritu es realm ente digna de estim a. P o r m ucho que desee, a
este respecto, hacerles justicia, se ha de convenir en que un
hom bre q u e declara ser un gran espíritu, sin distinguirse p o r
ningún talento, está en el m ism o caso q u e un h o m b re que
dice que es noble, sin te n e r títulos de nobleza. El público no
conoce ni estim a más q u e el m érito p ro b ad o p o r los hechos.
¿Tiene que juzgar a hom bres de condiciones diferentes?
Pregunta al m ilitar: ¿qué victoria habéis conseguido?; a los
154 cargos adm inistrativos: ¿qué alivio habéis | traído a las m ise­
rias del pueblo?; al h o m b re particular: ¿por qué obra habéis
esclarecido a la hum anidad? Q u ien no tenga nada para res­
p o n d e r a estas preguntas, no es ni conocido ni estim ado por
el público.
Sé que seducidos p o r los prestigios del p o d e r, p o r el
fasto que lo rodea, p o r la esperanza de los favores que
concede un cargo adm inistrativo, m uchos h om bres rec o n o ­
cen m aquinalm ente un gran m érito d o n d e p ercib en un gran
p oder. P ero sus elogios, tan pasajeros com o el créd ito de
aquéllos a los que se lo prodigan, no se im ponen a la parte
sana del público. P ro teg id o d e toda seducción, ex en to de
to d o interés, el público juzga igual q u e el e x tran jero que no
reconoce com o h o m b re d e m érito más que al h o m bre que se
distingue p o r sus talentos: solam ente a éste busca con solici-
155 tud, solicitud | siem pre halagüeña para q u ien q u iera que sea
su o b je to (38). C uando no se ocupan cargos preem in en tes,
es el signo seguro de un m é rito real.
Q uien quiera sab er exactam ente lo que vale, no puede,
pues, ap ren d erlo más que del público y debe, p o r consi­
guien te, expo n erse a su juicio. Son conocidas las ridiculeces
qu e a este resp ecto se im putan a los q u e p re te n d e n , en
cualidad de autores, ganarse la estim a de su nación: p ero
estas ridiculeces no im presionan al h o m b re de m érito; las
156 | considera com o efectos de la envidia de estos pequ eñ o s
espíritus que no p u e d e n so p o rtar que se p resen ten sem ejan­
tes títulos p o rq u e se imaginan que si nadie d iera pruebas de
su m érito podrían creer q u e tien en tan to m érito com o el que
más.
O bsérvense todos los grandes espíritus tan halagados en
las sociedades particulares; se ve que, situados p o r el público

178
en el rango de h om bres m ed io cres, no d eb en la reputación
de espíritu con la que alguna g e n te los d ecora más que a la
incapacidad de éstos p ara p ro b a r su necedad, incluso p o r
m edio de las malas obras. P o r eso, e n tre estos maravillosos,
los que p ro m e te n m ás son en espíritu a lo sum o dudosos 43.
¡ P or cierta q u e sea esta verdad y p o r m ucha razón que 157
tenga la g en te m odesta en dud ar de un m érito que no ha
pasado p o r el crisol del público, es, sin em bargo, seguro que
un h o m b re p uede, en cuanto a esp íritu , creerse realm ente
digno de la estim a general: 1 ) cuando es p o r la g e n te más
estim ada, p o r el público y las naciones ex tranjeras p o r qu ie­
nes siente más atracción; 2 ) cuando es halagado (39), com o
dice C icerón, p o r u n h o m b re ya halagado; 3) cuando, en fin,
o b tiene la estim a d e aquellos que, en sus obras o en puestos
elevados, han hecho resp lan d ecer g randes talentos. La estim a
p o r parte de ellos su p o n e una gran analogía e n tre sus ideas;
y esta analogía p u e d e ser | considerada, si no com o una 158
p ru eb a com pleta, al m enos com o una probabilidad bastante
grande de que si se h ubiera, com o ellos, expuesto a las
m iradas del público, h u b iera tenido, com o ellos, d erech o a
su estim a 44 .

C a p ít u l o X I

De la probidad con relación a l público

N o es de la probidad con relación a un individuo p articu ­


lar o una p eq u eñ a sociedad, sino de la verd ad era probidad
considerada con relación al pú b lico , de la q u e se trata en este
capítulo. Esta especie de p ro b id ad es la única que tiene
realm en te m érito y q u e o b tien e en gen eral este nom bre.
Sólo co nsiderando la p ro b id ad desde este p u n to de vista

43 H elvétius dice des peut-etre, sustantivándolo.


44 H elvétius se considera, p or esta tercera razón, con derecho a la estima. Amigo y
estim ado de Fontenelle, d e V oltaire, d e d’A lem bert y una larga lista, ¿cómo no creerlo? Su
«juego» es un tanto torpe. La sim patía la basaba en la «analogía» de ideas en orden a
proxim idad de intereses; ahora, esa analogía es cuantitativa: son talentos, o con muchas
posibilidades, aquellos amados p o r los talentos...

179
159 p u e d e n fo rm a rse | id eas nítidas d e la h o n ra d e z y e n c o n tra r
u n a g u ía p a ra la v irtu d .
A h o ra b ie n , b a jo e s te a s p e c to , d ig o q u e ta n to el p ú b lic o ,
c o m o las so c ie d a d e s p a rtic u la re s so n d e te rm in a d o s e n sus
ju icio s ú n ic a m e n te p o r el m o tiv o d e su in te ré s; el p ú b lic o no
d a el n o m b re d e h o n ra d a s, g ra n d e s o h ero ic as m ás q u e a las
acciones q u e le so n ú tile s y n o c o n c e d e su estim a p o r tal o
cual acció n p o r el g ra d o de fu erza , g e n e ro sid a d o co ra je
n e c e sa rio s p ara e je c u ta rla , sin o p o r la im p o rta n c ia d e esta
acción y la v e n ta ja q u e saca d e ella.
E n e fe c to , si a le n ta d o p o r la p re s e n c ia d e u n e jé rc ito , un
h o m b re c o m b a te so lo c o n tra tre s h o m b re s h e rid o s, esta ac­
c ió n , sin d u d a estim a b le , n o e s, sin em b a rg o , m ás q u e un a
acció n d e la q u e m u c h o s de n u e s tro s so ld a d o s so n capaces y
160 | p o r la q u e jam ás se ría n c itad o s e n la h isto ria . P e ro basta
q u e la salvación d e u n im p e rio q u e d e b e su b y u g a r al u n iv e rso
e n te ro d e p e n d a del é x ito d e e s te c o m b a te p a ra q u e H o ra c io
lleg u e a se r un h é ro e y la ad m ira c ió n d e sus co n c iu d a d a n o s y
su n o m b re , c é le b re s en la h isto ria , se tra n sm ita n h asta los
m ás le ja n o s siglos.
D o s p e rso n a s se p re c ip ita n a u n abism o: es u n a acción
c o m ú n a Safo y C u r c i o 45; p e ro la p rim e ra se a rro ja p ara
a rra n c a rse a las desg racias d el a m o r y el se g u n d o p ara salvar
a R om a; Safo es u n a loca y C u rc io un h é ro e . E n vano
a lg u n o s filósofos d aría n ig u a lm e n te a estas dos accio n es el
n o m b re d e lo c u ra ; el p ú b lic o , m ás escla re cid o q u e ello s
s o b re sus v e rd a d e ro s in te re se s, jam ás d ará el n o m b re d e
lo cos a aq u e llo s q u e lo están en su p ro v e c h o .

161 | C a p í t u l o X II

Del espíritu con relación a l público

A p liq u e m o s al e s p íritu lo q u e h e d ic h o acerca d e la


p ro b id a d : se v erá q u e, sie m p re c o n s ta n te en sus ju icio s, el

45 Según la tradición, un caballero rom ano llamado M arco C urcio sacrificó su vida, en el
siglo IV a C., respondiendo a la llamada d e los sacerdotes, quienes, al p roducirse una profunda
grieta en el terren o del Foro, declararon q u e no se cerraría a m enos que algún ciudadano se

180
p ú b lic o n o c o n su lta m ás q u e su in te ré s, q u e n o co n c e d e su
e s tim a p o r los d ife re n te s g é n e ro s d e e s p íritu en p ro p o rc ió n a
la d esig u al d ificu ltad d e esto s g é n e ro s, es d ecir, en p ro p o r­
ció n a la ca n tid a d y a la su tilez a d e las ideas necesarias p ara
c o n se g u irlo , sino s o la m e n te a la v e n ta ja m ás ■■> m e n o s g ra n d e
q u e o b tie n e d e él.
Si un general ig n o ran te gana tres batallas a un general
todavía más ignorante que él, será, al m enos d urante su vida,
cu b ierto de una gloria | q u e no se concederá ni siquiera al 162
m ayor p in to r del m undo. E ste no ha m erecido, sin em bargo,
el título de gran p in to r más q u e p o r una gran superioridad
sobre hom bres hábiles y p o r sobresalir en un arte sin duda
m enos necesario p ero tal vez más difícil que el de la guerra.
D ig o m ás difícil p o r q u e a lo largo d e la h isto ria se ve a un a
in fin id a d d e h o m b re s , ta le s c o m o los E p a m in o n d a s, los
Lúculo, los A lejan d ro , los M ahom a, los S pínola, los C ro m w ell,
los C arlo s X II, o b te n e r la re p u ta c ió n d e g ra n d e s ca p itan es el
m ism o d ía en q u e han m a n d ad o y v en c id o e jé rc ito s; m ie n tras
q u e n in g ú n p in to r, p o r m uy b u en a s a p titu d e s q u e haya re c i­
b id o d e la n atu ra lez a, llega a ser m e n c io n a d o e n tre los p in to ­
res ilu stre s si n o pasa al m e n o s diez o d o c e años d e su vida
e n e s tu d io s p re lim in a re s d e e s te arte . ¿ P o r q u é , en to n c e s,
| conceder más estim a al general ignorante que al p in to r hábil? 163
E ste d esig u al r e p a rto d e la g lo ria , tan in ju s to en a p a rie n ­
cia, se d e b e a la d esig u ald ad d e las v en taja s q u e esto s dos
h o m b re s p ro c u ra n a su nació n . P re g ú n te s e ta m b ié n ¿p o r q u é
el p ú b lic o d a al d ip lo m á tic o hábil el títu lo de e s p íritu su p e ­
rio r q u e niega al c é le b re ab o g ad o ? ¿A caso la im p o rta n c ia d e
las n eg o ciacio n es q u e se en c arg an a a q u é l p ru e b a q u e te n g a
alg u n a su p e rio rid a d d e e s p íritu re s p e c to a é ste? ¿ N o se n e c e ­
sita a m e n u d o ta n ta sagacidad y a g u d e za p ara d isc u tir los
in te re se s y re so lv e r los p le ito s d e dos se ñ o re s d e la m ism a
p a rro q u ia q u e p a ra pacificar d o s n aciones? ¿ P o r q u é , p u es, el
p ú b lic o , tan avaro d e su e stim a hacia el a b o g a d o , es tan
p ró d ig o hacia el d ip lo m á tic o ? Es p o r q u e el p ú b lic o , to d a s las
v eces q u e n o e stá ceg ad o p o r algún p re ju ic io | o alg u n a 164
su p e rstic ió n , es capaz d e hacer, sin d arse c u e n ta , los más
su tiles ra z o n a m ie n to s so b re lo q u e le in te re sa . El in stin to
q u e le hace r e fe rir to d o a sus in te re se s es co m o el é te r q u e

precipitara voluntariam ente en ella. O tra leyenda cuenta q u e M etió C urcio atravesó con
grandes dificultades las marismas, intentando escapar a Rómulo.

181
p e n e tr a en to d o s los c u e rp o s sin p ro d u c ir n in g u n a im p re s ió n
se n sib le e n ellos. N e c e s ita m e n o s p in to re s y ab o g a d o s cé le­
b res q u e g e n e ra le s y d ip lo m á tic o s h áb iles; c o n c e d e rá , p u e s , a
los ta le n to s d e é sto s la ca n tid a d de e s tim a n ec esaria p a ra
im p u lsa r sie m p re a algún ciu d a d a n o a ad q u irirlas.
H a c ia c u a lq u ie r la d o q u e se d irija la m ira d a, se v erá
sie m p re al in te ré s p re s id ir la d istrib u c ió n q u e h ac e el p ú b lic o
d e su estim a.
C u a n d o los h o la n d e se s e rig e n u n a e s ta tu a a G u ille rm o
B u c k e lst, q u ie n les ha d a d o el se c re to d e salar y e m b a rrila r
los a re n q u e s , n o c o n c e d e n el h o n o r a la e x te n sió n d el g e n io
165 n e c e sa rio | p a ra e s te d e s c u b rim ie n to sin o a la im p o rta n c ia d el
se c re to y las v en taja s q u e p r o c u r a a la nación.
E n to d o d e s c u b rim ie n to , e s ta clase d e v e n ta ja se im p o n e
d e tal m o d o a la im a g in a ció n q u e c e n tu p lic a el m é rito h asta
p ara la g e n te sensata.
C u a n d o los p e q u e ñ o s ag u stin o s d is p u ta ro n e n R o m a p a ra
o b te n e r d e la S an ta S e d e el p e rm is o d e c o rta rs e la b arb a,
¿ q u ié n sab e si el P a d re E u sta q u io n o e m p le ó en estas n e g o ­
ciac io n es ta n ta su tilez a c o m o el p r e s id e n te J e a n n in en sus
n eg o c ia cio n e s co n H o la n d a ? N a d ie p u e d e afirm a r n ad a s o b re
e s te tem a. ¿A q u é a trib u ir, p u e s , los se n tim ie n to s d ife re n te s
d e risa o d e estim a q u e su sc ita n estas d o s n e g o c ia c io n e s si
no es a la d ife re n c ia d e sus o b je to s? S u p o n e m o s sie m p re q u e
166 g ra n d e s causas tie n e n g ra n d e s efe cto s. | U n h o m b re o c u p a
u n p u e s to elev ad o ; p o r la p o sic ió n e n la q u e se e n c u e n tra ,
o p e ra g ra n d e s cosas c o n p o c o e s p íritu : e s te h o m b re p asará,
cara a la m u ltitu d , p o r s u p e rio r a a q u e l q u e , e n u n p u e s to
in fe rio r y circ u n sta n cia s m e n o s a fo rtu n a d a s, n o p u e d e re a li­
zar c o n m u c h o e s p íritu m ás q u e p e q u e ñ a s cosas. E sto s d o s
h o m b re s se rá n c o m o p e so s d esig u ales aplicado s e n d ife re n te s
p u n to s d e u n a larga p alan c a, d o n d e el p e s o m ás lig e ro , si­
tu a d o e n u n a d e las e x tre m id a d e s, le v a n ta u n p e s o d ie z v eces
m a y o r q u e el q u e e stá m ás c e rc a d e l p u n to d e ap o y o .
A h o ra b ie n , si el p ú b lic o , c o m o acabo d e p ro b a rlo , n o
juzga m ás q u e se g ú n su in te ré s , y si es in d ife re n te a to d a
o tra e sp e c ie d e c o n sid e ra c ió n , e s te p ú b lic o , a d m ira d o r e n tu ­
siasta d e las a rte s q u e le so n ú tiles, n o d e b e ex ig ir a los
artistas q u e las cu ltiv a n u n g ra d o d e p e rfe c c ió n ta n alto c o m o
167 el q u e | q u ie re q u e alcan cen a b s o lu ta m e n te los q u e se aplican
a a rte s m e n o s ú tiles y en los q u e a m e n u d o es m ás difícil
te n e r éx ito . P o r eso , los h o m b re s, se g ú n se ap lican a a rte s

182
m ás o m e n o s ú tiles son c o m p arab le s a u te n silio s g ro se ro s o a
joyas: los p rim e ro s sie m p re son juzg ad o s b u e n o s m ie n tras el
a c e ro es té b ie n te m p la d o y los se g u n d o s n o son estim a d o s
m ás q u e cu a n d o son p e rfe c to s. Es p o r ello p o r lo q u e n u e s­
tra v an idad es s e c re ta m e n te m ás halagada p o r u n éx ito ,
c u a n d o lo o b te n e m o s en u n g é n e ro m e n o s útil al p ú b lic o ,
d o n d e es m ás difícil m e re c e r su a p ro b a c ió n y, en fin, en el
q u e el é x ito su p o n e n e c e s a ria m e n te m ás e s p íritu y m é rito
p e rso n a l.
En e fe c to , ¡cuánta d ife re n c ia d e p re d isp o s ic ió n d e m u e stra
el p ú b lic o | cu a n d o so p e sa lo s m é rito s d e un a u to r y d e u n 168
g en e ral! C u a n d o juzga a u n a c to r lo co m p ara a to d o s a q u e ­
llos q u e h a n so b re sa lid o e n su g é n e ro y n o le c o n c e d e su
e s tim a m ás q u e en c u a n to so b re p a sa o al m e n o s iguala a los
q u e lo han p re c e d id o . Sin e m b a rg o , c u a n d o juzga a un g e n e ­
ral, n o ex am in a, a n te s d e elo g iarlo , si iguala e n hab ilid ad a
los E scip ió n , los C é sa r o los S e rto rio . C u a n d o un p o e ta
d ra m á tic o hace una b u e n a trag e d ia se g ú n un e s q u e m a ya
c o n o c id o , se dice q u e es u n plag iario d esp re cia b le ; p e ro
c u a n d o un g e n e ra l e m p le a en u n a ca m p añ a el o rd e n d e las
batallas y las e stra ta g em a s d e o tr o g e n e ra l, a m e n u d o p a re c e
au n m ás estim ab le.
C u a n d o un a u to r g an a un p re m io e n tre se se n ta co n c u r­
sa n tes, si el p ú b lic o n o re c o n o c e el m é rito d e e sto s c o n ­
c u rsa n te s o si sus o b ra s s o n flojas, | el a u to r y su é x ito so n 169
p r o n to o lvidados.
P e ro cu a n d o un g e n e ra l h a triu n fa d o , ¿acaso el p ú b lic o ,
a n te s d e c o ro n a rlo c u e stio n a jam ás la habilid ad y el v alo r de
los v en cid o s? ¿Exige d e u n g e n e ra l e ste s e n tim ie n to fin o y
d elica d o d e g lo ria q u e , a la m u e rte de T u re n n e , d e te rm in ó a
M o n te c ú c c u li a a b a n d o n a r el m a n d o d e los e jé rc ito s? «Y a no
se m e p u e d e o p o n e r, decía, un e n e m ig o d ig n o d e m í».
El p ú b lic o p esa en balanzas m uy d ife re n te s el m é rito d e
un a u to r y el d e un g e n e ra l. A h o ra b ie n , ¿p o r q u é d e s d e ñ a r
e n u n o la m e d io c rid a d q u e a m e n u d o se ad m ira e n el o tro ?
Es p o r q u e n o saca n in g u n a v e n ta ja de la m e d io c rid a d d e un
e s c rito r y p o r q u e p u e d e sacar v en taja s m u y g ra n d e s d e la d e
u n g e n e ra l cuya ig n o ran c ia es, a veces, c o ro n a d a p o r el éxito.
Le in te re sa , p u e s, | a p re c ia r e n u n o lo q u e d e s p re c ia en el 170
o tro .
P o r o tr a p a rte , si el b ie n e s ta r p ú b lic o d e p e n d e del m é rito
d e la g e n te con cargos y si los g ra n d e s cargos son ra ra m e n te

183
o c u p a d o s p o r g ra n d e s h o m b re s, p ara im p u lsa r a la g e n te
m e d io c re a usar, en sus em p re sa s, to d a la p ru d e n c ia y la
actividad d e la q u e son capaces, hay q u e ad u larlo s n ecesaria­
m e n te co n la e sp e ra n z a d e u n a gran g loria. S o la m e n te esta
e sp e ra n z a p u e d e elev a r hasta el té rm in o d e la m e d io crid a d a
h o m b re s q u e jam ás la h u b ie ra n alcan zad o , si el p ú b lic o ,
d e m asiad o se v ero al a p re c ia r su m é rito , les h u b ie ra d esg a­
n ad o d e su estim a p o r la d ific u ltad de o b te n e rla .
H e aq u í la causa d e la in d u lg e n cia se c re ta co n la q u e el
p ú b lic o juzga a la g e n te con cargos oficiales, in d u lg e n cia a
v eces ciega en el p u e b lo , p e ro sie m p re e scla re cid a en el
171 h o m b re d e | e s p íritu . S abe q u e los h o m b re s son los d isc íp u ­
los d e los o b je to s q u e los ro d e a n ; q u e la ad u lac ió n , asidua al
lad o d e los g ra n d e s, p re sid e to d as las in stru c c io n e s q u e se les
da; y q u e d e e s te m o d o n o se p u e d e , sin in ju sticia, p e d irle s
ta n to s ta le n to s y v irtu d e s co m o se ex ig en a un p articu lar.
Si el e s p e c ta d o r esclarecid o silba en el te a tro fran cés lo
q u e a p la u d e en los italianos 46; si e n u n a m u je r b ella y un
n iñ o b o n ito to d o es gracia, esp íritu y g e n tile z a , ¿p o r q u é no
tra ta r a los g ra n d e s con la m ism a in d u lg en cia? M im ad o s p o r
los a d u la d o re s, co m o las m u je re s b o n itas p o r los g alan tes,
o c u p a d o s p o r o tra p a rte en m il p la ce re s, d istra íd o s p o r m il
172 cu id ad o s, n o tie n e n | co m o u n filó so fo el tie m p o lib re p ara
p en sar, a d q u irir u n g ran n ú m e ro de ideas (4 0 ), ni d e a leja r
las fro n te ra s ta n to d e su e s p íritu co m o las d el e s p íritu h u ­
m an o . N o es e n a b s o lu to a lo s g ra n d e s a q u ie n e s se d e b e n
los d e s c u b rim ie n to s en las a rte s y las ciencias; su m a n o n o ha
d ib u ja d o el plan o d e la tie rra y d el cielo, n o h a c o n s tru id o
173 lo s b u q u e s, ed ificad o | lo s palacio s, fo rja d o la r e ja d e los
ara d o s, ni siq u iera e s c rito las p rim e ra s leyes: son los filó so fo s
q u ie n e s han llevado las so c ie d a d e s d el e s ta d o salvaje al g rad o
d e p e rfe c c ió n q u e p a re c e n h a b e r alcanzado. Si n o h u b ié ra ­
m os sido ay u d a d o s m ás q u e p o r las luces d e los h o m b re s
p o d e ro so s, tal vez to d av ía n o te n d ría m o s trig o p a ra a lim e n ­
ta rn o s ni tije ra s p ara a rre g la rn o s las uñas.
La su p e rio rid a d d e e sp íritu d e p e n d e , p rin c ip a lm e n te ,
c o m o lo p r o b a ré e n el d isc u rso sig u ie n te , d e u n c ie rto cú ­
m u lo d e circ u n stan cias en el q u e ra ra m e n te se hallan los
p e q u e ñ o s , p e ro d o n d e es casi im p o sib le q u e los g ra n d e s se

4b «La Q uerelle des B ouffons»: pequeña guerra estética que dividió el París musical, a
mediados del siglo X V III, e n tre el rincón del Rey, defensor de las tradiciones francesas
(Fréron, d’A lem bert) y el rincón d e la Reina (G rim m , D iderot, d’H olbach, Rousseau).

184
e n c u e n tre n . S e d e b e , p u e s, ju z g ar a los g ra n d e s co n in d u l­
g e n c ia y se r c o n s c ie n te d e q u e , en u n a lto cargo, u n h o m b re
m e d io c re es un h o m b re m u y raro .
[ Es p o r e s to q u e el p ú b lic o , so b re to d o en tie m p o s d e 174
c a la m id a d es, les p ro d ig a u n a in fin id ad d e elogios. ¡C u án to s
e lo g io s d a d o s a V a rró n p o r n o h a b e r d e s e s p e ra d o d e la
salv ació n d e la rep ú b lica! E n circ u n sta n cia s p are cid a s a las
q u e se e n c o n tra b a n e n to n c e s los ro m a n o s, el h o m b re co n
v e rd a d e ro m é rito e ra u n dios.
Si C am ilo h u b ie ra p re v is to las d esgracias cu y o c u rso d e ­
tu v o ; si e s te h é ro e , e le g id o g e n e ra l e n la batalla d e Allia,
h u b ie s e d e r r o ta d o a q u e l d ía a los galos a q u ie n e s v en c ió al
p ie d e l C a p ito lio ; C am ilo , al igual q u e c ie n o tro s ca p itan es,
no h u b ie s e te n id o e n to n c e s el títu lo de s e g u n d o f u n d a d o r d e
R o m a . Si en tie m p o s d e p ro s p e rid a d , V illars se h u b ie s e
e n c o n tr a d o e n Italia el día d e D e n a in , si h u b ie se g an a d o esta
b atalla en u n m o m e n to en el q u e F rancia no h u b ie se e sta d o
a b ie rta al e n e m ig o , la v ic to ria h a b ría sid o m e n o s im p o rta n te ,
la | g ra titu d del p ú b lic o m e n o s p r o fu n d a y la g lo ria d el g e n e - 175
ral m e n o s g ra n d e 47.
La c o n c lu sió n d e lo q u e acab o d e d e c ir es q u e el p ú b lic o
n o ju zg a m ás q u e se g ú n su in te ré s: si se p ie rd e d e v ista e s te
in te ré s , n o q u e d a n in g u n a ¡dea n ítid a d e la p ro b id a d ni d el
e s p íritu .
Si las n ac io n e s su b y u g a d as p o r un p o d e r d e s p ó tic o son
d e sp re c ia d a s p o r las d e m á s nacio n es; si en los im p e rio s d e
M o n g o lia y d e M a rru e c o s se v e n m u y p o c o s h o m b re s ilu s tre s,
es p o r q u e el e s p íritu , co m o d ije m ás arrib a, al n o se r e n sí ni
g ra n d e ni p e q u e ñ o , to m a u n a u o tra de estas d e n o m in a c io n e s
se g ú n la g ra n d e z a o la p e q u e ñ e z d e los o b je to s q u e c o n si­
d era . A h o ra b ie n , e n la m a y o r p a rte d e los g o b ie rn o s a rb itra ­
rio s los c iu d a d a n o s n o p u e d e n , sin d isg u star al d é s p o ta , o c u ­
p a rse d el e s tu d io d el d e re c h o n atu ra l, el d e re c h o p ú b lic o , la
m o ra l | y la p o lítica. N o se a tre v e n a re m o n ta rs e , en e s te 176

47 M arco Furio Cam ilo (?-305 a. C.), trib u n o militar, cónsul y dictador. D estacó en la lucha
contra los etruscos, los ecuos, los hérnicos y los volscos. M ereció el n o m bre de segundo fun­
dador de Roma.
M arcus Terentius V arrón (116-27 a. C ), polígrafo y escritor, latino, lugarteniente de
Pom peyo. A utor de Rerum Rusticorum Libri, De Lingua Latina.
Allia fue la batalla e n la q u e los galos-senones, al m ando de B reno, destrozaron a los
romanos.
Claude Louis H écto r, D u q u e d e V illars (1653-1734), militar y diplom ático francés, vence­
d o r del príncipe Eugenio en D enain (1712).

185
g é n e ro , hasta los p rim e ro s p rin c ip io s d e estas cien cias, ni
ele v a rse h asta g ra n d e s ideas; n o p u e d e n , e n to n c e s, m e re c e r
el títu lo d e g ran d e s esp íritu s. P e ro si to d o s los juicios del
p ú b lic o e stá n so m e tid o s a la ley d el in te ré s g e n e ra l, se rá
n ec e sa rio , se dirá, e n c o n tra r en e s te p rin c ip io d el in te ré s
g e n e ra l la causa d e to d a s las c o n tra d ic c io n e s q u e se c re e
p e rc ib ir a e s te re sp e c to e n las ideas d e l p ú b lic o . C o n e s te
o b je to , c o n tin ú o la c o m p a ra c ió n e n tre el g e n e ra l y el a u to r y
m e p la n te o esta p re g u n ta : si el a rte m ilitar es el m ás ú til de
to d as las a rte s ¿ p o r q u é ta n to s g e n e ra le s, cuya g lo ria en vida
ec lip sab a la de to d o s los h o m b re s ilu stre s e n o tro s g é n e ro s,
han sido, ju n to con su m e m o ria y sus hazañas, se p u lta d o s en
177 la m ism a tu m b a , m ie n tra s q u e la g lo ria de los a u to re s , | sus
c o n te m p o rá n e o s , c o n se rv a to d a v ía su p rim e r re sp la n d o r? La
re s p u e s ta a e sta p r e g u n ta es q u e si se e x c e p tú a n los cap itan es
q u e han re a lm e n te p e rfe c c io n a d o el a rte m ilitar y q u e , co m o
los P irro , A níbal, G u sta v o , C o n d é y T u r e n n e 48, d e b e n se r
co lo cad o s e n e ste g é n e ro e n tre los m o d e lo s e in v e n to re s, los
d em ás g e n e ra le s, m e n o s hábiles q u e ésto s, d e ja n d o al m o rir
d e se r ú tiles a su nació n , ya n o tie n e n d e re c h o a su r e c o n o ­
c im ie n to ni, p o r co n sig u ie n te , a su estim a: ah o ra b ien , co m o
el re c o n o c im ie n to d e b e d u ra r ta n to c o m o el favor, su g lo ria
n o p u e d e ec lip sarse m ás q u e en el m o m e n to e n q u e sus
178 o b ras cesen ] d e ser ú tiles a su p atria. Es, p u es, ú n ic a m e n te a
la d ife re n te y desigual utilidad q u e p a re c e n te n e r el a u to r y
el g e n e ra l p ara el p ú b lic o , d e sp u é s d e su m u e rte , a lo q u e
d e b e a trib u irs e esta sucesiva su p e rio rid a d d e g lo ria q u e o b ­
tie n e n el u n o s o b re el o tro en tie m p o s d ife re n te s.
H e aq u í la raz ó n p o r la cual ta n to s rey es, d eificad o s
so b re el tro n o , han sid o o lv id a d o s in m e d ia ta m e n te d e s p u é s
d e su m u e rte ; he aq u í p o r q u é los n o m b re s d e e sc rito re s
ilu stre s, q u e en v id a en raras o ca sio n e s se e n c u e n tra n al lad o
d e los p rín c ip e s, h a n sid o f re c u e n te m e n te c o n fu n d id o s con
los d e los m ás g ra n d e s rey es, a la m u e rte d e esto s escrito res;
p o r q u é el n o m b re d e C o n fu c io es m ás co n o c id o , m ás re s p e ­
ta d o en E u ro p a q u e el d e cu a lq u ie r e m p e ra d o r d e la C h in a y
p o r q u é se m e n c io n a n los n o m b re s d e H o ra c io y d e V irg ilio
al lado d el d e A u g u sto .

4X Pirro, Rey de Epiro (318-272 a. C.), en lucha contra Roma, invadió Italia. Aníbal
(246-138 a. C.), general cartaginés, inició la segunda guerra púnica. Al no p o d e r sitiar Roma
fue vencido en Zama p o r Escipión. Sobre G ustavo, ver nota 5, D iscurso III; sobre C ondé, ver
nota 32 del D iscurso III; sobre T u ren n e, ver nota 11 de este D iscurso II.

186
| A p liq ú e se a la d istan c ia e n tre los lu gares lo q u e d ig o d e 179
la d istan c ia en los tie m p o s; p re g ú n te s e p o r q u é el sabio
ilu s tre es m e n o s e stim a d o p o r su n ac ió n q u e el m in istro
hábil y p o r q u é raz ó n u n R o sn y , m ás h o n ra d o e n tre n o so tro s
q u e u n D e sc a rte s, es m e n o s re s p e ta d o q u e él en el e x tra n ­
je ro ; es, re s p o n d e ré , p o r q u e u n g ran m in istro n o es útil m ás
q u e e n su país; y p o r q u e al p e rfe c c io n a r el in s tru m e n to
a p ro p ia d o p ara el cu ltiv o d e las arte s y las ciencias, al acos­
tu m b ra r al e s p íritu h u m a n o a m ás o rd e n y p rec isió n , D e sc a r­
tes se ha h e c h o m ás útil al u n iv e rso y d e b e , p o r co n si­
g u ie n te , se r m ás re sp e ta d o .
P e ro , se dirá, si en to d o s sus juicios las n aciones sie m p re
c o n su lta se n ú n ic a m e n te su in te ré s , ¿ p o r q u é el la b ra d o r y el
v iñ a d o r, m ás ú tiles sin d u d a q u e el p o e ta y el g e ó m e tra ,
serían m e n o s estim ad o s?
| Es p o rq u e el p ú b lic o s ie n te c o n fu sa m e n te q u e la es tim a 180
es e n tre sus m a n o s u n te s o ro im ag in ario , q u e n o tie n e v alo r
real m ás q u e e n c u a n to h ace d e ella una d istrib u c ió n sabia y
cu id ad o sa ; q u e , p o r co n sig u ie n te , n o d e b e m o stra r su estim a
a tra b a jo s d e los q u e to d o s los h o m b re s son capaces. La
estim a , e n to n c e s d e m asiad o co m ú n , p e rd e ría , p o r así d ec ir,
to d a su v irtu d ; n o fe c u n d a ría m ás los g é rm e n e s del esp íritu y
d e p ro b id a d e sp a rc id o s e n to d a s las alm as y n o p ro d u c iría
m ás h o m b re s ilu stre s en to d o s los g é n e ro s , a q u ie n e s an im a a
la b ú sq u e d a d e la g lo ria la p ro p ia d ificu ltad d e o b te n e rla . El
p ú b lic o p e rc ib e , p u e s, q u e re s p e c to a la a g ric u ltu ra es el a rte
y n o al artista lo q u e d e b e se r h o n ra d o y q u e si a n ta ñ o , b ajo
los n o m b re s d e C e re s y d e B aco, h an sido d eificad o s el
p r im e r la b ra d o r y el p rim e r v iñ a d o r, e s te h o n o r | tan ju sta- 181
m e n te o to rg a d o a los in v e n to re s d e la a g ric u ltu ra n o d e b e
s e r p ro d ig a d o a b rac ero s 49.
En to d o país d o n d e el c a m p e sin o no está so b re c a rg a d o d e
im p u e sto s, la e s p e ra n z a d e la g an an cia q u e d e p e n d e d e la
co sec h a basta p ara im p u lsarle al cu ltiv o d e las tie rra s; co n ­
clu y o d e ello q u e en c ie rto s casos, c o m o ya lo d e m o stró

49 P uede parecer artificioso, p e ro es, en todo caso, ingenioso. N o es fácil reducir la vida
social a una sola pasión, la pasión d e la gloria, fundada en un «instinto» del pueblo para
prem iar todo lo q u e es útil. Estos pasajes hacen recordar «la astucia d e la razón», o la
«voluntad d e vivir», q u e se abre p aso en una m etam orfosis de formas d e la pasión. A H elvétius
le parecía muy restrictivo e l «deseo d e vivir» hobbesiano y ahora po n e el «deseo d e gloria»
com o máscara de aquél, q u e p erm ite explicar esa preferencia del honor a la vida, o m ejor, lo
pone com o exigencia social, co m o útil socialm ente. La sociedad consigue esa ilusión: dar la
primacía a la gloria, lo q u e llevará al individuo, si es necesario, a sacrificar su vida a la sociedad.
H obbes dictó ia ley natural d el individuo; H elvétius, la de la sociedad.

187
D u e lo s (4 1 ), es del in te ré s d e las n ac io n e s m o stra r estim a no
so la m e n te en p ro p o rc ió n a la u tilid ad de u n a rte , sin o ta m ­
b ié n a su dificultad.
¿ Q u ié n d u d a d e q u e u n a re c o le c c ió n d e h ec h o s, c o m o el
d e la Biblioteca oriental, es tan in stru c tiv o , tan ag rad ab le y,
p o r c o n s ig u ie n te , ta n útil co m o u n a e x c e le n te trag ed ia? ¿P o r
182 q u é , e n to n c e s, el p ú b lic o estim a m ás | al p o e ta trág ico q u e al
sa b io c o m p ila d o r? Es p o r q u e , c o n v e n c id o d e la d ificu ltad del
g é n e r o d ra m á tic o p o r el g ran n ú m e ro d e in te n to s c o m p arad o
al p e q u e ñ o n ú m e ro d e éxito s, el p ú b lic o sie n te q u e p ara
fo rm a r u n o s C o rn e ille , R acin e, C ré b illo n y V o lta ire d e b e
c o n c e d e r in fin ita m e n te m ás g lo ria a sus é x ito s m ie n tra s q u e,
p o r el c o n tra rio , b asta co n h o n ra r a los sim p les co m p ila d o re s
c o n el m ás d éb il g é n e ro d e estim a, p ara e s ta r a b u n d a n te ­
m e n te p ro v isto d e estas o b ras d e las q u e to d o s los h o m b re s
so n capaces y q u e n o so n p r o p ia m e n te m ás q u e o b ra del
tie m p o y de la paciencia.
A q u e llo s sabios, to ta lm e n te p riv a d o s d e lu ces filosóficas,
q u e n o h ac en m ás q u e re u n ir en lib ro s los h e c h o s d isp e rso s
en las ru in as d e la a n tig ü e d a d so n , en rela ció n al h o m b re d e
183 e s p íritu , c o m o | los ca n te ro s en rela ció n al a rq u ite c to ; son
ello s q u ie n e s su m in istra n los m a te ria le s p a ra la c o n stru c c ió n ;
sin ello s, el a rq u ite c to se ría in ú til. P e ro p o c o s h o m b re s p u e ­
d en llegar a se r b u e n o s a rq u ite c to s; to d o s sirv en p ara a rra n ­
car la p iedra: es, p u e s, de in te ré s p ara el p ú b lic o o to rg a r a
los p rim e ro s u n a p ag a d e estim a en p ro p o rc ió n con la d ificu l­
tad d e su arte. P o r e s te m ism o m o tiv o y p o r q u e el e s p íritu
d e in v e n ció n y de sistem a n o se a d q u ie re , en g e n e ra l, m ás
q u e p o r m e d io de largas y p en o sas m e d ita c io n e s, se m u e stra
m ás estim a a e s te g é n e r o d e e s p íritu q u e a c u a lq u ie r o tro ; y,
e n fin, en to d o s los g é n e ro s ig u a lm e n te ú tiles, el p ú b lic o
m u e s tra sie m p re estim a en p ro p o rc ió n a la desig u al dificu ltad
d e e sto s d iv e rso s g é n e ro s.
184 D ig o ig u a lm e n te ú tiles, p o r q u e si fu e ra p o sib le | im aginar
u n a clase d e e s p íritu a b s o lu ta m e n te in ú til, p o r m uy difícil
q u e fu e ra so b re sa lir e n él, el p ú b lic o n o m o stra ría n in g u n a
e stim a p o r s e m e ja n te ta le n to ; tra ta ría al q u e lo h u b ie ra ad ­
q u irid o co m o A le ja n d ro tra tó , se g ú n d ic e n , a un h o m b re q u e
lan zab a d e la n te d e él, co n u n a h ab ilid ad m arav illo sa, g ran o s
d e m ijo a trav é s d el a g u je ro de u n a ag u ja y q u e n o o b tu v o
d e la e q u id a d d e l p rín c ip e m ás q u e u n ce le m ín d e m ijo co m o
re c o m p e n sa .

188
La c o n tra d ic c ió n q u e se c re e p e rc ib ir algunas veces e n tre
el in te ré s y los ju ic io s d e l p ú b lic o , n o es m ás q u e a p a re n te .
El in te ré s p ú b lic o , c o m o m e h ab ía p r o p u e s to p ro b a rlo , es el
ú n ic o d is trib u id o r d e la e s tim a a trib u id a a las d ife re n te s
clases d e esp íritu .

| C a p í t u l o X II I 185

De la probidad con relación a los diversos


siglos y pueblos

E n to d o s los siglos y d iv e rso s p aíses, la p ro b id a d no


p u e d e ser m ás q u e la c o s tu m b re d e accio n es ú tile s p ara la
p ro p ia n ación. A p e s a r d e la c e rte z a d e e sta p ro p o sic ió n ,
p a ra h a c e r se n tir m ás e v id e n te m e n te su v e rd a d m e esfo rza ré
p o r d a r ideas claras y p re c isa s d e la v irtu d .
C o n tal o b je to e x p o n d r é d o s s e n tim ie n to s q u e han c o m ­
p a r tid o hasta a h o ra los m o ra lista s so b re e s te tem a.
U n o s so stie n e n q u e te n e m o s a c erca d e la v irtu d u n a id ea
a b s o lu ta e in d e p e n d ie n te d e lo s siglos y los g o b ie rn o s, q u e la
v irtu d es sie m p re | u n a y la m ism a. Los o tro s so stie n e n , p o r 186
el c o n tra rio , q u e ca d a n ac ió n se fo rm a d e ella u n a id ea
d ife re n te .
Los p rim e ro s a p o rta n c o m o p r u e b a d e sus o p in io n e s los
su e ñ o s in g e n io so s, p e r o in in te lig ib le s, d el p la to n ism o . La v ir­
tu d , se g ú n ellos, no e s o tr a co sa q u e la id e a d el o rd e n , d e la
a rm o n ía y de 1(5 e s e n c ia lm e n te bello. P e ro e sta b ellez a es un
m is te rio del q u e n o p u e d e n d a r u n a id e a p rec isa p o r esta
ra z ó n , e sta b le c e n su siste m a s o b re el c o n o c im ie n to q u e la
h isto ria nos d a del c o ra z ó n y del e s p íritu h u m a n o .
Los se g u n d o s, y e n tr e ello s M o n ta ig n e 50, con arm as de
u n te m p le m ás f u e r te q u e los ra z o n a m ie n to s, es d e c ir, con
h e c h o s, atacan la o p in ió n d e lo s p rim e ro s , h acen v e r q u e u na
acció n v irtu o sa al n o rte es ] viciosa al su r y c o n c lu y e n d e ello 187
q u e la id e a d e v irtu d e s p u r a m e n te arb itra ria .
E stas so n las o p in io n e s d e estas d o s e sp e c ie s d e filósofos.
U n o s, p o r n o h a b e r c o n s u lta d o la h isto ria , vagan to d a v ía en

50 M ontaigne (1533-1592) es una figura q u e juega un curioso papel en el siglo X V III (cosa
que está p o r estudiar a fondo), ya que es usado com o autoridad p or diversos autores (H elvé­
tius, Rousseau, V oltaire, d’H olbach...) para d efen d er opciones filosóficas muy enfrentadas.
A quí, H elvétius se refiere a los Essais, especialm ente el libro II.

189
el d é d a lo d e u n a m e tafísica d e p alabras; los o tro s , p o r n o
h a b e r ex a m in a d o co n s u fic ie n te p ro fu n d id a d los h ec h o s q u e
la h isto ria nos p re s e n ta , h an p e n s a d o q u e el m e ro ca p rich o
d ec id ía a c erca d e la b o n d a d o la m ald ad d e las accio n es
hum an as. A m b as escu e las d e filó so fo s se h an e q u iv o c a d o ,
p e r o ta n to u n a co m o la o tra h u b ie ra n e s c a p a d o al e r r o r si
h u b ie ra n c o n s id e ra d o c o n u n a m ira d a a te n ta la h isto ria d el
m u n d o . E n to n c es h u b ie ra n n o ta d o q u e los siglos d e b e n n e ­
c e sa ria m e n te in tro d u c ir en lo físico y lo m o ral, re v o lu c io n e s
q u e cam bian la faz d e lo s im p e rio s; q u e , en las g ra n d e s
188 ■c o n m o ¡ ciones, lo s in te re s e s d e u n p u e b lo e x p e rim e n ta n
sie m p re g ra n d e s cam bios; q u e las m ism as accio n es p u e d e n
lleg ar a se rle su c e siv a m e n te ú tile s y p e rju d ic ia le s y, p o r
co n sig u ie n te , to m a r u nas v ec es el n o m b re d e v irtu o sa s y
o tra s veces d e vicios.
C o m o co n se c u e n c ia d e esta o b se rv a c ió n , si h u b ie ra n q u e ­
rid o fo rm a rse de la v irtu d una id e a p u ra m e n te a b stra c ta e
in d e p e n d ie n te d e la práctica, h u b ie ra n re c o n o c id o q u e p o r la
p alab ra v irtu d no se p u e d e e n te n d e r m ás q u e el d e s e o d e
felicidad g en e ral; q u e , p o r c o n s ig u ie n te , el b ie n p ú b lic o es el
o b je to d e la v irtu d y q u e las ac cio n es q u e m a n d a son los
m e d io s q u e e m p le a p ara alcanzar e s te o b je to ; q u e , d e e s te
m o d o , la id e a d e v irtu d n o es arb itra ria ; q u e , en los d iv e rso s
siglos y países, to d o s los h o m b re s, al m e n o s a q u e llo s q u e
189 v iven en sociedad, han d e b id o fo rm a rse | la m ism a idea; q u e ,
e n fin, si los p u e b lo s se la re p re s e n ta n b ajo fo rm a s d ife re n te s
es p o r q u e c o n s id e ra n co m o v irtu d los d iv e rso s m e d io s q u e
ésta em p le a p ara alcanzar su o b je to .
E sta d efin ició n d e la v irtu d da, p ie n so , u n a id ea clara,
sim ple y c o n fo rm e a la ex p e rien c ia; c o n fo rm id a d q u e es la
ú n ica q u e p u e d e c o n s ta ta r la v erd a d de u n a o p in ió n .
La p irá m id e d e V e n u s - U r a n ia 51, cuya cim a se p e rd ía en
los cielos y cuya base esta b a a p o y a d a so b re Ja tie rra , es el
e m b le m a d e to d o sistem a, q u e se d e rru m b a a m e d id a q u e se
lo c o n s tru y e si n o re p o sa s o b re la base in q u e b ra n ta b le d e los
h ec h o s y la ex p e rien c ia. Es ta m b ié n so b re los h e c h o s, es
d ecir, so b re la lo c u ra y la extravagancia, hasta el p re s e n te

51 Esta imagen arquitectónica e ra habitual en tre los ilustrados para simbolizar los sistemas.
R ecordem os que D id ero t hace soñar al M angogul un viaje a lomos de un hipogrifo p o r la
región de las hipótesis, donde en cu en tra un soberbio palacio apoyado solam ente en un vértice
punzante... Es el castillo en el aire de los filósofos sistemáticos, un edificio sin base empírica...
(D iderot, Bijonx indiscrets. cap. X X X III).

190
in e x p lic ab le s, d e las diversas le y es y c o s tu m b re s so b re los
q u e fu n d o la p r u e b a d e m i o p in ió n 52.
| P o r m u y e s tú p id o s q u e se su p o n g a a los p u e b lo s , es 190
se g u ro q u e, escla re cid o s p o r sus in te re se s, no han a d o p ta d o
sin m o tiv o s las rid ic u las c o s tu m b re s q u e se e n c u e n tra n e s ta ­
b lecid as en alg u n o s d e ellos: la ex tra v ag a n cia d e estas co s­
tu m b re s se d e b e , p u e s , a la d iv e rsid a d d e los in te re se s d e los
p u eb lo s. E n e fe c to , si sie m p re h an e n te n d id o c o n fu sa m e n te
p o r la p alab ra v irtu d el d e s e o d e felicid ad pú b lica; si, p o r
co n sig u ie n te , no h an d a d o el n o m b re de h o n rad a s m ás q u e a
las accio nes ú tile s p a ra la p a tria y si la id e a d e útil ha sid o
sie m p re asociada a la idea d e v irtu d , se p u e d e a s e g u ra r q u e
las m ás rid icu las c o s tu m b re s, y au n las m ás c ru e le s, sie m p re
h an te n id o c o m o fu n d a m e n to , co m o lo m o stra ré co n alg u n o s
e je m p lo s, la u tilid ad real o a p a re n te d el bien p ú b lic o .
El r o b o esta b a p e r m itid o en E sp arta; no se | castig ab a m ás 191
q u e la to rp e z a del la d ró n s o rp re n d id o (42): ¡q u é e x tra ñ a
c o stu m b re ! Sin e m b arg o , si se re c u e rd a n las leyes d e L icu rg o
y el d e s p re c io q u e te n ía p o r el o ro y el d in e ro , en una
re p ú b lic a d o n d e las ley es n o hacían c irc u lar m ás q u e un a
m o n e d a d e h ie rro p esad a y á sp era, se c o m p re n d e rá q u e los
ro b o s d e gallinas y d e le g u m b re s | fu e ra n los ú n ic o s q u e se 192
p o d ía n c o m e te r. S ie m p re h e c h o s con h ab ilid a d , a m e n u d o
n eg a d o s co n firm ez a (43), se m e ja n te s ro b o s m a n te n ía n a los
la c e d e m o n io s a c o stu m b ra d o s al c o ra je y la vigilancia. La ley
q u e p e rm itía el r o b o p o d ía , p o r ta n to , se r m uy útil a este-
p u e b lo q u e n o tem ía m e n o s la traició n d e los ilotas q u e la
am b ició n d e los p e rsa s y q u e n o p o d ía o p o n e r ta n to a los
a te n ta d o s d e u n o s co m o a los e jé rc ito s in n u m e ra b le s d e los
o tro s m ás q u e el b a lu a rte d e estas d o s v irtu d e s. Es, p u es,
se g u ro q u e el ro b o , p e rju d ic ia l p ara to d o p u e b lo rico , y n o
o b s ta n te útil p ara E sparta, d e b ía se r h o n ra d o allí.
| A l final del in v ie rn o , c u a n d o la falta d e v ív e re s o b lig a 193
al salvaje a salir d e su ca b añ a y el h a m b re le o rd e n a ir a la
caza d e n u ev a s p ro v isio n e s, algunas n a c io n e s salvajes se re-

52 La crítica a los sistemas e stá hecha en el marco del Traite de systemes (1749) de Condillac.
En el fondo, lo que se critica son los «sistemas metafísicos», es decir, no apoyados en ios
hechos, en la experiencia, sin o productos d e la imaginación y las pasiones. N o obstante, los
m aterialistas ilustrados tienen una exigente sed de sistemas, de «verdaderos sistemas». Más
aún, la filosofía del X V III es insistentem ente sistemática. H elvétius es una buena prueba. Sólo
D iderot (ver sus Pensées sur /'interprétation de la Nature) se vuelve contra toda sistematización,
expresión de la tendencia a la pereza que lleva a hipótesis cómodas. En D id e ro t no hay sistema
posible, sólo esfuerzo p o r sistematizar, p o r reducir a unidad la experiencia diversa y cambiante.

191
u n e n an tes d e p a rtir, h a c e n su b ir a sus se x ag e n ario s e n c im a d e
ro b le s y b razos n erv io so s sa c u d e n e sto s ro b le s; la m ay o r
p a rte d e los v ie jo s ca e n y son m asacrad o s e n el ac to 53. E ste
h e c h o es c o n o c id o y n ad a p a re c e , al p rin c ip io , m ás a b o m in a ­
b le q u e e sta c o stu m b re . Sin em b a rg o , ¡qué so rp re sa , c u a n d o
se ve, al re m o n ta rs e a su o rig e n , q u e los salvajes c o n sid e ra n
la caída d e esto s in felice s v ie jo s co m o la p r u e b a d e su im p o ­
te n cia p ara s o s te n e r las fatigas d e la caza! ¿Es m e jo r d e ja rlo s
194 e n cabañas o b o sq u e s, v íctim as d el h a m b re o d e las | b estias
fero ce s? P re fie re n a h o rra rle s la d u ra c ió n y la v io le n cia d e los
d o lo re s y, p o r m e d io d e p a rric id io s rá p id o s y n ec esario s,
a rran c ar a sus p a d re s a lo s h o r ro r e s d e u n a m u e rte d e m a ­
siado cruel y len ta. H e a q u í el p rin c ip io d e u n a c o s tu m b re
ta n ex e crab le; h e aq u í có m o u n p u e b lo v a g a b u n d o , q u e la
caza y la necesid ad d e v ív e re s re tie n e n seis m e ses en b o sq u e s
in m e n so s se e n c u e n tra , p o r así d e c irlo , o b lig a d o a e s ta b a rb a ­
rie y có m o , en e sto s países, el p a rric id io es in sp ira d o y
c o m e tid o p o r el m ism o p rin c ip io d e h u m a n id ad q u e n o s lo
h ace c o n s id e ra r h o r ro r o s o (44).
195 | P ero , sin re c u rr ir a las n ac io n e s salvajes, o b s é rv e se un
país civilizado co m o C h in a; p re g ú n te s e p o r q u é se d a a los
p a d re s el d e re c h o d e v id a y m u e rte s o b re sus h ijo s y se v erá
q u e las tie rra s d e e s te im p e rio , p o r e x te n sa s q u e sean , no
han p o d id o , sin e m b a rg o , s u b v e n ir a las n ec e sid a d e s d e sus
n u m e ro so s h ab itan tes. A h o ra b ien , co m o la d e s p ro p o rc ió n
d e m asiad o g ra n d e e n tr e la re p ro d u c c ió n d e los h o m b re s y la
fe c u n d id ad d e las tie rra s o ca sio n a ría n e c e s a ria m e n te g u e rra s
196 fu n estas, e n e s te im p e rio , y tal vez | h asta el u n iv e rso , se
c o n c ib e q u e en u n m o m e n to d e h a m b re y p a ra p re v e n ir una
in finidad d e asesin a to s y d e d esgracias in ú tiles, la nació n
ch ina, h u m a n a en sus in te n c io n e s p e ro b á rb a ra en la elec ció n
d e sus m e d io s, haya p o d id o p o r un se n tim ie n to d e h u m a n i­
dad p o c o esc la re c id o c o n s id e ra r estas c ru e ld a d e s c o m o n e c e ­
sarias p ara el re p o s o d e l m u n d o . «S acrifico, d ijo a sí m ism a,
algunas víctim as d esa fo rtu n a d a s, a las cuales la in fan cia y la
ig n o ra n c ia lib ra n d el c o n o c im ie n to y los h o r ro r e s d e la
m u e rte , tal vez lo q u e tie n e é s ta d e m ás te m ib le » (45).

53 Estos «relatos de salvajes», que tanto apasionan en el X V III, son muy parecidos a los de
Rousseau en su Discours sur l’origine de l’inégalité, especialm ente de sus notas añadidas. Es muy
sugestivo el texto de Nicolás P errot, Mémoires sur les moeurs, coutumes et religión des saurages de
l ’Amérique septentrionale. París, 1864. C om o ya hem os dicho, La H o n tan fue uno de los más
exitosos autores de estos relatos. Sus Dialogues se p ueden encontrar en The John Hopkins Pres.1
d e Baltim ore (1931); sus Voyages y sus Mémoires han sido editados p o r R. G . Thw aiter en
Chicago, 1905.

192
| Es, sin d u d a, al d e s e o d e o p o n e rs e a u n a excesiv a m u lti- 197
plicació n d e los h o m b re s, y p o r c o n s ig u ie n te al m ism o o r i­
g e n , a lo q u e d e b e a trib u irs e la v e n e ra c ió n rid ic u la q u e
c ie rto s p u e b lo s d e A frica co n se rv a n to d a v ía hoy p o r so lita­
rio s q u e se p ro h íb e n co n las m u je re s el c o m e rc io q u e se
p e r m ite n co n las bestias.
H a sid o ig u a lm e n te el m o tiv o del in te ré s p ú b lic o y el
d e s e o d e p r o te g e r la p ú d ic a b ellez a c o n tra los a te n ta d o s d e la
in c o n tin e n c ia lo q u e a n ta ñ o in d u jo a los suizos a p u b lic a r un
e d ic to p o r el cual n o so la m e n te esta b a p e rm itid o , sino h asta
o rd e n a d o a cada sa c e rd o te p ro v e e rs e de u n a c o n c u b in a (46).
| En las costas del C o ro m a n d e l, d o n d e las m u je re s se 198
lib e ra b a n co n v e n e n o d el y u g o in o p o rtu n o d e l h im e n , el
m ism o m o tiv o in d u jo al le g isla d o r a p ro v e e r a la se g u rid a d
d e los m a rid o s con un r e m e d io tan o d io so c o m o el m al,
fo rz a n d o a las m u je re s a q u e m a rs e so b re la tu m b a d e sus
e sp o so s (47).
| D e ac u e rd o co n m is ra z o n a m ie n to s, to d o s los h e c h o s 199
q u e acab o de m e n c io n a r c o n trib u y e n a p r o b a r q u e la fu e n te
d e las m ás c ru e le s y locas c o s tu m b re s ha sido sie m p re la
utilid ad real o , al m e n o s, a p a re n te del p ú b lico .
P ero , se dirá, estas c o s tu m b re s no p o r ello so n m e n o s
o d io sas o ridiculas. C ie rto , p o rq u e ig n o ram o s los m o tiv o s
de su es ta b le c im ie n to y p o rq u e estas c o stu m b re s, co n sag ra­
das p o r su an tig ü ed ad o p o r la su p e rstic ió n , han su b sistid o ,
p o r la n eglig en cia o la d e b ilid a d d e los g o b ie rn o s, m u c h o
tie m p o d e s p u é s d e q u e d e sa p a re c ie ra n las causas d e su esta­
b le c im ie n to .
C u a n d o F rancia n o era , p o r así d e c ir, m ás q u e un v asto
b o sq u e , ¿ q u ié n | d u d a d e q u e estas d o n a c io n e s d e tie rra s sin 200
cu ltiv o s h echas a ó rd e n e s religiosas d e b ie r o n e n to n c e s ser
p e rm itid a s y d e q u e la p ro rro g a c ió n d e se m e ja n te p e rm is o
sea a h o ra tan a b s u rd o y p e rju d ic ia l p ara el E stad o co m o
p u d o h a b e r sid o sabio y ú til e n to n c e s, cu a n d o F rancia estab a
to d a v ía sin cultivar? Las c o s tu m b re s q u e n o p ro c u ra n m ás
q u e v en tajas p asaje ra s so n c o m o an d a m io s q u e hay q u e d e ­
rrib a r cu a n d o los palacio s han sido c o n stru id o s.
N a d a fue m ás sabio p o r p a rte d el f u n d a d o r del im p e rio
d e los Incas q u e an u n c ia r al p rin c ip io a los p e ru a n o s q u e
e ra n h ijo s d el Sol y p e rsu a d irlo s d e q u e les traía ley es q u e le
h ab ían sido dictadas p o r el dio s, su p ad re . E sta m e n tira
im p o n ía a los salvajes m ás re s p e to p o r su legislació n ; era,

193
p ues, d e m asiad o útil para e s te E sta d o n a c ie n te co m o p ara n o
201 ser c o n sid e ra d a | co m o v irtu o sa . P e ro , d e s p u é s d e h a b e r
a se n ta d o los fu n d a m e n to s d e u n a b u e n a legislación, d e sp u é s
d e h a b e r g a ra n tiza d o , p o r la fo rm a del g o b ie rn o , el cu m p li­
m ie n to de las leyes, e ra n ec e sa rio q u e este le g isla d o r, m en o s
o rg u llo so o m ás escla re cid o , p re v ie se las re v o lu c io n e s q u e
p o d ía n o c u rrir en las c o s tu m b re s y los in te re se s d e sus p u e ­
blos y los cam bios q u e h a b ría q u e h acer, p o r co n sig u ie n te ,
en sus leyes; q u e él m ism o o sus su c eso res d ec la ra sen al
p u e b lo la m e n tira útil y n ec esaria q u e h ab ía e m p le a d o p ara
h ac erlo s felices; q u e p o r m e d io d e esta c o n fe sió n q u ita se a
sus leyes el ca rá c te r d iv in o q u e , h ac ié n d o las sagradas e in v io ­
lables, se h u b ie se o p u e s to a to d a re fo rm a , y q u e tal vez un
d ía h u b ie se c o n v e rtid o estas m ism as leyes en p e rju d ic ia le s
202 p ara el E stado, si p o r el d e s e m b a rc o d e los e u ro p e o s | e s te
im p e rio n o h u b ie se sid o d e s tru id o casi tan p r o n to co m o fu e
fo rm a d o 54.
El in te ré s d e los E stados está, co m o to d as las cosas h u ­
m anas, s u je to a m iles d e rev o lu c io n es. Las m ism as leyes y las
m ism as c o s tu m b re s llegan a se r su c esiv a m e n te ú tiles y p e r ju ­
diciales p ara el m ism o p u e b lo ; d e d o n d e co n c lu y o q u e estas
leyes d e b e n ser unas veces a d o p tad a s y o tras veces rech aza­
das y q u e las m ism as acciones d e b e n su c e siv a m e n te llev ar los
n o m b re s de v irtu o sas o de viciosas: p ro p o sic ió n q u e n o se
p u e d e n eg a r sin co n v e n ir en q u e hay acciones a la vez
v irtu o sas y p e rju d ic ia le s p ara el E stad o , es d ec ir, sin so cav ar
los fu n d a m e n to s d e to d a legislación y to d a so cied ad .
La co n c lu sió n g e n e ra l d e to d o lo q u e acab o d e d e c ir es
q u e la v irtu d n o es m ás q u e el d e s e o d e felicid ad d e los
203 h o m b re s y q u e d e e s te m o d o la p ro b id a d , a la q u e | c o n si­
d e ro c o m o la v irtu d p u e s ta en acción, n o es, en to d o s los
p u e b lo s y e n to d o s los d ife re n te s g o b ie rn o s m ás q u e la
c o s tu m b re d e las acciones ú tiles p ara la nació n (48).

54 Este capítulo es im portante para ver aspectos significativos dei pensam iento de H elvétius.
Com ienza buscando una tercera vía al platonismo (creencias en ideas absolutas intem porales) y
al relativismo escéptico d e M ontaigne (reducción de las ideas al azar, la arbitrariedad, las
pasiones humanas...). Para H elvétius, las virtudes son históricas: ni absolutas ni arbitrarias. Son
efectos, cuyas causas p ueden y d eb en conocerse. Lo de m enos son los «ejem plos»: si algunos de
éstos son poco em píricos, es necesario aceptar q u e hoy podem os po n er otros, más o m enos
brillantes, pero válidos para defender su hipótesis. Lo que im porta es su posición: las virtudes
las crea la sociedad en su autodefensa. En su origen no son ni ridiculas ni arbitrarias: son
necesarias. Incluso se explica su pervivencia anacrónica... Las leyes, pues, cambian, pero se
mantiene la gran ley: la del interés. Es la ley inherente a la naturaleza humana, pero que
H elvétius, y ésta es su novedad, la hace funcionar a nivel del todo social: la sociedad se
reproduce, sobrevive, incluso a costa del individuo.

194
P o r e v id e n te q u e sea esta co n c lu sió n , co m o n o hay n a­
ció n q u e n o co n o z ca y n o c o n fu n d a dos d ife re n te s esp ecies
d e v irtu d — u n a q u e lla m a ré virtud de prejuicio y la o tra
verdadera virtud — c re o q u e , p ara n o d e ja r n ad a q u e d e s e a r
so b re e s te te m a, d e b o e x a m in a r la n atu ra lez a d e estas d ife ­
re n te s clases de v irtu d .

IC a p í t u l o X IV 204

Virtudes de prejuicio y verdaderas virtudes

D o y el n o m b re de v irtu d e s d e p re ju ic io a todas aq u éllas


c u y a o b se rv a c ió n exacta no c o n trib u y e en n ad a al b ie n e s ta r
p ú b lic o ; tales son la castidad d e las v estales y las a u s te rid a d e s
d e esto s fak ires in se n sato s d e los q u e la In d ia está p o b lad a;
v irtu d e s q u e , a m e n u d o in d ife re n te s y h asta p e rju d ic ia le s
p a ra el E stado, son el suplicio d e aq u e llo s q u e se co n sag ran a
ellas. Estas falsas v irtu d e s son m ás h o n rad a s, en la m ay o r
p a rte d e las n acio n es, q u e las v erd a d eras v irtu d e s; y aq u ello s
q u e las p rac tica n lo so n m ás q u e los b u e n o s ciu d ad a n o s 55.
N a d ie es m ás h o n ra d o en el | In d o stá n q u e los b rah m a - 205
n es (49): se ad o ra h asta su d e sn u d e z (50); se re sp e ta n ta m ­
b ié n sus p e n ite n c ia s a u n q u e son re a lm e n te h o rrib le s (51):
u n o s se q u e d a n to d a su v ida | atad o s a un árb o l, o tro s se 206
b alan cean so b re llam as; alg u n o s llevan cad en as con un p eso
e n o rm e , o tro s no se alim e n tan m ás q u e d e líq u id o s; ésto s
c ierra n su b o ca con u n c a n d a d o y a q u é llo s se atan u n a
ca m p a n ita al p re p u c io : es p r o p io d e u n a m u je r d e b ie n ir
d e v o ta m e n te a b esar e sta ca m p a n ita y es u n h o n o r p ara los
p a d re s p ro s titu ir sus hijas a fakires.
E n tre las acciones o las c o s tu m b re s a las q u e la s u p e rs ti­
c ió n en laza el | n o m b re de sagradas, u n a d e las m ás g raciosas 207
es, in d is c u tib le m e n te , la d e las ju ib u s, sa ce rd o tisas d e la isla

55 En su Dictionnajre philosophique ( 1764_), V oltaire dice, en el artículo «vertu», que la


virtud es «bienfaisance envers le prochain». Sólo es admisible com o virtud aquello que
beneficia al prójim o, a la sociedad. La virtud ante los hom bres es un com ercio de bienes. Las
«virtudes teologales y cardinales» servirán para hacer santos, pero no hom bres virtuosos, o sea,
hom bres que contribuyen al bienestar social.

195
d e F o rm o sa. « P ara oficiar d ig n a m e n te y m e re c e r la v e n e ra ­
ció n d e los p u e b lo s, d e s p u é s d e los se rm o n e s d e b e n c o n to r­
sio n a rse y lanzar alaridos, g rita r q u e v e n a sus d io ses; u n a
vez la n zad o e s te g rito , ru e d a n p o r el su e lo , su b e n so b re los
te c h o s d e las pagodas, d e s c u b re n su d e s n u d e z , g o lp e a n sus
nalgas, su eltan o rin a, bajan d e s n u d a s y se lavan en p re se n c ia
d e la asam blea (5 2 ).»
D e m a sia d o felices so n to d a v ía los p u e b lo s en los q u e , al
m e n o s, las v irtu d e s d e p re ju ic io son sólo ridicu las; a m e n u d o
208 so n b árb aras (5 3 ). En la c a p i|ta l de la C o n c h in c h in a 56 se
crían c o c o d rilo s, y c u a lq u ie ra q u e se ex p o n g a al fu ro r d e
209 esto s anim ales y se haga | d e v o ra r p o r ellos es c o n ta d o e n tre
los eleg id o s. E n el re in o d e M a rte m b a n 57, el d ía q u e se
p asea al íd o lo es u n ac to d e v irtu d p re c ip ita rs e b ajo las
ru e d a s d el c a rro o c o rta rs e el cu e llo c u a n d o pasa: el q u e se
co n sag ra a tal m u e rte o b tie n e la re p u ta c ió n d e sa n to y su
n o m b re es, con e s te fin, in sc rito en u n libro.
A h o ra b ie n , igual q u e hay v irtu d e s, hay ta m b ié n crím en es
d e p re ju ic io . Es u n crim en p a ra u n b ra h m á n casarse con un a
210 v irg en . E n la isla d e F o rm o sa, si d u ra n te | los tres m eses, en
q u e está o rd e n a d o an d a r d e s n u d o , un h o m b re se c u b re con
el m ás p e q u e ñ o tro z o d e tela, se dice q u e lleva un a d o rn o
in d ig n o d e u n h o m b re . E n e sta m ism a isla, es un crim en q u e
las m u je re s em b arazad as d e n a luz an tes d e los tre in ta y
cin co años. C u a n d o q u e d a n em b araz ad a s, se tu m b a n a los
p ies d e la sa ce rd o tisa, q u e las p iso tea , en e je c u c ió n d e la ley,
h asta q u e hayan ab o rta d o .
E n el P eg ú , cu a n d o los sa c e rd o te s o m agos h an p re d ic h o
la m u e rte de un e n fe rm o (5 4 ), es u n c rim en p o r p a rte d e
211 é s te | el lib ra rse d e ella. D u ra n te su co n v a le ce n cia to d o s lo
re h u y e n y lo in ju ria n . Si h u b ie ra sid o b u e n o , d ic en los
sa c e rd o te s, D io s le h u b ie ra re c ib id o e n su co m p añ ía.
T al vez n o haya n in g ú n país d o n d e no se ten g a, p o r
alg u n o s d e esto s c rím e n e s d e p re ju ic io , m ás h o rro r q u e
p o r los crím en es m ás a tro c e s y m ás p e rju d ic ia le s p ara la
so ciedad.
E n tre los G iag o s, p u e b lo a n tro p ó fa g o q u e d e v o ra a sus
e n e m ig o s v en c id o s, se p u e d e , sin q u e sea un crim en , d ice el

56 En francés, «Cochin». G uy Besse, en la selección de textos del De l’esprit (París, Edirions


Sociales, 1968, p. 104, n. 1), interpreta que se trata de Cochinchina.
57 Se trata, según G . B esse, op. cit.. de M astaban, reino de Asia, junto al Ganges.

196
P. C avazi 5!i, a m o n to n a r a sus p ro p io s h ijo s en u n m o rte ro ,
c o n raíces, a c e ite y h o ja s y h a c e rlo s h e rv ir p ara e la b o ra r con
ello s u n a pasta co n la q u e se fro ta para llegar a se r in v u ln e ra ­
ble; y sería u n sacrileg io a b o m in a b le n o m asacrar a g o lp e d e
laya, en el m es d e m arzo , a un h o m b re y u n a m u je r jó v e n es,
a n te la re in a del país. C u a n d o los g ran o s están m a d u ro s, | la 212
re in a , ro d e a d a p o r sus c o rte sa n o s, sale de su palacio y d e g ü e ­
lla a los q u e se e n c u e n tre n en su cam in o y los d a a c o m e r a
su sé q u ito . E stos sacrificios, dice, so n n ecesario s p ara apaci­
g u a r los m ales, las alm as d e sus an tep a sad o s q u e v en con
p e s a r a g e n te c o m ú n go zar d e una vida d e la q u e ello s e stá n
p riv ad o s; só lo e s te d éb il c o n su e lo p u e d e in d u c irlo s a b e n d e ­
c ir la cosecha.
En el re in o del C o n g o , A n g o la y M a tam b a S9, el m a rid o
p u e d e sin v e rg ü e n z a v e n d e r a su m u je r, el p a d re a su h ijo , el
h ijo a su p a d re ; en e sto s p a íse s n o se c o n o c e m ás q u e un
so lo c rim e n (55): | n e g a r las p rim icias d e su co sec h a al «chi- 213
to m b é » , g ran sa c e rd o te d e la n ación. E sto s p u e b lo s, dice el
P. L abat 60, tan d e sp ro v isto s d e las v erd a d eras v irtu d e s, son
m u y e sc ru p u lo so s o b s e rv a d o re s de esta c o s tu m b re . U n o es
ju z g ad o b u e n o ú n ic a m e n te cu a n d o e s tá o cu p a d o en el a u ­
m e n to de sus ren ta s; es to d o lo q u e les m a n d a el «chi-
to m b é » . E ste n o d e s e a | q u e los n eg ro s lle g u en a se r m ás 2M
ilu s tra d o s y h asta te m e ría q u e id eas d em asiad o sanas d e la
v irtu d d ism in u y e se n , ta n to la su p e rstic ió n co m o el trib u to
q u e ésta le paga (56).
Lo q u e h e d ic h o a c erca d e los c rím e n e s y de las v irtu d e s
d e p re ju ic io es su fic ie n te p a ra a te stig u a r la d ife re n c ia e n tre
estas v irtu d e s y las v e rd a d e ra s v irtu d e s, es d ec ir, las q u e sin
cesar a u m e n ta n el b ie n e sta r p ú b lic o y sin las cuales las so c ie­
d ad es n o p u e d e n subsistir.
D e a c u e rd o con estas d o s d ife re n te s esp ec ies d e v irtu d e s,
d istin g u iré | dos d ife re n te s esp ec ies d e c o rru p c ió n d e eos- 215
tu m b re s: una, a la q u e llam aré corrupción religiosa y o tra ,
corrupción política. E sta d istin ció n m e es necesaria: 1) p o rq u e
c o n s id e ro la p ro b id a d filo só fic a m e n te y con in d e p e n d e n c ia

58 El padre Cavazzi, capuchino, fue m isionero en el Africa negra. Sus relatos de viaje fueron
traducidos al francés p o r el P. Labat. Cif. G . Besse, op. cit.
59 H elvétius cita de m em oria y, a veces, de oídas, los nom bres y p o r ello la ortografía no
suele ser correcta. Si eso se une a lo exótico de estos países, se com prende la dificultad en
identificarlos. Aquí se trata, posiblem ente, de M ataman, en el sur de Etiopía.
60J. B. Labat (1663-1738) fue un m isionero dom inico francés que describió en gruesos
volúm enes lo q u e vio — e imaginó— en sus infatigables viajes. O bras suyas son: Noui-elle
Rdation de l’Afrique occidentale (1728) y Relation historique de l’Ethiopie occidentale (1732).

197
d e las rela cio n e s q u e la re lig ió n m a n tie n e co n la so cied ad ; lo
q u e ru e g o al le c to r n o p e r d e r de vista en to d o el c u rso d e
esta o b ra; 2) p ara ev itar la c o n tra d ic c ió n p e r p e tu a q u e se da
en las nacio n es id ó la tras e n tre los p rin c ip io s d e la re lig ió n y
los d e la p o lítica y la m oral. P e ro a n te s d e e n tra r en e s te
ex a m e n , d e c la ro q u e escrib o en calidad d e filó so fo , y n o de
te ó lo g o ; y q u e de e s te m o d o n o p r e te n d o , en e s te ca p ítu lo y
los sig u ie n te s, tra ta r m ás q u e de v irtu d e s p u ra m e n te h u m a ­
nas. U n a vez h e c h a esta a d v e rte n c ia e n tro e n te m a y d ig o
216 | q u e en m ateria d e co stu m b res se d a el n o m b re d e corrupción
religiosa a to d a e sp e c ie d e lib e rtin a je y p rin c ip a lm e n te al
de los h o m b re s con las m u je re s. E sta e s p e c ie d e c o rru p c ió n ,
d e la q u e n o soy d e n in g ú n m o d o ap o lo g ista y q u e sin d u d a
es crim inal, p u e s to q u e o fe n d e a D io s, n o es, sin em b arg o ,
in c o m p a tib le co n el b ie n e s ta r d e u n a nación. D ife re n te s
p u e b lo s han c re íd o y c re e n to d av ía q u e e s ta e s p e c ie d e co ­
rru p c ió n n o es crim inal. Lo es, sin d u d a , en F ran cia, p u e s to
q u e in frin g e las leyes del país; p e ro lo se ría m e n o s si las
m u je re s fu eran c o m u n e s y lo s h ijo s fu e ra n d e c la ra d o s h ijo s
d el E stado: e s te c rim e n n o te n d ría e n to n c e s p o lític a m e n te
n ad a d e p elig ro so . En e fe c to , cu a n d o se re c o rre la tie rra se la
v e p o b la d a d e nacio n es d ife re n te s en las cuales lo q u e 11a-
217 m am os libertinaje n o so la m e n te n o está | c o n sid e ra d o co m o
u n a c o rru p c ió n d e las c o s tu m b re s, sino q u e se e n c u e n tra
a u to riz a d o p o r las leyes y h asta c o n sa g ra d o p o r la relig ió n .
Sin co n ta r, e n O rie n te , lo s h a re n e s q u e e s tá n b ajo
la p ro te c c ió n d e las leyes, e n el T o n k ín , d o n d e se v e n e ra la
fe c u n d id a d , la p e n a im p u e sta p o r la ley a las m u je re s e s té ri­
les es b u sc ar y p r e s e n ta r a sus esp o so s las chicas q u e le son
ag rad ab les. C o m o c o n se c u e n c ia d e e sta legislación, los to n k i-
n eses e n c u e n tra n rid íc u lo s a los e u ro p e o s p o r n o te n e r m ás
q u e u n a m u je r; n o c o n c ib e n c ó m o , e n tr e n o so tro s , lo s h o m ­
b res raz o n ab le s c re e n h o n ra r a D io s p o r el v o to d e casti­
dad 61; s o stie n e n q u e , c u a n d o se p u e d e , es ta n crim in al n o
d a r la v id a al q u e no la tie n e , co m o q u ita rla a los q u e ya la
tie n e n (57).

61 El tem a del celibato fue muy debatido en los m edios enciclopedistas y entre los ilustrados
en general. El mismo año 1758, el canónigo D esforgues publicó sus Les avantages du mariage et
combien il est nécessaire et salu taire a u x pretres et a u x éveques de ce temps-ci d ’épouser une filie
chrétienne. La gran extensión d ada p o r D id e ro t a su artículo «célibat» d e UEncyclopédie, es ya
una buena muestra. En él, D id ero t enum era las muchas ventajas resum iendo el sentir de su
época.

198
| D e l m ism o m o d o , b a jo la salv ag u ard a d e las ley es, las 218
siam esas, co n la g a rg a n ta y las nalgas m e d io d e sc u b ie rta s,
llev ad as p o r las calles s o b re p a la n q u in e s, se p re s e n ta n en
a c titu d e s m u y lascivas. E sta ley fu e e sta b le c id a p o r u n a d e
sus re in a s, lla m a d a T¿randa q u e , co n e l fin d e q u e u n a m o r
m ás d e s h o n e s to cau sara re p u g n a n c ia a los h o m b re s, cre y ó su
d e b e r d e sp le g a r to d o el p o d e r de la belleza. E ste p ro y e c to ,
d ic e n las siam esas, tu v o éx ito . E sta ley, añ a d en , es p o r o tra
p a rte b a sta n te sabia: es a g ra d ab le p a ra lo s h o m b re s te n e r
d e s e o s y p ara las m u je r e s ex c ita rlo s. En ello c o n s iste la
felicidad de los d o s sexos, el ú n ic o b ie n q u e el cielo m e zc la | 219
co n los m ales co n los q u e n o s aflige: ¡y q u é alm a ta n b árb ara
q u e rría q u itá rn o s lo (58)!
E n el re in o d e B a tim en a (5 9 ), to d a m u je r, c u a lq u ie ra q u e
sea su c o n d ic ió n , está fo rz a d a p o r ley y a riesg o de j su v id a 220
a c e d e r al a m o r d e c u a lq u ie ra q u e la d e s e e ; un re c h a z o
significa u n a se n te n c ia d e m u e r te c o n tra ella.
N o te rm in a ría si q u isie ra d a r la lista d e to d o s los p u e b lo s
q u e n o tie n e n la m ism a id e a q u e n o so tro s de esta e sp e c ie d e
c o rru p c ió n d e c o stu m b re s: m e c o n te n ta ré , p u e s, d e s p u é s d e
h a b e r n o m b ra d o alg u n o s d e los países d o n d e la ley a u to riz a
el lib e rtin a je , co n citar a alg u n o s de aq u é llo s d o n d e este
m ism o lib e rtin a je fo rm a p a rte del cu lto religioso.
E n los p u e b lo s d e la isla d e F o rm o sa, la b o rra c h e ra y la
im p u d ic ia so n acto s d e relig ió n . Las v o lu p tu o s id a d e s, d icen
e s to s p u e b lo s, son hijas d el cielo , d o n e s d e su b o n d a d ; g o za r
d e ello s es h o n ra r la D iv in id a d , es a c e p ta r sus favores.
¿ Q u ié n p u e d e d u d a r d e q u e el esp e c tá c u lo de las caricias y
los g o c e s d e l a m o r p la c e n a los | dio ses? Los d io se s so n 221
b u e n o s y n u e s tro s p la c e re s son p a ra ello s la m ás ag rad ab le
o fre n d a d e n u e s tra g ra titu d . C o m o co n se c u e n c ia d e e s te ra­
z o n a m ie n to se d ed ica n p ú b lic a m e n te a to d o tip o d e p r o s titu ­
ció n (60).
T a m b ié n p a ra h a c e r q u e los d io se s les sean fav o rab les,
a n te s d e d e c la ra r la g u e r r a la re in a d e los G iag o s h ace v e n ir
an te ella a las más bellas m u je res y los más bellos d e sus
g u e rre ro s q u e , e n a c titu d e s d ife re n te s , g o za n en su p re se n c ia
d e los p la c e re s del am o r. ¡En c u á n to s p aíses, dice C ic e ró n , el
d e s e n fre n o tie n e sus te m p lo s!, ¡cu án to s altares elev a d o s a
| p ro s titu ta s (61)! Sin r e c o rd a r el a n tig u o cu lto a V e n u s, d e 222
C o tito , ¿los b an ian o s acaso n o h o n ra n , b ajo el n o m b re d e
la d io sa B ananí a u n a d e sus rein a s q u e , seg ú n el te s tim o n io

199
d e G e m e lli C a rre ri, « d e ja b a g o za r a su c o rte d e la v ista de
223 to d as sus b ellezas y p ro d ig a b a su c e siv a m e n te | su s fav o res a
v arios am an te s y h asta d o s a la vez»?
N o c ita ré acerca d e e s te te m a m ás q u e u n so lo h e c h o
r e fe rid o p o r Ju liu s F irm icus M a te rn u s, p a d re d e la Ig lesia d el
se g u n d o siglo, e n u n tr a ta d o titu lad o : De errore profanarum
224 religiorum. | «A siria, así c o m o p a rte d e A frica, dice este
p a d re , a d o ra el aire, b ajo el n o m b re d e J u n o o d e V en u s
virgen. E sta d io sa m a n d a los e le m e n to s. Se le co n sag ran
te m p lo s: esto s te m p lo s d e b e n se r se rv id o s p o r sa c e rd o te s,
q u ie n e s v estid o s y a d o rn a d o s c o m o m u je re s re z a n a la d io sa
co n u n a voz lá n g u id a y afe m in ad a , e stim u la n los d e s e o s de
los h o m b re s, c o n s ie n te n a ellos, se jactan de su im p u d icia y,
d e s p u é s d e e sto s p la c e re s p re p a ra to rio s , c re e n su d e b e r in ­
v o ca r a la dio sa a g ra n d e s g rito s, to c ar in s tru m e n to s , d ec ir
q u e e stá n llen o s d e l e s p íritu d e la d iv in id ad y p ro fe tiz a r» .
H a y , p u e s, u n a in fin id ad d e p aíses d o n d e la c o rru p c ió n d e
las c o s tu m b re s q u e lla m o religiosa está au to riz a d a p o r la ley o
c o n sag rad a p o r la relig ió n .
225 ¡C u án to s m ales, se d irá, v in c u lad o s | a esta e s p e c ie d e
c o rru p ció n ! P e ro , ¿ n o se p o d ría r e s p o n d e r q u e el lib e rtin a je
n o es p o lític a m e n te p e lig ro so en un E sta d o m ás q u e cu a n d o
está en o p o sic ió n c o n las leyes del país o cu a n d o se e n c u e n ­
tra u n id o a alg ú n o tr o vicio d el g o b ie rn o ? E n v an o se añ ad i­
ría q u e los p u e b lo s d o n d e re in a e s te lib e rtin a je so n d e s p re ­
ciados p o r el u n iv e rso . Y a q u e , sin h ab lar d e los o rie n ta le s y
d e las n ac io n es salvajes o g u e rre ra s q u e , en tre g a d a s a to d a
s u e rte d e v o lu p tu o s id a d e s, son felices p o r d e n tro y te m ib le s
p o r fu era, ¡qué p u e b lo es m ás c é le b re q u e los g rieg o s!,
p u e b lo q u e to d a v ía h o y p ro d u c e so rp re sa y ad m iració n y es
h o n ra d o p o r la h u m a n id ad . A n te s d e la g u e rra d el P elo p o -
n eso , ép o c a fatal a su v irtu d , ¿ q u é nació n , q u é país ha ex is­
tid o tan fe c u n d o en h o m b re s v irtu o so s y en g ran d e s h o m -
226 bres? Se c o n o c e , sin e m b a rg o , el g u s to d e los g rie g o s p o r | el
a m o r m ás d e s h o n e sto . E ste g u sto e ra ta n g e n e ra l q u e A rísti-
d es, a p o d a d o el J u s to , e s te A rístid e s d el q u e d ecían los
a te n ie n se s q u e esta b a n can sad o s d e se n tir alab arlo , hab ía
a m ad o , sin em b a rg o , a T e m ísto c le s. F ue la b elleza del jo v en
S tesilo u s, d e la isla d e C e o s, la q u e lle v an d o a sus alm as los
d e s e o s m ás v io le n to s e n c e n d ió e n tre ellos las an to rc h as d el
o d io . P la tó n era lib e rtin o . H a sta S ó crates, d e c la ra d o p o r el
o rá c u lo d e A p o lo c o m o el m ás sabio d e lo s h o m b re s , am aba

200
a A lcib íad e s y A rq u e la o , te n ía d o s m u je re s y vivía con todas
las co rte san a s. Es, p u es, se g u ro q u e , d e a c u e rd o c o n la id e a
q u e nos h em o s fo rm a d o acerca de las b u en a s c o s tu m b re s, los
m ás v irtu o so s e n tre los g rie g o s no h u b ie ra n p asad o en E u ­
ro p a m ás q u e p o r h o m b re s c o rru p to s. A h o ra b ien , al e n c o n ­
tra rs e en G re c ia e ste tip o d e c o rru p c ió n d e c o stu m b re s,
lle v ad o h asta el ú ltim o ex c eso , al ¡ m ism o tie m p o q u e e s te 227
país p ro d u c ía g ra n d e s h o m b re s en to d o s los g é n e ro s, q u e
hacía te m b la r P ersia y b rilla b a co n el m a y o r re sp la n d o r, se
p o d ría p e n s a r q u e la c o rru p c ió n de las c o stu m b re s, a la cual
doy el n o m b re d e religiosa, n o es in c o m p a tib le con la g ra n ­
d e z a y la felicidad d e u n E stado.
E x iste o tr a e s p e c ie d e c o rru p c ió n d e las c o s tu m b re s q u e
p re p a ra la caída d e un im p e rio y an u n c ia su ruina: d a ré a ésta
el n o m b re d e corrupción política 62.
U n p u e b lo es afe ctad o p o r ella, cu a n d o un g ran n ú m e ro
de los in d iv id u o s q u e lo c o m p o n e n sep aran sus in te re se s d el
in te ré s p ú b lic o . E sta e sp e c ie d e c o rru p c ió n , q u e se ju n ta
algunas veces con la a n te rio r, h a d a d o lugar a q u e m u ch o s
m o ralistas las c o n fu n d ie ra n . Si n o se c o n su lta m ás q u e el
in te ré s p o lític o d e un E sta d o , é s ta sería | tal vez la m ás 22H
p e lig ro sa . U n p u e b lo , a u n q u e tu v ie ra en lo d em ás las m ás
p u ra s c o s tu m b re s, si es atac ad o p o r e s ta c o rru p c ió n , es n ec e­
sa ria m e n te infeliz p o r d e n tro y p o c o te m ib le hacia fu era. La
d u ra c ió n de un tal im p e rio d e p e n d e d el azar, q u e sólo r e ­
trasa o a p re su ra su caída.
P ara h ac er se n tir hasta q u é p u n to esta an a rq u ía d e los
in te re se s es p elig ro sa en u n E stad o , c o n s id e re m o s el m al q u e
p ro d u c e en él la o p o sic ió n d e in te re se s d e u n c u e rp o 61 con
los d e la rep ú b lica. D e m o s a los b o n zo s, a los sa ce rd o te s
b u d istas siam eses to d a s las v irtu d e s d e n u e s tro s san to s. Si
el in te ré s del cu e rp o d e los b o n zo s no está en laz ad o c o n el
in te ré s p ú b lic o ; si, p o r e je m p lo , el c ré d ito d el b o n zo se d e b e
a la c e g u e ra de los p u e b lo s, este b o n zo , n e c e sa ria m e n te

62 Para H elvétius, en su radical reducción de la fuente de la virtud al interés social, en rigor


sólo la violación d e la ley es corrupción. La ley traza lo q u e debe y no debe ser, dicta lo
legítim o y lo ¿legítimo, lo b u eno y lo malo. Sólo la «corrupción política» de las costum bres es
rigurosam ente corrupción. La «corrupción religiosa» de las costum bres aparece al juzgar las
costum bres d e un p u eblo n o desde la ley d e ese pueblo que los legitima, sino desde la ley de
o tro pueblo, o la ley divina; o sea, es efecto d e un anacronismo.
63 H em os m antenido la traducción literal de «corps» p o rq u e cuerpo es un térm ino técnico
que, si bien hoy es poco usado y resulta un poco extraño, sigue definiendo una relación social
precisa. Quizá hubiéramos podido traducir p o r «estam ento», pero hemos preferido m antener
una term inología usual en la época.

201
e n e m ig o d e la nació n q u e lo a lim e n ta , será, re s p e c to a esta
229 n ació n , lo q u e los ro m a n o s e ra n | con rela ció n al m u n d o :
h o n e s to s e n tre ellos, b a n d o le ro s co n re la c ió n al u n iv erso .
A u n q u e cada u n o d e los b o n z o s e n p a rtic u la r se m a n tu v ie ra
a p a rta d o d e las g ran d e zas, el c u e rp o no se rá m e n o s am b i­
cioso; to d o s sus m ie m b ro s tra b a ja rá n a m e n u d o sin sab erlo
p ara su e n g ra n d e c im ie n to ; se c re e rá n a u to riz a d o s p o r un
p rin c ip io v irtu o so (62). N o hay, p u e s, n ad a m ás p e lig ro so en
un E stad o q u e un c u e rp o cu y o in te ré s n o e s té en laz ad o con
el in te ré s g en e ral.
Si los sa c e rd o te s del p ag a n ism o h ic ie ro n m o rir a S ó crates
y p e rsig u ie ro n casi a to d o s los g ra n d e s h o m b re s fu e p o rq u e
su b ie n p a rtic u la r se o p o n ía al b ie n p ú b lic o ; p o rq u e los
230 sa c e rd o te s d e u n a falsa re lig ió n tie n e n in te ré s | e n r e te n e r al
p u e b lo en la c e g u e ra y, co n e s te o b je to , p e rse g u ir a to d o s
aq u e llo s q u e p u e d e n escla re ce rle: e je m p lo algunas veces im i­
ta d o p o r los m in istro s d e la v e rd a d e ra re lig ió n q u e , sin la
m ism a n ec esid ad , han re c u rrid o a m e n u d o a las m ism as
c ru e ld a d e s, han p e rse g u id o , h u n d id o a g ra n d e s h o m b re s , se
h an c o n v e rtid o e n p a n e g irista s d e las o b ra s m e d io c re s y en
crítico s d e las e x c e le n te s (63).
231 | ¿ Q u é m ás rid íc u lo , p o r e je m p lo , q u e la p ro h ib ic ió n en
c ie rto s p aíses d e in tro d u c ir c u a lq u ie r e je m p la r d e El Espíritu
232 de las leyes 64, o b ra q u e m ás | d e u n p rín c ip e h ace le e r y
re le e r a su h ijo ? ¿ N o se p u e d e d ec ir s o b re este te m a, re p i­
tie n d o lo q u e d ijo u n h o m b re d e e s p íritu , q u e al so licitar
esta p ro h ib ic ió n los m o n je s h an h e c h o c o m o los escitas co n
sus esclavos? Les re v e n ta b a n los o jo s p ara q u e g irase n la
m u e la con m e n o s d istracció n .
233 | P a re c e q u e es ú n ic a m e n te d e la co n fo rm id a d o la o p o s i­
ció n e n tre el in te ré s d e los in d iv id u o s y el in te ré s g e n e ra l de
lo q u e d e p e n d e la felicid ad o la in felicid ad pú b lica; y q u e la
c o rru p c ió n relig io sa d e las c o s tu m b re s, p u e d e , co m o la h isto ­
ria lo p ru e b a , aliarse a m e n u d o a la m ag n an im id ad , a la

64 El L ’Esprit des Lois (1748) d e M ontesquieu, texto q u e tanto afectó a H elvétius, fue mal
recibido p o r los sectores eclesiásticos. Los jesuítas desde el Journal de Trévoux (abril, 1749) y
los jansenistas desde las N out elles eclesiastiques (9 y 16 d e o ctu b re de 1749) usando la plum a del
abate Fontaine d e la R oche, le acusan d e ofender la religión. M ontesquieu respondió con su
Défense de «l’Esprit des Lois», q u e no satisfizo a sus enem igos. A pesar de que V oltaire
intervino en su defensa (Remerciement sincére a. un bomme charitable, mayo 1750), el libro es
puesto en el Indice en 1751 . La Facultad de Teología le condena en 1752 y 1754. En 1757,
m uerto M ontesquieu (1755), J. B, d e Secondat saca una nueva edición del libro con un Eloge de
Montesquieu p o r d’A lem bert, y otros docum entos. Lo cierto es que L ’Esprit des Lois se convirtió
en un lugar d e com bate e n tre las dos grandes opciones filosóficas, la institucional y la ilustrada.

202
g ra n d e z a | del alm a, la sa b id u ría, los ta le n to s, en fin, a to d a s 234
las cu a lid a d es q u e fo rm a n a los g ran d e s h o m b res.
N o se p u e d e n eg a r q u e c iu d a d a n o s tachados d e c o rru p to s
hayan r e n d id o co n fre c u e n c ia a la p a tria serv icio s m ás im p o r­
ta n te s q u e los más se v e ro s a n a co retas. ¿ C u á n to d e b e m o s a la
g a la n te circasiana q u ie n , p a ra ase g u ra r su belleza o la d e sus
h ijas, ha sid o la p rim e ra en a tre v e rs e a inocularlas? ¿C u án to s
n iñ o s h a a rra n c a d o a la m u e rte la in o c u lació n ? T al vez n o
haya fu n d a d o ra d e o r d e n relig io sa q u e se haya h e c h o útil al
m u n d o e n te r o co n una acción s e m e ja n te en b o n d a d y q u e ,
p o r c o n s ig u ie n te , h ay a m e re c id o ta n to su re c o n o c im ie n to 65.
P o r lo d em ás, c re o q u e h e de r e p e tir o tra vez, ya al final
de e s te ca p ítu lo , q u e no h e p r e te n d id o h a c e rm e ap o lo g ista
d el | d e s e n fre n o . S o la m e n te h e q u e rid o d a r n o c io n e s claras 235
d e estas dos d ife re n te s e sp e c ie s d e c o rru p c ió n de las c o s tu m ­
b re s q u e se h an c o n fu n d id o co n d em asiad a fre cu e n cia y
so b re las cuales p a re c e q u e só lo se h a te n id o ideas confusas.
I n s tru y é n d o s e ac erca d el v e rd a d e ro o b je to de la c u e stió n , se
p u e d e c o n o c e r m e jo r su im p o rta n c ia , ju zg ar m e jo r el g rad o
d e d e s p re c io q u e se d e b e asignar a estas d ife re n te s clases d e
c o rru p c ió n y r e c o n o c e r q u e hay d o s tip o s d ife re n te s d e m a­
las acciones: unas, q u e so n viciosas en todas las fo rm a s del
g o b ie rn o y o tra s, q u e n o son p e rju d ic ia le s y, p o r co n si­
g u ie n te , crim in ale s en un p u e b lo m ás q u e p o r la o p o sic ió n
e n tr e estas m ism as acciones y las ley es del país.
U n m e jo r c o n o c im ie n to d e l m al d e b e d a r a los m o ralistas
m ás h ab ilid ad | p ara su cu ra ció n . P o d rá n c o n s id e ra r la m o ral 236
d e s d e un p u n to d e v ista n u e v o y d e u n a cien cia e s té ril h acer
u n a cien cia útil p a ra el u n iv erso .

65 Se trata de la inoculación d e la viruela. En 1673 trajo lady M ontague, de Constantinopla,


esta práctica de la inoculación (o vacunación). La técnica era conocida desde hacía m ucho
tiem po en Africa y Asia (especialm ente en C iñ a s ¿a. al lado del m ar Carpió). La Sorbona se
opuso radicalm ente y hasta 1764 no se aceptó. El m ism o Luis X V m urió d e viruela.

203
C a p í t u lo XV

En qué puede ser ú til para la moral el conocimiento de los


principios establecidos en los capítulos precedentes

Si la m o ral ha c o n trib u id o p o c o h asta ah o ra al b ie n e sta r


d e la h u m a n id a d , no es p o rq u e los m oralistas n o hayan
re u n id o afo rtu n ad as ex p re sio n es, m u ch a elo cu en cia y claridad
c o n g ra n p ro fu n d id a d de e s p íritu y elev ació n d e alm a; p e ro
p o r m uy b u e n o s q u e hayan sid o esto s m oralistas, hay q u e
237 c o n v e n ir en q u e n o han c o n s id e ra d o su fic ie n te m e n te | los
d ife re n te s vicios d e las n ac io n e s co m o n e c e s a ria m e n te d e ­
p e n d ie n te s d e la d ife re n te fo rm a d e su g o b ie rn o . S ólo co n si­
d e ra n d o la m oral d e s d e este p u n to de vista, ésta p u e d e lleg ar
a se r re a lm e n te ú til p ara los h o m b re s. ¿ Q u é han p ro d u c id o
h asta hoy día las m ás b ellas m áxim as d e la m o ral? H a n
c o rre g id o e n alg u n o s in d iv id u o s d e fe c to s q u e tal vez se les
re p ro c h a b a n ; sin em b a rg o , n o han p r o d u c id o n in g ú n cam b io
en las c o s tu m b re s d e las n aciones. ¿C uál es la cau sa d e ello?
Es q u e los vicios d e u n p u e b lo están , si se m e p e rm ite la
e x p re sió n , sie m p re o c u lto s en el fo n d o de su legislación: es
ahí d o n d e hay q u e b u scar, p ara a rran c ar la raíz p r o d u c to ra d e
sus vicios. Q u ie n n o e s tá d o ta d o ni d e las luces, ni d el c o ra je
n ecesario s p ara e m p re n d e rlo , n o p re sta , en e ste g é n e ro , casi
238 n in g u n a utilidad al | u n iv e rso . Q u e r e r d e s tru ir vicios q u e
d e p e n d e n d e la legislació n es p r e te n d e r lo im p o sib le , es
re c h a z a r las justas co n sec u en cias d e p rin c ip io s q u e se a d m i­
ten .
¿ Q u é se p u e d e e s p e ra r d e tantas d ec la m ac io n es c o n tra la
in fid e lid ad d e las m u je re s, si e ste vicio es el e fe c to n ec esario
de u n a co n tra d ic c ió n e n tre los d eseo s d e la n atu ra lez a y los
se n tim ie n to s q u e , p o r las leyes y la d ec en c ia , las m u je re s
e stá n obligadas a fingir? En el M alab ar, e n M ad ag ascar, si
to d a s las m u je re s son sinceras es p o r q u e satisfacen sin escá n ­
d alo to d a s sus fantasías, p o r q u e tie n e n m il g alan tes y no
d e c id e n la elec ció n d e u n esp o so m ás q u e d e s p u é s d e r e p e ti­
d o s ensayos. Lo m ism o o c u rre con los salvajes d e N u e v a
O rle a n s, p u e b lo s d o n d e las p a rie n ta s del g ra n Sol, las p rin c e -
239 sas n o b le s, | p u e d e n , cu a n d o se h a rta n de sus m arid o s, r e p u ­
d ia rlo s p a ra e s p o sa rse co n o tro s. En tales países, n o se e n ­
c u e n tra n m u je re s in fieles p o rq u e n o tie n e n n in g ú n in te ré s en
serlo.

204
N o p r e te n d o in fe rir d e esto s e je m p lo s q u e se d e b a n
in tro d u c ir e n tr e n o so tro s se m e ja n te s c o stu m b re s. D ig o sola­
m e n te q u e n o se p u e d e d e m o d o ra z o n a b le re p ro c h a r a las
m u je re s u n a in fid e lid ad q u e la d e c e n c ia y las leyes les h ac en
n ecesarias, y q u e , en fin, n o se cam bian los e fe cto s d e ja n d o
su b sistir las causas.
T o m e m o s la m a le d ic e n c ia co m o se g u n d o e je m p lo . La m a­
le d ice n cia es sin d u d a u n vicio, p e r o es u n vicio n ec esario
p o r q u e en to d o país d o n d e los c iu d ad a n o s n o p articip a n en
el m a n e jo d e los a su n to s p ú b lic o s, los c iu d ad a n o s, p o c o
in te re sa d o s e n in stru irse , | d e b e n p o d rirs e en u n a v e rg o n z o sa 240
p e re z a . A h o ra b ie n , si en e s te país es c o s tu m b re y está d e
m o d a la n za rse al g ra n m u n d o y es d e b u e n g u sto h ab lar
m u c h o , el ig n o ra n te , al n o p o d e r h ab lar de las cosas, d e b e
n e c e s a ria m e n te h ab lar d e las p e rso n a s. T o d o p a n e g íric o es
a b u rrid o y to d a sátira es ag ra d ab le ; so p e n a de se r a b u rrid o ,
el ig n o ra n te está fo rz a d o a se r m a led icie n te. N o se p u e d e ,
p u e s, d e s tru ir este vicio, sin an iq u ila r la causa q u e lo p r o ­
d u c e , sin a rra n c a r a los c iu d ad a n o s d e la p e re z a y, p o r
c o n s ig u ie n te , sin ca m b ia r la fo rm a del g o b ie rn o 66.
¿ P o r q u é el h o m b re de e s p íritu es, en g e n e ra l, m e n o s
m o le s to e n los círc u lo s p a r tic u la re s q u e el h o m b r e d e
m u n d o ? P o rq u e el p rim e ro , o c u p a d o en los m ás g ra n d e s
o b je to s , n o h abla, en g e n e ra l, d e las p e rso n a s m ás q u e en
c u a n to tie n e , c o m o los g ra n d e s | h o m b re s, u n a re la c ió n in- 241
m e d iata co n las cosas im p o rta n te s ; p o r q u e el h o m b re de
e s p íritu , q u e n o m u rm u ra m ás q u e p ara v en g a rse, lo h ace
m uy ra ra m e n te , m ie n tra s q u e el h o m b re d el g ra n m u n d o ,
p o r el co n tra rio , está casi sie m p re o b lig a d o a m u rm u ra r p ara
hablar.
Lo q u e digo de la m a led ice n cia , lo afirm o del lib e rtin a je
c o n tra el cual los m o ralistas h an rea c c io n a d o sie m p re v io le n ­
ta m e n te . El lib e rtin a je es, e n g e n e ra l, d e m a sia d o re c o n o c id o
c o m o c o n se c u e n c ia n e c e sa ria del lu jo co m o p ara q u e m e
d e te n g a en p ro b a rlo . A h o ra b ie n , si el lu jo , co m o e sto y tan
a le ja d o d e p e n s a rlo , p e r o c o m o se c re e en g e n e ra l, es m uy
ú til al E sta d o ; si, co m o es fácil m o stra rlo , no se p u e d e
e lim in a r el g u s to p o r él y re d u c ir a los ciu d ad a n o s a la

66 Esta es la lógica d e H elvétius: todo vicio tiene una causa social próxim a o una cadena de
causas; y com o causa últim a y principal está el gobierno que, con poder y d e b er de reform ar las
costum bres, por influencia o particularism o m antiene la «raíz del mal». Y a no es el hom bre el
culpable, sino el príncipe. N o es extraño que su libro levantara oleadas de ira.

205
p rá c tic a d e las leyes su n tu a rias sin ca m b ia r la fo rm a del
242 g o b ie rn o , sólo j d e s p u é s de algunas re fo rm a s d e e ste g é n e ro
sería p o sib le jactarse d e apagar e ste g u sto p o r el lib e rtin a je .
T o d a d ec la m ac ió n so b re e s te te m a es b u e n a te o ló g ic a­
m e n te , p e ro n o p o lític a m e n te . El o b je to q u e se p r o p o n e n la
p o lítica y la legislación es la g ra n d e z a y la felicidad te m p o ra l
d e los p u eb lo s. A h o ra b ien , re sp e c to a e ste o b je to , afirm o
q u e si el lu jo es re a lm e n te ú til p a ra F rancia sería rid íc u lo
q u e r e r in tro d u c ir e n ella u n a rigidez d e c o s tu m b re s in c o m p a­
tib le co n el g u sto p o r el lu jo . N o hay n in g u n a p ro p o rc ió n
e n tre las v en taja s q u e el c o m e rc io y el lu jo p ro c u ra n al
E sta d o tal c o m o e stá c o n s titu id o (v en ta jas a las q u e h ab ría
q u e re n u n c ia r p ara d e s te rra r d e ella el lib e rtin a je ) y el m al
in fin ita m e n te p e q u e ñ o q u e o ca sio n a el a m o r d e las m u je re s.
Es q u e ja rs e d e e n c o n tra r en u n a m in a rica algunas lam inillas
243 d e co b re m ezcladas co n | vetas d e o ro . En todas p arte s d o n d e
el lu jo es n ec esario , es u n a in c o n se c u e n c ia p o lític a co n s id e ra r
la g a la n te ría co m o un vicio m o ral; y si q u ie re c o n s e rv a rse el
n o m b re d e vicio, e n to n c e s se d e b e co n v e n ir en q u e hay
vicios ú tiles e n cierto s siglos y c ie rto s países y q u e E g ip to
d e b e su fertilid ad al lim o d el N ilo .
E n e fe c to , q u e se ex a m in e p o lític a m e n te la c o n d u c ta d e
las m u je re s galan tes; se v erá q u e, ce n su rab le s en cierto s
asp ec to s, so n en o tro s m uy ú tiles al p ú b lic o , p u e s to q u e
h acen u n uso d e sus riq u ez as en g en e ral m ás v e n ta jo s o p ara
el E stad o q u e las m u je re s m ás serias. El d e s e o d e g u sta r q u e
c o n d u c e a la m u je r g alan te al c in te ro , al v e n d e d o r d e telas o
d e m o d a s, p e rm ite n o so la m e n te lib rar a u n a in fin id ad d e
2.44 o b re ro s d e la in d ig e n cia a la q u e les re d u c iría | la p rác tica d e
leyes su n tu a ria s, sino q u e in sp ira ta m b ié n acto s d e la m ás
escla re cid a caridad. En el su p u e sto d e q u e el lu jo sea útil
p ara una nación, ¿no son las m u jeres galantes las q u e, estim u ­
la n d o la in d u s tria d e los arte sa n o s d e lu jo , los h acen cada día
m ás ú tiles p a ra el E stad o ? Las m u je re s serias, sie n d o g e n e ro ­
sas c o n m e n d ig o s o crim in ales, son p e o r ac o n sejad as p o r sus
d ire c to re s q u e las m u je re s g alan tes p o r su d e s e o d e gu star:
éstas alim e n tan a ciu d ad a n o s ú tile s y aq u é lla s a h o m b re s in ú ti­
les e in cluso a e n e m ig o s d e e s ta nació n 67.

67 Rousseau, que no com prendía bien a H elvétius, veía en esto una defensa del Jujo y se
oponía en térm inos d e q u e el lujo reproducía profesiones inútiles. C iertam ente este pasaje es
un poco sorprendente y contrasta con sus excursus del capítulo III del Prim er D iscurso.
A unque H elvétius dice q u e el lujo fem enino son «laminillas d e cobre mezcladas con vetas de

206
Se d e s p re n d e de lo q u e ac ab o d e d e c ir q u e n o es p o s ib le
p re c ia rse de h a c e r n in g ú n c a m b io e n las ideas d e u n p u e b lo
m ás q u e d e s p u é s d e h a b e r h e c h o cam b io s en su leg islació n ;
q u e es p o r la re fo rm a d e las ley es p o r la q u e d e b e c o m e n ­
zar la refo rm a d e las j co stu m b res; q u e declam aciones co n tra 245
un vicio útil en la fo rm a actual d e un g o b ie rn o serían p o lí­
ticam ente perjudiciales si n o fu eran vanas; p e ro serán siem p re
e s té rile s , p o r q u e la m asa d e u n a n ac ió n n o se d esp laz a m ás
q u e p o r la fu e rz a d e las leyes. P o r o tra p a rte , p e rm íta se m e
o b se rv a rlo d e paso: e n tre los m o ralistas hay p o c o s q u e sep an
o rie n ta r n u e s tra s p a s io n e s u n a s c o n tra o tra s y u sarlas co n
eficacia, p ara h a c e rn o s a d o p ta r su o p in ió n ; la m a y o r p a r te d e
sus c o n se jo s son d e m a sia d o in ju rio so s. D e b e ría n co n sta ta r,
sin em b a rg o , q u e las in ju ria s n o p u e d e n c o m b a tir v e n ta jo s a ­
m e n te los se n tim ie n to s; q u e sólo u n a p a sió n p u e d e triu n fa r
fre n te a u n a p asió n ; q u e , p o r e je m p lo , p a ra in sp ira r a la
m u je r g alan te m ás d isc re c ió n y m o d e s tia f re n te al p ú b lic o ,
se d e b e o p o n e r su ¡ v an id ad a su c o q u e te ría , h ac erle se n tir 246
q u e el p u d o r es u n a in v e n c ió n d el a m o r y de la v o lu p tu o s i­
d ad re fin a d a (6 4 ); | q u e es a la gasa co n la q u e e s te m ism o 247
p u d o r c u b re las bellezas d e u n a m u je r a la q u e el m u n d o
d e b e la m a y o r p a rte d e sus ¡ p la ce re s; q u e en el M a lab a r, 248
d o n d e lo s jó v e n e s se p r e s e n ta n s e m id e sn u d o s en las asam ­
b leas, y en c ie rto s ca n to n e s d e A m éric a, d o n d e las m u je re s
se o fre c e n sin v elo a las m ira d as d e los h o m b re s, lo s d eseo s
p ie rd e n to d o lo q u e la c u rio sid a d les c o m u n ica ría e n vivaci­
d ad ; q u e en e sto s p aíses la b ellez a en v ilec id a n o tie n e co ­
m e rc io m ás q u e c o n las n ec e sid a d e s; q u e , p o r el c o n tra rio ,
e n los p u e b lo s d o n d e el p u d o r cu e lg a un v elo e n tre los
d e s e o s y las d e s n u d e c e s, e s te v elo m iste rio so es el talism án
q u e r e tie n e al a m a n te en las ro d illas d e su am ada; y q u e es,
e n fin , el p u d o r el q u e p o n e en las d éb iles m an o s d e la
b e lle z a el c e tro q u e m a n d a a la fuerza. S abed ad em ás, d iría n
a la m u je r g a la n te , q u e los d esg ra cia d o s so n m u ch o s; q u e los
d e s a fo rtu n a d o s, en e m ig o s n ato s del h o m b re feliz, c o n sid e ra n
su felicidad co m o u n c rim e n ; | q u e o d ia n en el o tr o u n a 249
felicid a d d e m asiad o a je n a a ello s; q u e el esp e c tá c u lo d e vues-

oro», es decir, algo p eq u eñ o com parado con el lujo general (para él producción d e m ercancía),
lo cierto es q u e lo justifica. En e l fondo tam bién R ousseau (ver sus Confessiom) que, com o
H elvétius, gran aficionado al am or, confiesa amar aquello que la razón le invitaba a condenar:
la m ujer noble, la belleza hecha, o ayudada, d e lujo. V er el interesante trabajo d e P. M.
M asson, «Rousseau contre H elvétius», en Rerue d ’Histoire Littéraire de la Franee, 1911.

207
tras div ersio n es es algo q u e hay q u e aleja r d e sus m iradas y
q u e la in d e ce n cia , tra ic io n a n d o el se c re to de v u e s tro s p la ce­
re s, os e x p o n e a to d o s los tiro s d e su venganza.
A l s u stitu ir d e e s te m o d o el to n o d e la in ju ria p o r el
le n g u a je d el in te ré s , los m oralistas p u e d e n h a c e r a d o p ta r sus
m áxim as. N o m e e x te n d e ré m ás so b re e s te p u n to . V o lv ie n d o
a mi te m a in sisto en q u e lo s h o m b re s n o tie n d e n m ás q u e a
su felicidad, q u e no se lo s p u e d e su stra e r d e esta te n d e n c ia ,
q u e sería in ú til e m p re n d e rlo y p e lig ro so lo g rarlo ; q u e , p o r
co n sig u ie n te , n o es p o sib le c o n v e rtirlo s e n v irtu o so s m ás q u e
u n ie n d o su in te ré s p e rso n a l co n el in te ré s g e n e ra l. U n a vez
p la n te a d o e s te p rin cip io , es e v id e n te q u e la m o ra l n o es m ás
250 q u e u n a ciencia frívola | si n o se la fu n d e co n la p o lític a d e la
legislación; d e d o n d e co n c lu y o q u e , p a ra p re s ta r utilid ad
al u n iv e rso , los filósofos d e b e n c o n s id e ra r lo s o b je to s d e s d e el
p u n to d e vista q u e los c o n te m p la el legislador. S in e s ta r a rm a ­
d os d el m ism o p o d e r, d e b e n e s ta r an im ad o s p o r el m ism o
esp íritu . Es el m o ralista q u ie n d e b e in d ic ar las ley es cu y a e j e ­
cució n el le g isla d o r g a ra n tiz a p o r la aplicació n d el sello d e su
p o d e r 6!í.
P oco s m oralistas h ay en q u ie n e s esta v e rd a d haya a rra i­
gad o con su ficien te fuerza; au n e n tre a q u e llo s c u y o e sp íritu
está h e c h o p ara alcanzar las m ás altas ideas, hay m u c h o s q u e ,
en el e s tu d io d e la m o ral y e n los re tra to s q u e h ac en d e los
vicios, n o están an im ad o s m ás q u e p o r in te re se s p e rso n a le s y
o d io s p articu la re s. S ólo se d e d ic a n a la d e sc rip c ió n d e los
251 vicios | in c ó m o d o s p ara su a m b ie n te social, y su e s p íritu , q u e
p o co a p o c o se re d u c e al círc u lo d e su in te ré s, p r o n to carece
d e la fu e rz a n ec esaria p a ra ele v a rse h a sta las g ran d e s ideas.
En la ciencia d e la m o ral, la elev a ció n d el e s p íritu se d e b e
a la elev a ció n d el alm a. P ara ca p ta r en e s te c a m p o las v e rd a ­
des re a lm e n te ú tiles a los h o m b re s, se ha d e e sta r an im ad o
p o r la p asió n del b ie n g e n e ra l y, d esg ra c ia d a m e n te , en m oral
co m o en relig ió n e x iste n m u c h o s h ip ó critas.

68 Así se induce a la teoría del «déspota ilustrado». El filósofo, al m enos el filósofo moral,
el verdadero filósofo para H elvétius, es quien dice la ley en la m edida en que esa ley expresa
el bien posible para cuyo conocim iento se necesitan las luces. El filósofo es así político: él dice
la ley y el legislador, autorizado p o r su poder, la aplica. Por ello es sospechosa, aunque
atractiva, la tesis de I. H orow ith en su libro Claude Helvétius, Philosopher o f Democracy and
Enlightenment, N ueva Y ork, Paine W hitm an Public., 1954.

208
C a p ít u l o X V I

De los moralistas hipócritas

E n tie n d o p o r h ip ó c rita a q u e l q u e n o se d e d ic a al e s tu d io
d e la m o ral p o r el d e s e o d e felicidad | d e la h u m a n id ad , sin o 252
q u e se p re o c u p a só lo de sí m ism o . H a y m u c h o s h o m b re s d e
e s ta e sp ec ie: se los r e c o n o c e , d e u n a p a rte , p o r la in d ife re n ­
cia c o n la q u e c o n sid e ra n los vicios q u e d e s tru y e n los im p e ­
rio s; y, d e o tra , p o r la v io le n cia co n la q u e se en fa d an c o n tra
vicios p riv ad o s é9. En v a n o s e m e ja n te s h o m b re s in sisten en
q u e e s tá n in sp ira d o s p o r la p asió n d el b ie n p ú b lic o . Si e s tu ­
v ierais, se les re s p o n d e rá , re a lm e n te an im ad o s p o r e s ta p a­
sión, v u e s tro o d io p o r cada vicio e sta ría sie m p re en p r o p o r ­
ció n al m al q u e este vicio p r o d u c e a la so c ied a d ; y si la vista
d e los d e fe c to s m e n o s p e rju d ic ia le s al E sta d o b astará p ara
irrita ro s ¡con q u é o jo s co n sid eraría is la ig n o ran c ia d e los
m e d io s a p ro p ia d o s para fo rm a r c iu d a d a n o s v alien tes, m ag n á­
n im o s y d e sin te re sa d o s! ¡Q u é triste z a se n tiríais | al p e rc ib ir 253
alg ú n d e fe c to e n la ju ris p ru d e n c ia o en la d istrib u c ió n d e los
im p u e sto s, al d e s c u b rir d e fe c to s e n la d isc ip lin a m ilitar, la
cual d e c id e fre c u e n te m e n te el d e s tin o d e las batallas y el
e s tra g o d e m u ch as provincias! E n to n c e s, p e n e tra d o s co m o
N e rv a 7(), p o r el m ás vivo d o lo r se os v e ría a v o so tro s m is­
m o s e n fre n ta ro s a eso s vicios o d ia n d o el día q u e os h ace
te stig o s d e los m ales d e v u e s tra p a tria ; o, al m e n o s, to m a r
c o m o e je m p lo a aq u e l c h in o v irtu o s o q u ie n , ju sta m e n te irri­
ta d o p o r las v e ja c io n e s d e los g ra n d e s, se p re s e n ta an te el
e m p e ra d o r y le e x p o n e sus q u ejas: « V e n g o , le d ic e, a o f re ­
c e rm e al suplicio al q u e s e m e ja n te s p alab ras han a rra s tra d o a
se iscien to s d e m is co n c iu d a d a n o s; y te a d v ie rto q u e te p r e p a ­
re s a n uevas e je c u c io n e s: C h in a p o se e to d av ía d ie c io c h o m il
b u e n o s p a trio ta s q u ie n e s, p o r la | m ism a causa, v e n d rá n suce- 2 54
siv a m e n te a p e d irte la m ism a re c o m p e n sa » . Se calla d e s p u é s
d e estas palabras; y el e m p e ra d o r, s o r p re n d id o p o r su firm eza,
le c o n c e d e la re c o m p e n sa m ás h alag a d o ra p ara un h o m b re

69 En el original, «vices particuliers». En rigor, H elvétius se refiere a los vicios de los


«particulares». Usa «particulier» para designar al individuo; «société particulaire» para referirse
a «sociedades privadas», asociaciones, círculos sociales, etc.
70 M arco N erva, em perador rom ano sucesor d e D om iciano. A do p tó y nom bró sucesor suyo
a Trajano.

209
v irtu o so : el ca stig o d e los cu lp ab le s y la su p re sió n d e los
im p u e sto s.
E ste es el m o d o d e m a n ifesta rse el a m o r al b ie n p ú b lico .
Si re a lm e n te estáis an im ad o s p o r e sta p asió n , d iría a esto s
c e n so re s, v u e s tro o d io p o r cada vicio se rá p ro p o rc io n a l al
m al q u e e s te vicio o ca sio n a al E stad o ; si sólo os afectan
p ro fu n d a m e n te los d e fe c to s q u e os p e rju d ic a n , u su rp áis el
n o m b re d e m o ralistas, no sois m ás q u e egoístas.
Es, p u e s, p o r u n d e sa p e g o ab so lu to a sus in te re s e s p e rs o ­
nales, p o r un e s tu d io p ro fu n d o de la cien cia de la leg islació n ,
255 p o r lo q u e un m o ra lista p u e d e | se r ú til a su p atria. En tal
caso es capaz d e so p e sa r las v en taja s y los in c o n v e n ie n te s de
u n a ley o d e una c o s tu m b re y d e ju zg ar si d e b e se r ab o lid a
o conservada. E stam os con dem asiada frecuencia co n streñ id o s a
p re s ta rn o s a ab u so s y a c o s tu m b re s b árbaras. Si e n E u ro p a se
han to le ra d o los d u elo s d u ra n te ta n to tie m p o , es d e b id o a
q u e en estos p aíses d o n d e a d ife re n c ia d e R o m a no se está
an im ad o p o r el a m o r d e la p atria, d o n d e el v alo r n o se
e je rc ita p o r g u e rra s c o n tin u a s, los m oralistas tal vez n o im a­
g in a b an m e d io s d istin to s a los d u elo s p ara m a n te n e r el c o ra je
en el co razó n d e los ciu d ad a n o s y su m in istra r al E sta d o
v alien tes d e fe n so re s. C re e n , co n esta to le ran cia, c o m p ra r un
g ran b ien al p re c io d e un p e q u e ñ o m al; y se eq u iv o c a n e n el
caso p a rtic u la r del d u e lo , p e ro hay o tro s m il casos en los q u e
256 se está re d u c id o a e s ta o p ción. F re c u e n te m e n te es | en la
elec ció n e n tre d o s m a le s c o m o se re c o n o c e a u n h o m b re de
g en io . ¡Lejos están d e n o s o tro s to d o s eso s p e d a n te s e n a m o ­
rad o s d e u n a falsa id e a d e p erfecció n ! N a d a es m ás p e li­
g ro so , en un E stado, q u e esos m oralistas d e c la m a d o re s y sin
e s p íritu q u ie n e s, c o n c e n tra d o s en u n a p e q u e ñ a e sfe ra d e
ideas, re p ite n c o n tin u a m e n te lo q u e h an o íd o d e c ir a sus
amigos, re c o m ie n d a n sin cesa r la m o d e ra c ió n d e los d e s e o s y
q u ie re n an iq u ila r las p a sio n e s en to d o s los co ra z o n e s; n o
e n tie n d e n q u e sus p re c e p to s , ú tile s p a ra alg u n o s in d iv id u o s
situ ad o s en ciertas circ u n stan cias, serían la ru in a d e las n a­
cio n es q u e lo ad o p ta se n .
En e fe c to , si, c o m o nos e n s e ñ a la h isto ria , las p asio n es
fu e rte s , tales co m o el o rg u llo y el p a trio tism o en los g rieg o s
y los ro m an o s, el fa n a tism o en los á ra b es, la av aricia e n los
257 | filib u ste ro s, e n g e n d ra n s ie m p re los g u e r r e r o s m ás te m ib le s,
to d o g e n e ra l q u e m a n d a ra c o n tra se m e ja n te s so ld a d o s a
h o m b re s sin p a sio n e s n o o p o n d ría m ás q u e tím id o s c o rd e ro s

210
al f u ro r de los lobos. P o r e s o la sabia n a tu ra le z a ha d e p o s i­
ta d o en el c o ra z ó n d e l h o m b re c ie r to r e c e lo c o n tra los ra z o ­
n a m ie n to s d e e sto s filó so fo s; p o r eso las n ac io n e s, so m e tid a s
in te n c io n a lm e n te a e s to s p r e c e p to s , so n d e h e c h o in d ó ciles.
Sin esta feliz in d o c ilid a d , el p u e b lo e s c ru p u lo s a m e n te re s p e ­
tu o s o d e sus m áxim as lle g aría a ser el d e s p re c io y el esclavo
d e los d em ás p u e b lo s.
P ara d e te rm in a r h asta q u é p u n to se d e b e ex a lta r o m o d e ­
ra r el fu eg o d e las p a sio n e s, son n e c e sa rio s e sto s v asto s
e s p íritu s capaces d e a b a rc a r to d a s las p a rte s del g o b ie rn o .
Q u ie n q u ie ra q u e e s té así d o ta d o ha sido, p o r así d e c ir, | 258
d e s ig n a d o p o r la n a tu ra le z a p ara o c u p a r al lad o d el le g isla d o r
el carg o d e m in istro p e n s a d o r (6 5 ) y ju stifica r las p alab ras d e
C ic e ró n d e q u e un hombre de espíritu jam ás es un simple
ciudadano sino un verdadero m agistrado 1 1.
A n te s d e e x p o n e r las v e n ta ja s q u e p ro c u ra ría n al m u n d o
ideas m ás am p lias y m ás sanas de la m oral, c re o p o d e r
su b ra y a r d e paso q u e estas id e as escla re c e ría n in fin ita m e n te | 259
to d a s las ciencias y, s o b r e to d o , la d e la h isto ria , cuyos
p ro g re s o s son a la vez e fe c to y causa d e los p ro g re s o s d e la
m o ra l 72.
Si tu v ie se n m ás in stru c c ió n acerca d el v e rd a d e ro o b je to
d e la h isto ria , los e s c rito re s n o d e sc rib iría n d e la v id a p riv a d a
d e u n rey só lo los d e ta lle s q u e m a n ifiestan su carácter; n o
d e s c rib iría n tan c u rio s a m e n te sus c o s tu m b re s , vicios y v irtu ­
des d o m é stic o s; a d v e rtiría n q u e el p ú b lic o p id e cu e n ta s a los
s o b e ra n o s d e sus e d ic to s y n o d e sus cenas; q u e el p ú b lic o
d e s e a c o n o c e r el h o m b re q u e hay d e n tr o del p rín c ip e sólo
e n c u a n to el h o m b re p a rtic ip a d e las d e lib e ra c io n e s d el p rín ­
cip e; y q u e las a n é c d o ta s p u e rile s d e b e n se r su stitu id a s, p ara

71 El «ministre penseur», el filósofo q u e inspira la política ilustrada del déspota, viene a ser
concebido cono un artista q u e es capaz d e diseñar adecuados equilibrios y oportunos desplaza­
m ientos entre las pasiones humanas cara a la maximización del bienestar colectivo. El «m inistre
penseur» ha d e poseer un «esprit vaste», es decir, ha de ser un «hom bre d e talento» (frente al
«hom bre d e genio»), d e visión global, d e mirada sintética, de dom inio en el cam po de la
ciencia de la moral (de las pasiones) y d e la legislación (de la política).
72 Es im portante la «historia» en la ilustración. H ay razones para pensar que es este
m om ento, con la idea d e p ro g reso co m o desarrollo abierto, cuando se traza la posibilidad de
esta disciplina. Pero lo más im portante es el «sentido histórico» q u e tiñe todo el saber.
C onocer es describir un p roceso desde el origen (sea éste la tabula rasa o el hombre estatua en
la gnoseología; sea el «estado natural» e n la teoría social). Se trata de buscar el origen (de la
tierra, d e las fuentes, del derecho, d e la religión, de la m oral...) para, así, iniciar el proceso
descriptivo de la génesis («origen» com o principio) y valorar el p resen te («origen» com o canon
y fundam ento de la m oral o el derecho). V er el cap. V, «La conquista del m undo histórico» de
Cassirer, Filosofía de la Ilustración, M éxico, FCE, 1943.

211
q u e in stru y a n y p lazcan p o r el cu a d ro ag ra d ab le o a te r ra d o r
d e la felicid ad o d e la m is e ria p ú b lic a y d e las causas q u e las
260 h an p ro d u c id o . D e la sim p le | ex p o sició n d e e ste cu a d ro
su rg irían u n a in fin id ad d e re fle x io n e s y d e re fo rm a s ú tiles.
Lo q u e d ig o en la h isto ria lo e x tie n d o a la m e tafísica y a
la ju risp ru d e n c ia . H a y p o cas ciencias q u e n o te n g an alg u n a
rela ció n co n la m o ral. La ca d en a q u e las en laza a to d a s tie n e
m ás e x te n s ió n d e lo q u e se p ie n sa: to d o e s tá re la c io n a d o en
el u n iv erso .

C a p ít u l o X V II

De las ventajas que resultan


de los principios más arriba establecidos

P aso rá p id a m e n te a las v en taja s q u e sacarían d e ello s los


in d iv id u o s p a rtic u la re s. C o n sistiría n en d arles id eas claras d e
es ta m ism a m o ral, cu y o s p re c e p to s, hasta a h o ra e q u ív o c o s y
261 c o n tra d ic to rio s, han p e rm itid o | a los m ás in se n sato s ju stificar
sie m p re la lo c u ra d e su c o n d u c ta co n algunas d e estas m áxi­
mas.
P o r o tra p a rte , m ás in stru id o ac erca d e sus d e b e re s, el
h o m b re d e p e n d e ría m e n o s d e la o p in ió n d e sus am igos:
p ro te g id o c o n tra las in ju stic ias q u e las so c ied a d es en las
cu ales vive le in d u c e n a c o m e te r, sin sa b e rlo , se lib ra ría al
m ism o tie m p o del te m o r p u e ril d e lo rid íc u lo ; fan ta sm a q u e
la p re se n c ia d e la raz ó n an iq u ila , p e r o q u e es el te r r o r d e
esas alm as tím id as y p o c o escla re cid as q u e sacrifican sus
g u sto s, su re p o so , sus p la ce re s, y algunas v ec es h asta su
v irtu d , al h u m o r y lo s ca p rich o s d e e s to s a tra b ilia rio s, a cu y a
crítica no se p u e d e e sc a p a r cu a n d o se tie n e la d esg ra cia de
ser c o n o c id o p o r ellos.
U n ic a m e n te si se so m e te a la raz ó n y a la v irtu d , p u e d e el
262 h o m b re | d esafiar los p re ju ic io s y a rm a rse d e e s to s s e n ti­
m ie n to s v iriles y en é rg ico s q u e fo rm a n el c a rá c te r d istin tiv o
d el h o m b re v irtu o so ; se n tim ie n to s d e se a b le s en cada ciu d a­
d a n o y q u e se tie n e d e re c h o de ex ig ir d e los g ran d e s 73.

73 «Des grands» refiere a la élite socio-política d e la sociedad. A veces podría traducirse por

212
¿ C ó m o el h o m b re q u e h a sid o a sc e n d id o a los alto s cargos
d e r r ib a r á los o b stá c u lo s q u e c ie rto s p re ju ic io s o p o n e n al b ien
g e n e ra l y re sis tirá a las am en azas, las cábalas d e g e n te p o ­
te n te , a m e n u d o in te re sa d a e n la d esg ra cia p ú b lic a, si su alm a
n o es in accesib le a to d a e s p e c ie d e te n ta c io n e s, te m o re s y
p re ju ic io s?
P a re c e , p u e s , q u e el c o n o c im ie n to de los p rin c ip io s m ás
a rrib a esta b le c id o s p o r lo m e n o s p r o c u ra al h o m b re p a rtic u ­
la r la v e n ta ja d e d a rle u n a id e a n ítid a y se g u ra d e lo h o n ra d o ,
d e arra n c a rle a e s te re s p e c to d e to d a e sp e c ie d e in q u ie tu d ,
d e a seg u rarle el re p o s o d e su c o n c ie n c ia | y p r o p o rc io n a rle , 263
p o r c o n s ig u ie n te , lo s p la c e re s in te rio re s y los se c re to s ligados
a la p rá c tic a d e la v irtu d .
E n c u a n to a las v e n ta ja s q u e sacaría d e e llo el p ú b lic o ,
se ría n sin d u d a m ás co n sid e ra b le s. C o n s e c u e n te m e n te con
e sto s p rin c ip io s se p o d ría c o m p o n e r, si se m e p e rm ite la
e x p re s ió n , un ca te c ism o d e p ro b id a d , cuyas m áxim as sim p les,
v e rd a d e ra s y al alcance d e to d o s los e s p íritu s, e n s e ñ a ría n a
lo s p u e b lo s q u e la v irtu d , in v ariab le en c u a n to al o b je tiv o
q u e se p r o p o n e , no lo es e n c u a n to a los m e d io s ap ro p ia d o s
p a ra alcan zar e s te o b je tiv o ; q u e se d e b e c o n s id e ra r a las
accio n es c o m o in d ife re n te s en sí m ism as; q u e es n ec e sa rio
c o m p re n d e r q u e la n e c e sid a d del E sta d o d e b e d e te rm in a r
aq u e lla s q u e son dignas d e estim a o d e d e s p re c io ; y, en fin,
q u e es el leg isla d o r, p o r el c o n o c im ie n to q u e d e b e te n e r d el
in te ré s p ú b lic o , q u ie n d e b e fijar el in sta n te en q u e cada
| acció n d e ja d e s e r v irtu o sa y llega a se r viciosa. 264
U n a vez re c ib id o s esto s p rin c ip io s, ¡con q u é facilidad el
le g isla d o r ap ag aría las a n to rc h a s d e l fan a tism o y d e la s u p e rs­
tic ió n , s u p rim iría los ab u so s, re fo rm a ría las c o s tu m b re s b ár­
b aras q u e , tal vez ú tiles c u a n d o f u e ro n e stab lecid as, han
lle g a d o a se r ta n fu n esta s al u n iv erso ! C o s tu m b re s q u e no
su b siste n m ás q u e p o r el te m o r d e n o p o d e r ab o lirías sin
su b le v a r a los p u e b lo s, sie m p re ac o stu m b ra d o s a c o n fu n d ir la
p rác tica d e ciertas accio n es co n la p ro p ia v irtu d , sin e n c e n ­
d e r g u e rra s largas y c ru e le s y sin o ca sio n a r, en fin, u n a d e
estas se d ic io n e s s ie m p re azarosas p ara el h o m b re o rd in a rio y
q u e n o p u e d e n r e a lm e n te s e r p rev istas ni apacigu ad as m ás
q u e p o r h o m b re s co n u n ca rá c te r y u n e s p íritu vastos.

«noble», pero a mediados del X V III hay una alta burguesía, en rigor «no noble», aunque con
frecuencia com pre el título nobiliario, q u e ocupa altos cargos de la adm inistración, las finanzas,
las instituciones, etc.

213
265 | S ó lo d e b ilita n d o la e s tú p id a v en e ra c ió n d e los p u e b lo s
p o r las v iejas leyes y c o s tu m b re s se p o n e a los so b e ra n o s en
c o n d ic io n e s d e p u rg a r la tie rra d e la m a y o r p a rte d e los
m ales q u e la asolan y se les su m in istra n los m e d io s de
ase g u ra r la d u ra c ió n d e sus im p e rio s.
A h o ra , cu a n d o los in te re s e s d e u n E stad o han ca m b ia d o y
las ley es ú tiles en su fu n d ac ió n han llegado a ser nocivas p ara
él, estas m ism as leyes, p o r el re s p e to q u e to d a v ía se co n serv a
p o r ellas, d e b e n n e c e s a ria m e n te a rra stra r el E sta d o a la ruina.
¿ Q u ié n d u d a d e q u e la d e s tru c c ió n d e la re p ú b lic a ro m an a
haya sido el e fe c to d e u n a rid ic u la v e n e ra c ió n d e las an tig u as
leyes y d e q u e e s te ciego re s p e to haya fo rja d o las cad en as q u e
C ésar im p u so a su p atria? D e sp u é s d e la d e s tru c c ió n d e
C a rtag o , cu a n d o R o m a alcanzó la cim a d e la g ran d e za, los
266 ro m a n o s | d e b ie ro n d arse c u e n ta de la re v o lu c ió n q u e a m e ­
n azaba al im p e rio d e b id a a la o p o sic ió n e n tre su s in te re se s,
sus c o s tu m b re s y sus leyes, y c o m p re n d e r q u e , p a ra salvar el
E stad o , la re p ú b lic a e n te ra n ec e sita b a a p re su ra rs e a h ac er en
las ley es y el g o b ie rn o la re fo rm a q u e exigían los tie m p o s y
las circ u n sta n cia s y, so b re to d o , d arse p risa en p re v e n ir los
cam b io s q u e q u e ría in tro d u c ir la am b ició n p e rs o n a l de los
le g isla d o re s, la m ás p e lig ro sa d e las a m b icio n es. Los ro m a ­
nos h ab ría n re c u rrid o a e s te re m e d io si h u b ie ra n te n id o
id eas m ás claras s o b re la m oral. Si h u b ie se n e s ta d o in stru id o s
p o r la h isto ria de to d o s los p u e b lo s h a b ría n a d v e rtid o q u e las
m ism as leyes q u e los hab ían lle v ad o al ú ltim o g ra d o de
elev a ció n n o p o d ía n so ste n e rlo s ahí; q u e u n im p e rio es c o m ­
p a ra b le a un navio q u e c ie rto s v ie n to s h an d irig id o a ciertas
267 | la titu d e s 74, d o n d e , z a ran d ea d o p o r o tro s v ien to s, am en aza
con n au frag a r si p a ra p r o te g e rs e del h u n d im ie n to , el p ilo to
h ábil y p r u d e n te n o cam bia co n p r o n titu d d e m an io b ra:
v e rd a d p o lític a q u e había c o n o c id o L o ck e q u ie n , e n el esta ­
b le c im ie n to d e su legislación en la C a ro lin a , q u iso q u e sus
ley es n o tu v ie se n v igencia m ás q u e d u ra n te u n siglo y q u e,
v e n c id o e s te p lazo, se an u la se n si n o e ra n d e n u e v o ex am i­
nadas y co n firm a d as p o r la nació n 75. E n te n d ía q u e un go-

74 «H auteur». A unque «altura» tam bién es un térm ino m arino, nos parece que «latitud»
expresa m ejor la imagen que H elvétius quiere dar.
75 D e hecho tales leyes definían un Estado esclavista. Es el peligro de esta «doctrina
ilustrada» de H elvétius, q u e e n nom bre del bienestar público, q u e es definido por el «m inistro
filósofo», se p uede legitimar com o históricam ente moral la esclavitud o cualquier régimen
despótico. El «bien» es dicho p or la «razón»; el individuo no tiene derecho a equivocarse,
aunque sea para ser libre.

214
b ie rn o n ec esitab a le y es d ife re n te s se g ú n fu e ra g u e r r e r o o
c o m e rc ia n te y q u e u n a legislació n a p ro p ia d a p a ra fa v o re c e r el
co m e rc io y la in d u stria p o d ía lle g ar a se r u n día fu n e s to p ara
esta co lo n ia si los v e c in o s co n se g u ía n a d ie s tra m ie n to g u e ­
r re ro y las circu n stan cias exigían q u e e s te p u e b lo fu e se e n ­
to n c e s m ás m ilitar q u e c o m e rc ia n te .
| A p liq ú e se esta idea d e L ocke a las falsas relig io n es; se 26«
estará p r o n to c o n v e n c id o d e la n ec e d a d ta n to d e sus in v e n to ­
res co m o de sus sectarios. E n e fe c to , c u a lq u ie ra q u e ex am in e
las relig io n es (q u e , salvo la n u e stra , e stá n todas hech as p o r
m an o s h u m an as) c o n s ta ta q u e jam ás han sido la o b ra del
e s p íritu vasto y p ro fu n d o d e u n le g isla d o r, sin o del e sp íritu
e s tre c h o d e un p articu la r; q u e , p o r c o n s ig u ie n te , estas falsas
relig io n es jam ás han sido fu n d ad a s so b re la base d e las ley es
y del p rin c ip io d e u tilid ad p ú b lic a, p rin c ip io sie m p re in v aria­
b le, a u n q u e , sie n d o ad a p ta b le en sus aplicaciones a to d as las
d iv ersas p o sic io n e s d o n d e p u e d e e n c o n tra rse su c esiv a m e n te
un p u e b lo , es el ú n ic o p rin c ip io q u e d e b e n a d m itir aq u e llo s
q u e q u ie re n , co m o los A n astasio , R ip p e rd á , T h am as-K o u li-
K an y Je h an g ir 76, | d iseñar el p ro y ec to de una nueva religión 269
y h ac erla útil p a ra los h o m b re s. Si en la c o m p o sic ió n d e las
falsas relig io n es se h u b ie se se g u id o sie m p re e ste p lan , se
h a b ría c o n se rv a d o to d o lo ú til q u e hay en estas relig io n es, no
se h a b ría d e s tru id o el T á rta ro ni el E líseo, el le g islad o r
h a b ría tra z a d o sie m p re cu a d ro s m ás o m e n o s agrad ab les o
te rrib le s , se g ú n la fu e rz a m a y o r o m e n o r d e su im aginación.
Estas relig io n es, sim p le m e n te d e sp o ja d a s de lo q u e tie n e n de
p e rju d ic ia l, no h u b ie sen d o b le g a d o los e s p íritu s b ajo el yugo
v e rg o n z o so de una necia cre d u lid a d ; ¡y c u á n to s c rím e n e s y
su p e rstic io n e s h u b ie se n d e s a p a re c id o de la tierra! N o se
h ab ría v isto al h a b ita n te d e la g ran Ja v a (6 6 ), p e rsu a d id o a la
m ás lig era in c o m o d id ad d e q u e la h o ra fatal ha lleg ad o ,
a p re su ra rs e | a ju n ta rse c o n el D io s d e sus p a d re s, im p lo ra r 270
la m u e rte y c o n s e n tir en rec ib irla; lo s sa c e rd o te s h ab rían
in te n ta d o en vano a rre b a ta rle se m e ja n te c o n s e n tim ie n to p ara
ah o g a rle d e s p u é s co n sus p ro p ia s m an o s y atra ca rse d e su
carn e. P ersia n o h a b ría a lim e n ta d o a e s ta secta ab o m in a b le
d e d erv ic h es q u e p id e lim o sn a a m a n o arm ada, q u e m a ta

76 Juan G uillerm o, D uque d e R ipperdá (1680-1737), fue un aventurero político holandés


q ue trabajó al servicio de Felipe I. G ehan-G ir o Jehangir, fue un em perador mongol de
com ienzos dei X VII. En cuanto a A nastasio, quizá se refiere a Anastasio II, em perador de
O riente de 713 a 715, q u e se hizo m o n je y acabó decapitado.

215
im p u n e m e n te a q u ie n q u ie ra q u e n o a d m ita sus p rin c ip io s,
q u e le v a n tó u n a m an o h o m ic id a so b re un asceta y h u n d ió el
p u ñal en el sen o d e A m u ra th 77. Los ro m a n o s, ta n su p e rsti-
271 ciosos co m o los n eg ro s (67), n o h a b ría n m e d id o su | c o ra je
según el a p e tito de gallinas sagradas. E n fin, las re lig io n e s no
h ab ría n fe c u n d ad o en O rie n te los g é rm e n e s de estas g u e rra s
272 (68) largas y cru eles | q u e los sa rrac en o s e n ta b la ro n , p rim e ro
c o n tra los cristianos, lu e g o , b a jo las b an d e ras d e los O rn a r y
los A l i 78, e n tre ellos, g u e rra s q u e in sp ira ro n la fá b u la q u e
em p leó un p rín cip e d el In d u stá n p ara r e p rim ir el ce lo in d is­
c re to d e u n imán.
S o m é te te , le decía el im án, a la o rd e n d el A ltísim o . La
tie rra re c ib irá su santa ley, la v ic to ria m a rc h a en to d a s p a rte s
p o r d e la n te d e O rnar. M ira A rab ia, P ersia, Siria, A sia e n te ra
su byugadas, el águila ro m a n a p iso te a d a p o r los pies d e los
273 fieles y la espada del | te r r o r p u e s ta e n m an o s d e K haled.
P o r esto s signos c e rte ro s, re c o n o c e la v e rd a d d e m i relig ió n
y, so b re to d o , la sublim id ad d el C o rán , la sim p licid ad d e los
dogm as, la d u lz u ra d e n u e s tra ley. N u e s tro D io s n o es u n
D io s cru el; n u estro s p la ce re s le h o n ran . R e sp ira n d o el o lo r
d e los p e rfu m e s, d ice M a h o m a, e x p e rim e n ta n d o las v o lu p ­
tu o sas caricias del am o r, mi alm a se e n c ie n d e co n m ás ferv o r
y se lanza m ás rá p id a m e n te hacia el cielo. In se c to co ro n a d o ,
¿lucharás d u ra n te m u c h o tie m p o c o n tra tu D ios? A b re los
o jo s, m ira las su p e rstic io n e s y los vicios d e los q u e tu p u e b lo
está infectad o : ¿lo p riv arás sie m p re d e las lu ces d el C o ­
rán? 79.
Im án , re sp o n d ió el p rín c ip e , h u b o u n tie m p o en el q u e
en la re p ú b lic a de los ca sto res, co m o en mi im p e rio , h ab ía
274 q u ejas p o r el ro b o d e alg u n o s d e p ó s ito s \ e in c lu so p o r alg u ­
nos asesin ato s; p ara p re v e n ir los c rím e n e s b a sta b a co n ab rir
alg u n o s d e p ó s ito s p ú b lic o s, en sa n c h a r las g ra n d e s ru ta s, e s ta ­
b le c e r alg u n o s p u e sto s de vigilancia. El se n a d o d e c a sto res
e sta b a d isp u e sto a to m a r e s te p a rtid o , c u a n d o u n o d e ello s,
d irig ie n d o su m irad a al azul d e l firm a m e n to , ex c la m ó d e re -

77 Los derviches o dervis son los m iem bros de una secta musulmana. En cuanto a su
referencia a Am urath, posiblem ente H elvétius quisiera referirse al gran visir otom ano Sokollu,
quien fue apuñalado p o r un m endigo en 1579, du ran te el reino d e M urat III. Con la m uerte de
Sokollu, el im perio otom ano cae en un período d e decadencia.
78 O rnar y Alí fueron, respectivam ente, el segundo y el cuarto califas del Islam. O rnar
conquistó Siria, Persia y Egipto. Alí tuvo una larga lucha contra M oaviah. Ambos fueron
asesinados.
79 Khalid Ibn Al-W alid, general árabe que pasó al Islam en 629. Tras la batalla de M uta
contra Bizancio, fue apodado «Espada de Dios». C onquistó La Meca, Irak y parte de Siria.

216
p e n te : « T o m e m o s e je m p lo d e l h o m b re . C re e q u e e s te p ala­
cio d e los aires está c o n s tru id o , h a b ita d o y reg id o p o r u n ser
m ás p o te n te q u e él; e s te se r lleva el n o m b re d e Michapnr.
P u b liq u e m o s e s te d o g m a; q u e el p u e b lo d e los ca sto res se
so m e ta a él. P e rsu a d á m o sle d e q u e un g e n io está, p o r o rd e n
d e e s te dios, p u e s to co m o c e n tin e la en cada p la n eta ; q u e d e
ahí, c o n te m p la n d o n u e stra s accio n es, se o cu p a d e d is trib u ir
b ie n es a los b u e n o s y m ales a los m alos. U n a vez rec ib id a
esta c re e n c ia , el c rim e n h u irá le jo s d e n o so tro s» . Se calla, los
d em ás c o n su lta n , | d e lib e ra n ; la id e a g u sta p o r su n o v ed a d ; es 275
a d o p ta d a ; h e aq u í q u e la re lig ió n es e sta b le c id a y los casto res
v iven al p rin c ip io co m o h e rm a n o s. Sin e m b a rg o , p r o n to nace
un a g ran controversia. Fue la nutria, dicen unos; fue la rata
alm izclera, re s p o n d e n o tro s, la p rim e ra en p r e s e n ta r a M i-
c h a p u r los g ra n o s d e are n a co n los q u e fo rm ó la tie rra . La
d is p u ta su b e d e to n o ; el p u e b lo se d iv id e ; se llega a las
in ju ria s y de las in ju ria s a los g o lp e s; el fan atism o toca
z a fa rra n c h o d e c o m b a te 80. A n te s d e esta relig ió n se c o m e ­
tían alg u n o s ro b o s y alg u n o s asesin ato s: a h o ra la g u e rra civil
se e n c ie n d e y la m itad d e la n ac ió n es dego llad a. In stru id o
p o r esta fábula, n o p re te n d a , pues, ¡oh, cruel im án!, añadió
e s te p rín c ip e in d io , p ro b a r m e la v erd ad y la u tilid ad d e un a
relig ió n q u e asóla el u n iv e rso .
R e su lta d e e s te ca p ítu lo q u e si el | le g islad o r es tu v ie ra 276
a u to riz a d o , c o n s e c u e n te m e n te c o n los p rin c ip io s m ás arrib a
esta b le c id o s, a h a c e r e n las ley es, las c o stu m b re s y las falsas
re lig io n e s, to d o s los cam b io s q u e ex ig en el tie m p o y las
circ u n sta n cia s, p o d ría secar la fu e n te de u n a infin id ad d e
m ales y a seg u rar el re p o s o d e los p u e b lo s, e x te n d ie n d o así la
d u ra c ió n de los im p e rio s.
P or o tra parte, ¡cuánta luz arrojarían estos principios
sobre la m oral, haciéndonos p ercib ir la d ep en d en cia necesa­
ria que enlaza las costum bres con las leyes en un país y
enseñánd o n o s que la ciencia de la m oral no es o tra cosa que
la ciencia de la legislación! ¿Q uién duda de que si fuesen los
m oralistas más asiduos en este estu d io podrían elevar esta
ciencia hasta un grado de p erfección que los buenos espíritus
no p u ed e n ahora más que en tre v e r y que tal vez | no se 277
imaginan que p u ed a ser jamás alcanzado (69)?
Si en casi to d o s los g o b ie rn o s las leyes, sin c o h e ren cia

80 En el texto francés, «sonne la charge».

217
278 e n tre ellas, p a re c e n se r la o b ra | d e l p u r o azar, es p o r q u e
aq u e llo s q u e las h ac en , g u ia d o s p o r fin es e in te re se s d ife re n ­
te s, se p re o c u p a n p o c o ac erca d e su re la c ió n e n tr e sí. P asa
c o n la fo rm a ció n d el c u e rp o e n te r o d e leyes lo m ism o q u e
c o n la fo rm a c ió n d e ciertas islas: los ca m p e sin o s q u ie re n
v aciar su ca m p o d e m ad eras, p ie d ra s, h ie rb a s y lim os in ú tiles;
co n e s te fin, los a rro ja n a u n río d o n d e v eo esto s m a te ria le s,
a rra stra d o s p o r las c o rrie n te s, ac u m u la rse a lre d e d o r d e alg u ­
nas cañas, c o n so lid a rse y fo rm a r, e n fin, u n a tie rra firm e.
Sin em b a rg o , es a la u n ifo rm id a d d e los fin es d el legisla­
d o r, a la d e p e n d e n c ia d e las ley es e n tre sí, a lo q u e se d e b e
su ex celen cia. P ara e s ta b le c e r esta d e p e n d e n c ia es n e c e s a rio
re fe rirla s to d a s a un p rin c ip io sim p le tal c o m o el d e la
279 u tilid ad p ú b lic a, es d ec ir, d el m a y o r n ú m e ro | d e h o m b re s
so m e tid o s a la m ism a fo rm a d e g o b ie rn o ; p rin c ip io cuya
e x te n sió n y fec u n d id ad n ad ie co n o c e ; p rin c ip io q u e ab arca
to d a la m o ral y la leg islación, q u e m u c h a g e n te re p ite sin
e n te n d e r y d el q u e los m ism o s leg isla d o re s n o tie n e n to d a v ía
m ás q u e u n a idea su p erficial, al m e n o s si se ju zg a p o r la
d esg racia d e casi to d o s los p u e b lo s d e la tie rra (70).

280 |C a p í t u l o X V III

D el espíritu considerado con relación


a diversos siglos y países

H e p ro b a d o q u e las m ism as ac cio n es, su c e siv a m e n te ú ti­


les y p e rju d ic ia le s e n d iv e rso s siglos y países, e ra n u n as veces
estim a d as, o tra s veces d e sp re cia d as. Pasa co n las ideas lo
m ism o q u e c o n las acciones. La d iv e rsid ad d e los in te re se s de
los p u e b lo s y los cam bios o c u rrid o s en e sto s m ism o s in te re ­
ses p ro d u c e n re v o lu c io n e s en sus g u sto s, d an lu g ar a la
c re a c ió n o a la an iq u ilació n re p e n tin a y to ta l d e cierto s
281 g é n e ro s de e s p íritu y | el d e s p re c io , in ju s to o le g ítim o , p e ro
sie m p re re c íp ro c o , q u e en m a te ria d e e s p íritu lo s d iv erso s
siglos y p aíses s ie n te n sie m p re u n o s p o r o tro s.
P ro p o sic ió n cu y a v erd a d p ro b a ré e n los d o s ca p ítu lo s
sig u ie n te s p o r m e d io de e je m p lo s.

218
C a p í t u l o X IX i

La estima por los diferentes géneros de espíritu es en cada siglo


proporcionada a l interés que se obtiene de estimarlos

P ara d e m o s tra r la to ta l e x a c titu d d e e sta p ro p o sic ió n ,


to m e m o s en p r im e r lu g a r las n o v elas c o m o e je m p lo . D e sd e
los A m ad ís h a sta las n ovelas de n u e s tro s días, este g é n e ro h a
e x p e rim e n ta d o su c e siv a m e n te | m iles d e cam bios. ¿Se q u ie re 2
sa b e r la causa? P re g ú n te s e p o r q u é las n o v elas m ás estim ad as
hace tre sc ie n to s a ñ o s nos p a re c e n h oy a b u rrid a s o rid icu las y
se a d v e rtirá q u e el p rin c ip a l m é rito d e la m a y o r p a rte d e
estas o b ras d e p e n d e d e la e x a c titu d co n la q u e se d e s c rib e n
en ellas los vicios, las v irtu d e s , las p asio n es, lo s usos y las
rid ic u le c e s d e u n a nación.
A h o ra b ie n , las c o s tu m b re s d e u n a nació n ca m b ian a
m e n u d o d e u n siglo a o tro ; e s te c a m b io d e b e p ro d u c ir v aria­
cio n e s e n el g é n e r o d e sus n o v elas y d e su g u sto : u n a nación
está, p o r in te ré s e n su e n tre te n im ie n to , casi sie m p re fo rz ad a
a d e s p re c ia r en u n siglo lo q u e a d m ira b a en el siglo p re c e ­
d e n te (71). L o q u e d ig o d e las n ovelas | p u e d e aplicarse casi 3
a to d a s las o bras. P e ro p ara d e m o s tra r con m ás | fu e rz a es ta 4
v e rd a d , tal vez se d e b a c o m p a ra r el e s p íritu d e los siglos d e
ig n o ra n c ia 81 c o n el e s p íritu d e n u e s tro siglo. D e te n g á m o n o s
u n m o m e n to en e s te ex a m e n .
C o m o los eclesiástico s e ra n lo s ú n ic o s q u e sabían e scrib ir,
n o p u e d o sacar m is e je m p lo s m ás q u e d e sus o b ras y d e sus
se rm o n e s. Q u ie n los lea n o p e rc ib irá m e n o s d ife re n c ia e n ­
tre los d e M e n o t (7 2 ) | y lo s d e l p a d re B o u d a lo n e q u e e n tre 5
el Caballero del sol y la Princesa | de Cleres 82. A l cam b iar nú es- 6
tras c o s tu m b re s y a u m e n ta r n u e stra s lu c es, nos | re iría m o s 7
h o y d e lo q u e se a d m ira b a an tañ o . ¿ Q u ié n n o se re iría d el
se rm ó n d e u n p re d ic a d o r d e B u rd e o s q u ie n , p a ra p ro b a r
to d a la g ra titu d d e los m u e rto s p o r a q u e llo s q u e d a n d in e ro a

81 Los «siécles d’ignorance» son la Edad M edia, para los ilustrados, la época del dom inio de
la «som bra», cuya salida a la «luz» se inicia en el R enacim iento y «resplandece» en ei «siglo de
las luces», iluminado, esclarecido...
82M ichel M enot (1440-1518): predicador francés d e la orden de los «cordeleros»; fue
apodado Lengua de Oro. Sin em bargo, se encuentran en sus serm ones, al lado de fragmentos
retóricam ente adm irables, paisajes burlescos, escritos en un lenguaje macarrónico.
La Princesa de Cleves (1678), obra principal de Mme. de La Fayette, es considerada como el
m odelo más pu ro del arte clásico d el siglo X V II. Introduce la era d e la novela psicológica
moderna.

219
los m o n je s para q u e re c e n a D io s p o r ellos, decía g ra ­
v e m e n te en el p u lp ito q u e «basta co n el so n id o d el d in e ro
q u e cae en el cepillo o la bacinilla y q u e h ace tm tin tin, p ara
q u e todas las alm as d el p u rg a to rio se e c h e n ta n to a re ír q u e
hagan ja ja ja, ji ji ji (73)?»
8 | En la sim plicidad d e los siglos de ignorancia, los o b je to s
se re p re s e n ta n b ajo un a sp e c to m uy d ife re n te a a q u é l b a jo el
cual se los c o n s id e ra en los siglos esclarecid o s. Las trag ed ias
d e la P asión, ed ifican tes p ara n u e s tro s a n te p a sa d o s, n o s p a re ­
cerían a c tu a lm e n te escandalosas. P asaría lo m ism o con casi
to d a s las sutiles cu e stio n e s q u e se d eb a tía n e n aq u el tie m p o
en las escu elas de teo lo g ía. N a d a p a re c e ría h o y m ás in d e-
9 c e n te q u e unas d isp u tas en reg la | p a ra sa b e r si D io s está
v estid o o d e s n u d o en la h o stia, si D io s es to d o p o d e ro s o , si
tie n e el p o d e r de p e c a r, si D io s p o d ría a d o p ta r la n atu ra lez a
d e la m u je r, del d ia b lo , el asno, la ro ca o la calabaza y m iles
de c u e stio n e s to d a v ía m ás ex tra v ag a n tes (74).
T o d o , hasta los m ilagros, llev ab an en e s te tie m p o d e
ig n o ran c ia la h u ella del m al g u sto d el siglo (7 5 ).
10-11 | E n tre m u c h o s d e esto s p re te n d id o s | m ilagros rela tad o s
12 en las Memorias \ de la Academia de las Inscripciones y Bellas
Letras (7 6 ), e lijo u n o q u e o c u rrió a favor de u n m o n je . «E ste
m o n je volvía d e u n a casa e n la q u e se in tro d u c ía to d as las
n o ches. T e n ía q u e a tra v e sa r a la v u e lta un río: S atán v o lc ó la
b arca y el m o n je se a h o g ó m ie n tra s co m e n z a b a el in v ita to rio
d e las m a itin e s d e la V irg en . D o s d iablos se a p o d e ra n de su
alm a y son d e te n id o s p o r dos án geles q u e la rec lam a n en
13 cu alid ad d e cristian a.» « S e ñ o re s, d ic e n los | d ia b lo s, es v e r­
d ad q u e D io s ha m u e rto p ara sus am igos y esto no es u n a
fáb ula, p e ro é s te esta b a e n tre los e n e m ig o s d e D io s. Y
p u e s to q u e lo h e m o s e n c o n tra d o e n la b asu ra d el p ec ad o , lo
tira re m o s al lodazal d el in fie rn o ; se re m o s b ien re c o m p e n s a d o s
p o r n u e s tro s p re b o s te s .» D e s p u é s d e m uchas p ro te sta s, los
án g eles p r o p o n e n lle v ar el litig io al trib u n a l de la V irg en . Los
d iab lo s re s p o n d e n q u e d e b u e n g ra d o to m a rá n a D io s p o r
ju ez, p o r q u e juzga se g ú n las ley es; p e r o d e la V irg e n , d icen:
« n o p o d e m o s e s p e ra r justicia: ro m p e ría to d as las p u e rta s del
in fie rn o an tes d e d e ja r en él u n so lo día al q u e d u ra n te su v id a
haya h e c h o algunas re v e re n c ia s a su im agen. D io s n o la con-
14 tra d ic e en nada. P u e d e | d ec ir q u e la u rra c a es n e g ra y q u e el
agua tu rb ia es clara: le c o n c e d e to d o . Y a n o sa b em o s a q u é
a te n e rn o s: d e u n a m b o h ac e u n te rn o , de un d o b le d o s, un

220
q u in te rn o ; tie n e el d a d o y la su e rte : el d ía e n q u e D io s hizo
d e ella su m a d re fu e fatal p ara n o so tro s.»
Sin d u d a sería m o s p o c o ed ificad o s p o r u n m ilag ro se m e ­
ja n te y n os re iría m o s ig u a lm e n te d e e s te o tro m ilag ro sacado
d e las Cartas edificantes y curiosas sobre la visita del obispo de
Halicarnaso y q u e m e ha p a re c id o d e m a sia d o g rac io so p ara
re s is tir al d e s e o d e p o n e rlo aquí.
P ara p r o b a r la ex c elen c ia del b a u tism o , el a u to r c u e n ta
q u e « an tañ o , e n el re in o d e A rm e n ia , h u b o u n re y q u e te n ía
m u c h o o d io c o n tra lo s cristian o s; p o r eso p e rsig u ió la re li­
g ió n d e u n a m a n e ra m uy cru el. | M e re c ía q u e D io s le casti- 15
g ara. S in em b a rg o , D io s, in fin ita m e n te b u e n o , q u e a b rió el
c o ra z ó n d e San P ab lo p a ra c o n v e rtirlo m ie n tra s p e rse g u ía a
los fieles, a b rió ta m b ié n el co ra z ó n d e e s te rey p ara q u e
co n o c ie se la sa n ta relig ió n . U n a vez, m ie n tra s el re y ce le­
b ra b a c o n s e jo en el p alacio c o n los m a n d a rin e s, p a ra d e lib e ­
ra r so b re los m e d io s d e a b o lir e n te ra m e n te la relig ió n cris­
tia n a e n el re in o , d e r e p e n te el rey y los m a n d a rin e s se
tra n sfo rm a ro n e n ce rd o s. T o d o el m u n d o a c u d ió a cau sa
d e los g rito s d e e sto s ce rd o s, sin sa b er cuál p o d ía se r la causa
d e un a cosa tan ex tra o rd in a ria E ntonces, un cristiano llam ado
G re g o rio q u e h ab ía sido to r tu r a d o el día a n te rio r a c u d ió a
cau sa del ru id o y r e p ro c h ó al rey su c ru e ld a d hacia la re li­
g ió n . Al h a c e r G re g o rio | e s te d isc u rso , los c e rd o s se d e tu - 16
v ie ro n ; y, u n a vez callados, le v a n ta ro n el h o cico hacia a rrib a
p a ra escu c h ar a G re g o rio , q u ie n in te rro g ó a to d o s los c e rd o s
en esto s té rm in o s: «¿E stáis d e c id id o s a c o rre g iro s d e s d e a h o ra
en a d e la n te? Al o ír e s ta p re g u n ta , to d o s los c e rd o s h ic ie ro n
u n m o v im ie n to c o n la ca b ez a y g ru ñ ie ro n s3, co m o si h u b ie ra n
| d ic h o sí. G re g o rio v olvió a to m a r la palabra: «Si estáis d eci- 17
d id o s a c o rre g iro s, si o s a rre p e n tís d e v u e s tro s p e c a d o s y q u e ­
ré is ser b au tizad o s p a ra o b s e rv a r p e rfe c ta m e n te la re lig ió n , el
S e ñ o r os co n sid e ra rá e n su m ise ric o rd ia ; si n o , seréis in felices
e n e s te m u n d o y e n e l o tro » . T o d o s los c e rd o s m o v ie ro n la
cabeza, h ic iero n u n a re v e re n c ia y g ru ñ e r o n c o m o si h u b ie ra n
q u e rid o d ec ir q u e así d e s e a b a n q u e fu era. G re g o rio , al v e r a
los c e rd o s h u m ild e s d e e s te m o d o , to m ó agua b e n d ita y b a u ­
tizó a to d o s los ce rd o s. Y o c u rrió e n el ac to un g ra n m ilagro: a
m e d id a q u e b au tiza b a cada ce rd o , p r o n to é s te se tra n sfo rm a b a
en u n a p e rso n a m ás b ella q u e antes.

83 H elvétius juega con la onom atopeya «ouen, ou en , ouen» y el «oui» del sí francés.

221
E sto s m ilag ro s, se rm o n e s, trag ed ias y estas c u e stio n es
te o ló g ic as q u e ah o ra n os p a re c e n tan ridicu las e ra n y d eb ían
se r a d m irad o s e n lo s siglos d e ig n o ran cia, p o r q u e estab a n
ad e c u a d o s al e s p íritu d el tie m p o y p o r q u e los h o m b re s sie m ­
p re ad m iran las ideas análogas a las suyas. La im b ecilid ad
g ro s e ra d e la m a y o r p a rte de ello s n o les p e rm itía c o n o c e r la
sa n tid a d y la g ra n d e z a d e la relig ió n ; e n casi todas las cabe-
18 zas, la | re lig ió n n o era, p o r así d ec ir, m ás q u e u n a su p e rsti­
ción y u n a id o latría. En favor d e la filosofía, se p u e d e d ec ir
q u e te n e m o s u n a m ás alta o p in ió n de la relig ió n . P o r in ju sto
q u e sea u n o hacia las ciencias, p o r m u c h o q u e se las acu se d e
in tro d u c ir la c o rru p c ió n en las c o s tu m b re s, es c ie rto q u e las
d e n u e s tro c le ro son ah o ra ta n p u ras c o m o d ep ra v ad as eran
e n to n c e s, al m e n o s si se c o n su lta n ta n to la h isto ria co m o los
a n tig u o s p re d ic a d o re s 84. M aillard y M e n o t, los m ás cé le b re s
e n tre ello s, tie n e n sie m p re e s ta p a la b ra e n la boca: Sacerdo­
tes, religiosi concubinari. ¡M alditos!, g rita M aillard 8S, in fam es
cu yos n o m b re s e stá n in sc rito s en los re g istro s d el d iab lo ;
la d ro n e s, co m o d ic e San B e rn a rd o , ¿acaso p en sáis q u e los
fu n d a d o re s d e v u e s tro s b en e ficio s os los han d a d o p a ra q u e
19 n o hagáis o tra cosa | q u e vivir e n p ro m isc u id a d co n m u je res?
Y v o so tro s, se ñ o re s g o rd o s abares, q u e con v u e s tro s b e n e fi­
cios alim e n táis caballos, p e rro s y m u je re s, p re g u n ta d a San
E ste b an si llegó al p araíso p o r llevar s e m e ja n te vida, d án d o s e
co m ilo n a s, e s ta n d o sie m p re e n tre festin es y b a n q u e te s y r e ­
p a rtie n d o los b ie n e s d e la Iglesia y d el c ru c ifijo a las m u je re s
d e la vida (77)».
20 | N o m e d e te n d r é m ás en c o n s id e ra r e sto s siglos g ro se ro s
d o n d e to d o s los h o m b re s, su p e rsticio so s y v alien tes, n o se
d iv e rtía n m ás q u e co n c u e n to s d e m o n je s y h azañas d e
caballería. La ig n o ran c ia y la sim plicidad so n sie m p re m o n ó ­
to nos: an tes d e la re n o v a c ió n de la filosofía, los a u to re s ,
a u n q u e n acid o s e n siglos d ife re n te s , e scrib ía n to d o s co n el
m ism o to n o . Lo q u e se llam a g u sto su p o n e c o n o c im ie n to .
N o hay g u sto ni, p o r co n sig u ie n te , re v o lu c io n e s d el g u sto en

84 H elvétius al referirse a la «filosofía» está indicando el saber ilustrado d e su siglo en que


p or «filósofo» se entiende ese h o m b re n o som etido a la religión y las buenas costum bres. Su
referencia a las ciencias señala q u e esos clérigos que se han entregado a la práctica científica
(muchos de ellos colaboradores d e la Enciclopedia), frecuentem ente acusados p o r la jerarquía,
tienen más valor que aquellos medievales o m edievalizantes que, si bien fíeles a la ortodoxia,
reproducían historietas com o la de los cerdos de G regorio.
85 O liver Maillard (1430-1502), predicador franciscano, vicario general de su orden. Fue
confesor de Carlos V III. D octor d e la Universidad de París, predicó en toda Europa.

222
los p u e b lo s | b árb a ro s; o, al m e n o s, n o so n n o ta b les m ás q u e 21
e n los siglos esclarecid o s. A h o ra b ie n , e s to s tip o s de re v o lu ­
cio n es van sie m p re p re c e d id o s p o r algún cam bio en la fo rm a
d e g o b ie rn o , en las c o s tu m b re s, las leyes y la p o sic ió n d e un
p u e b lo . E xiste, p u e s , u n a d e p e n d e n c ia se c re ta m e n te e s ta b le ­
cid a e n tre el g u sto d e u n a nació n y sus in te re se s S6.
P ara e s c la re c e r e s te p rin c ip io p o r m e d io de algunas ap li­
ca cio n es, p re g ú n te s e p o r q u é la p in tu ra trágica d e las v e n ­
ganzas m ás m e m o ra b le s, tales co m o la d e los A trid as 87, no
e n c e n d e ría n ya e n n o so tro s los m ism o s a rre b a to s q u e ex c ita­
ban a n ta ñ o en los g rie g o s, y se v erá q u e esta d ife re n c ia d e
im p re s ió n se d e b e a la d ife re n c ia e n tre n u e s tra relig ió n ,
n u e s tra civilización y la re lig ió n y civilización d e los g rieg o s.
| Los an tig u o s elev a b an te m p lo s a la venganza. E sta pa- 22
sión, c o n s id e ra d a h oy día c o m o un vicio, c o n ta b a e n to n c e s
e n tre las v irtu d e s. La civilización an tig u a favorecía e s te cu lto .
En u n siglo d e m asiad o g u e r r e r o p ara n o se r un p o c o fero z, el
ú n ic o m e d io d e en lazar la có lera, el f u ro r y la traició n e ra
atar el d e s h o n o r al o lv id o de la in ju ria , situ ar sie m p re el
cu a d ro d e la ven g an za al lad o del cu a d ro de la afren ta. D e
e s te m o d o se m a n te n ía en el co ra zó n d e los ciu d a d a n o s u n
te m o r re s p e tu o s o y salu d ab le q u e sup lía la falta d e civiliza­
ción. La d e sc rip c ió n d e e s ta p asió n e ra , p u es, d em asiad o
an álo g a a la n ecesidad y al p e rju ic io d e los p u e b lo s an tig u o s
p a ra n o ser c o n s id e ra d a co n placer.
P e ro en el siglo en el q u e vivim os, en un tie m p o e n el
q u e la civilización e stá m u y p e rfe c c io n a d a , a e s te re sp e c to
d o n d e | p o r o tra p a rte n o e sta m o s so m e tid o s a los m ism o s 23
p re ju ic io s, es e v id e n te q u e c o n s u lta n d o d e igual m a n e ra n u e s ­
tr o in te ré s sólo p o d e m o s v e r co n in d ife re n c ia la p in tu ra d e
u n a p asió n q u e , le jo s de m a n te n e r la paz y la a rm o n ía e n la
so c ied a d , no o ca sio n a ría en ella m ás q u e d e s ó rd e n e s y c ru e l­
d ad es in ú tiles. ¿ P o r q u é las trag e d ias llenas d e esto s s e n ti­
m ie n to s viriles y e n é rg ic o s q u e in sp ira el a m o r p o r la p atria
p ro v o ca ría n e n n o s o tro s só lo im p re sio n e s ligeras? P o rq u e es
m uy ra ro q u e los p u e b lo s u n a n c ie rta e sp e c ie d e c o ra je y d e

86 Por «goút», concepto im portante en el siglo X V III, debem os entender «sensibilidad»


estética, tinura... H em os m antenido «gusto» porque H elvétius entiende por «sensibilité» la
sensibilidad física, el ser sensible. En la expresión castellana «buen gusto» se expresa bastante
bien el sentido de «goüt».
H7Los Atridas son los descendientes d e A treo, sobre los cuales pesa la maldición d e un
prim er crimen por parte d e éste junto con Tiestes, al matar a su herm ano Crisipo. La cadena
d e crím enes no se detiene hasta llegar a O restes.

223
v irtu d co n el m ás e x tre m o s o m e tim ie n to , p o r q u e los ro m a ­
n o s lle g a ro n a se r b ajo s y viles en c u a n to tu v ie ro n u n a m o y
p o r q u e , e n fin, co m o d ic e H o m e ro :
«El h o rrib le in sta n te q u e carga d e cad en a s a u n h o m b re
lib re , le a rre b a ta la m itad d e su v irtu d p rim e ra » .
24 D e d o n d e co n c lu y o q u e los siglos d e ¡ lib e rta d e n los q u e
se e n g e n d ra n los g ra n d e s h o m b re s y las g ra n d e s p a s io n e s son
ta m b ié n los ú n ic o s en los q u e los p u e b lo s so n v e rd a d e ra ­
m e n te a d m ira d o re s de se n tim ie n to s n o b le s y v alien tes.
¿ P o r q u é el g é n e ro d e C o rn e ille e ra m ás ap re c ia d o en
v ida d e e s te ilu stre p o e ta q u e ah o ra? P o rq u e se salía e n to n ­
ces d e la Liga, de la F ro n d a 8S, de esto s tie m p o s ag itad o s en
los q u e los e s p íritu s, to d a v ía e n a rd e c id o s p o r el fu e g o d e la
se d ició n , e ra n m ás a tre v id o s, estim a b an m ás los s e n tim ie n to s
au d a ce s y e ra n m ás su sc e p tib le s d e am b ició n ; p o rq u e los
c a ra c te re s q u e C o rn e ille da a sus h é ro e s , los p ro y e c to s q u e
h ace c o n c e b ir a sus am b icio so s e ra n , p o r c o n sig u ie n te , m ás
a n álo g o s al e s p íritu d e su siglo q u e al d el actual; p o rq u e
25 a h o ra se e n c u e n tra n p o c o s h é ro e s (7 8 ), p o co s ciu d ad a n o s | y
p o c o s am bicio so s; p o r q u e u n a calm a feliz ha su c ed id o a ias
m u ch as to rm e n ta s y los v o lcanes de la se d ic ió n están p o r
to das p a rte s apagados.
¿C ó m o p u e d e n s o r p re n d e r a u n a rte sa n o a c o stu m b ra d o a
g e m ir b ajo el p e s o d e la in d ig e n cia y d el d e s p re c io , a u n
h o m b re rico y h asta a u n g ra n s e ñ o r a c o stu m b ra d o a a rra s­
tra rse d e la n te d e u n alto d ig n a tario , a c o n s id e ra rlo co n el
sa n to r e s p e to q u e el eg ip cio tie n e p o r sus d io se s y el n e g ro
p o r su fe tic h e , eso s v erso s d o n d e C o rn e ille dice: « P o r ser
m ás q u e u n rey, ¿te cre e s alguien?»
S e m e ja n te s se n tim ie n to s d e b e n p a re c e rle s lo co s y g igan­
tesco s; n o p o d ría n a d m ira r su elev ació n sin te n e r q u e ru b o ri-
26 zarse p o r la b a je z a | d e los suyos. Es p o r ello p o r lo q u e ,
e x c e p tu a n d o a u n p e q u e ñ o n ú m e ro de e sp íritu s y d e ca ra c te ­
res elev a d o s q u e c o n serv an to d a v ía p o r C o rn e ille u n a estim a
ra z o n a d a y se n tid a , los d em ás a d m ira d o re s d e e s te g ra n p o e ta
lo estim a n m e n o s p o r se n tim ie n to q u e p o r p re ju ic io y d e
palabra.

Pierre C orneille (1606-1684) es el p rim er gran dram aturgo de Francia y uno d e los más
grandes trágicos universales. A u to r d e E l Cid, Horacio, Cinna, Polyeucto, etc.
La Fronda fue una especie d e partido revolucionario d e la nobleza francesa que durante la
minoría de edad de Luis X IV com batió el absolutism o del cardenal M azarino. La Liga fue una
confederación católica fundada en 1576 para defender el catolicismo contra los calvinistas y
derrocar a Enrique III.

224
T o d o ca m b io q u e o c u rra en el g o b ie rn o o e n las c o stu m ­
b re s d e u n p u e b lo d e b e n e c e s a ria m e n te causar re v o lu c io n e s
e n su g u sto . D e u n siglo a o tr o un p u e b lo es afe ctad o en
d iv ersas fo rm as p o r los m ism o s o b je to s , según la p asió n
d ife re n te q u e lo anim a.
O c u rre co n los s e n tim ie n to s d e los h o m b re s lo m ism o
q u e co n sus ideas: d e l m ism o m o d o q u e n o co n c eb im o s en
lo s o tro s m ás q u e las ideas análogas a las n u estra s, n o p o d e ­
m o s se r afe cta d o s co m o d ic e S alustio m ás q u e p o r p asio n es
q u e nos | c o m u n ic a n a n o so tro s m ism o s co n fu e rz a (79). 27
P a ra ser afe cta d o p o r la d escrip ció n d e alguna p asió n , es
n e c e s a rio h a b e r sido u n o m ism o su ju g u e te .
S u p o n g a m o s q u e el p a s to r T irso y C a tilin a 89 se e n c u e n ­
tre n y se co n fíe n re c íp ro c a m e n te los se n tim ie n to s d e a m o r y
d e am b ició n q u e lo s agitan; n o p o d rá n d e m o d o c ie rto co ­
m u n ic a rse las im p re sio n e s d istin ta s q u e ex c ita n en ellos las
p asio n es d ife re n te s q u e los anim an. El p rim e ro , no co n c ib e
lo q u e tie n e de tan se d u c to r el p o d e r s u p re m o y el se g u n d o ,
lo q u e la c o n q u ista d e u n a m u je r p u e d e te n e r d e tan hala­
g ü e ñ o . A h o ra b ie n , p ara ap licar a los d ife re n te s g é n e ro s
trág ico s e s te p rin c ip io , d ig o q u e e n | to d o país d o n d e los 28
h a b ita n te s n o p a rtic ip a n en el m a n e jo d e los asu n to s p ú b li­
cos, d o n d e se m e n c io n a n r a ra m e n te las p alab ras p a tria y
c iu d ad a n o , no se c o m p la c e al p ú b lic o m ás q u e p re s e n ta n d o
e n el te a tro p asio n es q u e c o n v ie n e n al in d iv id u o p riv ad o ,
tales co m o las del am o r. N o es q u e to d o s los h o m b re s sean
ig u a lm e n te sen sib le s a ella; se g u ra m e n te las alm as altivas y
au d aces, las alm as d e los am b icio so s, p o lítico s, avaro s, an cia­
n o s o n eg o c ia n tes, se c o n m u e v e n p o co a n te la d e s c rip c ió n d e
e s ta pasión: y es p re c is a m e n te la raz ó n p o r la cual las o b ra s
d e te a tro n o tie n e n é x ito s p le n o s y c o m p le to s 90 m ás q u e en
los E stad o s re p u b lic a n o s, d o n d e el o d io d e los tira n o s, el
a m o r a la p a tria y a la lib e rta d so n , si se m e p e rm ite la
e x p re sió n , p u n to s d e c o n v e rg e n c ia d e la estim a pública.

89 El pastor Tirsis es Baco, cuya figura suele llevar como cetro una vara enram ada, cubierta
de hojas d e vid y de h ie d ra Lucio Sergio Catilina (109-62 a. C.) fue un noble rom ano, jefe de
una conspiración descubierta por C icerón.
90 A veces da la im presión que H elvétius está escribiendo una especie de «psicología del
público» (entendido éste com o ese sector social que asiste al teatro, al concierto, al salón de
a rte y que lee las obras literarias) instrum ental para el autor (filósofo, com ediante, músico,
artista...) que desee conseguir satisfacer sus justas y nobles pasiones d e gloria. Y, en ese
proyecto, aparecen dos tipos d e «public», q u e corresponden a dos sistemas de legislación y de
moral: aquel que está dom inado p o r lo «particulier», p or lo privado, y el q ue se agita animado
por lo universal, p or el interés público.

225
29 | E n c u a lq u ie r o tr o g o b ie rn o , al n o e sta r los ciu d ad an o s
re u n id o s p o r el in te ré s co m ú n , la d iv e rsid ad d e los in te re se s
p e rso n a le s d e b e n e c e sa ria m e n te o p o n e rs e a la u n iv ersalid ad
d e los aplausos. En esto s p aíses n o se p u e d e as p ira r m ás q u e
a éx ito s m ás o m e n o s e x te n so s, d e s c rib ie n d o p asio n es m ás o
m e n o s g e n e ra lm e n te in te re sa n te s p a ra los p articu la re s. A h o ra
b ien , e n tre las p asio n es de e sta e sp e c ie , nadie d u d a d e q u e la
del am o r, fu n d a d a en p a rte so b re u n a n ecesid ad d e la n a tu ra ­
leza, sea la m ás u n iv e rsa lm e n te sentida. P o r es ta raz ó n se
p re fie re ah o ra , en F rancia, el g é n e ro d e R acin e al d e C o rn e i­
lle q u e , en o tr o siglo o en un país d ife re n te , co m o p o r
e je m p lo In g la te rra , p ro b a b le m e n te sería p re d ile c to .
Es u n a c ie rta d e b ilid a d d e carácter, co n se c u e n c ia necesa-
30 ria del lu jo y | del cam b io e fe c tu a d o e n n u estra s c o stu m b re s,
la q u e p riv á n d o n o s d e to d a fu e rz a y d e to d a elev ació n en el
alm a, nos hace p re fe rir las co m ed ia s a las trag ed ias, no
sie n d o éstas a h o ra m ás q u e co m ed ia s de un estilo ele v a d o y
cuya acción tra n sc u rre en los palacios d e los reyes.
Es el a fo rtu n a d o a u m e n to d e la au to rid a d so b e ra n a el
q u e , d e s a rm a n d o la se d ició n , d e g ra d a n d o la c o n d ic ió n d e los
b u rg u e se s, les ha d e s te rra d o casi p o r c o m p le to d e la escen a
cóm ica, d o n d e n o se ve m ás q u e a g e n te d e b u e n a s p e c to y
d el gran m u n d o , q u ie n e s o c u p a n el lu g a r q u e an tes o cu p a b a
la g e n te de u n a co n d ició n c o m ú n y so n p ro p ia m e n te los
b u rg u e se s del siglo.
Se ve, p u es, q u e en tie m p o s d ife re n te s c ie rto s g é n e ro s
31 del esp íritu p ro d u c e n e n el p ú b lico im p re sio n es | m uy d ife ­
re n te s, p e ro sie m p re en p ro p o rc ió n al in te ré s q u e tie n e en
estim arlas. A h o ra b ie n , e s te in te ré s p ú b lic o es algunas veces,
d e u n siglo a o tro , lo su fic ie n te m e n te d ife re n te co m o p ara
o ca sio n a r, c o m o lo p ro b a ré , la cre ació n o la an iq u ilació n
re p e n tin a d e c ie rto s g é n e ro s d e ideas y d e o b ras; tales son
to d a s las d e c o n tro v e rsia , o b ras a h o ra tan ig n o rad as co m o
a n ta ñ o cono cid as y adm iradas.
E n e fe c to , en u n tie m p o en q u e los p u e b lo s d iv id id o s p o r
sus creen cias estab a n an im ad o s p o r el e s p íritu d el fan atism o ;
cu a n d o cada secta, a r d ie n te m e n te en la d e fe n sa d e sus o p i­
n io n e s, a rm a d a d e esp ad a o d e a rg u m e n to s p re te n d ía a n u n ­
ciarlas, p ro b arías, hacerlas a d o p ta r p o r el m u n d o e n te ro , las
c o n tro v e rsia s era n , p o r u n lado, en c u a n to a la elecció n d el
32 te m a , o b ra s de un in te ré s d em asiad o g e n e ra l | p ara n o ser
u n iv e rsa lm e n te estim adas; p o r o tro , estas obras d eb ían e sta r

226
h ec h as, la fu e rz a p o r p a r te d e c ie rto s h e re je s , co n to d a la
h ab ilid a d y el e s p íritu im ag in ab les; p u e s to q u e , en fin, p ara
p e rs u a d ir a las n ac io n e s acerca de los c u e n to s d e Pean d ’Ane
y d e Barba A zu l, c o m o so n algunas h e re jía s (80), e ra im p o ­
sib le q u e las c o n tro v e rs ia s n o e m p le a se n en sus e scrito s to d a
la agilidad, al fu e rz a y los re c u rso s d e la lógica, q u e sus o b ras
n o fu ese n o b ra s m a estra s d e su tilez a y tal vez el m á x im o
e s fu e rz o d el e s p íritu h u m a n o en e s te g é n e ro . Es, p u e s, c ie rto
q u e , ta n to p o r la im p o rta n c ia d e la m a te ria co m o p o r la
m a n e ra de tratarla, los c o n tro v e rs ista s d eb ían e n to n c e s ser
c o n s id e ra d o s | c o m o lo s m ás estim a b les esc rito re s. 33
P e ro en un siglo en q u e el e s p íritu d e l fan a tism o ha casi
e n te r a m e n te d e sa p a re c id o , en q u e los p u e b lo s y los rey e s
in s tru id o s p o r las d esg racias pasadas n o se o c u p a n m ás d e
d isp u ta s teoló g icas; en q u e, p o r o tr o lado, los p rin c ip io s d e
la v e rd a d e ra re lig ió n se c o n so lid a n d e día en día, eso s escri­
to re s ya no p ro d u c e n la m ism a im p re sió n so b re los esp íritu s.
P o r eso, el h o m b re d e m u n d o n o le e ría hoy aq u e llo s escrito s
m ás q u e c o n el hastío q u e e x p e rim e n ta ría en la le c tu ra d e
u n a c o n tro v e rs ia p e ru a n a e n la cual se e x a m in a ría si M a n co
C apac e-s o no es el h ijo d el Sol 9I.
P ara c o n firm a r lo q u e acab o d e d e c ir m e d ia n te un h e c h o
o c u rrid o a n te n u e s tro s o jo s, r e c u é rd e s e el fan a tism o c o n el
cual se d isp u ta b a la p re e m in e n c ia d e los m o d e rn o s s o b re los
an tig u o s. | E ste fan atism o hizo e n to n c e s c é le b re s m u ch as di- 34
se rta cio n es m e d io c re s c o m p u e sta s so b re e s te te m a, p e r o la
in d ife re n c ia con la q u e p o s te rio rm e n te se ha c o n s id e ra d o
es ta d isp u ta ha d e ja d o en el o lv id o las d ise rta c io n e s del
ilu stre D e la M 'otte y del sab io a b a te T e rra sso n ; d is e rta ­
cio n es q u e fu e ro n co n sid e ra d a s con ju sticia co m o o b ras
m a estra s y m o d e lo s en e s te g é n e r o y q u e , sin e m b a rg o , ya
casi no son cono cid as m ás q u e p o r la g e n te d e le tras 92.
E stos e je m p lo s b astan p ara p ro b a r q u e es al in te ré s p ú ­
blico , d ife r e n te m e n te m o d ific ad o se g ú n los siglos, al q u e se
d e b e a trib u ir la cre ació n y la a n iq u ila ció n d e c ie rto s g é n e ro s
d e id eas y d e o bras.
S ó lo m e q u e d a , p u es, p o r m o stra r có m o e s te m ism o

vl M arco Capac es el legendario em perador inca de fines del siglo XII considerado el
fundador del im perio incaico y descendiente del Sol.
92Jean Terrason (1670-1750) fue profesor de filosofía griega y latina en el C ollége de
France. A utor de Seibos, Disertación crítica sobre la «llíada» ele Homero, La Filosofía aplicable a
todos los objetos del espíritu y de la razón.

227
interés público, a pesar de los cam bios q u e diariam ente ocu-
35 rren en las costum bres, las pasiones | y los gustos de un
pueblo, p u ed e, sin em bargo, asegurar a ciertos géneros de
obra la estim a constante de todos los siglos.
A este respecto, hay que reco rd ar que el g énero de
espíritu más estim ado en un siglo y en un país suele ser el
más despreciado en o tro siglo y en o tro país; que el espíritu,
por tanto, no es p ro p iam en te más que lo que se ha conve­
nido en llam ar «espíritu» 93. A hora bien, en tre las conven­
ciones hechas en este tem a, unas son pasajeras y otras dura­
deras. Se pued e reducir a dos especies las d iferentes clases
de espíritu: una, cuya utilidad m om entánea d epende d e los
cam bios sobrevenidos en el com ercio, el g obierno, las pasio­
nes, las ocupaciones y los prejuicios de un pueblo; no es, por
36 así decir, más que un espíritu de \ moda (81); la otra, cuya
utilidad etern a, inalterable, in d ep en d ien te de las costum bres
y de los diversos g obiernos, se debe a la naturaleza misma
del hom bre; es, p o r consiguiente, invariable y p u ede ser
considerado com o el v erdadero espíritu, es decir, com o el
espíritu más deseable.
U na vez reducidos de este m odo todos los tipos de
espíritu a estas dos especies, distinguiré, en consecuencia,
dos d iferen tes clases de obras.
37 | U nas están hechas para te n e r un éxito brillante y rápido;
otras para un éxito extenso y du rad ero . U na novela satírica
en la q u e se describan de una m anera cierta y maligna, por
ejem plo, las ridiculeces de los grandes, será con seguridad
aplaudida p o r toda la g en te d e condición com ún. La natura­
leza, q u e graba en todos los corazones el sentim iento de una
igualdad prim itiva, ha p u esto un germ en e tern o de odio
en tre los grandes y los hum ildes V4. Estos aprovechan, con

93 H elvétius quiere decir q u e espíritu es sólo lo que se acuerda llamar así, es decir, que el
espíritu es algo histórico, q u e en cada m om ento y lugar se llama «espíritu» a realidades muy
diferentes, a conjuntos d e ideas, valores, com portam ientos, estilos... que un país, en un
m om ento considera d e su interés. C on la palabra «espíritu» se designa lo que se quiere
ennoblecer porque está d e acuerdo con el interés (particular o público).
94 H elvétius juega con la contraposición «grands» y «petits». Traducir por «grandes» y
«pequeños» nos parece poco usual; p o r «ricos» y «pobres» es m ucho más gráfico, pero no capta
todo el sentido, ya que Helvétius en tien d e aquí — no en otros m om entos, cuando critica a los
«grands», que piensa en la alta sociedad parasitaria— por «grands», tanto a los nobles y a la
alta burguesía, como a los cargos administrativos y los hom bres de letras y artistas que han
destacado. Es decir, «grand» aquí es un concepto «relativo», que designa a todos los que
destacan, los que se elevan sobre la condición com ún, los que no sufren las condiciones
materiales del pueblo llano. Por eso hem os preferido traducir p o r «grandes» y «humildes», que
es un poco equivalente a «ricos» y «pobres», pero también a «los q u e mandan» y «los que
obedecen», «los q u e saben» y «los q u e ignoran», «los de espíritu amplio» y «los sin espíritu».

228
codo el placer y la sagacidad posibles, los rasgos más sutiles
de los cuadros ridículos d o n d e estos grandes parecen indig­
nos de su superioridad. Tales obras están llamadas a ten er un
éxito rápido y brillante, p e ro poco extenso y duradero: poco
extenso, p o rq u e tiene necesariam ente com o límites el país
donde estas ridiculeces nacen; poco d u rad ero p o rq u e | la 38
m oda, substituyendo co n tin u am en te una antigua ridiculez
p o r una nueva, borra p ro n to del recu erd o de los hom bres las
ridiculeces antiguas y los autores que las habían descrito;
po rq u e, en fin, aburrida de la contem plación de la misma
ridiculez, la malignidad de los hum ildes busca en nuevos
defectos nuevos m otivos para justificar su desprecio p o r los
grandes. Su im paciencia a este resp ecto apresura todavía más
la caída de esta clase de obras, cuya celebridad a m enudo no
iguala la duración de la ridiculez.
Este es el g én ero de éxito que d e b en te n e r las novelas
satíricas. C om parado con una obra de m oral o de metafísica,
su éxito no p u ed e ser el m ism o: el deseo de instruirse,
siem pre más raro y m enos vivo q u e el de censurar, no puede
sum inistrar en una nación ni un n ú m ero tan grande | de 39
lectores, ni lectores apasionados. Por o tra parte, los princi­
pios de estas ciencias, au nque estén presentados con m ucha
claridad, exigen siem pre d e los lectores una d eterm inada
atención q u e tam bién hace dism inuir co nsiderablem ente su
núm ero.
P ero si bien el m érito d e una obra de m oral o de m etafí­
sica se percibe con m enos rapidez q u e el de una obra satí­
rica, en cam bio es más generalm en te reconocido; po rq u e
tratados com o los de Locke o N icole 9S, d o n d e no se trata ni
de un italiano, ni de un francés, ni de un inglés, sino del
h o m bre en general, d eb en necesariam ente en co n trar lectores
en todos los pueblos del m undo y hasta conservarlos en
todos los siglos. T o d a o b ra que no o b tien e su m érito más
que de la agudeza de las observaciones hechas sobre la
naturaleza del h o m b re y de las | cosas, no p u ede nunca d ejar 40
de gustar.
H e d ic h o su fic ie n te p a ra d a r a c o n o c e r la v e rd a d e ra causa

Así, esta polarización se aplica a diversos niveles. En la «república d e las letras» hay «grandes»
y «humildes», o en el clero..., es decir, la^iv isió n depende del espacio social a que se aplique.
95 Pierre N icole (1625-1695) fue un m oralista francés, a u to r d e los Ensayos de Moral. Muy
adm irado por A rnaud, participó con éste en las polémicas de la época de form a muy eficaz a
causa de su inmensa erudición. Sum inistró datos a Pascal para las Cartas Provinciales. Amigo de
B ossuet, Boileau y Racine, fue céleb re y adm irado en la sociedad de su tiem po.

229
d e las d ife re n te s esp ec ies d e estim a o to rg ad a s a lo s d ife re n ­
tes g é n e ro s d e esp íritu : si q u e d a to d a v ía alg u n a d u d a al
re s p e c to , se p u e d e , p o r nu ev as ap licacio n es d e los p rin cip io s
m ás a rrib a esta b le c id o s, a d q u irir nu ev as p ru e b a s d e su v e r­
dad.
¿Se q u ie re sa b er, p o r e je m p lo , cuál se ría la d ife re n c ia
e n tre los éx ito s d e d o s e sc rito re s, d e los cuales u n o se
d istin g u ie ra ú n ic a m e n te p o r la fu e rz a y la p ro fu n d id a d d e sus
p e n s a m ie n to s y el o tr o p o r la m a n e ra feliz d e ex p re sarlo s?
C o n s e c u e n te m e n te co n lo q u e h e d ic h o , el éx ito d el p rim e ro
d e b e ser m ás le n to , p o rq u e hay m u c h o s m ás ju e ce s d e la
agudeza, d e las gracias, d e los floreros, de los en can to s d e un
41 giro o una ex p resió n y, e n fin, d e todas las bellezas | estilísti­
cas, q u e ju e ce s d e la b ellez a d e las ideas. U n e s c rito r p u lid o
c o m o M a lh e rb e d e b e , p u e s, te n e r éx ito s m ás rá p id o s q u e
am p lio s y m ás b rilla n te s q u e d u ra d e ro s. Y ello p o r d o s
causas. La p rim e ra , p o r q u e u n a o b ra tra d u c id a d e u n a le n g u a
a o tra p ie rd e sie m p re en la tra d u c c ió n la fre sc u ra y la fu erza
d e su c o lo rid o y, p o r c o n s ig u ie n te , n o pasa a los e x tra n je ro s
m ás q u e d e s p o ja d a d e los en c a n to s del e stilo q u e , en este
s u p u e sto , c o n s titu ía su p rin cip al atra ctiv o ; la se g u n d a, p o rq u e
la le n g u a e n v e je c e im p e rc e p tib le m e n te , p o r q u e lo s g iro s m ás
a fo rtu n a d o s llegan a s e r a la larga los m ás c o m u n e s; y un a
o b ra d e s p ro v is ta , en el país m ism o d o n d e ha sido co m p u e sta ,
d e las b ellezas q u e la hacían ag ra d ab le a lo su m o c o n serv ará
u n a estim a d e trad ició n .
42 | P ara o b te n e r u n é x ito c o m p le to se d e b e r e u n ir el e n ­
c a n to d e la e x p re sió n co n la elec ció n de las ideas. Sin esta
feliz e lec ció n , u n a o b ra no p u e d e so s te n e r la p ru e b a del
tie m p o y s o b re to d o d e u n a tra d u c c ió n , q u e d e b e c o n s id e ­
ra rse co m o el crisol m ás a p ro p ia d o p ara se p a ra r el o ro p u ro
d el o ro p e l. P o r estas raz o n es el in ju s to d e s p re c io q u e alg u n a
g e n te ra z o n a b le h a co n c e b id o p o r la p o e s ía d e b e atrib u irse
so la m e n te a la falta d e ideas, cosa m uy c o m ú n e n tr e n u e s tro s
an tig u o s p o etas.
N o a ñ a d iré m ás q u e u n a p a la b ra a lo q u e y a h e dicho:
e n tr e las o b ras cuya c e le b rid a d d e b e e x te n d e rs e a to d o s los
siglos y los d iv e rso s países, hay algunas q u e , sie n d o d e un
in te ré s p r o fu n d o o g e n e ra l p a ra la h u m a n id a d , e s tá n llam adas
a te n e r éx ito s m ás rá p id o s y m a y o re s. P ara c o n v e n c e rs e de
43 ello , b asta co n re c o rd a r | q u e e n tre los h o m b re s hay p o co s
q u e n o hayan e x p e rim e n ta d o alg u n a p asió n ; q u e la m a y o r

230
parte de ellos son m enos im presionados p o r la profundidad
de una idea que p o r la belleza de una descripción; que, com o
la experiencia lo p ru eb a, casi tod o s han sentido más de lo
que han visto, p ero han visto más de lo q u e han reflexio­
nado (82); que, de este m odo, la descripción de las pasiones
d eb e ser g en eralm en te más agradable q u e la pintura de los
o b jeto s de la naturaleza; y q u e la descripción poética de
estos m ism os o b je to s d eb e en co n trar más adm iradores que
las obras filosóficas. R esp ecto a estas obras, siendo los hom ­
bres e n general m enos curiosos acerca del | conocim iento de 44
la botánica, de la geografía y d e las bellas artes que del
conocim ien to del corazón hum ano, los filósofos que sobresa­
len en e ste últim o g é n e ro serán, en general, más conocidos y
estim ados que los botánicos, los geógrafos y los grandes
críticos. D e este m o d o D e la M o tte (p erm ítasem e citarlo
com o ejem plo) hubiese sido, sin duda, más g en eralm en te
estim ado, si hubiese aplicado a tem as más interesantes la
m ism a agudeza, la m ism a elegancia y la m isma claridad que
ha em pleado en sus discursos sobre la oda, la fábula y la
tragedia.
El público c o n ten to de adm irar obras m aestras de grandes
poetas hace poco caso a los g ran d es críticos; sus obras no son
leídas, juzgadas y apreciadas más q u e p o r la g en te de arte, a
quienes estas obras son útiles. H e aquí la verd ad era causa de
la | d esp ro p o rció n que se nota en tre la reputación y el mé- 45
rito de D e la M otte.
Veam os ahora cuáles son las obras llamadas a unir el
éxito rápido y brillante con el éxito ex ten so y duradero.
Sólo o b tien en a la vez estas dos m odalidades de éxitos las
obras en q u e conform e a mis principios, se ha sabido unir la
utilidad m om en tán ea con la utilidad d uradera, tal com o ocu­
rre en ciertos g éneros de poem as, novelas, obras de teatro y
escritos m orales o políticos, tras lo cual conviene observar
q ue estas obras, p ro n to despojadas de las bellezas que de­
p en d en de las costum bres, los prejuicios, el tiem po y el país
d o n d e están hechas, no conservan a los ojos de la posteridad
más que las únicas bellezas com unes a tod o s los siglos y a
todos los países, y que | H o m e ro , p o r esta razón, debe 46
p a re cem o s m enos agradable de lo q u e les pareció a los
griegos de su tiem po. P ero esta pérd id a, si se me p erm ite la
expresión, esta m engua en m é rito es m ayor o m enor según
que las bellezas duraderas q u e en tran en la com posición d e

231
u n a o b ra , y q u e so n sie m p re m ezcladas d e sig u a lm e n te co n
las b ellezas p asaje ra s d o m in e n m ás o m e n o s so b re éstas. ¿P o r
q u é Las Mujeres Sabias del ilu stre M o liere es ya m e n o s
estim a d a q u e su Avaro, su Tartufo y su M isántropo? N o se ha
calcu lad o el n ú m e ro d e ideas c o n te n id a s en cada u n a d e estas
o b ras; no se ha d e te rm in a d o , p o r co n sig u ie n te , el g rad o de
estim a q u e se les d e b e ; p e ro se ha e x p e rim e n ta d o q u e u n a
c o m e d ia co m o la del Avaro, cu y o éx ito está fu n d a d o so b re la
d d e sc rip c ió n d e un vicio to d a v ía su b siste n te y n o civo | p ara
los h o m b re s, c o n te n ía n e c e s a ria m e n te , en sus d etalles, un a
in fin id ad d e bellezas d u ra d e ra s; q u e, p o r el co n tra rio , un a
c o m e d ía co m o Las Mujeres Sabias, cu y o éx ito se ap o y a ú n i­
c a m e n te s o b re u n a rid icu lez p asajera, n o p o d ía b rillar m ás
q u e p o r las bellezas m o m e n tá n e a s m ás análogas a la n a tu ra ­
leza d el p ú b lic o y tal vez m ás ap ro p ia d as p ara p ro d u c ir e n él
im p re sio n e s fu e rte s , no p o d ía n afe cta rle d e fo rm a tan d u ra ­
d era. P o r esta razó n en las d ife re n te s n acion es sólo se v e a
las o b ras d e c a rácter p asar c o n éx ito d e u n te a tro a o tro .
La co n c lu sió n d e este ca p ítu lo es q u e la estim a en q u e se
tie n e n los d iv e rso s g é n e ro s d e e s p íritu en cada siglo sie m p re
está, en p ro p o rc ió n al in te ré s q u e se o b tie n e d e estim arlo s.

C a p ít u l o X X

D el espíritu considerado con relación a


los diferentes países

18 | A p lico lo q u e h e d ic h o d e los d iv e rso s siglos a los d ife­


re n te s países y e n c u e n tro q u e la estim a o el d e s p re c io v incu­
lad o con los m ism o s g é n e ro s d e e s p íritu en los d ife re n te s
p u e b lo s es sie m p re el e fe c to d e la d ife re n te fo rm a d e su
g o b ie rn o y, p o r co n sig u ie n te , de la d iv e rsid ad d e sus in te r e ­
ses.
¿P o r q u é la e lo c u e n c ia g o za de ta n ta estim a e n tre los
rep u b lican o s? Es p o rq u e , en su fo rm a d e g o b ie rn o , la e lo ­
cu e n cia a b re el ca m in o a las riq u ez as y las gran d ezas. A h o ra
b ien, el a m o r y el re s p e to q u e to d o s los h o m b re s tie n e n p o r
el o ro y las d ig n id ad es d e b e n n e c e sa ria m e n te re fle ja rse en
Í9 los m e d io s | a p ro p ia d o s p ara ad q u irirlo s. H e aq u í p o r q u é ,

232
en las repúblicas, se h o n ra no solam ente la elocuencia, sino
tam bién todas las ciencias qu e, tales com o la política, la
jurisprudencia, la m oral, la poesía o la filosofía, p u ed en ser­
vir para form ar oradores.
En los países despóticos, p o r el contrario, si se hace poco
caso de esta especie de elocuencia es p o rq u e no conduce a la
fortuna, p o rq u e no tiene en ellos ningún uso y p o rq u e no se
hace el esfuerzo de p ersu ad ir cuando se p u ed e mandar.
¿Por qué los lacedem onios m anifestaban tan to desprecio
p o r el g é n e ro de espíritu apropiado para p erfeccionar los
o b je to s de lujo? P o rq u e una república p o b re y p equeña, que
no podía o p o n e r más que sus virtudes y su valor a la p o te n ­
cia tem ible de los | persas, debía d esp reciar todas las artes 50
apropiadas para ablandar el coraje, artes q u e tal vez con
razón habían sido deificadas en T iro o Sidón.
¿A qué se d eb e que en Inglaterra se tenga m enos estim a
p o r la ciencia m ilitar de la q u e se tenía en R om a y en G recia
p o r esta m ism a ciencia? A q u e los ingleses, ahora más carta­
gineses que romanos, necesitan, por la form a de su gobier­
no y por su posición geográfica, m enos grandes generales que
hábiles negociantes; p o rq u e el espíritu del com ercio, que
necesariam ente arrastra tras de sí el gusto p o r el lujo y la
m olicie, necesita cada día en a lte c er a sus o jo s el valor del
o ro y de la industria, necesita dism inuir su estim a p o r el arte
de la gu erra y hasta p o r el coraje, virtud que en un pueblo
libre sostiene largo | tiem p o el orgullo nacional, p ero que al 51
debilitarse día a día es tal vez la causa lejana de la caída o la
esclavización de esta nación. Si los escritores célebres, por el
contrario, com o lo p ru eb a el ejem plo de los Locke y los
A ddison 9é, han sido hasta ahora más honrados en Inglaterra
que en otras partes, es p o rq u e es im posible que no se haga
caso del m érito en un país d o n d e cada ciudadano participa en
el m anejo de los asuntos generales, d o n d e todo h o m bre de
espíritu p u e d e esclarecer al público sobre sus verdaderos
intereses. P o r esta razón se en c u e n tra tan frecu en tem en te
en Londres gente instruida, cosa más difícil de conseguir en
Francia, y no, com o se ha p re te n d id o , p o rq u e el clima inglés
sea más favorable al esp íritu q u e el nuestro. La lista de
nuestros hom bres célebres en la | guerra, la política, las cien- 52

y6Jo sep h A ddison (1672-1719), p o e ta y político inglés. A utor de la tragedia Catón. M iem ­
bro del Parlam ento, prim er secretario del virrey d e Irlanda, secretario de Estado, etcétera.

233
cías y las artes es tal vez más n um erosa que la suya. Si los
señores ingleses son, en general, más esclarecidos que los
nuestros es p o rq u e están forzados a instruirse. C om parando
las ventajas que la form a d e n u estro g o b ierno p u ed e te n e r
respecto al suyo, resulta a su favor una ventaja muy conside­
rable sobre nosotros, v en taja q u e conservarán hasta que el
lujo haya en teram en te co rro m p id o los principios de su go­
bierno, los haya sin darse cu enta d oblegado bajo el yugo de
la servidum bre y les haya en señ ad o a p re fe rir las riquezas a
los talentos. H asta hoy en L ondres es un m érito instruirse;
en París es una ridiculez. E sto basta p ara justificar la res­
puesta de un e x tran jero a q u ien el d u q u e de O rleans, re­
gente, interrogaba acerca d e las diferencias de carácter y de
53 genio e n tre las naciones | de Europa: «La única m anera, le
dijo el extran jero , de re sp o n d e r a v uestra alteza real, es
rep etirle las prim eras p reguntas que se plantean, en general,
en los diversos pueblos, acerca de un h o m b re q u e se p re­
senta en la alta sociedad. En España, añadió, se pregunta: ¿es
noble de rancio abolengo? En Alemania:, ¿puede e n tra r en los
capítulos? En Franda: ¿p erten ece a la corte? En Holanda:
¿cuánto oro tiene? En Inglaterra: ¿qué clase de hom bres es? 97.
El m ism o in terés general que p reside en los Estados
republicanos y en los de constitución m ixta la distribución
de la estim a, en los im perios som etidos al despotism o es el
d istrib u id o r único de esta m ism a estim a. Si en estos gobier-
54 nos | se hace caso del espíritu y si se tiene más considera­
ción, com o en Ispahán 9lt y en C onstantinopla, p o r el eu ­
nuco, el guardián del palacio del sultán o el bajá, que p o r el
h o m b re de m érito, es debido a que en estos países no se
tien e in terés alguno en estim ar a los grandes hom bres. N o es
que estos grandes hom bres no sean útiles y deseables; pero
com o ninguno de los individuos particulares cuyo conjunto
form a el público tiene in terés en llegar a serlo se com prende
qu e cada uno de ellos estim ará poco lo que no q u erría ser.
¿Q uién podría, en estos im perios, inducir a un particular

97 La pregunta en España, «Est-ce un grand de la prem iére classe?» debe entenderse en el


sentido de si pertenece a la nobleza tradicional, d e cuna. En la preg u n ta propia d e Inglaterra,
«Quel hom m e est-ce?», nos parece q u e e l sentido es el de si es o no un «gentlem ent», es
decir, un concepto que, sin excluir lo económ ico, habla más de la posición social, del carácter,
del estilo, del «espíritu». En Alemania, la pregunta es sobre si se tiene acceso a los «capítulos»
eran una especie de «junta de notables». T ienen su origen en el Im perio de Carlomagno,
pasando después al Sacro-Imperio. A los «capítulos» tenían acceso sólo los más altos miem bros
de la nobleza. En ellos se tom aban todas las decisiones político-jurídicas im portantes.
w Ispahán o Isfahán, ciudad de Irán.

234
a aguantar la fatiga del estu d io y de la m editación necesaria
para perfeccionar sus talentos? Los grandes talentos son
siem pre sospechosos para los gobiernos injustos: los talentos
no procu ran ni dignidades ni riquezas. A hora bien, las rique­
zas y las dignidades son, sin em bargo, los únicos | bienes 55
visibles p ara todos los ojos, los únicos que tienen reputación
de verdaderos bienes y son universalm ente deseados. En
vano se dirá que a veces son fastidiosos para sus poseedores;
a lo sum o son decoraciones, alguna veces desagradables a los
ojos del actor, p e ro que, sin em bargo, parecerán siem pre
adm irables desde el p u n to de vista del que los contem pla, el
espectador. Para o b ten erlo s se hacen los m ayores esfuerzos.
P o r eso los h om bres ilustres n o p roliferan más que en los
países do n d e los grandes talentos se pagan con honores y
riquezas; p o r eso los países despóticos son, p o r la razón
o p uesta, siem pre estériles en grandes hom bres. Tras lo cual
observaría q u e si el o ro tien e actualm ente un precio tan
grande a los ojos de todas las naciones se d eb e a que en
g o biernos infinitam ente más sabios y más esclarecidos la
posesión | del oro es casi siem p re considerada com o el pri- 56
m er m érito. ¡C uánta g e n te rica, enorgullecida p o r los hom e­
najes universales, se cree su p e rio r al ho m b re de talento (83),
se | felicita con to n o so b erb iam en te m o d esto por haber pre- 57
ferid o lo útil a lo agradable y p o r h ab er hech o uso, a falta de
espíritu, de sentido com ún, el cual, según el significado que
enlazan a esta palabra, es el verd ad ero , bueno y suprem o
espíritu! Esta g en te está obligada a tom ar a los filósofos por
especuladores visionarios, a sus escritos p o r obras to talm ente
frívolas y a la ignorancia p o r m érito.
Las riquezas y las d ignidades son g en eralm en te dem asiado
deseadas para que sean honrados los talentos en los pueblos
d o n d e las p retensiones al m érito son exclusivam ente aspira­
ciones a la fortuna. A hora bien, para hacer fortuna, ¿en qué
país no está constreñido el h o m b re de esp íritu a p e rd er en la
antecám ara de un p ro te c to r el tiem po que, para sobresalir en
cualquier arte | , d e b e ría em plear en estudios pertinaces y 58
continuos? Para o b te n e r el favor de los grandes, ¿a qué
adulaciones, a qué bajezas no se verá obligado a doblegarse?
Si nace en T u rq u ía, ten d rá q u e ex p o n erse a los desprecios de
un m uftí 99 o d e un sultán; en Francia, a los favores ultrajan-

" E l «mufti» es un jurista m usulm án con autoridad para decidir sobre cuestiones jurídico-
religiosas.

235
tes de un noble (84) o de un alto dignatario que, desp re­
ciando en él un g én ero de espíritu dem asiado diferente del
suyo, lo considerará com o un h o m b re inútil al Estado, inca­
paz de asuntos serios y, a lo sum o, un niño bonito ocupado
en ingeniosas bagatelas. Por o tra p arte, secretam ente celoso
de la reputación de la g en te de m érito (85) y sensible a su
59 crítica, | el alto dignatario los recibe en su casa m enos p o r
gusto que p o r fasto, únicam ente para m o strar que hay de
to d o en ella. A hora bien, ¿cóm o im aginar que un hom bre
anim ado p o r tal pasión de gloria que lo arranca a los encan-
60 tos del placer se degrade hasta este | p unto? Q u ien q u iera
que haya nacido para ilustrar a su siglo está siem pre en
guardia contra los grandes y al m enos no se vincula más que
con aquéllos cuyo espíritu y carácter, hechos para estim ar los
talentos y aburrirse con la m ayoría de la sociedad, buscan y
en cu en tran en ellas al hom b re de espíritu con el m ism o
placer con el que se encontrarían en China dos franceses,
que se harían am igos a prim era vista.

El carácter apropiado para form ar hom bres ilustres los


expone necesariam ente al odio o al m enos a la indiferencia
de los grandes y de los altos dignatarios, sobre todo en
pueblos com o los orientales que, em brutecidos por la form a
de su g o b iern o y de su religión, se p u d ren en una vergon­
zosa ignorancia y ocupan, si se m e p erm ite la expresión, un
lugar in term ed io e n tre el h o m b re y la bestia.

61 ] D esp u és de haber p ro b ad o que la falta de estim a p o r el


m érito está, en O rie n te , fundada sobre el poco interés que
los p ueblos tien en en estim ar los talentos, y a fin de que se
co m p ren d a m e jo r la p o ten cia de este interés, apliquem os
este p rincipio a o b jeto s que nos sean más familiares. Exam í­
nese p o r qué el in terés público, m odificado según la form a de
nuestro gobierno, g en era en nosotros, por ejem plo, tanto has­
tío p o r el g én ero de la disertación; p o r qué su tono nos parece
insoportable y se com probará q u e ia disertación es pesada y
fastidiosa p o rq u e los ciudadanos, al ten er p or la form a de
nuestro g obierno m enos necesidad de instrucción que de e n ­
treten im ien to , no desean en general más que el tipo de espí­
ritu que los haga agradables en una cena; p o rque d eb en , en
consecuencia, hacer poco caso del espíritu de razonam iento
62 y | parecerse todos más o m enos a aquel cortesano quien,
m enos aburrido que m olesto p o r los argum entos que un

236
hom bre aducía com o p ru e b a de su opinión, exclam ó viva­
m ente: «¡Ah!, señor, no so p o rto que se m e d em u estre nada».
T o d o d eb e ced er en noso tro s al in terés de la pereza. Si
en la conversación no se em plean más que frases descosidas
e hiperbólicas; si la exageración ha llegado a ser la elocuencia
particular de n u estro siglo y de nuestra nación; si no se
p resta atención a la exactitud y la precisión de las ideas y de
las expresiones, es p o rq u e no estam os nada interesados en
estim arlas. A causa de esta m ism a p ereza consideram os el
gu sto com o un don de la naturaleza, com o un instinto supe­
rior a todo conocim iento razonado y, | en fin, com o un 63
sen tim iento vivo y fugaz de lo b u en o y lo m alo; sentim iento
que nos dispensa de to d o exam en y red u ce todas las reglas
de la crítica a dos únicas palabras: delicioso u odioso. A esta
m ism a p ereza debem os tam bién algunas de las ventajas que
poseem os sob re las dem ás naciones. La poca costum bre que
tenem os de p restar atención que p ro n to nos hace totalm ente
incapaces de ello, nos lleva a exigir de las obras una claridad
que com pense nuestra incapacidad de fijar la atención. C om o
niños que necesitan andadores para cam inar, exigim os siem ­
p re orden para estar apoyados en nuestras lecturas. U n autor
d eb e, pues, cargarse con todas las penas im aginables para
ahorrarlas a sus lectores; d eb e a m en u d o rep etir, com o A le­
jandro: «¡O h atenienses, cuánto m e cuesta ser loado por
vosotros!» A hora bien, la | necesidad de ser claros para ser 64
leídos nos hace, a este respecto, superiores a los escritores
ingleses: si éstos hacen p oco caso de la claridad, es p o rq u e
sus lectores son m enos sensibles a ello y p o rq u e espíritus
más ejercitados en la fatiga de la atención p u e d e n com pensar
más fácilm ente a e ste defecto. Y esto, en una ciencia com o la
metafísica, d eb e darnos algunas ventajas sob re nuestros veci­
nos. Si siem pre se ha aplicado a esta ciencia el proverbio: no
hay ninguna maravilla sin velo, y si son estas tinieblas las que
la han hecho resp etar d u ran te m ucho tiem po, ahora nuestra
pereza ya no em p ren d e el esfu erzo de penetrarlas, su oscu­
ridad la hace despreciable, q u erem o s que se la d esp oje del
lenguaje ininteligible con q u e está todavía revestida, que se
la libre de las nubes m isteriosas que la rodean. A hora bien,
este deseo que no se d eb e más | que a la pereza es el único 65
m edio de con v ertir la m etafísica en una ciencia de las cosas,
pues hasta ahora sólo ha sido una ciencia d e palabras. Mas,
para satisfacer el g u sto del público sobre este p u n to , es

237
necesario, com o lo n o ta el ilu stre historiógrafo de la Aca­
dem ia de B erlín, «que los espíritus, ro m p ien do las trabas de
un re sp e to dem asiado supersticioso, conozcan los lím ites que
d e b e n ete rn a m e n te separar la razón de la religión, y que los
exam inadores, locam ente rebeldes contra toda obra de razo­
nam iento, no con d en en más a la nación a la frivolidad».
Pienso que lo q u e h e dicho basta p ara hacernos d escubrir
al m ism o tiem po la causa d e n u estro am o r p o r las historietas
y las novelas, de n uestra habilidad en este g é n e ro , de nuestra
66 superioridad en el arte frívolo, si bien en rig o r ¡ bastante
difícil, de decir naderías y, en fin, de n u estra preferen cia por
el espíritu d e recreo 100 a cualq u ier o tro g é n ero de espíritu;
p referencia q u e nos acostum bra a considerar al h o m b re de
espíritu com o d ivertido, a envilecerlo confu n diéndolo con el
pantom im o; preferencia, en fin, que nos hace el p u eb lo más
galante, más am able, p e ro tam bién más frívolo de to d a Eu­
ropa.
C on tales costum bres, así d eb em o s ser. La ruta de la am­
bición está, p o r la form a d e n u e stro g o b iern o, cerrada a la
m ayor p arte de los ciudadanos; no les queda más que la del
placer. E ntre los placeres, el del am or es el más vivo y, para
gozar de él, hay que hacerse agradable a las m ujeres. En
cuanto la necesidad de am ar se hace sentir, la de gustar ha de
en cen d erse en n u estra alma. D esafo rtu n ad am ente pasa con
67 los am antes lo m ism o q u e con estos insectos alados | que
tom an el color de la hierb a en la q u e se posan: sólo hacién­
dose sem ejan te al o b je to am ado un am ante logra gustarle.
A h o ra bien, si las m u jeres d e b e n adqu irir, p o r la educación
q ue se les da, más frivolidad y encantos que fuerza y rigor en
las ideas, n uestros espíritus, m odelándose para ajustarse a los
suyos, d e b e n ap etecer los m ism os vicios.
H ay sólo dos m edios d e p ro te g e rse contra ello. El p ri­
m ero consiste en p erfeccio n ar la educación de las m ujeres,
dar más elevación a su alma, más extensión a su espíritu.
N ad ie d u d a q u e se la elevaría a las más grandes cosas si se
tuv iera el am or p o r p re c e p to r y que la m ano de la belleza
arro jaría en n uestra alm a los g érm enes del espíritu y de la
virtud. El segundo m edio (y no es ciertam en te el q u e aconse-
68 jaría) j sería desem barazar a las m u jeres de un resto de
p u d o r, cuyo sacrificio les da el d erech o de exigir el culto y la

100 En el original, «esprit d’agrém ent».

238
adoración p e rp e tu a d e sus am antes. E ntonces los favores de
las m u jeres, al ser más com unes parecerían m enos valiosos;
por lo tanto, los hom bres más independientes y más sabios
no perderían al lado de ellas más que las horas consagradas a los
placeres del am o r y p o d rían e x te n d e r y fortalecer su espíritu
p o r el estu d io y la m editación. En todos los p u eblos y en
to dos los países dedicados a la idolatría de las m ujeres, hay
q ue hacer de ellas rom anas o sultanas 10‘; el térm ino m edio
e n tre estas dos partes es lo más peligroso.
Lo q u e he dicho más arriba p ru eb a q u e es a la diversidad
de los g o b iern o s y, p o r consiguiente, de los intereses de los
pueblos, a la q u e d eb e atribuirse la so rp re n d e n te variedad de
sus caracteres, de su | g e n io y su gusto. Si en algún caso se 69
cree percib ir un p u n to co m ú n de la estim a general; si, por
ejem p lo , la ciencia m ilitar es en casi todos los p ueblos consi­
derada com o la prim era, se d eb e a que el ex p erto m ilitar es
en casi tod o s los países el ho m b re más útil al m enos hasta el
establecim iento de una paz universal e inalterable. U na vez
confirm ada esta paz, se p referirían indiscu tib lem ente los
ho m b res céleb res al m e jo r capitán del m undo: de donde
concluyo q u e el in terés general es, en cada nación, el único
d istrib u id o r de su estim a.
A esta m ism a causa, com o lo p ro b aré a continuación,
d eb e atribuirse el d esp recio in ju sto o legítim o, p e ro siem ­
p re recíproco, q u e las j naciones tienen p o r sus diferentes 70
co stum b res, usos y caracteres.

C a p ít u l o X X I

E l mutuo desprecio de las naciones se debe a l interés


de su vanidad

O cu rre con las naciones lo m ism o que con los individuos


particulares: si cada u no d e n o so tro s se cree infalible, con­
sidera el d isen tim ien to com o una ofensa y no p u e d e estim ar
en o tro más q u e su p ro p io espíritu, del m ism o m odo cada

101 «D es R om aines o u des Sultanes». H elvétius po n e a la m u je r rom ana com o sím bolo de
la elevación d e esp íritu y a la m u je r árabe, en el harén, com o expresión d e la simple
satisfacción sexual.

239
nación no estim a en las dem ás sino las ideas análogas a las
suyas y to d a opin ió n contraria constituye en ellas un germ en
de desprecio.
E chese un vistazo rápido al m u n d o en tero . A quí el inglés
71 nos tom a p o r cabezas frívolas, | m ientras nosotros lo tom a­
m os p o r cabeza loca. A hí el árabe, p ersu ad id o d e la infalibi­
lidad de su califa, se ríe de la necia credulidad del tártaro
quien cree en el gran Lama inm ortal. En el Africa, el negro,
siem pre en adoración ante una raíz, una pata de cangrejo o
el cu ern o d e un anim al, no ve en la tierra más que una
inm ensa m asa de divinidades y se ríe de la escasez de dioses
en la q u e estam os; m ientras q u e el m usulm án, poco ins­
truido, nos acusa de reco n o cer tres dioses. Más allá, habitan­
tes de la m ontaña de Bata están p ersuadidos de que todo
aquel que com a antes d e su m u e rte un cuco asado es un
santo; se ríen, p o r consiguiente, del indio: ¡qué ridículo,
dicen, es acercar una vaca al lecho de un m o rib u n d o e
72 im aginar que si la vaca, al tirarle | de la cola, llega a orinar
encim a de él algunas gotas, el en ferm o es un santo! ¡Q ué
absurdo, p o r p arte de los brahm anes, exigir de sus nuevos
conversos que, d u ran te seis m eses, se co n te n te n con el ex­
crem en to d e vaca (86) com o alim ento!
El d esprecio m u tu o d e las naciones está fundado siem pre
sobre sem ejan te diferencia de usos y costum bres. P o r este
73 m otivo (87) | el h ab itan te de A ntioquía despreciaba antaño
la sim plicidad de costum bres y la frugalidad del em perador
Juliano l02, las cuales le hacían m e recer la adm iración de los
galos. La diferencia de religión y, p o r consiguiente, de o p i­
nión, d eterm in ab a al m ism o tiem po a cristianos más diligen­
tes que justos a ensom brecer, con las más infames calumnias,
la m em oria de un p ríncipe que, dism inuyendo los im puestos,
restableciendo la disciplina m ilitar y reanim ando la virtud
agonizante de los rom anos, ha m erecido tan justam ente ser
considerado con el rango d e los más grandes em p erad o ­
res (88).
74 | M írese p o r todas partes, todo está lleno de injusticias.
C ada nación, convencida de que sólo ella posee la sabiduría,
tom a a todas las dem ás p o r locas y se parece bastante al

102 El em perador Juliano (331-363) fue autor de Los Césares, E l Misopogón y algunos versos
ligeros. Pagano tolerante y filósofo ecléctico em prendió una o b ra d e renovación pagana q u e no
trascendió su reinado.

240
m arilanés (89) que, persu ad id o d e q u e su lengua era la única
del universo, concluyó q u e los dem ás hom bres no saben
hablar.
Si bajara del cielo un sabio q ue, en su conducta, no
consultara más que las luces de la razón, este sabio pasaría
universalm ente p o r loco. Sería, dice Sócrates, fren te a los
dem ás hom bres, com o un m édico al q u e acusasen los paste­
leros ante un tribunal de niños, de h ab er p ro h ib id o las pas­
tas y las tartas y que seg u ram en te | p arecería culpable el 75
cocinero jefe. En vano apoyaría sus opiniones sobre las más
sólidas dem ostraciones; todas las naciones se com portarían
con él com o aquel p u eb lo de jorobados p o r do n d e, según
dicen los fabuladores indios, pasó un dios bello, joven y bien
hecho; este dios, añaden, al e n tra r en la capital se vio ro ­
deado por una m ultitud d e habitantes; su figura les parecía
extraordinaria, las risas y las pullas m anifestaban su sorpresa.
Se habrían ex trem ado los u ltrajes si, para salvarlo de este
peligro, uno de los habitantes, quien sin d uda había visto
o tro s hom bres aparte de jorob ad o s, no hubiese de repente
exclam ado: «¡Eh!, am igos, ¿qué vam os a hacer? N o insulte­
m os a este desgraciado contrahecho: si el cielo nos ha dad» a
tod os el don de la belleza, si ha ado rn ad o nuestra espalda
con una m ontaña de carne, llenos de recon o cim ien to | p o r /(>
los inm ortales vayam os al tem plo a dar las gracias a los
dioses...» Esta fábula es la historia de la vanidad humana.
T odo pueblo adm ira sus defectos y d esprecia las cualidades
contrarias: para te n e r éxito en un país, cuando se viaja, hay
q ue ten er la joroba d e esa nación.
En cada país existen pocos abogados que defiendan la
causa de las naciones vecinas, pocos hom bres que reconozcan
en sí la ridiculez de la que acusan al ex tran jero y que tom en
ejem p lo de no sé q u é tártaro que a este respecto hizo
ru b o rizar al pro p io gran Lama p o r su injusticia.
Este tártaro había reco rrid o el n o rte, visitado los países
de los lapones y hasta co m prado vien to a sus brujos (90).
| D e vuelta a su país, cu en ta sus aventuras. El gran Lama 77
q u iere escucharlas y se d estornilla de risa p o r su relato. «¡D e
cuánta locura, dice, es capaz el espíritu hum ano!, ¡de cuántas
costum bres raras!, ¡qué credulidad la de los lapones!, ¿acaso
son hom bres?» «Y tanto q u e sí, resp o n d ió el tártaro. Escu­
cha algo todavía más extraño. Estos lapones tan ridículos con
sus brujos no se ríen m enos de n uestra credulidad q u e tú de

241
la suya». «Im pío, resp o n d e el gran Lama, ¿te atreves a p ro ­
nunciar esta blasfem ia y com parar mi religión con la suya?»
«Padre etern o , prosiguió el tártaro, antes de que la im posi­
ción sagrada de tu m ano sob re mi cabeza m e haya lavado de
mi pecado, te m ostraré que p o r d iv ertirte no debes inducir
78 | a tus súbditos a hacer un u so p ro fan o de su razón. Si el o jo
severo del exam en y de la duda se dirigiese sobre todos los
o b jeto s de la creencia hum ana, ¡quién sabe si tu culto estaría
pro teg id o de las pullas d e la incredulidad! Tal vez tu santa
orina y tus santos excrem entos (91), q u e tú distribuyes
com o regalos a los príncipes de la tierra, les parecerían
m enos valiosos; tal vez no les enco n trarían el m ism o sabor,
no espolvorearían con ellos sus guisos y no los volverían a
m ezclar con sus salsas. La im piedad niega ya en C hina las
nueve encarnaciones de V isnú 103. T ú, cuya m irada abarca el
pasado, el p re se n te y el fu tu ro , nos lo has rep e tid o a me-
79 nudo; | al talism án de una creencia ciega debes tu inm ortali­
dad y tu p o d e r sobre la tierra. Sin la sum isión e n tera a tus
dogm as, obligado a abandonar esta estancia de tinieblas, re ­
m ontarías al cielo, tu patria. Sabes que los lamas, som etidos a
tu p o d e r, d eben un día elevarte altares en todas las partes
del m undo: ¿quién p u ed e asegurarte q u e ejecu ten este p ro ­
yecto, sin la ayuda d e la credulidad hum ana y que sin esta
credulidad, el exam en, siem pre im pío, no tom e a los lamas
p o r brujos lapones que venden vientos a los necios que los
com pran? Excusa, pues, ¡oh Fo 104 viviente!, los discursos
que m e dicta el in terés de tu culto; y que el tártaro aprenda
de ti a resp etar la ignorancia y la credulidad, de las que el
cielo, siem pre im pen etrab le en sus designios, parece servirse
para so m eter la tierra a tu personal.»
P ocos h om bres logran que su nación com prenda, com o
80 en este ejem p lo , | q u e se pone en ridículo a los ojos de la
razón cuando, bajo u n nom b re ex tran jero , se ríe d e su p ro ­
pia locura; p ero todavía hay m enos naciones que sepan apro­
vechar sem ejantes advertencias. Todas están escrupulosa­
m en te apegadas al interés de su vanidad q u e jamás se dará
en ningún país el nom bre de sabios más que a aquellos que,
com o decía F ontenelle, están locos de locura común. P o r rara
que sea una fábula siem pre hay alguna nación que cree en

103 Visnú o V istnú es el segundo térm in o de la trinidad brahmánica, o Trim urri, conservador
del mundo.
104 «Fo» es la denom inación d e B uda en China.

242
ella; y q u ien q u iera q u e d u d e de la m ism a es tratado com o
loco p o r esta nación. En el rein o de Ju id a, d o n d e se adora a
la serp ien te, ¿qué h o m b re se atrev ería a negar el cu en to que
los m orabitos cuentan de un cerd o qu e, según dicen, insultó
a la divinidad de la serpiente (92) | y se la comió? U n santo 81
m orabito, añaden, se dio cu en ta y se q u e jó d e ello al rey. En
el acto h u b o una co ndena a m u e rte con tra tod o s los cerdos y
se llevó a cabo la ejecución. La raza habría sido aniquilada si
el pu eb lo n o hubiese h ech o v er al rey que p o r un culpable
no era justo castigar a tantos inocentes. Estas observaciones
colm aron la cólera del príncipe, se apaciguó el gran m orabito,
cesó la m asacre y los cerd o s recib iero n o rd e n de ser en
adelante más resp etu o so s con la divinidad. ¡H e aquí, exclam a­
ro n los m orabitos, cóm o la serp ien te sabe e n cen d er la cólera
d e los reyes para vengarse de los im píos; que el universo
reconozca su divinidad, a su tem plo, a su sacerdote, a la
o rd en de M orab ito los, destinada a servirle, en fin, a las
vírgenes consagradas a su culto! Si, retirad o al fondo de su
santuario, el dios serp ien te, | invisible incluso a los ojos del 82
rey, no recib e sus dem andas y no da sus respuestas más que
p o r m ed io d e los sacerdotes, los m ortales no d eb en dirigir a
estos m isterios una m irada profana: su d e b e r es creerlos,
p ro ste rn a rse y adorar.
En Asia, p o r el co n trario , cuando los persas, todos m an­
chados (93) p o r la sangre de las serpientes inm oladas al D ios
del bien, corrían al tem plo d e los M agos para jactarse de este
acto de p iedad ¿puede im aginarse q u e un h o m b re que los
h ubiera d eten id o para p ro b arles la ridiculez de su opinión
habría sido bien recibido? C u a n to más loca es una opinión
más h o n rad o y pelig ro so es d em o strar su locura.
P o r eso, F ontenelle ha re p e tid o siem pre que si tuviera
todas las \ verdades en su mano, se abstendría de abrirla para 83
mostrarlas a los hombres. En efecto, si el descu b rim iento de
una sola verdad en E uropa ha llevado a G alileo a arrastrarse
en las cárceles de la Inquisición, ¿a q u é suplicio no se con­
d enaría a aquel q u e las revelara todas? (94).
E n tre los lectores razonables q u e se ríen, en este ins­
tante, de la necedad del esp íritu hum ano y q u e se indignan
del tratam ien to infligido a G alileo, tal vez no haya ninguno

105 Los morabitas son religiosos erm itaños musulmanes.

243
que, en el siglo d e este filósofo, no hubiese solicitado su
84 m u erte. H ab rían tenido opiniones | diferentes. ¡Y en qué
crueldades no nos p recipita la bárbara y fanática adhesión a
nuestras opiniones! ¡C uántos m ales esta adhesión ha sem ­
brado sobre la tierra! A dhesión de la qu e, sin em bargo, sería
igualm ente justo, útil y fácil deshacerse.
Para ap re n d e r a d u d ar de las opiniones propias, basta con
exam inar las fuerzas del esp íritu , co nsiderar el cuadro de las
necedades hum anas, recordar que fue seiscientos años des­
pués del establecim iento de las universidades cuando surgió
p o r fin un ho m b re extraordinario (D escartes) 106 que su siglo
persiguió y puso luego en el rango de los sem idioses p o r
haber enseñ ad o a los hom bres a no adm itir p o r verdaderos
más q u e aquellos principios de los cuales tuviesen ideas
85 claras, verdad que poca gente | en tien d e en toda su extensión,
pues para la m ayor p arte de los hom bres, los principios no
con tien en consecuencias.
Sea cual sea la vanidad de los h om bres, es seguro que si
se acordaran a m en u d o de sem ejantes hechos, si, com o Fon­
tenelle, se d ijeran a m en u d o a sí m ismos: Nadie escapa al
error, ¿acaso seré el único hombre infalible?, ¿no será que ju sta ­
mente en las cosas que sostengo con más fanatism o es donde me
equivoco?; si los h om bres tuvieran esta idea habitualm ente
p resen te en su espíritu, estarían más en guardia contra su
vanidad, más atentos a las objeciones de sus adversarios, en
m ejo res condiciones para p ercibir la verdad; serían más apa­
cibles, más tolerantes y, sin duda, ten d rían una opinión m e­
nos elevada de su sabiduría. Sócrates rep etía a m enudo: Todo
86 lo que | sé es que no sé nada. Se sabe to d o en n u estro siglo,
excep tu an d o lo q u e Sócrates sabía. Los hom bres no se dan
cu en ta a m enudo de sus erro res, sólo p o rq u e son ignorantes
y p o rq u e , en general, su locura más incurable es la de
creerse sabios.
Esta locura, com ún a todas las naciones y producida en
p arte p o r su vanidad, les lleva no solam ente a despreciar las
costum bres y los usos d iferen tes de los suyos, sino tam bién
a considerar com o un don de la naturaleza la superioridad
que no d eb en más que a la co nstitución de su Estado.

106 Galileo, Fontenelle, D escartes, son los tres grandes hom bres de espíritu admirados por
H elvétius de en tre los m odernos. El cartesianism o de H elvétius ha sido estudiado p o r G . Besse
en Un Maitre du rationalisme franca is au X V I I l e siécle, París, 1959.

244
| C a p ítu lo X X II 87

Por qué las naciones ponen en el rango de los dones


de la naturaleza las cualidades qtie no deben más que a la forma
de su gobierno

La vanidad es o tra vez la fu en te de este erro r. ¿Y qué


nación p u ed e triu n far d e sem ejan te error? Supongam os, para
dar un ejem plo, q u e un francés, acostum brado a hablar bas­
tante lib rem en te, a e n c o n tra r aquí y allá algunos hom bres
verdaderam en te ciudadanos, d e je París y desem b arque en
C onstantinopla. ¿Q u é idea se form ará de los países som eti­
dos al despotism o, cuando considere el envilecim iento en el
q ue se en cu en tra en ellos la hum anidad, perciba p o r todas
partes la huella de la esclavitud, | vea a la tiranía infestando 88
con su aliento los g érm en es de todos los talentos y todas las
virtudes, llevando al em b ru tecim ien to , al te m o r servil y el
despoblam iento desde el Cáucaso hasta Egipto; cuando, por
fin, aprenda que el sultán, tranquilam ente encerrado en su ha­
rén, mientras el persa vence sus tropas y hace estragos en sus
provincias, b e b e su s o rb e te in d iferen te a las calam idades
públicas, acaricia sus m u jeres, hace degollar a sus bajas y se
aburre? S o rp ren d id o p o r la cobardía y la servidum bre
d e estos pueblos, al tiem po que anim ado p o r un sentim iento
de orgullo y de indignación, ¿qué francés no se creerá de una
naturaleza su p erio r al turco? ¿H ay m uchos q u e co m prendan
q ue el d esprecio p o r una nación es siem pre un desprecio
injusto, que es de la form a más o m enos feliz de los go b ier­
nos de lo q u e d e p e n d e la su p erio rid ad de un p ueblo | sobre 89
o tro y que, en fin, este tu rco puede darle la m ism a respuesta
que un persa le dio a un so ld ad o lacedem onio q u e le re p ro ­
chaba la cobardía de su nación? « ¿P or q u é m e insultas?, le
decía. Sabe q u e no hay nación allí d o n d e se reco n oce a un
am o absoluto. U n rey es el alma universal de un Estado
despótico; es su coraje o su debilidad lo q u e hace languide­
cer o vivificar este im perio. V en ced o res bajo C iro ’07, si so­
m os vencidos bajo Je rje s, es p o rq u e C iro fundó el tro n o en
el que Je rje s se ha sen tad o al nacer; es p o rq u e C iro tuvo al

107 C iro (529 a. C .) fu e el fundador d el im perio persa. C onquistó M edia, Lidia, Asia M enor
y Babilonia. Jerjes, hijo d e D arío I, fue rey de Persia de 485 a 465 a. C. D irigió la expedición
contra G recia (480), que después de forzar las Term opilas fue derrocada en Salamina y Platea.

245
nacer iguales; es p o rq u e Je rje s estuvo siem p re ro d ead o de
esclavos; y p o rq u e los m ás viles, tú lo sabes, habitan el
palacio de los reyes. Es la hez de la nación lo que ves en los
prim ero s puestos; es la espum a d e los m ares q u e se ha
90 elevado a su superficie. R eco n o ce | la injusticia de tu d esp re­
cio y, si dudas d e ello, danos las leyes de E sparta y tom a tú a
Je rje s com o am o; tú serás el cobarde y yo el héroe.»
R ecordem os el m o m en to en que el g rito de gu erra había
d esp ertad o todas las naciones de E uropa, d o n de su tru en o se
hacía o ír del n o rte al sur d e Francia (95). Supongam os que
en este m o m en to u n republicano, todavía enardecido del
espíritu ciudadano, llega a París y se p resen ta en la alta
sociedad. ¡Q ué sorpresa le causaría verla tratar con in d iferen ­
cia los asuntos públicos y no ocuparse anim adam ente más
que de una m oda, una historia galante o un perrito!
S orp ren d id o , a e ste resp ecto , p o r la diferencia entre
91 nuestra nación y la | suya, casi no hay inglés que no crea ser
de una naturaleza su p erio r, q u e no to m e a los franceses por
cabezas frívolas y a Francia p o r un rein o de fruslería. Sería
fácil para él, en verdad, d arse cu enta de que no es solam ente
a la form a de su g o b iern o a la q u e sus com patriotas deben
este espíritu de patriotas y de elevación desconocido en
cualquier o tro país q u e no sea libre, sino q u e lo d eben
tam bién a la situación geográfica de Inglaterra 10!i.
En efecto, para e n te n d e r q u e esta libertad, de la que los
ingleses se sienten tan orgullosos y q u e contiene realm ente
el g erm en de tantas virtudes, es m enos el precio de su coraje
que un don del azar, considerem os el nú m ero infinito de
facciones que antaño han desgarrado Inglaterra; nos conven­
cerem os así de q u e si los m ares, abrazando este im perio,
92 | no lo hubieran hecho inaccesible a los pueblos vecinos, estos
pueblos, aprovechando las divisiones de los ingleses o bien

108 H elvétius resalta varias veces cóm o la «position physique de TAnglaterre» (que hemos
traducido por «situación geográfica») influye en el carácter y espíritu de los ingleses. En
realidad com parte la tesis d e la determ inación geográfica, y especialm ente climatológica, que
M ontesquieu trazara en su L ’esprit des lois. A quí queda oscurecida porque, por un lado, la
obsesión d e H elvétius es m ostrar la determ inación del m odelo político de un país en sus usos y
costum bres, y, p o r o tro, él tiene una form a original de in terp retar la determ inación geográfica:
no lo hace en enfoque naturalista, p o r sus efectos en la estructura psico-biológica del hom bre,
sino en enfoque sociologista, es decir, p o r los efectos deí m edio físico en la organización social,
especialm ente forzándola al militarism o o protegiéndola d e los vecinos. Esta es la determ ina­
ción más im portante, ya q u e o p o n e Estado g u e rre ro a Estado com ercial-industrial y liga a estos
dos m odelos sendos repertorios d e pasiones adecuadas a los mismos, y de ella dependen los
usos y costum bres, el g usto y el carácter, porque, en realidad, dichos cuadros de pasiones
constituyen, en sus diferencias, los distintos «géneros d e espíritu».

246
los hubieran subyugado, o bien hubiesen, al m enos, sum inis­
trad o a sus reyes los m edios de esclavizarlos; p o r tan to , su
libertad no es el fruto de su sabiduría. Si, com o lo p retenden,
tuvieran libertad sólo gracias a una firm eza y una prudencia
particulares a su nación, d esp u és del h o rrib le crim en com e­
tido a la p erso n a de C arlos I, ¿no h u biesen aprovechado este
crim en ventajosam ente? 109. ¿H u b iesen sop o rtad o que m e­
diante servicios y pro cesio n es públicas se elevara al rango de
m ártir a un p ríncipe tal q u e in teresaba, según dicen algunos
de ellos, q u e fuera co n sid erad o com o una víctim a inm olada
al bien general y cuyo suplicio, necesario al m undo, debía
espantar para siem pre a q u ien q u iera | q u e aspire a som e- 93
te r pueb lo s a una autoridad arbitraria y tiránica? T o d o inglés
sensato convendrá, pues, en que es a la situación geográfica
de su país a la q u e d e b e su libertad; q u e la form a de su
g o b iern o no p o d ría subsistir en tierra firm e tal com o es sin
ser infinitam ente perfeccionada; y q u e el único y legítim o
m otivo de su orgullo se red u ce a la felicidad de h ab er nacido
insular y no habitante del contin en te.
U n ho m b re particular, sin d uda lo reconocería, p ero ja­
más un pueblo. Jam ás un p u eb lo im po n d ría a su vanidad las
trabas de la razón: más eq u id ad en sus juicios sup o ndría una
m oderación de esp íritu dem asiado escasa en los individuos
particulares com o para e n co n trarla alguna vez en una na­
ción.
Cada pueb lo elevará al rango de los d o n es de la natura­
leza | las virtudes que ha obtenido de la form a de su gobierno. 94
El interés de su vanidad se lo aconsejará: ¿y quién se resiste
al consejo del interés?
La conclusión general d e lo q u e he dicho del espíritu,
considerado en relación con los diversos países, se resum e en
q u e el interés es lo único q u e distribuye la estim a o el
d esprecio q u e las naciones tie n e n p o r sus co stu m bres, sus
usos y sus d iferen tes g é n e ro s de espíritu.
La única o b jeció n q u e p u e d e o p o n erse a esta conclusión
es la siguiente: si el in terés, se dirá, fuera lo único que
distribuye la estim a e n tre los diferen tes g é n ero s de ciencia y
de espíritu, ¿p o r q u é la m oral, útil a todas las naciones, no es

lüv Carlos 1, Rey de Inglaterra (1600-1649). H ijo de Jacobo I, sucedió a su padre en 1625.
El dom inio que sobre él ejercían sus m inistros Buckingham y Strafford provocó una violenta
protesta del Parlam ento, que ejecutó al segundo de ellos. A raíz d e este suceso estalló la guerra
civil e n tre parlam entarios y realistas. C arlos I fue ejecutado p or los republicanos de Crom w ell
en W hitethall.

247
la más honrada? ¿P o r q u é el n o m b re de los D escartes, los
N ew ton, son más célebres que los de Nicole, los de La Bruyé-
95 re y de todos los moralistas que | en sus obras han dem ostrado
tanto espíritu? 110. Es, resp o n d eré, p o rq u e los g randes físicos
han sido útiles algunas veces al m u n d o e n te ro p o r sus descu­
brim ientos, m ientras que la m ayor p arte de los m oralistas no
ha prestad o ninguna ayuda hasta ahora a la hum anidad. ¿Para
qué sirve re p e tir sin cesar q u e es bello m orir p o r la patria?
U n apotegm a no hace un héroe. Para m erecer estim a, los
m oralistas debían h ab er em pleado en la b ú squeda de los
m edios apropiados para fo rm ar h o m b res valientes y virtuosos
el tiem po y el espíritu q u e p e rd ie ro n en co m p o n er máximas
sobre la virtud. C uando O rnar escribía a los sirios: Enrío
contra rosotros hombres tan áridos de muerte como rosotros de
placeres. los sarracenos, engañados p o r el prestigio de la
am bición y la credulidad, no veían el cielo, sino com o pre-
96 mió | p o r el valor y la victoria y el infierno com o castigo p o r
la cobardía y la derro ta. Estaban anim ados p o r el más vio­
lento fanatism o, y son las pasiones y no las máximas de la
moral las q u e form an a los h om bres valientes. Los m oralistas
deberían co m p ren d erlo y saber que, al igual que un escultor
hace de un tronco de árbol un dios o un banco, el legislador
form a, según quiere, h éroes, genios y g e n te virtuosa. Pongo
p or testigo a los m oscovitas transform ados en hom bres por
P edro el G ran d e 11
En vano los pueblos locam ente enam orados de su legisla­
ción buscan en la no ejecución de sus leyes la causa de sus
desgracias. La no ejecución de las leyes, dice el sultán M ah-
m ud, es siem pre la p ru eb a de la ignorancia del legislador: la
97 recom pensa, el castigo, la gloria y la infam ia, som etidas | a
sus voluntades, con cuatro especies de divinidades con las
cuales pued e siem pre favorecer el bien público y crear hom ­
bres ilustres en todos los géneros.
T o d o el estudio de los m oralistas consiste en determ in ar
el uso que d eb e hacerse de estas recom pensas, de estas
puniciones y las ayudas q u e p u ed en sacarse para enlazar el

ll0Jean de la B ruyére (1645-1696), moralista, autor influyente del siglo X V II. En los
Caracteres de Teofrasto. describe con precisión y fuerza la sociedad francesa en una época en que
se transformaba radicalmente.
N icole. Ver nota 95 del segundo Discurso.
111 Pedro el G rande (1672-1725) de Rusia. Llegó a Zar en 1682. E uropeizó el país,
reform ó el ejército y las leyes y creó una flota.

248
in terés personal y el in te ré s general. Esta unión es la obra
m aestra que d eb e p ro p o n e rse la moral. Si los ciudadanos no
pudieran conseguir su felicidad personal sin favorecer el bien
público, no habría o tro s viciosos que los locos, todos los
hom bres estarían obligados a la virtud y la felicidad de las
naciones sería un logro de la m oral. A hora bien, ¿quién duda
de que, en este caso, esta ciencia no sería infinitam ente
honrada y que los escrito res sobresalientes en este g én ero no
| serían puestos, al m enos p o r la equitativa y agradecida pos- 98
teridad, en el rango d e los Solón, Licurgo y C onfucio? “ 2.
Pero, se replicará, la im perfección de la m oral y la len ti­
tud de sus progresos no p u ed en ser más que un efecto de la
d esproporció n e n tre la estim a o torgada a los m oralistas y los
esfuerzos del espíritu necesarios para p erfeccionar esta cien­
cia. ¿Acaso el in terés general, se añadirá, no p reside a la
distribución de la estim a pública?
Para resp o n d er a esta ob jeció n , es necesario buscar en los
obstáculos insalvables que se han o p u esto al avance de la
m oral las causas de la in d iferen cia con la cual ha sido
considerada hasta ahora una ciencia cuyos progresos anuncian
siem pre los de la legislación | y que, p o r consiguiente, todos 99
los pueblos tienen in terés e n perfeccionar.

C a p ít u l o X X lll

De las causas que han retrasado hasta ahora los progresos


de ¡a moral

Si la poesía, la geom etría, la astronom ía y, en general,


todas las ciencias tien d en m ás o m enos ráp id am ente a su
perfección, m ientras la m oral parece apenas salir de la cuna,

112 Solón (640-599 a. C.) fue legislador de Atenas y uno de los siete sabios de G recia.
Introdujo im portantes reform as sociales y económ icas y transform ó la constitución ateniense en
sentido democrático.
Licurgo fue un famoso legislador espartano del siglo IX a. C., a quien se atribuye la
constitución política d e Esparta.
Confucio (551-478 a. C.) es e l más g ra n d e filósofo y estadista de la C hina tradicional. Fue
consejero de varios príncipes feudales, asum ió altos cargos en el gobierno de China. El respeto
extraordinario de que gozaba en vida, se convirtió más tarde en veneración llegando a ser
adorado en templos propios. Su doctrina originariam ente no era una religión, sino una moral,
fundada en el am or, el respeto m u tu o y la obediencia.

249
es p o rq u e los hom bres, forzados a reu n irse en sociedad, a
dotarse de leyes y costum bres, se han visto obligados a darse
un sistem a de m oral antes de que la observación les hubiera
revelado sus verdaderos principios. U n a vez hecho el sis-
100 tem a, se dejó de observar; p o r eso j no tenem os, p o r así
decir, más que la m oral de la infancia del m undo. ¿Y cóm o
perfeccionarla?
Para apresurar los progresos de una ciencia, no basta que
esta ciencia sea útil al público; es necesario que cada uno de
los ciudadanos q u e com ponen una nación en c u en tre alguna
ventaja en perfeccionarla. A hora bien, en las revoluciones
qu e han ex p erim entado to d o s los p u eb lo s de la tierra, al no
estar siem pre conform e el in terés público, es decir, el interés
de la m ayoría sobre la cual d eb en siem pre estar apoyados los
principios de una buena m oral, con el in terés del más p o d e­
roso, éste, in d iferen te a los progresos de las dem ás ciencias,
ha debido oponerse eficazmente a los progresos de la moral.
En efecto, el am bicioso q u e fue el p rim ero en elevarse
p o r encim a de sus conciudadanos, el tirano que los pisoteó
101 bajo | sus pies, el fanático q u e todavía los tiene p o sternados,
todas estas diversas plagas d e la hum anidad, todas estas dife­
ren tes especies de perversos, forzados p o r su interés parti­
cular a establecer leyes contrarias al bien general, han consta­
tado q u e su potencia no tenía com o fu n d am en to más que la
ignorancia y la im becilidad hum anas; p o r eso siem pre han
im puesto silencio a quien q u iera q ue, al in ten tar revelar a las
naciones los v erdaderos principios de la m oral, les habría
revelado todas sus desgracias y todos sus derechos y los
habría arm ado con tra la injusticia.
P ero, se replicará, si bien en los prim eros siglos del
m undo, cuando los déspotas m antenían a las naciones escla­
vizadas bajo un cetro d e hierro, les interesaba ocultar a los
pueblos los principios de la m oral, principios que, subleván-
102 dolos contra los tiranos, h u b iesen co nvertido | la venganza en
un d e b e r para cada ciudadano, hoy, en cam bio, cuando el
cetro ya no es el p recio del crim en, cuando ha sido p u esto
con un consentim iento unánim e e n tre las m anos de los p rín ­
cipes y es conservado en ellas p o r el am or de los pueblos,
cuando la gloria y la felicidad de una nación, representadas
en el soberano, aum entan su grandeza y su felicidad: ¿qué
enem igos de la hum anidad, se dirá, se o p o n en todavía a los
progresos de la moral?

250
Ya no son los reyes, sino o tras dos especies d e hom bres
poderosos. Los p rim ero s son los fanáticos, y no los con­
fundo en absoluto con los h o m b res v e rd a d e ram e n te piado­
sos. Estos son los so sten es de las m áxim as de la religión,
aquéllos son sus d estru cto res; unos son am igos (96) de la
hum anidad, ¡ otros, apacibles p o r fuera y bárbaros p o r den- 103
tro, tienen la voz d e Jaco b y las m anos de Esaú ’ 13. Indife­
rentes a las acciones honradas, se juzgan virtuosos no según
lo que hacen, sino sólo según lo que creen; la credulidad de
los hom bres es, según ellos, la única p ru e b a de su probidad
(97). O dian a m u erte, decía la reina C ristina " 4, a q u ien ­
quiera que no les | crea y su in te ré s les obliga a ello. A m bi- 104
ciosos, hipócritas y discretos, piensan q u e p ara esclavizar a
los pueblos d eb en cegarlos. P o r ello, estos im píos acusan sin
cesar de im piedad a to d o h o m b re nacido para esclarecer a las
naciones; toda verdad nueva les es sospechosa; p arecen niños
a quienes to d o espanta en las tinieblas.
La segunda especie d e h o m b res p o d ero so s q u e se op o n e
a los progresos de la m oral es la de los sem ipolíticos. E ntre
éstos hay algunos q u e al te n d e r n atu ralm en te hacia lo verda­
dero no son enem igos d e las verdades nuevas más q u e p o r
ser perezosos y p o r q u e re r sustraerse a la fatiga y la atención
necesarias para exam inarlas. H ay o tro s anim ados p o r m otivos
peligrosos y éstos son los más tem ibles; son h o m bres con
| espíritu desp ro v isto d e talentos y alm a sin virtu des, a los 105
cuales, para ser grandes canallas no les falta más q ue coraje.
Incapaces de fines elevados y nuevos, creen que su conside­
ración se d eb e al re sp e to im bécil o fingido que exhiben p o r
todas las opiniones y los e rro re s recibidos; furiosos contra
todo hom b re q u e q u iera q u eb ran tar su im perio, arm an (98)
contra él las pasiones y los p rejuicios q u e desprecian y | no 106
cesan de asustar a los esp íritu s débiles con la palabra novedad.
| C om o si las verdades d eb ieran d e ste rra r a las virtudes 107
de la tierra, com o si to d o | favoreciese tan to el vicio que no 108

113 Jacob es un patriarca del A ntiguo T estam ento q u e p o r un plato de lentejas com pró a su
hermano Esaú el derecho d e primogenitura. Padre de doce hijos que fundaron las doce tribus
d e Israel.
114 La Reina C ristina de Suecia (1626-1689) ha pasado a la historia com o amiga de la
filosofía. Fue p ro tecto ra d e las artes y las letras y atrajo a su corte a num erosos sabios entre los
que destaca Descartes. Se convirtió al catolicismo tras abdicar en su primo Carlos G ustavo, y fue
acogida en el Vaticano. En su palacio, El Riario, en el Lungara, se reunían hom bres de letras y
músicos. La academia A rcadia q u e fundó para filósofos y literatos todavía existe en Roma.
Escribió sus Memorias. D ejó im portantes colecciones de libros y m anuscritos a la biblioteca del
Vaticano.

251
109 se p u d iera ser v irtuoso sin ser | im bécil, com o si la m oral
110 dem ostrará la necesidad y el estudio de | esta ciencia devi­
niese, p o r consiguiente, fun esto para el m u n d o entero; quie­
ren que se m antenga a los pueblos arrodillados ante los
prejuicios recibidos, com o d elan te de los cocodrilos sagrados
de M enfis. Si se hace algún d escu b rim ien to en m oral, será
sólo a nosotros, dicen, a quienes hay q u e revelarlo; sólo
nosotros, com o los iniciados de Egipto, d ebem os ser sus
depositarios: que el resto de los hum anos q u ede envuelto en
las tinieblas del prejuicio, pues el estado natural-del hom bre
es la ceguera.
Sem ejantes a estos m édicos que, celosos del descubri­
m iento del vom itivo, abusaron de la credulidad d e algunos
prelados para excom ulgar un rem ed io cuya ayuda es tan
rápida y saludable, de igual m o d o abusaron ellos de la credu­
lidad de algunos h om bres honrados, p ero cuya probidad es-
111 túpida y seducida podría, bajo un g o b iern o | m enos sabio,
arrastrar al suplicio la probidad esclarecida de un Sócrates.
Tales son los m edios q u e han em pleado estas dos e sp e­
cies de hom bres para im p o n er silencio a los espíritus esclare­
cidos. En vano uno confiaría en el apoyo público para resis­
tirles. C uando un ciudadano está anim ado p o r la pasión de la
verdad y del bien general, sé q u e siem pre em ana de su obra
un p erfu m e de virtud q u e lo rinde agradable al público y que
éste llega a ser su p ro tecto r; p e ro com o tras el escudo de la
gratitud y la estim a públicas no se está p rotegido de las
persecuciones de estos fanáticos, e n tre la g ente sabia hay
muy pocos lo suficientem ente virtuosos para desafiar su fu­
ror.
112 H e aquí qué obstáculos infranqueables se han opuesto]
hasta ahora a los progresos de la m oral y p o r qué esta
ciencia, casi siem pre inútil ha m erecid o en to d o tiem p o poca
estim a, co n secu en tem en te con mis principios.
Pero, ¿no es posible hacer e n te n d e r a las naciones el
provecho que sacaría de una excelente m oral y no se podrían
apresurar los progresos d e esta ciencia h o n ran do más a aque­
llos q u e la cultivan? En vista d e la im portancia de la m ateria,
trataré este tem a, a riesgo de una digresión.

252
C a p ítu lo X X IV 113

De los medios para perfeccionar la moral

Es suficiente a estos efectos, levantar los obstáculos que


opo n en a sus progresos las dos especies de h om bres que he
m encionado. El único m edio p ara lograrlo es desenm ascarar­
los, m ostrar a los d efen so res d e la ignorancia com o los más
crueles enem igos d e la hum anidad, en señ ar a las naciones
que los hom bres son, en g eneral, todavía más estúpidos que
m alvados, q u e curándolos d e sus erro res se los curaría de la
m ayor parte de sus vicios y q u e o p o n erse, a este respecto, a
su curación, es co m eter un crim en de lesa hum anidad.
T odo hom bre q u e observa en la historia | el cuadro de las 114
m iserias públicas, p ro n to p ercib e que es la ignorancia quien,
más bárbara todavía q u e el in terés, ha causado más calamida­
des sobre la tierra. S o rp ren d id o p o r esta verdad, se está
siem pre ten tad o de exclamar: ¡Feliz es la nación en la que los
ciudadanos no se p erm itan más q u e crím enes de interés!
¡C uánto los m ultiplica la ignorancia! ¡C uánta sangre ha hecho
c o rre r sobre los altares (99)! Sin em bargo, el h o m bre está
hecho | para ser virtuoso. En efecto, si es en la m ayoría 115
donde reside esencialm ente la fuerza y en la | práctica de 116
acciones útiles a la m ayoría en lo q u e consiste la justicia, es
ev idente que la justicia está, p o r su naturaleza, siem pre ar­
m ada del p o d er necesario p ara rep rim ir el vicio y obligar a
los hom bres a ser virtuosos.
Si el crim en atrevido y p o d ero so encadena tan a m enudo
la justicia y la virtud y si o p rim e a las naciones, | no lo logra 117
más que con ayuda de la ignorancia; es ella quien, ocultando
a cada nación sus verdaderos intereses, im pide la acción y la
unión de sus fuerzas y d e este m o d o p ro teg e al culpable de
la espada de la equidad.
¡A cuánto desp recio se ha de condenar, pues, a quien
quiera re te n e r a los p ueb lo s en las tinieblas de la ignorancia!
N o se ha insistido hasta ahora sobre esta verdad con sufi­
ciente fuerza. N o es que se deban d e rrib a r en un día todos
los altares del erro r; sé con qué cuidado d eb e avanzarse una
o p inión nueva; sé que, aun d estru y én d o lo s, d e b en resp etarse
los prejuicios y que antes de atacar un e rro r g en eralm ente
adm itido es necesario m an d ar a ex p lo rar algunas verdades,

253
com o las palom as del A rca, para ver si el diluvio de los
118 prejuicios no cubre todavía la faz de la tie r r a ,) si los erro res
com ienzan a derru m b arse y se percibe aquí y allá el d esp u n ­
tar en el universo de algunas islas d o n d e la virtud y la verdad
p u ed en echar raíces p ara com unicarse a los hom bres.
P ero tantas precauciones no se tom an más que con p re ­
juicios poco peligrosos. ¿Q ué se m erecen hom bres que con
ansias de dom inar q uieren e m b ru tecer a los pueblos para
tiranizarlos? En necesario ro m p er, con una m ano valiente, el
talism án de la im becilidad al que está atada la potencia de
estos genios m alvados, revelar a las naciones los verdaderos
principios de la m oral, enseñarles q ue, insen siblem ente arras­
trados hacia la felicidad aparente o real, el d o lo r y el placer
son los únicos m o to res del universo m oral y que el senti­
m iento del am or de s í 115 es la única base sobre la cual
p uedan echarse los cim ientos de una m oral útil.
119 | ¿C óm o jactarse d e su straer a los h om bres el conoci­
m iento de este principio? Para lograrlo hay q u e prohibirles
sondear sus corazones, exam inar su conducta, abrir los libros
de historia donde se ven p ueblos de todos los siglos y de
todos los países, únicam ente aten to s a la voz del placer,
inm olar a sus sem ejantes no digo p o r grandes intereses, p ero
sí p o r su sensualidad y en treten im ien to . T om o com o testi­
gos, tanto a estos viveros d o n d e la g lo to n ería bárbara d e los
rom anos ahogaba a los esclavos y los entregaba, com o alimento
a sus peces, para que luego su comida fuese más delicada; a esa
isla del T íb er d o n d e la crueldad de los am os transportaba a
los esclavos inválidos, viejos y enferm os y los d ejab a p erecer
en el suplicio del ham bre; pongo co m o testigo tam bién las
ruinas de esas vastas y soberbias arenas d o n d e están grabados
120 los | fastos de la barbarie hum ana; d o n d e el pueblo más
civilizado del universo sacrificaba miles de gladiadores p o r el
solo placer que p ro d u ce el espectáculo de los com bates;
d o n d e las m ujeres acudían en m ultitud; d o n d e el sexo, ali­
m entado en el lujo, la m olicie y los placeres, este sexo que,
hecho para el ad o rn o y las delicias de la tierra, parece no
d e b e r resp irar más q u e voluptuosidad, llevaba la barbarie

1,5 En el original, «am our d e soi». C onscientem ente no lo traducimos p o r «am or propio»,
que en nuestra lengua, actualm ente designa una pasión específica (una especie de orgullo
positivo, de com petitividad, etc.). En el X V III, el «am our de soi» designa el principio
fundam ental d e la naturaleza, la tendencia a sobrevivir, a perseverar en él ser y a ser reconocido
com o tal (narcisismo).

254
hasta el pun to de exigir de los gladiadores heridos que al
m orir cayeran en una p o stu ra agradable. Estos hechos y otros
miles de hechos sem ejan tes están dem asiado com probados
com o para en orgullecerse de ocultar a los h o m b res su verda­
dera causa. Cada cual sabe q u e no es d e o tra naturaleza que
los rom anos, que la diferencia de su educación p roduce la
diferencia de sus sentim ientos y lo hace estrem ecerse p o r el
solo relato de un espectáculo que la costu m b re le hubiese
hecho agradable | si h u b iera nacido en las orillas del T íber. 121
En vano algunos h om bres, engañados p o r su pereza de exam i­
narse y p o r su vanidad d e c reerse buenos, se im aginan que
d eben a la excelencia particular de su naturaleza los sen ti­
m ientos hum anos q u e los afectarían an te sem ejan te espec­
táculo: el hom bre sensato conviene en que la naturaleza, como
dice Pascal (100) y lo p ru eb a la experiencia, no es nada más
que nuestra p rim era costum bre. Es, pues, absurdo q u e re r
ocultar a los h om bres el principio q u e los m ueve.
P ero supongam os que se logre ocultárselos: ¿qué ventaja
sacarían de ello las naciones? N o se conseguiría seguram ente
más que velar a los o jo s del vulgo el sen tim ien to de su am or
de sí, no se | im pediría la acción de este sen tim iento sobre 122
ellos, no cam biarían sus efectos, los h om bres no serían dife­
rentes de com o son: esta ignorancia no les sería, pues, útil en
absoluto. D igo adem ás q u e les sería perjudicial. En efecto, al
conocim iento del principio d e am o r de sí, d e b en las socie­
dades la m ayor p arte de las ventajas de las q u e gozan. Este
conocim iento, a p esar de ser todavía im perfecto, ha hecho
conscientes a los p ueblos de la necesidad de arm ar de p o d er
la m ano de los m agistrados; ha hecho p ercib ir confusam ente
al legislador la necesidad de fun d ar los principios de la p ro ­
bidad sobre la base del in terés personal. ¿Sobre qué otra
base, en efecto, se los p o d ría apoyar? ¿Acaso sería sobre los
principios de estas falsas religiones que, a pesar de ser falsas,
se dirá, podrían ser útiles a la felicidad | tem p o ral de los 123
hom bres (101)? P ero la m ayor p arte de estas religiones son
dem asiado absurdas para dar sem ejantes puntales a la virtud.
T am poco se la apoyará so b re los principios de la verdadera
religión. N o p o rq u e su m oral n o sea excelente, p o rq u e sus
máximas no eleven el alm a hasta la santidad y la llenen de
una alegría in terio r, anticipo de la alegría celeste, sino p o r­
que estos principios no p o d rían convenir más q ue a un
peq u e ñ o núm ero d e cristianos esparcidos sobre la tierra y

255
p o rq u e un filósofo, que en sus escritos se supone que d eb e
hablar al m undo e n te ro , d eb e dar a la virtud fundam entos
sobre los cuales todas las naciones puedan igualm ente cons-
1 24 tru ir y, p o r consiguiente, | edificar sobre la base del interés
personal. D eb e m an ten erse tan to más fu ertem en te apegado a
este principio cuanto q u e m otivos de in terés tem poral, m a­
nejados con habilidad p o r un legislador hábil, bastan para
form ar hom bres virtuosos. El ejem p lo de los turcos, que en su
religión adm iten el dogm a de la necesidad, principio destru c­
tivo de toda religión, y que p u ed en , p o r consiguiente, ser
considerados com o deístas; el ejem p lo de los chinos m ateria­
listas (102); el de los saduceos 116 q u e negaban la inm ortalidad
del alm a y que recibían e n tre los judíos el título de justos por
excelencia; en fin, el e jem p lo d e los gim nosotistas que, siem-
125 pre acusados de ateísm o y siem pre respetad o s j p o r su sabi­
duría y su m oderación, cum plían con la más grande exactitud
los deb eres de la sociedad; todos estos ejem plos y miles de
ejem plos sem ejantes más p ru eb an que la esperanza o el tem o r
de las penas o de los placeres tem porales son tan eficaces, tan
apropiados para form ar h o m b res virtuosos, com o las penas y
los placeres etern o s que, considerados desde la perspectiva del
futu ro , p roducen en general una im presión dem asiado débil
com o para sacrificar placeres crim inales, p ero presentes.
¿Cóm o no habrían d e p referirse los m otivos de interés
tem poral? N o inspiran ninguna de estas piadosas y santas
126 crueldades que condena (103) n uestra religión, esta ley | de
am or y de hum anidad p e ro que sus m inistros han em pleado
tan a m enudo, crueldades que serán para siem pre la ver-
127 güenza | de los siglos pasados, el h o rro r y la sorpresa de los
siglos futuros.
¡Cuál no debe ser la sorpresa, en efecto, tanto del ciuda­
dano virtuoso com o del cristiano dotado de este espíritu de
caridad tan recom endado en el Evangelio, cuando eche una
ojeada a la totalidad del pasado! V erá diferentes religiones
evocar todas el fanatism o y saciarse de sangre hum ana (104).
128 A quí | son cristianos, libres de ejercer su culto si no hubie-
129 sen q u erid o d estru ir | el de los ídolos, com o lo p ru e b a W ar-
b u rto n “ 7, quienes p o r su intolerancia inducen a la perse-

116 Los «saduceos» eran adversarios de los «fariseos» y hacían la apología del placer.
117 Guillaum e W arburton (1698-1779) fue un clérigo filósofo inglés q u e polem izó con
V oltaire sobre temas teológicos. O bras suyas son La alianza entre la Iglesia y el Estado demos­
trada desde los principios de un deísta religioso (1736) y La misión divina de Moisés (1738).

256
cución a los paganos. A llá son d iferen tes sectas de cristianos
ensañadas unas con tra o tras, q u e desgarran el im perio de
C onstantinopla; más lejos, se eleva en A rabia u n a religión
nueva y m anda a los sarracenos a re c o rre r la tierra con la
espada y la antorcha e n tre las manos. D esp u és de las irru p ­
ciones de estos bárbaros viene la g u e rra con tra los infieles:
bajo el estandarte de los cruzados, naciones enteras desp u e­
blan E uropa, | p ara in u n d ar Asia, para e je rc e r en su ru ta los 130
más horribles bandidajes y co rre r para e n te rra rse en las
arenas de A rabia y de Egipto. Es el fanatism o quien po n e las
armas en las m anos de los príncipes cristianos, o rd en a a los
católicos la m asacre d e los h erejes, hace reap arecer sobre
la tierra estas to rtu ras inventadas p o r la Falaris, los Busi-
ris 118 y los N eró n , m o n ta y enciende en España las hogueras
de la Inquisición, m ientras q u e los piadosos españoles se
alejan de sus p u erto s y atraviesan los m ares para plantar la
cruz y la desolación en A m érica (105). | D iríjase la m irada 131
hacia n orte, sur, o rie n te y occidente; p o r todas p artes se ve
el cuchillo sagrado de la religión levantado sobre el seno
de m ujeres, niños y viejos; y la tierra hum eante de la sangre de
las víctimas inm oladas a los falsos dioses o al Ser su p rem o no
ofrece por todas partes a su mirada más que el vasto, repug­
nante y horrib le m o n tó n de cadáveres de la intolerancia.
A hora bien, ¿qué h o m b re virtu o so y q u é cristiano, si su alma
tierna está llena de la divina unción que se d e sp ren d e de las
m áximas del Evangelio, si es sensible a las quejas de los
desgraciados y si alguna vez ha secado sus lágrimas, no senti­
ría, ante este espectáculo, com pasión p o r la hum anidad (106)
y no trataría | de fu n d ar la p ro b id ad so b re principios de los 132
q u e sea m enos fácil abusar, com o son los m otivos del interés
personal?
| Sin ser co ntrario a los principios de n u estra religión, 133
estos m otivos bastan para obligar a los h o m b res a ser v irtu o ­
sos. La religión de los paganos, pob lan d o el O lim po de
m alvados, era indiscutiblem ente m enos apropiada que la
nuestra para form ar hom bres justos. ¿Q uién p u e d e dudar,
sin em bargo, de q u e los p rim ero s rom anos han sido más
virtuosos que nosotros? ¿Q u ién p u ed e negar q u e las g e n ­
darm erías no hayan desarm ad o a más bandidos q u e la reli-

118 Falaris fue un tirano d e A grigento del siglo V a. C., célebre p o r su crueldad; Busuris,
un rey fabuloso de Egipto q u e mandaba ejecutar a todos los extranjeros que entraban en su
Estado.

257
gion? ¿Q ué el italiano, más d evoto que el francés, no haya
hecho más uso del estilete y del v eneno con el rosario en la
m ano? ¿Y que en tiem pos en que la devoción es más ar­
dien te y la civilización m ás im perfecta no se com etan infini-
134 tam en te más crím enes (107) q u e en los siglos en que la |
devoción se entibia y la civilización se perfecciona?
P o r tanto, únicam ente p o r m edio de buenas leyes (108)
135 se p u ed en form ar | hom bres virtuosos ll9. T o d o el arte del
legislador consiste en forzar a los h om bres, a través de su
sentim iento de am or de sí m ism os, a ser siem pre justos
136 |un o s hacia otros. A hora bien, para co m p o n er sem ejantes
leyes, es necesario cono cer el corazón hum ano y, prelim i-
137 narm ente, saber q u e los h om bres, | sensibles para con ellos
m ism os, indiferentes a los dem ás, no nacen ni buenos, ni
malos, sino dispuestos a ser lo u no o lo o tro según que un
138 interés com ún | los reú n a o los divida; q u e el sentim iento de
preferencia que cada cual siente p o r sí, sen tim iento del que
d ep en d e la conservación de la especie, está grabado p o r ia
139 naturaleza de un m odo im borrable (109); que la sensibilidad |
física ha p roducido en nosotros el am or del placer y el odio
del dolor; que después el placer y el d o lo r han depositado y
hecho florecer en todos los corazones el g erm en del am or de
sí, cuyo desarrollo ha dado nacim iento a las pasiones de
d o n d e han salido todos nuestros vicios y todas nuestras vir­
tudes.
P or m edio de estas ideas prelim inares se ap rende p o r qué
las pasiones, cuyo árbol p ro h ib id o no es, según algunos rabi­
nos, más que una ingeniosa im agen, llevan en sus ramas los
frutos tanto del bien com o del mal; se concibe el m ecanism o
que em plean para la producción de nuestros vicios y nuestras
140 virtudes; y, en fin, gracias a ellos el legislador descubre | el
m edio de obligar a los h o m b res a ser p robos, forzando las
pasiones a no llevar más q u e frutos de virtud y de sabiduría.

119 «Bonnes lois» es un concepto difícil de traducir, pues en él se condensa la teoría m oral
de H elvétius. Fácilmente podem os sentirnos tentados d e traducirlo p o r «leyes justas», p e ro así
comentaríam os una lam entable incongruencia. Para H elvétius, «justo» e «injusto» se predica
de las acciones e instituciones sociales y se m ide, precisam ente, p or su adecuación a la ley. Esta
pone, define lo que es justo e injusto: por tanto, ella no es calificable, en rigor, con esos
términos. Ahora bien, H obbes diría que la ley pone el «bien» y el «mal» y, por tanto, ella no
es ni «buena» ni «mala». H elvétius aq u í discreparía, ya que tiene de la ley un concepto más
positivo, m enos naturalista, es decir, q u e la ley tam bién es calificable en función d e sus efectos
en el interés general. Así, «buenas leyes» son las que protegen y producen el bienestar
público, o m ejor, las que logran la arm onía e n tre interés personal e interés general. Por ello
hemos m antenido esta traducción. D ecir «justa» d e una ley es sólo en un sentido literario, de
«ajustada», de «aprobada», d e «buena», ya que H elvétius no acepta valores absolutos.

258
A hora bien, si el exam en de estas ideas apropiadas para
hacer a los hom bres virtuosos nos está p ro h ib id o p o r las dos
especies de h om bres p o d ero so s m encionados más arriba, el
único m edio de apresu rar el p ro g reso de la m oral sería, pues,
com o lo he dicho an terio rm en te, p resen tar a estos p ro te c to ­
res de la estupidez com o los enem igos más crueles de la
hum anidad, arrancarles el c e tro que d e b en a la ignorancia y
q u e usan para m andar a los p ueblos em brutecidos. A cerca de
lo cual observaré q u e este m edio, sim ple y fácil en la especu­
lación, es m uy difícil d e ejecutar. Y no p o rq u e no nazcan
hom bres q u e reúnan en sí espíritus vastos y lum inosos y
almas fu ertes y virtuosas. Existen ¡ h om bres quienes, persua- 141
didos de que un ciudadano sin coraje es un ciudadano sin
virtud, sienten que los b ienes y la vida m ism a de una p e r­
sona no son e n tre sus m anos más que algo depositado que el
ciudadano siem pre d e b e e sta r d ispuesto a restituir, cuando la
salvación pública lo exija, p e ro sem ejantes h om bres abundan
dem asiado poco para esclarecer al público; p o r o tra parte, la
virtud es siem pre débil cuando las costum bres de un siglo
enlazan con ella la h e rru m b re de la ridiculez. P or eso la
m oral y la legislación, q u e co n sid ero com o una sola y m isma
ciencia, no harán m ás q u e progresos casi im perceptibles.
U nicam ente, el lapso de tiem po perm itirá evocar estos
siglos felices designados co n los nom bres de A strea o de
Rea, que no eran m ás q u e el ingenioso em blem a de la
p erfección de estas dos ciencias l2°.

| C a p ít u l o X X V 142

De la probidad con relación a l mundo entero

Si existiera una p robidad referid a al m undo, esta p ro b i­


dad no sería más q u e la costu m b re de las acciones útiles a

120 A strea, hija d e Zeus y d e Tem is, fue identificada en m últiples ocasiones con la Justicia.
Según nos cuenta A rato, vivió e n tre los hom bres en la Edad d e O ro, se refugió en los montes,
en la de Plata; y tuvo q u e huir al firm am ento en la d e B ronce, convirtiéndose en la constela­
ción de Virgo. A su vez, R ea era h ija d e U rano y d e G ea, m ujer de C ronos, quien devoraba
los hijos qu e iba teniendo con ella. Al nacer Zeus, Rea huyó a C reta y salvó la vida de su hijo,
consiguiendo q u e Cronos, engañado, se tragase una piedra envuelta en pañales en lugar de la
criatura.

259
todas las naciones. A hora bien, no hay acción que p u eda
inm ediatam ente influir sobre la felicidad o infelicidad de
todos los pueblos. La acción más g en ero sa con su ejem plo no
g e n e ra en el m u n d o m oral un efecto más sensible que el que
una pied ra tirada al océano p ro d u ce sobre los m ares, cuya
superficie eleva necesariam ente.
N o hay, pues, p robidad práctica en relación con el uni-
143 verso. R especto | a la p robidad de intención, que se reduciría
al deseo constante y habitual de la felicidad de los hom bres
y, p o r consiguiente, al d eseo sim ple y vago de la felicidad
universal, creo que esta especie de probidad no es más que
una quim era platónica. En efecto, si la oposición de los
intereses de los p ueblos los m antiene, unos co n tra otros, en
un estado de guerra p erp etu a; si las paces firm adas en tre las
naciones no son p ro p iam en te más q u e treguas com parables
al tiem po que, desp u és de un largo com bate, dos naves
tom an para restaurarse y reco m en zar el ataque; si las nacio­
nes no p u ed en e x ten d er sus conquistas y su com ercio más
que a costa de sus vecinos; en fin, si la felicidad y el engran­
decim iento d e un p u e b lo están casi siem pre vinculados a la
144 desgracia y al d ebilitam iento de o tro , es ev idente que la |
pasión del patriotism o, pasión tan deseable, virtuosa y esti­
mable en un ciudadano, qued a absolutam ente excluido del
am or universal, com o lo p ru eb a el ejem p lo de los griegos y
los rom anos.
Sería necesario, para hacer posible esta especie de p ro b i­
dad, que las naciones, p o r leyes y convenciones recíprocas,
se uniesen en tre ellas com o las familias q u e co m ponen un
Estado; que el in terés particular de las naciones fuese som e­
tido a un interés más general; y que, en fin, el am or a la
patria, al apagarse en los corazones, en cendiese en ellos el
fuego del am or universal: suposición q u e no se realizará
duran te m ucho tiem po. D e d o n d e concluyo que no p u ed e
haber p robidad práctica, ni siquiera p robidad de intención a
nivel del universo; y en este p u n to el espíritu difiere de la
probidad.
145 | En efecto, si las acciones de una p erso n a particular no
pu ed en contrib u ir en nada a la felicidad universal y si las
influencias de su virtud no p u e d e n ex ten d erse de form a sensi­
ble más allá de los lím ites de un im perio, no ocurre lo
m ism o con sus ideas: si un h o m b re d escu b re un fárm aco,
inventa una m áquina, com o un m olino de viento, estos pro-

260
ductos de su esp íritu p u e d e n convertirlo en u n benefactor
del m undo (110).
j P o r o tra p arte, en m ateria de espíritu com o en m ateria 146
de probid ad , el am or de la patria no excluye el am or univer­
sal. N o es a costa de sus vecinos com o un p u eb lo adquiere
luces; p o r el contrario, cuanto más esclarecidas son las nacio­
nes, tanto más reflejan recíp ro cam en te sus ideas y tanto más
aum enta la fuerza y la actividad del espíritu universal. D e
donde concluyo q u e si no hay p robidad referida al universo,
hay al m enos ciertos g én ero s d e espíritu que p u e d e n consi­
derarse bajo este aspecto.

¡C a p í t u l o X X V I 147

Del espíritu con relación a l universo

El espíritu co nsiderado bajo este p u n to de vista no será,


conform e con las definiciones p reced en tes, más que el hábito
de las ideas interesan tes para todos los pueblos, ya sea com o
instructivas, ya sea com o agradables.
E ste g é n e ro de espíritu es indiscutiblem ente el más d e ­
seable. N o hay ninguna época en la que la especie de ¡deas
reputadas com o espíritu, p o r tod o s los pueblos, no sea v erd a­
d eram en te digna d e este n om bre. N o o cu rre lo m ism o con
el género de ideas a las q u e una nación da algunas veces el
n o m bre de espíritu. C ada nación tiene una época de estu p i­
dez y de degradación, d u ra n te la cual no tiene una idea clara
del | espíritu y prodiga ento n ces este nom bre a ciertos con- 148
juntos de ideas a la m oda, siem pre ridiculas a los ojos de la
posteridad. Estos siglos d e degradación son, en general, los
del despotism o. En ellos, dice un p o eta, D ios priva a las
naciones de la m itad de su inteligencia para endurecerlas
contra las m iserias y el suplicio de la esclavitud 12'.

121 C om o se ve, el conductism o d e H elvétius no reconoce límites. Si en las ciencias de la


vida apenas se está esbozando la idea transform ista, en la «ciencia moral» instaura H elvétius
una teoría del hom bre en q u e éste reacciona, con agresividad o adecuación, incluso con
«sublimaciones», a la determ inación del m edio. El hom bre es un lugar de efectos como
cualquier o tro del ord en natural.

261
E ntre las ideas q u e interesan a todos los pueblos algunas
son instructivas: son las que pertenecen a ciertos géneros de
ciencias y de artes; p e ro otras son agradables: así son, en
prim er lugar, las ideas y los sentim ientos adm irados en cier­
tos pasajes de H o m e ro , Virgilio, C orneille, Tasso, M ilton, en
los cuales, com o ya lo he dicho, estos ilustres escritores no
149 se d etien en en la descripción de una nación o. de un siglo [
en particular, sino en la de la hum anidad; así son, en se­
gundo lugar, las grandes im ágenes con las q u e estos poetas
han enriquecido sus obras.
Para p ro b ar q u e en cu alquier g én ero artístico 122 hay
bellezas que p u ed en g u star universalm ente, elijo estas mis­
mas im ágenes com o ejem p lo y digo que la grandeza es, en
los cuadros poéticos, una causa universal de p lacer (111). Y
150 no p o rq u e todos los ¡ h om bres sean igualm ente afectados ya
que hay hom bres insensibles, tanto a las bellezas de la des-
151 cripción com o a los encantos de la arm onía; y sería, | a este
respecto, tan inju sto com o inútil q u e re r desengañarlos, pues
han adquirido, p o r su insensibilidad, el d erech o desgraciado
152 de negar un placer q u e | no ex perim entan; p ero estos hom ­
bres son escasos.
En efecto, ya sea p o rq u e el deseo habitual e im paciente
de felicidad, q u e nos hace desear todas las perfecciones
com o m edios de acrecentar n u estro bienestar, nos haga agra­
dables todos estos grandes o b jeto s, cuya contem plación pa­
rece expansionar n uestra alma y dar más fuerza y elevación a
nuestras ideas; ya sea p o rq u e los grandes o b jeto s p o r ellos
mism os produzcan sobre nuestros sentidos una im presión
más fuerte, más continua y agradable; ya sea, en fin, p o r
alguna otra causa, lo cierto es que sentim os que la vista odia
tod o lo que la limita, q u e se en cu en tra m olesta en los desfi­
laderos de una m ontaña o en el recinto de una gran pared,
que ama, p o r el contrario, re c o rre r una llanura vasta, exten-
153 derse sobre la superficie de los | m ares, p e rd erse en un
horizonte lejano.
T o d o lo que es gran d e tiene el derech o de gustar a los
ojos y a la im aginación de los hom bres. Esta especie de
belleza triunfa ro tu n d am en te, en las descripciones, sobre to-

122 H em os traducido «gene» p o r «género artístico». C om o habrá observado el lector,


H elvétius usa m ucho el térm ino «género», en el sentido de «tipo», «modalidad», «clase»...
Pero, a veces, usa sólo «genre» para referirse a «géneros literarios» o «géneros artísticos», es
decir, a las modalidades d e la expresión del «bel esprit» (artes, ciencias, letras...).

262
das las dem ás bellezas que, al d ep en d er, p o r ejem plo, de la
exactitud de las pro p o rcio n es, no p u e d e n ser ni tan viva ni
tan g eneralm en te sentidas, p u esto q u e todas las naciones no
tien en las mismas ideas sob re la arm onía.
En efecto, si se com paran las cascadas que construye el
arte, los subterrán eo s que cava, las terrazas que eleva, con las
cataratas del río Saint-L aurent, las cavernas horadadas en el
Etna, las masas eno rm es d e rocas am ontonadas sin ord en
sobre los A lpes ¿no se sien te que el placer p ro d u cid o p o r
esta prodigalidad, esta | m agnificencia ru d a y g ro sera que la 154
naturaleza p one en todas sus obras es in finitam ente su p erio r
al placer que resulta d e la exactitud de las p roporciones?
Para convencerse de ello, que suba un hom bre p o r la
noche a una m ontaña para con tem p lar desd e allí el firm a­
m ento. ¿Q ué encanto lo atrae? ¿Acaso es la sim etría agrada­
ble con la que están o rd en ad o s los astros?
Por un lado, in num erables soles están am ontonados en la
vía láctea sin o rd e n en tre ellos; p o r o tro lado, hay vastos
desiertos. ¿Cuál es, pues, la fu en te de sus placeres? La in­
m ensidad m ism a del cielo. En efecto, ¿qué idea p u ed e fo r­
m arse de esta inm ensidad, cuando m undos llam eantes no
parecen más que p u n to s lum inosos sem brados aquí y allá en
las llanuras del é te r, cuando soles h u ndidos en las p ro fu n d i­
dades | del firm am ento no son percibidos más q u e con difi- 155
cuitad? La im aginación que se lanza desd e estas últim as esfe­
ras para re c o rre r to d o s los m undos posibles ¿no debe p e r­
derse en las vastas e inconm ensurables concavidades de los
cielos; hundirse en el arro b am ien to q u e p ro d u ce la co n tem ­
plación de un o b je to q u e ocu p a el alma en tera sin con ello
cansarla? Es igualm ente la grandeza de estos d ecorados la
que ha hecho decir que el arte era tan in ferio r a la natura­
leza, cosa que en térm in o s inteligibles sim p lem en te significa
q ue los grandes cuadros nos parecen preferib les a los p e q u e ­
ños.
En las artes susceptibles de este g én ero de bellezas, tales
com o la escultura, la arq u itectu ra y la poesía, es la enorm i­
dad de las masas la q u e eleva el coloso de Rodas y las
pirám ides de | M enfis al ran g o de maravillas del m undo. Es 156
la grandeza de las descripciones la que nos hace co nsiderar a
M ilton m , al m enos, com o la más fu erte y más sublim e

123 Jo h n M ilton (1608-1674), autor de E l Paraíso perdido, vasta epopeya sobre la creación y
la caída d e los prim eros hom bres.

263
imaginación. P o r eso su tem a, poco fértil en bellezas de otra
especie, es infinitam ente ab u n d an te en la belleza de las des­
cripciones. Al ser, p o r este tem a, el arquitecto del paraíso
te rre stre , tenía que ju n tar en el corto espacio del jardín del
E dén todas las bellezas que la naturaleza ha dispersado sobre
la tierra para ado rn ar mil climas diferentes. Llevado p o r la
elección de este tem a a las orillas del abism o inform e del caos,
tenía q u e ex traer d e ahí la m ateria prim a apropiada para fo r­
m ar el universo, cavar el lecho de los m ares, coronar la tierra
con m ontañas, cubrirla d e verde, m over soles, encenderlos,
157 desplegar alred ed o r d e ellos el pabellón de los cielos, ¡ pintar,
en fin, la belleza del p rim e r día del m u n d o y esta frescura
prim averal con la q u e su im aginación ard iente em bellece la
naturaleza nacida nuevam ente. D ebía, p ues, presen tarn o s no
solam ente los más g ran d es cuadros, sino tam bién los más n u e ­
vos y los más variados, cosas que, p ara la im aginación de los
hom bres, son las dos causas universales de más placer.
O cu rre con la im aginación lo m ism o que con el espíritu:
es p o r la contem plación y la com binación, ya sea de los
cuadros de la naturaleza, ya sea de las ideas filosóficas, com o
los poetas y los filósofos, perfeccio n an d o su im aginación o su
espíritu, consiguen igualm ente sobresalir en g én ero s muy
diferen tes y en los cuales es igualm ente raro y tal vez igual­
m ente difícil ten er éxito.
158 ¿Q ué hom bre, en efecto, no siente | que la m archa del
espíritu hum ano d eb e ser uniform e en cualquier ciencia o en
cualquier arte al que se aplique? Si para gustar al espíritu,
dice F ontenelle, es necesario ocuparlo sin cansarlo, p resen ­
tándole ideas ordenadas, expresadas con las palabras más
apropiadas, cuyo tem a sea uno, sim ple y, p o r consiguiente,
fácil de abarcar y d o n d e la variedad se en c u e n tre identificada
a la sim plicidad (112); si ello es así, es igualm ente a la triple
159 com binación de grandeza, | novedad, variedad y sim plicidad
en los cuadros a la q u e se d eb e el m ayor placer de la
imaginación. Si, p o r ejem plo, la vista o la descripción de un
gran lago nos es agradable, la d e un m ar tranquilo y sin
lím ites nos es sin duda todavía más agradable; su inm ensidad
es para nosotros la fu en te del más grande placer. Sin em ­
bargo, p o r bello que sea este espectáculo, su uniform idad
llega a ser p ro n to aburrida. P o r eso, si la to rm en ta personifi­
cada p o r la im aginación del p oeta, envuelta en nubes negras
y llevada p o r aquilones, se d esp ren d e del sur haciendo rodar

264
ante ella las m óviles m ontañas de agua, ¿quién duda que la
sucesión rápida, sim ple y variada de los cuadros espantosos
que presenta la agitación de los m ares produciría en cada ins­
tante sobre nuestra im aginación im presiones | nuevas, atraería 160
con fuerza n uestra atención, nos ocuparía sin cansarnos y nos
gustaría, p o r consiguiente, más? Pero si la noche viene ade­
más a red o b lar los h o rro res de esta to rm en ta y si las m onta­
ñas de agua, cuya cadena term in a y ciñe el h o rizo n te, son en
cada instante esclarecidos re p e tid a m e n te p o r los resp lan d o ­
res, los reflejos de los rayos y los relám pagos, ¿quién duda
que este m ar oscuro, cam biado de re p e n te en u n m ar de
fuego, form aría gracias a la novedad unida a la grandeza y la
variedad de esta im agen, u no de los cuadros más apropiados
para so rp ren d er nuestra im aginación? P or eso, el arte del
poeta, considerado p u ra m e n te com o descriptivo consiste en
no ofrecer a la vista más q u e o b jeto s en m ovim iento y, si
p uede, alcanzar en sus descripciones varios sentidos a la vez.
La descripción del | m ugido de las aguas, el silbido de los 161
vientos, y el fragor del tru e n o ¿podrían, acaso, dejar de
alim entar todavía m ás el secreto te m o r y, p o r consiguiente,
el placer q u e nos hace ex p erim en tar el espectáculo de un
mar enfurecido? C uando vuelve la prim avera, cuando la au­
rora desciende a los jardines de Marly para e n tre a b rir el cáliz
de las flores, en este instante, los p erfum es que se d e sp ren ­
den, el g o rje o de mil p ájaros, el m u rm ullo de las cascadas,
¿acaso no aum entan todavía más el encanto de estos bosques
em brujados? T odos los sentidos son otras tantas p uertas p o r
las que las im presiones agradables p u e d e n en trar en nuestras
almas: cuantos más se abren a la vez, tan to más p e n e tra el
placer 124.
Se ve, pues, q u e si bien hay ideas g en eralm en te útiles e
instructivas para las naciones (así son las q u e | p e rte n e c en 162
directam en te a las ciencias), hay tam bién ideas universal­
m en te útiles y a la vez agradables; y que, d iferen te en este
p u n to de la probidad, el espíritu de un individuo particular
p u ed e te n e r relaciones con el universo entero.

124 H elvétius no sólo da lecciones al soberano para que sepa cómo gobernar m oralm ente,
sino a los escritores y artistas para que aprendan las exigencias del éxito. La clave está en la
«naturaleza humana». D e ella se d ed u ce lo que hace al hom bre feliz y cóm o tanto la tarea
legisladora com o la artístico-literaria d eben estar dirigidas a maximizar esa felicidad; H elvétius
puede sacar las «reglas d e gobierno» y las «reglas de creación estética». Sin entrar en su teoría
estética, destaquem os su insistencia e n q u e el placer se consigue y m antiene en el cambio de la
sensación, y en el contraste e n tre tranquilidad y agitación.

265
La conclusión de este discurso es que, tanto en m ateria
de espíritu com o en m ateria de m oral, p o r p arte de los
hom bres es siem pre el am or o la gratitud quien halaga, el
odio o la venganza, quien desprecia. El in terés es, así, el
único d istrib u id o r de estim a. El espíritu, desde cualquier
p u n to de vista q u e se lo considere, no es más que un
co n ju n to d e ideas nuevas, interesantes y, p o r consiguiente,
útiles p ara los hom bres, bien p o r ser instructivas, bien p o r
ser agradables.

266
NOTAS AL DISCURSO SEGUNDO

(1) E ste bailarín p re te n d e co n o cer el carácter de un h o m b re según la m anera


de an d ar y la actitu d d el cu erp o . U n e x tra n je ro se p re se n ta un d ía en su sala: ¿D e
qu é país sois?, le p re g u n ta M arcel. Soy inglés... ¿V os inglés?, rep lica M arcel.
¿D e esa isla d o n d e lo s ciu d ad an o s p articip an de la adm inistración p ú b lica y son p arte
d e l p o d e r so b e ran o ? N o , se ñ o r, e s ta f re n te baja, esta m irada tím ida, esta m an era de
andar in seg u ra n o m e anuncian m ás q u e al esclavo titu lad o d e un elector.
(2) El vulgo lim ita, e n g en eral, el significado d e la p alabra in te ré s sólo al am o r
p o r el d in ero . El le c to r esclarecid o se n tirá q u e to m o esta p alabra e n un se n tid o más
ex ten so y q u e lo aplico, e n g en eral, a to d o lo q u e p u e d e p ro cu ra rn o s placeres o
lib ra rn o s d e penas.
(3) Se co m p ren d e q u e h a b lo aq u í en calidad de p o lítico y no de teólogo.
(4) N u e s tro od io o n u e stro a m o r es un efecto del bien o del mal q u e se nos
hace. En el E stad o d e los salvajes, d ice H o b b e s , sólo el h o m b re ro b u sto p u e d e ser
m alvado, y en el estad o civilizado sólo p u e d e serlo el h o m b re autorizado. El
p o d e ro so , to m ad o en estos d o s se n tid o s, no es, sin em bargo, más m alvado q u e el
débil. H o b b e s e ra co n scien te d e ello, p ero sabía tam bién q u e no se d a el no m b re
de m alvado más q u e a aq u ello s cuya m aldad es tem ible. N o s reím o s d e la có lera y
de los go lp es d e un n iñ o , cosas q u e a m e n u d o nos p arecen graciosas; p e ro nos
irritam o s co n tra el h o m b re fu e rte , sus golpes h ieren y lo tratam o s d e bruto.
(5) El h o m b re h u m an o es aquel p ara q u ien el esp ectácu lo d e la desgracia de
o tr o es in so p o rtab le y q u ie n , p ara lib ra rse d e este esp ectácu lo , se siente obligado,
p o r así decir, a ay u d ar al desg raciado. El h o m b re in h u m an o es aq u el p a ra q u ien el
espectácu lo d e la m iseria d e o tr o es u n esp ectácu lo agradable: para p ro lo n g ar sus
placeres niega to d a ay u d a a los desgraciados. A h o ra bien, estos dos h o m b res tan
d iferen tes tie n d e n , sin em b arg o , am bos a sus placeres y son m ovidos p o r el m ism o
reso rte. P ero , se dirá, si to d o se hace p o r egoísm o, ¿nadie d e b e ninguna g ra titu d a
sus b ien h ech o res? A l m en o s, re sp o n d e ré , el b ie n h e c h o r no tien e d e re c h o a exi­
girla; d e o tro m odo se ría un c o n tra to y no un favor q u e habría hecho. Los
g erm an o s, d ice T ácito , dan y recib en p re se n te s y no exigen ni dan ninguna señal de
g ratitu d . Es p ara fav o re cer a los desgraciados m ultiplicando el n ú m ero de b ie n h e ­
ch o res p o r lo q u e el p ú b lico im p o n e a los obligados, con razó n , el d e b e r d e la
g ratitu d .
(6) P ara b u rlarse de una g ran charlatana, p o r o tra p arte m u je r de e sp íritu , le

267
p re se n ta n u n h o m b re d icién d o le q u e es un h o m b re de m u ch o esp íritu . E sta m u je r
lo recib e m arav illo sam en te. C o n prisas d e h acerse adm irar p o r él, se p o n e a hablar
y le p re g u n ta m iles d e cosas d ife re n te s, sin d arse cu e n ta de q u e no re sp o n d e a
nada. U n a vez te rm in a d a la visita, se le p re g u n ta si está c o n te n ta d el h o m b re q u e le
han p re se n ta d o . ¡Q u é e n c a n ta d o r es!, re sp o n d e , ¡cuánto esp íritu tiene! E sta excla­
m ación hace p ro rru m p ir en risas a to d o s: el gran esp íritu e ra un m udo.
(7) T o d o s aq u ello s cuyo esp íritu es lim itad o critican sin cesar a q u ien es re-
u n en solidez y ex ten sió n d e esp íritu . Les acusan de se r dem asiad o refin ad o s y de
p en sar en to d o d e m an era abstracta. «Jam ás ad m itirem o s, d ice H u m e , q u e una cosa
es justa, si so b rep asa n u e s tra débil concepción. La d iferen cia, añ ad e este ilu stre
filósofo, e n tre el h o m b re c o m ú n y el h o m b re d e g enio, se n o ta p rin cip alm e n te en
la m ayor o m en o r p ro fu n d id a d de los principios so b re los cuales fu n d a sus ideas.
P ara la m ayor p arte d e los h o m b re s, to d o juicio es particular; n o conduce sus
op in io n es hasta p o sicio n es universales; to d a idea g en eral es o sc u ra p ara ellos.»
(8) Los necios, si tu v ieran p o d e r, d e ste rra ría n de b u en g ra d o a la g e n te de
esp íritu d e su sociedad y re p e tiría n , com o los efesios: S i a lg u ie n sobresale entre
nosotros, que se vaya a sobresalir a otra parte.
(9) En la c o rte , los g ran d es d an ta n ta m e jo r acogida al h o m b re d e esp íritu
cu an to m ás esp íritu tie n e n ellos.
(10) Pocos ho m b res, si tuvieran el p o d e r, no em plearían la to rtu ra para hacer
ad o p tar sus o p in io n es p o r todos. ¿Acaso no hem os visto en n u estro s días a g e n te
tan loca y con un org u llo tan in to lera b le q u e llega a q u e re r in d u cir al m agistrado a
castigar sin co n sid eració n a un e scrito r q u e p re fie re la m úsica italiana a la m úsica
francesa, o tien e u n a o p in ió n d ife re n te a la suya? Si g e n e ra lm e n te sólo se co m eten
excesos en las d isp u tas so b re religión, es p o rq u e las dem ás d isputas no p ro p o rc io ­
nan los m ism os p re te x to s ni los m ism os m edios p ara ser crueles. N o es m ás q u e a
la im p o ten cia a la q u e se d e b e la m oderación. El h o m b re h u m an o y m o d e ra d o es
un h o m b re m uy raro . Si se e n c u e n tra con un h o m b re d e una religión d ife re n te a la
suya, d irá q u e es un h o m b re q u e , so b re estos tem as, tie n e o tras o p in io n e s q u e éi:
¿p o r q u é habría d e p erseg u irlo ? El E vangelio no ha o rd e n a d o e n n in g u n a p a rte q u e
se em p leara la to rtu ra y la cárcel para la co n v ersió n d e los h o m b res: la v erd ad era
religión jam ás ha c o n stru id o patíb u lo s; son sus m inistros q u ien es, p ara vengar su
o rg u llo h erid o p o r o p in io n es d ife re n te s a las suyas, han arm ad o e n su favor a la
estú p id a cred u lid ad d e los p u eb lo s y d e los príncipes. Pocos h o m b res han m erecid o
el elogio q u e los sacerd o tes egipcios hacen a la re in a N e fté e n S eto s al decir:
«Lejos d e excitar la anim osidad, la vejació n , la p ersec u ció n , p o r los co n sejo s de
una p ied ad mal en te n d id a , no ha sacado de la religión m ás q u e m áxim as de dulzura,
jam ás ha creído q u e estu v ie ra p e rm itid o a to rm e n ta r a los h o m b res para h o n rar a
los dioses».
(11) ¿C ó m o no h ab ría de se r sospechoso en se m ejan te religión el testig o de
un m ilagro? Se ha d e estar, d ice F on ten elle, tan en g u ard ia c o n tra sí m ism o al
relatar un hech o p rec isa m e n te com o se lo ha visto, es decir, sin añ ad ir ni q u itar
nada, q u e to d o h o m b re q u e p re te n d a q u e en este se n tid o , jam ás se ha so rp re n d id o
m in tien d o , es con .to d a seguridad un m en tiro so .
( 12) Los b u rg u eses o p u le n to s añ ad en , en burla, q u e se ve a m e n u d o al
h o m b re d e esp íritu a la p u e r ta d e l rico y jam ás al rico a la p u e rta d el h o m b re de
esp íritu . Es. resp o n d e el p o e ta Saadí, porque el hom bre de e sp íritu conoce el valor de las
riquezas y porque el rico ignora e l valor de las luces. P or o tra parte, ¿cóm o p o d ría la
riq u eza estim ar la ciencia? El sabio p u e d e ap reciar al ig n o ran te p o rq u e lo ha sido
e n su infancia; p ero el ig n o ran te no p u e d e apreciar al sabio, p o rq u e jam ás lo ha
sido.
(13) La F o n tain e ten ía sólo esta clase d e estim a p o r la filosofía d e Platón.
F o n ten elle co m e n ta resp ec to a este tem a qu e un día La F ontaine le dijo: Reconozca
que este P latón era u n gran filósofo... Pero ¿ en cu en tra en él ideas claras?, le p re g u n ta
F o n ten elle. ¡O h, no, es de una oscuridad im p en etra b le...! ¿No encuentra que se contra­
dice? ¡ O h ! verdaderam ente, d ijo La F ontaine, no es m ás que u n sofista. L uego, de
re p e n te , olv idando las d eclaraciones q u e acababa de hacer, p ro sig u ió diciendo:

268
Platón, ¡sitúa tan bien a sus personajes! «Sócrates estaba en el Píreo, cuando Alcibíades,
con la cabeza coronada de flores»... ¡O h! este Platón era un gran filósofo.
(14) «L ucano, d ecía H e in siu s *, es resp e c to a o tro s p o e ta s lo q u e un caballo
s o b e rb io y q u e relin ch a o rg u lio sam en te es re sp e c to a un a m an ad a d e b u rro s, cuya
voz in n o b le rev ela el g u sto q u e tie n e n p o r la esclavitud.»
(15) Scaliger cita co m o o d io sa la o d a d iecisiete del cuarto lib ro d e H o racio
q u e H ein siu s cita co m o u n a o b ra m a e stra de la A n tig ü ed ad . (P o sib le m e n te se
r e fie re a G iu lio C e sare S caligero, 14 8 4 -1 5 5 8 , cuya Poética, 1561, esb o za los p rin c i­
p io s d e l clasicism o. P ero tam b ién p o d ría ser G iu se p p e G iu sto S caligero, 1540-
1609, q u e p u b licó co m en tario s a a u to re s latines: V o rró n , V irgilio. N . T.).
(16) La ex p erien cia n o s e n señ a q u e cada cual p o n e en el ran g o d e espíritus
falsos y libros m alos a to d o h o m b re y a to d a o b ra q u e co m b ata sus o p in io n es; qu e
q u e rría im p o n e r el silencio al h o m b re y su p rim ir la obra. Es u n a v en taja q u e los
o rto d o x o s p o co esclarecid o s han d ad o algunas veces a los h e re je s. Si en un
p ro c e so , d icen ésto s, u n a p a rte p ro h ib ie ra a la o tra im p rim ir p an fleto s p a ra so ste n e r
su d e re c h o , ¿no se co n sid eraría e s ta violencia d e una d e las p artes co m o p ru e b a d e
la in ju sticia d e su causa?
(17) V ean las Memorias d e M m e . d e StaéI.
(18) ¡Q u é e n g re im ie n to , dice la g e n te m ed io cre, la de aq u ello s a los q u e se
llam a gente de espíritu! ¡Q u é su p e rio rid a d creen te n e r resp e c to a los dem ás h o m ­
bres! P ero , se les re sp o n d e ría , el cierv o q u e se jactase d e ser el m ás ráp id o d e los
ciervos, sería sin d u d a un o rg u lloso; a h o ra b ien , p o d ría sin em b arg o , sin faltar a la
m o d estia, d ecir q u e c o rre m ás q u e la to rtu g a . V o so tro s sois la to rtu g a; no habéis ni
leíd o ni m ed itad o . ¿C ó m o pod ríais te n e r tan to esp íritu co m o un h o m b re q u e se ha
to m ad o m uchas m o lestias p ara a d q u irir co n o cim ien to s? Lo acusáis d e e n g re im ie n to
y sois vo so tro s q u ien es, sin e s tu d io ni reflexión, q u eréis se r iguales a él. Según
v u e stra o p in ió n , ¿cuál d e los d o s e s eng reíd o ?
(19) F.n poesía, F o n ten elle h ab ría co n v en id o , sin pena, en la su p e rio rid ad del
g e n io d e C o rn e ille so b re el suyo; p e ro no lo h u b ie ra sentido. S up o n g am o s q u e,
p ara co n v en cerse d e ello , se h u biese ro g a d o al m ism o F o n te n e lle q u e d iese la idea
q u e ten ía fo rm ad a d e la p erfe cció n en m a teria de poesía. S eg u ram en te n o habría
p ro p u e sto , en este g é n e ro , o tra s su tiles reglas q u e las q u e él m ism o había o b se r­
v ad o tan bien co m o C o rn e ille ; d e b ía c re e rse en su in te rio r tan b u en p o e ta com o
cualq u iera; y, reco n o cién d o se in ferio r a C o rn eille, no hacía, p o r co n sig u ie n te , más
q u e sacrificar su se n tim ie n to al del p ú b lico . P oca g e n te tie n e el valor d e re c o n o c e r
q u e tien e p o r sí estim a d e la esp ecie q u e llam o sentida; p e ro lo n ieg u en o lo
reco n o zcan , este se n tim ie n to n o d e ja d e existir en ellos.
(20) N o s elo g iam o s p o r to d o . U n o s halagan su e stu p id e z d en o m in án d o la
se n tid o co m ún ; o tro s elogian su belleza; algunos, en o rg u llecid o s de sus riquezas,
atrib u y en esto s d o n es d e l azar a su esp íritu y p ru d en cia; la m u je r q u e hace cuentas
p o r la n o ch e con su co cin ero se cre e tan estim ab le com o un sabio. H a s ta el
im p re so r de in-folios d esp re c ia al d e novelas y se cre e su p e rio r, d e l m ism o m odo
q u e el in-folio es m ayor q u e el folleto.
(21) N in g ú n a rte, ningún ta len to m e re c e p re fe re n c ia so b re o tro salvo e n tan to
q u e es realm en te m ás útil, ya se a p a ra e n tre te n e r, ya sea para in stru ir. Las co m p a­
racion es q u e e n tre ellos se hacen e n la alta sociedad, los elogios q u e se les pro d ig a
jam ás d eterm in an la p re fe re n c ia q u e d e b e ría o to rg arse a cada u n o , d ad o que
aquello s con q u ien es se h ab la y se d isp u ta están sie m p re in te rio rm e n te decid id o s a
n o co n ced e r esta p re fe re n c ia m ás q u e al a rte o al ta le n to q u e adula más el in terés
d e su ten d en cia o d e su v anidad. A h o ra bien, este in te ré s no p u e d e ser el m ism o en
to d o s los ho m b res.
(22) Las declaracio n es co n tin u as d e los m oralistas c o n tra la m aldad d e los
h o m b res p ru e b a n sólo el p o co co n o cim ien to q u e tie n e n de él. Los h o m b res no son
m alos, sino q u e están so m e tid o s a sus in tereses. Los grito s de los m oralistas no
cam b iarán con to d a seg u rid ad este re s o rte del u n iv erso m oral. N o d e b e m o s q u e ­

* Se re fie re a N icolás H e in siu s (1 6 2 0 -1 6 8 1 ), e d ito r d e clásicos latines.


N . T.

269
jarn o s d e la m aldad d e los h o m b res, sino d e la ignorancia d e los legisladores q u e
sie m p re han o p u e sto el in terés particular al in te ré s general. Si los escitas eran más
virtu o so s q u e n o so tro s era p o rq u e su legislación y su g é n e ro d e vida les inspiraban
m ás pro b id ad .
(23) « N o soy cu lp ab le, decía C h ilo n m ien tras agonizaba, más q u e d e un solo
crim en: el d e h ab er, d u ra n te m i m ag istratu ra, salvado del rig o r d e las leyes a un
crim inal, a m i m e jo r am igo.»
C itaré tam b ién , so b re e s te tem a, un h ech o relatad o en el G alistan. U n árab e va
a q u e ja rse al Sultán p o r la violencia q u e dos d esco n o cid o s ejercían so b re su casa. El
Sultán se d esplaza hasta allí, o rd e n a apagar las luces, co g er a los crim inales, en v o lv er
sus cabezas en un m an to y m an d a q u e se los apuñale. U n a vez co n su m ad a la
ejecu ció n , el Sultán h ace e n c e n d e r o tra vez las an to rch as, m ira los cu erp o s d e los
crim inales, levanta las m anos y d a las gracias a D ios. « ¿Q u é favor habéis recibido
del cielo?, le p reg u n ta su Visir. H e creído, resp o n d e el Sultán, a m is hijos autores de
estas violencias. P o r ello he q u e rid o q u e se apagaran las an to rch as, q u e se cu b riera
con un m an to el ro stro de esto s desgraciados. T em ía q u e la te rn u ra p a te rn a m e
hiciera faltar a la justicia q u e d e b o a m is sú bditos. Juzga, p u es, si no d e b o
ag rad ecer al cielo, a h o ra q u e m e sie n to ju sto sin ser parricida.»
(24) El día en q u e el aten ien se C ieó n p articip ó en la adm inistración pública,
re u n ió a sus am igos y les d ijo q u e ren u n ciab a a su am istad, p o rq u e p o d ría llevarle a
faltar a su d e b e r y c o m e te r injusticias. [C leó n (422 a. C .), o ra d o r d e ta len to , a la
m u e rte d e P ericles (429) accede a la jefatu ra del p artid o d em o crático . N . T.]
(25) En cierto s países se solía c u b rir con u n a p iel de asno a los altos
dignatarios p ara en señ arle s q u e no d eb e n nada a lo q u e se llam a decencia, sino
to d o a la justicia.
(26) « N o es, dice el p o e ta Saadí, la voz tím ida de los m in istro s la qu e d e b e
llevar al o íd o d e los reyes las q u ejas d e los desgraciados; sino q u e el g rito del
p u eb lo d e b e p o d e r p e n e tra r d ire c ta m e n te hasta el tro n o .»
(27) C o n se c u e n te m e n te con este p rin cip io , F o n te n e lle ha d e fin id o a la m e n ­
tira: C a lla r u n a verd a d que debe decirse. U n h o m b re sale d el lech o d e una m u je r, se
e n c u e n tra con el m arido. ¿ D e dónde ven ís ? le p reg u n ta éste. ¿ Q u é re sp o n d e rle ? ¿Se
le d e b e la v erdad? N o . dice F o n ten elle, porque entonces la verdad no es ú t i l p a r^
nadie. A h o ra b ien , la p ro p ia verd ad está so m e tid a al p rin cip io de utilidad pública.
D e b e p resid ir el e stu d io de la historia, de las ciencias y de las artes, d e b e
p resen tarse a los g ran d es y h asta arrancar el velo q u e c u b re en ellos los d efecto s
d añinos p ara el p ú b lico; p e ro n o d e b e jam ás rev elar aquellos d efecto s q u e no
dañan más q u e al h o m b re m ism o. T al cosa sería afligirle sin utilidad; sería, con el
p re te x to d e ser veraz, ser m alvado y brutal; y eso es m enos am ar la verdad q u e
glorificarse d e la hum illación d e otro.
(28) E ste p rin cip io h a sid o consagrado e n tre los árabes p o r el eje m p lo de
severidad d ad o p o r el fam oso Z iad, g o b e rn a d o r de Basora. D e s p u é s d e haber
in ten tad o in ú tilm e n te p u rg a r esta ciudad d e los asesinos q u e la infestaban, se vio
co n streñ id o a im p o n er la p e n a d e m u e rte c o n tra to d o h o m b re q u e se e n c o n tra ra de
n o ch e p o r las calles. Se d e tie n e a un e x tra n je ro q u e , co n d u cid o an te el trib u n al del
g o b e rn a d o r, in te n ta co n m o v erlo con lágrim as. «D esgraciado e x tra n je ro , le dice
Z iad, d e b o p a re c e rte inju sto castigando la infracción d e unas ó rd e n e s q u e p o sib le­
m e n te ignorabas; p e ro la salvación d e B asora d e p e n d e d e tu m u erte. L loro y te
co n d en o .»
(29) El p ú b lico co n ced e elogios a la p ro b id ad d e una p erso n a; p e ro no am a
v erd ad eram en te m ás q u e la clase de p ro b id ad q u e le es útil. La p rim e ra sirve de
ejem p lo y, cu an d o no es dañina p ara la sociedad, es el g e rm e n d e la p ro b id ad útil
al público: co n trib u y e, al m enos, a la arm o n ía general.
(30) Está p e rm itid o h a c e r el elogio del p ro p io corazón y no el del p ro p io
esp íritu , p o rq u e el p rim e ro no acarrea consecuencias. La envidia vigila q u e se m e­
jan te elogio o b te n d rá p o c o d el público.
(31) El in terés no nos p re se n ta m ás qu e las caras d e los o b je to s con las cuales
nos es útil p ercib irlo s. C u an d o se juzga co n fo rm e con el in terés p ú b lico , no es
tan to a la p recisió n d e n u estro esp íritu y a la justicia d e n u e stro carácter a las que

270
hay q u e h o n rar, sino al azar q u e n o s sitú a en circunstancias en las cuales ten em o s
in te ré s en ver co m o el p ú blico. Q u ie n se exam ina p ro fu n d a m e n te se so rp re n d e
tantas veces d e sus eq u iv o cacio n es q u e só lo p u e d e ser m o d esto , no se en o rg u llece
d e sus luces, ig n o ra su su p e rio rid ad . El esp íritu es com o la salud; cu an d o se tien e,
n o se nota.
(32) S istem a d e los antiguos filósofos.
(33) ¿Q u é litig an te n o se m aravilla ante la lectu ra de su alegato y no lo
co n sid era m ás serio y m ás im p o rtan te q u e las obras d e F o n te n e lle y d e to d o s los
filósofos q u e h an escrito acerca d e l co n o cim ien to d el corazón y del esp íritu hu­
m ano? Las obras d e é sto s, dirá, son e n tre te n id a s, p e ro frívolas y en ab so lu to dignas
de ser o b je to d e estu d io . P ara h acer c o m p re n d e r m e jo r cu án ta im p o rtan c ia o torga
cada cual a sus p ro p ias o cu p acio n es, citaré algunas líneas del prefacio d e un libro
titu lad o Tratado del Ruiseñor. Es el a u to r q u ien habla: « H e em p lead o , d ice, vein te
años en la co m p o sició n d e esta o bra. Ello p ru e b a q u e la g e n te q u e p ien sa com o se
d e b e sie m p re h a c o m p re n d id o q u e el m ás g ra n d e y el m ás p u ro placer del q u e
se p u e d a d isfru tar en este m u n d o es aquel q u e se sien te p re sta n d o utilidad a la
sociedad. E ste es el p u n to d e re fe re n c ia q u e d e b e te n e rse en todas las acciones; y
aquel q u e n o se o cu p a ta n to c o m o p u e d e del bien g en eral, p a re c e ig n o rar q u e ha
nacido, tan to p o r el in te ré s d e lo s dem ás com o p o r el suyo p ro p io . T ales son los
m otivos q u e m e han llevado a d a r al p ú b lico e s te Tratado del Ruiseñor». F.1 au to r
añade, algunas líneas d esp u és: «El am o r d el bien público, q u e m e ha llevado a sacar
a la luz esta o b ra, no m e h a d e ja d o olvidar q u e d eb ía ser escrita con fran q u eza y
sinceridad.
(34) Lo q u e más en g añ a a favor de la g e n te de la alta sociedad es la actitud
co n fo rtab le y el g esto con los que acom pañan su discurso y q u e d e b e con sid erarse
co m o el efecto de la co n fian za q u e da necesariam en te la v e n ta ja d e l rango. S on, a
este resp ec to , m uy su p e rio re s en g en eral a la g e n te d e letras. A h o ra bien, la
declam ación, co m o d ice A ristó teles, es la p rim e ra p a rte de la elocuencia. P u ed en
p o r esta razón te n e r e n co n versaciones frívolas v e n ta ja so b re la g e n te d e letras;
v e n ta ja cjue p ie rd e n en cu a n to e sc rib e n , no so la m e n te p o rq u e ya n o están so sten i­
d o s p o r el p restig io d e la d eclam ación, sino p o rq u e , ad em ás, sus escritos n u n ca
tie n e n o tro estilo q u e el d e su s co nversaciones y p o rq u e se escrib e casi sie m p re
m al cu an d o se escrib e co m o se habla.
(35) N o h ab lo en e s te cap ítu lo m ás q u e de aquella g e n te d e la alta sociedad
cuy o esp íritu n o está eje rc ita d o . '
(36) V ean Le Pédant joui (lil pedante engañado), co m ed ia d e C yrano de B erge-
rac. (La co m ed ia es d e 1634 y, ju n to con La muerte de AgripÍHé y algunas novelas
cóm icas, d ie ro n a su a u to r g ran celebridad. N . T .)
(37) En el re in o d e J u id a , cu an d o los habitantes se e n c u e n tra n , se tiran de sus
ham acas, se p o n e n d e rodillas un o fre n te al o tro , besan la tie rra , ap lau d en , se hacen
cum p lid o s y se levantan. Los ex q u isito s del país creen c ie rta m e n te q u e su m an era
de saludar es la más co rtés.
Los hab itan tes d e M an ila dicen q u e la b uena educación exige q u e al saludar se
d o b le el cu e rp o h asta m uy a b ajo , q u e se pongan las d o s m an o s so b re las m ejillas y
q u e se lev an te una p ie rn a al a ire , m a n te n ie n d o las rodillas dobladas.
El salvaje d e N u e v a O rlean s so stien e q u e nos falta b u e n a educación hacia
nu estro s reyes. « C u a n d o m e p re se n to , d ice, an te el gran jefe, lo saludo con un
alarido; luego p e n e tro al fo n d o d e su cabaña, sin echar ni una sola o je a d a al lado
d erech o , d o n d e el jefe e s tá sen tad o . A llí, vuelvo a saludar, lev an tan d o m is brazos
p o r encim a d e mi cabeza y d a n d o tre s alaridos. El jefe m e invita a se n ta rm e co n un
p e q u e ñ o su sp iro y le d oy las gracias con o tro alarido. A cada p re g u n ta del jefe,
g rito una vez an tes d e re s p o n d e r y m e d esp id o d e él p ro lo n g an d o m i alarido hasta
q u e d ejo d e estar en su p resencia.
(38) N in g ú n elo g io h a halagado más a F o n ten elle q u e la p re g u n ta d e un sueco
qu ien , al e n tra r a París, p re g u n tó a la g e n te de la p u e rta de la ciudad ¿d ó n d e está la
casa d e F o n ten elle? E stos em p lead o s no su p ie ro n indicársela. «¡C óm o!, d ijo , voso­
tro s, franceses, ignorías d ó n d e está la casa d e u n o d e v u estro s m ás ilu stres ciu d ad a­
nos? N o sois d ig n o s d e se m e ja n te h o m b re.»

271
(39) El g rad o d e esp íritu n ecesario p ara agradarnos es u n a m e d id a b astan te
exacta del g rad o d e esp íritu q u e tenem os.
(40) Es p ro b a b le m e n te lo q u e llevó a N ico le a so s te n e r q u e D io s había dado
el d o n del esp íritu a la g e n te de con d ició n com ún, «para re sa rc irlo s d e las o tras
v en tajas q u e los g ran d es tie n e n so b re ellos». D iga lo q u e diga N ic o le , n o creo que
D io s haya co n d en ad o a los g ran d es a la m ediocridad. Si la m ay o r p a rte de ellos
están p o c o esclarecid o s, es p o r elecció n , p o rq u e son ig n o ra n te s y no a d q u ie re n el
h áb ito d e la reflex ió n . H asta añadiría q u e n o les in te re sa a los d éb iles q u e los
p o d e ro so s no sean ilu strad os. [S o b re N ic o le , v er n u e s tra n o ta (9 5 ) al Discurso II.
N . T.J
(41) V er su ex celen te o b ra, Consideraciones sobre las Costumbres de este Sigb.
(42) El ro b o es tam b ién h o n ra d o en el re in o d e l C o n g o , p e ro no d e b e ser
realizado sin q u e lo sep a el p ro p ie ta rio d e la cosa robada: hay q u e q u ita r to d o p o r
la fuerza. E sta c o stu m b re , d icen , m an tien e el co raje d e los p u eb lo s. E n tre los
escitas, p o r el co n trario , ningún crim en era p e o r q u e el r o b o y su m an era de vivir
exigía q u e se lo castigase se v era m e n te . Sus reb añ o s vagaban p o r las llanuras. ¡Q ué
fácil e ra robarlos! y ¡qué d e s o rd e n h u b ie ra acaecido si se h u b ie ra n to lerad o se m e ­
jan tes robos! P o r eso, d ice A ristó teles, para g u ard ar los reb añ o s se ha establecido
e n tre ellos la ley.
(43) T o d o el m u n d o c o n o c e lo q u e se cu en ta d e un joven laced em o n io qu ien ,
an tes d e co n fesar su ro b o , d e jó q u e un jo v en z o rro q u e había ro b a d o y llevaba
esco n d id o bajo su tú n ica, d ev o rase su v ien tre sin gritar.
(44) En el re in o d e J u id a , en A frica, no se d a n in g u n a ayuda a los en ferm o s;
se curan com o p u e d e n y, cu a n d o ya están restab lecid o s, viven con la m ism a
cordialidad con aq u ello s q u e los habían ab an d o n ad o d e e s te m o d o .
Los h ab itan tes d e l C o n g o m atan a los en fe rm o s q u e im aginan q u e no p u e d e n
curarse; d icen q u e es p a ra ah o rra rle s los d o lo res de la agonía.
En la isla d e F orm osa, cu an d o un h o m b re está p e lig ro sa m e n te e n fe rm o se le
pasa un n u d o co rred izo al cu ello y se lo estran g u la para lib rarlo d e l dolor.
(45) La m an era d e d esh acerse d e las chicas en los países católicos es forzarles
a to m ar el velo. M uchas pasan, d e este m o d o , una vida infeliz, víctim as d e la
d esesp eració n . Tal vez n u e s tra co stu m b re a este re sp e c to es m ás bárb ara que la de
los chinos.
(46) Z u in g lio , e sc rib ie n d o a los cantones suizos, les r e c u e rd a el e d ic to h echo
p o r sus an tep asad o s q u e aco n sejab a a cada sa cerd o te te n e r una co n cu b in a, po r
m ied o d e q u e a ten tase e l p u d o r d e l p ró jim o . Fra. Faolo. Historia del Concilio de
Trento, lib. 1.
E stá dich o en el can o n d iecisie te d el C oncilio d e T o le d o : « A q u el q u e se
c o n te n te con una so la m u je r, a títu lo d e esposa o d e co n cu b in a, se g ú n su g rad o , no
se rá ex co m u lg ad o » . E ra a p a re n te m e n te para p ro te g e r a la m u je r casada d e to d o
in su lto p o r lo q u e la Iglesia to le ra b a las concubinas.
(47) Las m u je re s d e M e zu ra d o son q u em ad as co n sus esp o so s. P iden ellas
m ism as el h o n o r d e la h o g u era; p ero , al m ism o tiem p o , hacen to d o lo qu e p u e d e n
p ara escapar.
(48) C reo q u e no es necesario ad v ertir q u e n o hablo aq u í d e la probidad
política, tam p o co d e la p ro b id ad religiosa q u e se p ro p o n e o tro s fines, se p rescrib e
o tro s d eb eres y tien d e hacia o b je to s más sublim es.
(49) Los b rah m an es tie n e n e l privilegio exclusivo d e p e d ir lim osna: ex h o rtan a
d arla y n o la dan.
(50) «¿P or q u é , p reg u n tan esto s b rahm anes, d eb eríam o s te n e r v erg ü en za d e ir
d esn u d o s, si h em o s salido d esn u d o s y sin verg ü en za del v ie n tre d e n u e s tra m adre?»
Los caribes n o sien ten m ás v erg ü en za de u n a v e stim e n ta q u e n o so tro s d e la
desn u d ez. Si bien la m ay o r p a rte d e los salvajes cu b ren ciertas p a rte s d e su c u e rp o ,
esto n o es e n ello s e l e fe c to d e un p u d o r n atural, sin o d e la delicadeza, d e la
sensibilidad d e ciertas p artes y d e l te m o r d e h e rirse atrav esa n d o b o sq u e s y breñas.
(51) H ay e n el rein o d e l P egú anacoretas llam ados sa n to n e s q u e n o p id e n jam ás
n ad a au n q u e e stén a p u n to d e m o rir d e ham bre. D e h e c h o , se p re v é n todos sus
deseos. Q u ie n q u ie ra q u e se confiese a ellos no p u e d e se r castigado, cu alq u iera q u e

272
se a el crim en q u e haya co m etid o . E stos sa n to n es viven en el cam po, en los tro n co s
d e los árboles; d esp u é s d e su m u e rte , se los h o n rá com o dioses.
(52) V iajes d e la co m p añ ía d e las Indias holandesas.
(53) Las m u je re s d e M adagascar creen e n horas y días felices o infelices. Es un
d e b e r d e la religión e x p o n e r sus n iños a las bestias, e n te rra rlo s o ahogarlos, cu an d o
p a re n en las horas o días infelices.
En u no d e los te m p lo s d e l im p e rio r d e P egú se ed u can las vírgenes. T o d o s los
años, en la fiesta del íd o lo , se sacrifica una d e estas info rtu n ad as. El sa cerd o te , en
háb ito s sacerd o tales, la d esp o ja, la estrangula, le arranca su co razón y lo tira a las
n an ces d el ídolo. U n a vez h ec h o el sacrifico, los sa cerd o te s cen an , visten hábitos con
u n a fo rm a h o rrib le y bailan a n te e l p u eb lo . En los dem ás tem p lo s d e m ism o país, no
se sacrifican m ás q u e h o m b res. S e co m p ra p ara este fin un esclavo b ello y bien
hecho. Este esclavo, v e stid o co n u n a tú n ica blanca, lavado d u ra n te tres m añanas, es
lu e g o m o stra d o al p u eb lo . El cu are n ta v o día los sa cerd o te s le abren el v ien tre,
arran can su co razó n , e m b ad u rn an al ídolo con su san g re y co m en su carne, com o
sagrada. «La san g re in o cen te, dicen los sa cerd o te s, d e b e c o rre r p ara la expiación de
los p ecad o s d e la nación; p o r o tra parte, es n ecesario q u e alguien vaya al lado del
g ran D io s p ara reco rd arle a su p u e b lo .» C o n v ien e notar q u e los sa cerd o te s n u n ca se
encarg an d el recado.
(54) C u an d o un giago ha m u e rto , se le p re g u n ta p o r q u é se ha ido d e la vida.
U n sa cerd o te , im itan d o la voz d el m u e rto , re sp o n d e q u e no ha h echo suficientes
sacrificios a sus antep asad o s. E stos sacrificios co n stitu y en una p a rte co n sid erab le del
in g reso d e los sacerd o tes.
(55) En el rein o d e Lao, los m o n jes budistas, sa cerd o te s del país, no p u e d e n ser
juzgados más q u e p o r el rey m ism o. Se confiesan to d o s los m eses. Fieles a este
a catam ien to d e las reglas, p u e d e n , por o tra p a rte , c o m e te r im p u n e m e n te m iles de
a tro cid ad es. C iegan hasta tal p u n to a los p ríncipes q u e un m o n je acusado d e falsificar
m o n ed as fue una vez ab su elto p o r e l rey. «Los seculares, decía, deb ían h ab erle h echo
m ay o res regalos.» Los m ás im p o rtan tes del país co n sid eran com o un gran h o n o r el
p restarles los servicios m ás bajos. N in g u n o de ellos llevaría u n a v estim en ta q u e no
h u b iese sid o usada d u ra n te algún tie m p o p o r un m o n je budista.
(56) Este ch ito m b é alim en ta n o ch e y d ía un fuego sagrado cuyas ascuas v en d e
m uy caro; aq u el q u e los co m p ra se cre e p ro te g id o d e to d o accid en te. E ste gran
sa cerd o te n o re c o n o c e n in g ú n juez. C u a n d o se p re se n ta para visitar los países bajo
su d o m in ació n , se está o b lig ad o , so p e n a d e m u e rte , a g u ard ar continencia. Los
n eg ro s están p ersu ad id o s d e q u e si m u rie sen de m u e rte n atural, esta m u e rte acarrea­
ría la ru in a del u niverso; p o r eso, un su c eso r d esig n ad o los d eg ü ella en cu an to se
p o n e n en ferm o s.
(57) E ntre los giagos, cu an d o se p e rc ib e n en una chica las señales d e la fe c u n ­
d id ad , se hace u n a fiesta; c u a n d o estas señales d esap arecen en la m u jer, se la hace
m o rir, p o r co n sid erarla indigna d e una vida q u e ya no p u e d e dar.
(58) U n h o m b re d e e sp íritu decía so b re e s te te m a q u e se d e b ía ind iscu tib le­
m e n te p ro h ib ir a los h o m b res to d o placer co n trario al bien g en eral; p ero q u e antes
d e esta p ro h ib ició n , se d eb ían hacer mil esfuerzos del esp íritu p ara in te n ta r conciliar
e s te p lacer con la felicidad pública. «Los h om bres, añadía, son tan infelices q u e vale
la p e n a q u e se in te n te lib ra r el p la c e r d e lo q u e p u e d e te n e r d e p elig ro so para un
g o b iern o ; y tal vez sería fácil co n seg u irlo , si se exam inara con este fin la legislación
d e los países d o n d e esto s p laceres están p erm itid o s.»
(59) Cristianismo de las Indias, lib. IV , pág. 308.
(60) E n el re in o d el T íb e t, las chicas llevan en el cu ello los d o n e s de la im p u d i­
cia, es decir, los anillos d e sus am an tes; cu an to s m ás anillos tien en , m ás céleb res son
sus bodas.
(61) En B abilonia, to d as las m u je re s plan tad as al lado d el te m p lo d e V en u s
d eb ían o b te n e r una vez e n su vida p o r u n a p ro stitu c ió n ex p iato ria el p e rd ó n d e sus
pecad o s. N o po d ían n egarse al d e s e o d el p rim e r e x tra n je ro q u e q u isiera purificar su
alm a con el g o ce d e su cu erp o . Se p re v é q u e las bellas y las bonitas en seguida hacían
p en iten cia; p e ro las feas esp erab an algunas veces m u ch o tie m p o al e x tra n je ro carita­
tiv o q u e d eb ía restitu irlas al estad o de gracia.

273
Los co n v en to s d e lo s b o n zo s están llenos d e religiosas idólatras; se las recib e en
cualidad d e concubinas. C u an d o se está cansado de ellas, se las d esp id e y se las
su stituye. Las p u ertas d e esto s co n v en to s están sitiados p o r estas religiosas que, para
ser adm itidas, o frecen reg alos a los b onzos, q u e los re c ib e n com o un favor q u e les
conceden.
En el rein o d e C o ch in , los b rahm anes, deseo so s d e hacer p ro b a r a las jóvenes
casadas los p rim e ro s placeres d e l am or, hacen c re e r al rey y al p u e b lo q u e son ellos
q u ien es d eb e n encarg arse de esta obra. C u a n d o e n tra n en alguna casa, los p ad res y
los m arid o s los d ejan con sus hijas y sus m u jeres. (C ochin, en la India, ju n to a la
costa M alabar, fue v isitada en 1502 p o r V asco d e G am a, d o n d e m u rió en 1524,
co n so lid an d o u n a co lo n ia p o rtu g u esa. N . T.)
(62) A u n en la v e rd ad era religión se han visto sa cerd o te s que, en los tiem p o s
d e la ignorancia, han ab u sado de la pied ad d e los p u eb lo s p a ra a ten tar co n tra los
d erech o s del cetro .
(63) H e aq u í cóm o se ex p resa, resp ec to a M o n te sq u ie u , el P. M illot, jesuíta, en
u n d iscu rso c o ro n a d o p o r la academ ia de D ijo n , so b re la p reg u n ta; ¿Es más ú til
estudiar a los hombres que a los libros?... «Estas reglas d e co n d u cta, estas m áxim as de
g o b ie rn o q u e d eb erían esta r grabadas so b re el tro n o d e los reyes y en el corazón
de q u ien q u iera q u e esté rev estido d e autoridad, ¿acaso no las d eb em o s a un p ro fu n d o
e stu d io d e los h o m b res? T estig o es e s te ilustre ciudadano, este ó rg an o , este juez de
las leyes, cuya tu m b a Francia y E u ro p a e n te ra riega con lágrim as, p e ro cuyo g enio
v erá sie m p re esclarecer a las naciones y trazar el plano d e la felicidad pública; este
escrito r inm o rtal lo ab rev iab a to d o p o rq u e lo veía to d o y q u e ría hacer p en sar p o rq u e
lo necesitam o s m ás q u e leer. ¡C on q u é ard o r, co n qu é sagacidad había estu d ia d o el
g é n e ro hum ano! V iajan d o com o Solón, m e d ita n d o com o P itágoras, co n v ersan d o
com o P latón, ley en d o co m o C ice ró n , d esc rib ie n d o com o T ácito; su o b je to fue siem ­
p re el h o m b re, su e stu d io e l de los h o m b res; los conoció. Y a em p iezan a flo rece r los
g érm en es fecu n d o s q u e sem bró e n los esp íritu s m o d erad o re s d e los p u e b lo s y d e los
im perios, ¡Ah!, reco jam o s los fru to s con g ratitu d , etc.» El p ad re M illo t añade e n una
nota: « C u an d o un a u to r con u n a p ro b id ad reconocida, qu e pien sa con fuerza y q u e
siem p re se ex p resa com o p iensa, dice e n té rm in o s form ales: La religión cristiana, que
no parece tener otro objeto que el de la felicidad en la otra vida, hace también nuestra
felicidad en ésta; cu an d o añ ad e, re fu ta n d o u n a p eligrosa p a ra d o ja d e Bayle; q u e los
principios del cristianismo, bien grabados en a corazón, serían infinitamente más fuertes
que este falso honor de las monarquías, que estas virtudes humanas de las repúblicas Y que
este temor servil de los Estados despóticos; es decir, m ás fu e rte s q u e los tres p rin cip io s del
g o b iern o p o lítico estab lecid o s e n El Espíritu de las leyes: ¿ p u e d e acusarse a se m ejan te
a u to r, si se h a leíd o su o b ra, d e h ab er p re te n d id o d e rrib a r el cristianism o?» (D e ja ­
m os esta nota, a u n q u e no se e n c u e n tra ni e n la edición original, ni en los m anuscritos
del au to r. Nota del abate' Lanche.)
(64) C o n sid eran d o el p u d o r d e sd e este p u n to d e vista p u e d e re sp o n d e rse a los
arg u m en to s d e los esto ico s y de los cínicos, q u e sostenían q u e el h o m b re v irtu o so no
hacía n ad a e n su in te rio r q u e no d e b ie ra hacer fre n te a las naciones y q u e creían, p o r
co n sig u ien te, p o d e r en treg arse p ú b licam en te a los placeres del am or. Si la m ayor
p a rte d e los leg islad o res han c o n d en ad o esto s principios cínicos y han p u e s to el
p u d o r e n tre las v irtu d e s, es p o rq u e han te m id o q u e el fre c u e n te esp ectácu lo del goce
causara cierto h astío d e u n p lacer d e l q u e d e p e n d e n la conservación d e la esp ecie y
la d u ració n del m u n d o . H an c o m p re n d id o , p o r o tra p a rte , q u e una v estim en ta, al
ocu ltar algunos d e los atractivos d e una m u je r, la ad o rn ab a co n todas las bellezas con
las q u e la p u e d e em b e lle c e r u n a im aginación viva; q u e esta v estim en ta d e sp e rta b a
curiosidad, hacía más deliciosas las caricias, m ás halagadores los favores y m u ltip li­
caba, e n fin, los p laceres d e la in fo rtu n ad a raza de los h o m b res. Si L icurgo había
d e ste rra d o d e E sp arta cie rta esp ecie de p u d o r y si las chicas, en p re se n c ia d e to d o un
p u eb lo , luchaban d esn u d as con lo s jóvenes laced em o n io s, es p o rq u e L icurgo q u e ría
q u e las m adres, fo rtalecid as p o r sem ejan tes ejercicios, d iesen al E stado hijos más
ro b u sto s. Sabía q u e si la co stu m b re de ver a las m u je re s d esn u d as e m b o ta b a el d eseo
de co n o cer sus b ellezas ocultas, e s te d eseo no p o d ía apagarse, so b re to d o en un país
d o n d e los m aridos no o b te n ía n m ás qu e se c re ta y fu rtiv am en te los favores d e sus

274
esposas. P o r o tra p a rte , L icurgo hacía del am o r u n o d e los principales rec u rso s d e su
legislación y q u e ría q u e fu e ra la re c o m p e n sa y no la ocupación d e los espartanos.
(65) Se d istin g u en e n C hina d o s clases d e m inistros. U n o s son los firmadores;
d an las au d ien cias y las firm as; los d em ás llevan el n o m b re de m in istro s pensadores; se
en carg an d el cu id ad o d e fo rm a r p ro y ecto s, exam inar lo q u e se les p re se n ta y p ro p o ­
n e r los cam bios q u e el tie m p o y las circunstancias exigen q u e se e fe c tú e n en la
ad m inistración.
(66) A l o rie n te d e S um atra.
(67) C u a n d o los g u e rre ro s d e l C o n g o van hacia el en em ig o , si e n c u e n tra n e n su
m arch a u n a lieb re, u n a c o rn e ja o algún o tr o anim al tím id o , e re n q u e se tra ta del
g e n io d el en em ig o q u e les avisa d e su te m o r. P o r ta n to , co m b aten c o n tra él con
in tre p id e z. P e ro si han o íd o e l can to d el gallo a h o ra desusada, cre e n q u e este canto
es el p resag io se g u ro d e u n a d e rro ta , a la cual jam ás se arriesgan. Si el can to d e l gallo
es o íd o a la vez e n am b o s cam pos, no hay valor q u e lo aguante; los dos ejé rc ito s se
d esb an d an y hu y en . C u a n d o el salvaje d e N u e v a O rle a n s cam ina hacia e l en em ig o
co n m ás in tre p id e z, u n su e ñ o o el lad rid o d e u n p e r ro bastan p a ra h acerlo volver
atrás.
(68) Las pasio n es h u m an as h a n e n c e n d id o algunas veces se m ejan tes g u erra s en
el sen o m ism o d el cristian ism o; e n cam b io , n ad a es m ás c o n tra rio a su e sp íritu de
d e sin te ré s y d e paz; ni a su m o ral, q u e n o re fle ja m ás q u e d u lz u ra e indulgencia; ni a
sus m áxim as, q u e p re sc rib e n p o r todas p artes la b o n d ad y la caridad; ni a la esp iritu a­
lidad d e los o b je to s q u e p resen ta; ni a la sublim idad d e su s m otivos; e n fin, ni a la
g ran d eza y a la n atu raleza d e las reco m p en sa s q u e p ro p o n e . (N o ta q u e no se en c u e n ­
tr a ni e n la ed ició n original, ni e n e l m an u scrito d e l au to r.)
(69) Es inútil d ecir q u e e s ta g ra n o b ra d e u n a ex celen te legislación no es el
fru to d e la sab id u ría hu m an a, q u e este p ro y e c to es u n a q u im era. N o creo q u e una
larga y ciega su cesió n d e a c o n te c im ie n to s, q u e d e p e n d e n to d o s unos d e o tro s y de
los cuales el p rim e r d ía d e l m u n d o e n g e n d ra el p rim e r g e rm e n , sea la causa universal
d e to d o lo q u e ha sido, e s y será. A u n ad m itien d o este p rin cip io , p re g u n ta ría p o r q u é
si en esta larga cad en a d e aco n tecim ien to s están necesariam en te c o m p ren d id o s los
sabios y los locos, los co b ard es y los h é ro e s y q u e han g o b e rn a d o el m u n d o , no
hab ría d e estar c o m p re n d id o tam b ién el d e sc u b rim ie n to d e los v e rd a d e ro s principios
d e la legislación a lo s cu ales e s ta cien cia d e b e rá su p erfe cció n y e i m u n d o su
felicidad.
(70) E n los m ay o res im p erio s d e O rie n te n o se tie n e ni la m ás m ínim a idea del
d e re c h o p ú b lico y d el d e re c h o d e las p erso n as. T o d o aq u el q u e q u isiera esclarecer
lo s p u eb lo s e n e s te p u n to , se e x p o n d ría casi sie m p re al f u ro r d e los tira n o s que
asolan estas reg io n es desgraciadas. P ara violar im p u n e m e n te los d e re c h o s d e la hu­
m an id ad q u ieren q u e sus sú b d ito s ig n o ren lo q u e e n calidad d e h o m b re s tie n e n el
d e re c h o d e e s p e ra r d e l p rín cip e, así co m o tam b ién el c o n tra to tá c ito q u e u n e a éste
co n su p u eb lo . C u a lq u ier razón q u e a e s te re sp e c to aduzcan esto s p rín cip es d e su
co n d u cta, jam ás p u e d e e s ta r fu n d a d a más q u e so b re el d e se o p e rv e rso d e tiranizar a
sus súbd ito s.
(71) N o es q u e esas antiguas novelas n o sean todavía agradables a algunos
filósofos, q u e las co n sid eran co m o la v erd ad era h isto ria d e las c o stu m b re s d e un
p u e b lo co n sid erad o e n u n cierto siglo y un a cie rta fo rm a d e g o b ie rn o . A estos filóso­
fos, con v encid o s d e q u e h ab ría u n a d iferen c ia m uy g ran d e e n tr e d o s novelas, una
escrita p o r u n sib arita y la o tra p o r un c ro to n ia ta *, les g u sta juzg ar el carácter y el
esp íritu d e u n a nación p o r e l g é n e ro d e no v ela q u e le seduce. E stas clases d e juicios
so n , e n g en eral, b astan te ju sto s: un p o lítico hábil p o d ría, co n esta ayuda, d e te rm in a r
con b astan te p recisió n las e m p resas q u e es p ru d e n te o te m e ra rio e m p re n d e r co n tra
un p u eb lo . P ero el co m ú n d e los h o m b re s q u e le e las novelas, m en o s p a ra in stru irse
q u e p a ra e n tre te n e rse , no las c o n sid e ra d e s d e e s te p u n to d e vista y n o p u e d e , p o r
co n sig u ien te, em itir acerca d e ellas e l m ism o juicio.
(72) E n u n o d e los se rm o n e s d e e s te M e n o t, se trata d e la p ro m e sa del

* H a b ita n te d e C ro to n a q u e , co m o Sibarís, era n ciudades im p o rta n te s de


la M agna G recia. N . T.

275
M esías. «D io s, d ice, había d e te rm in a d o d e s d e la e te rn id a d la en carn ació n y la
salvación d el g é n e ro h u m an o , p e ro q u e ría q u e g ran d es p e rso n a je s, tales com o los
Santos P ad res, lo p id iese n . A d án , E nos, E noc*, M atu salén , Lam ec y N o é d esp u és
d e h ab erlo solicitado in ú tilm e n te , se les o c u rrió m an d arle em b ajad o res. El p rim e ro
fue M oisés, el se g u n d o D avid, el te rc e ro , Isaías, y el ú ltim o, la Iglesia. E stos
em b ajad o res, al n o h a b e r co n seg u id o m ás q u e los m ism os patriarcas, c re y e ro n
d e b e r co m isio n ar m u je re s. Eva se p re se n tó la p rim e ra y D io s le d io e s ta resp u esta:
Eva, has pecado; no eres digna de mi hijo. D e sp u é s, Sara im p lo ró : ¡Oh Dios! Ayúda­
nos. D ios le co n testó : Te has hecho indigna de ello por la incredulidad que demostraste
cuando te aseguré que serias madre de Isaac. La te rc e ra fue R eb eca; D io s le h ab lo así:
Has hecho en favor de Jacob demasiado daño a Esaú. La cu arta fue J u d it, a quien d ijo
D ios: Has asesinado. Y la q u in ta, E ster: Has sido demasiado coqueta, perdías demasiado
tiempo en acicalarte para gustar a Asnero. E n fin, fue m an d ad a u n a sirv ien ta de
cato rce años la cual, m a n te n ie n d o la vista b aja y to d a avergonzada, te rm in ó p o r
decir: Que mi bien amada renga a m i jardín, que coma el fruto de sus manzanas; y el
jardín era el v ie n tre virginal. A h o ra b ien , el h ijo , h ab ien d o o íd o estas palabras, d ijo
a su p adre: Padre, he amado a ésta desde m i juventud y quiero tenerla por madre. En el
acto, D ios llam a a G ab riel y le dice: ¡Oh! Gabriel, ve en seguida a Ñazaret, a María
y preséntale de mi parte estas cartas. Y el h ijo añadió: Dtle de mi parte que la elijo como
madre. Asegúrale, d ijo e l E sp íritu , que habitaré en ella, que será mi templo, y entrégale
estas cartas de mi parte.» T o d o s los d em ás se rm o n es d e e s te M e n o t son m ás o
m en o s del m ism o estilo.
(73) En esto s tiem p o s e r a tan ta la ignorancia q u e a un cu ra q u e ten ía un p leito
con sus feligreses resp ec to a q u ié n pagaría los gastos d e pav im en tació n d e la iglesia,
cu an d o el ju ez estab a a p u n to de co n d e n a rle , se le o c u rrió citar este pasaje de
Jerem ías: Paveant illi, et ego non paveam. (Que ellos atemoricen, pero yo no aterrorizaré.
N . T.) El ju ez no su p o qué c o n te s ta r a la cita: o rd e n ó q u e la iglesia fu e ra p av im en ­
tad a a expensas d e los feligreses.
H u b o un tie m p o en la Iglesia e n el q u e la ciencia y el a rte d e escrib ir fu e ro n
co n sid erad as co m o actividades m u n d an as, indignas de un cristiano. H asta se dice
so b re este te m a q u e los án g eles a z o ta ro n a San Je ró n im o p o r h a b e r q u e rid o im itar
el estilo d e C ice ró n . El abate C a rta u t p re te n d e q u e es p o r h a b erlo im itado mal.
(74) Utrum Deus potuerit suppositare mulierem, vel diabolum, vel asinum. reí
silicem, vel cucurbitam; et, si suppositasset cucurbitam, quemadmodum fuerit comionatura,
editura miracula. et quonammodo fuisset fix a cruci. A polog. H e r o d o t., to m o III, pág.
127. (¿P o d ría D ios to m ar la fo rm a de u n a m u je r, del d iab lo , d e un asno, d e u n a
p ie d ra o d e u n a calabaza; y, en el caso d e q u e to m ara la form a d e una calabaza, d e
q u é m an era pred icaría la n atu raleza, p ro d u c iría m ilagros y d e q u é m o d o sería
crucificado. N . T.)
(75) C u a lq u ier co sa q u e se d ig a a favor d e los siglos d e ignorancia, no
co n seg u irá hacer c re e r q u e hayan sid o favorables para la religión; no lo han sido
m ás q u e p ara la su p erstició n . P o r eso , son ridiculas las d eclam acio n es q u e se hacen
o bien c o n tra los filósofos o b ien c o n tra las academ ias d e provincia. A q u ello s q u e
las c o m p o n en , se dice, n o p u e d e n esclarecer la tierra; harían m e jo r en cultivarla.
S em ejan tes h o m b res, se replicará, no son capaces de labrar la tierra. P o r o tra parte,
q u e re r el p ap el d e lab rad o re s co n e l p re te x to d e l in te ré s d e la ag ricu ltu ra, im p o n e r­
les, m ien tras se m an tien e a tan to s m endigos, soldados, artesan o s del lu jo y sirv ien ­
tes, equivale a q u e re r re sta b le c e r las finanzas de un E stado p o r ah o rro s de ch ich a y
nabo. Incluso añ ad iré q u e , su p o n ie n d o q u e esto s académ icos d e p ro v in cia no
h icieran o tra cosa q u e p o b re s y escasos d e sc u b rim ie n to s, m e n o s p u e d e n ser consi­
d erad o s co m o los canales p o r lo s cuales los co n o cim ien to s d e la capital se c o m u n i­
can a las provincias. A h o ra bien, n ada es m ás útil q u e esclare cer a los h o m b res. Las
luces filosóficas, dice el abate de F elury, tío pueden dañar jamás. N o es m ás qu e
p erfe ccio n an d o la razón h u m an a, añ ad e H u m e , com o las naciones p u e d e n jactarse
d e p erfe ccio n ar su g o b ie rn o , sus leyes y su civilización. El esp íritu es com o el

* E nos fu e u n h ijo d e C aín; E noc fue el sép tim o d e los diez patriarcas, p a d re
d e M atusalén. N . T.

276
fueg o , actúa e n to d o s lo s se n tid o s; hay pocos g ran d es p olíticos y capitanes en un
país d o n d e n o hay h o m b re s ilu stres en las ciencias y las letras. ¿C ó m o p ersu ad irse
d e q u e u n p u e b lo q u e n o c o n o c e n i el arte de escrib ir, ni el d e razo n ar, no p u e d e
d a rse b u en as leyes ni lib e ra rse d e l yugo d e esta su p e rstició n q u e asóla los siglos de
ignorancia? S oló n , L icurgo y P itág o ras q u e fo rm ó ta n to s leg islad o res, p ru e b a n hasta
q u é p u n to los p ro g re so s d e la ra z ó n p u e d e n c o n trib u ir a la felicidad pública. A sí
pu es, estas academ ias de p ro v in cia d e b e n se r con sid erad as co m o m uy útiles. D iré,
ad em ás, q u e si se co n sid era a los sabios sim p le m e n te co m o co m ercian tes y si se
co m p aran las cien m il libras q u e e l re y d istrib u y e a las academ ias y a la g e n te de
letras co n el p ro d u c to d e la v e n ta de n u estro s lib ro s en el e x tra n je ro , se p u e d e
aseg u rar q u e esta esp ecie de co m ercio ha d ad o un b en eficio d e mil p o r c ie n to al
E stado.
(76) Historia de la Academia de las Inscripciones y Bellas Letras, to m o X V III.
(77) E ste M aillard , q u e declam aba de tal m a n e ra c o n tra el clero , n o estab a él
m ism o ex e n to d e los vicios q u e re p ro c h a b a a sus cofrades. Se le llam aba el doctor
gomorrano. Se había h ech o c o n tra é l este epigram a, q u e m e p a re c e b astan te bueno:
Nuestro maestro M aillard por todas partes mete la nariz;
Unas reces va a l rey, otras a la reina;
Hace de todo, sabe de todo, y en nada es idóneo;
Es tan gran orador, poeta de los mejor nacidos,
Tan buen ju ez que m il a l fuego ha condenado;
Sofista tan perspicaz como las nalgas de un monje.
Pero es tan malvado por no ser nada más que un canónigo,
Que al lado de él son santos el diablo y los condenados.
Si meterse en todo, gloria lo considera,
¿Por qué no está en Poissy, en la disputa?
Dice que con gran pena está alejado de allí;
Puesto que hasta Beze hubiese vencido, tan hábil es.
¿Por qué no está allí? Está atareado
En reconstruir los cimientos de Sodonia.
(78) Las g u erras civiles son u n a d esgracia a la cual se d e b e n a m e n u d o los
gran d es h o m b res.
(79) D el relato d e u n a acción h ero ica el lecto r cre e sólo lo q u e es capaz de
hacer él m ism o; rech aza lo dem ás com o inventado.
(80)' V er la Historia de las Herejías, p o r San E pifanio. (El c u e n to d e Peau d ’Ane,
e n v erso, es d e C h a rles P e rra u lt, 1715. N . T.)
(81) E n tie n d o p o r esta p a lab ra to d o lo q u e no p e rte n e c e a la natu raleza del
h o m b re y d e las cosas; c o m p re n d o , p o r c o n sig u ie n te , bajo esta m ism a palabra, las
o b ras q u e nos p arecen las m ás d u rad eras: tales son las falsas relig io n es q u e,
sucesiv am en te reem p lazad as unas p o r otras, d e b e n , en relación con la ex ten sió n de
los siglos, ser co n tad as e n tre las o b ras d e m oda.
(82) H e aq u í p o r q u é e n G re c ia y R o m a y en casi to d o s los países, el siglo de
los p o etas ha an u n ciad o y p re c e d id o sie m p re al de los filósofos.
(83) S ed u cid o s p o r su p ro p ia vanidad y los elogios d e m il ad u lad o res, los más
m ed io cres d e ellos se cre e n p o r lo m en o s m uy p o r en cim a d e cu alq u iera q u e no
sea su p e rio r e n su g é n e ro . N o c o m p re n d e n q u é o c u rre co n la g en te de esp íritu
co m o co n los c o rre d o res: F ulano n o c o rre nada, d icen e n tre ellos. Sin em b arg o , no
es ni el inválido, ni el h o m b re o rd in a rio q u ien es lo alcanzarán en la carrera.
Si se silencia la m ed io crid ad d e l e sp íritu de la m ayor p a rte de esta g e n te tan
vana d e sus riq u ezas, es p o rq u e n i siq u iera se p iensa m encionarlos. El silencio
so b re n o so tro s es sie m p re m ala señal; significa q u e n o ten e m o s una su p e rio rid ad
so b re ellos d e lo q u e q u ieran vengarse. P ocas veces se habla m al d é aquellos que
n o m ere c e n elogios.
(84) Im itan a veces a la b u e n a g e n te , p e ro , a través d e su b o n d ad , com o a
trav és d e los ag u jero s d el m an to d e D ió g en es, se p e rc ib e la vanidad.
(85) «Al e n tra r en la alta sociedad, decía un d ía el p re s id e n te M o n te sq u ie u , se
m e an unció co m o un h o m b re d e esp íritu . R ecibí u n a acogida b astan te favorable de

277
los altos d ig n atario s; p ero tras el éx ito d e las Cartas Persas, co n cuya o b ra tal vez
m o stré q u e ten ía e sp íritu y o b tu v e algún re c o n o c im ie n to p o r p a rte d e l p ú b lico , la
estim a d e los altos d ig n atarios se en frió ; su frí m iles d e disgustos. P ien se n , añadía,
q u e h erid o s in te rio rm e n te p o r la rep u tació n d e l h o m b re c é le b re , lo hum illan para
v en g arse y es necesario que uno m ism o m erezca m uchos elogios p ara so p o rta r
p acie n te m e n te el elo g io q u e se nos hace de o tra p erso n a.»
(86) Teatro de la Idolatría, p o r A b rah am R oger.
La vaca, en el in fo rm e de V inccent Le B lanc, es co n sid erad a santa y sagrada en
C alcuta. N o hay ser q u e te n g a m ayor rep u tació n de santidad. P arece ser q u e la
c o stu m b re d e co m er p o r p e n ite n c ia e x crem en to s d e vaca es m uy antigua en
O rien te.
(87) O fe n d id o p o r n u e stro s d e sp re c io s, « N o conozco o tro salvaje, dice el
carib e, m ás q u e el e u ro p e o q u e no ad o p ta n in g u n a de mis co stu m b res» . Del Origen
y de las Costumbre de los Caribes, de La B orde.
(88) Se g rab ó en T arso, so b re la tu m b a de Ju lian o : A q u í yace Juliano, quien
perdió la t ida en las orillas del Tigris. Fue un excelente emperador y un valiente guerrero.
(89) Viajes de la Compañía de las Indias Holandesas.
(90) Los lap o n es tien en b ru jo s q u e v en d e n a los v iajero s cu erd itas cuyo n u d o ,
atad o a cierta altu ra, d e b e atra e r cierto viento.
(91) Se d a al g ran Lam a e l n o m b re d e Padre Eterno. Los p ríncipes son g lo to n es
co m ed o res d e sus ex crem en to s. Historia General de los Viajes, to m o V II.
(92) Viajes de Guinea y de la Guayana, po r el P. Labat.
(93) B e au so b re, Historia del Maniqueísmo.
(94) P en sar, d ice A ristip o , es atraer el o d io irreco n ciliab le de los ig n o ran tes,
d e los d éb iles, d e los su persticiosos y d e los h o m b re s c o rru p to s, q u ien es se
declaran c o n tra to d o s aq u ellos qu e q u ieren captar en las cosas lo q u e hay de
v erd ad ero y d e esencial. [A ntipo d e C ire n e (4 3 5 -3 6 0 a. C .) fu e discípulo de
S ócrates, fu n d ad o r d e la escu ela filosófica cirenaica q u e p o n ía el placer co m o sum o
bien. N . T . ]
(95) En 1746, cu an d o los enem igos e n tra ro n e n P ro v en za, d esp u és de la
batalla d e Plaisance, p e rd id o p o r el m o risco d e M aillebois.
(96) D irían d e b u en g ra d o a los p e rse g u id o re s com o los escitas a A lejan d ro :
No eres Dios, puesto que haces mal a los hombres. Si los cristianos, con ocasión d e
S atu rn o o del M oloch cartaginés, al q u e se sacrificaban h o m b re s, han re p e tid o
tan tas veces q u e la cru eld ad de se m e ja n te religión e ra u n a p ru e b a de su falsedad,
¿cuántas veces n u estro s sacerd o tes fanáticos no han p e rm itid o a los h e re je s so ste­
n e r c o n tra ellos este arg u m en to ? E n tre n o so tro s, ¡cuántos sa cerd o te s hay d e M o­
loch!
(97) P o r eso, tie n e n to d o el tra b a jo d el m u n d o para co n v en ir en la p ro b id ad
d e u n h ereje.
(98) El in terés es sie m p re el m o tiv o o cu lto de la persecución: nadie d u d a de
q u e la in to leran cia n o sea cristiana y p o líticam en te un mal. N o se está d isp u e sto a
arre p e n tirse d e la rev o cación del E dicto de N an tes. Estas d isputas, se dirá, son
peligrosas. Si, cu an d o la au toridad participa e n ellas: e n to n c e s, la in to leran cia d e un
p artid o fu erza algunas v eces al o tro a to m a r las arm as. Si el m ag istrad o no se
m ezclara, los teó lo g o s se p o n d rían d e acu erd o d esp u és d e h ab erse d ic h o algunos
insultos: este h echo está p ro b a d o p o r la paz de la q u e se g oza e n los países
to leran tes. P ero , se replica, e s ta to leran cia, c o n v en ien te p ara cierto s g o b iern o s,
sería tal vez fu n esta e n o tros. Los tu rco s, cuya religión es una religión d e sangre y
cuyo g o b ie rn o es u n a tiranía, ¿acaso no son m ás to le ra n te s q u e n o so tro s? Se ven
iglesias en C o n sta n tin o p la y no m ezq u itas e n París, no a to rm en tan a los g riegos por
sus creencias y su to leran cia no p ro v o ca n in g u n a gu erra.
Si se co n sid era esta c u e stió n e n calidad d e cristiano, Ja p e rse c u c ió n es un crim en.
Casi p o r todas p artes, el E vangelio, los ap ó sto le s y los p ad res p red ican la apacibili-
dad y la tolerancia. San P ablo y San C risó sto m o d ecían q u e un ob isp o d e b e llevar a
cabo su d e b e r g an an d o a los h o m b re s p o r la p ersu asió n y no p o r el c o n stre ñ i­
m ien to ; los o b ispos, añ adían, no rein an m ás q u e so b re aquellos q u e lo q u ie re n ,
d iferen cián d o se en esto d e lo s rey es, q u e re in a n so b re aq u ello s qu e no lo q u ieren .

278
Se c o n d e n ó en O rie n te al C o n cilio q u e h abía c o n se n tid o en hacer q u e m a r a
Bogom ilio*.
¡Q u é e je m p lo d e m o d eració n n o s d a San Basilio en el c u a rto siglo d e la Iglesia!
E n to n ces se d eb atía la cu estión d e la divinidad del E spíritu S anto, cu estió n que
causaba tan tas p ertu rb ac io n e s. E ste S anto, dice San G re g o rio de N acian zo , a p esar
de estar ap eg ad o a la v erd ad del do g m a d e la divinidad d el E spíritu S anto, consintió
q u e no se d iese el títu lo d e D io s a la te rc e ra p e rso n a de la T rinidad.
Si esta co n d escen d en cia tan sabia, según el se n tim ie n to d e T ille m o n t, fue
co n d en ad a p o r algunos falsos d e fe n so re s, si acusaron a San B asilio d e traicionar la
v erd ad p o r su silencio, esta m ism a co n d escen d en cia fue ap ro b ad a p o r los h o m b res
m ás céleb res y piad o so s d e a q u e l tiem p o , e n tre otros, p o r el g ran San A tanasio, de
qu ien no se so sp ech ab a q u e careciese d e firm eza.
E ste h ech o está d etallad o en T ille m o n t, V id a de S a n B a silio , art. 6 3, 6 4 y 65.
E ste a u to r añ ad e q u e el C o n cilio ecu m én ico de C o n sta n tin o p la a p ro b ó la co n d u cta
d e San B asilio im itán d o lo .
San A gustín d ijo q u e no se d e b e c o n d e n a r ni castigar a aquel q u e n o tien e d e
D io s la m ism a id ea q u e n o so tro s, a m en o s q u e sea p o r o d io a D ios, lo q u e es
im posible. San A tanasio, en sus E pístolas a d Solitarios, t. I, p. 8 8 5 , d ice q u e las
p ersec u cio n es d e los arios son la p ru e b a d e q u e no tie n e n ni piedad, ni tem o r de
D ios. Lo p ro p io d e la p ied ad , añ ad e, es p e rsu a d ir y n o c o n streñ ir; hay q u e tom ar
e je m p lo del Salvador, q u e d e ja a cad a cual la lib erta d d e seguirlo. D ice tam bién, p.
83 0 , qu e, p ara hacer a d o p tar sus o p in io n es, el diablo p ad re de la m en tira , tiene
necesidad d e hachas y d estrales; e n cam bio, el S alvador es la d u lzu ra m ism a; llam a a
la p u e rta y, si ab ren , e n tra ; si lo rechazan, se retira. N o es de ningún m o d o con
espadas, d ard o s, p risio n es, soldados, e n tin, a m ano arm ad a c o m o se en señ a la
verd ad , sino p o r la voz y la persuasión.
N o se re c u rre a la fu e rz a m ás q u e p o r falta d e razones. Si un h o m b re niega qu e
los tres ángulos d e un trián g u lo so n iguales a d o s re c to s, nos reím os de él, p e ro no
lo p erseg u im o s. El fuego y las h o rcas han serv id o a m enucio d e a rg u m en to a los
teó lo g o s; han d ad o , a este re sp e c to , p áb u lo a los h e re je s y a los incrédulos.
Je su c risto no v io len tab a a n ad ie; decía so lam en te: ¿Q ueréis seguirm e? El in terés no
ha p erm itid o sie m p re a sus m in istro s im itar su m oderación.
(99) U n rey d e M é jic o , e n la consagración d e un tem p lo , hizo sacrificar en
cu atro días seis m il cu atro cien to s o c h o h o m b res, según el re la to d e G em elli C arreri,
to m o VI, p. 56.
En la Ind ia, los b rah m an es d e la escuela de N iagam ap ro v ech aro n q u e g ozaban de
la estim a d e los p rín c ip e s p ara hacer m asacrar a los b udistas e n varios rein o s. Estos
budistas son ateo s, los o tro s, deístas. B alta fue el p rín cip e q u e hizo c o rre r más
sangre: p ara p u rificarse d e este crim en , se q u em ó con gran so lem nidad en la costa de
O rích a. C o n v ien e o b se rv ar q u e fu e ro n deístas q u ie n e s hicieron c o rre r sangre h u ­
m ana. Ver las C a rta s d e l P . Pons, je s u íta .
Los sacerd o tes d e M e ro e , en E tiopía, d espachaban cu an d o q u erían un co rre o al
rey , p ara o rd e n a rle m o rir. V e r D iodoro.
Q u ie n q u ie ra q u e m ate al rey d e S u m atra es eleg id o rey. Es, dicen esos p u eb lo s,
p o r este asesinato com o el cielo d e c la ra su voluntad. C hardin re la ta h a b e r o íd o a un
p re d icad o r q u e, d eclam an d o so b re el fasto de los sufíes, decía qu e eran ateos para
q u em ar, q u e se so rp re n d ía q u e se los dejara vivir y q u e m atar a un sufí era una
acción m ás agradable a D io s q u e la d e con serv ar la vida de d iez h o m b re s buenos.
¿C u án tas veces se h a h ech o e n tre n o so tro s el m ism o razonam iento?
A la vista d e tan ta san g re v e rtid a p o r el fanatism o, el abate de L o n g u eru e, tan
p ro fu n d o en h istoria, h a p o d id o d ecir q u e si se pon ían en los dos platillos de la
balanza el bien y el m al q u e las relig io n es han h ech o , el m al trinfaría so b re el bien.
T o m o I, p. 11.
« N o habitéis una casa, dice so b re este tem a una se n ten cia persa, en un b arrio en
el q u e la clase h u m ild e sea ig n o ran te o devota.»

* H e re je búlgaro. N . T.

279
(100) S exto E m pírico h abía dich o , a n te s q u e él, q u e n u e stro s p rin cip io s n a tu ra ­
les no son tal vez m ás q u e n u e stro s p rin cip io s habituales.
(101) C ice ró n n o lo p ensaba, p u e s to qu e al se r un alto d ig n atario cre ía un d e b e r
m o strar al p u eb lo la rid icu lez de la religión pagana.
(102) El P. Le C o m te y la m ayor p a rte de ios jesuítas co n v ien en e n qu e todos
los letrad o s son ateos. El céleb re abate de L onguerue es de esta o pinión.
(103) C u an d o B ayle dice q u e la religión, h u m ild e p acien te y b ie n h e c h o ra en los
p rim e ro s siglos, ha llegado a se r d esd e en to n c e s u n a religión am biciosa y sanguinaria
q u e pasa a cuchillo to d o lo q u e se le resiste, q u e re q u ie re verd u g o s, in v en ta supli­
cios, p ro m u lg a d ec re to s p ara incitar a los p u e b lo s a la rev u elta, anim a las co n sp ira­
ciones y, en fin, o rd e n a e l asesinato d e los p rín cip es, cuando dice esto, Bayle to m a la
o b ra d el h o m b re p o r la d e la relig ió n ; y los cristianos no han d e jad o d e ser hom bres.
C u an d o eran poco s, no hablaban m ás q u e d e tolerancia; al au m e n ta r su n ú m ero y su
prestig io , p red icaro n c o n tra la tolerancia. B e llarm in o d ice so b re este tem a q u e si los
cristianos no d estro n aro n a los N e r ó n y a los D io clecian o , no es p o rq u e no tuvieran
d ere c h o a ello, sino p o rq u e no ten ían su ficien te fuerza: p o r e s o hay q u e co n v en ir
en q u e han h ech o uso d e e lla cu an to han po d id o . F ue a m ano arm ad a com o los
e m p erad o res d e stru y e ro n e l paganism o, co m b atiero n las h erejías, p red icaro n el
E vangelio a los friso n es *, a los sajones y en to d o el n o rte. T o d o s estos hechos
p ru e b a n q u e se abusa d em asiad o a m e n u d o d e los p rin cip io s d e u n a religión santa.
(104) En la infancia d e l m u n d o , el p rim e r uso q u e el h o m b re hace d e su razón
es crearse dioses cru eles; p ie n sa q u e sólo p o r el d e rra m a m ie n to de sangre hum ana le
serán p ro picios; es e n las en trañ as palp itan tes de los ven cid o s d o n d e lee las
sentencias d el d estin o . D esp u é s d e h o rrib le s im p recacio n es, el g e rm a n o consagra a la
m u e rte a to d o s sus en em ig o s, su alm a no se abre m ás a la p ied ad , la co nm iseración le
p arecería u n sacrilegio.
Para calm ar la có lera d e las N e reid as, p u eb lo s civilizados atan a A n d ró m e d a a la
roca; p ara apaciguar a D ian a y ab rirse la ru ta d e T ro y a, A g am en ó n m ism o arrastra a
Ifigenia al altar, C alcante la h iere y así cree h o n rar a los dioses.
E n lu g a r de esta n o ta se lee en la edición o rig in a l: Los p aganos no acusaron al
p rin cip io a los cristian o s d e asesinatos ni d e incendios, sino q u e los co n v en ciero n ,
d ice T ácito , del crim en d e la in so cia b ilid a d ; crim en, añade el histo riad o r, q ue les fu e
siempre com ún con los ju d ío s , gente testa ru d a , apegada a su creencia y que, penetrada p o r el
e sp ír itu im placable del fa n a tis m o , te n ía contra las demás naciones u n odio im placable.
M uchos o tro s au to res citad o s e n G ro tiu s traen el m ism o testim o n io . A bdas, obispo
p ersa, d e rrib ó u n tem p lo d e m agos y su fanatism o p ro v o có u n a larga p ersecu ció n
c o n tra los cristianos y g u erra s cru eles e n tre los ro m an o s y los persas.
(105) A sí p u es, en u n a e p ís to la su p u e stam en te d irig id a a C arlos Q u in to , se
hace hablar a un am erican o d el siguiente m odo;

N o somos nosotros los bárbaros:


Son, Señor, vuestros C ortés, vuestros P iza rra .
Q ue p a ra enseñarnos u n nuevo sistem a
R eú n en contra nosotros a l cura y a l verdugo.

(106) Es con o casión de la p ersecu ció n cu an d o al se n a d o r T h em isto , en un


escrito d irigido al e m p erad o r V alens, le dice: «¿A caso es un crim en p en sar d ife re n ­
te m e n te d e vos? Si los cristian o s está n divididos e n tre ellos, los filósofos tam bién lo
están. La verdad tien e una infinidad de caras bajo las cuales se la p u e d e considerar.
D ios ha g rab ad o en to d o s los co razo n es re sp e to p o r sus a trib u to s, p e ro cada cual es
lib re d e m an ifestar e s te re sp e to d e la m an era q u e crea m ás ag radable p ara la divini­
dad; nadie tie n e d erech o de esto rb arle en este p u n to » .
San G re g o rio N acian c en o estim ab a m u ch o a T h e m isto , es a él a q u ien escribió:
«Sois el único, ¡oh T h em isto !, q u e lucháis c o n tra la d ecad en cia d e las letras; estáis a

* (Los frisones eran un p u e b lo germ án ico estab lecid o e n tre los ríos E s­
calda y W eser. N . T.)

280
la cab eza d e la g e n te esclarecida; sabéis filosofar en los m ás altos lugares, un ir el
e s tu d io con el p o d e r y las d ignidades con la ciencia».
(1 0 7 ) H ay p o ca g e n te a q u ie n e s la religión co n ten g a. ¡C uántos crím en es com e­
tidos h asta p o r aqu ello s q u e están e n carg ad o s de g u iarn o s en las vías d e la salvación!
La N o c h e d e San B a rto lo m é , e l asesinato d e E n riq u e III, la m asacre de los T e m p la ­
rios, etc., son p ru e b a d e ello.
(108) E u seb io , Preparación Evangélica, libro VI, cap. 10, relata este frag m en to
n o tab le d e un filósofo sirio, llam ado B ardezanes: A pud Seras, lex est qua caedes,
scortatio, furtum et simulacrorum cultus omnis prohibetur; quare, in amplissima regione,
non templum videas, non lenam, non meretrkem, non adulteram, non furem in ju s raptum,
non homicidam, non toxicum. (E ntre los seras hay una ley q u e castiga y se p ro h íb e el
asesin ato , el lib ertin aje , e l ro b o y to d a clase de cultos idolátricos; p o r lo cual, en una
am p lísim a reg ió n , no verás te m p lo alg u n o en d o n d e se p ractiq u e la idolatría, ni una
p ro stitu ta , ni u n a m e re triz , ni u n a a d ú lte ra , ni un ladrón llevado an te la justicia, ni un
h o m icid a, ni un e n v e n e n a d o r. N .T .)
N o se term in a ría nunca, si se q u isie ra dar la lista d e to d o s los p u e b lo s q u e, sin la
id ea d e D io s, n o p o r e llo d e ja n d e vivir en sociedad y m ás o m e n o s felizm en te,
según la habilidad m ay o r o m e n o r d e su legislador. N o citaré m ás q u e los n o m b res
d e los p rim e ro s q u e se o frecen a m i m em oria.
Los m arian eses, an te s d e q u e se les p red icara el E vangelio, no ten ían , dice el
jesu íta P. Jo b ie n , ni altares, n i tem p lo s, ni sacrificios, ni sacerdotes: ten ían so lam en te
e n tre ellos a algunos b rib o n e s llam ados Macanas, q u ie n e s p red ecían el porv en ir.
C re e n , sin em b arg o , e n un in fie rn o y un paraíso. El in fie rn o es una h o g u e ra d o n d e
u n d iablo g o lp ea las alm as con un m artillo, com o el h ie rro e n la h e rre ría ; el paraíso
es un lu g ar lleno d e cocos, azúcar y m u jeres. N o es ni el crim en ni la v irtud las que
co n d u cen al in fiern o o al paraíso: a los q u e m u eren d e m u e rte v io len ta les to ca el
in fie rn o y a los dem ás el paraíso. El P. J o b ie n añ ad e q u e al su r d e las islas M arianas,
hay 32 islas h abitadas p o r p u e b lo s q u e no tien en a b so lu ta m e n te ni relig ió n , ni
co n o cim ien to alg u n o d e la d ivinidad y q u e no se o cupan más q u e d e b e b e r, co m er,
etc é te ra .
Los carib es, en el relato de L a B o rd e , q u ie n se o c u p ó d e su c o n v ersió n , n o tien en
ni sacerd o tes, ni altares, ni sacrificios, ni id ea de la D ivinidad. Q u ie re n ser bien
pagados p o r aqu ello s q u e q u ie re n hacerlos cristianos. C re e n q u e el p rim e r h o m b re,
llam ado Longo, ten ía u n g ran o m b lig o , de d o n d e salieron los h om bres. E ste Longo es
el p rim e r ag en te; h ab ía h ech o la tie rra sin m ontañas, las cuales fu e ro n o b ra de un
d iluvio. La envidia fu e u n a d e las p rim e ra s criaturas y p ro p ag ó m uchos m ales so b re la
tierra. Se la creía m uy bella, p e r o al ver el Sol se esco n d ió y no apareció m ás q u e po r
la noche.
Los chiriguanos no reco n o c e n n in g u n a divinidad. Cartas edif., 1.24.
Los giagos, según el P. Cavayss, no reco n o cen ningún ser d istin to d e la m ateria y
no tien en en su len g u a ni siq u iera p alabra alguna p ara ex p resa r esta idea. Su único
cu lto es el d e sus an tep asad o s, a q u ie n e s creen todavía vivos; im aginan q u e su
p rín cip e m anda so b re la lluvia.
En el ln d o stán , dice e l jesu íta P. P ons, hay u n a secta de b rah m an es q u e piensa
q u e el espíritu se u n e a la m a te ria y se ab raza a ella; q u e la sabiduría, p u rificad o ra d e
alm as, no es o tra cosa q u e la ciencia d e la verdad q u e p ro d u c e la liberación del
esp íritu p o r m ed io del análisis. A h o ra bien, el e sp íritu , según estos b rah m an es, se
lib e ra unas veces d e una fo rm a, o tras veces de una cualidad, p o r estas tres v erdades.
No estoy en ninguna cosa, ninguna cosa está en mi. el yo no es en absoluto. C u a n d o el
esp íritu esté lib erad o d e to d as sus form as, he ahí el fin del m u n d o . A ñ ad en que,
lejos de ay u d ar al esp íritu a lib erarse de sus form as, las relig io n es no hacen m ás q u e
e strech a r los lazos en los cuales q u e d a preso.
(109) El so ld ad o y el m arino desean la g u e rra y nadie lo co n sid era com o un
crim en . Se c o m p re n d e q u e su in terés n o está lo su fic ie n te m e n te u n id o al in terés
gen eral.
(110) P o r eso , el e sp íritu es la p rim e ra d e las ventajas y p u e d e co n trib u ir
in fin itam en te m ás a la felicidad de los h o m b res q u e la v irtu d de un in d ividuo p a rtic u ­
lar. C o rre sp o n d e al esp íritu e s ta b le c e r la m e jo r legislación y, p o r c o n sig u ie n te , hacer

281
a los h o m b res lo m ás felices p o sib le. Es verdad qu e ni siq u iera la d escrip ció n de esta
legislación está h ech a y que pasarán m u ch o s siglos antes de que se realice la ficción;
p e ro , en fin, arm án d o se d e la paciencia del ab ate d e S ain t-P ierre, se p u e d e p red ecir,
según él, q u e to d o lo im aginable existirá.
Los h o m b res p erc ib e n co n fu sam en te que el esp íritu es el p rim e ro d e los do n es,
p u e s to q u e la envidia só lo p e rm ite a cada cual ser el panegirista d e su p ro b id ad y no
d e su espíritu.
(111) Si las g ran d es escenas no sie m p re nos afectan con fu erza, esta falta de
efe c to d e p e n d e , en g en eral, d e u n a causa aje n a a su g randeza. F re c u e n te m e n te se
d e b e a q u e estas re p re sen tacio n es se e n c u e n tra n unidas e n n u e stra m em o ria a algún
o b je to d esagradable. S o b re lo cual o b se rv aré q u e es m uy raro , en la le c tu ra d e una
d escrip ció n po ética, recib ir ú n icam en te la im p resió n p u ra q u e d e b e causar e n noso­
tro s la visión ex acta d e e s ta im agen. T o d o s los o b je to s p articipan de la fealdad así
co m o d e la belleza d e los o b je to s a los cuales están h ab itu alm en te unidos: a esta
causa d eb e atrib u irse la m ayor p a rte de n u estro s rechazos y n u e stro s entusiasm os
in justos. U n p ro v erb io h abitual e n las plazas públicas, a u n q u e sea excelen te, nos
p arece siem p re g ro sero , p o rq u e se asocia n ecesariam en te en n u e s tra m em o ria con la
im agen d e aquellos que lo em plean.
¿P u ed e d u d arse d e q u e , p o r la m ism a razón, los cu en to s de fantasm as y esp ectro s
au m en tan a los ojo s d el viajero extraviado los h o rro re s de un bosque? ¿D e qu e
so b re los P irin eo s, e n m ed io de lo s d esierto s, los abism os y las rocas, la im aginación
im p resio n ad a p o r la im agen d e l com bate d e los titanes, c re e rá re c o n o c e r las m o n ta­
ñas d e O ssa y d e Pélion y m irará co n m ied o el cam po d e batalla d e esto s gigantes?
¿Q u ién d u d a d e q u e el re c u e rd o d e esa flo resta, d e sc rita p o r C a m o e n s *, d o n d e las
ninfas d esn u d as, fugitivas y perseg u id as p o r lo s d eseo s ard ien tes, caen a los p ies d e
los p o rtu g u eses, d o n d e e l am o r brilla en sus o jo s, circula e n sus venas, d o n d e las
palabras se co n fu n d en ; ah í d o n d e se oye, en fin, el m u rm u llo de los suspiros del
am o r feliz; q u ién d u d a, d ig o , d e q u e el re c u e rd o d e u n a d escrip ció n tan v o lu p tu o sa
no em b ellecerá p ara sie m p re todas las florestas?
H e aq u í la razón p o r la cual es tan difícil sep ararse del placer total q u e recibim os
en p resen cia d e un o b je to , de to d o s los placeres particulares q u e son, p o r así decir,
reflejad o s p o r los o b je to s con los cuales se e n c u e n tra n unidos.
(112) C o n v ien e n o tar q u e la sim plicidad en un tem a y en una im agen es una
perfecció n relativa a la debilidad d e n u estro espíritu.

* Luis V. C a m o e n s (1 5 2 4 -1 5 8 0 ) fue un p o e ta lírico p o rtu g u é s, petrar-


q uista, cuyos Sonetos y canciones y, esp ecialm en te, su p o e m a ép ico Os Lusiadas
(Los Lusitanos), c e n tra d o e n la expedición d e V asco d e G am a, le hizo fam oso.

282
DISCURSO TERCERO
Sobre si el espíritu debe ser considerado
un don de la naturaleza
o un efecto de la educación
C a p ít u l o P r im e r o

(Exam inaré en e ste discurso el p o d e r que sobre el espíritu 163


tien en la naturaleza y la educación; para ello p rim e ro he de
p recisar lo q u e se e n tie n d e p o r naturaleza.
Esta palabra p u e d e provocar en noso tro s la idea confusa
de un ser o de una fuerza q u e | nos ha d o tad o d e todos 164
n uestros sentidos; ahora bien, los sentidos son la fu ente de
todas nuestras ideas; p rivados de un sentido, nos vem os
privados de todas las ideas con él relacionadas; p o r esta
razón, un ciego de n acim iento no tiene ninguna id ea de los
colores Es, pues, e v id e n te q u e en este sen tid o el espíritu
d eb e ser p o r en tero con sid erad o com o un don de la n a tu ra ­
leza.
P ero si tom am os esta palabra en una acepción d ife ren te y
si pensam os q u e e n tre h o m b res bien conform ados, dotados
de todos sus sentidos y en cuya organización no se aprecia
ningún defecto, la naturaleza ha establecido, sin em bargo,
tantas diferencias y tanta desigualdad en las disposiciones de
su espíritu, q u e unos están organizados p ara ser estúpidos y

1 El tem a de los «ciegos» es im p o rtan te en el desarrollo de la filosofía em pirista. Locke ya


lo plantea en su Ensayo (1690); V oltaire, en sus Eléments de la philosophie de Newton (1738);
Condillac, en su Essai sur l’origine des connaissances humaines; La M ettrie, en el Traite de l’ame
(1745); D idero t, en la Lettre sur les aveugles (1749); Buffon, en la segunda parte de su Histoire
naturelle de l’homme. Vale la p en a ver el artículo aveugle de d’A lem bert en la Encyclopédie.
Inform ación abundante nos ofrece P ie rre V illey en Le Monde des aveugles. París, Flammarion,
1914.

285
los otros para ser h o m b res d e espíritu, la cuestión se hace
más delicada.
165 | Confieso, en principio, q u e no se p u ed e considerar la
gran desigualdad en el espíritu de los hom bres sin adm itir
en tre los espíritus la m ism a diferencia que existe en tre los
cuerpos, e n tre los cuales los hay débiles y delicados m ientras
otros son fuertes y robustos. ¿A qué p u ed en deb erse, se
dirá, estas diferencias en la m anera uniform e con que la
naturaleza opera?
Este razonam iento se funda sólo en una analogía. Es muy
parecido al de unos astrónom os q u e concluyeran que la luna
está habitada p o rq u e está com puesta de una m ateria casi
igual a la del globo terráq u eo .
P or débil que este razonam iento sea en sí m ism o, parece,
sin em bargo, que d eb a ser dem ostrativo; pues, se dirá, ¿a
166 qué causa atribuirem os la gran desigualdad que | apreciam os
en tre hom bres que p arecen h ab er recibido la m ism a educa­
ción?
Para co ntestar a esta objeción, hay que exam inar, prim e­
ram ente, si varios h o m b res p u ed en , en rigor, h ab er recibido
la m ism a educación y, p ara ello, fijar la idea q ue se atribuye a
la palabra educación.
Si p o r educación en ten d em o s, sim plem ente, aquello que
se recibe en los m ism os lugares y p o r los m ism os m aestros,
en este sentido la educación es la m ism a para una infinidad
de hom bres.
P ero si dam os a esta palabra una significación más verda­
dera y más extensa, co m p ren d ien d o to d o lo que, en general,
contribuye a n u estra instrucción, ento n ces digo que nadie
recibe la m ism a educación, p o rq u e cada u n o tiene p o r p re ­
ceptores, m e atrevo a decir, tam bién al g o b iern o bajo el cual
167 vive, a sus amigos, | a sus am antes 2, a las gentes que les
rodean, a sus lecturas y, finalm ente, al azar, es decir, aquella
infinidad de sucesos cuyo en cad en am ien to y cuyas causas
n uestra ignorancia no nos p e rm ite percibir. A hora bien, este
azar participa más de lo q u e se piensa en n uestra educación.
Es él, q u ien p o n e a veces bajo nuestros ojos determ inados
objetos q u e ocasionan en nosotros las ideas más afortunadas
y nos conduce a veces a los más g randes descubrim ientos.
Fue el azar, para d ar algunos ejem plos, lo q u e llevó a G alileo

2 En el original, «maítresses».

286
a los jardines de Florencia cuando los jardineros hacían fun­
cionar las bom bas; el q u e inspiró a estos jardineros, que no
podían elevar el agua p o r encim a de los tre in ta y dos pies de
altura, a p reg u n tar a G alileo a qué era d eb id o , estim ulando
con esta p re g u n ta el esp íritu y la vanidad de este | filósofo; 168
a continuación su vanidad, p u e sta en acción p o r este golpe
del azar, le obligó a reflex io n ar sobre este efecto natural
hasta que, p o r fin, llegó al d escu b rim ien to del p rincipio de la
pesantez del aire, que dio la solución a este p ro b lem a 3.
En un m o m en to en q u e el alm a tranquila de N ew to n no
estaba ocupada en nada, ni se hallaba agitada p o r ninguna
pasión, tam bién el azar, atrayéndole bajo una hilera de m an­
zanos, hizo caer algunos fru to s de sus ram as y sugirió a este
filósofo la p rim era id ea d e su sistema: fue realm ente este
hecho lo q u e le llevó a reflexionar si tam bién la luna gravi­
taba hacia la tierra con la m ism a fuerza con q u e los cuerpos
caen sobre la superficie 4. Así p ues, el azar ha d eterm in ad o
a los grandes genios a co n ceb ir m uchas de sus más felices
ideas. ¡Cuánta g en te d e talento p erm anece | en el anonim ato 169
en tre la m u ch ed u m b re d e h o m b res m ediocres p o r no haber
ten id o la suficiente tranquilidad d e ánim o, o no h a b e r en co n ­
trado al jardinero, o no h ab er asistido a la caída de una
manzana!
C o m p ren d o que, en principio, no se p u e d e n atrib u ir sin
dificultad unos efectos tan g ran d es a unas causas tan alejadas
y tan pequeñas en apariencia (1). Sin em bargo, | la experien- 170
cia nos enseña que, tan to en la física com o en la m oral, los
más grandes sucesos son a veces efecto de causas casi inapre­
ciables. ¿Q uién duda d e q u e A lejan d ro d eb iera en parte la
conquista de Persia al instau rad o r de la falange m acedónica?
¿Q ue el cantor d e Q uiles, anim ando a este prín cip e con el
ansia de gloria, tuviera p arte e n la d estrucción del im perio de
D arío, así com o Q u in to C u rd o la tuvo en las victorias
de Carlos X II? | ¿Q ue los ruegos de V eturia, al desarm ar a 171
C oriolano, hubieran fortalecido el p o d e r de R om a, a p u n to
de sucum bir bajo el e m p u je de los volscos, d an d o lugar a

3 A unque no está claro q u e la anécdota fu era con jardineros, parece ten er autenticidad. Se
encuentran referencias e n los Dialogi (V III, 64-603) y Lettere X IV , 128, 158; X V , 186; X V I,
222; X V II, 288; X V III, 70. G alileo fija alturas variables para el agua, unas veces 18 brazos,
otras 18 pies, etc. Las referencias so n d e las Opere, a cargo de A. Favaro, B arbera Editore,
Florencia, 1968.
4 Sobre la anécdota d e la manzana, ver M . D ugas, La mécanique au X V I P siécle, N euchátel, Ed.
d e G riffon, 1954, q u ien com enta las fuentes d e la misma.

287
este largo encadenam iento de victorias que cam biaron la faz
del m undo, p o r lo q u e E u ro p a d eb e su situación actual a las
lágrimas de V eturia? ¡C uántos otros hechos parecidos no
172 podríam os citar! (2) G ustavo, dice el abate | V erto t, recorría
en vano las provincias de Suecia, andaba erra n te desde hacía
más de un año p o r las m ontañas de la D alecarlia. Las gentes
de las m ontañas, au n q u e dispuestas a su favor p o r su buen
sem blante, su gran estatu ra y la fuerza ev idente de su
cuerpo, no se habrían, sin em bargo, decidido a seguirle si, el
día m ism o en que este príncipe arengara a los dalecarlianos,
los ancianos de la región no h ubieran n otado que el viento
del n o rte había estad o soplando siem pre. Este viento les
pareció un signo cierto de la p ro tecció n del cielo y una
ord en para el apoyo arm ado del héro e. Fue, pues, el viento
del n o rte quien puso la corona de Suecia sobre la cabeza de
G ustavo 5.
La m ayoría de los sucesos tienen causas pequeñas: si las
desconocem os, es p o rq u e la m ayoría de los historiadores las
173 han ignorado, o p o rq u e | no han ten id o ojos para darse
cuenta de ellas. Es verdad q u e en este aspecto el espíritu
p u ed e corregir sus om isiones; el conocim iento de ciertos
principios suple fácilm ente el conocim iento de ciertos h e­
chos. Así, sin pararm e a d ar más p ruebas de que el azar
juega en este m u n d o un papel m ucho más im p o rtan te de lo
que se piensa, concluiré d e lo que acabo de decir que, si
bajo la palabra educación co m p ren d em o s, en general, todo lo

s Q uinto C urcio fue un historiador latino (siglo 1 a. C.), au to r de una Vida de Alejandro.
Carlos X II de Suecia (1682-1718) se distinguió p o r su genio militar. D e rro tó a daneses,
sajones, polacos, rusos, invadiendo Rusia, d o nde fue aplastado en 1709 en Poltava, con su
ejército destrozado p or el invierno ruso. Se refugia en territo rio turco e intenta lanzar a éstos
contra Pedro el G rande. Los turcos le traicionan, escapa, tras mil aventuras, llega a Suecia.
M uere en lucha con N oruega. Su im petuosidad m ilitar apasionó a Europa. Los poetas cantaron
sus aventuras. V oltaire lo veía como h éro e de una epopeya y así lo pintó en su Histoire de
Charles X l l (1731), donde aparece como mitad A lejandro y mitad D on Q uijote, p o r ser
«excesivamente grande, desgraciado y loco».
Cayo M arcio V oriolano, general rom ano del siglo V a. C. Su política oligárquica lo
enem istó con el pueblo. Fue condenado al exilio o marchó por voluntad propia. Se refugió
entre los rolscos (en la llanura litoral en tre A ntium y Terracina) a quienes impulsó contra los
rom anos y se puso al mando de su ejército. El Senado, atem orizado p or sus éxitos, le suplicó
e n vano que dejara de luchar co n tra su propia patria, p ero sólo los ruegos de su m adre,
V eturia, y d e su esposa, V olumnia, le doblegaron. Entonces m andó a los volscos retirarse y
éstos le condenaron a m uerte. Shakespeare tiene una tragedia con este título, Cariolanus
(1607).
Gustavo I Vasa (1496-1560) fue rey de Suecia, fundador de la dinastía nacional. Sublevando
Dalecarlia y tom ando U ppsala, apoyado p o r Lübeck, logró expulsar a los daneses. Dalecarlia se
consideró, pues, la cuna d e la independencia sueca en el siglo X V I.
R ené A bbé de V e rto t (1655-1735), historiador francés, autor de una Historia de las
revoluciones de Suecia (1695). Su o b ra más célebre es la H istoria de la Orden de M alta (1726).

288
que con trib u y e a n u estra instrucción, este azar ha de jugar
necesariam ente un gran papel; y que, p u esto q u e nadie está
situado exactam ente en u n m ism o concurso de circunstan­
cias, nadie recibe exactam en te la mism a educación.
Sentado esto, ¿quién p u e d e asegurar que la d iferencia de
educación no p ro d u zca la d iferencia que se o b serva e n tre los
espíritus? ¿Q ue los h o m b res | no sean sem ejantes a estos 174
árboles de la misma especie cuya sem illa, in d estructible y
exactam ente igual, al no ser sem brada exactam ente en la
m ism a tierra, ni expuesta exactam ente a los m ism os vientos,
al m ism o sol, a las m ism as lluvias, tienen, al d esarrollarse,
q u e tom ar necesariam ente una infinidad de form as d iferen­
tes? Podría, pues, concluir q u e la desigualdad del espíritu de
los hom bres p u ed e ser considerada in d ife re n te m en te com o
efecto de la naturaleza o de la educación. P ero, p o r verda­
dera que fuese esta conclusión, com o no dejaría de ser vaga
y de reducirse, p o r así decir, a un tal vez, considero un d e b er
ab ordar esta cuestión d esd e un nuevo p u n to de vista y refe­
rirla a unos principios más ciertos y precisos. C o n este fin
hay que red u cir esta cu estió n a unos p u n to s sim ples, re m o n ­
tarnos | hasta el origen d e nuestras ideas, al desarrollo del 175
espíritu y recordar q u e el h o m b re no hace más q ue sentir,
rem em orar y o bservar las sem ejanzas y las diferencias, es
decir, las relaciones q u e tien en e n tre sí los diversos objetos
que se aparecen an te él o que su m em oria le p resenta; ya
que, de esta form a, la naturaleza no p u ed e dar a los hom bres
más o m enos capacidad de esp íritu sino d o tan d o a unos, con
preferencia a los otro s, d e un p o co más de agudeza en los
sentidos, de una m ayor exten sió n en la m em oria y de una
su p erior capacidad d e atención.

C a p í t u l o II

De la agudeza 6 de los sentidos

| La m ayor o m e n o r p erfecció n de los órganos de los 176


sentidos, en la que se en c u e n tra necesariam ente com pren-

6 En el original «finesse».

289
dida la de la organización in terio r, p u esto q u e no juzgo aquí
la agudeza de los sen tid o s más que p o r sus efectos, ¿podría
ser la causa de la desigualdad del espíritu d e los hom bres?
Para razonar con una cierta exactitud sobre este tem a hay
que exam inar si la m ayor o m e n o r agudeza de los sentidos
p ro p o rcio n a al esp íritu una m ayor ex tensión o una m ayor
precisión, cosas que, tom adas en su v erd ad ero significado,
encierran todas las cualidades del espíritu.
177 El grado de p erfección | de los órganos de los sentidos no
influye para nada en la precisión del espíritu si los hom bres,
cualquiera q u e sea la im presión que reciben d e los m ism os
o b jeto s, tienen sin em bargo q u e p ercib ir siem pre las mismas
relaciones e n tre estos o bjetos. A hora bien, para pro b ar que
las p erciben, he tom ado p o r ejem plo el sentido de la vista,
p o r ser aquél al q u e d ebem os el m ayor n ú m ero de ideas; y
p reg u n to si, a ojos diferen tes, los m ism os o b jeto s parecen
más o m enos grandes o peq u eñ o s, brillantes u oscuros. Si la
toesa, p o r ejem plo, es a los o jo s de tal hom bre más pequeña,
178 la nieve ! m enos blanca y el éb ano m enos negro que a los
ojos de tal o tro , estos dos hom bres percibirán, sin em bargo,
siem pre las mismas relaciones e n tre todos los objetos: por
consiguiente, la toesa les p arecerá siem pre, a los dos, más
grande q u e el pie, la nieve más blanca que cualquier o tro
cuerp o y el ébano la más negra de todas las m aderas.
A hora bien, com o la precisión del espíritu consiste en la
clara visión de las verdaderas relaciones que hay en tre los
o b jeto s, y com o trasladando a los o tro s sentidos lo que he
dicho sobre el de la vista llegarem os siem pre al m ism o resul­
tado, concluyo q u e el grado, m ayor o m en o r, de perfección
de la organización, tanto in te rio r com o exterior, no puede
influir en nada en la precisión de n u estro s juicios 1.
A ñadiré que, si distinguim os la extensión de la precisión
del espíritu, la m ayor o m e n o r agudeza de los sentidos no
añadirá nada a esta extensión. En efecto, tom ando siem pre el
sentido de la vista, p o r ejem p lo , ¿no es ev idente que la

7 Es curioso el argum ento d e H elvétius. D eja d e lado el problem a de la relación e n tre el


o bjeto y la percepción del objeto: no es esa relación de adecuación imagen-cosa la que define
la perfección de los sentidos. V iene a decir que si hay un error entre el objeto y la imagen, una
especie de «error d e medida», ese e rro r se producirá en cualquier m edición de cualquier
objeto. Por tanto, la relación en tre ambos objetos, q u e es lo que realm ente se percibe, es
correcta. O sea, si medimos dos objetos con dos instrum entos de distinta precisión, en ambos
casos la relación entre las medidas de ambos sería la misma. En definitiva, los sentidos al
percibir las relaciones son igualmente adecuados.

290
m a y o r o m e n o r e x te n s ió n d el e s p íritu d e p e n d e d e l n ú m e ro
m a y o r o m e n o r d e o b je to s q u e , co n | e x c lu sió n d e o tro s , u n 179
h o m b re d o ta d o d e u n a v ista m u y fina p o d ría g u a rd a r e n su
m e m o ria? A h o ra b ie n , hay m u y p o c o s d e e sto s o b je to s casi
im p e rc e p tib le s p o r su p e q u e ñ e z q u e , c o n sid e ra d o s p re c isa ­
m e n te co n la m ism a a te n c ió n p o r o jo s ig u a lm e n te jó v e n es y
e je rc ita d o s sean p e rc ib id o s p o r u n o s, m ie n tra s escap an a los
o tro s. In c lu so p u e d o d e m o s tra r q u e la d ife re n c ia q u e la
n atu ra lez a p o n e a e s te re s p e c to e n tre los h o m b re s q u e yo
llam o bien o rg an iz ad o s, es d e c ir, q u e en su o rg an iz ac ió n no
se ap re cia n in g ú n d e f e c to (3 ), a u n q u e | fu e ra m u c h o m a y o r 180
d e lo q u e re a lm e n te es, n o p ro d u c iría n in g u n a d ife re n c ia
so b re la e x te n sió n d el e s p íritu .
S u p o n g a m o s a u n o s h o m b re s d o ta d o s d e u n a m ism a ca­
p acid ad de ate n c ió n , d e u n a m e m o ria ig u a lm e n te ex ten sa , es
d e c ir, dos h o m b re s iguales en to d o m e n o s en la a g u d e za d e
los se n tid o s; en esta h ip ó te sis, el q u e te n g a la v ista m ás fina
p o d rá sin n in g u n a o b je c ió n g u a rd a r e n su m e m o ria y c o m p a ­
ra r e n tr e sí varios d e los o b je to s q u e p o r su p e q u e ñ e z n o
so n p e rc ib id o s p o r aq u e l c u y a o rg a n iz a c ió n a e s te r e s p e c to es
m e n o s p e rfe c ta . P e ro si e s to s d o s h o m b re s tie n e n , su p o n g a ­
m o s, u n a m e m o ria ig u a lm e n te ex ten sa , capaz, p o r e je m p lo ,
d e c o n te n e r d o s m il o b je to s , ta m b ié n es c ie rto q u e el se­
g u n d o p o d rá re e m p la z a r co n h e c h o s h istó ric o s los o b je to s
q u e p o r su m e n o r a g u d e z a en la v ista n o ¡ h a b rá p o d id o 181
p erc ib ir, y q u e p o d rá alcanzar, si así lo q u ie re , el n ú m e ro d e
dos m il o b je to s q u e es el c o n te n id o p o r la m e m o ria del
p rim e ro . A h o ra bien, si d e esto s d o s h o m b re s, el q u e tie n e
la v ista m e n o s fina p u e d e e n c a m b io g u a rd a r e n el alm acén
d e su m e m o ria el m ism o n ú m e ro d e o b je to s q u e el o tro , y
si, p o r o tra p a rte , e sto s d o s h o m b re s son iguales en to d o ,
han d e p o d e r h ac er, e n c o n se c u e n c ia , el m ism o n ú m e ro d e
co m b in a c io n e s y, se g ú n m i o p in ió n , te n e r ta n to e s p íritu el
u n o co m o el o tro , p u e s to q u e la e x te n sió n d el e s p íritu se
m id e p o r el n ú m e ro d e id e as y d e c o m b in ac io n e s. El m a y o r
o m e n o r g ra d o de p e rfe c c ió n d el ó rg a n o d e la vista n o p u e d e
in flu ir m ás q u e e n el g é n e r o d e su e s p íritu , h a c e r a u n o d e
ello s u n p in to r, un b o tá n ic o , y al o tr o u n h isto ria d o r, u n
p o lític o ; p e ro nada p o d rá in flu ir e n la e x te n s ió n | d e su esp í- 182
ritu . ¿ N o o b se rv a m o s ta m b ié n la m ism a a ltu ra d e e s p íritu en
los q u e tie n e n u n a g ra n fin u ra e n el s e n tid o d e la v ista y d el
o íd o y e n aq u e llo s q u e p o r u sa r le n te s y tro m p e tilla s p o n e n

291
e n tre ellos y lo s o tro s h o m b re s m ás d iferen c ia s d e las q u e a
e s te re sp e c to e sta b le c e la natu raleza? D e d o n d e co n c lu y o
q u e, e n los h o m b re s q u e y o llam o b ie n o rg an iz ad o s, la s u p e ­
rio rid a d d el co n o c im ie n to no se d e b e al g ra d o d e p e rfe c c ió n
d e los ó rg an o s ta n to in te rn o s c o m o e x te rn o s d e lo s se n tid o s,
y q u e la g ran d esig u ald ad d e los esp íritu s d e p e n d e n ec esa­
ria m e n te d e o tr a causa.

C a p í t u l o III

De la extensión de la memoria

183 | La co n c lu sió n del c a p ítu lo p re c e d e n te hará sin d u d a


b u scar en la desigual e x te n sió n de la m e m o ria d e los h o m ­
b res la d esiguald ad d e su esp íritu . La m e m o ria es el alm acén
en el q u e se d e p o sita n las se n sacio n es, los h ec h o s y las ideas,
cuyas diversas co m b in a c io n e s fo rm a n lo q u e llam am os espíritu.
Las sen sacio n es, los h e c h o s y las ideas h an d e ser co n si­
d era d as co m o la m a te ria p rim a del e s p íritu . A h o ra b ie n ,
cu a n to más g ra n d e es el alm ac én d e la m e m o ria, ta n to m a y o r
es la ca n tid ad d e m a te ria p rim a c o n te n id a y m a y o r será,
d icen , la ap titu d del esp íritu .
184 P o r fu n d a d o q u e p are zca e s te a rg u m e n to , | al p ro fu n d iz a r
en él tal vez lo e n c o n tra re m o s falaz. P ara ello hay q u e
e x am in ar, p rim e ra m e n te , si la d ife re n c ia de e x te n sió n en la
m e m o ria d e los h o m b re s b ie n o rg an iz ad o s es, e n e fe c to , tan
c o n sid erab le co m o lo es en apariencia; y, en el caso d e q u e
lo fu e ra , hay q u e sa b er, e n se g u n d o lugar, si p o d e m o s co n si­
d e ra rla co m o la causa d e la d esigualdad d e los esp íritu s.
R e fe re n te al p r im e r o b je to d e mi ex a m e n , d iré q u e sólo
la ate n c ió n p u e d e g ra b a r e n la m e m o ria los o b je to s q u e ,
v istos sin aten c ió n , no p ro d u c iría n en n o so tro s m ás q u e unas
im p re sio n e s sen sib les parecid as a p ro x im a d a m e n te a las q u e
u n le c to r re c ib e su c e siv a m e n te d e cada u n a d e las le tras q u e
c o m p o n e n la h o ja d e un lib ro . Es, p u es, c ie rto q u e p ara
185 ju zg ar si el d e fe c to | d e m e m o ria p u e d e se r c o n s id e ra d o en
los h o m b re s e fe c to d e u n a falta de a te n c ió n o d e u n a a n o m a ­
lía e n el ó rg an o q u e la p ro d u c e , hay q u e re c u rr ir a la e x p e ­
riencia. Ella nos m u e stra q u e e n tre los h o m b re s hay m u c h o s,

292
c o m o S an A g u stín y M o n ta ig n e c u e n ta n de sí m ism o s, q u e
te n ie n d o al p a re c e r u n a m e m o ria m uy d é b il, h an lo g ra d o , no
o b sta n te , gracias a su d e s e o d e sa b er, m e te r e n su re c u e r d o
u n n ú m e ro m uy g ra n d e d e h e c h o s e id eas, hasta el p u n to d e
situ a rse en la c a te g o ría d e las m e m o ria s ex tra o rd in a ria s.
A h o ra b ie n , si el d e s e o d e in s tru irs e b asta al m e n o s p a ra
sa b e r m u c h o , c o n c lu iré q u e la m e m o ria es casi e n te ra m e n te
artificial. A sí, p u es, la e x te n s ió n d e la m e m o ria d e p e n d e : 1)
d el u so d ia rio q u e h a c e m o s de ella; 2) d e la a te n c ió n co n la
q u e co n sid e ra m o s los o b je to s q u e q u e re m o s q u e la im p re s io ­
n en y q u e , vistos j sin a te n c ió n , no d e ja ría n , co m o acab o d e 186
d e c ir, m ás q u e u n le v e ra s tro p r o n to e n b o rra rse ; 3) y d el
o rd e n en q u e co lo ca m o s su s ideas. T o d o s los p ro d ig io s d e la
m e m o ria son d e b id o s a e s te o rd e n , el cual c o n siste en a g ru p a r
to d a s sus id eas c o n el fin d e n o carg ar a la m e m o ria m ás q u e
c o n o b je to s q u e, p o r su n a tu ra le z a o p o r la m a n e ra c o m o los
co n s id e ra m o s, c o n s e rv e n e n tr e sí su fic ie n te rela ció n p ara q u e
se e v o q u e n u n o s a o tro s K.
Las re p e tid a s re p re s e n ta c io n e s de los m ism o s o b je to s en
la m e m o ria son, p o r así d e c ir, co m o o tro s ta n to s g o lp e s d e
b u ril q u e los g rab an ta n to m ás p r o fu n d a m e n te c u a n to m ás
m e n u d e a n sus re p re s e n ta c io n e s (4). A d em á s, e s te o rd e n
| q u é p e rm ite re c o rd a r u n o s m ism o s o b je to s , n o s d a u n a ex- 187
plicació n a to d o s lo s f e n ó m e n o s d e la m e m o ria ; nos e n s e ñ a
q u e la sagacidad d e e s p íritu d e u n o , es d e c ir, la rap id e z co n
la q u e un h o m b re ca p ta u n a v e rd a d , d e p e n d e a m e n u d o d e la
an alo g ía d e esta m ism a v e rd a d co n los o b je to s q u e tie n e
h a b itu a lm e n te p re s e n te s e n la m em o ria; q u e la le n titu d d e
e s p íritu d e o tro a e s te re s p e c to es, p o r el c o n tra rio , e fe c to d e
la p o ca analogía e x iste n te e n tr e e s ta v erd a d y los o b je to s d e
los q u e se ocupa. N o p o d r ía cap tarla, ni p e rc ib ir to d a s sus
rela cio n e s, sin a p a rta r to d a s las p rim e ra s id eas q u e se p re s e n ­
ta n a n te su re c u e rd o , sin a lte ra r el alm acén d e su m e m o ria

8 N otem os la ingeniosidad del razonam iento, abstracto y mecánico, de H elvétius. Si el


espíritu, en cuanto a su extensión, se m ide por el núm ero de ideas y de com binaciones entre
ideas, dados dos hom bres en los q u e la m em oria es igualm ente extensa, la agudeza d e los
sentidos no les sirve para am pliar el espíritu. Si sólo caben 2.000 ideas, uno las sacará de
percepciones d e objetos casi insensibles, que no alcanza el o tro , p e ro éste las saca de la
historia. Puesta la m em oria, el almacén, com o igual en am bos, las com binaciones matemáticas
son iguales.
D espués adm ite la hipótesis d e m em orias d e desigual potencia. D esde aquí se im pone la
desigualdad de espíritus en su co n cep to extensivo del mismo. Pero ahora no es el razonam iento
abstracto el q u e le sirve, sino q u e recu rre a la «experiencia», una experiencia poco controlada,
que no pasa d e una selección d e anécdotas (San Agustín, M ontaigne). Así, la m em oria es algo
artificial, no una cualidad natural más o m enos perfectible. T odo se reduce a la «educación».

293
188 p ara b u scar las id eas q u e | se re la c io n e n con e s ta v erd a d . H e
ahí p o r q u é tan tas p e rso n a s so n in se n sib le s a la ex p o sició n d e
cierto s h ec h o s o d e c ie rta s v e rd a d e s q u e , en ca m b io , afectan
v iv a m en te a otras p o r q u e e sto s h e c h o s o estas v e rd a d e s
sa cu d e n to d a la ca d e n a d e sus p e n s a m ie n to s al d e s p e rta r un
g ran n ú m e ro de ello s e n su esp íritu : es un rá p id o re lá m p a g o
q u e lanza u n a luz rá p id a s o b re el h o riz o n te d e sus ideas. Es
al o rd e n al q u e d e b e m o s a m e n u d o la sagacidad d e n u e s tro
es p íritu y sie m p re la e x te n sió n d e n u e s tra m em o ria; es, en
cam b io , la falta d e o rd e n , e fe c to d e la in d ife re n c ia p o r c ie rto
g é n e ro de estu d io s, la q u e p riv a d e m e m o ria d e m a n e ra
ab so lu ta e n c ie rto s a sp e c to s a q u ie n e s en o tro s p a re c e n
d o ta d o s de una m e m o ria su m a m e n te ex ten sa. H e ah í p o r
q u é el e ru d ito en le n g u as e h isto ria , el cual m e d ia n te el
189 ord en cronológico im prim e | y conserva fácilm ente en su
m em oria unas palabras, unas fechas y unos hechos históricos,
no p u ed e a m enudo re te n e r la p ru eb a de u n a verdad m oral,
la dem ostración de una verdad m atem ática, o la im agen de
un paisaje que haya contem plado largam ente. En efecto, esta
clase de o b jeto s, al no te n e r ninguna analogía con el resto de
hechos o de ideas con las q u e ha llenado su m em oria, no
pued en rep resen tarse en ella con rapidez ni im prim irse con
profundidad ni, p o r consiguiente, conservarse durante m ucho
tiem po.
E sta es la causa p ro d u c to ra d e todas las d ife re n te s e s p e ­
cies d e m e m o ria y la ra z ó n p o r la cual los q u e sa b en m e n o s
d e u n a m a te ria son lo s q u e m ás o lv id a n d e e s ta m ism a m a te ­
ria.
P arece q u e la g ran m e m o ria es, p o r así d e c ir, u n fen ó -
190 m e n o del o rd e n ; q u e es casi e n te r a m e n te | artificial y q u e
e n tre los h o m b re s q u e llam o b ie n o rg an iz ad o s es ta g ra n
d esigualdad en la m e m o ria es m e n o s el e fe c to d e u n a d esi­
gual p e rfe c c ió n en el ó rg a n o q u e la p ro d u c e q u e d e u n a
desigual ate n c ió n e n cultivarla.
P e ro in clu so s u p o n ie n d o q u e la desigual e x te n sió n d e
m e m o ria q u e o b se rv a m o s en los h o m b re s fu e ra e n te ra m e n te
o b ra de la n atu ra lez a, y fu era d e h e c h o ta n g ra n d e co m o lo
es en apariencia, afirm o q u e no p o d ría in flu ir en n ad a e n la
e x te n sió n de su esp íritu : 1) p o r q u e el g ra n e s p íritu , co m o
d e m o stra ré , n o su p o n e u n a g ra n m e m o ria , y 2) p o r q u e to d o
h o m b re está d o ta d o d e u n a m e m o ria su fic ie n te p a ra ele v a rse
al m ás alto g ra d o d e esp íritu .

294
A n te s de p ro b a r la p rim e ra de estas p ro p o sic io n e s , hay
q u e o b se rv a r q u e ¡ si la p e rfe c ta ig n o ran c ia hace al p e r f e c to 191
im b écil, el h o m b re d e e s p íritu p a re c e a veces c a re c e r d e
m e m o ria sólo p o r q u e d am o s in su fic ie n te e x te n sió n a la p ala­
b ra memoria, cuya sign ificació n re strin g im o s al solo re c u e rd o
d e los n o m b re s, fechas, lu g a re s y p e rs o n a s p o r los q u e las
g e n te s de e s p íritu n o s ie n te n c u rio sid ad y a m e n u d o n o las
re c u e rd a n . P e ro si en la significación d e esta p a la b ra c o m ­
p re n d e m o s el re c u e r d o d e las ideas, d e las im á g en e s o d e los
ra z o n a m ie n to s, n in g u n a d e ellas c a re c e rá d e esto s re c u e rd o s :
d e d o n d e re su lta q u e n o ex iste e s p íritu sin m em o ria.
H e c h a esta o b se rv a ció n , h ay q u e sa b e r q u é e x te n s ió n d e
m e m o ria su p o n e el g ra n e s p íritu . E sco jam o s d o s h o m b re s
ilu stre s en g é n e ro s d ife re n te s , tales c o m o L ocke y M ilto n ;
v eam o s si la g ra n d e z a d e j su e s p íritu d e b e se r c o n s id e ra d a 192
c o m o e fe c to d e la g ra n e x te n s ió n d e su m em o ria.
Si nos fijam o s p rim e ra m e n te en L o ck e e im ag in am o s q u e ,
ilu m in a d o p o r una id e a feliz, o p o r la le c tu ra de A ristó te le s ,
d e G assen d i o d e M o n ta ig n e , e ste filó so fo ha d e s c u b ie rto en
lo s se n tid o s el o rig e n c o m ú n d e to d a s n u e stra s id eas, c o m ­
p re n d e re m o s q u e p ara d e d u c ir to d o su sistem a d e esta p r i­
m e ra id e a no ha n e c e s ita d o ta n to la e x te n sió n d e la m e m o ria
co m o la p e rse v e ra n c ia e n la m e d ita c ió n ; q u e le b astab a u n a
m e m o ria m u y p o c o e x te n s a p a ra c o n te n e r to d o s los o b je to s
d e cu y a co m p arac ió n d e b ía re s u lta r la c e rte z a d e sus p rin c i­
p io s, p ara d e s a rro lla r su e n c a d e n a m ie n to y h ac erle p o r co n si­
g u ie n te m e re c e r y alca n za r el títu lo d e g ran esp íritu .
P asan d o a M ilto n , si lo c o n s id e ro | d e s d e el p u n to d e 193
v ista d e q u e , se g ú n o p in ió n g e n e ra l, es in fin ita m e n te su p e ­
r io r a los o tro s p o e ta s, si c o n s id e ro la fu erza , la g ra n d e z a , la
v erd a d y, fin alm en te , la n o v e d a d de sus im á g en e s p o é tic a s,
e sto y ob lig ad o a c o n fe sa r q u e la su p e rio rid a d d e su é s p íritu
e n e s te g é n e ro n o su p o n e ta m p o c o u n a g ra n e x te n s ió n d e la
m e m o ria. E n e fe c to , p o r g ra n d e s q u e se an sus c o m p o sic io n e s
(c o m o aq u e lla en la q u e , u n ie n d o el fu lg o r del fu e g o a la
so lid ez de la m a te ria te rr e s tre , p in ta el su e lo d el in fie rn o
a rd ie n d o c o n u n fu e g o só lid o , m ie n tra s el lago a rd ía co n u n
fu e g o líq u id o ), p o r g ra n d e s, dig o , q u e sean sus c o m p o sic io ­
n es, es e v id e n te q u e el n ú m e ro d e im á g en e s a tre v id as c o n las
q u e h a c e r tales d e s c rip c io n e s h a d e se r e x tre m a d a m e n te lim i­
tad o ; p o r co n sig u ie n te , la g ra n d e z a d e la im ag in ació n d e e s te
p o e ta es m e n o s | e l e fe c to d e u n a g ra n e x te n sió n d e la m e - 194

295
m o ria q u e d e u n a re fle x ió n p ro fu n d a s o b re su arte . E sta
re fle x ió n , al h a c e rle b u sc ar la fu e n te d e los p la c e re s d e la
im ag in ació n , le ha p e rm itid o d e sc u b rirla , ta n to e n la n u e v a
co m b in ac ió n d e im ág en es co n las q u e fo rm a r g ra n d e s cu a­
d ro s a u té n tic o s y p ro p o rc io n a d o s , c o m o en la c o n s ta n te e lec­
c ió n d e estas fu e rte s e x p re sio n e s q u e so n , p o r así d ec ir, los
co lo re s d e la poesía, p o r m e d io d e las cuales h a h e c h o sus
d e sc rip c io n e s visibles a lo s o jo s d e la im aginación.
C o m o ú ltim o e je m p lo d e la p o c a e x te n sió n d e m e m o ria
q u e exige u n a b ella im ag in ació n , d oy en u n a n o ta la tra d u c ­
ción d e u n fra g m e n to d e p o e sía ing lesa (5). E sta tra d u c c ió n y
195 los ¡ e je m p lo s p re c e d e n te s p ro b a rá n , c re o , a los q u e an alicen
196 las o b ras de los h o m b re s ilu stre s, q u e un j g ra n e s p íritu n o
su p o n e u n a g ran m em o ria. Y o añ a d iría in clu so q u e la g ran
197 e x te n sió n d e l p rim e ro ex c lu y e | a b s o lu ta m e n te la e x tre m a d a
e x te n sió n de la segunda. Si la ig n o ran c ia hace la n g u id e c e r el
198 espíritu, falto de alim ento, ¡ la vasta erudición, p o r una so­
breabundancia de alim ento, a veces lo ahoga. Para conven-
199 ce rse d e ello basta e x a m in a r el uso | d if e re n te q u e h an d e
h ac er d e su tie m p o dos h o m b re s q u e q u ie re n se r su p e rio re s
200 a los o tro s, | el u n o e n e s p íritu y el o tr o en m e m o ria .
Si el e s p íritu n o es m ás q u e u n a am alg am a d e ideas
201 n u evas, y si to d a id e a nuev a ¡ n o es m ás q u e u n a n u ev a
rela ció n d e s c u b ie rta e n tre c ie rto s o b je to s , el q u e q u ie ra d is­
tin g u irse p o r su e s p íritu ha d e e m p le a r n e c e s a ria m e n te la
m a y o r p a rte d e su tie m p o e n la o b se rv a c ió n d e las d iv ersas
rela cio n e s e x iste n te s e n tre los o b je to s y g astar el m ín im o
p o sib le en co lo car h e c h o s o ideas e n su m em o ria. P o r el
co n tra rio , el q u e q u ie ra s u p e ra r a los d em ás e n e x te n sió n d e
m e m o ria d e b e , sin p e r d e r tie m p o en m e d ita r y en co m p a ra r
los o b je to s e n tre sí, e m p le a r días e n te ro s en a lm ac en a r sin
p a ra r n u ev o s o b je to s e n su m em o ria. A h o ra b ie n , co n un
e m p le o tan d ife re n te d e su tie m p o , es e v id e n te q u e el p ri­
m e ro d e esto s d o s h o m b re s ha de ser tan in fe rio r en m e m o ­
ria al se g u n d o co m o s u p e rio r en esp íritu : v e rd a d q u e v ero -
202 sím ilm e n te había a p e rc ib id o ya D e sc a rte s c u a n d o | d e c ía q u e
p ara p e rfe c c io n a r el e s p íritu es m e n o s n e c e sa rio a p re n d e r
q u e reflex io n ar. D e d o n d e co n c lu y o q u e u n g ra n e s p íritu no
só lo n o su p o n e u n a g ra n m e m o ria, sino q u e la m áx im a ex ­
te n sió n del p rim e ro ex c lu y e sie m p re la e x te n sió n e x tre m a d e
la segunda.
P ara te rm in a r e s te c a p ítu lo y p ro b a r q u e a la d esig u al

296
e x te n sió n d e la m e m o ria n o d e b e a trib u irs e la fu e rz a d esig u al
d e los esp íritu s, só lo m e q u e d a el d e m o s tra r q u e los h o m ­
b re s c o m ú n m e n te b ie n o rg a n iz a d o s e stá n to d o s d o ta d o s d e
u n a e x te n s ió n de m e m o ria su fic ie n te p a ra ele v a rse a las m ás
altas ideas. T o d o h o m b re h a sid o , a e s te re sp e c to , b a sta n te
fa v o re c id o p o r la n a tu ra le z a si el alm acén d e su m e m o ria es
capaz d e c o n te n e r u n n ú m e ro d e id eas o d e h e c h o s tales q u e ,
co m p a rá n d o lo s e n tre sí sin cesar, p u e d e f sie m p re p e rc ib ir 203
alg u n a nueva relación, a u m e n ta r c o n tin u a m e n te el n ú m e ro de
sus ideas y, p o r consiguiente, co n seg u ir u n a m ayor ex ten sió n
p a ra su esp íritu . A h o ra b ie n , si tr e in ta o c u a re n ta o b je to s ,
c o m o lo d e m u e stra la g e o m e tría , p u e d e n c o m p a ra rse d e ta n ­
tas m a n eras q u e, e n el c u rso d e u n a larga v id a n ad ie p u e d a
o b se rv a r todas las rela cio n e s, ni d e d u c ir to d a s las ideas p o si­
b les; y si e n tre los h o m b re s q u e llam o b ie n o rg a n iz a d o s no
ex iste u n o solo cuya m e m o ria n o p u e d a c o n te n e r, n o sólo
to d a s las p alab ras d e u n a le n g u a, sino ad em ás u n a in fin id ad
d e d a to s, d e h ec h o s, d e lu g a re s y d e p e rso n a s y, fin a lm e n te ,
u n n ú m e ro d e o b je to s q u e su p e ra e n m u c h o el d e seis o
sie te m il; m e a tre v e ría a c o n c lu ir q u e to d o h o m b re b ie n
o rg a n iz a d o e stá d o ta d o d e u n a | capacidad d e m e m o ria m u y 204
s u p e rio r a la q u e p o d rá u tiliz a r para el a c re c e n ta m ie n to d e
sus id eas; q u e u n a m a y o r e x te n s ió n d e m e m o ria n o le p r o ­
p o rc io n a ría u n a m a y o r e x te n sió n a su e s p íritu ; y q u e así,
le jo s d e c o n s id e ra r la d esig u ald ad d e la m e m o ria d e los
h o m b re s co m o la ca u sa d e la d esig u ald ad d e su e s p íritu , e s ta
ú ltim a d esig u ald ad es ú n ic a m e n te e le c to , o d e la m a y o r o
m e n o r aten c ió n con la q u e o b s e rv a n la re la c ió n d e los o b je ­
to s e n tre sí, o d e la m a la elec ció n de los o b je to s cu y o
r e c u e rd o g u ard a n . E xisten , e n e fe c to , o b je to s e s té rile s q u e ,
ta les co m o fechas, n o m b re s d e lugar o d e p e rso n a s y sim ila­
re s, o cu p a n m u c h o esp acio en la m e m o ria sin q u e p u e d a n
p ro d u c ir ni una id e a n u ev a , ni u n a id e a in te re s a n te p a ra el
p ú b lic o . La d esig u ald ad d e los e s p íritu s d e p e n d e , p u e s , e n
p a rte d e 1a elec ció n d e lo s o b je to s q u e se g rab a n ] e n la 205
m e m o ria . Si los jó v e n e s q u e e n el c o le g io h a n lo g rad o los
é x ito s m ás b rilla n tes n o s ie m p re lo s c o n s ig u e n lu e g o c u a n d o
so n m a y o re s, es p o r q u e la c o m p a ra c ió n y la feliz ap licació n
d e las reglas d e D e s p a u té re 9, q u e h a c e n a los b u e n o s esco la-

9Jean D espauter o de S pouter fu e un gram ático flamenco conocido com o Jean el N ivinita
(1480-1520). Alcanzó ren o m b re con su Comentarii gramatici (1537) que hasta el siglo XVIII se
usó en los centros de enseñanza d e varios países europeos.

297
re s, n o g ara n tiza n q u e m ás ta rd e e sto s m ism o s jó v e n e s p o n ­
g an su a te n c ió n e n o b je to s d e cuya co m p a ra c ió n re s u lte n
id eas in te re sa n te s p ara el p ú b lic o ; y así, ra ra m e n te se es u n
g ra n h o m b re si n o se tie n e la v alen tía d e ig n o ra r u n a in fin i­
d ad d e cosas in ú tile s l0.

C a p í t u l o IV

De la desigual capacidad de atención

206 | H e m o stra d o q u e d e la m a y o r o m e n o r p e rfe c c ió n d e


los ó rg a n o s d e los se n tid o s y de la m e m o ria n o d e p e n d e la
g ra n d esig u ald ad d e lo s esp íritu s. N o p o d e m o s, p o r ta n to ,
b u sc ar su causa m ás q u e e n la d esig u al capacid ad d e a te n c ió n
d e los h o m b re s.
C o m o es la a te n c ió n m ás o m e n o s in te n sa la q u e g ra b a
m ás o m e n o s p ro fu n d a m e n te los o b je to s en la m e m o ria , la
q u e p e rm ite p e rc ib ir m e jo r o p e o r las re la c io n e s q u e c o n s ti­
tu y e n la m a y o ría d e n u e s tro s juicio s v e rd a d e ro s o íalsos; y
co m o es, fin a lm e n te , a esta a te n c ió n a la q u e d e b e m o s casi
207 todas | nuestras ideas es evid en te, se dirá, que de esta desi­
gual capacidad de atención de los h o m b res d e p en d e la fuerza
desigual de su espíritu.
A h o ra b ien , si la m ás le v e e n fe rm e d a d , a la q u e p o d ría ­
m os llam ar in d isp o sició n , b a sta p ara q u e la m a y o ría d e los
h o m b re s se sie n ta n in cap aces d e u n a a te n c ió n c o n tin u a d a ,
te n d ré q u e c o n s id e ra r q u e es sin d u d a a u n as e n fe rm e d a d e s,
p o r así d ec ir, im p e rc e p tib le s y, p o r c o n s ig u ie n te , a la d e si­
g u ald ad d e fu e rz a q u e la n a tu ra le z a d a a cada h o m b r e , a lo

10 El tem a d e la m em oria es fundam ental en el pensam iento em pirista del XVIII. D estruido
el «sujeto pensante» com o sustancia, e l principal problem a para explicar las leyes de asociación
d e ideas en que consiste p ara ellos el pensam iento, es definir el juego de la m em oria. N otem os
que H elvétius, que a veces reduce pensar a recordar, aquí se en red a un tanto. La m em oria
almacena imágenes d e objetos. P ero pensar, viene a decir, n o es sólo flujo d e im ágenes según
las leyes d e asociación regulares, al estilo de H um e, inspiradas en la atracción-repulsión
new toniana (m odelo que H elvétius usa constantem ente al señalar cómo la analogía e n tre lo
percibido y las ideas q u e u n o tiene favorece la grabación...). A quí, H elvétius, esforzándose en
distinguir «espíritu» d e «m em oria», p o n e a ésta com o almacén de objetos q u e el espíritu (aquí
espíritu-facultad, pensam iento) compara. El espíritu compara, capta las relaciones e n tre ios
objetos que la m em oria p o n e en la imaginación. Y esta comparación parece ser la que establece
la desigualdad d e los espíritus d e los hom bres.

298
q u e d e b e m o s a trib u ir p rin c ip a lm e n te la incapacidad to ta l d e
a te n c ió n q u e n o ta m o s en la m a y o ría d e ellos y su d esig u al
d isp o sició n p ara el e s p íritu . D e d o n d e co n c lu ire m o s q u e el
e sp íritu es sim p le m e n te u n d o n d e la n atu ra lez a.
P o r v e ro sím il q u e p a re z c a e s te ra z o n a m ie n to , n o h a sid o ,
sin em b a rg o , c o n firm a d o p o r la ex p e rien c ia.
j Si ex c e p tu a m o s a las p e rso n a s afligidas p o r e n fe rm e d a - 208
d es cró n icas y q u e o b ligadas p o r el d o lo r a p o n e r to d a su
ate n c ió n en su e s ta d o n o p u e d e n p re sta rla a los o b je to s
p ro p io s p a ra p e rfe c c io n a r su e s p íritu ni, p o r c o n s ig u ie n te ,
p u e d e n se r c o n tad a s e n tre lo s h o m b re s q u e llam o b ie n o rg a­
nizad o s, v e re m o s q u e to d o s los o tro s h o m b re s, in c lu so a q u e ­
llos q u e p o r ser d é b ile s y d e lic a d o s d e b e ría n , d e a c u e rd o co n
el ra z o n a m ie n to p r e c e d e n te , te n e r m e n o s e s p íritu q u e las
g e n te s b ien c o n stitu id as, p a re c e n a e s te re s p e c to se r los m ás
fav o rec id o s p o r la n atu raleza.
E n tre las p e rso n a s sanas y ro b u sta s q u e se d e d ic a n a las
a rte s y a las ciencias, p a re c e q u e la fu e rz a d e su te m p e ra ­
m e n to , al p ro v o c a rle s u n a n ec esid ad a p re m ia n te d e p la c e r,
les a p a rta m ás a m e n u d o d e l e s tu d io y d e la m e d ita c ió n d e lo
q u e la d eb ilid a d d e te m p e ra m e n to , | d e b id a a sus lig eras y 209
fre c u e n te s in d isp o sicio n es, p u e d a a p a rta r a las p e rso n a s d e li­
cadas. T o d o lo q u e p o d e m o s d e c ir es q u e , e n tre los h o m b re s
an im ad o s d e u n m ism o a m o r p o r el e s tu d io , el é x ito e n b ase
al cual se m id e la fu e rz a d e l e s p íritu p a re c e d e p e n d e r e n te ­
ra m e n te , ta n to d e las d istra c c io n e s m ás o m e n o s g ra n d e s
ocasio n adas p o r la d ife re n c ia d e g u sto s, d e fo rtu n a s, d e e sta ­
d o s, co m o d e la e le c c ió n m ás o m e n o s feliz d e los te m a s a
tra ta r, d el m é to d o m ás o m e n o s p e r f e c to q u e se sigue p ara
c o m p o n e r, del h áb ito m ás o m e n o s g ra n d e q u e se tie n e d e
re fle x io n a r, de los lib ro s q u e se le e n , d e las g e n te s refin ad a s
q u e se fre c u e n ta n y, fin a lm e n te , d e los o b je to s q u e el azar
p o n e a d ia rio a n te n u e s tro s o jo s. P a re c e q u e en el c o n c u rs o
d e los a c cid en te s n e c e s a rio s p a ra fo rm a r a u n h o m b r e d e
e s p íritu , la d if e r e n te capacid ad d e ate n c ió n q u e p o d r ía | p ro - 210
d u c ir la fu erza d ife re n te d e l te m p e r a m e n to n o d e b ie ra se r
to m a d a e n co n sid erac ió n . A sí, p u es, es in a p re c ia b le la d e s i­
g u ald ad d e e s p íritu o ca sio n a d a p o r la d ife re n te c o n s titu c ió n
d e lo s h o m b re s. H a s ta el m o m e n to n in g u n a o b se rv a c ió n
ex a cta h a p o d id o d e te r m in a r ia e sp e c ie d e te m p e ra m e n to
q u e es m ás a d e c u a d a p ara f o rm a r h o m b re s d e g en io , d e
m o d o q u e to d a v ía n o se h a c o n s e g u id o sa b e r q u é clase d e

299
h o m b re s, si alto s o b a jo s, g o rd o s o d elg ad o s, b ilio so s o
sa n g u ín eo s, tie n e n m ás a p titu d p ara el esp íritu .
P o r lo dem ás, a u n q u e e sta re s p u e s ta su m a ria p u d ie ra
b astar p a ra re fu ta r u n ra z o n a m ie n to q u e sólo se fu n d a en
v e ro sim ilitu d e s, sin em b a rg o , co m o esta c u e stió n es m u y im -
„ p o rta n te , p a ra re so lv e rla co n p re c isió n es n e c e sa rio exam i-
211 n ar si la falta d e a te n c ió n es en los h o m b re s | e fe c to d e la
im p o sib ilid ad física d e aplicarse, o d el d e s e o d e m a sia d o d éb il
d e in stru irse .
T o d o s los h o m b re s q u e llam o b ie n o rg an iz ad o s son cap a­
ces de aten c ió n , p u e s to q u e a p re n d e n a le e r, a p re n d e n su
le n g u a y p u e d e n c o m p re n d e r las p rim e ra s p ro p o sic io n e s d e
E uclides. A h o ra b ien , to d o h o m b re capaz d e co n c e b ir estas
p ro p o sic io n e s tie n e p o te n c ia física p ara e n te n d e rla s to d as. En
e fe c to , en g e o m e tría , co m o e n to d as las o tras cien cias, la
m a y o r o m e n o r facilidad d e ca p ta r u n a v e rd a d d e p e n d e d el
n ú m e ro m a y o r o m e n o r d e p ro p o sic io n e s a n te c e d e n te s q u e ,
p a ra co n c e b irla , hay q u e te n e r p re s e n te s en la m e m o ria. Si
to d o h o m b re b ie n o rg a n iz a d o p u e d e , co m o lo h e p ro b a d o en
el ca p ítu lo p re c e d e n te , c o lo ca r e n su m e m o ria u n n ú m e ro d e
212 id eas m uy su p e rio r ¡ al ex ig id o p o r la d e m o stra c ió n d e cu al­
q u ie r p ro p o sic ió n g e o m é tric a , y si m e d ia n te el o rd e n y la
re p re se n ta c ió n fre c u e n te d e las m ism as id e as se p u e d e , co m o
p ru e b a la ex p e rien c ia, hacerlas tan fam iliares y h a b itu a lm e n te
p re s e n te s co m o p ara re c o rd a rlo s sin d ific u ltad , se co n c lu y e
q u e cada u n o tie n e la p o te n c ia física d e seg u ir la d e m o stra c ió n
d e c u a lq u ie r v erd a d g e o m é tric a y q u e, d e s p u é s d e h a b e rse
ele v a d o de p ro p o sic ió n en p ro p o sic ió n y d e id e a an álo g a en
id e a análoga h asta el c o n o c im ie n to , p o r e je m p lo , d e n o v e n ta y
n u e v e p ro p o sic io n e s, to d o h o m b re p u e d e c o n c e b ir la c e n té ­
sim a co n la m ism a facilidad c o m o la se g u n d a, q u e d ista ta n to
d e la p rim e ra co m o la c e n té sim a de la n o n a g é sim o nona.
213 | A h o ra c o n v ie n e e x a m in a r si el g ra d o d e a te n c ió n n e c e ­
sa rio p a ra co n c e b ir la d e m o stra c ió n d e u n a v erd a d g e o m é ­
trica n o basta p a ra el d e s c u b rim ie n to de estas v e rd a d e s q u e
co lo ca n al h o m b re e n el ra n g o d e la g e n te ilu stre . C o n e ste
p ro p ó sito ru e g o al le c to r q u e o b se rv e co n m ig o la m a rc h a
q u e lleva el e s p íritu h u m a n o , ya sea cu a n d o d e s c u b re u n a
v erd a d , ya sea c u a n d o sim p le m e n te sig u e la d e m o stra c ió n .
N o voy a p o n e r u n e je m p lo sacado d e la g e o m e tría p o r q u e
su c o n o c im ie n to es a je n o a la m a y o ría d e los h o m b re s; lo
sacaré d e la m o ral, y el q u e p ro p o n g o es el sig u ien te : «¿Por

300
qtíe las conquistas injustas no deshonran tanto a las naciones
como los robos deshonran a los particulares?»
P ara re so lv e r e s te p r o b le m a m o ral, las ideas q u e se p r e ­
se n ta rá n e n p r im e r lu g a r e n m i e s p íritu so n las id eas d e
ju sticia j q u e m e so n m ás fam iliares; así q u e c o n s id e ra ré la 214
ju sticia e n tre p a rtic u la re s y re c o n o c e ré q u e los ro b o s , q u e
a lte ra n y tra sto rn a n el o rd e n d e la so c ie d a d , son c o n s id e ra ­
d o s ju s ta m e n te c o m o d e s h o n ro so s .
P e ro p o r m uy c o n v e n ie n te q u e fu e ra aplicar a las n acio ­
nes las ideas q u e te n g o d e la ju sticia e n tr e ciu d ad a n o s, sin
e m b a rg o , a la v ista d e ta n ta s g u e rra s in ju s ta s e m p re n d id a s en
to d a s las ép o cas p o r p u e b lo s q u e so n la a d m ira c ió n d el
m u n d o , p r o n to so sp e c h a ría q u e las id eas d e ju sticia co n
re fe re n c ia a u n p a rtic u la r n o so n ap licab les a las nacio n es.
E sta so sp e c h a se rá el p r im e r p aso q u e d ará m i e s p íritu p ara
lle g ar al d e s c u b rim ie n to q u e se p ro p o n e . P ara aclarar e sta
so sp e ch a , a p a rta ré e n p r im e r lu g a r las id eas de ju sticia q u e
m e so n m ás fam iliares. E v o c a ré e n m i m e m o ria | p ara rec h a- 215
zarlas in m e d ia ta m e n te , u n a in fin id a d d e ideas h asta el m o ­
m e n to en q u e m e d a ré c u e n ta de q u e , p ara re s o lv e r e sta
c u e s tió n , hay q u e fo rm a rse p re v ia m e n te ideas claras y g e n e ­
rale s d e la justicia, p a ra lo cual hay q u e re m o n ta r s e h a s ta el
e s ta b le c im ie n to d e las so c ied a d es, h asta eso s tie m p o s aleja d o s
e n los q u e se p u e d e p e rc ib ir m e jo r el o rig e n y d o n d e , p o r
o tr a p a rte , se p u e d e d e s c u b rir m ás fá c ilm e n te la razó n p o r la
cual los p rin c ip io s d e la ju sticia c o n s id e ra d a co n re s p e c to a los
ciu d ad a n o s no son ap licab les a las n aciones.
E ste será, m e a tre v o a d e c ir, el s e g u n d o p aso d e mi
e sp íritu . M e re p r e s e n ta r é a lo s h o m b re s co m o si n o tu v ie ra n
n in g ú n c o n o c im ie n to d e las ley es, ni d e las arte s, ap ro x im a ­
d a m e n te tal co m o d e b ía n s e r e n los a lb o re s del m u n d o " .
Los veo entonces dispersos en los bosques com o los otros
anim ales | salvajes; veo que, dem asiado débiles antes de la 216

11 Entram os en el tem a del «origen». En el siglo XV1I1, cuando la moral con código
teológico, absoluto, no sirve en la argum entación, la historia pasa a ser autoridad. P ero no sólo
la historia, es decir, esas anécdotas, estos tópicos, esos nom bres de hom bres y pueblos que
simbolizan la virtud y el vicio; tam bién la historia com o m étodo, com o m odelo de inteligibili­
dad. C onocer es, ahora, describir la génesis. El «origen» es principio necesario para iniciar esa
descripción y para fundam entar la valoración m oral del proceso. U n «origen» que, como
señala Rousseau en el segundo Discurso, no es cognoscible, quizá nunca haya existido. O sea,
q u e hay que imaginar. Y, com o R ousseau, com o H o b b es, H elvétius lo construye-im agina por
el m étodo de la aniquilatio, es decir, p o r la eliminación de lo histórico-social... A unque,
curiosam ente, no todos llegan al mismo final en la reducción. H elvétius se queda más cerca de
H obbes que de Rousseau. El cuadro que pinta a los salvajes errantes por el bosque es
rousseauniano, pero tam bién lucreciano. El De rerum natura era bien conocido por H elvétius.

301
in v e n ció n d e las arm as p a ra re sistir a las b estias fero ce s, esto s
p rim e ro s h o m b re s, in stru id o s p o r él p e lig ro , la n ec esid ad o
el m ie d o , han c o m p re n d id o q u e era in te re s a n te p ara cada
u n o d e ellos re u n irs e fo rm a n d o so ciedad y c o n s titu ir u n a liga
c o n tra los anim ales, sus e n e m ig o s co m u n es. V eo a c o n tin u a ­
ció n q u e estos h o m b re s, aso ciad o s, se c o n v irtie ro n p r o n to en
en e m ig o s p o r el d e s e o d e p o s e e r las m ism as cosas y se
a rm a ro n p ara a rre b a tá rse la s m u tu a m e n te ; q u e el m ás fu e rte
las a rre b a tó p rim e ra m e n te al m ás d éb il, p e ro é s te in v e n tó las
arm as y le p re p a ró em b o scad as p ara r e c u p e ra r aq u e llo s b ie ­
nes; q u e la fu erza y la h abilidad fu e ro n p o r co n sig u ie n te los
p rim e ro s títu lo s d e p ro p ie d a d ; q u e la tie rra p e rte n e c ió p r i­
m e ra m e n te al m ás f u e rte y, s e g u id a m e n te , al m ás astu to ;
217 | q u e a base d e sólo e s to s títu lo s se p o se y ó to d o al p rin cip io .
P e ro , fin a lm e n te , ilu m in ad o s p o r el m al c o m ú n , lo s h o m b re s
c o m p re n d ie ro n q u e su asociación n o re su lta ría v e n ta jo s a y
q u e las so c ied a d es no p o d ría n su b sistir, a m e n o s q u e a sus
p rim e ra s c o n v e n c io n e s añ a d ie ra n otras en v irtu d d e las cuales
cada u n o en p a rtic u la r re n u n c ia ra al d e re c h o d e la fu e rz a y
d e la astucia, y to d o s e n g e n e ra l se g a ra n tiza ran re c íp ro c a ­
m e n te la co n serv ac ió n d e su v id a y d e sus b ie n e s y se c o m ­
p ro m e tie ra n a arm a rse c o n tra el in fra c to r d e estas c o n v e n c io ­
nes; fu e así co m o d e to d o s los in te re se s d e los p a rtic u la re s se
fo rm ó u n in te ré s c o m ú n q u e b au tizó las diversas accio n es con
los n o m b re s d e ju stas, p e rm itid a s o in ju stas, seg ú n q u e fu eran
ú tiles, in d ife re n te s o p e rju d ic ia le s p ara las so cied ad es.
218 | U n a vez lle g ad o a esta v e rd a d , d e s c u b ro fá c ilm e n te la
fu e n te d e las v irtu d e s h u m an as; v e o q u e sin la se n sib ilid ad al
d o lo r y al p la c e r físico, sin d eseo s, sin p asio n es, in d ife re n te s
a to d o , los h o m b re s n o h u b ie ra n c o n o c id o el in te ré s p e r s o ­
nal; q u e sin in te ré s p e rso n a l n o se h ab ría n ag ru p a d o en so c ie­
dad, ni h ab rían e sta b le c id o e n tre ellos co n v e n c io n e s; q u e no
h ab ría ex istid o n in g ú n in te ré s g e n e ra l y, p o r co n sig u ie n te ,
ta m p o c o acciones ju stas o in ju stas 12; y q u e , p o r co n si­
g u ie n te , la sensibilidad física y el in te ré s p e rso n a l han sido
los a u to re s d e to d a ju sticia (6).
Esta v erd a d , ap o y ad a e n e s te axiom a d e ju risp ru d e n c ia , el
219 interés es la medida de las acciones de los hombres, y | corrobo-

12 Com o se ve, el argum ento es im pecablem ente hobbesiano en su naturalism o (a partir de


la sensibilidad, placer-dolor...) y en la concepción del pacto social com o sum isión al interés
general para salvar el interés personal. Y es hobbesiano — se verá en las páginas que siguen—
en su m anera de en ten d er la relación del hom bre con la ley.

302
rad a ad em ás p o r m il h e c h o s, m e p ru e b a q u e , v irtu o so s o
viciosos, se g ú n q u e n u e s tra s p asio n es o n u e s tro s g u sto s p a r­
ticu lares sean c o n fo rm e s o co n tra rio s al in te ré s g e n e ra l, te n ­
d em o s d e fo rm a tan n e c e sa ria a n u e s tro b ie n p a rtic u la r q u e
el p ro p io le g isla d o r d iv in o ha c re íd o q u e , p ara a n im ar a los
h o m b re s a la p ráctica d e la v irtu d , d e b ía p ro m e te rle s un b ien
e te rn o a ca m b io d e los p la c e re s te m p o ra le s q u e algunas
veces se v en o b lig a d o s a sacrificar.
S e n ta d o e s te p rin c ip io , m i e s p íritu saca co n sec u en cias y
m e d o y c u e n ta d e q u e to d a c o n v e n c ió n en la q u e el in te ré s
p a rtic u la r se e n c u e n tra en o p o sic ió n co n el in te ré s g e n e ra l
h ab ría sido sie m p re v io la d a si los le g isla d o re s n o h u b ie ra n
o fre c id o g ran d e s re c o m p e n sa s a la v irtu d y si n o h u b ie se n
c o n tin u a m e n te o p u e s to el d iq u e d el d e s h o n o r y d e l su p licio
a la te n d e n c ia natu ral q u e lleva a los h o m b re s a la u su rp a - 220
ción. V eo, p u es, q u e el castigo y el p re m io so n los d o s
ú n ico s lazos p o r m e d io d e los cuales han p o d id o m a n te n e r
u n id o el in te ré s p a rtic u la r al in te ré s g e n e ra l, y co n c lu y o q u e
las ley es, h ech as p ara la felicidad de to d o s, n o se rían o b s e r­
vadas p o r n ad ie si los m a g istrad o s no tu v ie ra n el p o d e r n e c e ­
sario para aseg u rar su c u m p lim ie n to . Sin e ste p o d e r, violadas
las ley es p o r la m ayoría, se rían co n ju sticia in frin g id as p o r
cada in d iv id u o , p o rq u e al te n e r las leyes p o r fu n d a m e n to la
u tilid ad p ú b lic a, d e s d e el m o m e n to e n q u e p o r la in fra cc ió n
g e n e ra liz a d a se v u elv en in ú tile s, son nulas y cesan d e ser
leyes: cada u n o v u e lv e a sus p rim e ro s d e re c h o s; cada u n o
sólo se d e ja a c o n se ja r p o r su in te ré s p a rtic u la r, | q u e co n 221
ra z ó n le p r o h íb e o b s e r v a r u n a s le y e s q u e se v u e lv e n
p e rju d ic ia le s para el q u e fu e ra solo e n o b serv arlas. P o r esto ,
si p a ra la se g u rid a d d e las c a rre te ra s se h u b ie ra p ro h ib id o
a n d a r p o r ellas co n a rm a s y p o r falta d e g e n d a rm e s las
g ra n d e s ru ta s se v ie ra n in fe sta d a s de la d ro n e s, es ta ley no
h ab ría cu m p lid o su o b je tiv o , en cu y o caso n o sólo un h o m ­
b re p o d ría viajar con arm a s y violar e s ta co n v e n c ió n o es ta
ley in ju sta, sino q u e se ría u n a lo c u ra o b se rv a rla.
D e sp u é s d e q u e mi e s p íritu haya lle g ad o , p aso a p aso , a
fo rm a rse ideas claras y g e n e ra le s d e la justicia; d e s p u é s d e
h a b e r re c o n o c id o q u e co n siste en la ex acta o b se rv a n cia d e las
co n v e n cio n es q u e el in te ré s c o m ú n , j es d ec ir, la re u n ió n d e 222
to d o s los in te re se s p a rtic u la re s, les ha e m p u ja d o a e stab lece r;
só lo le q u e d a a mi e s p íritu ap lica r a las nacio n es estas id eas
de justicia. B a jo la luz d e lo s p rin c ip io s esta b le c id o s an te-

303
rio rm en te, observo de inm ediato que no todas las naciones
han establecido en tre ellas unas convenciones que les garan­
ticen recíp ro cam en te la p osesión de los territo rio s 13 que
ocupan y de los bienes q u e poseen. Si q u iero descubrir la
causa, mi m em oria, reco rd án d o m e el m apa general del
m undo, m e enseña q u e los p ueblos no han hecho en tre ellos
esta clase de convenciones, p o rq u e no han tenido para hacer­
las un interés tan u rg en te com o los individuos, po rq u e las
naciones p u ed en subsistir sin convenciones e n tre ellas, m ien­
tras que ias sociedades no p u e d e n m an ten erse sin leyes. D e
223 do n d e concluyo q u e | las ideas de justicia, consideradas
en tre naciones o e n tre individuos, han de ser extrem ada­
m en te diferentes.
Si la Iglesia y los reyes p e rm ite n la trata de negros; si ei
cristiano, que m aldice en n o m b re de D ios al que provoca
trastornos y disensiones en las familias, bendice al com er­
ciante que recorre la C osta de O ro o el Senegal para cam biar
po r negros las m ercancías q u e los africanos codician; si p o r
este com ercio los euro p eo s provocan sin rem ordim ientos
guerras eternas en tre estos pueblos, es d eb ido a que, con
excepción de los tratados particulares y los usos general­
m en te aceptados a los q u e se da el n o m b re de derecho de
gentes, la Iglesia y los reyes piensan q u e los pueblos están
en tre sí exactam ente en el m ism o caso que los prim eros
224 hom bres antes de q u e | h ubieran form ado sociedades y h u ­
bieran conocido o tros derechos adem ás de la fuerza y la
astucia, antes de que h u b iera e n tre ellos ninguna convención,
ninguna ley, ninguna propiedad, y de que p u d iera haber, p o r
consiguiente, ningún robo ni ninguna injusticia. Con respecto
a los tratados particulares q u e las naciones acuerdan en tre sí,
veo que, al no h ab er sido suscritos p o r un n úm ero bastante
grande de naciones, casi nunca han p o d id o m antenerse p o r la
fuerza y que, p o r consiguiente, com o leyes sin fuerza, han
ten id o que q u ed ar sin ejecución.
C uando, al aplicar a las naciones las ideas generales de la
justicia, mi espíritu ha red u cid o la cuestión a este p unto,
descubre a continuación p o r qué el p u eb lo que infringe los
tratados hechos con o tro p ueblo es m enos culpable que el
225 individuo que viola las convenciones j hechas con la socie-

13 En el original, «pays». T raducir p o r «países» podría en ten d erse que habla d e las «pose­
siones» d e otros países, colonias, dom inios, etc. C reem os que aquí H elvétius había de la
«nation» como Estado y d el «pays» com o su territorio.

304
dad ; y p o r q u é , c o n fo rm e a la o p in ió n p ú b lic a, las co n q u ista s
in ju stas d e s h o n ra n m e n o s u n a n ac ió n d e lo q u e los ro b o s
d e g ra d a n a u n in d iv id u o e n p articu la r. B asta re c o rd a r la lista
d e to d o s los tra ta d o s v io la d o s en to d as las ép o c as p o r to d o s
los p u eb lo s. E n c u e n tro así q u e hay sie m p re u n a g ra n p r o b a ­
b ilid ad d e q u e , sin te n e r e n c u e n ta sus tra ta d o s, a p ro v e c h e n
las ép o cas de p e rtu rb a c io n e s y calam id ad es p ara atacar a sus
v ecin o s co n v en taja , c o n q u ista rlo s o, c o m o m ín im o , p o n e rlo s
e n co n d ic io n e s d e q u e n o les p u e d a n p e rju d ic a r. A h o ra b ien ,
cada n ación, in stru id a p o r la h isto ria , p u e d e c o n s id e ra r q u e
e s ta p ro b ab ilid ad es ta n g ra n d e co m o p a ra p e rsu a d irs e d e
q u e la in fracció n d e u n tra ta d o q u e re s u lta v e n ta jo s o v io lar
es u n a cláu su la tácita d e to d o s los tra ta d o s q u e n o so n , en
rea lid ad , m ás q u e u n as treg u a s; y q u e al a p ro v e c h a r | la 226
o ca sió n fav o rab le p a ra r e d u c ir a sus v ec in o s, n o h ace m ás
q u e llevarles la d e la n te ra , p o r q u e to d o s los p u e b lo s, fo rzad o s
a e x p o n e rs e al r e p ro c h e d e la in ju stic ia o al yugo d e la se rv i­
d u m b re , son re d u c id o s a la a lte rn a tiv a d e ser esclavos o so b e ­
ra n o s 14.
P o r o tra p a rte , si en to d a nació n la situ ac ió n d e m e ra
co n serv ac ió n es algo e n q u e es casi im p o sib le m a n te n e rs e , y
si el lím ite d el e n g ra n d e c im ie n to d e un im p e rio d e b e ser
co n sid e ra d o , co m o lo p ru e b a la histo ria de R o m a, co m o un
p re sa g io casi c ie rto d e su d ec ad e n cia, es e v id e n te q u e cad a
n ac ió n p u e d e llegar a c re e rs e ta n to m ás a u to riz a d a a estas
co n q u ista s co n sid erad a s in ju stas, p o r c u a n to q u e , al no e n ­
c o n tra r e n la g ara n tía, p o r e je m p lo , d e d o s n ac io n es c o n tra
u n a te rc e ra , ta n ta se g u rid a d c o m o la q u e u n p a rtic u la r e n ­
c u e n tra en la g ara n tía d e su | nació n c o n tra o tro p a rtic u la r, el 227
tra ta d o ha de re s u lta r m e n o s sag rad o , p u e s su c u m p lim ie n to
re su lta in cierto .
Es en e ste m o m e n to e n q u e m i esp íritu ha p e n e tr a d o
h asta esta ú ltim a id e a c u a n d o d e s c u b ro la so lu c ió n d el p r o ­
b lem a d e m o ral q u e m e h ab ía p ro p u e s to . C o m p re n d o a h o ra
q u e la violació n d e los tra ta d o s, e sta e sp e c ie d e b a n d id a je
e n tre n acio n es, p e rsistirá , c o m o lo p ru e b a el p asad o , g a ra n tía
d el fu tu ro , h asta q u e to d o s lo s p u e b lo s , o al m e n o s la m ayo-

14 Resaltamos una vez más la sem ejanza con H obbes. Estas páginas no desentonarían
introducidas en el De C ite o en el Leviathan. a no ser p o r g en erar repeticiones. A unque, bien
m irado, sorprendería el estilo. H elvétius ha adoptado ahora el «m étodo d e análisis» cartesiano.
Es decir, en prim era persona nos expone figuradam ente el «camino del descubrim iento». Ha
sustituido el «on» p or el «je». Pero a veces pasa al «nous», los tiem pos de la acción se
cambian incluso en el mismo párrafo y g en era un curioso trastrueque de planos. En lo posible
hemos intentado hom ogeneizarlo.

305
ría d e ello s, su sc rib an u n o s c o n v e n io s g e n e ra le s; hasta q u e
las n ac io n e s, c o n fo rm e al p ro y e c to d e E n riq u e IV o del
a b a te d e S a in t-P ie rre ls, se hayan g a ra n tiz a d o re c íp ro c a ­
m e n te sus p o se sio n e s, se h ayan c o m p ro m e tid o a a rm a rse
c o n tra el p u e b lo q u e q u isiera so m e te r a o tro ; h asta q u e , p o r
228 fin, el azar haya esta b le c id o u n a d esig u ald ad | ta n g ra n d e
e n tre el p o d e r d e cada e sta d o en p a rtic u la r y el d e to d o s los
o tro s re u n id o s, q u e e sto s c o n v e n io s se p u e d a n m a n te n e r p o r
la fu erza; hasta q u e lo s p u e b lo s p u e d a n e s ta b le c e r e n tr e ello s
la m ism a p o lítica q u e un sa b io le g isla d o r e s ta b le c e e n tr e los
ciu d ad a n o s cu a n d o , m e d ia n te la re c o m p e n s a asig n ad a a las
b u en a s acciones y las p en a s infligidas a las m alas, les o b lig a
a la v irtu d d a n d o a su h o n ra d e z el re sp a ld o d el in te ré s
p erso n a l.
Es cosa c ie rta q u e , c o n fo rm e a la o p in ió n p ú b lic a, las
co n q u ista s in ju stas, m e n o s c o n tra ria s a las leyes e q u itativ as y,
p o r c o n s ig u ie n te , m e n o s crim in ale s q u e los ro b o s e n tre p a r ­
tic u la re s, n o d e s h o n ra n a las n ac io n e s ta n to co m o los ro b o s
d e s h o n ra n a un ciu d ad an o .
R e su e lto e s te p r o b le m a m o ral, si o b se rv a m o s el c a m in o
229 q u e mi esp íritu ha se g u id o ¡ para re so lv e rlo v e re m o s q u e yo
h e e m p e z a d o p o r re c o rd a r las ideas q u e m e e ra n m ás fam ilia­
res, las he c o m p a ra d o e n tr e sí, h e o b se rv a d o su c o n fo rm id a d
o d isc o n fo rm id a d re s p e c to al o b je to d e m i ex a m e n ; a c o n ti­
n u ac ió n h e rec h aza d o estas ideas, h e re c o rd a d o o tra s y h e
r e p e tid o e s te m ism o p ro c e d im ie n to h a sta q u e, p o r fin , m i
m e m o ria m e ha p re s e n ta d o lo s ,o b je to s d e la co m p a ra c ió n d e
los q u e d e b ía re su lta r la v erd a d q u e an d a b a b u sc an d o .
A h o ra b ie n , co m o el m é to d o se g u id o p o r el e s p íritu es
sie m p re el m ism o, e s ta m a n e ra de d e s c u b rir u n a v erd a d q u e
h e d e s c rito ha d e p o d e rs e ap licar a todas las v e rd a d e s. S ó lo
q u isie ra re sa lta r so b ré e s te te m a q u e , p ara h ac er un d e s c u ­
b rim ie n to , es n ec e sa rio te n e r en la m e m o ria los o b je to s
cuyas rela cio n e s c o n tie n e n e s ta v erd a d .

15 H elvétius se refiere al proyecto, dudoso, q u e según Sully tenía Enrique IV para lograr la
unidad de la cristiandad. Cada Estado contaría con la garantía de los otros Estados cristianos y
en todos se desarrollarían con igual libertad las distintas religiones cristianas (Cf. G. Besse, op.
cit., p. 134). En cuanto al abate d e Saint-Pierre (1658-1743), en sus obras configuró la idea de
la unión de los Estados de Europa, incluyendo al zar de Rusia y a los Estados norteafricanos. La
U nión se formaría para garantizar la paz y bajo el respeto a los Estados m iem bros. La U nión
controlaría los efectivos militares de cada Estado, arbitraría los conflictos e n tre ellos, y contaría
con unas fuerzas militares propias formadas por soldados de diversas naciones. V er obras suyas
como Mémoire pour rendre la p a ix perpétuelle en Europe (1712), Projet pour rendre la paix
perpétuelle entre les souverains chrétiens (1717).

306
¡ Si re c o rd a m o s lo q u e h e d ic h o co n a n te rio rid a d al 230
e je m p lo q u e acabo d e d a r, y e n c o n s e c u e n c ia nos p r o p o n e ­
m o s sa b er si to d o s los h o m b re s b ien o rg a n iz a d o s e stá n re a l­
m e n te d o ta d o s de u n a a te n c ió n su fic ie n te p ara ele v a rse a las
ideas m ás elevadas, hay q u e co m p a ra r las o p e ra c io n e s d el
e s p íritu cu a n d o hace el d e s c u b rim ie n to o c u a n d o sig u e sim ­
p le m e n te la d e m o stra c ió n d e u n a v erd a d y e x a m in a r cuál d e
estas o p e ra c io n e s e x ig e n u n a m a y o r a te n c ió n l6.
P ara se g u ir una d e m o s tra c ió n d e g e o m e tría es in ú til tra e r
al e s p íritu m u c h o s o b je to s ; c o rre s p o n d e al m a e stro p re s e n ta r
a los o jo s d e su a lu m n o lo s ad e c u a d o s p ara d a r la so lu ció n
d el p ro b le m a q u e él le h a p ro p u e s to . P e ro , ta n to si un
h o m b re d e s c u b re u n a v e rd a d c o m o si sig u e u n a d e m o s tra ­
ció n , | d e b e , ta n to e n un caso c o m o e n el o tro , o b se rv a r 231
ig u a lm e n te las re la c io n e s q u e tie n e n e n tre sí los o b je to s q u e
su m e m o ria o su m a e stro le p re se n ta n . A h o ra b ie n , co m o no
es p o sib le , si n o es p o r u n azar sin g u lar, re p r e s e n ta r s e ú n i­
c a m e n te las ideas n e c e sa ria s para el d e s c u b rim ie n to d e u n a
v erd a d y c o n s id e ra r só lo lo s asp ec to s b a jo los cuales d e b e n
c o m p a ra rse e n tre sí, es e v id e n te q u e , p a ra h a c e r u n d e sc u ­
b rim ie n to , hay q u e r e c o rd a r al e s p íritu u n a g ran ca n tid ad d e
ideas ex tra ñ as al o b je to q u e se in v estig a y h ac er u n a in fin i­
d ad d e c o m p a ra c io n e s in ú tile s, c o m p a ra c io n e s cu y a m u ltip li­
cidad p u e d e d esan im ar. H a y q u e e m p le a r u n tie m p o e n o r ­
m e m e n te s u p e rio r |p a ra d e s c u b rir una v erd a d q u e p ara se g u ir 232
la d e m o stra c ió n . P e ro el d e s c u b rim ie n to d e esta v erd a d n o
exige en n in g ú n m o m e n to u n e s fu e rz o d e a te n c ió n su p e rio r
al q u e re q u ie re el se g u im ie n to d e u n a d e m o stra c ió n .
Si, p ara c o m p ro b a rlo , o b se rv a m o s a u n e s tu d ia n te d e
g e o m e tría , v ere m o s q u e é s te ha d e p re sta r una m a y o r a te n ­
ció n e n c o n sid e ra r las fig u ras g e o m é tric a s q u e el m a e stro le
p re s e n ta , pues, sié n d o le e s to s o b je to s m e n o s fam iliares q u e
los q u e le p re se n ta ría la m e m o ria , su e s p íritu d e b e o c u p a rse
d el d o b le cu id ad o d e c o n s id e ra r estas figuras y d e d e s c u b rir
las re la c io n e s e x iste n te s e n tr e ellas: d e d o n d e se sig u e q u e la
a te n c ió n n ecesaria p ara se g u ir la d e m o stra c ió n de u n a p ro p o -

16 H o b b es en su De Corpore distinguía el m étodo compositivo (sintético) y el descomposi-


tivo o resolutivo (analítico) inclinándose por el prim ero, cuyo m aestro sería Euclides. (V er De
Corpore, I, VI, 10 ss.)- Tam bién D escartes, especialm ente en su Réponse a las objeciones de
M ersenne a sus Meditaciones Metafísicas, distingue ambos, inclinándose p or el analítico, si bien
reconociendo al sintético ventajas didácticas. Spinoza y N ew ton estaban más en la línea de
H obbes; H arvey y G alileo estaban próxim os a D escartes. En cualquier caso constituía un gran
debate filosófico en los m om entos d e constitución de la nueva ciencia, q u e prorroga el X V III.

307
sición g e o m é tric a basta p a ra d e s c u b rir u n a v erd a d . Es c ie rto
q u e, e n este ú ltim o caso, la ate n c ió n ha d e se r m ás c o n ti­
nuada; p e ro esta co n tin u id a d d e la ate n c ió n n o es p ro p ia ­
m e n te o tra cosa q u e la re p e tic ió n de los m ism o s acto s d e
aten c ió n . A dem ás, si to d o s los h o m b re s, co m o h e d ich o
233 | m ás arrib a, son capaces d e a p r e n d e r a le e r y d e a p re n d e r su
len g u a, son ta m b ié n capaces, n o sólo d e la a te n c ió n viva,
sino ta m b ié n de la a te n c ió n c o n tin u a d a q u e el d e s c u b ri­
m ie n to d e u n a v erd a d exige.
¡Q u é c o n tin u id a d d e a te n c ió n n o se n ec esita p ara c o n o c e r
las letras, agru p arlas, fo rm a r sílabas, c o m p o n e r p alab ras, o
p ara a g ru p a r en la m e m o ria o b je to s d e u n a n atu ra lez a d ife ­
r e n te q u e no tie n e n e n tre ellos m ás q u e u n as rela cio n e s
arb itra ria s, co m o las p alab ras encina, grandeza, amor, q u e n o
tie n e n n in g u n a re la c ió n real co n la id ea, la im ag en o el
s e n tim ie n to q u e ex p resan ! Es, p u e s, c ie rto q u e, si p o r la
co n tin u id a d d e aten c ió n , es d ecir, p o r la re p e tic ió n fre c u e n te
d e los m ism os actos d e a te n c ió n , to d o s los h o m b re s consi-
234 g u e n g ra b a r su c e siv a m e n te en su m e m o ria todas las | p alab ras
de u n a len g u a, e stá n to d o s d o ta d o s d e la fu e rz a y la c o n ti­
n u id ad d e aten c ió n necesarias p ara elev a rse a estas g ra n d e s
ideas cu y o d e s c u b rim ie n to lo s coloca e n la ca te g o ría d e
h o m b re s ilu stres 17.
P e ro , se d irá , si to d o s los h o m b re s están d o ta d o s d e la
aten c ió n necesaria p ara d e s ta c a r en u n g é n e ro cu a n d o la falta
d e h á b ito n o los h a h e c h o incapaces, ta m b ié n es c ie rto q u e
esta ate n c ió n cu e sta m ás a u n o s q u e a o tro s. E n to n c e s, ¿a
q u é o tra cau sa q u e n o sea a la m a y o r o m e n o r p e rfe c c ió n d e
la organ izació n a trib u iría m o s esta m a y o r o m e n o r facilidad d e
aten ció n ?
A n te s d e c o n te s ta r d ire c ta m e n te a esta o b je c ió n , q u e rría
h a c e r n o ta r q u e la a te n c ió n n o es e x tra ñ a a ia n atu ra lez a d el
h o m b re . E n g e n e ra l, c re e m o s q u e es difícil so s te n e r la aten -
235 ció n , p o r q u e to m a m o s la | fatiga d el fastid io y d e la im p acien -

17 N otem os la finura d e H elvétius, su capacidad d e reducir todo fenóm eno — la vida o el


pensam iento— a efecto de una serie d e factores; su habilidad para, fijando hipotéticam ente esta
o aquella variable, m ostrar la insuficiencia d e las otras. Y todo ello no para «sospechar» que el
fenóm eno es com plejo, irreductible a síntesis d e factores diferenciales, sino, al contrario, para
m ostrar que todos esos factores, naturales o reducibles a elem entos naturales, no explican el
espíritu y sus diferencias. Así le queda abierto el cam ino de su tesis: el espíritu es efecto d e la
educación. Para ello hay q u e dem ostrar lo q u e la «experiencia» (a la q u e a veces dice recurrir)
parece incapaz d e dem ostrar, a saber, que todos los hom bres están orgánicamente, natural­
m ente y uniform em ente bien dotados para elevarse al espíritu en cualquiera de sus géneros.
Sólo la educación pone la diferencia y la desigualdad.

308
cía p o r la fatiga d e la aplicación. En e fe c to , si n o e x iste un
h o m b re sin d e s e o s, n o e x iste u n h o m b re sin aten c ió n .
C u a n d o se ha a d q u irid o el h á b ito , la a te n c ió n se c o n v ie rte en
u n a n ecesid ad . Lo q u e c o n v ie rte a la a te n c ió n e n fatig o sa, es
el m o tiv o q u e n os d e te rm in a a p re stá rse la . ¿Es e s te m o tiv o la
n ec esid ad , la indig en cia, el m ie d o ? La a te n c ió n es e n to n c e s
un dolor. ¿Es la esperanza d el placer el m otivo? La atención se
co n v ie rte e n to n c e s ella m ism a en p la ce r. P re s e n te m o s a u n a
m ism a p e rso n a d o s e s c rito s difíciles d e descifrar; el u n o es
un p ro c e so verb al, el o tr o e s la ca rta d e u n am an te : ¿q u ién
d u d a d e q u e to d o lo q u e tie n e d e p e n o s o la a te n c ió n en el
p rim e r caso lo tie n e d e a g ra d a b le en el se g u n d o ? C o m o
c o n s e c u e n c ia d e esta o b se rv a c ió n se p u e d e fá c ilm e n te ex p li­
car p o r q u é la a te n c ió n c u e sta m ás a u n o s q u e a o tro s, j P ara 236
ello n o hay q u e s u p o n e r q u e ex ista e n tre los h o m b re s
n in g u n a d ife re n c ia d e o rg an izació n : b asta h a c e r n o ta r q u e , en
e s te asp ec to , la p e n a d e la a te n c ió n es sie m p re p r o p o rc io ­
n ad a al m a y o r o m e n o r g ra d o d e p la c e r q u e cada u n o c o n si­
d e ra co m o re c o m p e n sa p o r e s ta p en a . A h o ra b ien , si los
m ism o s o b je to s n o tie n e n s ie m p re el m ism o v alo r p ara d is­
tin to s o jo s, es e v id e n te q u e al p r o p o n e r a d iv e rso s h o m b re s
el m ism o o b je to c o m o r e c o m p e n s a n o se les p ro p o n e re a l­
m e n te la m ism a re c o m p e n sa ; y q u e si e stá n o b lig a d o s a
rea liza r los m ism o s e s fu e rz o s d e a te n c ió n , e sto s e s fu e rz o s
re su lta rá n , p o r co n sig u ie n te , m ás p e n o s o s p ara u n o s q u e p ara
o tro s. Es, p u es, p o sib le re so lv e r el p ro b le m a d e u n a a te n c ió n
m ás o m e n o s fácil, sin te n e r q u e re c u rr ir al m is te rio d e un a
d esig u al p e rfe c c ió n e n los ó rg an o s q u e la | p ro d u c e n . P e- 237
ro a d m itie n d o incluso, a e s te re s p e c to , u n a c ie rta d ife re n c ia
en la o rg an iz ac ió n d e los h o m b re s, afirm o q u e si su p o n e m o s
en ello s un vivo d e s e o d e in s tru irs e , d e s e o d el q u e to d o s los
h o m b re s son su sc ep tib les, n o hay e n to n c e s n in g u n o q u e n o
esté d o ta d o d e la capacidad d e a te n c ió n n ec esaria p a ra d is­
tin g u irse e n u n arte . En e fe c to , si el d e s e o de felicidad es
co m ú n a to d o s los h o m b re s , si es é s te el se n tim ie n to m ás
vivo, es e v id e n te q u e , p a ra o b te n e r e sta felicidad, cada u n o
hará sie m p re to d o lo q u e e s té e n su p o d e r hacer. A h o ra
b ie n , to d o h o m b re , co m o ac ab o d e p ro b a r, es capaz d el g ra d o
d e a te n c ió n su ficien te p ara ele v a rse hasta las id eas m ás e le ­
vadas. A sí, p u e s, h ará u so de esta capacidad d e a te n c ió n
cu a n d o p o r la legislació n d e su país, su g u sto p a rtic u la r o su
ed u c ac ió n , la felicid ad I se c o n v ie rta e n el p re m io d e e s ta 238

309
aten c ió n . S erá difícil re sistirse a esta co n c lu sió n , s o b re to d o
si, co m o p u e d o p ro b a rlo , n o es n ec esario , para h a c e rse s u p e ­
rio r e n un a rte , p re sta rle to d a la a te n c ió n d e q u e se es capaz.
P ara no d e ja r n in g u n a d u d a acerca d e e s ta v e rd a d , c o n ­
su lte m o s la ex p e rien c ia. I n te rro g u e m o s a la g e n te d e letras:
to d o s h an c o n s ta ta d o q u e lo s m ás b ello s v erso s d e sus p o e ­
m as no se d e b e n a los m ás p e n o s o s esfu e rz o s d e a te n c ió n , ni
las situ acio n es m ás o rig in a les d e sus n o v elas, ni los p rin c ip io s
m ás lu m in o so s de sus o b ra s filosóficas. C o n fe sa rá n q u e to d o
lo d e b e n al e n c u e n tro feliz de c ie rto s o b je to s q u e el azar ha
p u e s to a n te sus o jo s o ha p re s e n ta d o a su m e m o ria , d e cuya
239 co m b in a c ió n h an re s u lta d o e sto s h e rm o so s v erso s, estas | si­
tu a cio n e s s o rp re n d e n te s y esta s g ra n d e s ideas filosóficas;
ideas q u e el e s p íritu c o n c ib e co n m a y o r ra p id e z y facilidad
p o r q u e son m ás v e rd a d e ra s y m ás g e n e ra le s. A h o ra b ien , si
en to d a o b ra estas h e rm o sa s id eas, sean d e la clase q u e sean,
so n , p o r así d ec ir, la h u e lla del g en io ; si el a rte d e em p lea rlas
n o es m ás q u e u n a o b ra del tie m p o y d e la p a c ie n c ia y d e
esto q u e se llam a tra b a jo d e o p e ra rio , es p u e s c ie rto q u e el
g e n io es m e n o s el fru to d e la a te n c ió n q u e un d o n d e l azar,
el cual p re s e n ta a to d o s los h o m b re s estas ideas felices de las
q u e sólo se a p ro v e c h a aq u el q u e , se n sib le a la g lo ria , está
a te n to a captarlas. El azar es, en casi to d a s las a rte s, r e c o n o ­
cid o g e n e ra lm e n te c o m o el a u to r de la m a y o ría d e los d e s c u ­
b rim ie n to s; y si e n las ciencias esp ec u lativ as su p o d e r se n o ta
240 m e n o s, | no p o r ello es m e n o s real y n o d e ja d e p re s id ir el
d e s c u b rim ie n to de las ideas m ás h erm o sa s. A sí, tal co m o h e
dich o , n o so n éstas el p re m io a los m ás p e n o s o s e s fu e rz o s d e
aten c ió n , y p o d e m o s ase g u ra r q u e la a te n c ió n q u e ex ig e el
o rd e n de las ideas, la m a n e ra de ex p re sa rla s, y el a rte d e
pasar de u no a o tr o te m a (7), es sin o b je c ió n p o sib le, m u c h o
m ás fatigoso; y q u e , fin a lm e n te , la m ás p e n o s a d e to d as es la
q u e exige la c o m p a ra c ió n d e los o b je to s q u e n o n o s so n
fam iliares. P o r e s to el filósofo, capaz d e seis o sie te h o ras d e
p ro fu n d a m e d ita c ió n , no p o d rá , sin cansar d em asiad o la a te n ­
ción, p asar estas seis o sie te h o ras e n el ex a m e n d e un
241 p r o c e d im ie n to judicial o e n co p ia r j fiel y c o rre c ta m e n te un
m a n u scrito ; p o r esto , lo s c o m ien z o s d e c u a lq u ie r cien cia so n
sie m p re ta n espin o so s.
P o r ta n to , al h áb ito d e c o n s id e ra r c ie rto s o b je to s le d e ­
b em o s no sólo la facilidad co n la q u e los co m p a ra m o s, sino
ta m b ié n la co m p arac ió n a c e rta d a y rá p id a q u e h ac em o s d e

310
esto s o b je to s e n tre sí. E sta es la raz ó n p o r la q u e el p in to r
p e rc ib e a la p rim e ra o je a d a los d e fe c to s d e d ib u jo o d e c o lo r
q u e hay e n un cu a d ro , in visibles a los o jo s d e l h o m b re
co m ú n ; p o r la q u e el p a s to r, a c o stu m b ra d o a o b se rv a r a sus
o v ejas, d e s c u b re e n tr e ellas p a re c id o s y d iferen c ia s q u e le
p e rm ite n distinguirlas; y p o r la que sólo se do m in an las m a te ­
rias ac erca d e las q u e se h a m e d ita d o d u r a n te m u c h o tie m p o .
Sólo a la aplicación m ás o m e n o s c o n s ta n te co n la q u e
jex am in em o s u n te m a d e b e m o s las ideas su p e rfic iale s o p ro - 242
fu n d as q u e te n e m o s so b re el m ism o. P a re c e q u e las o b ras
m uy m e d ita d as y q u e han ta rd a d o e n c o m p o n e rs e so n las
m ás ricas d e c o n te n id o , y q u e e n las o b ra s d e l e s p íritu , co m o
en m ecánica, se g a n a e n fu erza lo q u e se p ie rd e en
1X
tie m p o .
P e ro , p ara n o a p a rta rm e d el a su n to , r e p e tiré q u e si la
ate n c ió n m ás p e n o s a es la q u e se aplica a la co m p arac ió n d e
o b je to s q u e n o s so n p o co fam iliares, y si esta ate n c ió n es
p re c isa m e n te d e la clase q u e exige el e s tu d io d e las len g u as,
to d o s los h o m b re s, p u e sto q u e so n capaces de a p re n d e r su
le n g u a, e stá n d o ta d o s d e u n a fu erza y d e u n a co n tin u id a d d e
a te n c ió n su ficien te s p ara ele v a rse al ran g o d e los h o m b re s
ilu stres.
C o m o ú ltim a p ru e b a [ d e esta v erd a d só lo nos q u e d a 243
re c o rd a r aquí q u e el e rro r, s ie m p re ac cid en ta l, c o m o h e
d ic h o ya en m i p r im e r D isc u rso , n o es in h e re n te a la n a tu ra ­
leza p a rtic u la r d e c ie rto s esp íritu s; q u e to d o s n u e s tro s ju icio s
falsos son e fe c to , o d e n u e s tra s p a sio n es, o d e n u e s tra
ig n o ran cia: de d o n d e se sig u e q u e to d o s los h o m b re s están
d o ta d o s p o r la n a tu ra le z a d e u n e s p íritu ig u a lm e n te ju sto y
q u e si se les p re se n ta n lo s m ism os o b je to s , fo rm a rían to d o s
los m ism os juicios. A h o ra b ien , co m o la e x p re sió n espíritu
justo, to m a d a en to d a su e x te n sió n , c o m p re n d e to d a clase de
e s p íritu s, el re su lta d o d e lo q u e he d ic h o m ás arrib a es q u e
to d o s los h o m b re s q u e lla m o b ien o rg an iz ad o s, h a b ie n d o
n acid o con un e sp íritu ju sto , p o se e n to d o s el p o d e r físico d e
elev a rse hasta las m ás altas ideas (8).
j P ero , se nos rep licará, ¿ p o r q u é hay tan p o co s h o m b re s 244

lH Para H elvétius, el «genio» es un azar o, en todo caso, no algo orgánicam ente determ i­
nado sino efecto de condiciones externas fortuitas. T o d o hom bre p uede tener m om entos de
genio, elevarse al m ayor nivel en un arte, si se dan las determ inaciones precisas. D iderot, en la
Réfutation de H elvétius, to ca este tem a en la versión opuesta. El genio tiene una base orgánica y
es pensable como desviación d e la ley de reproducción, por lo cual esa m utación no queda
fijada en la especie, no es hereditaria.

311
ilu stres? Lo q u e su c e d e es q u e el e s tu d io es u n p e q u e ñ o
su frim ie n to , y p ara v e n c e r la d e sg an a d e l e s tu d io se n ec esita,
co m o ya lo h e in d icad o , e s ta r an im ad o p o r u n a p asió n .
245 E n la p rim e ra ju v e n tu d , el m ie d o | de los castigos basta
p a ra o b lig ar a los jó v e n e s a e s tu d ia r; en ca m b io , al h a c e rn o s
m a y o re s rec ib im o s o tro tra to y p a ra e x p o n e rn o s a la fatiga d e
u n a d ed ica ció n hay q u e se n tir el a rd o r de la p asió n , co m o ,
p o r e je m p lo , la de la g loria. La fu e rz a d e n u e s tra a te n c ió n es
e n to n c e s p ro p o rc io n a d a a la fu e rz a de n u e s tra p asió n . F ijé ­
m o n o s e n los niños: si sus p ro g re so s en su le n g u a n atu ra l
so n m e n o s d esig u ales d e los q u e h ac en en una le n g u a e x tra n ­
je ra , es p o rq u e en aq u é lla se v e n ex c ita d o s p o r unas n ec esi­
d ad es casi iguales, es decir, p o r la gula, p o r la afición al
ju e g o y p o r el d e s e o d e d a r a c o n o c e r los o b je to s d e su
a m o r y d e su aversión; ah o ra b ie n , unas n e c esid ad e s a p ro x i­
m a d a m e n te iguales h an d e p r o d u c ir e fe cto s a p ro x im ad a­
m e n te iguales. P o r el co n tra rio , co m o los p ro g re so s e n u n a
246 le n g u a e x tra n je ra j d e p e n d e n del m é to d o u tiliza d o p o r los
m a e stro s, del te m o r q u e in sp ira n a sus alu m n o s, y d el in te ré s
q u e los p ad re s tie n e n en los e s tu d io s d e sus h ijo s, se d e s­
p re n d e q u e u n o s p ro g re so s q u e d e p e n d e n d e causas tan
d ife re n te s, q u e actú an y se c o m b in a n ta n d iv e rsa m e n te , han
d e se r p o r esta raz ó n m uy desig u ales. D e d o n d e co n clu y o
q u e la g ra n d esig u ald ad d e e s p íritu q u e se ap re cia e n tre los
h o m b re s d e p e n d e tal vez d el d e s e o d esig u al q u e tie n e n de
in stru irse . P ero , se d irá, e s te d e s e o es el e fe c to d e u n a
p asión. A h o ra b ien , si só lo d e b e m o s a la n a tu ra le z a la fu e rz a
m ás o m e n o s g ra n d e d e n u e s tra s p asio n es, d e e s to se sigue
q u e el e s p íritu ha d e c o n s id e ra rse co m o u n d o n d e la n a tu ra ­
leza.
A e s te p u n to , v e rd a d e ra m e n te d elica d o y d ecisiv o , se
247 re d u c e to d a | e sta c u e stió n . P ara re so lv e rla hay q u e c o n o c e r
las p asio n es y sus e fe c to s y s o m e te r e s te te m a a u n ex am en
p r o fu n d o y detallad o .

312
C a p ít u l o v

De las fuerzas que actúan sobre nuestra alma

S ólo la e x p e rie n c ia p u e d e d e s c u b rirn o s cuáles so n estas


fu erzas. N o s e n s e ñ a q u e la p e re z a es n a tu ra l al h o m b re , q u e
la a te n c ió n le fatig a y a p e sa d u m b ra ; q u e g ra v ita j c o n ti- 248
n u a m e n te hacia el re p o s o , c o m o los c u e rp o s hacia u n c e n tro ;
q u e , a tra íd o c o n tin u a m e n te hacia e ste c e n tro , se m a n te n d ría
firm e m e n te s u je to a él si n o fu e ra a cada m o m e n to re c h a ­
z a d o p o r d o s clases d e fu e rz a s q u e c o n tra rre s ta n en él las d e
la p e re z a y la in e rc ia, y q u e le son co m u n ica d as, u n a p o r | las 249
p asio n es fu e rte s y la o tra p o r el o d io al a b u rrim ie n to .
El a b u rrim ie n to es e n el u n iv e rso u n re s o rte m ás g e n e ra l
y m ás p o d e ro s o d e lo q u e u n o se im agina. D e to d o s los
d o lo re s es, sin q u e n ad a p u e d a o b je ta rs e , el m e n o r; p e r o d e
to d a s fo rm a s es u n d o lo r. El d e s e o d e felicidad h a rá q u e
v eam o s sie m p re la au sen c ia d e p la c e r c o m o un mal. N o s o ­
tro s q u isié ra m o s q u e el in te rv a lo n e c e sa rio q u e se p a ra los
p la c e re s vivos, sie m p re u n id o s a la satisfacción d e n e c e sid a ­
d es físicas, fu e ra lle n a d o p o r algunas d e estas se n sac io n es
q u e so n sie m p re ag ra d ab le s c u a n d o n o so n d o lo ro sas. D e se a ­
ríam o s, p u es, p o r m e d io de im p re sio n e s sie m p re n u ev as, se r
en ca d a m o m e n to a d v e rtid o s d e n u e s tra ex iste n cia , p o r q u e
cad a u n a d e estas a d v e rte n c ia s es p ara n o s o tro s un p lacer.
H e ahí p o r q u é el salvaje, en c u a n to ha sa tisfec h o sus n e c e ­
sid ad es, c o rre j a orillas d e u n a rro y o d o n d e la rá p id a suce- 250
sió n d e las aguas q u e se e m p u ja n in c e s a n te m e n te p ro v o c a e n
él n u ev as im p re sio n e s. E ste es el m o tiv o p o r el cual p r e f e r i­
m o s v e r o b je to s e n m o v im ie n to e n lugar d e o b je to s en
re p o so . Y a lo dice el p ro v e rb io , el fuego hace compañía; es
d ec ir, nos a rran c a del te d io l9.

19 Esta teoría está m uy generalizada en el siglo X V III. C onviene verla proyectada a la


hobbesíana. Para H o b b es, la necesidad d e la sucesión de sensaciones es entendida como
«efecto necesario» en un lugar d e la naturaleza, com o es el organism o vivo, por la interacción
constante d e los seres. El ser vivo sufre necesariam ente sensaciones d e placer o dolor mientras
vive. La m uerte q u iere decir p érd id a d e la capacidad d e ser afectado, disolución d e la sensibili­
dad. H elvétius, en cambio, en tien d e esa «necesidad» com o efecto d e una carencia, com o si
fuera posible un m om ento d e insensibilidad. Filosóficam ente es más coherente la versión
hobbesíana. P ero la d e H elvétius tiene su sentido p o rq u e, en el fondo, más que afirm ar la
posibilidad de momentos sin sensaciones, quiere decir m om entos en que las sensaciones, por
ser más suaves, m onótonas, hom ogéneas, describen una situación d e gran equilibrio, d e «re­
poso». D e todas formas es in teresan te destacar que si en H o b b es sé respeta siem pre la
casualidad eficiente, en H elvétius q ueda arropada p o r cierto finaiismo disimulado. ¿Q ué quiere

313
Es esta n ec esid ad q u e te n e m o s d e q u e algo n o s afe cte , y
la e sp ec ie d e in q u ie tu d q u e nos p ro d u c e e n el alm a la a u se n ­
cia d e im p re sio n e s, lo q u e e n b u e n a p a r te c o n s titu y e el
p rin c ip io d e la in c o n sta n cia y d e la p e rfe c tib ilid a d d el esp í­
ritu h u m a n o , y lo q u e , fo rz á n d o lo a ag itarse e n to d o s los
se n tid o s, le lleva, al cabo d e u n a in fin id a d de siglos, a in v e n ­
ta r y p e rfe c c io n a r las a rte s y las ciencias y, fin a lm e n te , a la
d ec ad e n cia d el g u sto (10).
251 | En e fe c to , si las im p re sio n e s so n ta n to m ás ag rad ab les
c u a n to m ás vivas so n , y si la d u ra c ió n d e u n a m ism a im p re ­
sió n e m b o ta su vivacidad, h e m o s d e se r ávid o s d e aq u ellas
im p re sio n e s q u e p ro d u c e n e n n u e s tra alm a el p la c e r d e la
so rp re sa. Los artistas q u e d e s e a n g u sta rn o s y e x c ita r e n n o so ­
tro s e sta clase d e im p re sio n e s d e b e n , d e s p u é s d e ag o ta r en
p a rte to d a s las c o m b in a c io n e s d e lo b ello , su stitu irlo p o r lo
252 o rig in al, q u e | p re fe rim o s a lo b ello p o r q u e p ro v o c a e n n o s o ­
tro s u n a im p re sió n m ás n u e v a y, p o r c o n s ig u ie n te , m ás viva.
E sta es, e n las n ac io n e s civilizadas, la cau sa d e la d e c a d e n c ia
d el g u sto .
P ara c o n o c e r aú n m e jo r la in flu e n cia q u e p u e d e n e je r c e r
e n n o so tro s el o d io al a b u rrim ie n to y cuál es, a v eces, la
253 actividad de e s te p rin c ip io (1 1 ), la n c e m o s s o b re el j h o m b re
u n a m ira d a o b se rv a d o ra y v e re m o s q u e es el m ie d o al te d io
lo q u e nos im p u lsa a a c tu a r y a p e n s a r a la m a y o ría d e
n o so tro s; q u e p a ra h u ir del a b u rrim ie n to , los h o m b re s , au n a
riesg o d e re c ib ir im p re sio n e s d e m a sia d o fu e rte s y, p o r co n si­
g u ie n te , d esag rad a b les, bu scan co n afán to d o lo q u e p u e d e
254 afectarles fu e rte m e n te ; q u e e s te d e s e o h ace j al p u e b lo ac u ­
d ir a la plaza d e la G ré v e 20 y a la g e n te d istin g u id a al te a tro ;
q u e p o r e ste m ism o m o tiv o las ancianas bu scan re m e d io p ara
su te d io e n u n a d e v o c ió n tr is te e in c lu so e n los e je rc ic io s
a u s te ro s d e la p e n ite n c ia : p o r q u e D io s, q u e p ro c u ra p o r
to d o s los m e d io s h a c e r q u e el p e c a d o r vu elv a a él, e m p le a a
veces el del a b u rrim ie n to .
P e ro es p rin c ip a lm e n te e n las épocas en q u e las g ra n d e s

decir que se huye del aburrim iento? En H obbes esta pasión no tiene, en rigor, sentido.
H elvétius puede decir q u e «por aburrim iento», los hom bres buscan unas nuevas sensaciones;
H obbes diría que nada se hace sin necesidad y q u e el aburrim iento, e n tendido com o
equilibrio-reposo, es el objetivo d e la naturaleza. La diferencia está en q u e para H obbes placer
es todo aquello que aum enta el poder, la potencia d e ser, la seguridad de vivir, m ientras que
para H elvétius, el hom bre desea el placer incluso más que la vida, aunque todo lo que
prolongue la vida da placer.
20 Plaza d e la ciudad de París d o nde solían efectuarse las ejecuciones públicas.

3 14
p asio n es so n re p rim id a s, ya p o r las c o s tu m b re s, ya p o r la
fo rm a d e g o b ie rn o , c u a n d o el a b u rrim ie n to ju e g a u n g ra n
p ap el: se c o n v ie rte e n to n c e s e n el m óvil universal.
En las c o rte s, a lre d e d o r del tro n o , el m ie d o al a b u rri­
m ie n to , ju n to a u n a d é b il a m b ic ió n , h ac e de los c o rte sa n o s
o cio so s u n o s p e q u e ñ o s am b icio so s, e s tim u lá n d o le s a c o n c e b ir
p e q u e ñ o s | d eseo s, h a c e r p e q u e ñ a s in trig a s, p e q u e ñ a s cam ari- 255
lias, p e q u e ñ o s c rím e n e s p ara o b te n e r p e q u e ñ o s carg o s p r o ­
p o rc io n a d o s a la p e q u e ñ e z d e sus p asio n es: p ro d u c e S ejan o s
p e r o n u n ca O ctav io s. Si, p o r u n lado, es su ficien te p a ra
alcan zar u n a p o sic ió n en la q u e r e a lm e n te se g o za d e l p riv i­
leg io d e ser in so le n te , lo c ie rto es q u e se b usca e n v an o u n a
p ro te c c ió n c o n tra el te d io .
E stas son, yo diría, las fu erza s activas y las fu erzas pasivas
q u e ac tú a n so b re n u e s tra alm a. P ara o b e d e c e r a estas d o s
fu erzas co n tra rias d e s e a m o s en g e n e ra l se r afe cta d o s sin
p re o c u p a rn o s d e a fe c ta rn o s a n o so tro s m ism o s; p o r e s ta r a ­
zón q u e rría m o s sa b e rlo to d o , sin p re o c u p a rn o s en a p re n d e r;
p o r e s to los h o m b re s, m ás d ó ciles a la o p in ió n q u e a la
raz ó n , la cual nos im p o n d ría en to d o s los casos la fatiga d el
| ex a m e n , a c e p ta n in d ife re n te s , al e n tra r e n el m u n d o , to d a s 256
las ideas v e rd a d e ra s o falsas q u e les p re s e n ta n ( 12); y p o r
esto , fin alm en te, ¡ llevado p o r el flu jo y re flu jo d e los p re ju i- 257
cios, ta n p r o n to hacia la sa b id u ría co m o hacia la lo c u ra , raz o ­
n ab le o loco al az ar | el esclav o d e la o p in ió n es s ie m p re 258
in se n sa to a los o jo s d e l sabio, ta n to si s o stie n e u n a v e rd a d
co m o si p ro p o n e j u n e rro r. Es u n cieg o q u e ad iv in a p o r 259
casu alid ad el c o lo r q u e se le m u e stra.
| V e m o s, p u e s , q u e so n las p asio n es y el o d io al a b u rrí- 260
m ie n to los q u e c o m u n ica n al alm a su m o v im ie n to , la a rra n ­
can a la te n d e n c ia ! n atu ra l q u e tie n e hacia el re p o s o y le 261
h acen su p e ra r esta fu e rz a d e la in e rc ia a la q u e e stá sie m p re
d isp u e sta a ce d er.
| P o r c ie rta q u e p a re z c a e s ta p ro p o sic ió n , p u e s to q u e e n 262
m o ral co m o en física hay q u e fu n d a r sie m p re so b re h e c h o s las
o p in io n e s, voy e n lo s c a p ítu lo s sig u ie n te s a p ro b a r, m e d ia n te
e je m p lo s, q u e só lo las p a s io n e s fu e rte s e m p u ja n a e je c u ta r
estas accio n es v alien tes j y a co n c e b ir estas g ra n d e s id eas q u e 263
so n el a so m b ro y la ad m ira c ió n d e to d o s los tie m p o s.

315
C a p ít u l o VI

Del poder de las pasiones

Las p asio n es son p ara la m o ral lo q u e el m o v im ie n to p ara


la física, é s te crea, d e s tru y e , co n serv a, lo anim a to d o , y sin
él todo está m u e rto ; aquéllas tam bién vivifican el m u n d o m o­
ral. Es la avaricia la q u e g u ía las naves a trav é s d e los
d e s ie rto s d el O cé an o ; el o rg u llo , el q u e llen a los valles,
allana las m o n ta ñ as, se a b re cam ino a trav és d e las ro cas,
elev a las p irám id es d e M e n fis, a b re el lago d e M o e ris y
264 le v an ta el co lo so d e R odas. El a m o r afiló, se d ic e , el lápiz
d el p rim e r d ib u ja n te . En un país en d o n d e la re v e la c ió n aú n
n o h ab ía p e n e tra d o , fu e ta m b ié n el a m o r el q u e , p a ra co n so ­
lar el dolor de una viuda afligida p o r la m u e rte d e su joven es­
p o so , le d e sc u b rió el sistem a d e la in m o rta lid a d d el alm a. Es
el e n tu sia sm o del ag ra d e c im ie n to lo q u e e le v ó al ra n g o d e
los dioses a los b ie n h e c h o re s d e la h u m a n id a d , lo q u e in ­
v e n tó ta m b ié n las falsas relig io n es y las su p e rstic io n e s, las
cu ales no to d a s han to m a d o su p u n to d e p a rtid a e n p asio n es
tan n o b le s co m o el a m o r y el a g ra d ecim ie n to .
A las p asio n es fu e rte s d e b e m o s la in v e n ció n y las m arav i­
llas d e las artes: d e b e n , p u es, se r co n sid e ra d a s c o m o la se m i­
lla p ro d u c to ra d e l e s p íritu y el p o d e ro s o r e s o r te q u e llev a a
los h o m b re s a las g ra n d e s acciones. P e ro an tes d e seg u ir
a d e la n te h e d e p re c isa r la id e a q u e p ara m í c o rre s p o n d e a la
265 p alab ra j pasión fuerte. Si la m a y o ría de h o m b re s h ab lan sin
e n te n d e rs e , ello es d e b id o a la o sc u rid a d de las p alab ras; a
esta causa (13) p o d e m o s a trib u ir la p ro lo n g a c ió n d el m ilag ro
d e la to r re de B abel.
266 E n tie n d o p o r pasión fuerte una p asió n cuyo o b je to es tan |
n ec e sa rio p ara n u e s tra felicid ad , q u e la v id a nos re s u lta in so ­
p o rta b le sin su p o se sió n . E sta es la id e a q u e O rn a r 21 te n ía d e
las p asio n es c u a n d o decía: « Q u ie n q u ie ra q u e tú seas, am a n te
d e la lib e rta d , si q u ie re s s e r ric o sin fo rtu n a , p o d e ro s o sin
267 sú b d ito s, sú b d ito sin d u e ñ o , a tré v e te a d e s p re c ia r a | la
m u e rte : los rey e s te m b la rá n a n te ti; so lo tú n o te m e rá s a
n ad ie» .
S ólo las p asio n es llevadas a e s te g ra d o d e fu e rz a p u e d e n

21 Se refiere a O rnar (581-644), prim o d e M ahom a, califa, filósofo y conquistador.

316
e je c u ta r las m ás g ra n d e s ac cio n es y d esafiar los p e lig ro s, el
d o lo r, la m u e rte y el m ism ísim o cielo.
D ice arco , g e n e ra l d e F ilip o , le v an ta en p re s e n c ia d e su
e jé rc ito dos altares, u n o a la im p ied a d y el o tr o a la in ju s ti­
cia, h ac e sacrificios y m a rc h a c o n tra las C icladas 22.
U n o s días a n te s d el a se sin a to d e C é sar, el a m o r co n y u g al,
u n id o a la p asió n d e un n o b le o rg u llo , im p u lsa a P o rcia 23 a
a b rirse el m u slo y a m o s tra r la h e rid a a su m a rid o d ic ien d o :
« B ru to , tú m a q u in as algo y m e esc o n d e s u n g ra n p ro y e c to .
H a s ta el m o m e n to n o te h e h e c h o n in g u n a p r e g u n ta in d is­
cre ta; n o o b sta n te , yo sabía q u e | n u e s tro sexo, d éb il p o r sí 268
m ism o , se fortificab a m e d ia n te la rela ció n co n h o m b re s sa­
b io s y v irtu o so s. Soy h ija d e C a tó n y e sp o sa d e B ru to : p e ro
m i a m o r tím id o m e ha h e c h o d e sc o n fia r d e m i d eb ilid a d . T ú
v es la p ru e b a d e mi valor: juzga si soy d ig n a d e tu s e c re to
a h o ra q u e h e h e c h o la p ru e b a d el d o lo r» .
S ó lo la p asió n del h o n o r y el fan a tism o filo só fico p o d ía n
im p u lsar a la p ita g ó rica T im ic h a , e n m e d io d e l to rm e n to ,
a c o rta rs e la len g u a co n los d ie n te s p ara n o e x p o n e rs e a r e ­
v elar los se c re to s d e su secta.
C u a n d o C a tó n , to d a v ía jo v e n , su b e al p alacio d e Sila
a c o m p a ñ a d o p o r su p re c e p to r y ve las cabezas san g rie n ta s d e
lo s p ro sc rito s, p r e g u n ta el n o m b re del m o n s tru o q u e h ab ía
j asesin a d o a ta n to s ro m an o s: «Es Sila, le d icen . ¡C óm o ! ¿Sila 269
los ha asesin a d o y to d a v ía vive?». El solo n o m b re d e Sila, le
rep lican , d esarm a el b raz o d e n u e s tro s ciu d ad a n o s. « ¡O h
R o m a, exclam a e n to n c e s C a tó n , q u é triste es tu d e s tin o si
d e n tro d e l re c in to d e tu s m u rallas n o e n c ie rras ni a un solo
h o m b re v irtu o so y si c o n tra la tiran ía sólo p u e d e s a rm a r el
b raz o d e un débil n iñ o !» . D ic h o e s to , se volv ió a su p re c e p ­
to r: « ¡D a m e , le d ijo , tu esp ad a; la e s c o n d e ré d e b a jo d e mi

22 D icearco (347-285 a C .) fue historiador, geógrafo y filósofo griego. A utor de Corintiacos


y Lesbiacos. Filipo (382-336 a. C.), rey d e M acedonia. Som etió sucesivam ente m ediante con­
quista o alianza todos los Estados griegos. Fue asesinado cuando preparaba una expedición
contra los persas. Cicladas: archipiélago del mar Egeo en form a de círculo en torno a Délos.
Las Cicladas, en unión con algunas ciudades griegas de la costa, constituyeron una federación
religioso-política p erteneciente a la simaquia ateniense. A la caída de aquel sistema entraron a
form ar parte de los dom inios m acedonios, egipcios y rom anos sucesivam ente.
23 Porcia (1 a. C). H ija d e C atón d e Utica, estoica y republicana, fue m ujer de M arco Junio
Bruto. Adivinó los proyectos d e B ru to resp ecto a la conjuración contra César. Al ser César
asesinado, el pueblo, instigado p o r M arco A ntonio, se sublevó contra los conjurados que
tuvieron que abandonar R om a y dirigirse a G recia. B ruto y Casio, al m ando de los republica­
nos, fueron derrotados en Filipos (43 a. C.) p o r Octavio y M arco A ntonio. Al verse vencido,
B ruto se suicidó dejándose caer sobre su espada. Porcia tam bién se dio m uerte después del
desastre de Filipo.

317
ro p a, m e ac ercaré a Sila y le m a taré. C a tó n vive. R o m a sigue
sie n d o lib re !» (14).
270 | ¿En q u é países n o ha e je c u ta d o e s te a m o r v irtu o s o p o r
la p a tria accio n es h eroicas? En la C h in a, u n e m p e ra d o r p e r ­
se g u id o p o r las arm as v ic to rio sas d e un c iu d a d a n o q u ie re
u tilizar el re s p e to relig io so q u e e n e s te país tie n e u n h ijo p o r
las ó rd e n e s d e su m a d re , p ara o b lig a r a e s te ciu d a d a n o a
d e p o n e r las arm as. E n v ia d o an te esta m a d re , un oficial d el
e m p e ra d o r, p u ñ al e n m a n o , le d ic e q u e n o tie n e o tr a e le c ­
ció n q u e m o rir u o b e d e c e r. « ¿ C re e acaso tu d u e ñ o , le con-
271 te sta ella | co n una sonrisa am arga, q u e d e s c o n o z c o el c o n v e ­
n io tá cito p e ro sa g ra d o e x iste n te e n tre los p u e b lo s y sus
so b e ra n o s, en v irtu d d e l cual los p u e b lo s se c o m p ro m e te n a
o b e d e c e r y los rey e s a h ac erlo s felices? El ha sido el p rim e ro
en v io la r e s te co n v e n io . ¡C o b a rd e e je c u to r d e las ó rd e n e s d e
un tira n o , a p re n d e d e u n a m u je r lo q u e en e sto s casos se
d e b e a la p a tria 24! D ic h o e sto , a rra n c a n d o el p u ñ a l d e m an o s
del oficial, se lo clava y le dice: «E sclavo, si aú n te q u e d a
alg u n a v irtu d , lleva a m i h ijo e s te p u ñ al e n s a n g re n ta d o , dile
q u e v e n g u e a su nación, q u e ca stig u e al tira n o . Y a n o tie n e
nada q u e te m e r p o r m í, n ad a q u e pactar: a h o ra es lib re d e
se r v irtu o so » (15).
272 | Si el n o b le o rg u llo , la p asió n del p a trio tis m o y d e la
273 g lo ria d e te rm in a n a los c iu d a d a n o s a ac cio n es tan J v alien tes,
¿q u é firm eza y q u é fu e rz a n o in sp ira rá n las p asio n es a q u ie-
274 nes q u ie re n ilu s tra rse | en las ciencias y e n las a rte s, a los
q u e C ice ró n llam a héroes tranquilos? Es el d e s e o d e la g lo ria
el q u e en la cim a h e la d a d e las m o n ta ñ a s, en m e d io d e las
nieves y d el h ie lo inclina los a n te o jo s del a s tró n o m o ; el q u e ,
p ara re c o le c ta r p la n tas, lleva al b o tá n ic o al b o rd e d e los
precipicios; el q u e a n tig u a m e n te guiab a a los jó v e n es am an tes
de las ciencias a E g ip to , a E tio p ía e in c lu so h asta las Indias

24 Lucio C ornelio Sila (138-78 a. C.)> político rom ano que im plantó, m ediante grandes
reformas jurídicas e institucionales y medidas dictatoriales, una verdadera m onarquía dentro del
marco republicano creando el Im perio por prim era vez.
H elvétius, p robablem ente, se refiere aquí a los acontecim ientos de otoño 82-junio 81 en
los que Sila elim inó la oposición ju n to con unos 3.000 caballeros y hom bres ricos cuyos bienes
pudo así confiscar. M arco Porcio C atón d e U tica (95-46 a. C ), a su regreso de M acedonia fue
nom brado cuestor y com o tal obligó a los antiguos agentes de Sila a restituir las riquezas que
habían atesorado indebidam ente (65 a. C ). Catón fue un vigoroso defensor de la libertad y uno
de los adeptos más im portantes del estoicismo.
Señalemos también el éxito d e la tragedia Catón de Utica d e Joseph Addison, en 1713, en
torno a este personaje. D esde el p u n to d e vista literario, Catón p ro d u jo una ruptura con la
tradición del teatro inglés, inspirándose en la tragedia clásica francesa.

318
p ara v e r a los filó so fo s m ás c é le b re s y d e s c u b rir e n su c o n ­
v ersa ció n los p rin c ip io s d e su d o ctrin a.
¡Q u é d o m in io n o te n ía e s ta p asió n so b re D e m ó s te n e s , el
cual, p ara p e rfe c c io n a r su p ro n u n c ia c ió n , se p o n ía a orillas
d el m a r y, co n la b o ca llen a d e g u ija rro s, a re n g a b a cada d ía al
m a r en c ab rita d o ! E ste m ism o d e s e o d e la glo ria, j p ara h a c e r 275
c o n tra e r a los jó v e n e s p ita g ó rico s el h á b ito d e la c o n c e n tra ­
ció n , les im p o n ía un silen cio d e tre s años; p ara su s tra e r a
D e m ó c rito (16) a las d istra c c io n e s del m u n d o , le e n c e rra b a
en u n a tu m b a para allí b u sc ar estas v e rd a d e s precisas cuyo
d e s c u b rim ie n to , s ie m p re tan difícil, es sie m p re ta n p o c o e s­
tim ad o p o r lo s h o m b re s; p o r e s ta g lo ria , p ara d a rse p o r
e n te r o a la filosofía, H e rá c lito se d e c id e a c e d e r a su h e r ­
m a n o m e n o r el tro n o d e E feso (17) q u e le c o rre sp o n d ía | p o r 276
d e re c h o de p rim o g e n itu ra ; p a ra c o n se rv a r to d a su fu erza, el
atleta se p riv a d e los p la c e re s d el am or. El m ism o d e s e o d e
g lo ria o b lig ab a a c ie rto s sa c e rd o te s d e los an tig u o s, co n la
e sp e ra n z a d e ser m ás c o n s id e ra d o s , a re n u n c ia r a esto s m is­
m o s p la c e re s sin q u e su c o n tin e n c ia tu v ie ra o tra re c o m p e n sa ,
co m o d ec ía g ra c io sa m e n te B o in d in 25, q u e la e te r n a te n ta c ió n
q u e p ro cu ra.
H e m o stra d o q u e casi to d o s lo s o b je to s d e n u e s tra ad m i­
ració n e n esta tie rra los d e b e m o s a las p asio n es, las cu ales
n o s h acen a rro s tra r los p e lig ro s, el d o lo r, la m u e rte y nos
llevan a las re so lu c io n e s m ás audaces.
A co n tin u a c ió n voy a p r o b a r q u e | en las o ca sio n e s d eli- 277
cadas sólo ellas, a c u d ie n d o e n ayu d a de los g ra n d e s h o m b re s,
p u e d e n in sp ira rles a d e c ir o h a c e r lo m e jo r.
R e c o rd e m o s, a p r o p ó s ito d e e sto , la c é le b re y b re v e
are n g a d e A níbal a sus so ld a d o s el día d e la batalla d el
T e sin o y c o m p re n d e re m o s q u e sólo su o d io p o r los ro m a n o s
y su p asió n p o r la g lo ria p o d ía n in sp irarla: « C o m p a ñ e ro s, les
d ijo , el cielo m e an u n c ia la v ic to ria. S on los ro m a n o s q u ie n e s
han de te m b la r, n o v o so tro s. E chad u n a o je a d a al ca m p o d e
batalla: no hay re tira d a p o sib le para los c o b a rd e s; to d o s m o ­
rire m o s si som os v en cid o s. ¿ Q u é m e jo r g a ra n tía del triu n fo ?
¿ Q u é signo m ás claro d e la p r o te c c ió n d e los d io ses? E llos
no s h an co lo ca d o e n tr e la v ic to ria y la m u e rte » .

25 Nicolás B oindin (1676-1751), eru d ito francés, autor d e algunas com edias (Los tres gasco­
nes. el Baile de A u teil. El puerto) y tam bién d e Cartas Históricas sobre todos los Espectáculos de
París (1719), discursos Sobre las Tribus Romanas, Sobre la Forma del Teatro Antiguo, Sobre las
Máscaras.

319
278 | ¿ Q u ié n p o d ría d u d a r de q u e estas m ism as p asio n es
an im ab a n a Sila cu a n d o , h a b ié n d o le p e d id o C raso u n a esco lta
p ara ir a h a c e r n u ev o s e n ro la m ie n to s e n el país d e los m ar-
sos 26, Sila le c o n te stó : «Si te m e s a tu s e n e m ig o s, te d aré
e sco lta a tu p a d re , tu s h e rm a n o s, tu s p a rie n te s , tu s am igos,
los cuales, m u e rto s p o r tu s tira n o s, clam an v en g a n za y la
e s p e ra n d e ti.»
C u a n d o los m a c e d o n io s, cansados d e la g u e rra , ru eg a n a
A le ja n d ro q u e los licencie, el o rg u llo y el a m o r a la g lo ria
d ic tan a e s te h é ro e esta o rg u llo sa re sp u e sta : « Id o s, in g rato s;
h u id , co b a rd es; yo s o m e te ré el u n iv e rso sin v o so tro s. A le­
ja n d ro e n c o n tra rá s ú b d ito s y so ld a d o s p o r d o n d e q u ie ra q u e
haya h o m b res.»
279 S e m e ja n te s d isc u rso s so n sie m p re j p ro n u n c ia d o s p o r
g e n te ap asionada. In c lu so el e s p íritu , en situ ac io n es co m o
éstas, n o p u e d e n u n ca s u stitu ir al se n tim ie n to . Se ig n o ra
sie m p re la le n g u a d e las p a sio n e s q u e n o se sie n te n .
P o r lo dem ás, n o es só lo e n el a rte d e la elo c u e n c ia , sino
e n c u a lq u ie r o tr o g é n e ro , d o n d e las p asio n es d e b e n se r c o n ­
sid e ra d as co m o el g e rm e n p ro d u c tiv o del e s p íritu ; so n ellas
las q u e , a lim e n ta n d o u n a c o n tin u a fe rm e n ta c ió n e n n u estra s
id eas, fe c u n d a n e n n o s o tro s estas m ism as ideas, las cu ales,
e s té rile s e n las alm as frías, se rían c o m o la sem illa ec h a d a
s o b re u n a p ie d ra .
Las p asio n es, al h a c e r fija r f u e rte m e n te n u e s tra a te n c ió n
s o b re el o b je to de n u e s tro s d e s e o s, n o s lo h acen c o n s id e ra r
b ajo asp ecto s d e sc o n o c id o s p ara los o tro s h o m b re s, y, p o r
co n sig u ie n te , h acen c o n c e b ir y e je c u ta r a los h é ro e s estas
280 atrev id as em p re sas q u e, h asta | q u e el é x ito n o las co ro n a ,
p a re c e n locas, y así p a re c e n n e c e s a ria m e n te a la m u c h e d u m ­
bre.
H e ahí p o r q u é , d ijo el c a rd e n a l R ic h e lie u 27, el alm a
d éb il e n c u e n tra im p o sib le el p ro y e c to m ás sim p le, m ie n tra s
q u e el m ás g ra n d e p a re c e fácil al alm a fu e rte : d e la n te d e é sta

26 Los marsos eran un p u eblo d el n o rte de Italia en revuelta contra Roma. Ju n to con los
samnitas, prom ovieron una dura g u erra contra R om a en to rn o al 90 a. C.
M arco Licinio Craso (115-53 a. C .) fue un político rom ano que logró acum ular enorm es
riquezas, hasta el p u n to d e q u e «craso» es sinónim o de «rico».
27 Armand-Jean du Plessis d e Richelieu (1585-1642). Cardenal, ministro d e Luis X III. Fue
el verdadero creador del absolutism o real y su política la encam inó hacia tres objetivos
principales: reducir la fuerza del protestantism o, dom inar la nobleza y abatir el poderío de la
casa de Austria. Realizó im portantes reformas en las finanzas, el ejército, la legislación y fundó
la A cademia francesa.

320
las m o n ta ñ a s e m p e q u e ñ e c e n , m ie n tra s q u e , a los o jo s d e
aq u é lla , unas lom as se m e ta m o rfo se a n e n m o n tañ as.
E n e fe c to , sólo las p a sio n e s fu e rte s , m ás escla re cid as q u e
el se n tid o c o m ú n , p u e d e n e n s e ñ a rn o s a d istin g u ir lo e x tra o r­
d in a rio d e lo im p o sib le , lo q u e las g e n te s sen satas c o n fu n d e n
casi sie m p re p o rq u e , al n o e sta r anim adas d e fu e rte s p asio ­
nes, estas g e n te s sen satas so n sie m p re h o m b re s m e d io cres.
P ro p o sició n q u e voy a p ro b a r, p a ra p o n e r d e re lie v e | to d a la 281
su p e rio rid a d del h o m b r e ap a sio n a d o so b re los o tro s h o m b re s
y m o s tra r c ó m o só lo las g ra n d e s p asio n es p u e d e n e n g e n d ra r
a los g ra n d e s h o m b res.

C a p í t u l o V II

De la superioridad de espíritu de las gentes


apasionadas sobre las gentes sensatas

\ Si an tes d el éx ito lo s g ra n d e s g en io s d e to d a clase son i


casi sie m p re tra ta d o s d e lo c o s p o r las g e n te s se n satas, es
p o r q u e estas ú ltim as, | in c ap a ce s d e n ad a g ra n d e , n o p u e d e n 2
ni siq u iera so sp e ch a r la e x iste n c ia d e los m e d io s d e los q u e
se sirv en los g ra n d e s h o m b re s p a ra realizar las g ra n d e s cosas.
P o r esto , d ic h o s g ra n d e s h o m b re s p ro v o c a n sie m p re la
risa h asta q u e log ran ca u sa r ad m iració n . C u a n d o P a rm e n ió n ,
in stad o p o r A le ja n d ro a p ro n u n c ia rs e s o b re los o fre c im ie n to s
d e paz q u e hacía D a río , le dijo: Yo los aceptaría si fuera
Alejandro; ¿q u é d u d a ca b e d e q u e an tes d e q u e la v icto ria
h u b ie ra ju stifica d o la a p a re n te te m e rid a d del p rín c ip e , la
o p in ió n d e P a rm e n ió n d eb ía p a re c e r m ás se n sa ta a los m ace-
d o n io s q u e la re s p u e s ta d e A le ja n d ro : y yo también, si fuera
Parmenión? U n a es la o p in ió n de u n h o m b re c o r rie n te y
se n sato , y la o tra la d e u n h o m b re e x tra o rd in a rio . A h o ra
b ien , hay m ás h o m b re s d e la p rim e ra clase q u e d e la se­
g u n d a. Es p u e s e v id e n te , | q u e si el h ijo d e F ilipo, p o r sus 3
g ra n d e s acciones, n o se h u b ie ra ya g an a d o el re s p e to d e los
m a c e d o n io s, y n o los h u b ie ra ya a c o stu m b ra d o a em p re sas
e x tra o rd in a ria s, su re s p u e s ta les h u b ie ra p a re c id o a b so lu ta ­
m e n te ridicula. N in g u n o d e e llo s h u b ie ra b u sc ad o el m o tiv o ,

321
ni en el se n tim ie n to in te rio r q u e e s te h é ro e d eb ía te n e r d e
la su p e rio rid a d d e su valor, su in telig en cia y d e la v en taja
q u e estas d o s cu alid ad es le d a b a n s o b re u n o s p u e b lo s afe m i­
n ad o s y blan d o s co m o los p ersa s, ni e n el c o n o c im ie n to q u e
él te n ía del c a rácter d e los m a c e d o n io s y d e su d o m in io
s o b re su e sp íritu y, p o r c o n sig u ie n te , d e la facilidad co n la
cual él p o d ía , con sus g e sto s, sus d isc u rso s y sus m irad as,
co m unicarles la audacia q u e le anim aba. Y , n o o b sta n te ,
fu e ro n esto s d iv e rso s m o tiv o s, u n id o s a la sed a rd ie n te d e
4 | g lo ria q u e le e m p u ja b a a c o n s id e ra r co n ra z ó n la v ic to ria
m u c h o m ás se g u ra d e lo q u e le p are cía a P a rm e n ió n , los q u e
le in sp ira ro n u n a r e s p u e s ta m ás elevada.
C u a n d o T a m e rlá n 28 p la n tó su b a n d e ra al p ie d e las m u ra ­
llas d e E sm irna, c o n tra las q u e ac ab ab an d e fracasar las fu e r­
zas del im p e rio o to m a n o , c o m p re n d ía la d ificu ltad d e su
e m p re sa ; c o n o c ía b ie n q u e atac ab a u n a p la za q u e la E u ro p a
cristian a p o d ía c o n tin u a m e n te avituallar; p e r o la p asió n d e
la g lo ria q u e le lanzaba a esta e m p re sa le p ro p o rc io n ó los
m e d io s p a ra e je c u ta rla . R e lle n a el fo n d o d e las aguas, o p o n e
u n d iq u e al m a r y a las flotas e u ro p e a s, e n a rb o la sus e s ta n ­
d a rte s v ic to rio so s s o b re las b re c h a s de E sm irn a y d e m u e s tra
5 al m u n d o a so m b ra d o q u e i n ad a es im p o sib le p ara los g ra n ­
d es h o m b re s (18).
C u a n d o L icurgo 29 q u iso h a c e r d e la L ac ed e m o n ia u n a
rep ú b lica de h éro e s, n o se le vio seg u ir la m arch a lenta,
y d esd e en to n c e s incierta, d e lo q u e se llam a p ru d en c ia, y
6 p ro c e d e r p o r m e d io d e cam b io s im p e rc e p tib le s, j E ste g ran
h o m b re , exaltad o p o r la p a sió n d e la v irtu d , c o m p re n d ió q u e
m e d ia n te arengas o su p u e sto s o rác u lo s p o d ía in sp ira r a sus
co n c iu d a d an o s los se n tim ie n to s q u e a él le in flam ab an ; y
q u e , ap ro v e c h a n d o el p r im e r m o m e n to d e fe rv o r, p o d ría
ca m b ia r la c o n s titu c ió n d el g o b ie rn o y h a c e r e n las c o s tu m ­
b res de e ste p u e b lo u n a re v o lu c ió n sú b ita q u e , p o r los cam i­
no s o rd in a rio s de la p ru d e n c ia , n o h u b ie ra p o d id o e fe c tu a r
m ás q u e a lo larg o d e m u c h o s años. C o m p re n d ió q u e las
p a sio n e s son p are cid a s a los v o lc an e s, cuya sú b ita e ru p c ió n
cam b ia d e g o lp e el le c h o d e u n río q u e u n a rte n o p o d ría

2KTamerlán, o Timur-Lenk (1336-1405), fue fundador del segundo im perio mongol que se
extendía desde la India hasta el Asia M enor y Egipto. Tim ur term inó su conquista del Asia M enor
destruyendo la guarnición d e los hospitalarios en Esmirna (1402), en la costa del mar Egeo.
29 Licurgo fue un célebre legislador espartano, siglo IX a. C., a quien se atribuye toda la
constitución política de Esparta.

322
ca m b ia r sin a b rirle u n n u e v o le c h o y, p o r co n sig u ie n te , co n
tie m p o y o b ras in m en sas. E s así, c o m o lo g ró el é x ito e n u n
p ro y e c to , tal vez el m ás a tre v id o q u e haya sido jam ás [con­
c e b id o ; y en cuya e je c u c ió n fracasaría c u a lq u ie r h o m b re se n ­
sa to q u e , n o d e b ie n d o e s te títu lo d e se n sa to m ás q u e a su
in cap acidad de ser m o v id o p o r p a s io n e s fu e rte s , ig n o ra sie m ­
p r e el a rte de inspirarlas.
Estas p asio n es, co n fre c u e n c ia m a n eja d as p o r q u ie n e s las
h an v isto co m o m e d io s d e e n c e n d e r el fu e g o d e l e n tu sia s­
m o , han sid o co n sid e ra d a s p o r la g e n te sensata, d e s c o n o c e ­
d o ra a este re sp e c to d e l c o ra z ó n h u m a n o , co m o p u e rile s y
rid icu las an tes d e q u e lo g ra ra n el éxito. T al es el m e d io d el
q u e se sirvió P e ric le s 30 q u ie n , cu a n d o se d irig ía c o n tra el
e n e m ig o , q u e r ie n d o tra n s fo rm a r a sus so ld a d o s en o tro s ta n ­
to s h é ro e s, h izo e s c o n d e r e n u n b o sq u e o sc u ro , m o n ta d o en
u n c a rro en g a n c h a d o a c u a tro caballos blancos, a u n h o m b re
e x tra o rd in a ria m e n te alto , el cual, c u b ie rto con u n rico m a n to ,
los p ie s calzados c o n { b o rc e g u íe s b rilla n te s, la ca b eza ad o r- 8
n ad a co n u n a c a b e lle ra d e s lu m b ra n te , ap a re c ió d e r e p e n te
a n te el e jé r c ito y, p a sa n d o rá p id a m e n te p o r d e la n te suyo,
g ritó al g en e ral: Pericles, yo te prometo la victoria.
E ste es el m e d io q u e e m p le ó E p a m in o n d a s 31 p a ra ex citar
el v alo r d e los te b a n o s c u a n d o h izo ro b a r d e n o c h e las arm as
colgadas en un te m p lo y c o n v e n c ió a sus so ld a d o s d e q u e los
d io se s p ro te c to r e s d e T e b a s las h ab ían co g id o p a ra a rm a rse y
lu c h a r al d ía sig u ie n te c o n tra sus en e m ig o s.
T al es, fin a lm e n te , la o r d e n q u e Z isk a d ic ta en su le ch o
d e m u e rte cu a n d o , a n im a d o aú n p o r el o d io m ás v io le n to
c o n tra los cató lico s q u é lo h ab ían p e rs e g u id o , o rd e n a a sus
p a rtid a rio s q u e le d e s u e lle n in m e d ia ta m e n te d e s p u é s d e su
m u e rte y q u e hagan u n ta m b o r co n su p ie l, p ro m e tié n d o le s
la v icto ria | sie m p re q u e m a rc h e n c o n tra los católicos al so n 9
d e e s te ta m b o r. P ro m e s a q u e fu e sie m p re ju stifica d a p o r el
éx ito .
V e m o s q u e los m e d io s m ás d ecisiv o s, los m ás a d e cu a d o s

30 Pericles (499-429), estratega ateniense, jefe del partido democrático. G obernó durante
quince años, consolidando la hegem onía ateniense y llevando a Atenas a la cum bre d e su esplen­
d o r cultural y político. Inició la desafortunada guerra del Peloponeso. Pericles, al que se llamó «el
olímpico», ejerció, se dice, la dictadura d e la inteligencia, d e la elocuencia y del carácter.
31 Espaminondas (418-36 a. C.), general y estadista beodo. U no de los más grandes capitanes
de la Antigüedad. Venció a los espartanos en Leuctra (371) y M antinea (362); cayó en esta última
batalla.

323
p ara p ro d u c ir g ra n d e s efe cto s, d e sc o n o c id o s sie m p re p o r
aq u e llo s q u e llam am os sen sato s, n o p u e d e n se r c o m p re n d i­
d os m ás q u e p o r h o m b re s ap a sio n a d o s q u ie n e s, co lo cad o s
en las m ism as circ u n stan cias q u e esto s h é ro e s , h a b ría n e x p e ­
rim e n ta d o los m ism o s se n tim ie n to s.
Si no fu era p o r el r e s p e to q u e m e,rece la re p u ta c ió n d el
G ra n C o n d é , ¿c o n sid e ra ría m o s c o m o fu e n te d e em u la c ió n
p a ra los so ld ad o s el p ro y e c to de e ste p rín c ip e d e h a c e r
re g istra r en cada re g im ie n to el n o m b re d e los so ld ad o s q u e
se h u b ie ra n d istin g u id o p o r algunos h ec h o s o alg u n o s d ich o s
m em o rab le s? El in c u m p lim ie n to d e e s te p ro y e c to , ¿n o
10 p ru e b a q u e n o se | ha sa b id o re c o n o c e r su u tilid ad ? ¿R ec o ­
n o ce m o s, co m o el ilu s tre ca b allero F o lard , el p o d e r d e las
aren g as so b re los soldados? T o d o s re c o n o c e n ig u a lm e n te la
gallardía de las p alab ras d e V e n d ó m e cu a n d o , te stig o d e la
h u id a d e algunas tro p as a las q u e sus oficiales in te n ta b a n en
v an o rea g ru p a r, e s te g e n e ra l se lanza en m e d io d e los fu g iti­
vos y g rita a sus oficiales: Dejad tranquilos a los soldados; no
es aquí, sino allí (m o stra n d o u n árb o l d ista n te u n c e n te n a r d e
pasos) adonde van y deben reagruparse. C o n e s te d isc u rso no
d e ja b a e n tre v e r a lo s so ld a d o s n in g u n a d u d a s o b re su valor;
con e s te m e d io d e s p e rta b a e n ello s las p asio n es d e la v e r­
g ü e n z a y d el h o n o r q u e d e s e a b a n to d a v ía c o n s e rv a r a n te sus
ojo s. E ra el ú n ic o m e d io d e d e te n e r a los fu g itiv o s y d e
re c o n d u c irlo s al c o m b a te y llevarlos a la v ic to ria ,2.
11 | A h o ra b ie n , ¿ q u ié n d u d a rá d e q u e u n tal d isc u rso es
un rasgo d e c a rá c te r y d e q u e , e n g e n e ra l, to d o s los m e d io s
d e los q u e se han se rv id o los g ra n d e s h o m b re s p ara e n c e n d e r
en las alm as el fu eg o d e l e n tu sia sm o les fu e ro n in sp irad o s
p o r las p asio n es? ¿ H u b ie ra u n h o m b re se n sa to a u to riz a d o a
A le ja n d ro , p ara d e s p e rta r u n a m a y o r co n fian za y m ás re s p e to
a los m a c e d o n io s, a d e c irse h ijo d e J ú p ite r H a m ó n ; h u b ie ra
a c o n se ja d o a N u m a fin g ir u n a rela ció n co n la n in fa E gería;
a Z am olxis, a Z a le u c o , a M n e v e s a d ec irse in sp ira d o s p o r
V esta, M in e rv a o M e rc u rio ; a M a rio a llevar co n sig o a un a
adivina; a S e rto rio a c o n s u lta r a su cierva; y, p o r fin, al co n d e
d e D u n o is a arm a r a u n a d o n c e lla p ara v e n c e r a lo s ingle-

32 Luis II, príncipe de Condé, llamado el G ran Condé (1621-1686); Louis-Joseph Vendóme
(165’4 -1712), grandes generales del reino de Luis XIV. A H elvétius le agrada el constamr
intercambio de referencia a héroes clásicos y a héroes m odernos.
33 N um a Pompilia (715-672 a. C.), segundo rey legendario de Roma, autor de la organiza

324
S o n p ocas las p e rso n a s q u e elev a n sus p e n s a m ie n to s p o r
e n c im a de las ideas c o m e n te s ; y to d a v ía son m e n o s | las q u e 12
se a tre v e n (19) a e je c u ta r y a d e c ir lo q u e p ie n san . Si los
h o m b re s sen sato s q u isie ra n e m p le a r m e d io s p a re c id o s, al es­
ta r faltos d e u n c ie rto ta c to y d e u n c ie rto c o n o c im ie n to d e
las p a s io n e s n o h a b ría n sid o n u n c a capaces d e ap licarlo s
fe liz m e n te . E stán h e c h o s p a ra se g u ir los cam in o s trillad o s; | si 13
los a b a n d o n a n , se ex tra v ían . El h o m b r e se n sa to es aq u el en
cu y o c a rá c te r d o m in a la p e re z a : no e stá n d o ta d o s d e esa
activ id ad d el alm a q u e , en lo s p rim e ro s p u e s to s , h a c e in v e n ­
ta r a los g ra n d e s h o m b re s n u ev o s re s o rte s p a ra m o v e r el
m u n d o , o les h ac e se m b ra r h o y la sem illa d e los su c eso s d el
fu tu ro . Así, el lib ro d e l f u tu ro sólo se a b re p a ra el h o m b re
ap a sio n a d o y áv id o d e gloria.
El d ía de la batalla d e M a ra tó n , T e m ísto c le s fu e el ú nico
g rie g o q u e p re v io la batalla d e S alam ina y q u e s u p o , e je rc i­
ta n d o a los a te n ie n se s e n la n av e g ac ió n , p re p a ra rle s p ara la
v ic to ria 34.
C u a n d o C a tó n el c e n so r, h o m b re m ás p r u d e n te q u e ilu ­
m in a d o , o p in a b a, ju n to co n to d o el se n a d o , q u e C a rtag o
h ab ía d e se r d e s tru id a , ¿ p o r q u é sólo E scip ió n 35 se o p o n ía a
la ru in a d e esta ciu d ad ? P o r q u e | só lo él v eía a C a rtag o , n o 14
só lo co m o u n a rival digna d e R o m a, sino co m o un d iq u e q u e

ción religiosa de la ciudad. Se le atribuían poderes mágicos y decía recibir en una gruta por las
noches los consejos d e la ninfa Egeria.
M nevis es transcripción griega d e m erur, nom bre egipcio del toro sagrado de Heliópolis.
M inerva es una antigua divinidad itálica, p ro tecto ra d e las artes, los artífices y las profesio­
nes. Más t^rde, identificada co n la diosa griega Palas Atenea.
Z aleuco fue un legendario legislador d e Locria (V II a. C.). Según la tradición era un pastor
al que sus conciudadanos, p o r sugerencia de A polo, encargaron redactar un código de leyes.
Vesta tue la diosa romana protectora del hogar y M ercurio el dios rom ano del comercio.
M ario Cayo (156-86 a. C.), general y político rom ano. V encedor de Y ugurta, de N um idia,
d e los teuton es en Aix y d e los cim brios en Vercoli. Jefe del partido popular, luchó contra Sila
en la guerra civil.
Sertorio Q uinto (121-72 a. C.) fue un general rom ano partidiario de Mario. D espués de su
victoria se m antuvo independiente en España, venció a M etelo y Pom peyo y fue asesinado por
orden de Porsena.
Juan de O rleans, C onde d e D unois (1403-1468), príncipe C apeto, hijo d e Luis I, duque de
O rleans. D efendía O rleans asediada p o r T albot, cuando Ju an a d e A rco fue a liberar la ciudad.
C ontinuó la obra d e Juana y fue uno d e los principales ejecutores d e la expulsión de los
ingleses. C ontribuyó a la liberación de París, a la reconquista de N orm andía y de la Guyana.
34 En la batalla d e M aratón (490 a. C.), el ejército persa fue vencido por el ejército
ttteniense de Milcíades.
En la de Salamina (480 a C.), la flota griega m andada p o r Tem ístocles venció a la escuadra
persa d e Jerjes.
Tem ístoles (528-464 a. C .) fue general y político ateniense que, tras vencer a los persas en
la batalla naval de Salamina contribuyó a la form ación de la Liga marítim a de Délos bajo la
hegem onía de Atenas. D esterrad o , m urió en la corte de A rtajerjes.
35 Publio C ornelio Escipión. El Africano (235-183 a. C.) fue el general rom ano que
durante la segunda guerra púnica expulsó a los cartaginenses de España y d errotó a Aníbal en
£ama (202).

325
se p o d ía o p o n e r al to r r e n te d e vicios y d e c o rru p c ió n q u e
esta b a a p u n to d e d e s b o rd a rs e p o r Italia. E stu d io so d e p o lí­
tica y de h isto ria , a c o stu m b ra d o a re fle x io n a r, a esta fatiga de
la ate n c ió n d e la q u e sólo la p a sió n de la g lo ria n o s hace
capaces, h ab ía lleg ad o p o r e s te ca m in o a u n a e sp ec ie de
adivinación. P resag iab a to d a s las desgracias a las q u e R o m a
su c u m b iría en el m o m e n to en q u e esta d u e ñ a d el m u n d o
elev a ra su tro n o so b re las ru in as d e to d as las m o n a rq u ía s d el
u n iv erso ; veía ta m b ié n a p a re c e r p o r to d as p a rte s a M ario s y
Silas; oía ta m b ié n p u b lic a r las fu n estas listas d e p ro sc rip c ió n
cu a n d o los ro m an o s sólo v eían p o r todas p a rte s p alm as triu n -
15 fales y sólo oían | los g rito s d e la victoria. E ste p u e b lo era
e n to n c e s c o m p a ra b le a e so s m a rin e ro s q u e , v ie n d o el m ar en
calm a, los céfiro s h in c h a r s u a v e m e n te las velas y rizar la
su p e rfic ie de las aguas, se a b a n d o n a n a u n a aleg ría d escu i­
dada, m ie n tras q u e el p ilo to a te n to ve a p u n ta r al fo n d o del
h o riz o n te la te m p e s ta d q u e p r o n to tra s to rn a rá los m ares.
Si el sen ad o ro m a n o n o h izo caso del c o n s e jo d e E$ci-
pió n , es p o r q u e hay m uy p o cas p e rso n a s a las q u e el c o n o ­
cim ie n to del pasad o y del p r e s e n te les re v e le el d el fu tu ro
(20). A sí co m o el c re c im ie n to y la d e c a d e n c ia d e la en cin a
es in a p re cia b le p ara los in se cto s e fím e ro s q u e se arrastra n
16 b ajo ; su so m b ra , lo s im p e rio s p a re c e n e s ta r en u n a e sp ec ie
d e e sta d o d e inm ovilidad para la m ay o ría de los h o m b re s , q u e
están satisfechos co n esta ap a rien c ia d e in m o v ilid a d , p o r q u e
favorece aún m ás su p ereza, la cual se c re e e n to n ce s
d esca rg a d a del cu id ad o d e la p rev isió n .
En lo m o ral pasa c o m o en lo físico. M ie n tra s el p u e b lo
cre e q u e los m ares p e rm a n e c e n c o n s ta n te m e n te en c a d e n a d o s
en sus le ch o s, el sabio ve có m o su c e siv a m e n te d e s c u b re n y
su m e rg e n ex ten sas re g io n e s y c ó m o la nave su rca las llan u ras
q u e hace p o co surcaba el arad o . M ie n tras el p u e b lo ve la
cabeza d e las m o n ta ñ as alzarse sie m p re igual e n tre las n u b e s ,
17 | el sabio ve sus cim as, c o n tin u a m e n te d e m o lid a s p o r los si­
glos, d e s m o ro n a rse en los valles y lle n arlo s co n sus ruinas.
S ólo u n o s h o m b re s ac o stu m b ra d o s a re fle x io n a r, a v e r el
u n iv e rso m o ral, al igual q u e el u n iv e rso físico, en u n e stad o
d e e te rn a y sucesiva d e s tru c c ió n y re p ro d u c c ió n , p u e d e n
p e rc ib ir las causas le jan a s d e la d e m o lic ió n d e los E stad o s. Es
la vista de águila d e las p asio n es la q u e p e n e tra en el ab ism o
te n e b ro s o del fu tu ro ; la in d ife re n c ia ha nacid o cieg a y e s tú ­
pida. C u a n d o el cielo e stá se re n o y los aires so n p u ro s, el

326
ciu d a d a n o n o p re v é la to rm e n ta ; es el o jo in te re s a d o d el
ca m p e sin o a te n to el q u e ve co n e s p a n to los v ap o re s elev a rse
in s e n sib le m e n te d e la su p e rfic ie d e la tie rra p ara c o n d e n sa rse
e n los cielos y c u b rirlo s co n estas n u b e s n eg ras 1 q u e p o r sus 18
flancos e n tre a b ie rto s p r o n to v o m ita rá n los rayos y el g ran iz o
q u e a rru in a rá n las cosechas.
F ijé m o n o s en cada p a sió n en p artic u la r, y v e re m o s q u e
to d a s están b ien in fo rm ad a s ac erca del o b je to d e sus in v e sti­
g ac io n e s, q u e só lo ellas so n capaces d e p e rc ib ir la cau sa d e
los efectos q u e la ignorancia atrib u y e al azar, q u e, p o r consi­
g u ie n te , só lo ellas p o d rá n lim ita r y alg ú n d ía tal vez d e s tru ir
c o m p le ta m e n te el im p e rio d e e s te azar cuyos lím ite s se r e d u ­
ce n n e c e s a ria m e n te a cada n u e v o d e s c u b rim ie n to .
Si las ideas y las accio n es q u e h a c e n c o n c e b ir y llev ar a la
p rá c tic a p asio n es c o m o la avaricia y el a m o r so n p o r lo
g e n e ra l p o c o estim a d as, n o es ello d e b id o a q u e estas id eas y
estas acciones n o ex ijan a m e n u d o m u ch as c o m b in a c io n e s y
m u c h o e s p íritu ; lo q u e pasa es q u e ta n to unas co m o o tra s
so n in d ife re n te s o in c lu so I p e rju d ic ia le s p a ra la g e n te c o m ú n 19
q u e só lo c o n c e d e , co m o h e d e m o s tra d o e n el d isc u rso p r e c e ­
d e n te , los títu lo s d e v irtu o sa s o e s p iritu a le s a las ac cio n es y a
las ideas q u e le so n útiles. A h o ra b ien , el a m o r a la g lo ria es,
e n tr e to d as las p asio n es, la única q u e p u e d e sie m p re in sp ira r
accio n es e ideas de e s ta esp ec ie. S ó lo ella ex a lta b a a un rey
d el O rie n te cu a n d o exclam aba: «¡Ay d e los so b e ra n o s q u e
m a n d an so b re p u e b lo s esclavos! Las d u lz u ra s d e u n a ju sta
alab an za, tan codiciada p o r los d io se s y los h é ro e s, n o e stá n
hech as p ara ellos. ¡O h, p u eb lo s! añ ad ía, en v ile c id o s p o r h a ­
b e r p e rd id o el d e re c h o d e c e n s u ra r p ú b lic a m e n te a v u e s tro s
am o s, habéis p e rd id o ta m b ié n c u a lq u ie r d e r e c h o a alab arlo s.
El elo g io del esclavo e s so sp e c h o so ; el d e sg ra c ia d o q u e los
g o b ie rn a n o sab rá n u n ca si es d ig n o d e e stim a o d e d e s p re ­
cio . I ¡Q u é to rm e n to p a ra u n alm a n o b le v iv ir e n tre g a d o al 20
su p licio d e esta in c e rtid u m b re !»
E sta clase d e se n tim ie n to s su p o n e sie m p re u n a pasión
a rd ie n te p o r la gloria. E sta p a sió n es la v id a 36 d e los h o m ­
b re s d e c u a lq u ie r clase d e ta le n to o d e g e n io ; a e s te d e s e o
d e b e n el e n tu sia sm o q u e tie n e n p o r su a rte , al q u e a veces
c o n sid e ra n la única o cu p a c ió n dig n a del e s p íritu h u m a n o . P o r

36 En el original «l’áme». T raducir «esta pasión es el alma» podría prestarse a confusión.


C om o aquí «ame» se usa com o «principio que anima», «principio vivificador», nos ha pare­
cido que «vida» recogía bien el sentido de la m etáfora.

327
e s ta o p in ió n , las g e n te s s e n s a ta s lo s c o n s id e ra n u n o s lo c o s,
p e r o n o así e l h o m b r e ilu s tra d o , e l c u al e n la c a u sa d e su
lo c u r a p e rc ib e la ca u sa d e s u ta le n to y d e s u é x ito .
La c o n c lu s ió n a q u e lle g a m o s e n e s te c a p ítu lo es q u e
e sta s g e n te s s e n s a ta s, e s to s íd o lo s d e las g e n te s m e d io c re s ,
21 so n s ie m p r e m u y in f e r io r e s a las g e n te s a p a sio n a d a s; y q u e
so n las p a s io n e s fu e r te s las q u e n o s a rra n c a n d e la p e re z a y
las ú n ic a s q u e n o s p u e d e n d o ta r d e e s ta c o n tin u id a d d e la
a te n c ió n q u e c o r r e s p o n d e a la s u p e r io r id a d d e l e s p íritu . S ó lo
m e q u e d a , p a ra c o n firm a r e s ta v e rd a d , m o s tr a r e n el c a p ítu lo
s ig u ie n te c ó m o a q u e llo s h o m b r e s a lo s q u e h e m o s , c o n ra ­
z ó n c o lo c a d o e n la c a te g o ría d e lo s h o m b r e s ilu s tr e s d e s ­
c ie n d e n a la clase d e lo s h o m b r e s m ás m e d io c re s e n el
m ism o m o m e n to e n q u e ya n o so n s o s te n id o s p o r el f u e g o
d e las p a sio n e s.

C a p ít u l o V I l i

Se deviene estúpido en cuanto se deja de ser apasionado

22 | E sta p ro p o s ic ió n e s u n a c o n s e c u e n c ia n e c e sa ria d e la p r e ­
c e d e n te . E n e fe c to , si el h o m b r e p r e s o d e l d e s e o m á s v iv o
d e la e s tim a , y capaz e n e s te g é n e r o d e la m á s f u e r te p a s ió n ,
n o e s tá e n c o n d ic io n e s d e s a tisfa c e rla , e s t e d e s e o d e ja r á
p r o n t o d e a n im a rle , p o r q u e p o r n a tu r a le z a to d o d e s e o se
a p a g a si n o e stá a lim e n ta d o p o r la e s p e ra n z a . A h o ra b ie n , la
m ism a c a u sa q u e e x tin g u e e n él la p a s ió n d e la e s tim a h a d e
s o fo c a r n e c e s a r ia m e n te e l g e r m e n d e l e s p íritu .
23 Q u e se n o m b r e p a ra la re c a u d a c ió n d e u n | p e a je , o p a ra
o tr o e m p le o p a re c id o , a h o m b r e s ta n a p a s io n a d o s p o r la
e s tim a p ú b lic a c o m o d e b ía n s e r lo lo s T u r e n n e , C o n d é , D e s ­
c a rte s , C o rn e ille y R ic h e lie u . P riv a d o s p o r su p o s ic ió n d e
to d a e s p e r a n z a d e g lo r ia , s e v e rá n in m e d ia ta m e n te d e s p r o v is ­
to s d el e s p íritu n e c e s a r io p a ra d e s e m p e ñ a r e s to s e m p le o s .
P o c o a p to s p a ra el e s tu d io d e las o rd e n a n z a s o d e las tarifa s,
n o te n d r á n a p titu d e s p a ra u n e m p le o q u e p u e d e h a c e rlo s
o d io s o s a la c o le c tiv id a d ; s ó lo s e n tir á n d is g u s to p o r u n a
c ie n c ia e n la q u e el h o m b r e m á s in s tru id o , y q u e p o r c o n si-

328
g u íe n te se h a a c o s ta d o s a b io y r e s p e ta b le a su s p r o p io s o jo s ,
p u e d e d e s p e r ta r s e m u y ig n o r a n te y m u y in ú til si e l m a g is­
tr a d o h a c re íd o q u e te n ía q u e s u p r im ir o s im p lific a r e s to s
d e re c h o s . E n tre g a d o s p o r c o m p le to a la fu e r z a d e la in e rc ia ,
e s te tip o d e h o m b r e s s e r á n | p r o n t o in c a p a c e s d e c u a lq u ie r 24
e s p e c ie d e a p lic a c ió n 37.
H e a h í p o r q u é , en la g e s tió n d e u n e m p le o s u b a lte r n o ,
lo s h o m b r e s n a c id o s p a ra lo g r a n d e so n a m e n u d o in f e r io r e s a
lo s e s p ír itu s m á s c o m u n e s . V e s p a s ia n o 3K, q u e e n el tr o n o
fu e la a d m ira c ió n d e lo s ro m a n o s , h a b ía sid o o b j e t o d e su
d e s p r e c io e n el c a rg o d e p r e t o r (2 1 ). El á g u ila q u e a tra v ie s a
las n u b e s c o n u n v u e lo a u d a z , a ra s d e tie r r a tie n e u n v u e lo
m e n o s r á p id o q u e el d e la s g o lo n d r in a s . D e s tr u id e n u n
h o m b r e la p a s ió n q u e le a n im a y e n e l m is m o in s ta n te le
p riv á is d e to d a s sus lu c e s. La c a b e lle ra d e S a n só n p a re c e s e r
a e s te re s p e c to el e m b le m a d e la p a s ió n : c o r ta d a su c a b e lle ra ,! 25
S a n só n p asa a s e r u n h o m b r e o rd in a rio .
P a ra c o n firm a r e s ta v e rd a d c o n u n s e g u n d o e je m p lo ,
e c h e m o s u n a m ira d a s o b r e e s to s u s u r p a d o r e s d e O r ie n t e q u e
a m u c h a a u d a c ia y p r u d e n c ia u n ía n n e c e s a r ia m e n te g ra n d e s
lu ces. P r e g u n te m o s p o r q u é la m a y o r ía d e e llo s h a n m o s­
tr a d o p o c o e s p ír itu e n el tr o n o , p o r q u é , m u y in f e r io r e s e n
g e n e r a l a los u s u r p a d o r e s d e O c c id e n te , casi n i n g u n o d e
e llo s , c o m o lo p ru e b a la fo r m a d e lo s g o b ie r n o s a siá tic o s,
p u e d e s e r p u e s t o e n el n ú m e r o d e lo s le g is la d o re s . N o es
q u e d e s e a r a n s ie m p re la d e s g r a c ia d e s u s s ú b d ito s , s in o q u e
al to m a r la c o ro n a e l o b j e t o d e su d e s e o h a b ía s id o a lc a n ­
z a d o . A s e g u ra d a su p o s e s ió n p o r la b a je z a , la s u m is ió n y la
o b e d ie n c ia d e u n p u e b lo | e s c la v o , la p a sió n q u e lo s h a b ía 26
lle v a d o al p o d e r d e ja b a e n to n c e s d e a n im a rlo s ; n o te n ie n d o
ya n in g ú n m o tiv o b a s ta n te p o d e r o s o p a ra d e te r m in a r lo s a
s o p o r ta r la fatig a d e la a te n c ió n q u e e x ig e n el d e s c u b r i­
m ie n to y e l e s ta b le c im ie n to d e le y e s b u e n a s , se e n c o n tr a b a n
e n el e s ta d o , d e s c r ito m á s a rr ib a , d e lo s h o m b r e s s e n s a to s

FJ ejem plo difícilm ente p u ed e considerarse indiferente a su propia experiencia de «fer-


mier general». Ciertam ente, pesaba m ucho a H elvétius, hom bre d e ideas, som eterse a una
práctica cuyas reglas poco razonables estaban rígidamente trazadas. D e todas formas engaña un
poco, pues últim am ente se han descubierto docum entos que prueban que H elvétius cumplió
con escrupulosidad y eficacia su función, aunque, eso sí, no le produjera especial placer. Ver
Roland Desné, «La Tournee du Ferm jer general H elvétius dans les Ardennes (1738)» en
Dix-buineme siiclt, núm. 3 <1971 >, p£> 3-40.
T ito Havio Vespasiano (9 -79 d.C.). em perador rom ano que restauró la autoridad imperial
y pacificó el Imperio. H abía sido pretor e n época de Calígula-

329
q u e n o e s ta n d o an im ad o s d e u n viv o d e s e o n o tie n e n el
v alor d e su stra e rse a las delicias d e la p ere za.
Si e n O c c id e n te , p o r el c o n tra rio , v ario s u su rp a d o re s han
h e c h o b rilla r en el tr o n o g ra n d e s ta le n to s; si los A u g u sto y
los C r o m w e ll39 p u e d e n se r co lo ca d o s e n el ran g o d e los
le g isla d o re s, es p o rq u e , te n ie n d o q u e tra ta r con u n o s p u e ­
blos q u e se im p a c ie n ta b a n c o n el fre n o y q u e te n ía n u n
alm a m ás a tre v id a y m ás elevada, les e s p o le a b a el te m o r d e
27 p e r d e r el o b je to d e sus d e se o s; yo d iría, [ la p a sió n d e la
am bició n . S u b id o s a u n tro n o s o b re el q u e n o se p o d ía n
im p u n e m e n te d o rm ir, sabían q u e te n ía n q u e h a c e rse ag rad a­
bles a u n o s p u e b lo s o rg u llo so s, e s ta b le c e r u nas ley es (22) q u e
fu e ra n ú tile s p ara el m o m e n to , en g a ñ arlo s y al m e n o s im p o ­
n e rse a ellos con la ilu sió n de u n a felicidad p a s a je ra q u e les
re s a rc ie ra de las desg racias rea les q u e la u su rp a c ió n lleva tras
d e sí.
O sea, los p elig ro s a lo s q u e esto s ú ltim o s se han v isto
28 e x p u e s to s | en el tro n o le s ha d ad o esta su p e rio rid a d d e
ta le n to q u e los coloca p o r en cim a d e la m a y o ría d e los
u s u rp a d o re s de O rie n te . Su caso es sim ilar al d el h o m b re d e
g e n io e n o tro s cam pos, el cual, sie m p re e x p u e sto a la crítica
y c o n tin u a m e n te in q u ie to p o r go zar d e u n a re p u ta c ió n q u e
e stá sie m p re en p elig ro d e p e rd e r, se d a c u e n ta d e q u e no es
él el ú n ic o q u e sie n te la p asió n d e la v anidad y q u e si la suya
le h a c e d e s e a r la estim a d e los d em ás, la d e los o tro s h ace
q u e se la re h ú se n si p o r m e d io d e o b ras ú tiles y ag ra d ab le s y
m e d ia n te c o n tin u o s esfu e rz o s d el e s p íritu n o c o n s u e la a los
h o m b re s p o r el d o lo r d e te n e rle q u e alabar. E n el tro n o , en
c u a lq u ie r actividad, e s te te m o r m a n tie n e al e s p íritu fecu n d o :
si se an iq u ila este te m o r, la fu e rz a del e s p íritu es d e s tru id a .
29 Q u é d u d a cabe de q u e un físico p o n e I infin itam en te más
a te n c ió n e n el ex a m e n q u e h a c e de u n h e c h o d e la física, a
m e n u d o p o c o im p o rta n te p ara la h u m a n id a d , q u e u n su ltán
e n el e x a m e n d e u n a ley d e la q u e d e p e n d e la felicid ad o la
d e s g ra c ia d e varios m iles d e h o m b re s. Si é s te e m p le a m e n o s
tie m p o e n m e d ita r, en re d a c ta r sus o rd e n a n z a s y sus
e d ic to s , q u e u n h o m b re d e e s p íritu e n c o m p o n e r u n m a­
d rigal o u n epig ram a, se d e b e a q u e la m e d ita c ió n , sie m p re

39 O liverio C rom w ell (1599-1658), lord pro tecto r d e la R epública inglesa, gobernó como
dictador durante diez años. D ecretó el Acta de N avegación, base del p oderío naval inglés y
aniquiló a sus enem igos políticos y religiosos.

330
fatig an te , es, p o r así d ec ir, c o n tra ria a la n a tu ra le z a (2 3 ); y,
| a c u b ie rto en el tro n o , ta n to del ca stig o co m o d e los d a rd o s 30
d e la sátira, el su ltán n o tie n e n in g ú n m o tiv o p ara v e n c e r u n a
p e re z a q u e es tan a g ra d a b le p ara to d o s los h o m b re s.
P a re c e , p u e s, q u e la activ id ad d el e s p íritu d e p e n d e d e la
activ id ad d e las p asio n es. P o r e s to es en la e d a d d e las
p asio n es, d e los v e in tic in c o a los tre in ta y cin co o c u a re n ta
años, cu a n d o u n h o m b re es capaz d e los m a y o re s esfu e rz o s
d e v irtu d y d e g en io . A esta e d a d , los h o m b re s nacid o s p ara
algo g ra n d e han a d q u irid o u n c ie rto n ú m e ro d e c o n o c im ie n ­
to s sin q u e sus p asio n es hay an to d a v ía p e rd id o casi n ad a d e
su actividad. P asada esta ed a d , las p asio n es se d e b ilita n y
te rm in a el c re c im ie n to del e s p íritu , d e ja n d e a d q u irirse n u e ­
vas id eas y, p o r im p o rta n te s q u e sean las o b ras q u e a p a rtir
d e e n to n c e s se c o m p o n e n , n o | se h ace m ás q u e ap licar y 31
d e s a rro lla r las ideas c o n c e b id a s e n la ed a d d e la e fe rv e sc e n c ia
d e las p asio n es y q u e to d a v ía n o h ab ía u tilizad o .
Sin e m b a rg o , n o s ie m p re d e b e a trib u irs e el d e b ilita ­
m ie n to d e las p a sio n e s a la e d a d . U n o d e ja d e e s ta r a p a sio ­
n a d o p o r un o b je to c u a n d o el p la ce r q u e e s p e ra o b te n e r con
su p o se sió n n o iguala a la fatiga n ec esaria p ara a d q u irirlo . El
h o m b re q u e am a la g lo ria n o le sacrifica sus g u sto s si no c re e
q u e se resa rc irá d e e s te sacrificio con la e stim a q u e es el
p re m io . P o r e s to , ta n to s h é ro e s n o p o d ía n esca p ar d e las
re d e s d el p la c e r m ás q u e en el tu m u lto del c a m p o d e b atalla
y e n tre los c a n to s d e v icto ria; p o r esto el G ra n C o n d é sólo
d o m in a b a su h u m o r el día d e u n a batalla, q u e es cu a n d o
te n ía m ás san g re fría; y J si p o d e m o s c o m p a ra r co n las g ran - 32
d es cosas aquellas a las q u e llam am o s p e q u e ñ a s , c ita re m o s a
D u p ré q u e an d ab a d e una m a n e ra d e sc u id a d a y q u e só lo
su p e ra b a este d e fe c to e n el te a tro , p u e s los ap lau so s y la
a d m iració n de los e s p e c ta d o re s le resa rc ían del e s fu e rz o q u e
te n ía q u e h ac er para g u sta rle s. N a d ie triu n fa d e sus h áb ito s y
d e su p e re z a si n o am a la g lo ria ; y los h o m b re s ilu stre s a
v eces sólo son sen sib le s a la g lo ria m ás g ra n d e . Si no p u e d e n
alcan zar la to ta lid a d d e la estim a , la m a y o ría se a b a n d o n a n a
u n a p e re z a v erg o n z o sa. El o rg u llo e x tre m a d o y la e x tre m a
a m b ic ió n les p ro d u c e a m e n u d o el e fe c to d e la in d ife re n c ia y
la m o d e ra ció n . E n e fe c to , u n a p e q u e ñ a g lo ria só lo p u e d e ser
d e s e a d a p o r u n alm a p e q u e ñ a . Si las p e rs o n a s p re o c u p a d a s
p o r la m a n e ra | d e v e s tirse , d e p re s e n ta rs e y d e h a b la r en 33
so c ied a d so n g e n e ra lm e n te in c ap a ce s d e g ra n d e s cosas, es no

331
sólo p o rq u e en a d q u irir u n a in fin id ad d e p e q u e ñ a s h a b ilid a ­
d es y p e q u e ñ a s p e rfe c c io n e s p ie rd e n u n tie m p o q u e p o d ría n
e m p le a r e n el d e s c u b rim ie n to d e g ra n d e s ideas y en cu ltiv a r
g ra n d e s a p titu d e s, sin o p o rq u e la b ú sq u e d a d e u n a p e q u e ñ a
g lo ria su p o n e q u e sus d e se o s so n d e m asiad o d é b ile s y m o d e ­
rados. A sí p u es, lo s g ra n d e s h o m b re s son casi to d o s in c ap a­
ces de los p e q u e ñ o s cu id ad o s y de las p e q u e ñ a s a te n c io n e s
n ecesarias p ara a tra e rse la co n sid e ra c ió n ; d e s d e ñ a n u sar tales
m ed io s. « D esc o n fiad , d ec ía Sila, h ab lan d o d e C é sar, d e e s te
jo v e n q u e an d a p o r la calle sin n in g u n a m o d e stia . V e o e n él
a varios M ario.»
34 C re o h a b e r d e m o s tra d o su fic ie n te m e n te | q u e la falta to ­
tal d e pasio n es, si p u d ie ra ex istir, p ro d u c iría en n o s o tro s un
to ta l e m b ru te c im ie n to , e s ta d o al q u e nos ac erca m o s ta n to
m ás c u a n to m e n o s ap a sio n a d o s som os (24). Las p a sio n e s son,
en efe cto , el fu eg o c e le s te q u e vivifica el m u n d o m o ral: a las
p asio n es d e b e n las ciencias y las arte s sus d e s c u b rim ie n to s y
35 J el alm a su elevación. Si la h u m a n id ad les d e b e ta m b ié n sus
vicios y la m ay o ría d e sus d esgracias, estas desg racias n o d an
a los m o ralistas el d e re c h o d e c o n d e n a r las p a s io n e s y c o n si­
d era rla s co m o locuras. La su b lim e v irtu d y la p re c la ra sa b id u ­
ría son d o s p ro d u c to s d e esta locura lo b asta n te h e rm o s o s
co m o p a ra q u e n o s p are zca re sp e ta b le .
La co n c lu sió n g e n e ra l d e c u a n to h e d ic h o so b re las p asio ­
nes es q u e sólo su fu e rz a es capaz d e c o n tra rre s ta r en n o s o ­
tro s la fu e rz a d e la p e re z a y de la inercia, a rra n c a rn o s d e la
in actividad y d e la e s tu p id e z hacia las q u e c o n tin u a m e n te
te n d e m o s y p ro p o rc io n a rn o s esta c o n tin u id a d en la a te n c ió n
d e la q u e d e p e n d e la su p e rio rid a d del ta len to .
P e ro , se nos d irá, ¿las d esig u ales d isp o sicio n e s co n las
q u e la n atu ra lez a ha d o ta d o el e s p íritu de los h o m b re s n o se
36 J
d e b e n a q u e ha e n c e n d id o en u n o s unas p a sio n e s s u p e rio ­
res q u e e n o tro s? C o n te s ta ré a e sta p re g u n ta d ic ie n d o q u e si
p a ra so b re sa lir en un g é n e ro n o es n ec esario , c o m o h e p r o ­
b ad o m ás arrib a, d a rle to d a la aplicación d e la q u e so m o s
capaces, ta m p o c o es n ec e sa rio , p a ra in stru irse en e s te m ism o
g é n e ro , estar an im ad o d e la m ás viva p asió n , sin o só lo del
g ra d o d e p asió n su fic ie n te p a ra h a c e rn o s e s ta r a te n to s . A d e ­
m ás, es in te re sa n te h a c e r o b se rv a r q u e , to c an d o a las p asio ­
n es, los h o m b re s n o d ifie re n e n tre sí ta n to co m o n o s im ag i­
nam os. P ara sa b er si la n a tu ra le z a e n e s te p u n to h a r e a lm e n te
h e c h o u n re p a rto desigual, hay q u e e x a m in a r a n te s si to d o s

332
los h o m b re s son su sc e p tib le s d e p a sio n e s y, p a ra ello , hay
q u e re m o n ta rs e hasta sus o ríg e n e s.

C a p í t u l o IX

Del origen de las pasiones

i P ara a c c e d e r a e s te c o n o c im ie n to hay q u e d is tin g u ir d o s ." 5 /


clases d e pasiones.
Las hay q u e nos h an sid o d adas in m e d ia ta m e n te p o r la
n atu raleza; las hay q u e d e b e m o s ú n ic a m e n te al esta b le c i­
m ie n to d e las so c ied a d es. P ara sa b er cuál d e estas d o s d ife ­
re n te s clases d e p a sio n e s ha p ro d u c id o la o tra , h em o s d e
tra n s p o rta rn o s co n el p e n s a m ie n to a los inicios del m u n d o .
V e re m o s e n to n c e s c ó m o la n a tu ra le z a , p o r m e d io d e la sed,
el h am b re , el frío y el calor, a d v ie rte al h o m b re d e sus
n ec e sid a d e s y ad scrib e in n u m e ra b le s p la c e re s y d o lo re s a la
satisfacción o a la p riv ac ió n d e las m ism as; v e re m o s i al h o m - 38
b r e capaz d e re c ib ir las im p re sio n e s d e p la ce r y de d o lo r y
n ac er, p o r así d ec ir, co n el a m o r al p la ce r y el o d io al d o lo r.
T al es el h o m b re al salir d e las m an o s d e la n atu raleza.
En e s te esta d io n o ex istían p ara él la en v id ia, el o rg u llo ,
la avaricia, la am b ició n , | se n sib le ú n ic a m e n te al p la ce r y al
d o lo r físicos, d esco n o c ía to d a s estas p e n a s y esto s p la ce re s
artificiales q u e n os p ro p o rc io n a n las p a sio n e s q u e acabo d e
citar. E stas p asio n es n o n o s h an sid o d adas in m e d ia ta m e n te
p o r la n atu raleza; p e r o su ex iste n c ia , q u e su p o n e la d e las
so c ied a d es, su p o n e ta m b ié n e n n o so tro s la sem illa o cu lta de
estas m ism as pasio n es. Si la n a tu ra le z a n o nos d a al n acer
m ás q u e n ec esid ad e s, e n ellas y e n n u e s tro s p rim e ro s d eseo s
¡ d e b e m o s b u sc ar el o rig e n d e estas p a sio n e s artificiales q u e 39
n o p u e d e n se r o tra co sa q u e un d e s a rro llo d e la fac u ltad d e
se n tir.
P arec e c o m o si en el u n iv e rso m o ral y en el u n iv e rso
físico, D ios h u b ie ra p u e s to u n solo p rin c ip io en to d o lo q u e
h a sido. Lo q u e es, y lo q u e será, n o es m ás q u e u n d e s a rro ­
llo n ecesario.
El h a d ic h o a la m ateria: yo te d o to d e fu erza. In m ed iata -

333
m e n te los e le m e n to s, so m e tid o s a las leyes d el m o v im ie n to ,
p e ro e rra n te s y m ezclad o s e n los d e s ie rto s d e l esp ac io , han
fo rm a d o m il c o m b in ac io n e s m o n stru o sa s, han p ro d u c id o m il
d iv e rso s caos, hasta q u e p o r fin se han c o lo ca d o e n el e q u ili­
b rio y o rd e n físico en el q u e h o y p a re c e o rd e n a d o el u n i­
v erso.
P arec e co m o si le h u b ie ra d ic h o asim ism o al h o m b re : Y o
40 te d o to d e sensib ilid ad ; | gracias a ella, ciego in s tru m e n to d e
mi v o lu n ta d , incapaz d e c o n o c e r la p ro fu n d id a d d e m is in ­
te n c io n e s, tú d e b e s cu m p lir, sin sa b e rlo , to d o s m is d esig n io s.
T e p o n g o b ajo el c u id a d o d el p la c e r y d el d o lo r: u n o y o tr o
v elarán p o r tu s p e n s a m ie n to s y tu s acciones; e n g e n d ra rá n tus
p a sio n es, ex c itarán tu s av e rsio n es, tu s am ista d es, tu s te r n u ­
ras, tu s fu ro re s; ilu m in arán tu s d e se o s, tu s te m o re s, tu s e s p e ­
ranzas; te d e s c u b rirá n las v e rd a d e s, te h u n d irá n e n el e r r o r y,
d e s p u é s d e h a b e rte h e c h o a lu m b ra r m il sistem as a b s u rd o s y
d ife re n te s d e m oral y d e legislación, u n día te d e s c u b rirá n
los p rin c ip io s sim ples a cu y o d e sa rro llo se hallan ad scrito s el
o rd e n y la felicidad del m u n d o m oral 40.
En e fe c to , su p o n g a m o s q u e el cielo d a vida d e p r o n to a
v arios h o m b res. Su p rim e ra o cu p a ció n será la d e satisfacer
41 | sus n ec esid ad e s; in m e d ia ta m e n te d e s p u é s in te n ta rá n e x p re ­
sar, m e d ia n te g rito s, las im p re sio n e s d e p la ce r o d e d o lo r
q u e re c ib e n . E stos p rim e ro s g rito s fo rm a ro n su p rim e ra le n ­
gu a, q u e , a juzgar p o r la p o b re z a d e las lengu as d e alg u n o s
salvajes, ha d e b id o se r en u n p rin c ip io m uy re d u c id a , lim i­
ta d a a esto s p rim e ro s so n id o s. C u a n d o los h o m b re s, al m u l­
tip lica rse, e m p e z a ro n a e x te n d e rs e p o r la su p e rfic ie d e la
tie rra y, c o m o las olas del o c é a n o q u e in v a d en tie rra a d e n tr o
sus o rillas p ara re p le g a rse in m e d ia ta m e n te en su se n o , varias
g e n e ra c io n e s h u b ie ro n a p a re c id o so b re la tie rra p a ra r e p le ­
g a rse en el abism o en el q u e los se re s se d e s tru y e n ; cu a n d o
las fam ilias e s tu v ie ro n m ás cerca las unas d e las o tra s, e n to n ­
ces, el d e s e o d e to d o s d e p o s e e r las m ism as co sas, tales

40 D estaquem os los principios q u e H elvétius acaba de establecer. U n principio monista: la


materia dotada de fuerza, lanzada al m ovim iento, a la com binación y disgregación, origina el
m undo como orden, com o form a surgida al azar, de en tre las infinitas com binaciones posibles
de los elem entos materiales; y m anteniéndose p o r ser una form a estable. Ei orden no es sino el
nom bre que damos a un equilibrio estable. Un principio naturalista, la sensibilidad, propiedad
del ser vivo, especialm ente del hom bre, es ei nom bre de la capacidad de ser afectado, de
generar un sentim iento d e placer o d e dolor, que queda establecido com o tendencia natural a
la que se subordinan los demás m ovim ientos del organismo, desde las reacciones espontáneas
o reflejas a la inteligencia. D os principios simples desde donde se ve el orden y la necesidad
del m undo, desde d o n d e se contruye una representación del m undo.

334
co m o lo s fru to s d e u n c ie rto árb o l o los fav o res d e c ie rta
1 m u je r, g e n e ra ría d isp u ta s y c o m b a te s e n tre ellos: así n ac ería n 42
la c ó le ra y la v enganza. C u a n d o , h a rto s d e sa n g re y can sad o s
d e vivir c o n tin u a m e n te a te m o riz a d o s,, c o n s in tie ro n en p e r d e r
u n p o c o d e la lib e rta d q u e p o se ía n en el e s ta d o n atu ra l y q u e
les p e rju d ic a b a , p ac ta ría n co n v e n io s. E stos co n v e n io s se rá n
sus p rim e ra s leyes, y h e c h a s las le y es, e ra n ec e sa rio en carg ar
a alg u n o s h o m b re s d e su eje c u c ió n : ya te n e m o s a los p rim e ­
ro s m a g istrad o s. E sto s m a g istra d o s p rim itiv o s de los p u e b lo s
salvajes vivirían en u n p rin c ip io en la selva. D e sp u é s d e
h a b e r d e s tru id o p a rte d e lo s anim ales, cu a n d o los h o m b re s
ya n o v ivieran d e la caza, la escasez d e a lim e n to s les e n s e ñ a ría
el a rte d e criar re b a ñ o s.

E sto s re b a ñ o s les p ro p o rc io n a rá n to d o lo su fic ie n te p a ra


satisfacer sus n ec e sid a d e s y los p u e b lo s ca za d o re s se h ab rá n
| c o n v e rtid o en p u e b lo s p a s to re s. D e s p u é s d e u n c ie rto nú- 43
m e ro d e siglos, cu a n d o e s to s ú ltim o s se m u ltip lic a ro n ta n to
q u e la tie rra ya no p o d ía , e n el m ism o esp acio , p ro p o rc io n a r
la alim e n tac ió n de un m a y o r n ú m e ro de h a b ita n te s sin se r
fe c u n d a d a p o r el tra b a jo h u m a n o , e n to n c e s los p u e b lo s p a s­
to re s d e s a p a re c ie ro n p ara d a r paso a los p u e b lo s ag ric u lto res.
La ex ig encia del h a m b re , al d e s c u b rirle s el a rte d e la ag ric u l­
tu ra , ta m b ié n les e n se ñ a rá el a r te d e m e d ir y d e re p a rtir las
tie rra s. U n a vez re p a rtid a s hay q u e ase g u ra r a cada u n o su
p ro p ie d a d y e s to o rig in a u n g ra n n ú m e ro d e cien cias y d e
leyes. Las tie rra s, p o r sus d ife re n c ia s en n a tu ra le z a y cu ltiv o ,
p ro d u c irá n fru to s d ife re n te s y los h o m b re s h arán tru e q u e s,
p e ro p ro n to c o m p re n d e rá n la v en taja q u e su p o n d ría c o n ­
venir e n tre todos u n intercam bio p o r m edio de algo q u e re ­
p r e s e n ta r a | to d o s lo s p ro d u c to s y e leg irán p ara e llo alg u n as 44
co n ch as o algunos m etales. C u a n d o las socied ad es habían lle­
g ad o a e s te p u n to d e p e rfe c c ió n , d e s a p a re c e ría la ig u ald ad
e n tre to d o s los h o m b re s y se d istin g u iría n los s u p e rio re s d e
los in fe rio re s. E n to n c e s, esta s p alab ras bien y mal, cread as
p a ra ex p re sa r las se n sac io n es de p la c e r o d e d o lo r físico q u e
re c ib im o s d e los o b je to s e x te rio re s , se e x te n d e ría n p ara apli­
carse d e una m a n e ra g e n e ra liz a d a a to d o a q u e llo q u e p u e d e
p ro d u c irn o s u n a u o tr a d e estas se n sac io n es, ac re c e n ta rla s o
d ism in u irlas, co m o , p o r e je m p lo , las riq u ez as y la in d ig en cia.
D e e s te m o d o , las riq u e z a s y los h o n o re s, p o r las v e n ta ja s
q u e c o m p o rta n , se c o n v e rtirá n e n o b je to g e n e ra l d e l d e se o
d e los h o m b re s. E n g e n d ra rá n , se g ú n la d ife re n te fo rm a d e

335
45 los g o b ie rn o s, p asio n es crim in ale s o v irtu o sa s, co m o j la e n ­
vidia, la avaricia, el o rg u llo , la am b ició n , el a m o r a la p atria,
la p asió n de la g lo ria, la m a g n an im id ad e in c lu so el am o r,
q u e , al h a b e rn o s sid o d a d o p o r la n a tu ra le z a c o m o u n a n e c e ­
sidad, al c o n fu n d irse co n la v an id ad , se c o n v e rtirá en u n a
p asió n artificial q u e, co m o las otras, no será m ás q u e un
d e sa rro llo d e la se n sib ilid ad física.
P o r c ie rta q u e sea esta co n c lu sió n , hay p o c o s h o m b re s
q u e c o n c ib a n con clarid ad las id eas de las q u e se d eriv a. P o r
o tra p a rte , al r e c o n o c e r q u e n u e stra s p asio n es tie n e n su
fu e n te , o rig in a ria m e n te , e n la se n sib ilid ad física, p o d ría m o s
c re e r q u e en el e s ta d o actual de las nacio n es civilizadas estas
p asio n es e x iste n in d e p e n d ie n te m e n te d e la causa q u e las ha
p ro d u c id o . Y o voy a h o ra a m o stra r, sig u ien d o la m e ta m o rfo -
46 sis d e las p e n a s y j d e lo s p la c e re s físicos en p e n a s y p la ce re s
artificiales, q u e en p asio n es ta le s c o m o la avaricia, la am b i­
ción, el o rg u llo y la am istad , cu y o o b je to n o p a re c e p e r te n e ­
c e r a los p la c e re s d e lo s se n tid o s, es sin em b a rg o el d o lo r y
el p la ce r físico el q u e s ie m p re re h u im o s o b u s c a m o s 41.

C a p ít u l o X

De la avaricia

El o ro y la plata p u e d e n se r c o n sid e ra d o s c o m o m a terias


ag rad ab les a n u e s tra vista; p e r o si d e se á ra m o s p o s e e rlo s ú n i­
c a m e n te p o r el e s p le n d o r y la b e lle z a d e e sto s m e ta le s, el
av aro se c o n te n ta ría c o n la lib re c o n te m p la c ió n d e las riq u e-
47 zas acum uladas ¡ e n el te s o ro p ú b lic o . P e ro c o m o e sta c o n ­
te m p la ció n n o satisfacería su p asió n , es n e c e sa rio q u e el
av aro, d e c u a lq u ie r clase q u e sea, d e s e e las riq u e z a s, ya sea
p ara in te rcam b iarla s p o r to d o s los p la ce re s, ya sea co m o
ex e n ció n d e todas las p e n a s q u e van u n id a s a la in d ig en cia.
S e n ta d o e s te p rin c ip io , d iré q u e co m o el h o m b re , p o r
n atu ra lez a, sólo es se n sib le a los p la c e re s de los se n tid o s,

41 La teoría d e las pasiones d e H elvétius tiene su base en ia de H obbes. V er el Leviathan,


cap. VI de la Prim era Parte.

336
e sto s p laceres son, p o r co n sig u ie n te , el ú n ic o o b je to d e sus
d eseo s. La pasió n del lu jo , d e la m a g n ifice n cia e n el v e s tu a ­
rio , las fiestas y el m o b iliario , es una p asió n artificial d e te r ­
m in ad a p o r las n ec esid ad e s físicas, o del a m o r, o d e la m esa.
E n e fe c to , ¿q u é p la c e re s re a le s p ro c u ra ría n e s te lu jo y esta
m ag n ificen cia al avaro v o lu p tu o s o si é s te no los c o n sid erara
co m o un m e d io , o d e g u s ta r a las m u je re s, si las am a, y de
(o b te n e r sus favores, o d e im p o n e rse a los h o m b re s y fo rzar- 48
los, co n la con fu sa e s p e ra n z a de u n a re c o m p e n sa , a ap a rtar
de él to das las p e n a s y a r e u n ir ju n to a él to d o s los p laceres?
En esto s avaros v o lu p tu o s o s, q u e n o m e re c e n p ro p ia- 1
m e n te el n o m b re d e avaros, la avaricia es el e fe c to in m e d ia to
d el te m o r al d o lo r y d el a m o r al p la ce r físico 42. P e ro , se
dirá, ¿có m o p u e d e n e s te m ism o a m o r al p la c e r o e s te m ism o
m ie d o al d o lo r p ro v o c a rla en los v e rd a d e ro s avaros, e n esto s
d esg raciad o s avaros q u e n o cam bian nu n ca su d in e ro p o r
p laceres? Si e sto s p asan su vida p riv á n d o se d e lo n ec esario , y
si ex ag eran a sí m ism o s y a lo s dem ás el p la c e r q u e sie n te n
p o r la p o se sió n del o ro , es p ara o lv id a rse d e u n a d esg ra cia a
la q u e n ad ie q u ie re ni d e b e c o m p a d e c e r.
| P o r s o rp re n d e n te q u e p are zca la co n tra d ic c ió n exis- 49
te n te e n tre su co n d u c ta y lo s m o tiv o s d e su m a n e ra d e
ac tu a r, tra ta ré d e d e s c u b rir la causa q u e , d e já n d o le s d e s e a r
c o n tin u a m e n te el p la ce r, los p riv a sie m p re d e él.
O b se rv a ré , en p rim e r lugar, q u e esta m o d a lid a d d e avari­
cia se origina en u n m ied o excesivo y ridículo, tan to de la
p o sib ilid ad d e la m iseria c o m o d e los m ales q u e a ella se
d e b e n . Los avaros se p a re c e n m u c h o a los h ip o c o n d ríaco s,
los cuales viven en c o n tin u a zo z o b ra, v en p elig ro s p o r todas
p a rte s y te m e n q u e to d o lo q u e se les a c e rq u e les cause
daño.
E n tre las p e rso n a s nacidas e n la in d ig en cia e n c o n tra m o s
g en eralm en te esta clase d e avaros; han co m p ro b ad o en ellos
m ism os los m ales q u e la p o b rez a com porta: p o r esto su locura
es | m ás p e rd o n a b le d e lo q u e lo sería en u n o s h o m b re s 50
nacidos en la a b u n d a n cia, e n tr e los cuales n o su e le n e n c o n ­
tra rse m ás q u e avaros fa stu o so s o v o lu p tu o so s.

42 U n im portante matiz q u e separa a H elvétius de H obbes es la insistencia de aquél en el


«placer físico» y, especialm ente, en el «placer amoroso». Para H obbes tam bién todas las
pasiones son reductibles a placer y dolor, como Spinoza (alegría y tristeza); pero éstos entien­
den por «placer» aquello q u e aum enta el poder d e sobrevivir, la potencia de ser (para ellos
perfección), mientras q u e H elvétius en tien d e por «placer» algo más ligado al disfrute sensual, al
goce de los sentidos.

337
P ara d e m o s tra r có m o e n los p rim e ro s el te m o r d e no
te n e r lo n ec esario les o b lig a c o n tin u a m e n te a p riv a rse d e
ello , su p o n g a m o s q u e , p o s tra d o p o r la carga d e la m iseria,
alg u n o c o n c ib e el p ro y e c to d e lib ra rse d e ella. U n a vez
c o n c e b id o este p ro y e c to , la e s p e ra n z a da án im o s a e sta alm a
ab a tid a p o r la m iseria, le in fu n d e activ id ad , le h ace b u sc ar
alg unos p ro te c to re s , le e n c a d e n a en la an te c á m a ra d e sus
am os, le fu erza a in trig a r e n tre lo s m in istro s, a a rra stra rse a
los pies d e los g ra n d e s y a e n tre g a rs e a u n a fo rm a d e v id a d e
las m ás tristes h a sta o b te n e r algún p u e s to q u e le p o n g a al
51 ab rigo d e la m iseria. L leg ad o a esta situ ac ió n , | ¿será su ú n ic o
o b je tiv o la b ú sq u e d a del p lacer? E n un h o m b re q u e , seg ú n
mi o p in ió n , será d e ca rá c te r tím id o y d e sc o n fia d o , el vivo
r e c u e rd o de los m ales q u e ha e x p e rim e n ta d o h an d e in sp i­
ra rle d e fo rm a in m e d ia ta el d e s e o d e ev itarlo s y p o r es ta
raz ó n d e te rm in a rlo a p riv a rse in clu so de lo n ec e sa rio , cosa a
la q u e su p o b re z a a n te rio r le ha ac o stu m b ra d o . U n a vez e s té
p o r en cim a de la n ec esid ad , ¿q u é hará e ste h o m b re si, un a
vez ha alcanzado la e d a d d e tre in ta y cin co o c u a re n ta años,
el a m o r al p lacer, cuya fu erza el tie m p o va d ism in u y e n d o , se
hace s e n tir co n m e n o s in te n sid a d en su co ra zó n ? M ás exi­
g e n te to c a n te a p la c e r e s 43, si le g u sta n las m u je re s las n e c e ­
sitará m ás h erm o sa s y sus fav o res serán m ás caros: q u e rrá
e n to n c e s a d q u irir m ás riq u e z a s p ara sa tisfac er sus n u ev o s
52 g u sto s. A h o ra bien, d u r a n te el tie m p o q u e e m p le a rá | en esta
ad q u isic ió n , si la d esco n fian z a y la tim id ez, q u e van en au ­
m e n to co n la ed ad y q u e p u e d e n v erse c o m o e fe c to d el
s e n tim ie n to d e n u e s tra d e b ilid a d 44, le d e m u e s tra n q u e to ­
can te a riq u ez as bastante n o es n u n ca b a sta n te y si su co d icia
iguala a su am o r p o r los p la ce re s, se v erá s o m e tid o a d o s
atra cc io n es d ife re n te s. P ara o b e d e c e r a las dos, sin re n u n c ia r
al p la ce r, e ste h o m b re se p e rsu a d irá d e q u e d e b e al m e n o s
p o s p o n e r su d isfru te h asta el m o m e n to e n q u e , p o s e e d o r d e
las m a y o re s riq u ezas, p u e d a d arse p o r e n te ro a los p la ce re s
p re s e n te s sin te m o r en el fu tu ro . D u ra n te e s te n u e v o esp acio
d e tie m p o e m p le a d o en a c u m u la r esto s n u ev o s te so ro s , si la
e d a d le ha h e c h o in se n sib le to ta lm e n te a los p la ce re s, ¿cam ­
biará su g é n e r o d e vida? ¿ R en u n c iará a unas c o s tu m b re s q u e,
53 p o r la incapacidad | d e c o n tra e r o tras n u ev as, le so n m u y

43 En el original, «plus difficile en plaisirs».


44 En el original pone «faiblesse».

338
q u erid a s? I n d u d a b le m e n te no; satisfec h o al c o n te m p la r sus
te s o ro s co n la sim p le p o sib ilid a d d e lo s p la c e re s q u e co n
sus riq u ez as p o d ría o b te n e r , e s te h o m b re , p a ra e v ita r las m o ­
lestias físicas del te d io , se e n tre g a r á p o r c o m p le to a sus o c u ­
p ac io n e s o rd in aria s. C o n la v e je z se h ará to d a v ía m ás av aro ,
p u e s to q u e la c o s tu m b re d e a m o n to n a r riq u ez as, ya n o c o n tra ­
rre s ta d a p o r el d e s e o d e g o z a r, será m a n te n id a p o r el te m o r
a u to m á tic o d e p asar d ific u lta d e s en la v ejez.
La co n c lu sió n d e e s te c a p ítu lo es, p u e s , q u e el te m o r
ex cesiv o y rid íc u lo d e lo s m a le s p ro p io s d e la in d ig e n cia es la
cau sa d e la a p a re n te c o n tra d ic c ió n q u e o b se rv a m o s e n tr e
la c o n d u c ta d e c ie rto s av a ro s y los m o tiv o s q u e los m u e v en .
Es así [ com o, d e s e a n d o s ie m p re el p la c e r, la avaricia p u e d e 54
p riv arlo s d e él 45.

C a p ít u l o X I

De la ambición

El c ré d ito de q u e gozan los g ra n d e s cargos, así co m o las


g ra n d e s riq u ez as, p u e d e e v ita rn o s las fatigas, p ro c u ra rn o s
p la c e re s y, e n c o n se c u e n c ia , p o d e m o s c o n s id e ra rlo co m o
m e d io d e in te rc a m b io . P o r ta n to , cabe aplicar a la am b ició n lo
q u e h e m o s d ic h o d e la avaricia.
E n tre los p u e b lo s salv ajes, cu y o s jefes y rey e s no tie n e n
o tr o p riv ile g io q u e el d e se r v e stid o s y a lim e n ta d o s co n la
caza q u e c o n sig u e n p a ra ellos lo s g u e r r e r o s d e su p u e b lo , el
d e s e o d e a s e g u ra r la satisfacción d e sus n ec e sid a d e s cre a
h o m b re s am biciosos.
j E n la R o m a p rim itiv a , c u a n d o c o m o re c o m p e n s a p o r las 55
g ra n d e s acciones se co n c ed ía ú n ic a m e n te el tro z o d e tie rra
q u e u n ro m a n o p u d ie ra a ra r y r o tu ra r en un día, e s te m o tiv o
e ra su ficien te p ara q u e h u b ie ra h é ro e s.
Lo q u e digo d e R o m a lo d ig o d e to d o s los p u e b lo s
p o b re s: lo q u e h a c e su rg ir d e e n tre ello s a los h o m b re s

4S D e nuevo se ve el tem ple epicúreo de H elvétius frente a H obbes. A quél parece lamentar
ei e rro r del avaro, o su fatalidad: persigue el placer y no lo encuentra, o p e o r aún, se lo niega
al buscarlo. H obbes diría: ¿le d a el dinero seguridad? Si es así, ¿qué más placentero?

339
am b icio so s es el d e s e o d e ev itar las e s tre c h e c e s y el trab a jo .
P o r el c o n tra rio , en los p u e b lo s rico s, e n los q u e q u ie n e s
está n llam ados a los g ra n d e s d e s tin o s p o s e e n ya to d a s las
riq u ez as necesarias p a ra p ro c u ra rse n o ya só lo las cosas n e c e ­
sarias, sino ta m b ié n las co m o d id a d e s d e la vida, el o rig e n d e
la am b ició n es casi sie m p re el a m o r al placer.
P e ro se nos dirá, la p ú rp u ra , las tiaras y, g e n e ra lm e n te ,
56 to d o s los sím bolos del h o n o r, n o n o s p ro d u c e n | n in g u n a
im p re sió n física de p lacer; la am bición n o se fu n d a, p u es, en
e s te a m o r del placer, sin o e n el d e s e o d e la e stim a y d el
re s p e to ; p o r ta n to , n o es e fe c to de la sen sib ilid ad física.
Si el d e s e o de p re stig io , digo, só lo fu e ra e n c e n d id o p o r
el d e s e o d e la estim a y d e la g lo ria, n o su rg irían am b icio so s
m ás q u e e n las rep ú b licas, ta le s c o m o las d e R o m a y E sp arta,
en d o n d e las d ig n id a d es e ra n g e n e ra lm e n te an u n c io d e g ra n ­
d es v irtu d e s y d e g ra n d e s ta le n to s, d e las q u e eran re c o m ­
p en sa. En e sto s p u e b lo s, la p o se sió n d e d ig n id a d es p o d ía
satisfacer el o rg u llo , p u e s le aseg u rab a n a u n h o m b re la
estim a de sus co n c iu d a d an o s; así q u e e s te h o m b re , te n ie n d o
sie m p re g ra n d e s e m p re sa s p o r realizar, p o d ía m ira r los g ran -
57 d es d e stin o s co m o m e d io s p a ra h ac erse c é le b re y | p ro b a r su
su p e rio rid a d so b re lo s dem ás. P e ro el am b icio so c o n tin ú a
p e rsig u ie n d o p restig io s e n u nas ép o cas en las q u e esto s p re s ­
tigios son o b je to d e d e s p re c io p o r la clase d e h o m b re s a los
q u e se las c o n c e d e y, p o r c o n s ig u ie n te , su p o s e sió n no es
m o tiv o d e orgullo. La a m b ic ió n n o se fu n d a en el d e s e o d e la
estim a. E n vano se nos d irá q u e el am b icio so p u e d e eq u iv o ­
carse al resp e cto : las m u e stras d e c o n sid e ra c ió n q u e se le
p ro d ig a n le a d v ie rte n a cada m o m e n to d e q u e h o n ra n su
cargo y n o a él. Se. da c u e n ta d e q u e la c o n sid e ra c ió n d e
la q u e goza n o es a títu lo p erso n al, q u e se d esv an e ce co n la
m u e rte o la caída e n desg racia del am o, q u e in clu so la v ejez
d el p rín c ip e basta p a ra d e stru irla , q u e los h o m b re s elev a d o s a
los p rim e ro s p u e s to s a lre d e d o r d el s o b e ra n o so n co m o estas
58 n u b e s d e o ro q u e | ro d e a n a la p u e s ta d e sol y cu y o e s p le n ­
d o r se o sc u re ce y d e sa p a re c e a m e d id a q u e el a s tro se h u n d e
tras el h o riz o n te . M il veces ha o íd o , y él m ism o h a re p e tid o ,
q u e al m é rito no se le co n c e d e n h o n o re s; q u e la p ro m o c ió n a
las d ig n id a d es n o es a los o jo s d e la g e n te u n a p ru e b a d e un
m é rito real; q u e , p o r el c o n tra rio , es casi sie m p re c o n sid e ­
rad a co m o el p re m io a la in trig a, a la b ajez a y a la acción d e
im p o rtu n a r. Si se d u d a de e sto , c o n s ú lte se la h isto ria , y

340
s o b re to d o la d e B izancio; se v erá c ó m o un h o m b re p u e d e
e s ta r re v e stid o d e to d o s lo s h o n o re s d e un im p e rio y, a la
vez, m e re c e r el d e s p re c io d e to d o s los p u eb lo s. P e ro voy a
a c e p ta r q u e el am b icio so , c o n fu sa m e n te áv id o d e estim a , cre a
q u e en los g ra n d e s cargos sólo b usca la estim a: es fácil
d e m o stra rle q u e n o es é s te el v e rd a d e ro m o tiv o q u e | lo 59
d e te rm in a y q u e s o b re e s te p u n to es víctim a d e u n a ilu sió n ,
p u e s n o se d esea , c o m o lo p r o b a r é en el ca p ítu lo d el O rg u ­
llo, la estim a p o r la e stim a m ism a, sino p o r las v en taja s
q u e d ep ara. El d e s e o d e g ra n d e z a s no es e fe c to del d e s e o d e
estim a.
¿A q u é d e b e m o s a trib u ir el afán co n q u e se p e rsig u e n las
d ig n id ad es? A e je m p lo d e e sto s jó v e n es ricos q u e sólo les
g u sta m o stra rse al p ú b lic o v estid o s d e m a n e ra a tre v id a y
o ste n to sa , ¿ p o r q u é el a m b icio so n o q u ie re m o stra rse m ás
q u e ad o rn a d o con algunas m u e stra s de h o n o re s? P o rq u e
c o n sid e ra esto s h o n o re s c o m o p o rta v o c e s q u e a n u n c ia n a los
h o m b re s su in d e p e n d e n c ia , el p o d e r q u e tie n e de h acer, a su
v o lu n ta d , a u n o s h o m b re s felices y a o tro s d esg ra cia d o s y el
in te ré s q u e tie n e n ésto s d e m e re c e r su fav o r, sie m p re | p ro - 60
p o rc io n a d o a los p la c e re s q u e sepan p ro c u ra rle .
P e ro se n o s d irá , ¿no se tra ta m ás b ie n d e q u e es ce lo so
d el re sp e to y d e la a d o ra c ió n d e los h o m b re s? En e fe c to ,
d e s e a el re s p e to d e los h o m b re s, p e r o , ¿ p o r q u é lo desea?
E n los h o m e n a je s q u e se rin d e a lo s g ra n d e s, n o es el g e s to
d e re s p e to lo q u e les gusta. Si e s te g e s to fu e ra e n sí m ism o
a g ra d ab le , c u a lq u ie r h o m b re rico, sin salir d e su casa y sin
c o r r e r tras las d ig n id a d es, p o d ría p ro c u ra rs e esta felicid ad .
P ara d arse e s te g u sto le b astaría co n a lq u ila r u n a d o c e n a d e
g an a p an e s, los vestiría c o n m ag n ífico s tra je s, los c u b riría co n
to d a s las co n d e c o ra c io n e s d e E u ro p a y los h a ría v e n ir cada
m a ñ an a a su a n tec ám a ra p ara satisfacer su vanidad co n un
trib u to de in c ien so y d e re sp e to s.
¡ La in d ife re n cia d e las g e n te s ricas p o r e s ta clase d e 61
r e s p e to p ru e b a q u e é s te n o es q u e rid o c o m o tal re s p e to , sin o
co m o u n a c o n fe sió n d e in fe rio rid a d p o r p a rte d e los o tro s
h o m b re s , co m o g a ra n tía d e su fav o rab le d isp o sició n hacia
n o s o tro s y d e su d ilig en c ia e n e v itarn o s d o lo re s y en p ro p o r ­
c io n a rn o s p la ce re s 46.

46 Aquí, H elvétius sí ha aprendido la lección de H obbes: todo es convertible a ese valor de


cam bio universal que es el poder. La fama es poder, pues protege, da seguridad. A demás, la

341
A sí p u e s, el d e s e o d e g ra n d e z a s se fu n d a ú n ic a m e n te en
el m ie d o al d o lo r y e n el a m o r al placer. Si e s te d e s e o no
tu v ie ra e s te o rig en , n ad a h a b ría m ás fácil q u e d e s e n g a ñ a r al
am b icio so . ¡O h, tú! le d iría m o s, q u e te co n su m es d e en v id ia
al c o n te m p la r el fa u sto y la p o m p a d e los g ra n d e s cargos,
a tré v e te a e le v a rte a un o rg u llo m ás n o b le y su e s p le n d o r
d e ja rá d e im p re sio n a rte . Im agina p o r u n m o m e n to q u e n o
ere s m e n o s s u p e rio r a los o tro s h o m b re s d e lo q u e los
62 in se c to s les son in fe rio re s; e n to n c e s | v erás a los c o rte sa n o s
co m o ab e ja s q u e z u m b a n a lre d e d o r d e su rein a ; in clu so el
c e tro te p a re c e rá u n a v an a g lo ria 47.
¿ P o r q u é los h o m b re s n o p re sta n o íd o a tales raz o n a­
m ie n to s, tie n e n p o ca c o n sid e ra c ió n p o r los q u e d is p o n e n d e
p o c o p o d e r y p re fie re n los g ra n d e s cargos a los g ra n d e s
ta len to s? S en cilla m en te, p o r q u e las g ran d e zas so n un b ien y
p u e d e n , al igual q u e las riq u e z a s, ser vistas co m o algo in te r ­
cam biable p o r u n a in fin id ad d e p laceres. T a m b ié n se las
busca co n g ra n a rd o r p o r q u e p u e d e n d a rn o s u n m a y o r p o d e r
so b re los h o m b re s y, p o r co n sig u ie n te , p ro c u ra rn o s m ás v e n ­
tajas. U n a p ru e b a d e esta v erd a d es q u e p u d ie n d o e sc o g e r
e n tre el tro n o d e Isp ah á n y el d e L o n d re s, n o hay n a d ie q u e
63 d e ja ra d e p re fe rir | el c e tro fé r re o de P ersia al 'de In g laterra .
¿ Q u ié n d u d a e n ca m b io d e q u e p ara u n h o m b re h o n ra d o el
se g u n d o le p a re c e ría m ás d e se a b le y d e q u e si tu v ie ra q u e
e sc o g e r e n tre estas dos c o ro n a s un h o m b re v irtu o s o se d e c i­
d iría a fav o r d e aq u e lla en la q u e el rey, p o r lim ita ció n en su
p o d e r, se e n c u e n tra en la feliz im p o sib ilid ad d e p e rju d ic a r a
sus sú bditos? Si, e n cam bio, n o hay n in g ú n am b icio so q u e no
p re firie se m a n d a r s o b re el p u e b lo esclavo d e los p ersa s q u e
so b re el p u e b lo lib re d e los in g leses, se d e b e a q u e un p o d e r
más ab so lu to so b re lo s h o m b re s h ace a é sto s m ás d isp u e sto s
a ag rad arn o s. In stru id o s p o r u n in s tin to se c re to , p e r o se g u ro ,
to d o s sab em o s q u e el m ie d o rin d e m ás h o m e n a je q u e el
am o r; q u e los tiran o s, p o r lo m e n o s m ie n tra s v iv en , han sido
64 sie m p re o b je to d e m ás h o n ra s q u e los b u e n o s rey es. El |
a g ra d e c im ie n to ha le v a n ta d o s ie m p re te m p lo s m e n o s s u n tu o ­
sos a los dio ses b ie n h e c h o re s q u e llevan el c u e rn o d e la
ab u n d a n c ia (2 5 ), d e los q u e el m ie d o ha c o n s a g ra d o a
los d io se s cru e le s y co lo sales, lo s cuales, p o r su afición a los

estima pública es reconocim iento d e ese poder, lo cual aum enta realm ente la eficacia del poder,
extiende la seguridad.
47 En el original, «gloriole».

342
h u rac an es y | las te m p e s ta d e s, c u b ie rto s d e u n ro p a je d e 65
relá m p ag o s, son p in ta d o s c o n el ray o e n la m ano.
E n fin, ilu s tra d o p o r e s te c o n o c im ie n to , ca d a u n o d e
n o so tro s tie n e q u e re c o n o c e r q u e se p u e d e e s p e ra r m ás
d e la o b e d ie n c ia d e u n esclav o q u e d e l a g ra d e c im ie n to d e
u n h o m b re libre.
La co n c lu sió n d e e s te c a p ítu lo es q u e el d e s e o d e los
g ra n d e s es sie m p re e fe c to d e l m ie d o al d o lo r o del a m o r a
los p la ce re s de los se n tid o s, a lo s q u e se r e d u c e n n ec esaria­
m e n te to d o s los o tro s. Los d e riv a d o s del p o d e r y d e la
c o n s id e ra c ió n no s o n p ro p ia m e n te p la ce re s 48. Los llam am o s
así só lo p o rq u e la e s p e ra n z a y los m e d io s d e p ro c u ra rse
p la ce re s son ya p la ce re s; a u n q u e é sto s d e b e n su ex iste n cia
só lo a la d e los p la c e re s físicos (2 6 ).
| Y a sé q u e es difícil a p re c ia r en los p ro y e c to s y | e m p re - 66-67
sas, e n los c rím e n e s y v irtu d e s, y e n la p o m p a d e s lu m b ra n te
d e la am b ició n la o b ra d e la se n sib ilid ad física. ¿C ó m o p o ­
d re m o s, en esta fero z a m b ició n q u e c o n el b ra z o h u m e a n te
p o r la ca rn ice ría se sie n ta e n los ca m p o s de batalla s o b re un
m o n tó n d e ca d áv e re s y ag ita e n señal d e v ic to ria las alas
c h o rre a n te s d e sangre; c ó m o p o d re m o s , dig o yo, e n u n a am b i­
ción q u e así se m an ifiesta r e c o n o c e r a la hija de la v o lu p tu o ­
sidad? ¿C ó m o im a g in a r q u e sea la v o lu p tu o sid a d lo q u e
p e rse g u im o s a trav é s d e lo s p e lig ro s, las fatigas y las p e n a li­
d a d e s d e la g u e rra ? Y , sin e m b a rg o , re s p o n d e ré , só lo ella,
b ajo el n o m b re d e lib e rtin a je , alista a los e jé rc ito s d e casi
to d a s las naciones. A m am o s lo s p la c e re s y, p o r c o n s ig u ie n te ,
los m e d io s de p ro c u rá rn o slo s. Los h o m b re s d e se a n ta n to las
riq u ez as co m o las d ig n id a d es. Q u e rría n , | ad em ás, h a c e r fo r- 68
tu n a en un día, y la p e re z a les in sp ira e s te d e se o . A h o ra
b ien , la g u e rra , q u e p r o m e te al so ld a d o el p illa je d e las
ciu d ad e s y h o n o re s al oficial, halaga a e s te re sp e c to , ta n to su
p e re z a co m o su im p acien cia. Los h o m b re s so p o rta n m ás a
g u sto las fatigas d e la g u e r r a (27) q u e lo s tra b a jo s d el c a m p o
q u e les p r o m e te n riq u e z a s só lo p ara u n fu tu ro le ja n o . P o r
e s to los g e rm a n o s, lo s tá rta ro s, los h a b ita n te s d e las co stas d e
A frica y los ára b es h an sid o sie m p re m ás d ad o s a la p ira te ría
q u e al cu ltiv o de la tie rra .

48 D e nuevo, H elvétius se separa de H obbes en la línea que hem os señalado. El poder y los
cargos o hechos que dan formas d e po d er (fama, gloria, honra...) sólo son placeres en cuanto su
posesión ya es placentera p o rq u e da la garantía d e poseer los placeres de los sentidos. Com o
hem os dicho, H obbes po n e el placer en la seguridad, en la garantía de vida; H elvétius Jo
entiende en un sentido m ucho más epicúreo.

343
69 | E n la g u e rra pasa co m o e n el ju e g o , q u e p re fe rim o s las
g ra n d e s ap u e sta s a las p e q u e ñ a s , a u n a riesg o d e a rru m a rn o s,
p o rq u e la g ran a p u e sta nos halaga co n la e sp eran z a d e g ra n ­
d es ganancias y nos p r o m e te o b te n e rla s e n un in stan te .
P ara elim in a r d e los p rin c ip io s q u e h e e sta b le c id o cu a l­
q u ie r aire d e p a ra d o ja , voy a e x p o n e r en el títu lo d el cap í­
tu lo sig u ien te la única o b je c ió n q u e m e q u e d a p o r c o n te sta r.

C a p ít u l o X II

Si en la búsqueda del prestigio 49 no buscamos más que un medio


de sustraernos al dolor o de gozar un placer físico, ¿por qué el
placer se escapa tan a menudo de las manos del ambicioso?

70 1 P o d e m o s d istin g u ir d o s clases de am bicioso s. H a y h o m ­


b res q u e han nacid o d esg raciad o s, los cuales so n en e m ig o s
d e la felicidad a jen a y d e se a n los g ra n d e s carg o s n o p ara
g o za r d e las v en taja s q u e p ro p o rc io n a n , sin o p ara g o z a r el
ú n ico p la c e r d e los d esg ra cia d o s, el d e a to rm e n ta r a los
h o m b re s y g o za r con su desgracia. E sta clase d e am b icio so s
so n d e u n carácter m u y p a re c id o al de los falsos d ev o to s, los
71 cuales pasan en g e n e ra l p o r J m alos, n o p o r q u e la ley q u e
p ro fe sa n no sea una ley d e a m o r y caridad, sin o p o rq u e los
h o m b re s n o rm a lm e n te m ás in c lin a d o s a una d e v o c ió n a u ste ra
(28) son en ap a rien c ia h o m b re s d e s c o n te n to s d e e s te m u n d o
72 vil 50, q u e sólo p u e d e n e s p e ra r | la felicidad e n la o tra vida y
q u e, apagados, tím id o s y d esg raciad o s, buscan en el e s p e c ­
tácu lo d e los m ales a je n o s u n a d istra cc ió n a los suyos. Los
am biciosos d e esta clase so n escasos, n o tie n e n e n su alm a
nada g ra n d e ni n o b le , só lo se c u e n ta n e n tre los tira n o s y, p o r
la n atu ra lez a m ism a d e su am b ició n , están p riv ad o s d e to d o s
los placeres.
73 ! H ay am biciosos d e o tr a clase y en e s te g ru p o in c lu y o a casi
to d os: so n aq u e llo s q u e e n los g ra n d e s cargos b u scan tan sólo
go zar d e las v en taja s q u e los aco m p añ an . E n tre e sto s am b icio -

49 H em os traducido «grandeur» unas veces p or «prestigio» y otras p or «grandeza», según


el contexto.
50 En el original «bas m onde».

344
sos ios hay q u e, p o r n a c im ie n to o p o r su p o sició n , so n p r o n to
elev ad o s a cargos im p o rta n te s : ésto s p u e d e n co n fre c u e n c ia
au n a r el p la ce r con las ex ig en cias d e la am bición. Al n acer h an
sid o co lo cad o s, p o r así d ec ir, en la m itad (29) d el c a m in o q u e
tie n e n q u e re c o rre r. N o es lo m ism o p ara el h o m b re q u e
d e sd e una p o sic ió n m u y m e d io c re q u ie re , co m o C ro m w ell,
ele v a rse a los p rim e ro s p u e s to s. P ara a b rirse el ca m in o d e la
am b ició n , en el q u e lo s p rim e ro s paso s | son o rd in a ria m e n te 74
los más difíciles, tie n e q u e trazar m il intrigas y c o n q u is ta r a
m il am igos; tie n e q u e o c u p a rse , ta n to de fo rm a r g ra n d e s p r o ­
y ecto s co m o d el d e ta lle d e su e je c u c ió n . A h o ra b ien , p ara
c o m p re n d e r có m o tales h o m b re s, q u e buscan a r d ie n te m e n te
to d o s los p la ce re s an im ad o s p o r e s te ú n ic o m o tiv o , se v en a
m e n u d o p riv ad o s d e ellos, im ag in em o s q u e , áv id o d e esto s
p la ce re s y p re so del afán co n el q u e in te n ta ad e la n ta rse a los
d e se o s d e los g ran d e s, u n h o m b re d e e s te tip o q u ie ra elev a rse
a los p rim e ro s p u e sto s. E ste h o m b re , o n ac erá en u n o de esto s
p aíses en los q u e n o se p u e d e c o n q u ista r el re c o n o c im ie n to
p ú b lic o m ás q u e m e d ia n te servicios h ec h o s a la p atria, y
d o n d e el m é rito e s n ec esario , o n ac erá en p aíses g o b e rn a d o s
d e s p ó tic a m e n te , co m o el d e l M o g o l, | en los q u e los h o n o re s 75
son el p re m io d e la intriga. P e ro , c u a lq u ie ra q u e sea el lugar
d e su n ac im ien to , afirm o q u e p ara alcanzar g ra n d e s cargos no
p u e d e c o n c e d e r casi n in g ú n tie m p o a los placeres. C o m o
p ru e b a , voy a to m a r co m o e je m p lo el p la c e r del a m o r, n o sólo
p o rq u e es el m ás in te n so , sin o p o r q u e es el r e s o r te casi ú n ico
d e las so cied a d es civilizadas, p u e s vale la p e n a se ñ ala r d e p aso
q u e el am o r es en to d o s los p u e b lo s u n a n ec esid ad física q u e
hay q u e c o n s id e ra r co m o el alm a u n iv e rsa l d e los m ism os.

E n tre los salvajes del n o r te , los cuales, e x p u e sto s co n


fre c u e n c ia a h o rrib le s h a m b re s, están sie m p re o c u p a d o s en la
caza y la pesca, es el h a m b re , y no el am o r, el q u e p ro d u c e
to d a s las ideas. Esta n e c e sid a d es el g e rm e n de to d o s sus
p e n sa m ie n to s. A sí, casi to d a s las co m b in a c io n e s d e su e sp í­
ritu | g iran a lre d e d o r d e las astucias d e la caza y d e la p esc a y 76
a c erca d e los m o d o s p ara satisfacer la n ec esid ad del h am b re .
P o r ei c o n tra rio , el a m o r d e las m u je re s es, e n las n acio n es
civilizadas, el re s o rte casi ú n ic o q u e las m u e v e (30). En esto s
p aíses el a m o r lo in v e n ta | to d o , lo p ro d u c e to d o : la m ag n ifi- 77
cencía, la cre ació n d e las a rte s del lu jo | son las c o n s e c u e n - 78
cias n ecesarias del a m o r d e las m u je re s y d e las g anas d e
g u sta rles; el m ism o d e s e o q u e te n e m o s d e im p o n e rn o s a los

345
h o m b re s co n n u e stra s riq u e z a s y d ig n id a d es, n o es m ás q u e
un n u e v o m e d io d e seducirlas. S u p o n g am o s, p u es, q u e un
h o m b re , nacid o sin b ie n es, p e r o ávido d e los p la ce re s d el
am or, haya visto q u e las m u je re s se rin d e n fá c ilm e n te a los
d eseo s de su am a n te c u a n to m ás elev a d a es su p o sic ió n
p o r q u e é sta les r e p o rta a ellas u n a m a y o r co n sid e ra c ió n ; y
q u e , ex citad a su am b ició n p o r la p asió n d e las m u je re s, el
h o m b re del q u e h ab lo asp ire a u n p u e s to d e g e n e ra l o d e
p rim e r m in istro . P ara alcan zar esto s p u e s to s, d e b e e n tre g a rse
p o r e n te r o ál cu id ad o d e a d q u irir a p titu d e s o in trig ar. A h o ra
b ien, el g é n e ro de v ida a p ro p ia d o p ara fo rm a r, ta n to u n hábil
in trig a n te co m o un h o m b re d e m é rito , es c o m p le ta m e n te
79 o p u e s to | al g é n e ro d e vida p ro p io p ara se d u c ir a las m u je ­
res, co n las q u e , p a ra g u sta rles, hay q u e e m p le a r u n a asid u i­
d ad in c o m p atib le co n la v id a d e u n am b icio so . Es n ec esario
q u e e n su ju v e n tu d , y hasta q u e n o haya co n se g u id o esto s
g ra n d e s cargos en los q u e las m u je re s le c o n c e d e rá n sus
favores a cam b io d e su influ en cia, e s te h o m b re re n u n c ie a
to d o s sus g u sto s y sa crifiq u e casi sie m p re el p la c e r actu al a la
e sp eran z a d e los p la c e re s fu tu ro s . D ig o casi sie m p re , p o rq u e
el cam in o d e la am b ició n es g e n e ra lm e n te m u y larg o de
re c o rre r. S in h ab lar d e a q u e llo s cuya am b ició n , q u e a u m e n ta
ap enas se ve satisfecha, su stitu y e c o n tin u a m e n te un d e se o
satisfech o p o r u n n u e v o d e se o , d e cu a n to s m in istro s q u e rría n
se r rey e s, d e cu a n to s re y e s asp ira rían co m o A le ja n d ro a u n a
m o n a rq u ía un iv ersal y q u e rría n se n ta rse e n u n tro n o en el
80 q u e los | te stim o n io s de re s p e to u n iv e rsa l les aseg u raran de
q u e el u n iv e rso e n te r o se in te re s a p o r su felicid ad ; d e ja n d o
de lado a esto s h o m b re s e x tra o rd in a rio s, y s u p o n ie n d o in ­
cluso q u e p u e d e h a b e r m o d e ra c ió n e n la am b ició n , es ‘ev i­
d e n te q u e el h o m b re q u e se ha v u e lto am b icio so p o r la
p asión de las m u je re s n o alcanzará p o r lo g e n e ra l los p rim e ­
ros p u e s to s hasta u n a ed a d en la q u e to d o s e s to s d e s e o s se
v en apagados.
P e ro , a u n q u e esto s d eseo s e stu v ie ra n ú n ic a m e n te d e b ili­
ta d o s, apenas e s te h o m b re alcanza su o b je tiv o se e n c u e n tra
co lo cad o so b re un escollo esca rp a d o y resb a lad izo , se ve-
e x p u e s to al acech o d e los en v id io so s q u e , d isp u e sto s a d e rri­
b arle, m a n tie n e n a su a lre d e d o r lo s arcos sie m p re e n te n sió n .
E n to n c es d e s c u b re h o rro riz a d o el te rrib le ab ism o q u e le
ro d ea ; sie n te q u e, en su caída, triste p a trim o n io d e la gran-
81 deza, se c o n v e rtirá e n m ise ra b le s in f se r co m p a d e c id o ; qu e,

346
e x p u e sto a lo s in su lto s d e a q u e llo s a los q u e su o rg u llo
u ltra jó , será b la n co d el d e s p re c io d e sus rivales, d e s p re c io
aú n m ás cru e l q u e lo s u ltra je s; q u e, c o n v e rtid o e n el h azm e-
re ír d e sus in fe rio re s, é sto s se lib ra rá n d e e s te trib u to d e
re s p e to del q u e , a u n q u e alg u n a vez p u d o p a re c e rle fasti­
d io so , le re su lta in s o p o rta b le v erse p riv ad o , p u e s su g o c e es
u n h á b ito q u e se ha c o n v e rtid o p a ra él e n n ec esid ad . C o n s­
tata q u e , p riv a d o del ú n ic o p la c e r del q u e ha g o z a d o , y
h u m illad o , ya n o p u e d e g o za r, c o n te m p la n d o sus g ran d e zas
c o m o el avaro sus riq u e z a s, d e la p o sib ilid a d d e to d o s los
g o ce s q u e aq u ellas p o d ría n p ro c u ra rle .
E ste am b icio so se ve, p u e s , d e te n id o , p o r m ie d o a las
p re o c u p a c io n e s y al d o lo r, e n la ca rre ra en la q u e el a m o r al
p la c e r le ha fo rz ad o p articip a r: el d e s e o d e c o n s e rv a r | suce- 82
d e e n su co ra zó n al d e s e o d e ad q u irir. A h o ra b ien , los c u id a­
d o s n ec esario s p ara m a n te n e rs e en sus cargos son ap ro x im a ­
d a m e n te los m ism o s q u e p a ra c o n se g u irlo s, p o r lo cual, es
e v id e n te q u e e s te h o m b re te n d rá q u e p a sa r la é p o c a d e su
ju v e n tu d y de la ed a d m a d u ra o c u p a d o en c o n s e g u ir o c o n ­
se rv a r u n o s cargos q u e h an sid o ú n ic a m e n te d esea d o s co m o
m e d io s p ara a d q u irir los p la c e re s de . los q u e sie m p re se ha
p riv ad o . D e e sta fo rm a , al lle g ar a la ed ad en la q u e se es
in cap az d e a d o p ta r u n n u e v o g é n e r o d e vida, se e n tre g a , y d e
h e c h o d e b e e n tre g a rse e n te r a m e n te , a sus an tig u as o c u p a c io ­
nes; p o rq u e un alm a sie m p re ag itad a p o r te m o re s y vivas
esp eran z as y m o v id a sin c e sa r p o r fu e rte s p asio n es, p re fe rirá
sie m p re el to rm e n to d e la a m b ic ió n a la in síp id a calm a de
u n a v id a tran q u ila. P a re c id o s a las naves a las q u e las olas
m a n tie n e n | en la co sta d e l su r, a u n q u e los v ie n to s d el n o r te «3
n o agiten los m a re s, lo s h o m b re s sig u en e n la v e je z la d ire c ­
ció n q u e las p asio n es les h an d a d o en la ju v e n tu d .
H e m o stra d o có m o , a tra íd o hacia los p u e s to s d e p re stig io
p o r la p asió n de las m u je re s , el am b icio so e m p re n d e u n
ca m in o árido. Si e n c u e n tra e n él alg u n o s p la c e re s, ésto s están
sie m p re m ezclados d e am arg u ra ; si los d isfru ta co n fru ic ió n
es sólo p o rq u e son raro s y espaciad o s, c o m o esto s árb o le s
q u e e n c o n tra m o s m u y d e vez e n c u a n d o en los d e s ie rto s d e
L ibia y cu y o fo llaje re se c o o fre c e u n a so m b ra sólo ag rad ab le
p ara el re q u e m a d o african o q u e d escan sa a su vera.
La c o n tra d ic c ió n q u e a p re c ia m o s e n tre la c o n d u c ta d el
am b icio so y los m o tiv o s q u e le im p u lsan a o b ra r n o es m ás
q u e a p a re n te ; la a m b ic ió n se e n c ie n d e e n n o so tro s só lo p o r

347
am o r al p la c e r y te m o r al d o lo r. P e ro , se n o s d irá, si la
84 avaricia y la a m b ició n so n j e fe c to d e la se n sib ilid ad física,
p o r lo m e n o s el o rg u llo n o tie n e el m ism o o rig en .

C a p í t u l o X III

Del orgullo

El orgullo n o es m ás q u e el se n tim ien to , v e rd a d e ro o falso,


q u e te n e m o s d e n u e s tra su p e rio rid a d ; s e n tim ie n to q u e p o r
d e p e n d e r d e la co m p arac ió n q u e h ac em o s d e n o s o tro s m is­
m os co n los d em ás, fa v o ra b le p a ra n o so tro s, su p o n e la ex is­
te n cia de los h o m b re s y ta m b ié n d el e s ta b le c im ie n to d e las
so cied ad es.
El se n tim ie n to d e l o rg u llo n o es in n a to c o m o el d el p la ce r
85 o d el d o lo r. El o rg u llo no es m ás | q u e un s e n tim ie n to
artificial q u e su p o n e el c o n o c im ie n to d e lo h e rm o s o y d e lo
ó p tim o . A h o ra bien, lo ó p tim o y lo h e rm o s o es lo q u e la
m a y o ría d e los h o m b re s sie m p re h an c o n s id e ra d o y e stim a d o
co m o tal. La id e a d e la e stim a h a p re c e d id o a la id e a d e lo
estim ab le. La v erd a d es q u e esta s dos id eas d e b e n d e h a b e rse
co n fu n d id o . A sí, el h o m b re q u e an im a el n o b le y so b e rb io
d e se o d e g u sta rse a sí m ism o y q u e c o n te n to co n su p ro p ia
estim a se c re e in d ife re n te a la o p in ió n g e n e ra l, se d e ja en este
p u n to en g a ñ ar p o r su p ro p io o rg u llo y to m a el d e s e o d e ser
e stim a d o p o r el d e se o d e se r d ig n o d e estim a.
El o rg u llo , e n efe cto , n o p u e d e se r m ás q u e u n d e se o
s e c re to y d isim u la d o d e la e stim a pú b lica. ¿ P o r q u é el m ism o
h o m b re q u e en las selvas d e A m é ric a se e n o rg u lle c e d e su
86 h ab ilid ad , d e la | fu erza y agilidad de su c u e rp o , no se e n o r ­
g u lle c e en F ran cia d e estas cu alid ad es c o rp o ra le s si n o es a
falta d e cu alid ad es m ás esenciales? Es d e b id o a q u e la fu e rz a
y la agilidad del c u e rp o n o so n , ni d e b e n se r ta n estim a d as
p o r u n fra n cé s co m o p o r u n salvaje.
P ara p r o b a r q u e el o rg u llo n o es m ás q u e u n a m o r
d isim u la d o d e la estim a, su p o n g a m o s u n h o m b re p re o c u p a d o
ú n ic a m e n te p o r el d e s e o d e c o n v e n c e rse d e sus in m e jo ra b le s
cu a lid a d es y d e su s u p e rio rid a d . D e n tr o d e es ta h ip ó te sis, la

348
su p e rio rid a d m ás p e rso n a l, la m ás in d e p e n d ie n te d el azar, le
p a re c e ría sin d u d a la m ás h alagadora. T e n ie n d o q u e esco g e r
e n tre la g lo ria d e las le tra s y la g lo ria d e las arm as, d aría su
p re fe re n c ia a la p rim e ra . ¿A caso se a tre v e ría a c o n tra d e c ir al
p ro p io C ésar? ¿ N o q u e rría a d m itir con e s te h é ro e q u e , p ara
el p ú b lic o ilu stra d o , los la u re le s d e la v ic to ria | se r e p a rte n gy
e n tre el so ld a d o y el azar, y q u e , p o r el c o n tra rio , los
la u re les de las m usas p e r te n e c e n p o r e n te r o a q u ie n e s ellas
in sp iran ? ¿ N o a c e p ta ría q u e el azar ha c o lo c a d o a m e n u d o a
la ig n o ran c ia y la co b a rd ía so b re u n c a rro triu n fa l, p e r o q u e
n o ha c o ro n a d o n u n ca la f re n te d e u n a u to r e s tú p id o ?
C o n s u lta n d o ú n ic a m e n te a su o rg u llo , es d e c ir, b ajo el
d e s e o d e c o n v e n c e rs e d e su p ro p ia ex celen cia, se g u ro q u e la
p rim e ra clase d e g lo ria le p a re c e ría la m ás estim a b le. Las
p re fe re n c ia s d e q u e g o za el g ra n cap itán s o b re el filósofo
p r o fu n d o n o le h aría n c a m b ia r d e o p in ió n ; e n te n d e ría q u e si
el p ú b lic o o to rg a m ás e stim a al g e n e ra l q u e al filó so fo es
p o r q u e las h ab ilid a d es d el p rim e ro tie n e n u n a in flu e n cia m ás
in m e d ia ta so b re la felicid ad p ú b lic a q u e las m áxim as d e un
J sabio, q u e n o resu ltan d e u tilid ad in m e d ia ta m ás q u e p ara el 88
p e q u e ñ o n ú m e ro de a q u e llo s q u e q u ie re n se r ilu stra d o s.
A h o ra bien, si n o e x iste , sin em b a rg o , en F rancia n ad ie
q u e n o p re fie ra la g lo ria d e las arm as a la d e las le tras, llego
a la co n c lu sió n d e q u e el d e s e o d e se r d ig n o d e e stim a se
d e b e só lo al d e s e o d e se r e stim a d o y, q u e el o rg u llo no es
m ás q u e el a m o r m ism o d e la estim a.
P ara p ro b a r, a c o n tin u a c ió n , q u e la p a sió n d el o rg u llo o
d e la estim a es un e fe c to d e la sen sib ilid ad física, hay q u e
ex a m in a r a h o ra si d e se a m o s la estim a p o r la estim a m ism a y
si e ste a m o r de la estim a n o p u e d e ser e fe c to d el m ie d o al
d o lo r y del a m o r al placer.
¿A q u é o tra causa p o d ría m o s, en efe cto , a trib u ir el afán
co n el q u e se b usca la e stim a pú b lica? ¿Se d e b e acaso a la
d esco n fian z a in te r io r q u e j ca d a u n o sie n te p o r su m é rito y, 89
p o r co n sig u ie n te , al o rg u llo , el cual, q u e rie n d o su p ro p ia
estim a y n o p u d ie n d o e stim a rse él solo, n e c e sita el su frag io
p ú b lic o p ara re fo rz a r la alta o p in ió n q u e tie n e d e sí m ism o y
p a ra g o za r d el d elicio so se n tim ie n to d e su excelencia?
P e ro si e s te fu e ra el ú n ic o m o tiv o q u e te n e m o s p ara
d e s e a r la estim a, e n to n c e s, la estim a m ás e x te n d id a , es d ecir,
la q u e nos es o to rg a d a p o r el m a y o r n ú m e ro de h o m b re s ,
n o s p a re c e ría sin d u d a la m ás h alag a d o ra y la m ás d e s e a b le ,

349
co m o la m ás ad e cu a d a p ara acallar en n o c o tro s u n a in o p o r­
tu n a d esco n fian z a y p ara c o n v e n c e rn o s d e n u e s tro m é rito .
A h o ra b ien , su p o n g a m o s q u e los p la n eta s fu e ra n h ab itad o s
p o r seres p are cid o s a n o so tro s; su p o n g a m o s q u e un g e n io
v in ie ra a cada m o m e n to a in fo rm a rn o s de lo q u e p asa en
ellos y q u e un h o m b re tu v ie ra q u e e sc o g e r e n tre la estim a de
90 su | país y la de to d o s los m u n d o s celestes. D e n tr o d e esta
h ip ó te sis, ¿no es e v id e n te q u e d e b e ría m o s p r e f e r ir la estim a
m ás e x te n d id a , es d ecir, la d e to d o s los h a b ita n te s p la n e ta ­
rios, a la d e n u e s tro s co n c iu d a d an o s? Sin em b a rg o , n o hay
nadie q u e , e n estas circ u n stan cias, n o se d e c id ie ra a fav o r d e
la estim a nacional. A sí, p u es, el d e se o d e e stim a n o se d e b e
al d e s e o q u e te n e m o s d e c o n v e n c e rn o s de n u e s tro m é rito ,
sino a las v e n ta ja s q u e esta estim a p ro cu ra.

P a ra c o n v e n c e rn o s d e ello , p re g u n té m o n o s d e d ó n d e
v ien e el afán co n q u e q u ie n e s se d ic en m ás celo so s d e la
e stim a p ú b lic a buscan los g ran d e s cargos in clu so en las é p o ­
cas en q u e, c o n tra ria d o s p o r in trig as y co n ju ra c io n e s, no
p u e d e n h a c e r nada ú til p ara su nació n , e x p o n ié n d o se así, a
91 las burlas d el | p ú b lic o q u e, sie m p re ju sto e n sus ju icio s,
d e sp re c ia a to d o aq u el q u e es lo b a sta n te d ife re n te a su
estim a p ara a c ep tar u n e m p le o q u e n o p u e d e d e s e m p e ñ a r
d ig n a m e n te ; p re g u n té m o n o s ta m b ié n p o r q u é n o s se n tim o s
m ás halagados p o r la e stim a d e u n p rín c ip e q u e p o r la d e u n
h o m b re sin n in g ú n cré d ito : y v e re m o s q u e en to d o s los casos
n u e s tro am o r p o r la estim a es p ro p o rc io n a l a las v e n ta ja s q u e
nos p ro m e te .

Si a la estim a d e u n p e q u e ñ o n ú m e ro d e h o m b re s selectos
p re fe rim o s la de una m u ltitu d d e g e n te vulg ar, es p o rq u e en
e sta m u ltitu d v em o s a m ás h o m b re s so m e tid o s a esta clase de
d o m in io q u e la estim a e je rc e so b re las alm as; y p o r q u e un
n ú m e ro m a y o r d e a d m ira d o re s ev o c a m ás a m e n u d o en n u e s­
tro e s p íritu la im ag en agrad ab le d e los p la ce re s q u e aq u éllo s
p u e d e n p ro c u ra rn o s.

92 ¡ P o r esta raz ó n n o s tie n e sin cu id ad o la ad m iració n d e


u n p u e b lo co n el q u e n o te n e m o s n in g u n a re la c ió n y hay
m u y p o co s fran ceses a los q u e les em o c io n a ría la estim a q u e
p u d ie ra n te n e r p o r ello s lo s h a b ita n te s d el g ra n T íb e t. Si hay
h o m b re s q u e q u e rría n a p o d e ra rse d e la estim a u n iv e rsa l, y
q u e esta ría n in clu so celo so s d e la estim a d e las tie rra s a u s tra ­
les, e s te d e s e o n o es e fe c to d e u n a m o r m ás g ra n d e p o r la

350
estim a, sino tan sólo del hábito que tienen de unir la idea de
una m ayor felicidad con la idea de una m ayor estim a (31).
La últim a y más fu e rte p ru eb a ¡ de esta verdad es la 93
desgana que se tiene p o r la estim a (32) y la escasez que hay
de grandes hom bres en las épocas en q u e no se conceden
grandes recom pensas al m érito. Parece com o si un hom bre
capaz d e g randes aptitu d es y de grandes virtudes firm ase un
co n trato tácito con su nación en virtud del cual se co m pro­
m ete a hacerse ilustre m ed ian te disposiciones y acciones
útiles para sus conciudadanos, a cam bio de que éstos, agra­
decidos, atentos a aliviarle en todas sus dificultades, le p ro ­
porcionen todos los placeres.
D e la negligencia o de la diligencia m ostrada ¡ p o r el 94
público en cum plir esto s com prom isos tácitos d ep en d e, en
todas las épocas y en todos los países, la abundancia o
escasez de grandes hom bres.
Así pues, no am am os la estim a p o r la estim a, sino úni­
cam ente p o r las ventajas q u e procura. En vano p re ten d ería ­
m os opon ern o s a esta conclusión con el ejem plo de C u r­
cio 5I: un hech o casi único nada p ru eb a en contra de unos
principios apoyados en experiencias muy num erosas, prin ci­
p alm en te cuando este m ism o h echo p u e d e atribuirse a otros
principios o explicarse naturalm en te p o r otras causas.
Para form ar un C urcio, basta con que un h om bre, can­
sado de la vida, se en c u e n tre en la desgraciada disposición de
ánimos 52 que determ ina a tantos ingleses al suicidio; o que,
en | un siglo muy supersticioso, com o el de Curcio, nazca un 95
h o m bre que, más fanático y más créd u lo aún que los otros,
crea que p o r su e n treg a pod rá adquirir un lugar e n tre los
dioses. T an to en una hipótesis com o en la otra, u no p u ede
hacer voto de m atarse, ya sea para p o n er fin a sus miserias,
ya sea para abrirse u n acceso a los placeres celestiales.
La conclusión de este capítulo es, q u e si deseam os ser
dignos de estim a es sólo para ser estim ados, y que sólo
deseam os la estim a de los h o m b res para gozar d e los placeres
que acom pañan a esta estim a. El am or a la estim a no es más
q ue el am or disfrazado d e placer. P ero sólo existen dos
clases de placeres: unos, son los placeres de los sentidos, y
los otros, son los m edios de adquirir estos m ism os placeres,

51 Ver nota 45. D iscurso II.


52 En el original, «disposition d e corps».

351
96 m edios q u e colocam os en la categoría de placeres | po rq u e la
esperanza de un p lacer es ya un principio de placer, el cual,
sin em bargo, no existe más que cuando esta esperanza se
pued e realizar. La sensibilidad física es así la sem illa pro d u c­
to ra del orgullo y d e todas las otras pasiones, e n tre las cuales
cu en to la am istad, la cual, más in d ep en d ien te en apariencia
del placer de los sentidos, m erece ser estudiada para confir­
m ar, con este últim o ejem plo, to d o lo q u e he dicho sobre el
origen de las pasiones.

C a p ít u l o X IV

De la am istad

97 f A m ar es te n e r una necesidad. N o existe amistad sin


necesidad: sería un efecto sin causa. N o todos los hom bres
tienen las mismas necesidades; la amistad se funda, pues,
sobre m otivos diferentes. Los hay que necesitan placer o
dinero, o tro s necesitan crédito, éstos necesitan conversar,
aquéllos confiar sus penas. En consecuencia, existen amigos
98 po r placer, p o r d in ero (33), [ p o r la intriga, p o r espíritu y
99 po r la desgracia. N o hay nada más útil que considerar I la
amistad desde este p u n to de vista y form arse de ella ideas
claras.
100 j En am istad, co m o en am o r, in v e n ta m o s a m e n u d o
101 novelas: buscam os h éro es p o r todas p artes; j a cada m o­
m en to creem os haberlo encontrado; nos agarram os al p ri­
m ero que llega; lo am am os en tanto que lo conocem os poco
y tenem os curiosidad p o r conocerlo. En cuanto hem os satis­
fecho nuestra curiosidad, sentim os hastío: no hem os encon­
trado al h éro e de nuestra novela. Es así com o llegam os a ser
susceptibles de apasionam iento, p e ro som os incapaces de
amistad. P o r el p ropio in terés de la am istad es necesario que
tengam os de ella una idea clara.
H e de confesar, p o r co nsiderar la am istad com o una nece­
sidad recíproca, q u e es m uy difícil q u e esta necesidad, y por
102 consiguiente la m ism a amistad subsista | d u rante un largo
p erío d o de tiem po (34), e n tre dos hom bres. En efecto, no
hay nada más raro que las antiguas am istades (35).

352
Y a que el sentim iento d e la am istad, m ucho más dura­
d ero que el del am or, tiene un nacim iento, un crecim iento y
una decadencia, | quien lo sabe no pasa de la am istad más 103
intensa al odio más fu e rte ni se halla ex p u esto a d etestar lo
que ha amado. ¿Le ha fallado un amigo? N o se encoleriza
con él, sino que se lam enta de la naturaleza hum ana y ex­
clama llorando, ¡ M i amigo ya no tim e las mismas necesidades!
Es difícil form arse una idea clara de la am istad. T odo lo
que nos rodea in ten ta engañarnos sobre esta cuestión. E ntre
los hom bres los hay q u e para sobrevalorarse ante sus propios
ojos exageran los sentim ien to s que sien ten p o r sus amigos,
se forjan descripciones novelescas de la am istad y se persua­
den de su realidad hasta el m o m e n to en que se p resen ta una
ocasión qu e, desengañándoles de sus amigos, les hace darse
cuenta de q u e no am aban ta n to com o creían.
| Esta clase de perso n as suelen p re te n d e r que sienten la 104
necesidad de am ar y d e ser am ados con gran intensidad.
A hora bien, debido a q u e cuando nos sentim os más im pre­
sionados p o r las v irtu d es d e un ho m b re es al verlo las prim e­
ras veces; com o la co stu m b re nos vuelve insensibles a la
belleza, al espíritu e incluso a las cualidades del alma; com o
nos dejam os im presionar vivam ente p o r el placer de la sor­
presa, un hom bre de ingenio p u d o decir a este resp ecto que
los que q u ieren ser am ados con tanta fuerza (36) d eben, en
amistad com o en am or, te n e r m uchas relaciones pasajeras y
ninguna pasión: p o rq u e | los inicios, decía, tanto en el am or 10"5
com o en la am istad, son siem pre los m om entos más intensos
y más tiernos.
Pero, por cada hom bre que se hace ilusiones, hay en amis­
tad diez hipócritas que afectan unos sentim ientos que no
sienten, engañan sin ser engañados. Pintan a la am istad con
vivos colores, p e ro falsos; só lo atentos a su in terés, quieren
obligar a los dem ás a ajustarse, en su favor, a un tal re tra ­
to (37).
| Expuestos a tantos erro re s, es difícil hacerse una idea 106
clara de la amistad. P ero, se nos dirá, ¿qué mal hay en
exagerar un poco la fuerza d e este sentim iento? El mal de
acostum brar | a los h om b res a exigir de sus am igos unas 107
perfecciones q u e la naturale 2 a no com porta.
Seducidos p o r estas descripciones y al fin ilum inados p o r
la experiencia, una infinidad d e g entes nacidas sensibles,
pero cansadas de c o rre r en p os de una quim era, se desenga-

353
ñan de la amistad, para la q u e h u b ieran tenido disposición si
no hubieran tenido d e ella una idea novelesca.
La am istad supone una necesidad; cuanto más intensa sea
este necesidad, más fu e rte será la am istad. La necesidad es la
m edida del sentim iento. Im aginem os a un hom bre y una
m u jer que, escapando a un naufragio, buscan salvación en
una isla desierta; sin esperanzas de volver a ver la patria, se
ven obligados a ayudarse m u tu am en te para d efenderse de las
bestias feroces, para vivir y librarse de la desesperación; no
108 existe una am istad m ás intensa q u e la de este | h om bre y esta
m u jer que tal vez se habrían d etestad o si se hubieran q u e ­
dado en París. ¿M uere uno de ellos? El o tro q u eda com o si
hubiera realm ente p erd id o la m itad de sí m ism o; ningún
do lo r iguala a su dolor. H ay que h ab er vivido en una isla
desierta para sentirlo con to d a su violencia.
P ero si la fuerza de la amistad es siem pre proporcional a
nuestras necesidades, existen, p o r consiguiente, unas form as
de go b iern o , unas costum bres, unas condiciones y, final­
m ente, unos tiem pos más favorables q u e o tro s a la am istad.
En los tiem pos de la caballería, cuando se tom aba un
com pañero de arm as, cuando dos caballeros com partían p o r
igual gloria y peligro, cuando la cobardía de uno podía costar
la vida y el h o n o r al o tro , al ten er p o r p ropio interés que
109 escoger con la m ayor atención [ a los amigos, éstos se sentían
muy fu ertem en te unidos.
C uando la m oda de los duelos sustituyó a la caballería, las
gentes que cada día se exponían juntos a la m u erte debían
ciertam ente ser m uy q ueridos los unos a los otros. Entonces
la am istad era o b je to de gran veneración y era contada en tre
las virtudes. Al m enos suponía en los duelistas y en los
caballeros una gran lealtad y valor, virtudes que eran muy
celebradas y que debían serlo ex trem ad am en te p o rq u e estas
virtudes estaban casi siem pre en acción (38).
110 C onviene reco rd ar que algunas veces | unas m ism as vir­
tudes son sujetas a distintas valoraciones según los tiem pos,
dep en d ien d o del distinto g rad o d e utilidad del que gozan en
cada época.
¿Q uién duda de q u e en épocas de trasto rn os y de rev o lu ­
ciones, y bajo form as d e g o b iern o q u e se prestan a las
facciones, la amistad deba ser más fu e rte y más valiente que
en un estado tranquilo? La historia nos prop orciona en este
cam po mil ejem plos de heroísm o. En aquellos m o m entos la

354
am istad supone valor, discreción, firm eza, inteligencia y p ru ­
dencia, cualidades que, absolu tam en te necesarias en épocas
revueltas y que raram en te se dan juntas en un m ism o hom ­
bre, han d e hacerlo m uy q u erid o a su amigo.
Si dadas nuestras costum bres no pedim os estas mismas
cualidades (39) a n uestros am igos, | es p o rq u e ya no nos son ni
útiles, p o rq u e ya no ten em o s secretos im portantes que con­
fiar, ni com bates q u e librar y, p o r consiguiente, po rq u e ya
no necesitam os ni la prudencia, ni la inteligencia, ni la dis­
creción, ni el valor del amigo.
En la form a actual de n u estro | g o b iern o los particulares 112
no están unidos p o r ningún in terés com ún. Para hacer for­
tu n a se necesitan m enos am igos que pro tecto res. Al abrir la
p u erta de todas las casas, el lujo y esto que se llama el
espíritu de sociedad han elim inado en una infinidad de p e r­
sonas la necesidad de la am istad. N in g ú n m otivo, ningún
interés son suficientes para hacernos hoy so p o rtar los defec­
tos reales o relativos de n uestros amigos. La am istad ya no
existe (40); ya no unim os a la palabra amigo las mismas ideas
que en otros tiem pos le atribuíam os; en nuestros tiem pos
podem os, pues, exclam ar con A ristóteles (41): ¡Oh amigos
míos! ya no hay amigos!
I A hora bien, así com o se dan épocas, costum bres y 113
form as de g o b iern o en las q u e hay más o m enos necesidad
de amigos, y si la fuerza de la am istad es siem pre p ro p o rcio ­
nada a la intensidad de esta necesidad existen tam bién situa­
ciones en las que el corazón se abre más fácilm ente a la
amistad: son o rd in ariam en te aquellos m om entos en los que
necesitam os la ayuda de los demás.
Los desgraciados son en general los am igos más tiernos;
unidos p o r una com unidad de sufrim iento, I al lam entar los 114
males de su am igo gozan del placer de com padecerse de sí
m ism os.
Lo que he dicho acerca de las situaciones, vale para los
caracteres: los hay que no pueden prescindir de los amigos s3.
E ntre ellos, unos son esos caracteres débiles y tím idos que
en su conducta n o se d eciden si no es con la ayuda y el

53 En el original: «il en e st qui ne peuvent se passer d’amis». Esto origina una fuerte
confusión en las páginas que siguen. D e hecho, H elvétius va a com entar los caracteres que no
pueden pasar sin la amistad y los q u e no necesitan de ella. Pero, a su vez, en la prim era clase
distingue «prim eros» y «segundos», lo que origina dicha confusión. Para obviarla hemos
ordenado un poco el texto.

355
consejo de o tro; o tro s son caracteres m alhum orados, desp ó ­
ticos, severos, que, cálidos am igos de aquéllos a quienes
tiranizan, son m uy parecidos a una de las dos m u jeres de
Sócrates, la que a la m u erte de este gran h o m bre se aban­
dona a un dolor más intenso q u e el d e la segunda, porque
esta última, de carácter dulce y am able, no perdía con Sócra­
tes más que a un m arido, m ientras que aquélla perdía al
m ism o tiem po al m ártir de sus caprichos y al único hom bre
capaz de soportarlos.
115 Existen, en fin, h o m b res exentos de | toda am bición, de
pasiones fuertes, y que les encanta la conversación de las
g entes instruidas. En nuestras costum bres actuales los hom ­
bres de este tipo, si son virtuosos, constituyen los amigos
más afectuosos y constantes. Su alma, siem pre abierta a ia
amistad, capta todo el encanto de la misma. N o teniendo,
según im agino, ninguna pasión que p u ed a contrarrestar en
ellos este sentim iento, é ste se co nvierte en su única necesi­
dad: p o r esto son capaces de una am istad m uy ilustre y
valiente, sin que lo sea tan to com o la de los griegos y los
escitas 54.
P o r el contrario, se es p o r lo general m enos susceptible
de amistad cuanto más in d ep en d ien te se es de los dem ás
hom bres. Así, p o r ejem p lo , las p ersonas ricas y poderosas
116 suelen ser poco sensibles a la am istad, | llegando incluso a
parecer duros. En efecto, sea p o rq u e los hom bres son natu­
ralm en te crueles siem pre q u e p u ed an serlo im p u n em en te,
sea p o rq u e los ricos y los p o d ero so s consideran la m iseria
ajena com o un rep ro ch e a su felicidad, sea p o rq u e se quieren
sustraer a las ino p o rtu n as peticiones de los desgraciados, lo
cierto es que casi siem pre m altratan al m iserable (42). El
espectáculo del desgraciado p ro d u ce sob re la m ayoría de los
hom bres el m ism o efecto q u e la cabeza de la m edusa: a su
vista los corazones se transform an en roca.
Existen adem ás personas ind iferen tes a la amistad; son
117 aquellas q u e se bastan j a sí m ism as (43). A costum bradas a
buscar y en co n trar la felicidad en sí mismas y, p o r otra parte,
dem asiado inteligentes p ara gozar con el p lacer de ser enga-
118 ñadas, no p u e d e n g u ard ar la feliz | ignorancia acerca de la

54 Los escitas eran un pueblo nómada, de origen iranio, que p en etró en el Asia M enor y
Egipto. D espués de haber fundado un Estado bastante fuerte (siglo II a. C.), los escitas se
fundieron con los invasores d e A sia a fines de la Antigüedad.

356
m aldad de los h o m b res (ignorancia preciosa que, du ran te la
prim era juven tu d , asegura m uy fu erte los lazos de la amis­
tad). P or esto son poco sensibles al en can to de este senti­
m iento, | aunque son susceptibles de él. A bundan menos, ha 119
dicho una m ujer m uy aguda, los hombres insensibles que los
hombres desengañados.

| D e lo que he dicho se deduce que la fuerza de la 120


am istad es siem pre p ro p o rcio n ad a a la necesidad q u e los
hom bres tien en los unos d e los o tro s (44), y que esta [- nece- 121
sidad varía de acuerdo con los tiem pos, las costum bres, las
form as de go b iern o , las circunstancias y los caracteres. P ero,
se nos dirá, si la am istad su p o n e siem pre una necesidad, no
tiene p o r qué tratarse d e una necesidad física. ¿Q ué es un
amigo? U n p arien te de n u estra elección. Se desea un amigo
para, po r así decir, vivir en él, para desahogar n uestra alma
en la suya y gozar con una conversación q u e la confianza
hace siem pre muy agradable. Esta pasión no se funda ni en el
te m o r al do lo r, ni en el am o r a los placeres físicos. Pero,
replicaré, ¿en qué resid e el | encanto de la conversación con 122
un amigo? En el placer de hablar d e uno mismo. Si la
fo rtu n a nos ha colocado en una buena situación, hablam os
con n u estro am igo de la m an era d e au m en tar n uestros bie­
nes, nuestros h onores, n u e stro créd ito y reputación. Si nos
ha p u esto en la m iseria, buscam os con este am igo la m anera
de librarnos de la pobreza y, m ientras hablam os de ello, al
m enos nos libram os en la desgracia del fastidio de las con­
versaciones indiferentes. P o r consiguiente hablam os siem pre
de nuestras penas o d e n u estro s placeres con nuestro amigo.
P ero si, com o he p ro b ad o más arriba, no hay más placeres y
penas verdaderas q u e los placeres y penas físicos; si los
m edios de procurárnoslos n o son más que placeres de espe­
ranza, q u e su ponen la existencia de los p rim eros, d e los que
no son m ás, p o r así decir, más q u e una consecuencia; ia
conclusión es que | la am istad, lo m ism o que la avaricia, el 123
orgullo, la am bición y las o tras pasiones, son efecto inm e­
d iato de la sensibilidad física.

C om o últim a p ru eb a d e esta verdad voy a m ostrar que


con la ayuda de estas m ism as penas y de estos m ism os
placeres p odem os excitar en n osotros toda clase de pasiones
y que, así, las penas y los placeres de los sentidos son el
germ en p ro d u c to r de todos los sentim ientos.

357
C a p ítu lo XV

Respecto a que el temor a las penas, o el deseo de los placeres


físicos, pueden alumbrar en nosotros toda clase de sentimientos

1 24 | C onsultem os con la historia y verem os que en todos los


países en los que se han favorecido ciertas virtudes con la
prom esa de los placeres d e los sentidos, estas virtudes han
sido las más usuales y las q u e más han resplandecido.
¿P or qué los cretenses, los beocios 55 y, en general, todos
los pueblos más dados al am o r han sido los más valientes? Es
sin duda, p o rq u e en estos países las m u jeres concedían sus
favores sólo a los valientes, p o rq u e los placeres del am or,
125 com o hacen notar | Plutarco y P latón, son los más aptos para
elevar el alm a de los pueblos y la más digna recom pensa de
los héroes y de los h om bres virtuosos.
P o siblem ente fuera e ste el m otivo q u e llevó al senado
rom ano, para halagar a César, al decir de algunos historiado­
res, a concederle m ediante una ley expresa el d erech o de
gozar de todas las damas rom anas; y tam bién el que, d e
acuerdo con las costum bres griegas, hiciera decir a Platón
que, al fin del com bate, el más h erm oso había de ser la
recom pensa para el m ás valiente, proy ecto que ya se le había
o cu rrid o a E pam inondas cuando, en la batalla de Leuctra 5f>,
puso al am ante al lado de la am ada, práctica que le pareció
muy apropiada para asegurar los éxitos m ilitares. ¡Q ué p o d e r
126 no tien en sobre noso tro s los placeres de los | sentidos! Ellos
hicieron invencible al batallón sagrado de los tebanos; ellos
inspiraron el valor más gran d e a los p ueblos antiguos, cuando
los vencedores se repartían las riquezas y las m u jeres de los
vencidos; ellos m oledaron, en fin, el carácter de estos virtuo­
sos sam nitas 57 en tre los que la m ayor belleza era el prem io
de la m ayor virtud.
Para d em o strar esta verdad con un ejem plo más deta-

55 Los cretenses eran u n pueblo d e la isla de C reta, q u e desarrolló, hacia el tercer m ilenio a.
d e C ., una adelantada cultura neolítica y una brillante talasocracia.
Los beocios eran un pueblo d e G recia central, con capital en Tebas, que, bajo el m ando de
Epaminondas, ejerció la hegem onía sobre G recia, a principios del siglo III a. de. C.
56 En Leuctra, los tebanos vencieron a los espartanos (371 a. C.).
57 Los samnitas eran u n antiguo pueblo itálico que com batió du ran te treinta y siete años
(327-290 a. d e C.) contra los rom anos; al final fu eron vencidos y anexionados p o r R om a
después de la batalla d e Sentinum.

358
liado, estudiem os los m edios de que se valió Licurgo para
llevar al corazón de sus conciudadanos el entusiasm o y lo
que podríam os llam ar fiebre de la virtud y verem os que si
ningún pueb lo su p eró a los lacedem onios en valor fue p o r­
que ningún p u eb lo h o n ró tan to a la virtu d ni recom pensó
m e jo r el valor que ellos. R eco rd em o s las fiestas solem nes en
las que, conform e | a las leyes de Licurgo, las herm osas jóve- 127
nes lacedem onias avanzaban danzando sem idesnudas en las
asam bleas del pueblo. Allí, en p resencia de la nación 5S,
insultaban con sátiras a los que habían dado m uestras de
alguna debilidad en la g u erra y celebraban con canciones a
los jóvenes g u e rre ro s que se habían señalado p o r algunas
hazañas resplandecientes. ¡Q u ién d uda de q u e el cobarde,
expuesto delante d e to d o el p u eb lo a las burlas de estas
jóvenes, p reso del to rm e n to de la vergüenza y la confusión,
estaría devorado p o r el más cruel arrep en tim ien to ! Y, p o r el
contrario, ¡qué triunfo para el joven h éro e que recibía la
palm a de la gloria d e m anos d e la belleza, que leía la estim a
en la frente de los viejos, el am or en los ojos de estas
jóvenes y la seguridad de u n o s | favores cuya sola esperanza 128
es ya un placer! ¿Q u ién dudará de q u e este joven g u errero
estaba loco p o r la virtud? Así, los espartanos, siem pre im pa­
cientes p o r luchar, se p recipitaban con fu ro r contra los bata­
llones enem igos y, ro d ead o s p o r todas partes p o r la m u erte,
sólo pensaban en la gloria. T o d o en esta legislación concurría
para m etam orfosear a los h om bres en héroes; p ero para
aplicarla era necesario q u e Licurgo, convencido de que el
placer es el único m o to r universal de los h om bres, hubiera
com prend id o que las m ujeres, que com o las flores de un
herm oso jardín parecían no estar hechas más q u e para el
adorno de la tierra y el p lacer de los ojos, podían ser em ­
pleadas para un uso m ás noble; q u e este sexo, despreciado y
degradado en casi todos los p u eb lo s del m u n d o , podía gozar
de la | gloria ju n to con los h om bres, participar con ellos de 129
los laureles que les ofrecía y convertirse, p o r fin, en uno de
los principales reso rtes d e la legislación.
En efecto, si el p lacer del am o r es para los h o m bres el

58 En el original, «nation». Y a hemos señalado la ambigüedad de H elvétius en el uso de


este concepto. A quí su sentido parece ser el de «pueblo» o «país», es decir, que incluye a los
hom bres, a las instituciones, a las costum bres... H em os traducido p o r «nación» y no por
«pueblo» para evitar q u e p u d ie ra leerse ese térm ino con el significado de «conjunto de
hom bres».

359
más intenso de los p laceres ¡qué g erm en de valor no encierra
y qué entusiasm o p o r la virtud no ha de inspirar el deseo de
las m ujeres! (45).
Q uien reflexione sobre esta cuestión co m p renderá que, si
la asam blea de los espartanos h u b iera sido m ás num erosa, de
m anera q u e a los cobardes se les h u b iera cubierto aún más
de ignom inia, y hubiera sido posible co n ced er aún más res-
130 p eto y m ayores h om enajes j al valor, E sparta h ubiera ido aún
más lejos en su entusiasm o p o r la virtud.
Para probarlo, supongam os q u e p rofundizando, yo diría,
en los designios de la naturaleza, se h u b iera im aginado que
ésta, al adornar a las bellas m u je re s con tantos atractivos y al
procurarnos con su goce un placer indecible, h ubiera q u erido
que fueran la recom pensa a la más alta virtud; supongam os,
adem ás, que, a ejem plo de estas vírgenes consagradas a Isis o
a Vesta, las más bellas lacedem onias hubieran sido consagra­
das al m érito; que, haciéndolas p resen tarse desnudas en las
asambleas, hubieran sido arrebatadas p o r los g u erre ro s com o
prem io a su valor y que estos jóvenes g uerreros hubieran
experim entado sim ultáneam ente la doble exaltación del am or
y de la gloria. Por extravagante y alejada de nuestras costum -
131 bres que parezca esta j legislación, lo cierto es que hubiera
hecho a los espartanos aún más virtuosos y valientes, porque
la fuerza de la virtud es siem pre proporcionada al grado de
placer que se le asigna com o recom pensa.
A p ro p ó sito de esta costum bre, q u iero señalar que, p o r
extravagante que parezca, está en uso en el reino de Vijayana-
gar, cuya capital es N arsin g p u r S9. Para aum en tar el valor de
sus g u errero s, el rey de este im perio, según cuentan los
viajeros, com pra, alim enta y viste de la m anera más seduc­
tora y magnífica a unas m u jeres destinadas al placer de los
g u errero s q u e se han destacado en alguna gran hazaña. D e
esta m anera inspira u n gran valor a sus súbditos y atrae a su
corte a todos los g u e rre ro s d e los pueblos vecinos, los cua­
les, ilusionados con la esperanza de gozar de estas herm osas
132 m ujeres, abandonan | su país y se instalan en Narsingpur, en
donde sólo se alim entan de la carne de leones y tigres y sólo
beben la sangre de estos anim ales (46).

59 Vijayanagar (en francés, Bisnagar) fue ei im perio hindú q u e ejerció la soberanía en ia


India M eridional durante los siglos XIV y XVI y que rep resen ta la últim a resistencia del espíritu
nacional contra el islamismo conquistador.
Narsingpur (en el texto francés, Narsingue) es una ciudad de la India.

360
D e todos estos ejem p lo s q u e hem os aportad o , se deduce
que las penas y los p laceres | de los sentid o s, p u e d e n inspi- 133
rarnos toda clase de pasiones, de sen tim ien to s y de virtudes.
Y com o últim a p ru eb a d e e sta verd ad citaré, sin recu rrir a
etapas históricas o países tan alejados, a la ép o ca caballeresca,
cuando las m u jeres enseñaban a los aspirantes a caballero el
arte y el catecism o de amar.
Si en aquellos tiem pos, com o dice M aquiavelo, al insta­
larse los franceses en Italia parecían tan valientes y terribles a
los descen d ien tes d e los rom anos, era p o rq u e estaban anim a­
dos del m áxim o valor. ¿Y cóm o podían no estarlo? Las
m u jeres, añade este histo riad o r, sólo concedían sus favores a
los más valientes d e ellos. Para juzgar los m éritos de un
am ante y su tern u ra, las p ru eb as que ellas exigían eran la de
hacer prisioneros d e | gu erra, in te n ta r un asalto o arreb atar 134
una posición a los enem igos; p referían v er m o rir a su am ante
antes que verlo huir. Un caballero estaba en esos tiem pos
obligado a luchar para conservar la belleza de su dam a y su
extraord in ario am or. Las hazañas de los caballeros eran tem a
p e rm a n e n te de las conversaciones y de las novelas. En todas
partes se recom endaba la galantería. Los poetas p reten d ían
que en m edio de los com bates y de los peligros, el caballero
tenía siem pre p re se n te en su m em oria la im agen de su dama.
En los torneos, antes de q u e tocaran a la carga, p reten d ían
que el caballero fijara los ojos en su am ante, com o atestigua
esta balada:

Servidores del am or, m irad dulcem en te,


a los graderíos, ángeles del paraíso;
com batiréis en to n ces valiente y felizm ente
y seréis h o n rad o s y am ados.

| T od o predicaba el am or. ¿Q ué re so rte más p o d ero so 135


que él para m over a las almas? El p o rte , las m iradas, los
m enores gestos d e la belleza, ¿no encantan y em briagan
los sentidos? ¿ N o p u e d e n las m u jeres crear si les place almas
y cuerpos fu ertes d o n d e sólo habían im béciles y débiles? ¿N o
ha elevado Fenicia, b a jo el n o m b re de V enus o A starté, alta­
res a la belleza?
Sólo n u estra religión p u d o d e stru ir estos altares. ¿Q ué
o b je to es, en efecto, más digno de nuestra adoración (para el
que no está ilum inado p o r los rayos de la fe) q u e éste al que
el cielo ha h ech o p recio so d ep o sitario del más intenso de

361
nuestros placeres? Placeres cuyo solo goce p u ed e hacernos
sopo rtar con fruición el penoso fardo d e la vida y consolar­
nos p o r la desgracia d e existir.
136 | La conclusión general de lo que he dicho acerca del
origen de las pasiones, es q u e el d o lo r y el placer d e los
sentidos hacen actuar y p en sar a los h o m b res y son el único
contrapeso que m ueve el m u n d o m oral.
Las pasiones son, pues, el efecto inm ediato de la sensibi­
lidad física. P or consiguiente, todos los hom bres son sensi­
bles y susceptibles d e pasiones, todos llevan en sí m ism os el
g erm en p ro d u c to r del espíritu. P ero, se nos dirá, aunque los
hom bres sean sensibles a las pasiones, no lo son todos tal
vez en el m ism o grado; vem os, p o r ejem p lo , pueblos enteros
indiferentes a la pasión d e la gloria y la virtud; luego, si los
hom bres no son susceptibles de pasiones igualm ente fu e r­
tes, tam poco son capaces de esta m ism a continuidad de la
atención que d ebem os considerar com o la causa de la gran
137 desigualdad de su inteligencia. | D e d o n d e resulta que la na­
turaleza no ha co n cedido a todos los hom bres las mismas
disposiciones al espíritu.
Para contestar a esta o b jeció n no es necesario exam inar si
todos los hom bres son igualm ente sensibles. Esta cuestión,
tal vez más difícil d e resolver de lo q u e parece, es por otra
parte ajena al tem a q u e m e ocupa. Sólo m e pro p o n g o exa­
m inar si todos los hom bres no son al m enos susceptibles de
pasiones lo bastante fu ertes para dotarlos de la atención
continuada que siem pre acom paña a la superioridad del espí­
ritu.
C on este o b je to refu taré, en p rim er lugar, el argum ento
sacado de la insensibilidad d e ciertas naciones a las pasiones
de la gloria y de la virtud, arg u m en to m ediante el cual creen
pro b ar que no todos los h o m b res son susceptibles d e pasio-
138 nes. D iré, pues, q u e la insensibilidad | de estas naciones no
deb e ser atribuida a la naturaleza, sino a causas accidentales,
tales com o, p o r ejem p lo , a la form a d iferen te de sus go b ier­
nos.

362
C a p í t u lo X VI

A qué causa debe atribuirse la indiferencia de ciertos pueblos


por la v irtu d

Para saber si la indiferencia de ciertos p ueblos p o r la


virtud d ep en d e de la n aturaleza o de la form a particular de
los gobiernos, hay q u e co n o c e r p rev iam en te al h o m bre, p e­
netrar hasta lo más h o n d o del corazón hum ano, reco rd ar
que, nacido sensible al d o lo r y al placer, d eb e a la sensibili­
dad física sus pasiones y a éstas | to d o s sus vicios y todas sus 139
virtudes.
Sentados estos principios, para reso lv er la cu estión p ro ­
puesta más arriba hay q u e exam inar a continuación si las
mismas pasiones, m odificadas de acuerdo con las diferentes
form as de go b iern o , no p ro d u cirán en n o so tro s los vicios y
las virtudes contrarias.
C onsiderem os a u n h o m b re tan am ante de la g loria com o
para sacrificar a ella todas las otras pasiones; si, p o r la form a
de go b iern o , la gloria es siem p re el p rem io de acciones
virtuosas, es ev id en te q u e este ho m b re estará em p ujado ne­
cesariam ente a la v irtu d y qu e, para hacer de él un Leónidas
o un H o racio C ocles 60, no hay m ás que colocarle en un país
y en unas circunstancias parecidas.
P ero, se nos dirá, hay p ocos h om bres q u e se eleven a
este grado de pasión. C o n testaré q u e sólo el h o m b re fu e rte ­
m en te apasionado p u e d e p e n e tra r | hasta el santuario d e la 140
virtud. Lo que no pasa con esos h om bres incapaces de in te n ­
sas pasiones y a los q u e llam am os honrados. Si, au n q u e lejos
de este santuario, estos últim os son m an ten id o s p o r los lazos
de la pereza en el cam ino d e la virtud, es p o rq u e no tienen ni
siquiera la fuerza p ara ap artarse d e él.
Sólo la virtud d el p rim e ro es una virtud in teligente y
activa; p e ro esta virtud no crece, o al m enos no alcanza un
cierto grado de elevación, m ás que en las repúblicas g u erre ­
ras, p o rq u e únicam en te b ajo esta form a de g o b iern o la es­
tim a pública p u ed e elevarnos p o r encim a de los o tro s h o m ­
bres y hacernos m ereced o res de u n m ayor re sp e to de su

60 H oracio Cocles es un h éro e d e la leyenda rom ana, q u e defendió él solo el p uente de


Sublicio contra el ejército etrusco y perdió un ojo (cocles) en la acción.

363
parte, estim a q u e es la cosa m ás halagadora, más deseable y
más apropiada para p ro d u c ir g randes efectos.
141 | La virtud de los h om bres honrados in serta en la pereza
y producida, m e atrev eré a decir, p o r la ausencia de pasiones
fuertes, no es más q u e una virtud pasiva qu e, poco ilustrada
y, p o r consiguiente, m uy peligrosa en los p rim eros puestos,
es p o r o tra parte bastante segura. Es com ún a todos aquellos
a los que llam am os gente honrada, más apreciados p o r los
males que no hacen q u e p o r los bienes que proporcionan.
R esp ecto a los apasionados que he citado en prim er lu­
gar, es evid en te q u e el m ism o d eseo de gloria q u e en los
prim ero s siglos de la repú b lica rom ana había en g en d rad o a
los C urcio y a los D ecio, d eb ió p ro d u cir a los M ario y los
O ctavio en m om en to s d e trasto rn o s y revoluciones, cuando
la gloria, com o ocurría en los últim os tiem pos de la repú-
142 blica, sólo iba unida a la tiranía y al p o d er. | Lo que digo de
la pasión de gloria, es ig ualm ente aplicable al am o r p o r la
consideración, que no es m ás q u e un dim inutivo del am or a
la gloria y o b je to de los deseos de aquellos que no pueden
alcanzar la celebridad.
Este deseo de consideración d eb e, igualm ente, p ro ducir
en épocas distintas unos vicios y unas virtudes contrarias.
C uando el créd ito va d elante del m érito, este d ese o crea a
los intrigantes y a los aduladores; cuando el din ero es más
honrado q u e la virtud, p ro d u c e a los avaros que buscan las
riquezas con el m ism o afán con el que los prim eros rom anos
las huían p o rq u e era vergonzoso poseerlas: de do n d e con­
cluyo qu e, siendo las co stu m b res y los g o b iernos diferentes,
el m ism o deseo ha d e p ro d u c ir a los C in c in a to 61, a los
Papirio 62, a los C raso y a los Sejano 63.
143 | A este pro p ó sito , q u ie ro hacer n o tar de paso la dife­
rencia que debe establecerse e n tre los am biciosos de gloria y
los am biciosos de cargos y d e riquezas. Los prim eros sólo

61 Lucio Q uinto Cincinato fue un rico agricultor rom ano, nom brado cónsul (460 a. C.) y
dictador (468 a. C ). V enció a los volscos; pasado el peligro, volvió a sus campos.
62 D e en tre los Papirio destacan en la historia d e Roma:
Sexto Papirio, legendario legislador rom ano, contem poráneo de Tarquino el Soberbio.
Cayo Papirio Cargo, orador rom ano, tribuno d e la plebe. Fue triunviro con Cayo G raco y
cónsul en 120. A cusado p or Licinio C raso de complicidad con los gracos, se suicidó.
Lucio Papirio Craso, magistrado rom ano del siglo IV a. d e C. M agister equitum con el
dictador Lucio Papirio C ursor.
Lucio Papirio C ursor, militar rom ano del siglo IV. D ictador en 325 a. de C., venció a los
samnitas.
63 Lucio Aelio Sejano (2 0 a. C.-31 d. C.). Fue colaborador d e T iberio. C ruel y corrom pido,
fue degollado p or orden del Em perador.

364
pu ed en ser grandes crim inales p o rq u e los grandes crím enes,
p o r la superioridad del ta le n to necesario para ejecutarlos y
p o r el gran prem io q u e va u n id o a su éxito, son los únicos
que p u e d e n im p resio n ar la im aginación d e los h om bres y
arrebatar su adm iración; adm iración que tien e su raíz en el
deseo in te rio r y secreto d e p arecerse a estos ilustres culpa­
bles. T o d o h o m b re am ante d e la gloria es, pues, incapaz de
los p e q u eñ o s crím enes. Si esta pasión p ro d u ce a los Crom -
well, no hace nunca a unos C arto u ch e 64. D e d o n d e concluyo
que, salvo las situaciones raras y extraordinarias en que se
en co n traro n los Sila y los C ésar, en cualq u ier o tra situación
| estos m ism os h om bres, p o r la p ro p ia naturaleza de sus pa- 144
siones, se hubieran m an ten id o fieles a la virtud; bien d iferen ­
tes en este aspecto de esos intrigantes y esos avaros, la
bajeza y la oscuridad de cuyos crím en es los p o n en en condi­
ciones de co m eter cada día o tro s nuevos.
D espués de h ab er m o strad o cóm o la m ism a pasión que
nos obliga al am or y a la práctica de la virtud p u ed e, en
épocas y con gobiern o s d iferen tes, p ro d u c ir en nosotros los
vicios contrarios, in ten tarem o s ahora p e n e tra r más hondo en
el corazón hum ano y d escu b rir p o r q u é el h o m bre, cual­
qu iera q u e sea el g o b ie rn o al q u e está so m etid o , tien e una
conducta incierta, ya q u e se v e d e te rm in a d o p o r sus pasiones
tan to a las buenas com o a las malas acciones, y p o r qué su
corazón es un cam po siem p re | ab ierto a la lucha e n tre el 145
vicio y la virtud.
Para resolver e ste p ro b le m a m oral, hay q u e buscar
la causa de la alteración y d e la sucesiva tranquilidad d e la
conciencia, de estos m ovim ientos confusos y diversos del
alm a y de estos com bates in terio res q u e si el p o e ta trágico
puede rep resen tarlo s con ta n to éxito en escena, es p o rq u e
todos los espectadores han ex p erim en tad o com bates sem e­
jantes. H ay que p re g u n ta rse cuáles son estos dos yo que
Pascal (47) y algunos filósofos indios han en co n trad o d en tro
de sí.
Para descu b rir la causa universal de todos estos efectos,
basta con observar | q u e ios h o m b res n o son m ovidos p o r 146
una sola especie de sen tim ientos; q u e no hay ninguno ani­
m ado únicam ente p o r pasiones solitarias que llenen to d a la

64 Louis D om inique C artouche (1 693-1721), célebre jefe d e una banda de ladrones en


París. V aliente y galante, gozó d e la sim patía popular.

365
capacidad de un alma; qu e, arrastrado alternativam ente por
pasiones d iferentes, d e las q u e unas son conform es y las
otras contrarias al in terés general, cada ho m b re se halla so­
m etido a dos atracciones d iferentes, de las que una le lleva al
vicio y la o tra a la virtud. D igo cada h o m b re, p o rq u e no
existe p robidad m ás u niversalm ente reconocida que la de
C atón y B ruto, p o rq u e nadie p u ed e jactarse de ser más
147 virtuoso que estos | dos rom anos y, sin em bargo, el prim ero,
cogido p o r un m ovim iento de avaricia, com etió algún abuso
de p o d e r d u ran te su gob iern o ; y el segundo, conm ovido p o r
los ruegos de su hija, o b tu v o del senado, para B íbulo, su
yerno, una gracia q u e había h echo deneg ar para su amigo
C icerón, p o r ser contraria al in te ré s de la república. H e aquí
la causa de esta m ezcla d e vicio y virtud que observam os en
todos los corazones y p o r la cual no existe sobre la tierra ni
vicio ni virtud puro.
Para saber lo q u e lleva a atrib u ir a un ho m bre el califica­
tivo de virtuoso o d e vicioso, conviene observar que, en tre
las pasiones que anim an a un hom b re, existe siem pre una
que preside principalm ente su con d u cta y q u e predom ina en
su alma sobre las otras.
148 A hora bien, según q u e esta últim a | g o b iern e más o m e­
nos im periosam ente y según que sea, p o r naturaleza o p o r
las circunstancias, útil o perjudicial para el Estado, el hom bre
que se halla determ in ad o más a m en u d o al bien o al mal
recibe el nom bre d e virtuoso o de vicioso. A ñadiré, tan sólo,
que la fuerza de sus vicios o d e sus virtudes será siem pre
proporcionada a la intensidad de sus pasiones, la cual se
m ide p o r el grado de placer q u e en cu en tra en satisfacerlas.
Por este m otivo, en la prim era juventud, en la que se es más
sensible al placer y más capaz de pasiones fuertes, se es en
general capaz de las más g randes acciones.
La virtud más alta, así com o el vicio más vergonzoso, es
en nosotros el efecto del p lacer más o m enos vivo que
sentim os al en treg arn o s a ellos.
149 Así, sólo tenem os una m ed id a exacta de | nuestra virtud
después de h aber descubierto, m ed ian te un exam en escrupu­
loso, la cantidad y el grad o de penas que una pasión tal com o
el am or a la justicia o a la gloria p u ed en hacernos soportar.
A quel para quien la estim a lo es todo y la vida no es nada,
sufrirá, com o Sócrates, antes la m u erte que p edir cobarde­
m ente la vida. A quel q u e se ha con v ertid o en el alma de un

366
Estado republicano y al q u e el orgullo y la gloria le hacen
apasionado p o r el b ien público, prefiere, com o C atón, la
m uerte a la hum illación d e verse, él y su patria, som etidos a
una autoridad arbitraria. P ero estas acciones son efecto de un
gran am or p o r la gloria. Es éste el fin que se afanan en
alcanzar las más fu ertes pasiones, y en el q u e la naturaleza ha
colocado los lím ites d e la virtud hum ana.
Sería inútil que quisiéram os ocultárn o slo | a nosotros 150
mismos; nos convertim os n ecesariam ente en enem igos de los
h om bres cu an d o no p o d em o s ser felices más q u e a costa de
su infortunio (48). Es la feliz conform idad e n tre nuestro
interés y el in terés público, conform idad g en eralm en te p ro ­
ducida p o r el d eseo d e la estim a, la q u e nos hace sen tir p o r
los hom bres estos tiern o s sentim ien to s q u e ellos nos reco m ­
pensan con su afecto. A quel q u e para ser v irtuoso tuviera
siem pre q u e luchar co n tra sus inclinaciones, sería necesaria­
m ente un canalla. Las v irtu d es m eritorias no son nunca virtu­
des seguras (4 9 ). Es posible ¡ en la práctica librar cada día una 151
batalla contra nuestras pasiones sin p e rd e r un gran núm ero de
veces.
O bligados siem pre a c e d e r al in terés más p o d ero so , cual­
quiera que sea el am or q u e se tenga p o r la estim a, no le
sacrificarem os nunca unos placeres más grandes de los que
ella nos procura. Si en ciertas ocasiones algunos santos p e r­
sonajes se han e x p u esto al d esp recio de la g en te, es porque
no quisieron sacrificar su salvación a su gloria. Si algunas
m ujeres resisten al solícito asedio de un p ríncipe, es porque
consideran q u e su conquista no les com pensa de la pérdida
de su reputación. H ay pocas q u e sean insensibles al am or de
un rey, casi ninguna q u e no ceda al am or de un rey joven y
am able, y ninguna q u e p u ed a resistirse a estos seres buenos,
am ables y | poderosos, tal com o nos describen a los silfos y 152
los genios, los cuales, m ed ian te mil encantam ientos, podrían
em briagar todos los sentidos d e una m ortal.
Esta verdad fu ndada en el sen tim ien to del am or de sí, no
sólo es reconocida, sin o incluso confesada p o r los legisladores.
C onvencidos de q u e el am o r a la vida era g en eralm en te
la más fu e rte pasión de los hom bres, los legisladores no han
considerado nunca com o crim inal ni el hom icidio com etido
en defensa propia, ni el rechazo que sentiría un ciudadano, de
co m p ro m eterse com o D ecio a m o rir p o r la salvación de su
patria.

367
El h o m b re v irtuoso no es, p ues, el q u e sacrifica sus
placeres, sus costum bres y sus pasiones más fuertes al interés
153 público, p u esto q u e u n tal h o m b re | sería im posible que
existiera (50) sino aquél cuya pasión d o m in an te está tan de
acuerdo con el in terés general, q u e está casi siem pre obli­
gado a la virtud 65. C uanto más nos acercam os a la perfección
y cuanto más m erecem os el n o m b re de virtuosos, necesita­
mos, para d eterm in arn o s a realizar una acción m ala o crim i­
nal, un m otivo más gran d e d e placer, un interés más p o d e ­
roso, más capaz de inflam ar n uestros deseos, lo que supone
154 | en noso tro s una m ayor pasión p o r la honradez.
C ésar no era, sin duda, uno de los rom anos más v irtu o ­
sos. Sin em bargo, si él no p u d o ren u n ciar al título de buen
ciudadano más q u e tom ando el de d u eñ o del m undo, tal vez
no tenem os d erech o de proscribirlo de la clase de los hom ­
bres honrados. En efecto, e n tre los h om bres virtuosos y
realm en te dignos de este títu lo , ¿cuántos de e n tre ellos,
situados en las mism as circunstancias, h ubieran rehusado el
cetro del m undo, sobre to d o si se hubieran sentido, com o
C ésar, dotados de este talento sup erio r q u e asegura el éxito
de las grandes hazañas? M enos talen to les convertiría, tal
vez, en m ejo res ciudadanos; una virtud m ediocre, acom pa­
ñada de una m ayor inseguridad sobre el éxito, bastaría para
hacerles p e rd e r la ilusión p o r un proy ecto tan atrevido. A
155 veces es una | falta de capacidad lo que nos preserva del
vicio; a m enudo d eb em o s a este m ism o defecto el com ple­
m en to de nuestras virtudes.
P o r el contrario, cu an to m e n o r es la ho n radez, se necesi­
tan para llevarnos al crim en m otivos de placeres m enos po­
derosos. C om o, p o r ejem plo, el de algunos em peradores de
M arruecos que, sólo para h acer alarde de su destreza en el

65 C om o se ve, la virtud no es un m érito personal. El hom bre se ve lanzado al vicio o la


virtud sin posibilidad de opción. La virtud es el nom bre q u e la sociedad pone a aquellas
pasiones y acciones que la consolidan y engrandecen: la virtud es siem pre en relación al interés
general. A hora bien, si el h o m b re es sólo un lugar d o nde pasiones cuyo origen es externo,
luchan por im ponerse, la legislación, el o rd en social es el responsable de que ganen unas u
otras. El buen legislador es el artista q u e sabe hacer generar y triunfar las pasiones útiles. Pero,
así, podríam os decir, el «hom bre virtuoso» es aquel en quien triunfan las pasiones que
anteponen el bien público al bien privado, es decir, el hom bre que cae en la ficción de som eter
su «amor d e sí», incluso su deseo d e sobrevivencia, a la estima pública. H elvétius prefiere no
llegar al fondo del conflicto y pensar en un nivel donde, no estando en riesgo la vida,
anteponer el bien público p u ed e coincidir con el deseo individual de máximo placer. Pero, no
obstante, el tem a queda planteado. Y , como hemos dicho, a diferencia de H obbes, el placer
para H elvétius no es el efecto de p oseer más garantía de vida. Al contrario, la vida es deseo de
placer. Por eso p uede ponerse en juego y perderse placenteram ente (pues la esperanza de
placer es ya un placer) luchando p o r un placer prom etido.

368
m o m en to de m o n tar a caballo, cortaban con un solo golpe de
sable la cabeza d e su escudero.
Esto es lo que d iferencia de la m anera más lim pia, más
precisa y más con fo rm e a la experiencia, al h o m b re virtuoso
del h o m b re vicioso, con ello la g e n te p o d ría c o n stru ir un
term ó m e tro exacto en el q u e serían m arcados los diversos
grados de vicio o d e v irtu d de todos los ciudadanos si,
p e n e tra n d o en el fondo d e los corazones, | p u d iera descubrir 156
el precio que cada uno p o n e a su virtud. La im posibilidad de
alcanzar este co nocim iento ha forzado a no juzgar a los
h om bres más q u e p o r sus acciones, juicio extrem adam ente
falaz, en algún caso particular, p e ro en co n ju n to bastante
conform e con el in terés general y casi tan útil com o si fuera
más preciso.
D espués de h ab er exam inado el juego de las pasiones y
explicado la causa d e la m ezcla de vicios y de virtudes que se
da en todos los hom bres, de haber establecido el lím ite de la
virtud hum ana, y fijado, p o r últim o, la idea q u e d eb e atri­
buirse a la palabra virtuoso, estam os ahora en situación de
juzgar si debe atribuirse a la naturaleza o a la legislación
particular de algunos Estados la indiferencia de ciertos p u e­
blos p o r la virtud.
Si el placer es el único o b je to buscado p o r el hom bre,
para | inspirarle el am o r a la virtu d no hay más q u e im itar a 157
la naturaleza, q u e con el p lacer m anifiesta sus voluntades y
con el d o lo r sus prohibiciones; y el h o m b re le obedece
dócilm ente. A rm ado con el m ism o p o d e r, ¿p o r qué el legis­
lador no habría de p ro d u c ir los m ism os efectos? Si los hom ­
bres no tuvieran pasiones, n o habría ningún m edio de hacer­
los buenos: p ero el am or del placer, con tra el cual se han
levantado gentes de una p ro b id ad más resp etab le que inteli­
g en te, es un fren o con el q u e se p u ed e siem pre dirigir al
bien general las pasiones particulares. El odio de la m ayoría
de los hom bres p o r la virtud no es el efecto de la c o rru p ­
ción de su naturaleza, sino d e la im perfección (51) d e la le­
gislación. | Casi m e atrevería a d ecir q u e es la legislación la 158
que nos im pulsa al vicio al m ezclar con él placeres con harta
frecuencia. El gran a rte del legislador es el arte d e separarlos
y de elim inar toda p ro p o rc ió n e n tre el beneficio q u e el cri­
m inal saca del crim en y la p en a a la que se expone. Si en tre
las personas ricas, a m e n u d o m en o s virtuosas q u e los indi­
gentes, encontram os p o co s lad ro n es y asesinos, es p o rq u e el

369
p rovecho del ro b o n o está para un h o m b re rico proporcio-
159 nado al riesgo de la | condena. N o sucede lo m ism o con el
indigente, al ser esta desp ro p o rció n con respecto a él infini­
tam ente m enor, se m an tien e en equilibrio e n tre el vicio y la
virtud. N o es q u e yo p re te n d a aquí insinuar q u e hay que
m andar a los h o m b res con una vara de hierro. Con una
buena legislación y en el seno d e un p u eb lo virtuoso, el des­
precio, q u e priva a un h o m b re de que alguien le consuele y
q ue le deja aislado en m edio d e su patria, es un m otivo sufi­
ciente para form ar almas virtuosas. C ualquier o tra clase de
castigo hace al h o m b re tím ido, cobarde y estúpido. El tipo
de virtud que resulta del m iedo a los suplicios se resiente de
su origen: esa virtud es pusilánim e y falta de luz; o más bien,
el m iedo sólo rep rim e los vicios, p ero no p roduce virtudes.
160 La v erd ad era virtud se funda en el deseo de la estim a ] y de
la gloria y en el h o rro r p o r el desprecio, más tem ible que la
m ism a m uerte. D aré com o e jem p lo la resp u esta que el Espec­
tador inglés 66 p o n e en boca de un soldado duelista al que el
príncipe Pharam ond reprochaba el h aber co ntravenido a sus
órdenes: «C óm o, le contestó, h u b iera d eb id o so m eterm e a
ellas? T ú castigas con la m u e rte a los q u e las violan y con la
infam ia a los q u e las obedecen. A p ren d e que yo tem o m enos
a la m u erte que al desprecio».
D e lo dicho se p odría concluir que no dep en d e de la
naturaleza, sino de la d iferen te constitución de los Estados, el
am or o la indiferencia de ciertos pueblos p o r la virtud. Pero
p o r exacta que fuera esta conclusión, no sería suficiente­
m ente p robada si, para echar más luz sobre este tem a, yo
161 | no buscara con más detalle, e n los g obiernos libres o d esp ó ­
ticos, las causas d e este am or o de esta indiferencia p o r la
virtud. Voy, en p rim e r lugar, a ocuparm e del despotism o;
para conocer m ejo r la naturaleza del m ism o, voy a exam inar
cuál es el m otivo q u e en cien d e en los hom bres este deseo
desenfrenado de un p o d e r arb itrario tal com o es ejercid o en
O riente.
Si he escogido com o ejem p lo el O rie n te , es p o rq u e la
indiferencia p o r la virtud sólo se d eja sen tir de una m anera
constante en los gobiernos de esta especie. Es inútil que

66 H elvétius se refiere a The Spectator, revista literaria inglesa, entre 1711 y 1714, fundada
por J. A ddison. Fue el m odelo d e las revistas de tendencia moralizadora. Entre 1722 y 1723,
M arivaux redactaba en París Le Spectateur Franc/tis sobre el m odelo inglés.

370
algunas naciones vecinas y celosas nos acusen de que nos
doblegam os bajo el yugo del d espotism o oriental. Les diré
que nuestra religión no p e rm ite a los príncipes usurpar un
p o d er de esta clase; q u e n u estra constitu ció n es m onárquica
y | no despótica; q u e los particu lares no p u ed en , p o r consi- 162
guiente, ser despojados d e su p ro p ied ad más que p o r la ley y
no p o r una voluntad arbitraria; q u e n u estro s príncipes aspi­
ran al título de m onarca y no al de déspota; que reco n o cen
las leyes fundam entales d el rein o ; q u e se declaran padres y
no tiranos de sus súbditos. A dem ás, el desp o tism o no se
podría establecer en Francia sin q u e fuera inm ediatam ente
sojuzgada p o r algún o tro país. N o pasa en este reino lo que
en T u rq u ía o en Persia, im perios defen d id o s p o r vastos d e­
siertos y cuya en o rm e extensión, com pensando la despobla­
ción que el d espotism o ocasiona, p ro p o rcio n a co n tinuam ente
ejército s al sultán. En un país p e q u e ñ o com o el n u estro y
rod ead o p o r naciones adelantadas y poderosas, las almas no
se dejarían im p u n em en te hum illar, j Francia, d espoblada p o r 163
el despotism o, sería p ro n to presa d e estas naciones. C ar­
gando de grilletes las m anos de sus súbditos, el p rín cip e, al
ponerlo s bajo el yugo d e la esclavitud, no haría más que so­
m eterse él mism o al yugo de los príncipes vecinos. Es, pues,
im posible que tenga tales proyectos.

C a p í t u l o X V II

D el deseo que todos los hombres tienen de ser déspotas, de los


medios empleados para lograrlo y del peligro a l que el despotismo
expone a los reyes

Este deseo tiene su o rigen en el am o r al placer y, por


consiguiente, en la p ro p ia naturaleza del hom bre. | T odos 164
q uieren ser lo más felices posible. T od o s q u ieren estar
revestidos de un p o d e r q u e obligue a los h o m b res a c o n tri­
buir con todas sus fuerzas a su felicidad: p o r esto qu ieren
m andar so b re ellos.
Los p ueblos están regidos, o m ediante unas leyes y con­
venciones establecidas, o p o r una voluntad arbitraria. En el

371
p rim er caso, el p o d e r sob re ellos 67 es m enos absoluto y
están m enos obligados a darles gusto; adem ás, para go b ern ar
a un p u eb lo conform e a sus leyes hay que conocerlas, m edi­
tarlas, realizar unos fatigosos estudios de los que la pereza
quiere siem pre apartarles. Para satisfacer esta pereza, todos
aspiran al p o d e r absoluto que, al tiem po q u e les dispensa de
cualquier preocupación, d e cualquier estu d io y de la fatiga de
la atención, som ete servilm ente a los hom bres a su voluntad.
165 | Según A ristóteles, el g o b iern o despótico es aquel en el
que sólo hay esclavos, en el q u e no se en cu en tra más que a
un hom bre libre.
Es p o r esto q u e todos q u ieren ser déspotas. Para serlo
intentan hum illar el p o d e r d e los grandes y del p u eblo y, p o r
consiguiente, dividir los intereses de los ciudadanos. A lo
largo d e los siglos el tiem po ofrece siem pre a los soberanos,
en algún m om ento, la ocasión propicia para ello y, anim ados
por un in terés más ard ien te que bien en ten d id o , se agarran a
ella con avidez.
S obre esta anarquía de in tereses se ha instaurado el des­
potism o oriental, muy p arecid o a la descripción que M ilton
hace del im perio del caos, el cual, según dice, extiende su
pabellón real sobre un abism o árid o y desolado en el que la
confusión, en red ad a en sí m ism a, alim enta la anarquía y la
166 discordia | de los elem entos, y gobierna cada áto m o con un
cetro de. hierro.
U na vez sem brada la división en tre los ciudadanos, para
co rro m p er y degradar a las almas hay que hacer brillar cons­
tan tem en te ante los o jo s de los pueblos la espada de la
tiranía, p o n e r a la 'v irtu d en la categoría de los crím enes y
castigarla com o tal. ¿A q u é crueldades no ha llegado en este
aspecto el despotism o, no sólo en O rie n te , sino incluso bajo
los em peradores rom anos? Bajo el reinado de D om iciano,
cuenta Tácito, las v irtudes eran d ecreto s d e m uerte. R om a
estaba llena de delatores, el esclavo era el espía de su am o,
el liberto lo era de su patrón, el am igo de su amigo. D u ran te
estas épocas de calam idades, el h o m b re virtuoso no aconse­
jaba el crim en, p e ro tenía que p restarse a él. T e n e r más
valor h ubiera sido considerado una mala acción. E ntre los

67 En rigor, H elvétius dice «n o tre puissance sur eux...». Q ue use la prim era persona, dando
la im presión de que habla a los d e su clase, reconociéndose a sí mismo entre los dom inadores,
hay que entenderlo com o u n recurso puram ente estilístico. Por ello hem os preferido pasarlo a
la descripción monarca-pueblo. A demás, en el párrafo siguiente H elvétius abandona el «nous».

372
¡ rom anos degradados, la debilidad era un heroísm o. P udo 167
verse bajo este régim en, castigar en S enecio y R ústico a los
panegiristas de las v irtu d es d e T rasea y H elv id io 68, tratar a
estos ilustres o rad o res d e crim inales del Estado y q uem ar sus
obras p o r o rd en de la autoridad pública. Se vio a escritores
célebres, tales com o Plinio, reducidos a co m p o n er obras de
gram ática, p o rq u e cu alquier o tro g én ero de obras más ele­
vado era sospechoso para la tiranía y peligroso para su autor.
Los sabios atraídos a R om a p o r los A ugusto, los V espasiano,
los A nto n in o y los T rajan o , eran d esterrad o s p o r los N e ró n ,
los Calígula, los D om iciano y los Caracalla. Se expulsó a los
filósofos, se proscrib iero n las ciencias. Estos tiranos querían
aniquilar, dijo T ácito, to d o lo que llevaba la huella del espí­
ritu y de la virtud.
La tiranía sabe cóm o deg rad ar las almas m anteniéndolas
co n tinuam en te en ¡ la angustia del m iedo; es ella la que 168
inventa en O rie n te esas to rtu ras, esos suplicios (52) tan cru e­
les; suplicios que algunas veces son necesarios en estos países
abom inables p o rq u e los pueblos son im pulsados al crim en,
no sólo p o r su m iseria, sino tam bién p o r el sultán, que les da
el mal ejem plo y les enseña a d espreciar a la justicia.
Estos son los m otivos en los q u e se funda el am or al
despotism o y los m edios q u e se em plean para alcanzarlo. Es
así com o, locam ente en am o rad o s | del p o d e r arbitrario, los 169
reyes se lanzan sin reflexionar p o r un cam ino in tercep tad o
p o r mil precipicios, en el q u e mil de ellos han perecido. Para
la felicidad de la hum anidad y la de los soberanos, atrevám o­
nos a ilustrarlos so b re este m undo, enseñarles el peligro al
que con un g o b iern o d e esta clase se ex p o n en ellos y sus
pueblos. Q u e aparten d e su lado a estos pérfidos consejeros
que. quisieran inspirarles el deseo de un p o d er arbitrario: que
sepan, en fin, que el tra ta d o más d u ro con tra el d espotism o
sería un tratado so b re la felicidad y la conservación de los
reyes.
Pero, se nos dirá, ¿quién p u ed e ocultarles esta verdad?
¿Es que no saben com parar el red u cid o núm ero de príncipes

68 H eren io Seneción, escritor hispano-rom ano del siglo I. Por haber escrito en térm inos
encomiásticos la vida de H elvidio Prisco fue m andado quem ar vivo p o r D om iciano. Trasea fue
un senador rom ano estoico. C om batió la política d e N e ró n , quien aprovechó la conspiración de
Pisón para envolver en ella a Trasea. Se abrió las venas y m urió con la m ayor dignidad. Su
panegírico fue pronunciado por su amigo A ruleno Rústico, q u e pagó, años más tarde, con la
vida este acto d e valor. Trasea tuvo p o r yerno a H elvidio Prisco, estoico com o él.

373
desterrados de Inglaterra con el nú m ero extraordinario de
em peradores griegos o turcos asesinados en el tro n o de
170 C onstantinopla? Si los | sultanes no se d etien en ante estos
espantosos ejem plos es p o rq u e no tien en este cuadro habi­
tualm ente p resen te en su m em oria, es p o rq u e son continua­
m ente em pujados al despotism o p o r aquellos que quieren
com partir con ellos el p o d e r arbitrario, es p o rque la m ayoría
de los príncipes del O rien te, instru m en to s de la voluntad de
un visir, ceden p o r debilidad a sus deseos y no son suficien­
tem e n te advertidos de su injusticia p o r la noble resistencia
de sus súbditos.
La entrada al despotism o es fácil. R aram ente prevé el
pueblo los males q u e le p rep ara una tiranía consolidada.
C uando, p o r fin, se da cuenta, ha sucum bido ya bajo el yugo,
se halla encadenado p o r todas p artes y, en la im posibilidad
de d efenderse, sólo le qued a esperar, tem blando, el suplicio
al que se le q uerrá condenar.
171 | E nardecidos p o r la debilidad de sus pueblos, los prínci­
pes se convierten en déspotas. N o saben que están suspen­
diendo ellos m ism os, sobre sus cabezas, la espada que les ha
de m atar. Porque, para abrogar todas las leyes y reducirlo
todo al p o d e r arbitrario, hay q u e recu rrir continuam ente a la
fuerza y em plear a m en u d o la espada del soldado. A hora
bien, el uso habitual d e estos m edios, o subleva a los ciuda­
danos excitándolos a la venganza, o los acostum bra insensi­
blem ente a no reco n o cer más justicia que la fuerza.
Esta idea tarda en difundirse p o r el p ueblo, p ero final­
m en te p e n e tra y llega hasta el soldado. El soldado se da
entonces cuenta de q u e no hay en el Estado ningún orga­
nism o q u e se le pueda opon er: qu e, odiado p o r sus súbditos,
el p ríncipe le d eb e to d o su poder: su alma se abre sin q u ere r
172 a proyectos am biciosos, | desea m ejo rar su condición. Si e n ­
tonces un h o m b re atrevido y valiente le tienta con esta
posibilidad y le p ro m e te el pillaje de algunas grandes ciuda­
des, este h om bre, com o lo p ru e b a la historia, basta para
hacer una revolución, revolución que es p ro n to seguida p o r
una segunda, p o rq u e en los Estados despóticos, com o señala
el ilustre p resid en te M o n tesq u ieu , a m en u d o se destruye al
tirano sin d estru ir la tiranía. U na vez q u e el soldado ha
descu b ierto su fuerza, ya nada le p u ed e contener. Podría,
para ilustrar este tem a, citar todos los em p eradores rom anos
proscritos p o r los p reto rian o s por h aber q u erid o lib ertar a la

374
patria de la tiranía de los soldados y restab lecer la antigua
disciplina en los ejércitos.
Para m andar sobre u n o s esclavos, el d ésp o ta está obli­
gado a o b ed ecer a unas | milicias co n tin u am en te inquietas e 173
im periosas. N o sucede lo m ism o cuando el p ríncipe ha
creado en el estado u n c u erp o p o d ero so de m agistrados.
Juzgado p o r estos m agistrados, el p u e b lo tiene ideas de lo
justo y de lo injusto; el soldado, q u e p ro ced e siem pre del
cuerpo de los ciudadanos, conserva en su nuevo Estado una
idea de la justicia. A dem ás, co m p ren d e que, instigado p o r el
príncipe y los m agistrados, el cu erp o e n te ro de los ciudada­
nos, bajo el estandarte de las leyes, se o p o n d ría a las e m p re ­
sas osadas que p udiera in te n ta r y qu e, cualquiera que fuera
su valor, sucum biría p o r fin bajo el núm ero. Así, pues, se ve
afirm ado en el cum plim iento de su d eb er, tan to p o r la idea
de justicia com o p o r el m iedo.
Este cuerp o p o d ero so de los m agistrados es necesario
para la seguridad d e los reyes. Es un escudo bajo el cual
en cuentran refugio el p u e b lo y el príncipe: el prim ero,
contra [ las crueldades d e la tiranía, y el o tro , contra los 174
furores de la sedición.
Para sustraerse al pelig ro q u e p o r todas p arte ro d ea a los
déspotas, el califa H arú n A l-R asid 69 pidió un día al célebre
tíelúl, su herm ano, algunos consejos para bien reinar:
«H aced, le dijo, que v u estra voluntad se conform e a las leyes
y no las leyes a vuestra voluntad. Pensad que los hom bres
sin m érito piden m ucho y q u e raram en te lo hacen los gran­
des hom bres; resistid, pues, a las peticiones de aquéllos y
adelantaos a las de los otros. N o carguéis a vuestros pueblos
con im puestos dem asiado onerosos: recordad a este respecto
el consejo del rey N u ch irv ó n el Ju s to a su hijo O rm uzd: 70
Hijo mío, le dijo, nadie será feliz, en tu imperio si sólo | piensas 175
en tu satisfacción. Cuando tendido sobre cojines estás a punto de
adormecerte, recuerda a aquellos a los que la opresión mantiene
despiertos; cuando te presenten una comida espléndida, piensa en
los que languidecen en la miseria; cuando recorras los deliciosos
bosquecülos de tu harén, acuérdate de los desgraciados a los que la
tiranía mantiene encadenados. Todavía añadiría algo, dijo Be-

69 Harún-al-Rashid (766-809) fue e l más célebre califa abasí. Es el h éro e d e muchas narra­
ciones de has m il y una noches, q u e deb en su existencia a la celebridad de H arú n com o
soberano fastuoso de Bagdad.
70 O rm uz u O rm uzd son una dinastía d e reyes sasánidas.

375
lúl, a lo que ya h e dicho: «P oned d e v u estra p arte a las
personas em inentes en las ciencias; conducios conform e a sus
consejos, a fin de q u e la m onarquía sea o b e d ien te a la ley
escrita y no la ley a la m onarquía» (53).
176 T em istio (54), encargado p o r el ¡ senado d e arengar a
Joviniano a su advenim iento al tro n o , le dijo más o m enos lo
m ism o al em perador: 71 «A cordaos, le dijo, q ue si las gentes
de g u e rra os han elevado al im perio, los filósofos os enseña­
rán a g o b ern arlo bien. A quéllos os han dado la p ú rp u ra de
los césares, éstos os enseñarán a llevarla dignam ente».
Incluso en tre los antiguos persas, los más viles y cobardes
de todos los pueblos, estaba p erm itid o a los filósofos encar­
gados de consagrar a los príncipes (55) rep etirles estas pala­
bras el día de su coronación: «Sabe, ¡oh rey!, que tu autori-
1 77 dad dejará de ser legítim a el día m ism o en que j dejes de
hacer felices a los persas». V erdad q u e parecía haber p e n e ­
trado en Traja.no cuando, al ser elevado al im perio, y
cuando, según la costum bre, hacía entreg a de una espada al
prefecto del p reto rio , le dijo: «Recibid de mis m anos esta
espada y servios d e ella en mi rein ad o , ya sea para d efen ­
derm e com o p ríncipe justo, ya sea p ara castigarm e com o
tirano».
C ualquiera que, bajo p re te x to de m an ten er la autoridad
del príncipe, quiere llevarla hasta el p o d e r arbitrario, es a la
vez un mal padre, un mal ciudadano y u n mal súbdito: un
mal p ad re y un mal ciudadano, p o rq u e carga a su patria y a
sus descendientes con las cadenas de la esclavitud; un mal
súbdito, p o rq u e cam biar la autoridad legítim a p o r la a u to ri­
dad arbitraria es convocar contra los reyes la am bición y la
178 desesperación. T om o co m o testigos los tronos | de O rien te,
tan a m en u d o teñidos con la sangre de sus soberanos (56). El
interés bien en ten d id o d e los sultanes no les d eb ería perm i­
tir, ni d esear un tal p o d er, ni ced er sob re este p u n to a los
deseos de sus visires. Los reyes han de ser sordos a estos
consejos y d eb en re c o rd a r q u e su único in terés consiste en
m an ten er en buenas condiciones el estado para él y sus
descendientes. Este in terés v erd ad ero sólo p u ed e ser en ten -

7 lTem istios (317-388) fue un retó rico griego, senador y luego procónsul. A utor de las
Paráfrasis sobre Aristóteles y d e treinta y cinco Discursos.
jFlavio Claudio Joviano (331-364) fue un em perador rom ano. Las legiones de IÜria lo
proclam aron em perador a la m u e rte d e Juliano (363).

376
dido p o r los príncipes ilustrados. Para los otro s, la p eq u eñ a
vanagloria de | m andar com o amos y el interés de la pereza, 179
que les oculta los peligros q u e les rodean, ten d rán p re fe re n ­
cia sobre cu alquier o tro interés; y tod o s los gobiernos, com o
la historia lo confirm a, ten d erán siem p re al desp otism o 72.

C a p ít u l o X V III

Principales efectos del despotismo

D istinguiré ante to d o dos especies de despotism o: uno


que se instaura de g o lp e p o r la fuerza de las arm as sobre una
nación virtuosa que lo su fre con im paciencia. Esta nación es
com parable a un rob le d o b lad o a la fuerza y cuya elasticidad
ro m p e p ro n to los cables q u e lo curvaban. G recia nos ofrece
mil ejem plos de este caso.
| El o tro se basa en el tiem po, el lu jo y la molicie. La 180
nación que lo sufre se parece a este m ism o roble que,
curvado p o q u ito a poco, va p e rd ie n d o in sen sib lem ente la
elasticidad necesaria p ara erguirse de nuevo. Es de esta se­
gunda especie de d esp o tism o d e la q u e vam os a tratar en
este capítulo.
En los pueblos som etid o s a esta form a de g o b iern o , los
hom bres q u e ocupan cargos no p u e d e n te n e r ninguna idea
clara d e la justicia; sob re esta cuestión se hallan h undidos en
la más p ro fu n d a ignorancia. En efecto, ¿qué idea po d ría un
visir hacerse de la justicia? El ignora lo q u e es un bien
público y sin este cono cim ien to uno va divagando d e un lado
a o tro sin guía; las ideas d e lo ju sto y lo in ju sto , recibidas en
nuestra p rim era ju v entu d , se oscurecen in sen sib lem ente y, al
fin, desaparecen totalm ente.
| P ero, se dirá, ¿quién p u e d e h u rtar este co n o cim iento a 181
los visires? Y contestaré: ¿cóm o podrían ad q u irirlo en estos
países despóticos, en los q u e los ciudadanos no tienen n in ­
gu n a participación en el m an ejo de los asuntos públicos, en

72 H elvétius deja ambigua esta tesis. N o es claro si se refiere a to d o gobierno o a todos


aquellos no ilustrados, d e los que habla en el párrafo. C reem os que, com o tendencia, él lo
aplica a todos: la ilustración d el príncipe es la fuerza capaz d e neutralizar dicha tendencia.

377
los que es mal visto cualquiera q u e dirija la m irada sobre las
desgracias de la patria, en los que el interés mal en tendido
del sultán se en cu en tra en oposición con el interés de sus
súbditos, en los q u e servir al príncipe es traicionar a la
p ropia nación? Para ser justo y virtuoso hay que saber cuáles
son los d eb eres del prín cip e y de sus súbditos y estudiar los
com prom isos recíprocos q u e atan juntos a todos los m iem ­
bros de la sociedad. La justicia no es más que el conoci­
m ien to p ro fu n d o de estos com prom isos. Para elevarse a este
conocim iento hay que pensar: pero, ¿qué ho m bre se atreve a
182 pen sar de un p u eb lo som etido a un p o d e r arbitrario? La |
pereza, la falta de utilidad y de hábito, e incluso el peligro de
pensar, acarrean p ro n to la im posibilidad d e pensar. Se piensa
poco en los países en los q u e se callan los pensam ientos. Es
inútil que se diga q u e si se calla es p o r p rudencia, y p re te n ­
der que no p o r ello se piensa m enos; lo cierto es que se deja
de pensar y q u e ninguna idea noble y valiente se engendra
en las cabezas som etidas al despotism o.
En estos gob iern o s sólo se anim a este espíritu de
egoísm o y de vértigo q u e anuncia la d estrucción de estos
im perios. C ada uno, al te n e r los ojos fijos en su interés
particular, no los vuelve nunca hacia el in terés general. Los
pueblos no tien en en estos países ninguna ¡dea del bien
público, ni de los d eb eres de los ciudadanos. P or esto los
visires, sacados del cuerpo d e esta m ism a nación, no tienen,
183 cuando | pasan a ocupar su cargo, ningún principio de adm i­
nistración ni de justicia; así, pues, es para hacerle la co rte y
participar del p o d e r del soberano, y no para hacer el bien,
p o r lo q u e van en p os de los g randes cargos.
P ero aunque los supongam os anim ados p o r el deseo del
bien, para hacerlo hay q u e ilustrarse: y los visires, arrastrados
necesariam ente p o r las intrigas del harén, no tien en tiem po
para m editar.
A dem ás, para ilustrarse hay q u e so m eterse a la fatiga del
estudio y de la m editación: ¿y q u é in terés podrían ten er en
ello? T am poco les anim a el m iedo a la censura (57).
184 Si es posible com parar las cosas p eq u eñ as | con las gran­
des, im aginem os el estado de la república de las letras. Si se
d esterrara a los críticos, ¿no veríam os ento n ces cóm o, libre
del te m o r secular d e la censura, q u e obliga ahora a un au to r
a c u id a r y p e r f e c c io n a r sus c u a lid a d e s , e s te m ism o
autor presentaría ento n ces al público tan sólo obras descuida-

378
das e im perfectas? P ues é ste es p recisam ente el caso de los
visires; ésta es la razón p o r la q u e no p restan ninguna aten­
ción a la adm inistración de los asuntos y, en general, no con­
sultan nunca a las personas entendidas (58).
| Esto que digo d e los visires lo digo de los sultanes. Los 185
príncipes no se libran de la ignorancia general de su nación.
A este respecto, sus o jo s se hallan cubiertos de tinieblas más
espesas que las de sus súbditos. Casi todos aquellos que los
educan o que los rodean, ávidos d e g o b ern ar bajo su nom bre
(59), tienen in terés en em b ru tecerlo s. Así, los j príncipes 186
destinados a reinar, en cerrad o s en el' serrallo hasta la m u erte
de su padre, pasan del h arén al trono, sin h ab er recibido
ninguna idea clara d e la ciencia de go b ern ar, ni h ab er asistido
ni una sola vez al diván 73.
Pero, ¿p o r qué, a sem ejanza de Filipo de M acedonia, a
quien un valor e inteligencia superiores no le inspiraban
ninguna ciega confianza, y q u e pagaba a unos pajes para q u e
cada día le rep itieran estas palabras: Filipo, acuérdate de que
eres un hombre, p o r qué, re p ito , los visires no d eberían perm i­
tir que unos críticos les reco rd aran algunas veces J su hum a- 187
nidad? (60). ¿P o r q u é no habría de p o d erse, sin que fuera
ningún crim en, d u d ar d e la justicia de sus decisiones y re p e ­
tirles, siguiendo a G ro cio , que toda orden o toda ley cuyo
examen y cuya critica está prohibida, sólo puede ser una ley in ­
justa?
La respuesta es q u e los visires son hom bres. ¿H ay m u­
chos autores que ten d rían la genero sid ad de p e rd o n ar a sus
críticos si tuvieran el p o d e r d e castigarlos? En to d o caso, sólo
unos hom bres d otados de un espíritu su p erio r y de un carác­
te r elevado, sacrificando su resen tim ien to a favor ¡ del pú- 188
blico, conservarían en la rep ú b lica de las letras a los críticos,
tan necesarios para el p ro g reso d e las artes y de las ciencias.
Luego, ¿cóm o podríam os esp e ra r tanta g enerosidad p o r parte
d e los visires?
«Existen, dice Balzac, pocos m inistros lo bastante g e n e ro ­
sos para p re fe rir las alabanzas de la clem encia, q u e p e rd u ra ­
rán m ientras haya m undo, al p lacer q u e p ro p o rcio n a la ven­
ganza, a p esar de q u e d u ra tan p o co com o el golpe de hacha
q u e hace ro d a r una cabeza.» Pocos visires son dignos del

73 El Diván era el consejo d e l sultán turco y, p o r extensión, el propio gobierno turco.

379
elogio dado en Sethos a la reina N e fte cuando los sacerdo­
tes, al pronunciar su panegírico, dicen: «Ella ha p erdonado,
com o los dioses, ten ien d o p le n o p o d e r de castigar.»
El p o d ero so será siem pre inju sto y vengativo. El S eñor
189 de V endóm e decía a este respecto, brom eando, que en la |
m archa de los ejércitos había a m en u d o observado las dispu­
tas en tre m ulos y m uleros y que, para vergüenza de la
hum anidad, la razón estaba casi siem pre de p arte de los
mulos.
El señor D uverney, tan sabio en historia natural, y que
conocía sólo con exam inar la d en tad u ra de un anim al si era
carnicero o herbívoro, decía a m enudo: «Q ue m e presen ten
la dentad u ra de un anim al desconocido; de ella deduciré sus
costum bres.» Siguiendo su ejem plo, un filósofo m oralista
podría decir: E nseñadm e el grado de p o d er del que un
hom b re está revestido y juzgaré acerca de su justicia. Sería
inútil que intentáram os, para desarm ar la crueldad de los
visires, re p e tir con T ácito, q u e el suplicio de los críticos es
la tro m p eta q u e anuncia para la posteridad la vergüenza y los
190 vicios de sus | verdugos. En los Estados despóticos no se
preocupan, ni tienen p o r q u é p reocuparse, de la gloria y de
la posteridad, p u esto q u e no aman, com o lo he dem ostrado
más arriba, la estim a p o r la estim a m ism a, sino p o r las
ventajas que proporciona, y n o co n ceden al m érito ninguna
ventaja, m ientras que no se atreven a negársela al poder.
Los visires no tienen, pues, ningún in terés en instruirse ni,
por consiguiente, en so p o rtar la censura. P or tanto, han de
191 ser poco ilustrados (61). Lord | B olingbroke decía a este
192 respecto: «Que, siendo aún joven, al principio se había | ima­
ginado a los que g obernaban las naciones com o a unas inteli­
gencias superiores. Pero, añadía, la experiencia m e desengañó
pronto. O bservaba a los que en Inglaterra llevaban el tim ón
de los asuntos y co m p ren d í q u e los grandes eran bastante
parecidos a estos dioses de Fenicia sobre cuyos hom bros
ponían una cabeza de buey, en señal de p o d e r suprem o, y
que, en general, los h o m b res eran g o b ern ad os p o r el más
to n to de ellos.» Esta verdad, q u e B olingbroke aplicaba tal
vez p o r rabia a Inglaterra, es sin d uda incontestable en casi
todos los im perios del O riente.

380
C a p ít u l o X I X

El menosprecio y el envilecimiento en que se hallan


los pueblos conservan la ignorancia de los visires:
segundo efecto del despotismo

| Si los visires n o tienen ningún in terés en instruirse, es 193


de interés público q u e sean in struidos; to d a nación qu iere
ser bien gobernada. ¿P o r q u é n o en co n tram o s en estos países
a ningún ciudadano bastante v irtuoso com o p ara re p ro ch a r a
los visires su ignorancia y su injusticia y obligarles, p o r
m iedo al desprecio, a co n v ertirse en ciudadanos? P o rq u e lo
p ro p io del despotism o es envilecer y deg rad ar a las almas.
En los Estados en los q u e sólo la ley castiga | y recom - 194
pensa, en los q u e sólo se o b ed ece a la ley, el hom bre
virtuoso, siem pre a salvo, a d q u iere una firm eza de ánim o y
una gallardía q u e necesariam en te se debilita en los países
despóticos, en d o n d e su vida, sus bienes y su libertad d e ­
penden del capricho (62) y de la voluntad arbitraria de un
solo hom bre. En este país sería tan insensato ser virtuoso
com o hubiera sido | no serlo en C reta o en Lacedem onia. 195
P o r esto no vem os a nadie levantarse c o n tra la injusticia y,
no ya aplaudir, sino gritar, com o el filósofo Filoxeno 74: ¡Que
me lleven a las canteras!
En estos g o b iern o s ¡lo que cuesta ser virtuoso! ¡A
cuántos peligros se ex p o n e la probidad! Im aginem os a un
hom bre apasionado p o r la virtud: p re te n d e r que un h om bre
com o éste perciba en la injusticia y la incapacidad d e los
visires o de los sátrapas la causa de las m iserias públicas, y
que se calle, es p re te n d e r lo im posible. A dem ás, una p ro b i­
dad m uda sería, en e ste caso, una p ro b id ad inútil. C uanto
más virtuoso sea este h o m b re, tan to más se apresurará a
denunciar a aquel so b re el q u e ha d e caer el desprecio
nacional: yo añadiría q u e d eb e hacerlo. P e ro com o la in ju sti­
cia y la im becilidad | de u n visir se en cu en tran siem pre, 196
com o he dicho más arriba, revestidas del p o d e r necesario
para condenar el m érito a los más grandes suplicios, este

74 Filoxeno (435-380 a. C.), p o eta ditirám bico griego. Estuvo en Sicilia invitado p o r D ioni­
sio el Viejo, quien lo envió castigado a las Latumias p o r haber m enospreciado las dotes
poéticas del tirano. Filoxeno se vengó después escarneciéndole en un poem a alegórico, El
Cíclope o Galatea.

381
hom b re será red u cid o al silencio con tanta m ayor rapidez
cuanto más am igo sea del bien público y de la virtud.
Si N erón obligaba en el teatro a los espectadores a aplau­
dir, más bárbaros aún q u e N e ró n , los visires exigen los elo ­
gios de aquellos m ism os a las q u e sobrecargan con im puestos
y m altratan. Son parecidos a T iberio: bajo su reinado eran
considerados facciosos incluso los gritos, incluso los suspiros
de los infortunados a los q u e oprim ía, p o rq u e todo es crim i­
nal, dice Suetonio 7S, b ajo un príncipe que se siente siem pre
culpable.
N o existe ningún visir que no quisiera reducir a los
197 hom bres a la condición d e ¡ estos antiguos persas que,
cruelm ente azotados p o r o rd en del príncipe, eran obligados a
continuación a p resen tarse ante él y a decirle: «V enim os a
agradeceros q u e os hayáis dignado acordaros de noso­
tros. »
La noble valentía d e un ciudadano bastante virtuoso para
reprochar a los visires su ignorancia y su injusticia, sería
inm ediatam ente seguida p o r su suplicio (63); y no hay nadie
que quiera exp o n erse a ello. Pero, se dirá, ¿dónde está el
héroe, el valiente? C on testaré q u e allí d o n d e está apoyado
198 p o r la esperanza de la estim a y de | la gloria. ¿N o tiene esta
esperanza? E ntonces su valor le abandona. E n un pueblo
esclavo darían el n o m b re de faccioso a este ciudadano g e n e ­
roso; su suplicio encontraría quien es lo aprobaran. N o hay
crím enes a los q u e no se p ro d ig u en elogios cuando en un
Estado la bajeza se ha convertido en costum bre. «Si la
peste, dice G o rd o n , concediera condecoraciones y pensiones,
habría teólogos bastante viles y jurisconsultos bastante bajos
para sosten er que el rein o d e la peste es de d erecho divino;
199 y que inten tar librarse | d e sus malignas influencias es vol­
verse culpable ante el gran jefe.» En estos g o biernos, es más
sabio ser cóm plice q u e acusador de estos bandidos: las virtu­
des y los talentos están siem pre en ellos expuestos a la tiranía.
D espués de la conquista d e la India p o r Tham as-K uli-
Kan, el único hom bre digno de estim a que este príncipe
enco n tró en el im perio del M ogol fue un h om bre llam ado
M ahm ut, y el tal M ah m u t se hallaba exiliado.
En los países som etidos al despotism o, el am or, la estim a,
las aclam aciones del público son crím enes p o r los que el

75 Cayo Suetonio T ranquilo (hacia 69-128), historiador latino, autor de los Doce Césares.

382
príncipe castiga a los q u e los reciben. D esp u és de que A grí­
cola triunfase sob re los británicos, para librarse a la vez de
los aplausos del público y del fu ro r de D om iciano, atraviesa
de noche las calles de R om a y se p resen ta en el | palacio del 200
em perador; el príncipe le abraza fríam en te, A grícola se retira
y el ven ced o r de B retaña, dice T ácito, se p ierd e al instante
en tre la m uch ed u m b re de los o tro s esclavos.
Es en estas épocas desgraciadas cuando se p o d ía en R om a
exclam ar con B ruto: « ¡Oh v irtu d !, eres sólo una palabra vana.»
¿C óm o p o d ría haber v irtu d e n unos p u eb lo s que viven en
continua angustia y en los q u e el alma, abatida p o r el m iedo,
ha perd id o toda su capacidad d e reacción? En estos pueblos
sólo encontram os pod ero so s insolentes y esclavos viles y
cobardes. ¡Q ué cuadro más hum illante para la hum anidad no
ofrece la audiencia de un visir, cuando, con una gravedad y
una im portancia estúpidas, avanza en m edio de una m uche­
dum bre de clientes, m ientras estos últimos, serios, m udos, inmóvi­
les, con la m irada fija y baja, esperan tem blando | el favor de 201
una m irada (64), más o m enos en la m ism a actitud de esos
brahm anes qu e, con la m irada fija en la p u n ta de su nariz,
esperan la llama azul y divina con la q u e el cielo los ha de
ilum inar y cuya aparición ha d e elevarlos, según ellos, a la
dignidad de pagoda!
C uando vem os el m é rito así hum illado ante un visir sin
talento, o incluso an te u n vil eu n u co , nos acordam os, a pesar
nuestro, de la veneración ridicula que en el Jap ó n se tiene
p o r las grullas, cuyo n o m b re no p u ed e p ronunciarse si no es
p recedid o de la palabra O-thurisama, es decir, monseñor.

C a p ít u l o X X

Del desprecio de la virtud y de la falsa estima en que se tiene;


tercer efecto del despotismo

| Si, com o he p ro b ad o en los capítulos p reced en tes, la 202


ignorancia de los visires es u n a consecuencia necesaria de la
form a despótica de g o b iern o , tam bién m e parece que es
efecto del m ism o el ridículo en q u e se p o n e en estos países a
la virtud.

383
N o hay duda de q u e e n sus fastuosas com idas, los persas,
en sus cenas de amigos, se burlaban de la frugalidad y de la
rudeza de los espartanos. Y de q u e unos cortesanos, acos-
203 tum brados a arrastrarse en la | antecám ara de los eunucos
para p erseg u ir el vergonzoso h o n o r de ser su ju g u ete, daban
el nom bre de ferocidad al n o b le orgullo que im pedía a los
griegos arrodillarse ante ei gran rey.
U n p u eb lo esclavo necesariam ente ha de p o n e r en ridí­
culo la audacia, la m agnanim idad, el desin terés, el desprecio
de la vida y, p o r fin, todas las virtudes fundadas en un gran
am or p o r la patria y la libertad. En Persia debían tratar de
loco, de enem igo del príncipe, a cu alquier su jeto virtuoso
que, im presionado p o r el heroísm o de los griegos, hubiera
exh o rtad o a sus conciudadanos a parecérseles y a evitar,
m ediante una rápida reform a en el go b ierno, la próxim a
ruina de un im perio en el q u e la virtu d e ra m enospreciada
204 (65). Los persas, j so p en a d e m ostrarse viles, debían encon­
tra r a los griegos ridículos. Sólo pod em o s im presionarnos
p o r aquellos sentim ientos q u e som os capaces de sentir con
fuerza. U n gran ciudadano, o b je to de v eneración en todas
partes en donde hay ciudadanos, será co nsiderado un loco
en un país g o b ern ad o despóticam ente.
E n tre nosotros, los europeos, más alejados de la vileza de
los orientales q u e del heroísm o de los griegos, ¡cuántas ac­
ciones nos parecerían sin em bargo locas si estas mismas
205 acciones no hubieran sido consagradas p o r la adm iración | de
todos los tiem pos! Sin esta adm iración, ¿quién no considera­
ría ridicula esta o rd en q u e antes de la batalla d e M antinea
recibió ei rey Agis 76 del p u eb lo de Lacedem onia: « N o os
aprovechéis de la superioridad en n ú m ero ; licenciad una parte
de vuestras tropas; n o com batáis al enem igo más que con
una fuerza igualada»? T am bién consideraríam os insensata la
resp u esta que en la batalla de las A rginusas dio Calicráti-
das 11, general de la flota lacedem onia, a H erm ó n que le

76 Se trata de Agís II, rey d e Esparta d e 427 a 398 a. de C. D esde la paz de N icias m andó
el ejército espartano. Socorrió a la ciudad d e Epidauro am enazada p o r los argivos, los d e rro tó
y, de m anera inexplicable, firm ó una paz q u e Argos rom pió p o r sorpresa. Los espartanos
arrasaron la casa d e Agis y le im pusieron una m ulta d e 100.000 dracmas. Se le rehabilitó al
vencer nuevam ente a los argivos en M antinea (418).
77 En la batalla d e Arginusas se dio la victoria d e la flota ateniense (cerca del archipiélago
Arginusas, al este de; Lesbos), dirigida p o r Tesam enes y Trasíbulo sobre los lacedem onios (406
a. C.). Los generales vencedores fu eron ejecutados por no haber recogido y enterrado a las
víctimas d e la batalla.
Calícrátidas fue un jefe d e la m arina espartana en la últim a cam paña de la guerra dei

3 84
aconsejaba de no co m b atir con fuerzas dem asiado desiguales
a la flota de los atenienses: « ¡O h H erm ó n !, le dijo, no quiera
D ios q u e siga un co n sejo cuyas consecuencias serían funestas
para mi patria! E sparta no será d esh o n rad a p o r su general.
A quí, con mi ejército , h e d e v encer o m orir. ¿D ebería acaso
Calicrátidas | en señ ar el a rte d e la retirad a a unos hom bres 206
que hasta hoy no han p reg u n tad o nunca cuántos eran, sino
sólo d ó n d e acam paban sus enem igos?» U na respuesta tan
noble y tan elevada po d ría p arecer loca a la m ayoría de las
gentes. ¿Q ué h o m b res p o seen una tan gran d e elevación del
alma, un co nocim iento tan p ro fu n d o de la política, para
co m p ren d er, com o Calicrátidas, la im portancia que tenía ali­
m entar en los espartanos la audaz testarudez que los hacía
invencibles? E ste h é ro e sabía que, ocupados sin cesar en
alim entar en sí m ism os el sen tim ien to del valor y d e la
gloria, un exceso de pru d en cia p o d ría em b o tar su astucia, y
q ue un p u eb lo no tiene virtudes de las q u e no tenga escrú ­
pulos.
Los políticos a m edias, al no ser capaces de abarcar una
gran extensión de ] tiem p o , se d e ja n siem pre im presionar 2:07
dem asiado p o r un pelig ro p re se n te . A costum brados a consi­
d erar cada acción in d e p e n d ie n te m e n te de la cadena q u e las
une todas e n tre sí, cuando creen correg ir en un p u eb lo el
exceso d e virtud, lo q u e hacen más a m en u d o es quitarle el
p a la d ió n 78 al q u e hay q u e atrib u ir sus éxitos y su gloria.
Así pues, a esta antigua adm iración debem os la que hoy
guardam os para estas acciones: au n q u e ésta no es más que
una adm iración hipócrita o d eb id a al prejuicio. U na adm ira­
ción verd ad eram en te sentida nos llevaría necesariam ente a su
im itación.
¿Q ué hom b re, incluso e n tre aquellos q u e se dicen apa­
sionados p o r la gloria, e n ro je c e p o r una victoria que no deba
en teram en te a su valo r y a su habilidad? ¿H ay m uchos| 208
com o A ntíoco-S oter. E ste prín cip e, al ver q u e d ebe la d e ­
rro ta de los gálatas tan sólo al esp an to que había sem brado
en sus filas la aparición in esp erad a de sus elefantes, derram a

Peíoponeso. En 406 a. d e C . se a p o d eró d e M etim m a en Lesbos, derrotando a C onón el


ateniense y sitiándole en M itilene, p e ro en el mismo año sucum bió en un com bate contra la
flota enem iga en las Arginusas.
78 En el original, «palladium». H elvétius usa m etafóricam ente el «paladión» o estatua de
Palas, diosa p ro tecto ra d e A tenas, sím bolo d e su defensa.

385
lágrimas sobre sus palm as triunfales y hace elevar en el
cam po d e batalla u n tro fe o a sus elefantes 79.
Se exalta la generosidad de G elón. D esp u és d e la d erro ta
infligida al n u m ero sísim o e jé rc ito d e ios cartagineses y
cuando los vencidos preveían las más duras condiciones, este
príncipe no exige d e la hum illada C artago más que la aboli­
ción de los bárbaros sacrificios q u e hacían a S aturno de sus
propios hijos. Este v en ced o r n o q uiere aprovecharse de su
victoria más q u e para concluir el único tratado que quizá
haya sido hecho nunca a favor de la hum anidad. ¿P or qué
en tre tantos adm iradores G e ló n no tiene ningún im itador?
209 Mil héroes | han sojuzgado, u n o tras o tro , el Asia: sin em ­
bargo, no hay ninguno qu e, sensible a los m ales de la hum a­
nidad, se haya aprovechado de su victoria p ara descargar a
los orientales del peso d e la m iseria y del envilecim iento con
los que el d espotism o los agobia. N in g u n o de ellos ha
destru id o esta casa de d o lo r y d e lágrimas en d o n d e los celos
m utilan sin piedad a los desgraciados destinados a guardar
sus placeres, co n denados al suplicio de un deseo que conti­
nuam ente renace y siem pre im p o ten te. N o se tiene, pues,
p o r la acción de G elón, más q u e una estim a hipócrita o de
prejuicio.
N o so tro s h onram os el valor, p e ro m enos de lo que se le
honraba en Esparta. Así, no experim en tam o s, a la vista de
una ciudad fortificada, el sen tim ien to de d esprecio que em ­
bargaba a los lacedem onios. A lgunos de ellos, pasando bajo
210 los muros de C orinto preguntaron: «¿Q ué m ujeres habitan ¡
esta fortaleza?» Les co n testaro n q u e eran los corintios. A lo
que replicaron: «¿N o saben estos h om bres viles y cobardes
que los únicos m uros im penetrables para el enem igo son
unos ciudadanos d ispuestos a m orir?» T an to valor y tanta
elevación del alm a sólo se en cu en tran en las repúblicas g u e ­
rreras. P or grande q u e sea el am or q u e sentim os p o r la
patria, no verem os e n tre n o so tro s a ninguna m adre, después
de la p érd id a de un h ijo m u e rto en com bate, rep ro ch ar al
hijo q u e le q u ed a el h a b e r sobrevivido a su derro ta. N adie
tom ará p o r ejem p lo a estas virtuosas lacedem onias. D es-

79 D e la larga lista d e A ntíocos, quizá H elvétius se refiere a A ntíoco III Megas (El G rande)
(223-187 a. C.), rey seléucida d e Asia occidental. Pasó a G recia con el propósito de dom inar
Tracia, pero fue vencido p or los rom anos. Les entregó, d e hecho, Asia M enor y renunció a su
flota.
Los gálatas eran un pueblo d e origen celta establecido en Asia M enor.

386
pués d e la batalla d e Leuctra so, avergonzadas p o r haber
llevado e n su seno a unos h o m b res capaces de h uir, aquellas
cuyos hijos habían escapado a la m o rtan d ad se retiraban al
fondo de sus casas doloridas y en silencio; m ientras que, p o r
el | contrario, las m adres cuyos hijos habían m u e rto en el 211
com bate, llenas d e alegría y con la cabeza coronada de flores,
iban al tem plo a d ar gracias a los dioses.
P or valientes q u e sean n u estro s soldados ya 110 se verá
más a un c u erp o d e e jé rc ito de mil doscientos hom bres
hacer fren te, com o los suizos en el com bate d e Saint-
Jacques-l’H ópital, al ataque de un e jército de sesenta mil
hom bres que pagó su victoria con la pérdida de ocho mil sol­
dados (66). Y a no se verán g o b iern o s q u e traten de cobar­
des y, a tales condenen |a la últim a pena a diez soldados 212
que, escapando a la m ortandad de aquella jornada, llevaron a
los suyos la noticia d e una d e rro ta tan gloriosa.
Si en la p ro p ia E uropa ya n o existe más q u e una adm ira­
ción estéril p o r tamañas acciones y p o r tales virtudes, ¿cuál
no ha de ser el d esprecio d e los p ueblos de O rie n te p o r
estas m ism as virtudes? ¿Q uién p o d ría hacérselas respetar?
Estos países están p o b lad o s p o r almas abyectas y viciosas:
ahora bien, en cuanto | los h o m b res virtuosos no son ya lo 213
bastante n um erosos en u n a nación para d ar el tono, ésta lo
recibe necesariam ente de las gentes corrom pidas. Estos últi­
m os, siem pre interesad o s en ridiculizar los sentim ientos que
ellos no ex perim entan, hacen callar a los virtuosos. D esgra­
ciadam ente hay pocos q u e no cedan a los clam ores de los
que les rodean, q u e sean lo bastante valientes para desafiar el
desprecio de su nación y q u e co m p ren d an con suficiente cla­
ridad que la estim a d e una nación caída en un cierto grado
de envilecim iento es una estim a q u e más d esh o n ra que no
halaga.
El poco caso q u e hacían de Aníbal en la co rte de A n-
tioco, ¿ha d esh o n rad o acaso a e ste gran hom bre? La cobardía
con la que Prusia quiso v en d erle a los rom anos, ¿ha causado
algún perju icio a la gloria d e este ilustre cartaginés? | N o ha 214
hecho más q u e d esh o n rar a los ojos de la p o sterid ad al rey,
al consejo y al p u e b lo q u e iban a entregarlo.
La consecuencia de lo q u e he dicho es q u e en los im pe­
rios despóticos no hay realm en te más que d esprecio p o r

80 Leuctra es la batalla en la q u e venció Epam inondas sobre los espartanos (371 a. C.)-

387
la virtud y sólo se hon ra su nom bre. Si co n tin u am en te se la
invoca y si la exigen a los ciudadanos es p o rq u e pasa con la
virtud lo m ism o que con la verdad, q u e se la exige a condi­
ción de que sea lo bastan te p ru d e n te para silenciarla.

C a p ít u l o X X I

De la caída de los imperios sometidos a l poder arbitrario; cuarto


efecto del despotismo

215 | La indiferencia d e los orientales p o r la virtud, la igno­


rancia y el envilecim iento de las almas, consecuencia necesa­
ria de la form a de su g o b iern o , ha de en g e n d rar unos ciuda­
danos que son a la vez b rib o n es e n tre ellos y sin valor fren te
al enem igo.
Esta es la causa d e la so rp re n d e n te rapidez con la q u e los
griegos y los rom anos sojuzgaron el Asia. ¿C óm o unos escla­
vos, criados en la antecám ara de un am o, p o drían haber
sofocado, an te la espada de los rom anos, sus habituales sen-
216 tim ientos de | te m o r q u e el d esp o tism o les había hecho co n ­
traer? ¿C óm o estos h o m b res em bru tecid o s, sin elevación de
alma, acostum brados a pisar a los débiles y a arrastrarse ante
los podero so s, podrían n o h aber cedido an te la m agnanim i­
dad, la política y el valor de los rom anos, m ostrándose
igualm ente cobardes en el g o b iern o y en el com bate?
Si los egipcios, dice a este resp ecto Plutarco fu eron suce­
sivam ente esclavos de todas las naciones, es p o rq u e fueron
som etidos al despotism o más duro: p o r esto casi siem pre
dieron sólo pruebas de cobardía. C uando el rey C leóm e-
n e s 81, expulsado de E sparta y refugiado en E gipto, fue en ­
carcelado p o r la intriga d e un m inistro llam ado Sobisius,
logra m atar a sus guardianes y, rotas sus cadenas, el príncipe
217 se p resen ta en las calles de A lejandría; en vano ] ex h o rta a
los ciudadanos a vengarle, a castigar la injusticia, a sacudir el
yugo de la tiranía: no en cu en tra, dice Plutarco, más que

81 Cleóm enes III, rey d e Esparta (235-222 a. C.). Intentó reconstruir la antigua Esparta.
D erro tó varias veces a los aqueos, p e ro al p ed ir Arato ayuda a A ntígono D osón de M acedonia,
Cleóm enes se refugió en Egipto, en la corte de Tolom eo Evergetes. Se enem istó con su
sucesor, Tolom eo Filopátor, y fue encarcelado. Trató, evadiéndose, de sublevar al pueblo de
Alejandría. Al no conseguirlo, term inó suicidándose.

388
inm óviles adm iradores. S ólo q u edaba a este pueb lo vil y
cobarde la clase d e valentía q u e hace adm irar las grandes
acciones, p ero no la q u e las hace ejecutar.
¿C óm o un p u eb lo esclavo p o d ría resistir a una nación
libre y poderosa? Para h acer uso im p u n em en te del p o d er
arbitrario, el désp o ta está obligado a d eb ilitar el espíritu y
el valor de sus súbditos. Lo q u e le hace p o d ero so de puertas
a d e n tro lo vuelve débil d e p uertas afuera. C on la libertad,
destierra de su im perio todas las virtudes; éstas no pueden,
dice A ristóteles, habitar e n almas serviles. H ay q u e em pezar
p o r ser mal ciudadano, añade el ilustre p re sid e n te d e M o n ­
tesquieu que hem os ya citado, | p ara convertirse en buen 218
esclavo. A los ataques d e u n p ueblo com o el ro m ano sólo
pued e o p o n e r un consejo y unos generales to talm ente nue­
vos en la ciencia política y m ilitar, y sacados de una nación
cuyo valor ha ablandado y cuyo espíritu ha reprim ido; p o r
consiguiente, ha de ser vencido.
Pero, se nos dirá, las v irtudes han brillado algunas veces
con gran esp len d o r en los Estados despóticos. C ierto , cuando
el tro n o ha sido ocupado sucesivam ente p o r varios grandes
hom bres. La virtud, ad o n n ecid a p o r la presencia de la tiranía,
se reanim a a la aparición d e u n p ríncipe virtuoso. Su p resen ­
cia es com parable a la del sol: cuando su luz atraviesa y
disipa las nubes tenebrosas q u e cubrían la tierra, entonces
todo se reanim a, to d o se vivifica en la naturaleza, las llanuras
se pueblan de cam pesinos, en los bosques | resuenan concier- 219
tos aéreos y la población alada del cielo vuela hasta la copa
de los robles para can tar la vuelta del sol. «¡O h tiem pos
felices!, exclama T ácito b ajo el reinado de T rajano, cuando
sólo se obed ece a las leyes, se p u e d e pen sar lib rem en te y
decir librem en te lo q u e se piensa, cuando se ven los corazo­
nes volar todos al en cu en tro del príncipe, cuya sola aparición
es una bendición.»
Sin em bargo, el resp lan d o r que d esp id en estas naciones
es siem pre de poca duración. Si alguna vez alcanzan el más
alto grado de p o d e r y d e gloria, y destacan p o r toda clase de
éxitos, estos éxitos, que com o he dicho se d eb en a la sabidu­
ría de los reyes que las g obernaban y no a la form a de
gobierno, son siem pre tan pasajeros com o brillantes. La
fuerza de estos Estados, p o r | g ran d e que sea, no es más que 220
una fuerza ilusoria. Es com o el coloso de N ab u co d onosor:
sus pies son de arcilla. Pasa co n estos im perios com o con el

389
abeto soberbio: su copa toca a los cielos, los anim ales de los
llanos y de los aires buscan refugio b ajo su som bra, p ero ,
agarrado al suelo con raíces dem asiado débiles, es derribado
al p rim er huracán. Estos Estados sólo duran un m o m ento, a
no ser q u e estén ro d ead o s p o r naciones p oco em p ren d ed o ras
y som etidas a un p o d e r arbitrario. La fuerza respectiva de
estos Estados consiste en to n ces en el equilibrio de su debili­
dad. Si un im perio d esp ó tico sufre algún revés y el tro n o no
p u ed e ser afianzado p o r una resolución viril y valiente, este
im perio es d e s tr u id o 82.
Los pueblos q u e gim en bajo un p o d e r arbitrario no tie-
221 nen más q u e éxitos | fugaces, sólo destellos de gloria; tarde o
tem prano sufrirán el yugo de una nación libre y e m p re n d e­
d ora: P ero, aún su p o n ien d o que unas circunstancias y unas
situaciones especiales las librasen de este peligro, la mala
adm inistración de estos reinos bastaría p ara destruirlos, des­
poblarlos y co nvertirlos e n d esiertos. La languidez letárgica,
que uno tras o tro se apod era d e tod o s sus m iem bros, p ro ­
duce este efecto. Es p ro p io del d espotism o ahogar las pasio­
nes. A hora bien, desd e el m o m en to en q ue las almas han
p erd id o su actividad p o r falta de pasiones, cuando los ciuda­
danos están p o r así d ecir adorm ecidos p o r el opio del lujo,
del ocio y de la m olicie, ento n ces el E stado cae en consun­
ción. La calma aparen te d e la que disfruta no es, a los ojos
del hom bre esclarecido* m ás q u e el d eb ilitam iento precursor
222 de la m uerte. | Las pasiones son necesarias en un Estado; son
el alma y la vida del m ism o. El p u eb lo más apasionado es, a
la larga, el p u eb lo triunfador.
La efervescencia m o d erad a de las pasiones es saludable
para los im perios; son, a este respecto, com parables a los
m ares, cuyas aguas inm óviles exhalarían, al co rrom perse, va­
p ores funestos para el u n iv erso si la tem p estad no las d e p u ­
rase al agitarlas.
P ero si la grandeza d e las naciones som etidas a un p o d er
arb itrario es sólo una g randeza pasajera, no lo es en cam bio
la de los gobiern o s co m o en G recia y R om a en donde el

82 P uede so rprender un p o co la form a q u e tiene H elvétius d e tratar las relaciones interna


cionales. En rigor, en esto destaca p o co d e su tiem po. A unque el Derecho de Gentes tenía com«»
interés, ideas como las del abate d e Saint-Pierre, sobre un proyecto macronacional no calan
hondo. En rigor, se tiende a aceptar q u e, e n tre naciones, rige la ley de la naturaleza, es decir,
no hay justo e injusto y sólo d eb en valorarse p o r los efectos d e su país. Es decir, en In
internacional el derecho de un Estado liega hasta donde llega su poder. Sólo en este contexto
ideológico tom a sentido esta defensa co n stan te del «Estado g uerrero».

390
p o d er se re p a rte e n tre el p u e b lo , los grandes y los reyes. En
estos Estados el in terés p articular, estrech am en te ligado al
interés público, convierte a los h om bres en ciudadanos. En
estos países el p ueblo, cuyos éxitos se en cu en tran en la
propia | constitución de su g o b iern o , p u e d e p ro m eterse éxi- 223
tos duraderos. La necesidad en que ento n ces se e n c u en tra el
ciudadano de ocuparse de o b jeto s im p o rtan tes, la libertad
q u e tiene de p ensarlo y d ecirlo to d o , dan más fuerza de
elevación a su alma; la audacia de su esp íritu pasa a su
corazón, le hace concebir p ro y ecto s más vastos, más atrevi­
dos y ejecu tar acciones más valientes. Y o añadiría que si el
in terés particular no está e n te ra m e n te desligado del interés
público, si las costum bres de un p u eb lo com o el rom ano no
están tan corrom pidas com o lo estaban en tiem pos d e los
M ario y los Sila, el espíritu de vigilancia, que obliga a los ciu­
dadanos a observarse y a rep rim irse recíp ro cam ente, es el
espíritu conservador d e estos im perios. Sólo se so stienen con
el equilib rio de los in te re se s | o puestos. N u n c a los cim ientos 224
de estos Estados son más firm es que en estos m om entos de
ferm entación e x terio r e n q u e p arecen a p u n to de d e rru m ­
barse. Así, el fo n d o d e los m ares p erm an ece en calma y
tranquilo, incluso cuando el aquilón, d esencadenado en su
superficie, parece que los rev u elv en hasta sus abismos.
D esp u és de h ab er m o strad o el despotism o oriental com o
la causa de la ignorancia d e los visires, de la indiferencia de
los pu eb lo s p o r la virtud y d el d erru m b am ien to de los im p e­
rios som etidos a esta form a d e g o b iern o , voy a m ostrar cóm o
otras form as de E stado son causa de efectos contrarios.

C a p í t u l o X X II

Del amor de ciertos pueblos a la gloria y a la virtud

| Este capítulo es una consecuencia tan necesaria del 225


p re ced e n te, que m e p arecería estar dispensado de so m eter
este tem a a exam en si no fuese p o rq u e e n tie n d o que la
exposición de los m edios aptos para obligar a los hom bres a
la virtud pued e ser agradable a la g en te y p o rq u e los detalles
sobre una m ateria co m o ésta son instructivos incluso para los

391
que la conocen m ejor. V oy a en trar, pues, en m ateria. R eco­
rro con la m irada las repúblicas más fecundas e n hom bres
virtuosos y m e d eten g o en G recia y en Rom a; veo allí surgir
226 una m u ltitud de héroes. Sus g randes acciones, | guardadas
cuidadosam ente p o r la historia, p arecen allí reunidas para
difundir los olores d e la v irtu d en los siglos más corrom pidos
y más lejanos; estas acciones son com o esas vasijas con
incienso que, colocadas sob re los altares de los dioses, bastan
para llenar de perfu m es la vasta exten sió n de su tem plo.
E xam inando la continuidad de acciones virtuosas que la
historia d e estos p u eb lo s p resen ta, cuando busco su causa la
en cu en tro en la habilidad con la q u e los legisladores habían
ligado el in terés particular con el in terés público (67).
T o m o la hazaña d e R égulo com o p ru eb a de esta verdad.
N o voy a tom ar en consideración ningún sen tim ien to he-
227 roico | que este general p u d ie ra abrigar, ni tam poco los que
le debió inspirar la educación rom ana, p ero diré que, en la
época de este cónsul, la legislación era en ciertos aspectos tan
perfecta qu e, incluso ate n d ie n d o exclusivam ente a su interés
personal, no podía R égulo d e ja r de eje c u ta r la acción g en e­
rosa que hizo. En efecto, si, co n o ced o res de la disciplina de
los rom anos, reco rd am o s q u e la huida, o la sola p érd id a del
escudo en el com bate, era castigada con el apaleam iento, pena
que n orm alm ente causaba la m u erte del culpable, es ev idente
que u n cónsul vencido, h ech o p risio n ero y enviado p o r los
cartagineses para negociar u n intercam b io de prisioneros, no
podía p resentarse ante los rom anos sin el tem o r de incurrir
en el desprecio hum illante d e los republicanos, tan insopor-
228 table para un alma elevada. Así pues, la única actitud | que
R égulo 83 podía to m ar para b o rra r la vergüenza de su d e rro ta
era realizar una acción heroica. T en ía q u e o p o n erse al tra­
tado de intercam bio q u e el senado estaba d ispuesto a firmar.
C iertam en te, con este con sejo exponía su vida; p e ro este
peligro no era inm inente. Existía la posibilidad d e que el
senado, adm irado d e su valor, se apresu rara a concluir un
tratad o que deb ía devolverle a un ciudadano tan virtuoso.
P o r o tra parte, en el caso de que el sen ad o siguiera su
consejo, era tam bién p osible que, p o r te m o r a las represalias,

83 El cónsul rom ano R égulo fue hecho prisio n ero p o r los cartagineses en 255 a. d e C. Le
enviaron a Roma, bajo palabra, para negociar un intercam bio de prisioneros, pero él mismo
disuadió al Senado d e aceptar la oferta. Regresó a C artago y fue ejecutado.

392
o p o r la adm iración de su virtud, los cartagineses no le
hicieran sufrir la p en a con la q u e habían am enazado. Así
pues, R égulo no se exponía m ás que al peligro al q u e, no ya
un héro e, sino un h o m b re p ru d e n te y sensato debía ex p o ­
nerse si quería evitar el d esp recio | y o frecerse a la adm ira- 229
ción d e los rom anos.
Existe un arte d e obligar a los h o m b res a las acciones
heroicas, sin que yo p re te n d a aquí insinuar q u e R égulo hu­
biera sólo o b ed ecid o a esta exigencia y p erju d icar de esta
m anera a su gloria. La acción d e R égulo fue, sin duda, efecto
del im petu o so entusiasm o que le llevaba a la virtud; p ero un
tal entusiasm o sólo p o d ía en ce n d e rse en Roma.
Los vicios y las virtudes d e un p u eb lo son siem pre efecto
necesario de su legislación. El conocim ien to de esta verdad
ha dado lugar a esta herm o sa ley en China: para fecundar la
sem illa de la virtud se establece que los m andarines partici­
pen de la gloria o d e la vergüenza de las acciones (68)
virtuosas o infam es com etidas en sus g obiernos; | y, en con- 230
secuencia, estos m andarines serán elevados a cargos superio­
res o rebajados a categorías inferiores.
N o es posible d u d ar d e que la virtud es, en todos los
pueblos, efecto de la m ayor o m en o r sabiduría de la adm inis­
tración. Si los griegos y los rom anos estu v iero n d u ran te tanto
tiem po anim ados p o r estas v irtu d es viriles y valientes que
son, com o dice Balzac, unas incursiones que el alma hace más
allá de los deberes comunes, es p o rq u e las virtudes de este tipo
son casi siem pre | p atrim o n io de los p ueblos en los que cada 231
ciudadano participa d e la soberanía.
Sólo en estos países en co n tram o s a un Fabricio. Instado
p o r P irro 84 para q u e le acom pañara al E piro, le dijo: «Pirro,
sois sin d uda un p rín cip e ilustre, u n gran g u errero ; pero
vuestros p u eb lo s gim en en la m iseria. ¡Q ué tem eridad, la de
q u ererm e llevar al Epiro. ¿D udaréis de que, som etidos a mi
ley, vuestros p ueblos p referirán p ro n to la exención de trib u ­
tos a la sobrecarga d e vuestros im pu esto s, y la seguridad a la
inseguridad de sus posesiones? H o y v u estro favorito, m añana
yo sería v u estro am o!» U n tal discurso sólo p o d ía ser p ro ­
nunciado p o r un rom ano. Sólo en las repúblicas (69) | vem os 232

84 Cayo Fabricio fue cónsul rom ano en 282-278 a. de C. Es uno de los prototipos d e la
sencillez y del desinterés de los antiguos romanos. C uando fue a negociar con Pirro II, después
de la batalla de H eraclea (270), se m ostró incorruptible e insensible a las amenazas de este rey
que le admiraba y hubiera querido que se uniera a él.

393
con asom bro hasta d ó n d e p u e d e llegar la altura del valor y el
heroísm o de la paciencia. C itaré a T em ístocles com o ejem plo
d e este género. Pocos días antes d e la batalla de Salamina,
este g u errero , insultado en p len o con sejo p o r el general de
los lacedem onios, sólo co n testa a sus am enazas con estas
233 palabras: «Golpea, j pero escucha.» A ñadiré a este ejem plo el de
T im o le ó n 85; ha sido acusado de m alversación y el p u eblo
está a p u n to de hacer pedazos a sus delatores. Pero d etien e
su fu ro r diciéndoles: «¡Siracusanos! ¿Q ué vais a hacer? Pensad
que to d o ciudadano tiene el d erech o de acusarm e. M ovidos
p o r el agradecim iento no vayáis a atacar esta libertad que m e
glorío de haberos entregado.»
Si la historia griega y rom ana está tan llena de estas
heroicas hazañas, y si en vano reco rrem o s la historia del
despotism o en busca d e hechos parecidos, se debe a que en
estos g obiernos el in terés particular no va nunca ligado al
interés público, a q u e en estos países, e n tre mil cualidades
prefieren honrar la bajeza y reco m p en sar la m ediocridad
234 (70). | A esta m ediocridad se confía casi siem pre la adminis­
tración pública y se apartan de ella a las g entes de espíritu.
Estas, se dice, dem asiado inquietas, dem asido activas, altera­
rían la tranquilidad del Estado: tranquilidad com parable a
este m o m en to de silencio que, en la naturaleza, p reced e de
inm ediato a la tem pestad. La tranquilidad de un Estado no es
siem pre p ru eb a de la felicidad de los súbditos. En los g o ­
biernos arbitrarios los h om bres son com o esos caballos que,
apretados con el acial, sufren sin m overse las más crueles
operaciones; el corcel en libertad se encabrita al prim er
235 golpe. La pasión de | gloria, desconocida en estas naciones, es
la única que p u ed e alim entar en el cu erp o político el suave
ferm en to que lo vuelve sano y ro b u sto y q u e desarrolla toda
especie de virtudes y talentos. P or esto, los siglos más favo­
rables a las letras han sido los más fértiles en grandes gen era­
les y en grandes políticos: un m ism o sol vivifica los cedros y
los plátanos.
P or lo dem ás, esta pasión de gloria que, divinizada p o r
los paganos, ha recibido el h o m en aje de todas las repúblicas,

85 Tim oleón (410-336 a. d e C .) fue un gran estadista griego. Fue enviado a Sicilia en
socorro de Siracusa y obligó a D ionisio el Joven a abdicar. Una ola de republicanism o d errocó
a todos los tiranos d e Sicilia hostiles a Tim oleón, quien organizó en Sicilia una dem ocracia
moderada y creó un consejo d e seiscientos miem bros. Tras considerar su obra cumplida,
abdicó.

394
ha sido principalm ente h o n rad a en las repúblicas pobres y
guerreras.

C A P ÍT U L O X X III

Las naciones pobres han sido siempre más ávidas de gloria y más
fecundas en grandes hombres que las naciones opulentas

| Parece que los héroes, e n las repúblicas dedicadas al 236


com ercio, sólo se p re se n ta n para d e stru ir la tiranía y desapa­
recer luego con ella. En los prim eros m om entos de la lib er­
tad de H olanda, Balzac d ijo de sus habitantes «que m erecían
haber ten id o a D ios p o r rey, p u esto q u e no habían soportado
te n e r a un rey p o r D ios». El suelo p ro p io para la producción
de grandes hom bres se agota p ro n to en estas repúblicas. La
gloria de Cartago, que desaparece | con Aníbal, es un ejem - 237
pío. El espíritu com ercial d estru y e necesariam ente el espíritu
de la fuerza y el valor. «Los pueblos ricos, dice el m ism o
Balzac, se rigen p o r los discursos de la razón, que se orienta a
lo útil, y no conform e a la enseñanza m oral, que se p ro p o n e
lo honesto y lo azaroso.»
El valor v irtuoso se conserva sólo en las naciones pobres.
D e todos ios pueblos, los escitas eran tal vez los únicos que
entonaban him nos a los dioses sin pedirles nunca ninguna
gracia, pues estaban persuadidos, decían, de q u e nada le falta
al hom bre valiente. S om etidos a unos jefes cuyo p o d e r era
bastante grande, se m antenían in d ep en d ien tes p o rq u e d e ja ­
ban de o b ed ecer al jefe e n cuanto éste dejaba de ob ed ecer
las leyes. Las naciones ricas no son com o la de los escitas, los
cuales no tenían | o tra necesidad q u e la gloria. Allí donde 238
florece el com ercio se p re fie re n las riquezas a la gloria,
p o rq u e estas riquezas se p u e d e n cam biar p o r todos los place­
res y su adquisición es m ás fácil.
P ero ¡qué escasez de virtudes y de talentos ocasiona esta
preferencia! Al no p o d e r ser la gloria otorgada más que p o r el
reconocim iento público, ella es siem pre el prem io a unos
servicios rendidos a la patria. El deseo de gloria supone
siem pre el deseo de ser útil a la nación.

395
N o pasa lo m ism o con el d eseo de riquezas. Estas pu ed en
ser alguna vez el p rem io de la especulación de la bajeza, del
espionaje y, a m enudo, del crim en; raram en te son p atrim o ­
nio de los h om bres d e más esp íritu y de los más virtuosos. El
239 am or a las riquezas no lleva, | pues, n ecesariam ente al am or a
la virtud. Los países com erciantes d e b en p ro d u c ir más bue­
nos negociantes que buenos ciudadanos y más banqueros que
héroes.
Así, pues, no es en un te rre n o de lujo y de riquezas,
sino en el de la pobreza d o n d e crecen las sublim es virtu­
des (71); nada más raro q u e e n co n trar almas elevadas (72) en
240 los im perios opulentos; los | ciudadanos co n traen allí dem a­
siadas necesidades. Q u ien las ha m ultiplicado ha en tregado a
la tiranía los reh en es de su bajeza y su cobardía. Sólo la
virtud, q u e se co n ten ta con poco, está al abrigo de la co rru p ­
ción. Esta clase de virtud inspiró la resp u esta que dio a un
m inistro inglés un noble q u e se había distinguido p o r su
m érito. T en ien d o la co rte in terés en atraérselo de su parte,
W alpole va a visitarlo y le dice: «V engo de parte del rey a
aseguraros su p rotección, a m anifestaros el sentim iento que
tiene de no haber hecho todavía nada p o r vos y a ofreceros
un em pleo más adecuado a vuestro mérito»,. «M ilord, le
replicó el noble inglés, antes de co n testar a vuestro ofreci­
m iento, p erm itid q u e m e haga traer la cena estando vos
delante.» Le sirven inm ed iatam en te un picadillo preparado
241 con los restos de la | p iern a de co rd ero q u e había tenido
com o alm uerzo. V olviéndose ento n ces hacia W alpole, aña­
dió: «M ilord, ¿creéis que un hom bre que se contenta con
esta cena es alguien a quien la corte p u ed e fácilm ente con­
quistar? Explicad al rey lo q u e habéis visto; es la única
respuesta que p u e d o darle». U n tal discurso p arte de un
carácter que sabe restringir el círculo de sus necesidades: ¿y
cuántos hay en un país rico que sean capaces de resistir a la tenta­
ción continua de cosas supérfluas? La pobreza de una nación
p ro p o rcio n a a la patria m uchos h om bres virtuosos a los que
el lu jo hubiera corrom pido. «¡O h filósofos!, exclam aba a
m en u d o Sócrates, v osotros q u e rep resen táis a los dioses so­
b re la tierra, sabed, com o ellos, bastaros a vosotros m ism os,
con ten tao s con poco; so b re to d o , no os arrastréis a im portu-
242 nar a los príncipes y a los j reyes.» « N ad a hay m ás firm e y
más virtuoso, d ijo C icerón, q u e el carácter de los prim eros
sabios de G recia. N in g ú n peligro los espantaba, ningún obs-

396
ráculo les desanim aba, ninguna consideración les hacía d e te ­
nerse o les hacía sacrificar la verdad a la voluntad absoluta de
los príncipes.» P ero estos filósofos habían nacido en un país
pobre: p o r esto sus sucesores no conservaron siem pre las
m ism as virtudes. Se ha rep ro ch ad o a los filósofos de A lejan­
dría el haber ten id o dem asiada com placencia con los prínci­
pes, sus p ro tecto res, y el h ab er com prado con bajeza el ocio
tranquilo q u e estos príncipes les p erm itían disfrutar. A p ro ­
pósito de esto exclam aba P lutarco: «¡Q ué espectáculo más
vergonzoso para la hum anidad co n tem p lar a los sabios p ro sti­
tu ir sus elogios a las g e n te s bien situadas! Ju sta m en te son
| las cortes de los reyes el escollo con tra el cual naufragan la 243
sabiduría y la virtud. ¿C óm o no se dan cuenta los grandes de
que aquellos q u e les cu en tan sólo cosas frívolas los engañan?
(73). La verdadera m anera d e servirlos es rep ro ch ándoles sus
vicios y sus d efectos y | enseñ án d o les que no les cuadra pasar 244
el tiem po en diversiones. E ste es el único lenguaje digno de
un h o m b re virtuoso; nunca en sus labios se instala la m entira
o la adulación».
Estas palabras d e Plutarco son, sin duda, muy bellas;
p e ro son más una p ru eb a d e su am o r p o r la virtud que de su
conocim iento de la hum anidad. Pasa lo m ism o con Pitágoras:
«Y o reh ú so , decía, d ar el n o m b re de filósofos a aquellos que
ceden a la corrupción d e la co rte. Sólo son dignos de este
nom bre aquellos q u e están dispuestos a sacrificar ante los
reyes su vida, sus riquezas, sus dignidades, sus familias e
incluso su reputación. M ed ian te este am or p o r la verdad,
añade Pitágoras, participam os d e la divinidad y nos unim os
con ella de | la m anera más noble y m ás íntim a». 245
H o m b re s com o éstos n o nacen bajo cualquier form a de
gobierno. U n acopio tal d e v irtudes son efecto, o de un
fanatism o religioso que se apaga rápid am en te, o de una e d u ­
cación singular, o d e una legislación. Los filósofos com o
éstos de los q u e hablan P lutarco y Pitágoras, han nacido en
el seno de p ueblos p o b re s y apasionados p o r la gloria.
N o es que yo co n sid ere la m iseria com o la fu ente d e las
virtudes. Es a la adm inistración más o m enos sabia de los
h o nores y Ia:s recom pensas a la q u e d eb em o s atrib uir en to ­
dos los pueblos la aparición de los g randes hom bres. P ero lo
que no todos com prenderán sin dificultad es que en ningún | 246
sitio son recom pensadas las v irtudes y las cualidades tan ha­
lagadoram ente com o en las repúblicas p o b res y guerreras.

397
C a p í t u l o X X IV

Prueba de esta verdad

Para quitarle a esta proposición cualquier aire de para­


doja, bastará observar que los dos o b je to s más generales de
deseo de los hom bres son las riquezas y los honores. D e
estos dos ob jeto s, p re te n d e n con más avidez los h o nores
cuando éstos son dispensados d e una m anera que halague el
am or propio.
El deseo de o b ten erlo s co nvierte a los h om bres en capa­
ces de los m ayores esfuerzos y, entonces, obran verdaderos
247 prodigios. A hora bien, estos h o n o res no | se rep arte n en
ninguna p arte con m ayor j usdcia que e n tre los pu eb lo s que,
no ten ien d o más q u e esta m on ed a para pagar los servicios
rendidos a la patria, tien en el m ayor in terés en valorarlos.
Por esto las repúblicas p o b re s de R om a y de G recia han
dado más h om bres grandes q u e todos los extensos y ricos
im perios del O riente.
En los pueblos o p u len to s y som etidos al despotism o se
deb e hacer, y se hace, p oco caso de los h o n ores com o
m oneda. En efecto, si los h o n o res reciben su valor p o r la
m anera com o son adm inistrados, y si en O rien te son los
sultanes quienes los dispensan, se co m p ren d e q u e éstos a
m en u d o los desacreditan p o r lo mal q u e eligen a sus d esti­
natarios. Así, pues, en estos países los h o n o res no son pro-
248 píam ente más que títulos; poco p u ed en | halagar el orgullo
p u esto q u e raram en te van unidos a la gloria, la cual no
pued e ser dispensada p o r los príncipes, sino p o r el p ueblo,
ya q u e la gloria no es más q u e la proclam ación del reco n o ­
cim iento público. C o n el desprestigio de los honores, el
deseo de obten erlo s dism inuye; este d eseo ya no lleva a los
hom bres a realizar grandes cosas; y los hon o res se vuelven
en el Estado un reso rte sin fuerza que las g en tes en el p o d er,
con razón, no se cuidan de utilizar.
Existe una región en A m érica en d o n d e, cuando un sal­
vaje ha obten id o una victoria o ha conducido d iestram ente
una negociación, en una asam blea de su nación le dicen:
«Eres un hom bre». E ste elogio le incita m ás a las grandes
acciones q u e todas las dignidades que en los estados d esp ó ti­
cos son ofrecidas a aquellos que se distinguen p o r sus cuali­
dades.

398
| Para c o m p ren d er to d o el desp recio q u e alguna vez recae 249
sobre los honores p o r la m anera ridicula com o son adm inis­
trados, basta con q u e reco rd em o s el abuso q u e se hacía de
ellos bajo el rein ad o d e C laudio. B ajo este em p erador, dice
Plinio, un ciudadano m ató u n cuervo célebre p o r su habili­
dad; este ciudadano fue co n d en ad o a m uerte. Se hizo a este
pájaro unos funerales m agníficos; un to cad o r de flauta p re ­
cedía la cam a sobre la cual el cuervo era llevado en andas p o r
dos esclavos y cerraba la com itiva una infinidad de gentes de
todas edades y sexo. A p ro p ó sito de ello exclam aba Plinio:
«¡Q ué dirían nuestros antepasados si, en esta m ism a R om a
en la q u e se en terrab an a n u estro s p rim ero s reyes sin pom pa,
en la qu e no se ha vengado la m u erte del d e stru cto r de
Cartago y de N um ancia, asistieran a las exequias d e un
cuervo!»
| Pero, se nos dirá, no ob stan te, en los países som etidos 250
a un p o d e r arb itrario los h o n o res son algunas veces el p re ­
m io al m érito. Sin duda sí, p e ro más a m en u d o lo son al
vicio y al servilism o. Los h o n o re s son, en estos gobiernos,
com parables a estos árboles dispersos p o r el d esierto cuyos
frutos, cogidos a veces p o r los pájaros, son más a m enudo
presa d e la serp ien te q u e d esd e el pie d el árbol ha subido
rep tan d o hasta la cima.
D espreciados los honores, los servicios rendidos al Estado
sólo se pagan con dinero. A h o ra bien, una nación que paga
sus deudas sólo con d in e ro se ve p ro n to sobrecargada de
gastos. El Estado, em pobrecido, se vuelve insolvente; en to n ­
ces ya no hay recom pensas p ara las virtudes y los talentos.
| Es inútil que se diga q u e los príncipes, ilum inados p o r 251
la necesidad, llegados a estos extrem os usarían los honores
com o m oneda. Si en las repúblicas po b res, en las que la
nación en tera es la dispensadora de las gracias, es fácil realzar
el valor de estos honores, resu lta muy difícil hacerlos valorar
en un país despótico.
¡Cuánta honradez sería necesaria en aquellos q u e quisieran
dar curso a esta m oneda d e los honores! ¡Q ué fuerza de
carácter se necesitaría para resistir a las intrigas de los
cortesanos! ¡Q ué discern im ien to sería necesario para otorgar
estos hono res sólo a los g randes talentos y a las grandes
virtudes y rehusarlos co n stan tem en te a estos hom bres m e­
diocres que los desacreditarían! ¡Q ué finura de percepción
para captar el m o m en to exacto en el que, p o r haberse hecho

399
252 estos hon o res dem asiado com unes, y no excitar ¡ ya a los
ciudadanos a los m ism os esfuerzos, han de ser creados otros
nuevos!
N o pasa con los h o n o res com o con las riquezas. Si el
interés público p ro h íb e las refundiciones de m onedas de oro
y plata, exige en cam bio q u e se hagan con la m oneda de los
honores cuando han p e rd id o su valor, q u e sólo d eb en a la
opinión de los hom bres.
Y o señalaría a este resp ecto q u e no p o d em os considerar
sin asom bro ia conducta d e la m ayoría de las naciones que
ocupan tantas personas en la adm inistración de su hacienda y
no nom bran ninguna para cuidar de la adm inistración de los
honores. N o obstante, nada sería más útil q ue la discusión
severa del m érito de aquéllos a los q u e se honra. ¿P or qué
253 las naciones no d eberían te n e r un tribunal que, | m ediante un
exam en p ro fu n d o y público, asegurara la realidad de las cuali­
dades que recom pensa? ¡Q ué gran valor no aportaría este
exam en a los honores! ¡Qué deseo de m erecerlos! ¡Q ué
cam bios tan felices no in troduciría este deseo en la educa­
ción privada y, poco a poco, en la educación pública! C am ­
bios de los que tal vez d ep en d en todas las diferencias que
observam os e n tre los pueblos.
E ntre los viles y co bardes cortesanos de A ntioco, ¡cuán­
tos h om bres, si hubieran sido desde niños criados en Rom a,
habrían, com o Popilio, trazado a lre d e d o r del rey el círculo
del q u e no podía salir sin convertirse en esclavo o en en e­
m igo de los rom anos!
D espués de h ab er p ro b ad o que las grandes recom pensas
hacen las grandes v irtudes y q u e la sabia adm inistración de
254 los h o n o res es el lazo más tu e rte q u e los J legisladores p u e­
dan em plear para unir el in terés particular al interés público
y form ar unos ciudadanos virtuosos, tengo derecho, creo,
concluir que el am or o la indiferencia d e algunos pueblos
por la virtud es efecto de la d iferen te form a de sus go b ier­
nos. A hora bien, lo que he dicho de la pasión de la virtud, a
la q u e he p u esto d e ejem plo, p u ed e ser aplicado a cualquier
o tra especie de pasión. P or tanto, no d eb e atribuirse a la
naturaleza el grado desigual de pasiones de q ue los distintos
pueblos parecen susceptibles.
C om o últim a p ru eb a de esta verdad, voy a m ostrar cóm o
la fuerza de nuestras pasiones es siem pre p ro p o rcionada a la
fuerza de los m edios em pleados para excitarlas.

400
C a p itu lo XXV

De la exacta proporción entre la fuerza de las pasiones y la


m agnitud de las recompensas que uno se propone por objetivo

| Para c o m p re n d e r toda la exactitud de esta p ro p o rció n 255


hem os de recu rrir a la historia. E m piezo con la de M éxico.
V eo unos m o n to n es d e o ro q u e re p re se n ta n para los avari­
ciosos españoles una riq u eza su p erio r a la q u e les habría
p rocurado el pillaje d e toda Europa. A nim ados p o r el deseo
de apoderarse de este o ro , estos m ism os españoles abando­
nan sus bienes y sus familias; e m p ren d en , bajo la dirección
de C ortés, la conquista del N u e v o M undo; luchan contra el
clima, la necesidad, el n ú m ero , la calidad, | y salen victorio- 256
sos gracias a una valentía tan o b stinada com o im petuosa.
T odavía más exaltados p o r la sed d el o ro y aún más
ávidos de riquezas, p o rq u e son aún más m iserables, veo a los
filibusteros pasar de los m ares del n o rte a los del sur, atacar
unas fortificaciones im p en etrab les, d erro tar, con un puñado
de hom bres, a n um erosos cu erp o s de soldados disciplinados.
Y a estos m ism os filibusteros, d esp u és de haber arrasado las
costas del sur, abrirse d e n u ev o paso hacia los m ares del
norte, superando, con increíbles esfuerzos, continuos com ba­
tes y una valentía a toda p ru e b a , los obstáculos que los
hom bres y la naturaleza les ofrecían a su regreso.
Si echo una m irada a los pueblos del n o rte, los prim eros
p ueblos que se p resen tan a mi vista son los seguidores de
O dín. Se hallan anim ados p o r la esperanza [ de una recom - 257
pensa imaginaria, p e ro la m ay o r de todas, desde el m o m en to
en que su credulidad las hace reales. Así, p ues, al ser anim a­
dos p o r una fe tan viva, m anifiestan una valentía que, p ro ­
p orcionada a unas recom pensas celestes, es todavía su perior
a la de los filibusteros. « N u e stro s g u errero s, deseosos d e la
m u erte, dice u no de sus po etas, la buscan con afán: en los
com bates, heridos d e m u erte, se les ve caer, re ír y m orir.»
Lo que confirm a u n o d e sus reyes, llam ado Sodbrog, cuando
exclama en el cam po d e batalla: «Siento una alegría descono­
cida. M e m uero: oigo la voz de O d ín q u e m e llama; las
p uertas de su palacio se abren; veo salir a unas jóvenes
sem idesnudas; una banda azul las ciñe y destaca la blancura
de su seno; avanzan hacia mí | y m e o frecen para b eb e r una 258

401
deliciosa cerveza en el cráneo ensang ren tad o de mis en em i­
gos.»
Si pasam os ahora al sur, veo a M ahom a, creador de una
religión parecida a la d e O d ín , decirse enviado del cielo y
anunciar a los sarracenos que el T o d o p o d ero so les ha e n tre ­
gado la tierra, q u e les hará p re c e d e r p o r el te rro r y la
desolación, p e ro que es necesario m erecer este dom inio con
el valor. Para exaltar su valentía, les enseñ a que el E tern o ha
colocado un p u e n te so b re el abism o de los infiernos. Este
p u e n te es más estrecho q u e el filo de una cim itarra. D espués
de la resurrección, el valiente lo franqueará con paso ligero y
se elevará sobre la bóveda celeste; y el cobarde, precipitado
desde este p u en te, caerá en la boca de la horrible serpiente que
habita la oscura caverna de la casa del humo. Para confirm ar
259 | la m isión del profeta, sus discípulos añaden que, m ontado en
A l-borak, ha reco rrid o los siete cielos, ha visto al ángel de la
m u e rte y al gallo blanco que, los pies apoyados en el prim er
cielo, esconde la cabeza en el séptim o; q u e M ahom a ha
partid o la luna en dos, ha hecho brotar fuentes d e sus dedos,
ha concedido la palabra a las bestias, se ha hecho seguir por
los bosques, saludar p o r las m ontañas (74); y que, amigo de
260 D ios, | les trae la ley q u e este D ios le ha dictado. Im presio­
nados p o r estos relatos, los sarracenos dispensan a M ahom a
unos oídos aún más crédulos p o r cuanto les hace una des­
cripción de las más voluptuosas de la estancia celeste ded i­
cada a los hom bres valientes. Interesados p o r los placeres de
los sentidos en la existencia d e estos herm osos lugares, los
261 veo exaltados p o r la más viva creencia y, suspirando | conti­
nuam ente p o r las huríes, lanzarse con fu ro r sobre sus enem i­
gos. « G u errero s, exclam a d u ran te el com bate uno de sus
generales llam ado Ikrim ach, veo estas herm osas jóvenes de
ojos negros; son ochenta. Si una de ellas apareciera sobre la
tierra, todos los reyes bajarían del tro n o p ara seguirla. Pero,
¿qué estoy viendo? H ay una q u e se adelanta. Va calzada con
un co tu rn o de oro; en una m ano tien e un pañuelo de seda
verde y en la o tra una copa d e topacio; m e hace una seña
con la cabeza diciendo: venid aquí, amado mío... ¡Esperadm e,
divina hurí! Voy a lanzarm e con tra los batallones de infieles,
doy la m u erte, la recibo y os doy alcance.»
M ientras los ojos crédulos de los sarracenos veían con
262 tanta claridad | a las huríes, la pasión de las conquistas, p ro ­
porcionada a la m agnitud d e las recom pensas que les espera-

402
ban, les anim ó con un valor su p erio r al q u e inspira el am or
de la patria. Esto fue causa d e los m ayores efectos y se les
vio, en m enos de un siglo, so m eter más p ueblos que los
rom anos en seiscientos años.
T am bién los griegos, su p erio res a los árabes en núm ero,
en disciplina, en arm am en to y en m áquinas de guerra, huían
ante ellos com o las palom as a la vista del gavilán (75). | A un- 263
que todas las naciones se h ubieran unido, no habrían sido
capaces de o p o n erles ninguna barrera eficaz.
Para hacerles fre n te h u b iera sido necesario arm ar a los
cristianos con el m ism o esp íritu con el q u e la ley de M ahom a
anim aba a los m usulm anes: p ro m e te r el cielo y la palm a | del 264
m artirio, com o San B ern ard o p ro m etió en tiem po de las
C ruzadas, a to d o aquel q u e m u riera com batiendo con los in­
fieles. Proposición q u e el e m p e ra d o r N ic é fo ro hizo a los
obispos reunidos en asam blea y q u e éstos, m enos hábiles que
San B ern ard o , rechazaron co n ju n tam en te (76). N o supieron
ver que esta negativa desalentaría a los griegos, favorecería la
extinción del cristianism o | y los p ro g reso s de los sarrace- 265
nos, a los que sólo era posible opon érseles con el dique de
un celo igual a su fanatism o. Estos obispos co ntinuaron atri
huyendo las calam idades q u e desolaban el im perio a los
crím enes de la nación, cuando cualquiera que tuviera alguna
luz en su e n ten d im ien to habría descu b ierto que la causa era
la ceguera de estos m ism os prelados, los cuales, en tal coyun­
tura, podían ser considerados com o el azote con el que el
Cielo hería el im p erio y com o la plaga con la q u e lo afligía.
Los so rp ren d en tes éxitos de los sarracenos eran una con­
secuencia tan directa d e la fuerza de sus pasiones, y la fuerza
de sus pasiones de los m edios q u e se em pleaban en en cen ­
derlas, que estos m ism os árabes, estos g u errero s tan peligro­
sos, ante los cuales la tierra tem blaba y los ejércitos griegos
huían dispersados com o el polvo | ante los aquilones, tem - 266
biaban ante la aparición d e una secta m usulm ana llam ada de
los safrianos (77). Exaltados, com o todos los reform adores,
p o r un orgullo más fiero y una creencia más firm e, los
seguidores de esta secta tenían una visión más distinta de los
placeres celestes q u e los o tro s m usulm anes, a los que | la 267
esperanza se los situaba en una lejanía más confusa. Estos
feroces safrianos q uerían p u rg ar la tierra de sus e rro res, ilu­
m inar o ex term in ar a las naciones, las cuales, al verlos, im ­
presionadas p o r el te rro r o p o r la luz, debían d e sp ren d erse

403
de sus prejuicios o sus opiniones tan rápidam ente com o la
flecha se d esp ren d e del arco q u e la dispara.
Lo que digo d e los árabes y de los safrianos pued e
aplicarse a todas las naciones m ovidas p o r resortes religiosos;
pues un m ism o grad o d e credulidad p ro d u ce en todos los
pueblos el equilibrio e n tre su pasión y su valor.
C on respecto a o tro tip o de pasiones, tam bién un distinto
grado de intensidad d e las m ism as, siem pre ocasionado p o r la
268 diversidad de g ob iern o y situación de los pueblos, | los d e ­
term ina, en la m ism a situación, a opciones m uy diferentes.
C uando T em ístocles fue a percib ir, a m ano arm ada, im ­
p o rtan tes subsidios e n tre los ricos aliados de su república,
estos aliados, cuenta Plutarco, se apresuraron a entregárselos,
p o rq u e un tem o r p ro p o rcio n ad o a las riquezas que aquél les
podía arrebatar, les hacía dóciles a la voluntad de Atenas.
P ero cuando este m ism o T em ístocles se dirigió a pueblos
p obres y, desem barcado en la isla de A ndros, hizo las m is­
mas peticiones a los isleños, advirtiéndoles que iba acom pa­
ñado de dos poderosas divinidades, la necesidad y la fuerza,
las cuales eran muy persuasivas, los habitantes de A ndros le
contestaron: «T em ístocles, nos som eteríam os a tus órdenes,
269 igual com o los o tro s aliados, si | no estuviéram os nosotros
tam bién proteg id o s p o r d os divinidades tan poderosas com o
las tuyas, la indigencia y la desesperación, que no reconocen
la fuerza.»
La intensidad d e las pasiones d ep en d e, pues, o de los
m edios (78) que el legislador em plea para encenderlas, o de
270 la situación en la q u e la | fo rtu n a nos ha colocado. C uanto
m ás1vivas son nuestras pasiones, tanto m ayores son los efec­
tos que producen. P o r esto los éxitos, com o lo p ru eb a la
historia, acom pañan siem pre a los p u eb lo s anim ados p o r
fuertes pasiones. V erdad m uy poco conocida y cuya ignoran­
cia se ha o p u esto a los progresos q u e p u dieran haberse
271 hecho en el arte | de inspirar las pasiones, arte hasta hoy
desconocido incluso para estos políticos fam osos que saben
calcular bien los in tereses y las fuerzas de un estado, p ero
que no han sabido v er los recursos extraordinarios que en
m om entos críticos p u ed en sacarse de las pasiones si se ha
ten id o el arte d e encenderlas.
Los principios de este arte, tan ciertos com o los de la
geom etría, parece q u e hasta ahora sólo han sido captados p o r
los grandes hom bres en la g u erra o en la política. Acerca de

404
lo cual yo quisiera h acer n o ta r que, si la virtud, el valor y,
p o r consiguiente, las pasiones que anim an a los soldados,
con trib u y en al éxito d e las batallas tan to com o el o rd e n en el
que han sido colocados, un tratado sobre el arte de inspirar­
las sería tan útil para la instrucción de los generales com o el
excelente | T ratado del ilu stre caballero Folard sobre la 272
táctica (79).
Las pasiones del am o r a la lib ertad y del odio p o r la
esclavitud, unidas, co n trib u y ero n , más que la habilidad de los
ingenieros m ilitares, a la céle b re obstinación de los defenso­
res de A bidos, de Sagunto, d e C artago, de N u m ancia y de
Rodas.
A lejandro sobrepasó a casi tod o s los o tro s capitanes en el
arte d e excitar las pasiones. A este arte d eb ió sus éxitos,
atribuidos tantas veces, p o r g e n te s llam adas sensatas, | al azar 273
o a una loca tem eridad, p o rq u e no supieron ver los resortes
casi invisibles que e ste h é ro e pulsó para o b rar tantos p ro d i­
gios.
La conclusión de e ste capítulo es que la fuerza d e las
pasiones es siem pre p ro p o rcio n ad a a la fuerza de los m edios
em pleados para encenderlas. A hora voy a exam inar si estas
mismas pasiones p u ed en , e n tod o s los h om bres co m ú n m en te
bien organizados, exaltarse hasta el p u n to de dotarlos de esta
continuidad de aten ció n q u e acom paña a la superioridad del
espíritu.

C a p ít u l o X X V I

De qué grado de pasión son susceptibles los hombres

\ Si, para fijar este g rad o , m e traslado a las m ontañas de 1


Abisiriia, veo ellí, a la o rd e n de sus califas, h om bres deseosos 2
d e j m o rir q u e se arro jan , los unos, contra la p u n ta de
puñales o de rocas, y los o tro s, al fondo del mar. Si bien no
se les ha p ro m etid o m ás recom pensa que los placeres celes­
tiales ofrecidos a to d o s los m usulm anes, la p osesión les p a­
rece a aquéllos más segura; p o r consiguiente, sienten más
inten sam en te el deseo d e gozarlos y sus esfuerzos p o r m e re­
cerlos son m ayores.

405
En ninguna o tra p a rte se ha em pleado tanto cuidado y
tanto arte com o en A bisinia para fo rtalecer la credulidad de
estos ciegos y celosos e je c u to re s de la v oluntad del príncipe.
Las víctim as destinadas a este em p leo n o recibían, ni habrían
recibido en ninguna o tra p a rte , una educación más idónea
para fo rm ar fanáticos. T ran sp o rtad o s desde la más tierna
infancia a un lugar apartado, d e sie rto y prim itivo del serrallo,
3 allí extraviaban | su razón en las tinieblas de la fe m usulm a­
na, les anunciaban la m isión, la ley de M ahora, los p ro d i­
gios obrados p o r este p ro fe ta y la en te ra devoción que era
debid a a las ó rd en es del califa; allí les hacían las descripcio­
nes m ás voluptuosas del paraíso y excitaban en ellos la sed
más ard ien te de los p laceres celestiales. A penas alcanzaban
aquella edad en q u e u n o es p ró d ig o de su ser, cuando,
m ed ian te deseos fogosos, la naturaleza m anifiesta tanto la
im paciencia com o el p o d e r q u e tien e de gozar de los más
vivos deseos, entonces, para fo rtalecer la fe del joven e
inflam arle con el fanatism o m ás violento, los sacerdotes, des­
pués de h ab er m ezclado en su b ebida u n licor som nífero, le
transp o rtab an d u ran te el su eñ o desde su triste m orada hasta
un bosquecillo en can tad o r q u e tenían destin ad o a este uso.
4 ¡ Allí, acostado sobre flores, ro d ead o p o r fuentes, reposa
hasta el m o m en to en q u e la au ro ra, al dev o lv er al universo
sus form as y colores, d esp ierta todas las potencias p ro d u cto ­
ras de la naturaleza y hace circular el am o r p o r las venas de
la juventud. Im presionado p o r la novedad de los o b jeto s que
le rodean, este joven dirige sus m iradas a su alre d ed o r y se
d etien e sobre unas m u je re s en cantadoras q u e su im aginación
crédula transform a en huríes. C óm plices de la astucia de los
sacerdotes, ellas están instruidas en el arte de seducir. El
joven ve cóm o se le acercan bailando; ellas gozan viendo su
sorpresa; m ediante mil juegos infantiles, excitan en él deseos
desconocidos, o p o n en la débil b a rre ra de un fingido p u d o r a
la im paciencia d e los d eseos q u e ellas provocan y, p o r fin,
5 ceden a su am or. E ntonces, su stitu y en d o | estos juegos infan­
tiles p o r arrebatadas caricias, le hacen caer, ebrio de am or,
en este arro b am ien to cuyas delicias el alm a apenas p u ede
sopo rtar. A esta ebriedad sucede un sen tim iento tranquilo,
p e ro vo lu p tu o so , q u e p ro n to es in terru m p id o p o r nuevos
placeres hasta que, ago tad o su deseo, estas m ism as m u jeres
le sientan a un delicioso b a n q u e te , le em briagan de nuevo y,
d u ran te el sueño, es tra n sp o rta d o a su a n te rio r m orada. Allí

406
busca, al d espertar, los o b je to s que lo han encantado y que,
com o una aparición ilusoria, han desaparecido de su vista.
Sigue llam ando a las huríes, p ero sólo en cu en tra a su lado a
los imanes. Les explica los sueños que le han fatigado. Al oír
su relato, los im anes, con la fren te apoyada en el suelo,
exclaman: « ¡H ijo m ío, has sido elegido!, sin d uda | n u estro 6
santo p ro feta te ha arreb atad o a los cielos, te ha hecho gozar
de los placeres reservados a los fieles para fortificar tu fe y
tu valor. H azte, pues, m e re c e d o r de un tal favor m ediante
una devoción absoluta a las ó rd en es del califa.»
Con una educación parecid a los derviches anim aban en
los ism aelitas86 las más firm es creencias; lograban insuflarles,
m e atrevería a decir, el o d io a la vida y el am or a la m uerte;
les hacían ver la p u e rta d e la m u e rte com o la en trad a a los
placeres celestes y les inspiraban, finalm ente, esa d eterm in a­
ción valiente que d u ran te unos instantes ha asom brado al
universo.
D igo unos instantes, p o rq u e esta especie de valor desapa­
rece p ro n to junto con la causa que la produce. D e todas las
pasiones, la del fanatism o, | q u e al estar fundada en el deseo
de los placeres celestiales es, sin duda, la más fu erte, en
cam bio es siem pre la m enos durad era en un p ueblo, p o rq u e
el fanatism o se funda so b re unas ilusiones y seducciones
cuyos cim ientos va m inando la razón insensiblem ente. Así,
los árabes, los abisinios y, g en eralm en te, todos los pueblos
m ahom etanos, p erd iero n , en el espacio de un siglo, toda la
superioridad en valor q u e tenían sobre las otras naciones,
p o r lo que fueron, en este aspecto, m uy inferiores a los
rom anos.
El valor de estos últim os, excitado p o r la pasión del
patriotism o y fundado en recom pensas reales y tem porales,
hubiera p erd u rad o siem p re si el lujo no h u b iera pasado a
Rom a con los despojos d e Asia, si el deseo de riquezas no
hubiera ro to los lazos que unían | el in terés personal con el 8
interés general y no h u b iera co rro m p id o en este p u eblo
tanto las costum bres com o la form a de gobierno.
N o p u ed o m enos q u e observar, a p ro p ó sito de estas dos
clases de valor, fundadas la una sob re el fanatism o de la

86 Los derviches eran una secta d e m onjes m endicantes m ahom etanos. Los ismaelitas eran
una secta de m usulmanes chiítas q u e contaba con adeptos en Siria, Persia, Afganistán, Africa
oriental y, sobre todo, en la India.

407.
religión y la otra, sob re el am or a la patria, que esta últim a
es la única que un legislador d eb e inspirar a sus conciudada­
nos. El valor fanático se debilita y se apaga p ro n to . P or o tra
parte, puesto que este valor tien e su o rigen en la ceguera y
la superstición, en cuanto una nación ha p erd id o su fana­
tism o, sólo le q u eda su estupidez. E ntonces se convierte en
o b jeto del desprecio p o r p arte de tod o s los pueblos, a los
que es realm en te in ferio r en to d o s los aspectos.
M uchas de las victorias q u e los cristianos han o b tenido
sobre los turcos se d e b e n a la estupidez m usulm ana, pues
9 por | su solo núm ero, com o dice el caballero Folard, serían
en o rm em en te peligrosos si hicieran algunos cam bios en su
o rd en de batalla, en su disciplina y en su arm am ento, si
cam biaran el sable p o r la bayoneta y si pudieran, p o r fin,
salir del em b ru tecim ien to en el que sus creencias les re te n ­
drán siem pre. Pues su religión, añade este ilustre autor, es
propia para eternizar la estupidez y la incapacidad de esta
nación.
H e dem ostrado que las pasiones podían exaltarse en no­
sotros, m e atrevería decir, hasta el paroxism o: verdad p ro ­
bada, tanto p o r el valor d esesperado de los ism aelitas, com o
por las m editaciones de los gim nosofistas S7, cuyo noviciado
concluía sólo después de tre in ta y siete años de retiro , de
estudio y de silencio, q u e p o r las bárbaras y continuadas
10 m ortificaciones de los faquires, p o r el fu ro r vengador | de los
japoneses (80), p o r los duelo s de los eu ro p eo s, y, en fin, p o r
la firm eza de los gladiadores, de estos h o m b res tom ados al
azar, los cuales, heridos de m u erte, caían y m orían sobre la
arena con el m ism o valor con que habían com batido.
T odos los hom bres, com o m e había p ro p u e sto pro b ar, son
en general susceptibles de un grado de pasión más que sufi­
ciente para hacerlos triu n far sobre su p ereza y dotarlos de
aquella continuidad en la atención que acom paña a la su p e­
rioridad del espíritu.
La gran desigualdad de espíritu que apreciam os en tre los
11 hom bres d ep en d e, pues, únicam ente de la d iferen te | educa­
ción que recib en y del desconocido y diverso encadena­
m iento de las circunstancias en las que se en cuentran coloca­
dos.

87 Los gimnosofistas eran filósofos d e India q u e A lejandro en contró en su expedición y que


siem pre permanecían desnudos.

408
En efecto, si tocias las operacio n es del espíritu se reducen
a sentir, a re m e m o ra r y a o b serv ar las relaciones que estos
diversos o b jeto s tien en e n tre ellos y con nosotros, es evi­
d en te qu e, estando d o tad o s tod o s los h om bres, com o acabo
de dem o strar, de la agudeza de los sentidos, d e la extensión
de la m em oria y, finalm ente, de la capacidad de atención
necesarias para elevarse a las más altas ideas, no existiría
en tre los h om bres co m ú n m en te bien organizados (81) nin­
g u n o que, ten ien d o g randes cualidades, no p u ed a hacerse
lam oso.
| Y o añadiría, com o una segunda d em ostración de esta 12
verdad, que todos los falsos juicios, tal com o he p ro b ad o en
mi prim er D iscurso, son efecto o de la ignorancia, o de las
pasiones. D e la ignorancia, cuando no ten em o s en la m em o­
ria los o b jeto s de la com paración de los q u e ha de resultar la
verdad que se busca; de las pasiones, cuando están tan m odi­
ficadas q u e tenem os in terés en v er los o b jeto s diferentes a
com o son. A hora bien, estas dos únicas causas generales de
nuestros e rro res son dos causas accidentales. En prim er lu­
gar, la ignorancia no es necesaria, no es efecto de ningún
defecto de organización, pues, tal com o he m ostrado al p rin ­
cipio de este discurso, no existe ningún h o m b re que no esté
d o tado de una m em oria capaz de c o n te n e r un núm ero infini­
tam ente superio r | d e o b je to s de los q u e exige el descubrí- 13
m ien to de las más altas verdades. C on respecto a las pasio­
nes, puesto que las necesidades físicas son las únicas pasiones
q u e nos han sido dadas inm ediatam ente p o r la naturaleza y
ya que estas necesidades no engañan nunca, es tam bién evi­
d en te que el defecto en la fin u ra del espíritu no es afecto de
un defecto en la organización, que todos ten em o s el m ism o
p o d er de form arnos un m ism o juicio sobre las mismas cosas.
Luego, si vem os igual, es q u e tenem os igualdad de espíritu.
Es, pues, cierto que la desigualdad de esp íritu que se observa
en tre hom bres a los q u e llam o co m ú n m en te bien organiza­
dos no d ep en d e en abso lu to del m ayor o m en o r grado de su
organización (82), sino d e la educación d iferen te | que reci- 14
ben, de las diversas circunstancias en las que se encuentran
y, p o r fin, del poco háb ito q u e tien en de p ensar, del conse­
c u ente odio que | contraen en su p rim era juventud por una 15
aplicación de la que serán incapaces en una edad más avan­
zada.
P or pro b ab le que sea esta opinión, com o su novedad

409
p odría aún so rp ren d er, ya q u e resu lta difícil d esp ren d erse
de los viejos prejuicios, y dado que la verdad d e un sistem a
se p ru eb a con la explicación de los fen ó m en o s que d ep en d en
de él, en consecuencia con mis principios voy a d em o strar en
el capítulo siguiente, p o r qué encon tram o s tan poca g en te de
gen io en tre tantos h o m b res hechos tod o s para tenerlo.

C a p í t u l o X X V II

De la relación entre los hechos y ¿os principios establecidos


más arriba

16 | La experiencia p arece d esm en tir mis razonam ientos y


esta contradicción ap aren te p u ed e co n v ertir a mi opinión en
sospechosa. Si todos los h om bres, se nos dice, tuvieran una
igual disposición del espíritu, ¿por qué en un reino com ­
puesto de quince o dieciocho m illones de almas vem os tan
pocos h om bres com o a los T u re n n e , R osny, C olbert, D escar­
tes, C orneille, M oliere, Q uinault, L ebrun 8S, considerados
com o la hon ra de su época y su país?
Para resolver esta cuestión, exam inem os la m ultitud de
17 circunstancias | q u e han d e co n cu rrir de una m anera absolu­
tam en te necesaria para q u e se form e un hom bre ilustre en el
gén ero que sea; y habrá q u e confesar que los hom bres se
en cu en tran colocados tan raram en te en esta feliz co n c u rre n ­
cia de circunstancias, q u e los genios de p rim e r o rd e n han de
ser p o r fuerza tan raros com o son.
Im aginem os en Francia a dieciséis m illones de almas d o ­
tadas de la m ayor disposición de espíritu; im aginem os que el
g o b iern o desee vivam ente destacar estas disposiciones; si,

KK Enrique de la T o u r d’A uvergne, vizconde de T u ren n e (1611-1675), fue un ilustre mariscal


francés.
Juan Bautista C o lb e rt (1619-1683) era m inistro d e H acienda d e Luis X IV .
Philippe Q uinault (1635-1688), dram aturgo, au to r de El fingido Alcibíades, Agripa, Astrate,
etc.
Sully, barón de Rosny, m inistro d e Enrique IV.
Ponce D enis Ecouchard Lebrun (1729-1807), poeta, autor d e Dos Odas sobre el Desastre de
Lisboa, A Voltaire, A Buffon, etc. F u e llamado Píndaro p or su vocación precoz, su entusiasm o
lírico y p recisió n . didáctica.
Charles Le B run f l6 l 9 -l6 9 0 ), pintor, decorador de Versalles y del Louvre.

410
com o la experiencia dem u estra, los libros, los h om bres y las
ayudas propias para desarro llar en n osotros estas disposicio­
nes sólo se en cu en tran en una ciudad rica, será en tre las
ochocientas mil almas q u e viven o han vivido largo tiem po
en París (83) d o n d e | hem os d e buscar y p o d rem o s en c o n tra r 18
estos hom bres superiores en los diferentes géneros de ciencias
y de artes. Pero, de estas ochocientas mil almas, si suprim i­
m os, en p rim er lugar, a la m itad, es decir, a las m ujeres, cuya
educación y form a d e vida se o p o n en al p ro g reso q u e podrían
hacer en las ciencias y en las artes; si restam os, adem ás, a los
niños, los viejos, los artesanos, | los trabajadores, los criados, 19
los m onjes, los soldados, los com erciantes y, en general, a
todos aquellos que, p o r su E stado, sus altos cargos, sus ri­
quezas están sujetos a d e b e re s o en tregados a placeres que
ocupan una p arte de su tiem po; si, p o r fin, sólo considera­
m os al p eq u e ñ o n ú m ero d e los qu e, colocados desde su
juventud en este estado de m ediocridad en el q u e la única
pena que se tiene es la d e no p o d er aliviar a todos los
desgraciados, en el que, p o r o tra parte, u no p u ed e entregarse
sin ninguna inquietud y p o r e n te ro al estu d io y a la m edita­
ción, seguro que este n ú m ero no ex cederá de los seis mil.
D e estos seis mil no hay m ás que unos seiscientos anim ados
del deseo de instruirse; de estos seiscientos no llegarán a la
m itad los q u e se hallan anim ados p o r este deseo en un grado
d e exaltación capaz de fecu n d ar en ellos las grandes ideas; no
llegarán a cien los que, | al deseo de instruirse, unen la 20
constancia y la paciencia necesarias p ara p erfeccionar su ta­
lento y reú n en así dos cualidades a las que la vanidad, dem a­
siado im paciente para realizarse, im pide casi siem pre su
alianza; en fin, no habrá más d e cincuenta que, en su prim era
juventud, aplicados siem pre al m ism o g én ero de estudio,
insensibles siem pre al am o r y a la am bición, no hayan m al­
gastado, en estudios dem asiado diversos, en los placeres, o
en las intrigas, unos m o m en to s cuya p érd id a es siem pre
irreparable para to d o aquel q u e quiera hacerse su p erio r en
cualquier ciencia o cu alquier arte. A hora bien, de estos cin­
cuenta, que divididos e n tre los diversos g én ero s de estudios
darían uno o dos h om bres para cada uno de ellos, si deduzco
a los que no han leído las obras | ni han vivido con los 21
hom bres más aptos para en señarles y, de este nú m ero así
reducido, resto adem ás to d o s aquellos a los que la m u erte,
los reveses de fo rtu n a u o tro s accidentes les han im pedido el

411
progreso, te n d ré q u e afirm ar q ue, en la form a actual de
n u estro go b iern o , el gran n ú m ero de circunstancias cuyo
concurso es absolu tam en te necesario p ara form ar a los gran­
des h om bres se o p o n e a su proliferación, y que los hom bres
geniales han de ser tan raros com o en realidad son 89.
P or tanto, d eb em o s buscar en la m oral la v erdadera causa
de la desigualdad de espíritu. E ntonces, para explicarnos la
escasez o la abundancia d e grandes h om bres que se da en
determ inadas épocas y en d eterm in ad o s países, no podem os
ya recu rrir a las influencias atm osféricas, a la m ayor o m en o r
22 distancia de | los climas soleados, ni a tod o s los razonam ien­
tos parecidos que, co n stan tem en te rep etid o s, han sido siem ­
pre desm entidos p o r la experiencia y p o r la historia.
Si las tem p eratu ras de los diversos climas tuvieran tanta
influencia sobre las almas y los espíritus, ¿p o r qué los rom a­
nos (84), tan grandes, tan audaces bajo el g o b iern o rep u b li­
cano, serían hoy tan blandos y afem inados? ¿Por qué estos
23 griegos y estos egipcios, antiguam ente tan dignos ¡ de estim a
p o r su espíritu y su virtud, q u e eran la adm iración del
m undo, son hoy despreciados? ¿Por q u é estos asiáticos, tan
valientes bajo el n o m b re de elam itas y tan cobardes y viles
bajo el nom bre de persas en tiem pos de A lejandro, se con­
vertirían bajo el n o m b re de p artos en el te rro r de R om a en
una época en la que los rom anos no habían todavía p erdido
su valor y su disciplina? 90 ¿P or qué los lacedem onios, los
más valientes y virtuosos d e G recia, m ientras observaban
religiosam ente las leyes de Licurgo, p e rd ie ro n estas dos re­
putaciones cuando, después de la g u e rra del P eloponeso, el
o ro y el lujo se in tro d u jo e n tre ellos? ¿P or qué los antiguos
catos 91, tan peligroso para los galos, no tien en ya el m ism o
24 valor? ¿P or q u é los judíos, tan a m en u d o | d erro tad o s p o r sus
enem igos, m ostraro n bajo el g o b iern o de los m acabeos un
valor digno de las naciones más belicosas? ¿P o r qué las
ciencias y las artes, sucesivam ente cultivadas y abandonadas

89 H elvétius se desm arca d e la teoría d e los climas como instancia determ inante d e las
desigualdades en los usos y costum bres d e los pueblos. H elvétius apunta, sin duda, contra
M ontesquieu. (V er el libro X IV del De l'Esprit des Lois, que trata «D es lois dans le rapport
qu ’elles o n t avec la nature ou clima».) D e todas formas aquí rom pe H elvétius con lo dom inante
en la época, de Fénelon a D iderot, que reconocen la determ inación geográfica.
90 Los elamitas, habitantes de Elam, eran un pueblo al este del Tigris inferior, vecino de
Asiria y de Babilonia.
Los partos eran un pueblo iránico que habitaba al sur del m ar Caspio.
91 Los catos eran un p u eblo germ ano p erten ecien te a la familia de los suevos. Se sublevaron
contra Roma, pero fueron más tarde absorbidos por los francos.

412
p o r los diversos pu eb lo s, han sucesivam ente re c o rrid o casi
todos los climas?
En uno de los D iálogos de Luciano leem os: « N o fue en
G recia, dijo la Filosofía, en d o n d e fijé m i p rim era dem ora.
En principio dirigí m is pasos hacia el Indo; y el indio, para
escucharm e, bajó h u m ild em en te de su elefante. D e las Indias
m e dirigí hacia Etiopía; pasé luego a E gipto, y de E gipto pasé
a Babilonia; m e d e tu v e en la Escitia y reg resé p o r la Tracia.
H ablé con O rfeo , y O rfe o m e llevó a G recia».
¿P o r q u é la filosofía | ha pasado de G recia a la H esperia, 25
de la H esp eria a C onstan tin o p la y a A rabia? ¿Y p o r qué, al
volver de A rabia a Italia, ha en co n trad o asilo en Francia, en
Inglaterra y hasta en el n o rte de E uropa? ¿P or qué ya no
encontram o s un Foción en A tenas, un Pelópidas en Tebas,
un D ecio en Rom a? La te m p e ra tu ra de sus climas no ha
cam biado; ¿p o r qué, p ues, ten d ríam o s que atrib u ir la trasm i­
gración de las artes, las ciencias, el valor y la virtud, a otras
causas q u e no fueran las m orales?
Estas causas nos explican u n sin n ú m ero de fenóm enos
políticos q u e en vano se in te n ta explicar p o r la física. Tales
son las conquistas d e las g en tes del n o rte, la esclavitud de los
orientales, el genio alegórico d e estas mism as naciones, la
superioridad de ciertos p u eb lo s en | cierto g é n e ro de cien- 26
cias, superioridad q u e d ejará de atribuirse, creo, a la dife­
ren te tem p eratu ra d e los climas una vez q u e haya indicado
rápidam ente la causa d e estos principales efectos.

C a p í t u l o X X V III

De las conquistas de los pueblos del norte

D icen que la causa física de las conquistas de los sep te n ­


trionales es esa superioridad en el valor y en la fuerza con la
que la naturaleza ha d o tad o a los p u eb lo s del n o rte con
preferen cia a los del s u r 92. N ad ie se ha o p u esto a esta

92 D e nuevo dialoga con M ontesquieu, con su libro X V II, cap. VI, «N ouvelle cause
physique d e la servitude d e l’Asie e t d e la liberté d e l’Europe», del De L ’Esprit des Lois.

413
opinión halagadora para las naciones de E uropa, las cuales
buscan casi todas su origen en los p ueblos del norte; sin
27 em bargo, | para estar seguros de la verdad de una opinión
tan halagadora, veam os si los sep ten trio n ales son realm ente
más valientes y más fu e rte s q u e los p u eb lo s del sur. Para
ello, sepam os antes q u é es el valor y rem o n té m o n o s hasta
los orígenes, los cuales p u e d e n esclarecer una de las cuestio­
nes más im portantes de la m oral y la política.
El valor es, en los anim ales, sólo el efecto de sus necesi­
dades; en cuanto estas necesidades están satisfechas, se vuel­
ven cobardes. El león h am b rien to ataca al h o m bre, el león
harto lo huye. U na vez satisfecha el h am bre del anim al, el
am or q u e todos los seres tien en p o r su conservación lo aleja
de cualquier peligro. El valor en los anim ales es, pues, un
efecto de sus necesidades. Si de los herbívoros decim os que
28 son tím idos, es p o rq u e para alim entarse | no tien en necesi­
dad de desafiar ningún peligro. C uando tien en una necesidad,
tien en valor: el ciervo en celo es tan furioso com o un animal
feroz.
A pliquem os al h o m b re lo q u e he dicho de los animales.
La m u erte va siem pre p recedida de dolores; la vida, siem pre
de algunos placeres. Estam os apegados a la vida p o r el m iedo
al d o lo r y p o r el am o r al placer. C uanto más feliz es la vida,
más tem em os perderla; de ahí el h o rro r que experim entan
en el m om ento de la m u e rte aquellos q u e viven en la abun­
dancia. Por el contrario, cu an to más triste es la vida, m enos
se siente p o r abandonarla: este es el o rigen de la insensibili­
dad con la que el cam pesino espera la m uerte.
A h o ra bien, si el am o r p o r n u estro ser se funda en el
29 tem o r al d o lo r y | el am o r al placer, el deseo de ser feliz es
en nosotros más p o d ero so que el deseo de ser 93. Para alcan­
zar el o b jeto en cuya p osesión cifram os n uestra felicidad,
cada u no de nosotros es capaz de expo n erse a peligros más o
m enos grandes, p ero siem pre p ro p o rcio n ad o s al deseo más o
m enos vivo que tenem os de p o se e r este o b je to (85). Para
carecer to talm en te d e valor sería necesario carecer p o r com ­
pleto de deseos.
Los o b jeto s de los deseos de los h o m b res son variados;

93 A ntes lo habíamos sugerido; ahora, H elvétius lo dice con sus propias palabras: el deseo
d e felicidad es superior al deseo d e vida. A hí rom pe con H o b b es y, en general, con todo el
naturalismo de su época.

414
éstos están anim ados p o r pasiones d iferen tes, com o la avari­
cia, la am bición, el am o r a la patria, a las m ujeres, etc. P or
consiguiente, el h o m b re capaz de las resoluciones | más atre- 30
vidas para satisfacer una cierta pasión, carecerá de valor
cuando se trate de cu alq u ier o tra pasión. Mil veces se ha
visto al filibustero, anim ado de un valor sob rehum ano
cuando se halla so stenido p o r la esperanza del botín, carecer
de valor p ara vengar u n a afrenta. C ésar, a q u ien ningún
peligro espantaba cuando perseg u ía la gloria, m o ntaba tem ­
blando en su carro y no se sentaba nunca sin recitar antes
tres veces supersticio sam en te un cierto verso que él creía
había de im pedirle volcar ( 8 6 ). El h o m b re tím ido, que se
asusta ante cualquier peligro, p u ed e anim arse de un desesp e­
rado valor si se trata de d e fe n d e r a su m u jer, a su am ante o a
sus hijos. Es así, pues, com o p o d em o s explicar ¡ una p arte de 31
los fenóm enos del valor, y la razón p o r la cual un m ism o
h om bre p u ed e ser v aliente o tím ido según las diversas cir­
cunstancias en que se halla.
D esp u és de h ab er p ro b ad o que el valor es un efecto de
n u e stra s p a sio n e s, u n a fu e rz a q u e n os es c o m u n ic a d a
p o r nuestras pasiones y que actúa sobre los obstáculos que el
azar o el interés de los o tro s p o n en a n uestra felicidad,
conviene ahora, para p rev en ir cu alquier o bjeción y proyectar
más luz sobre u n tem a tan im p o rtan te, distinguir dos e sp e­
cies de valor.
Existe uno al q u e yo llam o v erd ad ero valor: consiste en
v e r el peligro tal cual es y afrontarlo. Existe o tro que sólo
tie n e del p rim ero los efectos. E sta clase de valor, com ún
a casi todos los ho m bres, les hace desafiar los peligros p o r­
q u e [ los ignoran, p o rq u e las pasiones les hacen fijar toda su 32
atención sob re el o b je to d e sus deseos, escondiéndoles
p o r lo m enos una p a rte d el p elig ro al q u e los exponen.
Para te n e r una m edida exacta del v erd ad ero valor de esta
clase de gen tes, habría q u e p o d e r sustraerle to d a la parte de
peligro que las pasiones o los prejuicios les ocultan; y esta
p a rte es ord in ariam en te m uy considerable. P ro p o n ed el pi­
llaje de una ciudad a este m ism o soldado q u e se apresta al
asalto con te m o r y la avaricia le hipnotizará, esperará con
im paciencia la hora del ataque, el peligro desaparecerá;
cuanto más ávido, más in trép id o será. O tras m uchas causas
p u ed e n p ro d u cir el m ism o efecto q u e la avaricia. El viejo
soldado es valiente p o rq u e la co stu m b re de un peligro al que

415
33 ha escapado siempre anula el riesgo ante sus ojos; el soldado |
victorioso ataca in trép id o al enem igo p o rq u e no se espera
que resista y cree q u e triunfará sin peligro. Este es osado
po rq u e se cree afortunado; aquél, p o rq u e se cree duro: un
tercero , p o rq u e se cree hábil. R aram ente, p ues, se funda el
valor en un v erdadero d esp recio de la m u erte. Así, el h o m ­
bre in trép id o con la espada en la m ano será a m enudo
pusilánim e en un com bate con pistola. M eted en un barco al
soldado que desafía la m u e rte en el com bate y en la tem pes­
tad la verá con h o rro r p o rq u e sólo allí la ve realm ente.
El valor es, a m enudo, el efecto de una visión poco clara
del peligro que se afronta, o de la total ignorancia de este
m ism o peligro. ¡C uántos h om bres hay que se asustan p o r ei
ruido del tru e n o y que tem erían p a s a rla noche en un bosque
34 alejado de las carreteras im po rtan tes, | m ientras que nadie
tiene m iedo de ir de noche de París a Versalles! Y, sin
em bargo, la torpeza de u n p o stillón o el asalto de un asesino
en una carretera im p o rtan te son accidentes m ucho más co­
m unes, y p o r consiguiente m ucho más de tem er, q u e la
descarga de un rayo o el en cu en tro con este m ism o asesino
en un bosque apartado. ¿P or qué el te rro r es más com ún en
el prim er caso que en el segundo? Es porque el brillo de los
relám pagos y el ru id o del tru en o , así com o la oscuridad de
los bosques presen tan a cada instante al espíritu la im agen de
un peligro que no d espierta la carretera de París a V ersalles.
Luego existen pocos h o m b res q u e resistan la presencia del
peligro. Su aparición tie n e so b re ellos tal p o d e r, que se ha
visto a hom bres que, avergonzados p o r su cobardía, se han
dado m u e rte p o r no ser capaces de vengarse de una afrenta.
35 | La presencia de su en em ig o ahogaba en ellos la llam ada del
honor; para o b edecerla era necesario q u e exaltando este se n ­
tim iento d e n tro de ellos m ism os, aprovechasen un m om ento
de exaltación para darse m u erte, yo diría, sin darse cuenta.
P o r esto, para p rev en ir el efecto que p ro d u ce en casi todos
los h o m b res la visión del peligro, en la g uerra, adem ás de
colocar a los soldados de una m anera q u e dificulte su huida,
se les exalta, en A sia con opio y en E uropa con aguardiente
y se les aturde, o con el ru id o del tam b o r, o con los gritos
36 que se les hace lanzar ( 8 7 ) . | D e esta m anera, ocultándoles
una p arte del peligro al q u e se les expone, se logra equilibrar
su tem o r con su am or p o r el honor. Lo que digo de los
soldados vale tam bién para los capitanes; en tre los más va-

416
lientes hay pocos que, en la cam a ( 8 8 ) o en el cadalso,
co n tem p len | la m u e rte con una m irada tranquila. ¡Q ué debi- 37
lidad m o stró en el suplicio este m ariscal B iro n 94, tan va­
liente en el com bate!
Para so p o rtar la presencia de la m u e rte hay q u e estar, o
hastiado de la vida, o dev o rad o p o r estas fuertes pasiones
que determ in aro n a Calanus, a C atón y a Porcia a quitarse la
vida. Los que sien ten estas fu e rte s pasiones sólo aman la vida
bajo ciertas condiciones: su pasión no les oculta el peligro al
que se exponen, lo v en tal com o es y lo desafían. B ru to
q u iere lib rar a R om a d e la tiranía, asesina a C ésar, recluta un
ejército, ataca, com bate a O ctavio, es vencido, se mata: la
vida le resulta inso p ortab le sin la libertad de Rom a.
C ualquiera q u e sea susceptible de pasiones tan intensas,
es capaz de las más grandes cosas: no sólo | desafía a la 38
m u erte, sino tam bién al dolor. N o es este el caso de los
hom bres que se dan m u e rte p o r hastío de la vida. Estos
m erecen tan to el n o m b re d e sabios com o el de valientes; la
m ayoría no ten d rían valor p ara las torturas; no tienen bas­
tan te vitalidad y fuerza en sí m ism os para so p o rtar los d o lo ­
res. El desprecio de la vida no es en ellos el efecto d e una
fu erte pasión, sino d e la ausencia de pasiones; es el resultado
de un cálculo p o r el cual se convencen de q u e vale más no
ser que ser desgraciado. A h o ra bien, esta disposición de su
alm a los hace incapaces d e g randes cosas. El que siente
hastío de la vida se ocupa p oco de los asuntos de este
m undo. Así, p u es, e n tre tan to s rom anos q u e se han dado
voluntariam ente la m u erte, ha habido pocos que se hayan
atrevido, m atando al tirano, I a h acer q u e su m u erte fu era 39
útil a la patria. En vano dirán q u e la g u ard ia q u e rodeaba p o r
todas partes el palacio del tirano les im pedía el acceso: era el
m iedo al suplicio lo q u e desarm aba su brazo. Estos hom bres
se ahogan, se ab ren las venas, p e ro no se ex p o n en a suplicios
crueles: ningún m otivo los m u ev e a ello.
Todas las extravagancias d e esta clase de valor se explican
p o r el m iedo al dolor. Si el h o m b re bastante valiente para
dispararse un tiro en la sien no se atreve a herirse con un
estilete, si siente h o rro r p o r ciertos tipos de m u e rte , este

94 Se refiere a Carlos, d u q u e d e B iron, q u e conspiró, unido a España, contra Enrique IV y


fue decapitado en 1602.

417
h o rro r se funda en el tem o r, v erd ad ero o falso, de un dolor
mayor.
Los principios establecidos más arriba dan, creo, la solu-
40 ción a todas las cuestiones d e e ste g én ero y p rueban j que el
valor no es, com o algunos p re te n d e n , un efecto de la dife­
re n te tem p eratu ra de los climas, sino u n efecto de las pasio­
nes y de las necesidades com unes a todos los hom bres. Los
lím ites del tem a de esta obra no m e p e rm ite n hablar aquí de
los diversos nom bres dados al valor, tales com o bravura,
intrepidez, etc. P ro p iam en te no son más que las distintas
m aneras con las q u e el valor se m anifiesta.
Exam inada esta cuestión, pasaré a la segunda. Se trata de
saber si, com o se dice, hay q u e atrib u ir las conquistas de los
pueblos del n o rte a la fuerza y al vigor particular del que la
naturaleza les ha dotado.
Para p ro b ar la verdad de esta opinión sería inútil recu rrir
41 a la experiencia. N ada hay ¡ hasta el m om ento que indique al
observador concienzudo q u e la naturaleza sea, en sus p ro ­
ducciones del norte, más fu erte que en las del sur. Si el
n o rte tiene sus osos blancos y sus uros, el A frica tiene sus
leones, sus rinocerontes y sus elefantes. N adie ha hecho
luchar un determ in ad o n ú m ero de negros en la C osta de O ro
o del Senegal con un m ism o nú m ero de rusos o de finlande­
ses; nadie ha com parado su fuerza com parando los pesos que
pud ieran levantar. Estam os lejos de haber com probado nada
a este respecto, p ues si yo q uisiera com batir un p reju icio con
o tro prejuicio, opondría a to d o lo q u e se dice acerca de la
fuerza de las gentes del n o rte, el elogio q u e se hace de la de
los turcos. N o se p u ed e fun d ar la opinión que se tiene de
la fuerza y del valor de los septentrionales, más que en la
42 historia de sus conquistas; pero , | entonces, todas las nacio­
nes p u ed en te n e r las mismas preten sio n es, justificarlas con
los m ism os títulos y creerse igual dotadas p o r la naturaleza.
R ecorram os la historia y verem os a los hunos, abandonar
los Palus-M eótides 95 para ap resar unas naciones situadas al
n o rte de su país; v erem os a los sarracenos bajar en tropel
p o r las arenas ardientes de A rabia para vengar la tierra,
dom ar a las naciones, triunfar en las Españas y llevar la
desolación hasta el corazón de Francia; verem os a estos m is­
m os sarracenos ro m p e r con m ano victoriosa los estandartes

95 Palus-M eótides era el antiguo nom bre del m ar de Azov.

418
de los cruzados; y a las naciones de E uropa, en reiteradas
tentativas, m ultiplicar en Palestina sus d erro tas y su v er­
güenza. Si d irijo la m irada hacia o tro s países veo tam bién
confirm arse la verdad d e mi opinión, ] tan to p o r los triunfos 43
de T am erlán, el cual avanza co nquistando d esde orillas del
In d o hasta las regiones heladas de Siberia, com o p o r las
conquistas de los incas, y p o r el valor de los egipcios, los
cuales, considerados en tiem pos de C iro com o los pueblos
más valientes, se m o straro n en la batalla de T em b reia 96 a la
altura de su reputación; y, finalm ente, p o r estos rom anos que
llevaron sus armas victoriosas hasta Sarm acia y las Islas B ri­
tánicas. Así, pues, si la victoria ha volado alternativam ente del
sur al n o rte y del n o rte a sur, si todos los p ueblos han sido
alternativam ente conqu istad o res y conquistados, si, com o la
historia nos enseña, los p u eb lo s sep ten trio n ales (89) no son
m enos sensibles a los ard o res del su r q u e los p ueblos m eri­
dionales lo son a la d u reza d e los fríos | de! n o rte, y si hacen 44
la guerra todos ellos co n d esventaja en los climas dem asiado
diferentes al suyo, es ev id en te que las conquistas de los
septentrio n ales son ab so lu tam en te in d ep en d ien tes de la par­
ticular tem p eratu ra de sus clim as y q u e sería inútil buscar en
la física la causa de un hecho q u e la m oral explica de m anera
sim ple y natural.
Si ei n o rte ha p ro d u cid o a los últim os conquistadores de
Europa, se debe a que los pueblos duros y todavía salvajes
(90), tal com o lo eran en to n ces los sep ten trio n ales, | son, 45
com o ha hecho n o ta r el caballero Folard, in finitam ente más
valientes y aptos | para la g u erra que los p ueblos criados en 46
el lujo y la m olicie y som etidos a un p o d e r arbitrario, com o
lo eran (91) entonces los rom anos. Bajo los últim os em p era­
dores los rom anos no eran ya aquel p u eb lo v en ced or de los
galos y de los germ anos que todavía m antenía ei sur bajo sus
leyes: aquellos dueñ o s d el m u n d o sucum bían bajo las mismas
virtudes que les habían h ech o triu n far en el universo.
Pero, para sojuzgar el Asia, | se nos dice, sólo tuvieron 47
que esclavizarla. La rapidez, les contestaré, con la que la
conquistaron n o p ru eb a la cobardía de los p u eb lo s del sur.
¿Q ué ciudades del n o rte se han d efen d id o con m ás obstina­
ción que M arsella, N um ancia, Sagunto o Rodas? En tiem pos
de C reso ¿no en co n traro n los rom anos en los p artos unos

96 T em breia es el n o m b re antiguo d e las llanuras rusas e n tre el V ístula y el Volga.

419
enem igos dignos de ellos? Así pues, los rom anos d eb ie ro n a
la esclavitud y a la m olicie d e los asiáticos la rapidez de sus
éxitos.
C uando Tácito dice q u e la m onarquía de los partos es
m enos peligrosa para los rom anos que la libertad de los
germ anos, es p o rq u e atribuye a la form a de gob iern o de
estos últim os la superioridad d e su valor. P o r tanto, se deben
a causas m orales, y no a la tem p eratu ra peculiar de los países
48 | del n o rte, las conquistas d e los septentrio n ales.

C a p í t u l o X X IX

De la esclavitud y del genio alegórico de los orientales

Im presionados tan to p o r la dureza del d espotism o o rie n ­


tal com o p o r la duradera y cob ard e paciencia d e los pueblos
som etidos a este yugo odioso, los occidentales, orgullosos de
su libertad, han re c u rrid o a causas físicas p ara explicar este
fenóm eno político. H an sostenido q u e el Asia lujuriosa sólo
eng endraba a hom bres sin fuerza, sin v irtu d , y que, en treg a­
dos a deseos brutales, no habían nacido más que para la
esclavitud. H an añadido q u e los países del sur sólo podían,
49 p o r | consiguiente, ad o p tar una religión sensual.
Estas conjeturas son desm entidas p o r la experiencia y la
historia. Sabem os q u e el Asia ha criado naciones m uy belico­
sas; que el amor no ablanda el valor (9 2 ); que las naciones más
50 sensibles a sus placeres, | a m en u d o han m ostrado, com o
señalan Plutarco y Platón, la m ayor bravura y el m ayor valor;
que el deseo ard ien te d e las m u jeres no p u ed e ser nunca
considerado com o p ru eb a de la debilidad del tem p eram en to
de los asiáticos (93); y qu e, finalm ente, m ucho antes que
M ahom a, O d ín había establecido en las naciones más se p ten ­
trionales una religión m uy parecida a la del p ro feta del
O rien te (94).
O bligados a abandonar esta opinión y a restitu ir, yo diría,
51 el alma y el cuerpo a los asiáticos, se ha buscado | en la
situación física de los p u eb lo s de O rie n te la causa de su
servidum bre. En consecuencia, se ha visto el sur com o una

420
extensa llanura cuya exten sió n p ro p o rcio n ab a a la tiranía los
m edios para re te n e r a los p u eb lo s en la esclavitud. P ero esta
suposición no ha sido confirm ada p o r la geografía. Se sabe
q u e el sur de la tie rra se halla p o r todas partes erizado de
m ontañas; q u e el n o rte , al co ntrario, p u ed e ser considerado
com o una extensa llanura d esierta y poblada de bosques,
com o lo han sido p ro b a b le m e n te en o tro s tiem pos las llanu­
ras de Asia.
D espués de h ab er agotado in ú tilm en te las causas físicas
en busca de los cim ientos d el desp o tism o oriental, hay que
recu rrir a las causas m orales y, p o r consiguiente, a la historia.
Ella nos enseña q u e las naciones, al civilizarse, p ie rd e n insen­
siblem ente | su valor, su virtud e, incluso, su am o r p o r la 52
libertad; que in m ediatam ente después de su form ación, todas
las sociedades se encam inan, según las circunstancias en que
se encuen tran , con una m archa más o m enos rápida hacia la
esclavitud. Luego, si los p ueblos del su r fu ero n los p rim eros
en reunirse en sociedad, d e b en haber sido p o r consiguiente
los prim ero s en ser som etidos al d espotism o p u esto q u e este
es el fin al que tien d e cu alq u ier form a de g o b iern o y la fo r­
m a que cualquier E stado conserva hasta su total destrucción.
A hora bien, dirán aquellos que creen que el m undo es
más antiguo de lo q u e pensam os, ¿cóm o es q u e todavía
existen repúblicas sob re la tierra? Si to d a la sociedad, les contes­
tarem os, tiende al despotism o al civilizarse, todo p o d e r despó­
tico tiende a la despoblación. Las regiones som etidas a este
p o d er, | sin cultivar y despobladas, se convierten, al cabo 53
de los siglos en desiertos; las llanuras en las que se extendían
inm ensas ciudades, en las q u e se elevaban suntuosos edifi­
cios, se cubren p o co a p o co de bosques en los que se
refugian algunas farrlilias q u e insen sib lem en te van form ando
nuevas naciones salvajes; transform aciones q u e hacen que
existan siem pre repúblicas so b re la tierra.
A lo que acabo d e d ecir añadiría tan sólo q u e si los
pueblos del sur son los pueblos esclavos desde más antiguo y
si las naciones de E uropa, a excepción de los moscovitas, pue­
den ser consideradas com o naciones libres, es p o rq u e estas na­
ciones han sido civilizadas más recien tem en te; p o rq u e en
tiem pos de Tácito, los germ anos y los galos eran todavía
pueblos salvajes; y, a | m en o s que p u ed an esclavizar d e una 54
sola vez, p o r la fuerza d e las armas, a una nación entera, sólo
en el transcurso de varios siglos y con tentativas continuadas

421
pu ed en los tiranos sofocar in sensiblem ente en los corazones
el am or v irtuoso q u e tod o s los hom bres tienen naturalm ente
p o r la libertad y hum illar a las almas lo suficiente para
doblegarlas bajo la esclavitud. U na vez llegado a este p u n to ,
un p u eb lo se vuelve incapaz de ningún acto de generosidad
55 (95). Si las | naciones del Asia son despreciadas p o r Europa,
se d eb e a que el tiem po las ha som etido a un despotism o
incom patible con una cierta elevación del alma. E ste m ism o
despotism o, d estru cto r de to d a clase de espíritu y de talento,
es 'causa de que todavía se co nsidere la estupidez d e ciertos
pueblos de O rien te com o el efecto de un defecto de la
5(, organización natural de sus hom bres. Y, sin em bargo, es fácil
ver que la diferencia ex tern a que observam os, p o r ejem plo,
en tre la fisonom ía de un chino y un sueco, no p u ed e ten er
ninguna influencia en el espíritu; y q u e si todas nuestras
ideas, com o ha d em o strad o Locke, p ro ced en de los sentidos,
y puesto que los septentrionales no tien en un n úm ero de
57 sentidos superio r al de los orientales, todos tienen, f p o r su
constitución física, las m ism as disposiciones del espíritu.
Así pues, todas las diferencias de espíritu y de carácter
que descubrim os e n tre las naciones, d eb en ser atribuidas a la
diferente constitución d e los im perios y, p o r consiguiente, a
causas m orales. P or ejem plo, este genio alegórico de los
orientales, que constituye realm en te el carácter distintivo de
sus obras, lo deb en a la form a de su g obierno. En un país en
el que se han cultivado las ciencias, en el que todavía se
conserva el deseo de escribir, p e ro en el que sus habitantes
se hallan som etidos a un p o d er arbitrario, p o r lo que la
verdad sólo p u ede ser p resen tad a bajo sím bolos, es evidente
que los autores tienen q u e hab erse acostum brado insensible­
m en te a pensar sólo en form a alegórica. Se dice que para
58 hacer | co m p ren d er a no sé qué tirano la injusticia de sus
vejaciones, la dureza con la q u e trataba a sus súbditos y la
depend en cia recíproca y necesaria que une a los pueblos con
sus soberanos, un filósofo indio inventó el juego del ajedrez.
E nseñó a jugarlo al tirano y le hizo n o tar que si en este
juego todas las piezas resultaban inútiles si se p erdía el rey,
tam bién el rey, si p erdía todas sus piezas, se en contraba en la
im posibilidad de d efenderse, p o r lo qu e, tanto en un caso
com o en el o tro , la partida estaba p erd id a (96).
59 ;j Podría apo rtar m iles de ejem plos de la form a alegórica
bajo la cual las ideas se p resen tan a los indios; voy a conten-

422
tarm e con añadir un segundo, (N o es necesario advertir,
creo, qu e los escritores orientales tien en la co stu m b re de
personificar cosas q u e n o so tro s | no nos atreveríam os a ani- 60
mar.) Se trata de tres cu e n to s personificados que conversan.
A fe mía, dice uno d e ellos, q u e hay sólo buena y mala
su erte en este m undo. T o d o s nos desprecian; nadie nos cree,
¡ni siquiera la más insignificante odalisca! ¡Sx nos hubiéram os
llam ado historia! | B ajo e ste n om bre, añade el segundo, los 61
sabios nos habrían consultado con re sp e to y confianza. En
verdad, replica el tercero , si V isnú, B rahm a o M ahom a m e
hubieran h ech o y h ubiera llevado el no m b re de religión, no
dejaría de ser yo un cu en to absu rd o y, sin em bargo, la tierra
m e adoraría y tem blaría ante mí; tal vez no encontraríam os
ni una, e n tre las cabezas m ás sólidas, q u e osara afirm ar que
no m e había creído.
P o r estos ejem plos se p u e d e co m p ren d er, creo yo, que la
form a d e g obierno a la q u e las naciones de O rie n te d eb en
tantas ingeniosas alegorías ha provocado en estas mismas
naciones escasez de historiadores. En efecto, el g é n ero de la
historia, que supone sin d uda m ucho espíritu, no lo exige
más q u e | cualquier o tro g é n e ro literario. ¿P or q u é, pues, 62
en tre tantos escritores hay tan pocos buenos historiadores?
P orque para hacerse fam oso e n este g énero, no sólo es necesa­
rio q u e se d e n en él la feliz concurrencia de circuntancias
propias para form ar un gran hom b re, sino que adem ás ha de
nacer en un país en el q u e se p u ed a im p u n em en te practicar
la virtud y decir la verdad. A ello se o p o n e el d espotism o, el
cual cierra la boca de los h istoriadores (97), si su p o d er no se
halla en esta cuestión lim itado p o r algún preju icio, alguna
| superstición o algún organism o particular. Tal com o en 63
C hina, en d o n d e funciona u n tribual de la historia; tribunal
que hasta hoy se m antien e so rd o tanto a los ruegos com o a
las amenazas de los reyes (98).
| Lo que digo de la historia p u ed e decirse de la elocuen- 64
cia. Si Italia fue tan fecunda en orad o res, ello no fue debido
a que, com o ha sostenido la sabia im becilidad de algunos
pedantes de colegio, el suelo d e R om a fuera más apto que el
de | Lisboa o de C onstan tin o p la p ara p ro d u c ir grandes orado- 65
res. R om a p erd ió al m ism o tiem po su elocuencia y su liber­
tad: sin em bargo, ningún accidente que le h ubiera sucedido a
la tierra bajo los em p erad o res habría cam biado el clim a de
Rom a. | ¿Por qué ha d e atrib u irse la escasez de o radores que 66

423
padecían entonces los rom anos a otras causas q u e no fueran
las m orales, es decir, a los cam bios que había sufrido su
form a de gobierno? ¿Q uién d u d a de que el despotism o, al
67 obligar a los | o rad o res a ejercitarse en tem as de poca m onta,
agotó las fuentes de su elocuencia? (99). Su fuerza consiste
principalm ente en la grandeza de los tem as que trata. Imagi­
nem os que fuera necesario tan to espíritu para escribir el
panegírico de T rajano com o p ara co m p o n er las Catilinarias.
M oviéndonos d e n tro d e la m ism a hipótesis, yo creo que, p o r
el tem a elegido, Plinio habría q u ed ad o en franca inferioridad
fren te a C icerón. Este últim o, p u esto que tenía que sacar a
los rom anos del so p o r del q u e C atilina q u ería aprovecharse
68 p o r sorpresa, necesitaba d esp ertar en ellos | las pasiones del
odio y de la venganza. U n tem a tan interesante para los
dueños del m undo n o podía m enos que inclinarlos a prem iar
a C icerón con la palm a de la elocuencia.
Exam inem os en q u é se basan los rep ro ch es de barbarie y
de estupidez que los griegos, los rom anos y todos los e u ro ­
peos han hecho a los p ueblos de O rien te. D esde el m om ento
en q u e las naciones sólo han dado el nom bre de esp íritu al
co n ju n to de las ideas q u e les son útiles y p u esto q u e el
d espotism o ha p ro h ib id o en casi to d o el Asia el estu d io de la
m oral, de la m etafísica, d e la jurisprudencia, d e la política y,
en fin, de todas las ciencias interesantes para la hum anidad,
los orientales han de ser, p o r consiguiente, tratados de bár­
baros y de estúpidos p o r los pueblos esclarecidos de E uropa
69 y m erecer el e te rn o | d esp recio de las naciones libres y de la
posteridad.

C a p ít u l o X X X

De la superioridad que algunos pueblos han tenido en varios


géneros de ciencias

La situación física de G recia es siem pre la misma: ¿por


qué los griegos de hoy son tan diferen tes a los griegos de
otras épocas? Es p o rq u e la form a de su g o b iern o ha cam ­
biado; es p o rq u e, al igual q u e el agua tom a la form a de los

424
recipientes q u e la co n tien en , el carácter de las naciones es
susceptible d e toda clase d e form as; p o r esto en todos los
países el genio del g o b iern o crea el genio de las naciones
(100). | Luego, bajo la form a de república, ¿qué país p o d ía 70
ser más fecundo en capitanes, | en políticos, en héroes, q u e 71
Grecia? Sin hablar d e los hom bres de estado, no es de extra­
ñar que p ro d u je ra | g randes filósofos un país en el que la 72
filosofía era tan h o nrada y en el que el v en ced o r d e G recia,
el rey Filipo, escribía a A ristóteles: «Si doy gracias a los
dioses no es p o r h ab erm e dado | un hijo; es p o r haberlo 73
hecho nacer viviendo vos. O s encargo de su educación; es­
p e ro qu e lo haréis digno d e vos y de mí». Q u e o tra carta
más halagadora q u e la q u e A lejan d ro , el d u e ñ o del m undo,
sentado sobre las ruinas del tro n o de C iro, le escribe: «M e
he en terad o de q u e publicas tus tratados acroam áticos. ¿Q ué
superioridad m e q u eda ahora sobre los dem ás hom bres? Las
altas enseñanzas que tú m e has com unicado se harán com u­
nes; y, sin em bargo, tú sabías q u e yo p re fie ro superar a los
hom bres p o r la ciencia d e las cosas sublim es, q ue p o r el
p oder. Adiós».
La filosofía n o sólo era h o nrada en la p erso n a d e A ristó­
teles. Se sabe q u e P tolom eo, rey de E gipto, | trató a Z e n ó n 74
com o a un soberano y le envió em b ajad o res q u e le re p re se n ­
taran ante él; q u e los atenienses elevaron a este filósofo un
m ausoleo construido p o r suscripción popular, poco antes de
la m u erte de e ste m ism o Z en ó n , A ntígono, rey de M acedo-
nia, le escribió: «Si la fo rtu n a m e ha elevado al más alto
cargo, si yo os su p ero en grandeza, recon o zco q u e vos m e
superáis en ciencia y en virtud. V enid a mi corte; seréis útil
no sólo a un gran rey, sino tam bién a to d a la nación mace-
donia. Vos sabéis cuál es el p o d er del ejem p lo sobre los
pueblos: im itadores serviles de nuestras virtudes, el que las
inspira a los príncipes, las da a los pueblos. A diós». X en ó n
le contestó: «A plaudo el noble ard o r q u e os anim a; es h e r­
m oso, en m edio del fasto, d e la po m p a y de los placeres que
ro d ean | a los reyes, d esear adem ás la ciencia y la virtud. Mi 75
avanzada edad y la debilidad de mi salud no m e p e rm ite n ir
ju nto a vos; p e ro os envío a dos de mis discípulos. Prestad
oído a sus enseñanzas: si ios escucháis, os abrirán el cam ino
de la sabiduría y d e la v erd ad era felicidad. A diós».
P or lo dem ás, los griegos pro d ig aro n tales hom enajes no
sólo a la filosofía, sino a todas las artes. U n p o eta era algo

425
tan precioso para G recia, q u e, bajo p en a de m u erte y p o r
una ley expresa, A tenas le p ro h ib ía em barcarse (101). Los
76 lacedem onios, q u e algunos autores | se han com placido en
pintárnoslos com o h o m b res virtuosos, p ero más groseros que
espirituales, no eran m enos sensibles q u e los otros griegos
(102) a las bellezas d e las artes y d e las ciencias. A pasionados
p o r la poesía, atraen hacia ellos a A rquíloco, Jen ó d am o ,
77 Jen ó crito , Polim nesto, Sacados, | Periclito, Frinis, T im oteo;
tenían en gran estim a las poesías de T erp an d ro , de Spendon
y de A lem án y p rohibían q u e los esclavos las cantaran p o r­
que, según ellos, era profan ar las cosas divinas. N o eran
m enos hábiles en el arte de razonar q u e en el arte de escribir
sus pensam ientos en verso. D ecía Platón: «C ualquiera que
converse con un lacedem onio, aunque sea el últim o de todos,
p o d rá parecerle en un p rim e r m o m en to g rosero, p ero si
en tra en m ateria verá que este m ism o hom bre se expresa con
78 una dignidad, una | precisión y una agudeza q ue convertirán
sus palabras en o tro s tantos dardos p en etran tes. J u n to a él
cualquier o tro griego parecerá u n niño que balbucea» (103).
En efecto, desde su p rim era juventud se les enseñaba a
hablar con elegancia y pureza. Se q uería que a la verdad de
los pensam ientos unieran las gracias y todos los recursos de
la expresión; que sus respuestas, siem pre cortas y justas,
tuvieran chispa y encanto. Los q u e p o r precipitación o por
lentitu d de espíritu, co ntestaban mal, o no contestaban, eran
inm ediatam ente castigados. U n mal razonam iento era casti­
gado en Esparta com o si se tratara de una mala conducta:
nada im presionaba más que la razón a este p ueblo. U n lace-
dem onio, exento desde la cuna de los caprichos y de las
79 cóleras de la infancia, al llegar a la juventud estaba libre ¡ de
todo tem or; andaba confiado en la soledad y en la oscuridad.
M enos supersticiosos q u e el resto de los griegos, los esparta­
nos llevaban a su religión ante el tribunal de la razón.
¿C óm o no iban a brillar con to d o su esp len d o r las cien­
cias y las artes en un país com o G recia, en el que se las
honraba de una m anera general y constante? D igo constante,
adelantándom e a la o b jeció n de aquellos q ue p re te n d e n ,
com o el abate D ubois, q u e en ciertas épocas, com o las de
A ugusto y de Luis X IV , soplan vientos q u e traen a los
grandes hom bres com o bandadas de pájaros raros. A favor
de esta teo ría alegan las m olestias q u e in ú tilm en te se han
80 tom ado algunos soberanos (104) ¡ para reanim ar en su reino

426
las ciencias y las artes. Si los esfuerzos de estos príncipes han
sido inútiles, ello es d eb id o a q u e no han sido constantes.
D espués de varios siglos de ignorancia, el te rre n o de las
artes y de las ciencias está tan salvaje e inculto q u e no p u ede
dar en verdad grandes h o m b res hasta q u e varias generaciones
de sabios lo hayan antes rotu rad o . Este es el caso del siglo de
Luis X IV , en el q u e sus g randes h om bres d eb iero n su su p e­
rioridad a los | sabios q u e los habían p reced id o en el cultivo 81
de las ciencias y las artes: cultivo al que estos m ism os sabios
se habían dado gracias al favor de n u estro s reyes, com o lo
pru eb an las ordenanzas del 10 de m ayo de 1543, en las que
Francisco I hace la más expresa prohibición de difam ar y lanzar
invectivas contra Aristóteles (105), y los | versos q u e C arlos IX 82
dirige a R onsard (106).
A lo dicho añadiré todavía que, igual com o estos fuegos
de artificio, q u e lanzados al aire pueblan el cielo de estrellas,
ilum inan un in stan te el h o riz o n te para desvanecerse y dejar a
la naturaleza en una noche todavía más oscura, las artes y las
ciencias en algunos | países no hacen más que brillar, desapa- 83
re cer y abandonarlos a las tinieblas de la ignorancia. Las
épocas más fecundas en g ra n d e s h o m b res van casi siem pre
seguidas p o r o tra en la q u e las ciencias y las artes se cultivan
m enos felizm ente. Para d escu b rir la causa no es a lo físico a
la que hem os de recu rrir; lo m oral basta para revelárnosla.
En efecto, com o la adm iración es siem pre efecto de la sor­
presa, cuanto más n um erosos son los g randes h om bres en
una nación, m enos se les estim a, se les excita m enos el
sen tim ien to de em ulación, y cuantos m enos esfuerzos hacen
para alcanzar la perfección q u ed an más lejos de ella. D espués
de una época com o ésta, es necesario el abono de varios
siglos de ignorancia p ara d evolver a un país su fertilidad en
grandes hom bres.
| Parece, pues, q u e la superio rid ad en las ciencias y las 84
artes de ciertos pueblos sob re los o tros sólo pued e atribuirse
a causas m orales, y q u e no existen naciones privilegiadas en
virtud, en espíritu o en valor. La naturaleza a este respecto
no ha hecho ningún re p a rto desigual de sus dones. En
efecto, si la fuerza m ayor o m e n o r del esp íritu d e p en d iera de
la d ife re n te tem p eratu ra d e cada país, sería im posible, vista la
antigüedad del m u n do , q u e la nación más favorecida no
hubiera adquirido, m ed ian te repetidos p rogresos, la su p erio ­
ridad sob re todas las dem ás. P ero, la consideración que en lo

427
tocan te al espíritu han conseguido una tras o tra las diversas
naciones, el desprecio en el q u e sucesivam ente han caído,
pru eb an la poca influencia q u e el clim a ha tenido en sus
85 espíritus. A ñadiré adem ás q u e, si el lugar de | nacim iento
tuviera una influencia decisiva sobre la ex tensión de nuestros
conocim ientos, las causas m orales no pod rían darnos sobre
este asunto una explicación tan sim ple y tan natural de unos
fenóm enos q u e d ep en d ieran de lo físico. A cerca de lo cual
yo haría notar que, si la peculiaridad de la tierra d e cada país
y las pequeñas diferencias q u e ésta p u ed a p ro d u cir en la
organización de la nación q u e lo habita no ha po d id o asegu­
rar hasta el m o m en to ninguna su perioridad constante de un
pu eb lo sobre o tro , tam poco hay p o r q u é sospechar que las
pequeñas diferencias q u e p u ed an existir en la organización
de los individuos q u e c o m p o n en una nación tengan una
86 influencia más apreciable en sus espíritus (107). T odo ¡ con­
curre a p ro b ar la verdad de esta proposición. Parece que los
problem as más com plicados de este g é n e ro q u e se presen tan
al espíritu, se resuelven con la aplicación de los principios
que he establecido.
¿P or qué los h o m b res m ediocres rep ro ch an a casi todos
los hom bres ilustres su conducta extraordinaria? P o rq u e el
genio no es un d on de la naturaleza y u n ho m bre que adopta
un g é n ero de vida m uy parecido al de los otros tiene un
87 espíritu m uy parecido al | suyo; p o rq u e el g enio supone en
un hom bre una vida d e estu d io y aplicación, y una vida tan
d iferen te de la co rrien te ha de p arecer siem pre ridicula. ¿Por
qué el espíritu se da más com ú n m en te en este siglo que en
el siglo preced en te? ¿Y p o r qué el genio se da más rara­
m ente? ¿P or qué, com o dice Pirágoras, vem os a tantas gentes
em p u ñ ar el tirso y tan pocas q u e estén anim adas p o r el
esp íritu del D ios que lo lleva? Es p o rq u e las g entes de letras
se ven dem asiado a m enudo arrancadas de su g ab inete p o r la
necesidad y obligadas a lanzarse al m undo. Allí difunden sus
conocim ientos y form an a las g entes de espíritu; p e ro p ie r­
den en ello necesariam ente u n tiem p o que, en la soledad y la
m editación, habrían em pleado en dar una m ayor extensión a
su genio. El h o m b re d e letras es com o un cuerpo que,
88 em p u jad o con fuerza | en tre o tro s cuerpos, p ie rd e , al chocar
con ellos, to d a la fuerza q u e les com unica.
Las causas m orales nos dan la explicación de todos los
diversos fenóm enos del esp íritu y nos enseñan q u e al igual

428
que las partículas d e fuego encerradas en la pólvora p erm a­
necen inactivas si no hay una chispa q u e las haga expansio­
narse, el espíritu p erm an ece tam bién inactivo si no es
p u esto en m ovim iento p o r las pasiones; p o rq u e las pasiones
p u ed e n hacer de un estú p id o un hom b re de espíritu; po rq u e
lo debem os to d o a la educación.
Si, com o p re te n d e n , el g en io fuera un don de la natura­
leza, ¿por qué no habría d e haber, e n tre las personas que
ocupan ciertos em pleos, o e n tre los q u e nacen o han vivido
m ucho tiem po en provincias, alguien q u e sobresaliera en
artes ( com o la poesía, la m úsica o la p intura? ¿Por qué no 89
podría el don del g en io suplir, en las g entes que ocupan un
em pleo, la p érd id a d e algunos instantes del tiem p o que el
ejercicio de ciertos cargos exige y, en las g entes de provin­
cias, la conversación d e u n p e q u e ñ o núm ero de gentes
instruidas que, sólo se da en la capital? ¿Por qué un gran
hom bre sólo p u ed e te n e r p ro p ia m e n te g en io en el g é n e ro en
el que se ha aplicado d u ra n te m ucho tiem po? ¿C óm o no ver
que, si este h o m b re no m an tien e en los o tro s gén ero s la
m ism a superioridad, es p o rq u e en un arte que no ha consti­
tuido el o b je to de sus m editaciones el ho m b re de genio no
tiene más ventajas so b re los o tro s h o m b res que el hábito de
la aplicación y el m é to d o de estudio? ¿Por qué razón, en fin,
en tre los grandes h o m b res los buenos m inistros son | los más 90
raros? P o rq u e a las innum erables circunstancias cuyo con­
curso es necesario para fo rm ar un gran g en io hay que añadir
el concurso de las circunstancias propias para elevar este
h om bre de genio a un m inisterio. A hora bien, la reu n ió n de
estos dos concursos de circunstancias, m uy difícil en todos
los pueblos, es casi im posible en los países en los q u e el
m érito solo no basta para elev ar a los p rim ero s puestos. Es
p o r esto que, a excepción de los Je n ó fo n o , los Escipión, los
Confucio, C ésar, A níbal, Licurgo y hasta tal vez unos cin­
cuenta hom bres de estado en to d o el m undo, cuyo espíritu
p o d ría realm ente sufrir el exam en más riguroso, todos los
otros, incluso algunos d e los más célebres en la historia,
cuyas acciones han te n id o la m ayor brillantez, no han sido,
| p o r m ucho que se elogie la extensión de sus conocim ientos, 91
sino unos espíritus muy com unes. D e b e n su celebridad más a
la fuerza de su carácter (108) que a la de su ¡ espíritu. La 92
escasez de progresos en la legislación, la m ediocridad de las
diversas obras, casi desconocidas, q u e nos han dejad o los

429
A ugusto, T ib erio , T ito , A ntonino, A driano, M auricio y C ar­
los V, y que co m pusieron en la m ateria en la que sobresa­
lían, no hace sino p ro b a r esta opinión.
La conslución general de este D iscurso es q ue el genio es
com ún, p ero las circunstancias propias para desarrollarlo muy
raras. Si se m e p erm ite com parar lo p ro fan o con lo sagrado,
diré que en este g én ero m uchos son los llam ados y pocos los
escogidos.
La desigualdad de espíritu q u e se observa e n tre los h o m ­
bres, d ep en d e, pues, del g o b iern o bajo el cual viven, de la
época más o m enos afo rtu n ad a en la q u e nacen, de la educa-
93 ción | m ejo r o p e o r q u e reciben, del deseo más o m enos
vivo que tienen de distinguirse, o, p o r fin, de las ideas más o
m enos grandes o fecundas q u e son o b je to de sus m editacio­
nes.
El h o m b re de g en io es tan sólo el p ro d u cto d e las cir­
cunstancias en las q u e e ste h o m b re se ha en co n trad o (109).
94 | Así pues, el arte de la educación consiste en colocar a los
jóvenes en un concurso d e circunstancias adecuadas para
desarrollar en ellos el g erm en del esp íritu y de la virtud. N o
m e ha conducido a esta conclusión el am or p o r la paradoja,
95 sino tan sólo el d eseo d e la felicidad | de los hom bres. H e
visto que una buena educación difundiría conocim ientos, vir­
tudes y, p o r consiguiente, la felicidad en la sociedad; he visto
que la creencia de q u e el genio y la virtud son puros dones
96 d e la naturaleza, se oponía al prog reso | de la ciencia y de la
educación y favorecía en esta cuestión la pereza y la negli­
gencia. C on este o bjetivo, al exam inar lo que podían sobre
noso tro s la naturaleza y la educación, m e he dado cuenta de
que la educación nos hacía lo que som os; p o r consiguiente
97 | he creído que era d e b e r d e un ciudadano anunciar una ver­
dad p ro p ia para d esp ertar la atención sobre los m edios de
perfeccionar esta m ism a educación. Para arro jar aún más luz
sobre una m ateria tan im p o rtan te, in ten taré, en el D iscurso
siguiente, fijar de una m anera precisa las ideas diferen tes que
se d eb en referir a los diversos n o m b res dados al espíritu.

430
NOTAS AL DISCURSO TERCERO

(1) En la Année littéraire leem o s q u e B oileau, sien d o niño, cu an d o jugaba en


u n co rral, cayó. C o n la caída se le rem angó ei vestido; un pavo le d io varios
p icotazos en u n a p a rte m uy delicada. B oileau sufrió to d a la vid a las consecuencias
d e este accidente; éste fue tal vez el o rig en de la severidad de co stu m b res y d e la
escasez d e se n tim ien to s d e q u e ad o lecen todas sus obras; y su sátira c o n tra las
m u je re s, c o n tra Lulli, Q u in au lt y c o n tra todas las poesías galantes.
Tal vez su an tip atía p o r lo s pavos fue la causa d e la se cre ta aversión q u e tuvo
sie m p re p o r los jesuítas, q u e los in tro d u je ro n en Francia. Tal vez se d eb an a
su accid en te de infancia su sátira so b re el eq uívoco *, su adm iración p o r A rnaud y su
ep ísto la so b re el am o r d e D ios; es c ie rta m e n te verd ad q u e muy a m e n u d o causas
im p ercep tib les d eterm in an la co n d u cta d e to d a una vida y la o rd e n a c ió n d e nuestras
ideas.
(2) D u ra n te la m in o ría d e ed a d de Luis X IV , cu an d o el p rín cip e estab a a
p u n to de retirarse a la B o rg o ñ a, c u e n ta S ain t-E v rem o n t q u e T u re n a le re tu v o en
P arís, salvando así a Francia. Sin em b arg o , una d eterm in ació n tan im p o rtan te, añade
este ilu stre au to r, le dio m en o s glo ria a este g en eral q u e la d e rro ta de q u in ien to s
caballeros. Es una g ran v erd ad q u e cu esta m u ch o a trib u ir g ran d es efecto s a unas
causas q u e parecen tan alejadas y p eq u eñ as.
(3) N o p re te n d o h ab lar en este capítulo m ás q u e de h o m b re s c o m ú n m e n te
b ien org an izad o s, a los que no falta ningún sen tid o , y q u e tam poco p ad ece n la
en ferm e d ad de la lo cu ra ni d e la id io tez, p ro d u cid as la una p o r la falta d e ilación de
la m em o ria, y la o tra, p o r la falta total d e esta facultad.
(4) La m em o ria , dice L ocke, es una plancha de c o b re llena de signos grab ad o s
q u e el tiem p o b o rra in sen sib lem en te si no los rep asa de vez en cu an d o con el buril.
(5) Se trata d e u n a joven a la qu e el am or d e s p ie rta y co n d u ce antes del alba a
una h o n d o n ad a. Allí esp e ra a su am an te, encargado de o fre c e r a la salida del sol un
sacrificio a los dioses. Su alm a, inspirada po r la esp era n za d e una felicidad p róxim a,
se en treg a, en la esp era, al p lacer d e c o n te m p la r las bellezas de la naturaleza y d e la
salida d el astro q u e h a d e llevarle a su lado al o b je to d e su am or. Se ex p resa así:
« D o ra ya el sol la co p a d e estos antiguos ro b les, y las aguas, q u e se precip itan
p o r esto s to rre n te s m u g ien d o e n tre las rocas, brillan con su luz. V eo ya la cum bre

* Se re fie re a la Sátira X I I . Sobre el Equívoco (1 7 0 6 ), largo p o e m a c o n tra


los jesuítas, q u ien es lo atacaron tras su Epístola XI I . Sobre el Amor de Dios.
N . T.

431
de estas m ontañas velludas, d e d o n d e avanzan estas b ó v ed as q u e m e d io colgadas en
el aire o frec en u n refugio form idable al solitario q u e allí se retira. N o c h e , acaba de
reco g er tus velos. F uegos fatu o s q u e desviáis al v iajero in seguro, re tira o s a los
b arra n co s p an tan o so s; y tú , Sol, dios d e los cielos, q u e llenas el aire con un calor
vivificante, q u e siem bras las perlas de! rocío so b re las flo res d e estos p rad o s y das
co lo r a las variadas h erm o su ras de la naturaleza, re c ib e m i p rim e r h o m en aje.
A celera tu curso: tu v u elta m e anuncia la d e m i am ante. Libre de los piadosos
cuidados q u e le re tie n e n aún al pie de los altares, el am o r va p ro n to a con d u cirlo
h asta los m íos. ¡Q ue to d o se haga eco de m i alegría! ¡Q ue to d o b en d ig a la salida
del astro q u e nos ilum ina! F lores, q u e en cerráis en v u e s tro se n o los o lo res q u e la
n oche fría co n d en sa, ab rid v u estro s cálices; exhalad e n el aire v u estro s vapores
olo ro so s. N o Sé si la v o lu p tu o sa em b riag u ez q u e llena m i alm a em bellece to d o lo
q u e m is ojo s p ercib en ; p e ro e l riach u elo q u e s e rp e n te a a lre d e d o r de esto s valles
m e en can ta con su m u rm u llo . El céfiro m e acaricia con su soplo. Las plantas
ambarinas, pisadas p o r m is p ies, llevan a m i olfato bocanadas d e p erfu m es. ¡Ah! si
la felicidad se digna alg u n a vez a visitar la m o rad a de los m o rta le s, es sin d u d a a
estos lugares ad o n d e se retira... P ero , ¿qué se c re ta tu rb ació n m e agita? Y a la
im paciencia m ezcla su v en en o con las dulzuras de m i esp era; ya el valle ha p e rd id o
sus bellezas. ¿Es, p u es, tan p asajera ia alegría? ¿P u ed e se rn o s q u ita d a tan fácilm ente
co m o la ligera p elu sa d e estas p lan tas lo es p o r el soplo del céfiro? Es inútil q u e
re c u rra a la esp eran za engañosa: a cada in stan te crece m i tu rb ació n ... ¡El no
v en d rá!... ¿Q u ién le re tie n e le jo s d e mí? ¿ Q u é d e b e r hay m ás sagrado que el
calm ar las in q u ietu d es de u n a am ante?... P ero , ¿qué estoy diciendo? H u id , sospe­
chas celosas q u e inju riáis su fidelidad y p re te n d é is apagar su am or! Si los celos
crecen cerca del am or, lo aplastan si no se los arranca: es la h ie d ra q u e abraza la
encina, p e ro d eseca el tro n co q u e le sirve de apoyo. C o n o z co dem asiado a mí
am an te p ara d u d ar d e su am or. El, com o yo, ha b uscado, lejos de la p o m p a d e la
co rte, el refu g io tran q u ilo d el cam po. La sencillez d e m i corazón y de m i belleza le
han im p resio n ad o ; en vano m is v o luptuosas rivales le llam arán a sus brazos. ¿Se
dejará acaso seducir p o r los asaltos de una c o q u e te ría q u e em p añ a en las m ejillas
d e u n a jo v en la nieve d e la inocencia y el arreb o l del p u d o r, y q u e las p in ta Con el
b lanco d el artificio y con el afeite de la d esv erg ü en za? ¿Q ué p u e d o yo saber? Su
d esp recio p o r ella tal vez no sea m ás q u e una tram pa para mí. ¿P u ed o yo ignorar los
p reju icio s d e los h o m b res, y e l arte q u e em p lean p ara seducirnos? C riados en el
desp recio d e n u e stro sexo, no es a n osotras, sino a sus placeres lo q u e am an. ¡Q ué
crueles son! H a n p u esto e n tre las v irtu d e s e l fu ro r bárb aro de la v enganza y el
am o r arre b atad o p o r la p atria; p e ro nu n ca han co n sid erad o la fidelidad com o una
virtud. A busan sin re m o rd im ie n to s de la inocencia. Su vanidad co n tem p la a m e ­
n u d o com placida el esp ectácu lo de n u e stro d o lo r. P ero no; alejaos d e m í, p en sa­
m ien to s odiosos; mi am ante v en d rá. Y a lo he e x p e rim e n ta d o mil veces: en cuanto
lo v eo , m i alm a agitada se calma. O lv id o a m e n u d o m otivos dem asiado ju sto s de
q u eja; só lo ju n to a él p u e d o ser feliz... N o o b sta n te , si m e traicionara, si en el
m o m e n to en q u e m i am o r le excusa co n su m ara en los brazos d e o tra el crim en de
la infidelidad: ¡que to d a la n atu raleza se arm e p ara m i venganza! ¡Q ue m uera!...
P ero, ¿qué digo? E lem entos, haced oídos sordos a mis gritos; tierra, no abras tus
abism os p ro fu n d o s; d e ja q u e este m o n stru o an d e el tiem p o p re sc rito p o r encim a de
tu brillan te superficie. Q u e siga c o m e tie n d o crím en es; q u e siga hacien d o c o rre r las
lágrim as d e las am an tes d em asiad o crédulas. Y sí el cielo las v enga y lo castiga, q u e
esto suceda, al m en o s, p o r e l m e g o de o tra in fo rtu n ad a.»
(ó) N o se p u e d e n eg ar esta p ro p o sició n sin ad m itir las ideas innatas.
(7) Tantum series junturaque pollet. (Tal es la fuerza de una concatenación y un
en cad en am ien to . N . T.)
(8) H ay q u e re co rd ar sie m p re, com o lo he dicho en m i seg u n d o D isc u rso , qu e
las ideas no son en sí m ism as ni altas, ni grandes, ni p equeñas; q u e, a m en u d o , el
d escu b rim ien to d e una id ea qu e decim os p e q u e ñ a no exige m en o s esp íritu q u e el
d e sc u b rim ie n to d e una g ran d e; q u e h ace falta, a veces, el m ism o esp íritu p a ra cap ­
tar fin am en te el rid ícu lo d e un h o m b re , q u e p ara p e rc ib ir el vicio de un g o b iern o ;
y q u e si dam o s p re fe re n te m e n te el n o m b re d e g ran d es a los hallazgos del seg u n d o

432
g é n e ro , es p o rq u e só lo d esig n am o s c o n los e p íte to s d e altas, grandes y pequeñas a
aquellas ideas q u e son m ás o m en o s g e n e ra lm e n te in teresan tes.
(9) Los h o te n to n e s n o q u ie re n ni razo n ar ni pensar: Pensar, dice, es el azote de
la vida. ¡C uántos h o te n to te s hay e n tre nosotros!
E stos p u e b lo s están e n te ra m e n te en tre g a d o s a la pereza: p a ra evitar to d a clase
d e cu id ad o s, d e o cu p acio n es, se privan d e to d o lo q u e p u e d e n p rescin d ir. Los
caribes tien en el m ism o h o rro r p o r p e n sa r y p o r trab ajar; se d ejarían m o rir de
h a m b re an tes q u e h acer el cazabe o p o n e r la o lla a h erv ir. Sus m u je re s lo hacen
to d o : ello s só lo trab ajan , d ía sí, d ía n o, d o s horas la tierra, pasan el re sto del
tiem p o so ñ an d o te n d id o s en su s ham acas. ¿ Q u ie re alguien c o m p rarles su lecho? Se
lo v e n d e n p o r la m añ an a a b u en precio ; no se p re o c u p a n e n p e n s a r q u e van a
n ecesitarlo p o r la noche.
(10) C o m p aran d o la m archa le n ta del espíritu h um ano con el estado d e perfec­
ció n e n q u e hoy se e n c u e n tra n las artes y las ciencias p o d ríam o s tal vez hacer un
cálculo d e la an tig ü ed ad del m u n d o . P o d ría m o s, d e s d e este p u n to de vista, estab le­
cer un n u ev o sistem a d e c ro n o lo g ía p o r lo m en o s tan ing en io so com o los q u e se
han d ad o hasta el p re se n te . P ero la ejecu ció n d e este plan exigiría m ucha ag u d eza y
sagacidad d e esp íritu p o r p a rte d e l q u e se aplicara a esta tarea.
(11) El te d io no es, p o r lo g en eral, m uy inventivo: n o tie n e un re so rte
b astan te p o d e ro so p ara h acern o s a d q u irir g ran d es talen to s. El te d io no p ro d u ce ni
u n L icurgo, ni u n P eló p id as, ni un H o m e ro , ni un A rq u ím ed es, ni un M ilton;
a u n q u e p o d em o s -asegurar q u e n o es p o r culpa d e los q u e se a b u rre n p o r lo que
an d am o s escasos d e g ra n d e s h o m b re s. N o o b sta n te , e s te re so rte p u e d e o b ra r a
m e n u d o gran d es efecto s. B asta a veces con arm ar a los prín cip es, e n tre n a rlo s e n los
co m b ates y, cu an d o el é x ito favorece sus p rim e ro s in te n to s, p u e d e co n v ertirlo s en
co n q u istad o res. La g u e rra p u e d e d e v e n ir un a o cu p ació n q u e co n el h ábito se
co n v ierte e n necesaria. C arlo s X II, el único de los h é ro e s q u e fue sie m p re insensi­
b le a los placeres d el a m o r y d e la m esa, estu v o en p arte d e te rm in a d o p o r este
m otivo. P ero si el te d io p u e d e crear h é ro e s d e esta especie, no podrá en cam bio
cre a r n u nca a un C é sar o a un C rom w ell: era n ecesaria u n a gran pasión para
fo rzarles a hacer los esfu e rz o s d e esp íritu y d e ta le n to necesarios p ara fra n q u e a r la
distan cia q u e los se p ara b a d el tro n o .
(12) La cred u lid ad d e lo s h o m b re s es, en p arte, efecto d e su pereza. C reem o s
p o r háb ito en una cosa ab surda; so sp ech am o s de su falsedad; p e ro , p ara c e rcio rar­
n os p len am en te d e ello , se ría necesario so m e te rn o s a la fatiga de la reflexión;
q u e re m o s a h o rrá rn o sla y p re fe rim o s c re e r a reflexionar. En esta disposición de
án im o , las p ru eb as c o n v in cen tes d e la falsedad d e una o p in ió n nos p arecen sie m p re
insuficientes. En cam bio, n o existen razo n am ien to s o c u e n to s ridículos a los q u e no
d em o s fe. Voy a citar un e je m p lo sacado de un relato so b re el T o n q u ín d e l ro m an o
M arini. «Se quiso, c u e n ta este a u to r, d a r u n a relig ió n a los to n q u in ese s; se eligió la
d e l filósofo Ram a, llam ad o T hic-ca en el T o n q u ín . H e aquí el o rig en rid ícu lo q u e
le dan y en el q u e creen .
« U n día, la m ad re d e l d io s T hic-ca vio en su e ñ o s un elefan te blanco q u e se
e n g e n d ra b a m isterio sam en te e n su b o ca y le salía p o r el co stad o izq u ierd o . T e rm i­
n ad o e l su eñ o , éste se h ace realidad; p are a T hic-ca. En cu a n to ve la luz d e l día
hace m o rir a su m ad re; d a sie te pasos m ientras señala con un d e d o el cielo y con
o tro la tierra; se jacta d e se r e l ú n ico santo tanto en el cielo co m o en la tierra. A
los d iecisie te años se casa co n tre s m u je re s; a los d iecin u ev e las ab an d o n a, lo
m ism o q u e a su hijo , y se re tira a u n a m o n ta ñ a en d o n d e dos d e m o n io s llam ados
A-la-la y Ca-la-la, le hacen d e m aestro s. Se p re se n ta a co n tin u ació n al p u eb lo , qu e
le recib e, no co m o a u n d o c to r, sino e n calidad d e pag o d a o de ídolo. T ie n e
o c h e n ta m il discípulos, d e e n tre lo s cuales escoge a q u in ie n to s, n ú m e ro q u e luego
re d u c e a cien y m ás tard e a diez, los cuales so n llam ados los d iez grandes. E sto es
lo q u e Ies ha co n tad o a los to n q u in e se s y lo que ellos creen, a pesar de q u e una
trad ició n se cre ta Ies a d v ie n e d e q u e estos diez g ran d es eran los am igos y los
c o n fid en tes del dios, los ún icos a los que éste no en g añ ó nunca, el cual, d esp u és de
h ab er p red icad o su d o c trin a d u ra n te c u a re n ta y n ueve años, sin tie n d o su fin
p ró x im o , re u n ió a to d o s lo s d iscíp u lo s y les dijo: “ H a s ta hoy os he en g añ ad o ; sólo

433
os h e co n tad o fábulas. La sola verdad q u e yo p u e d a en señ aro s es la d e q u e to d o ha
salido d e la nada, y q u e to d o d e b e v olver a ella. Sin em b arg o , os aco n sejo
g u ard arm e el se cre to y so m e te ro s e x te rio rm e n te a m i religión: es el único m ed io
d e m a n te n e r a los p u e b lo s b a jo v u e stra d e p e n d e n c ia ”. E sta co n fesió n de T hic-ca en
su lecho d e m u e rte es b astan te bien conocida p o r e l T o n q u ín y, sin em bargo,
el culto d e este im p o sto r subsiste p o rq u e a la g en te le gusta creer en lo q u e tien e el
háb ito d e creer. A lgunas sutilezas escolásticas, a las q u e la p ereza co n tin ú a d an d o
fu erza p ro b ato ria, han b astado a los discípulos d e T hic-ca p ara lanzar algunas nubes
so b re esta co n fesió n y hacer q u e los to n q u in ese s co n tin ú en con sus creencias. Estos
m ism os discípulos han escrito cinco m il v o lú m en es so b re la vida y la d o c trin a de
este Thic-ca. M a n tie n en que ha h echo m ilagros; q u e in m ed iatam en te d esp u és tom ó
sucesivam ente o ch e n ta m il form as d iferen tes, y q u e su últim a transm igración la
hizo com o u n elefan te blanco; y é s te es el o rigen del re sp e to q u e se tie n e e n la
In d ia p o r este anim al. D e to d o s los títu lo s, el d e rey d e l elefan te blanco es el más
estim ad o p o r los rey es. El rey d e l Siam lleva el n o m b re d e rey del elefan te blanco.
Los discípulos d e T hic-ca añaden q u e existen seis m u n d o s; q u e m o rim o s en este
m u n d o sólo p ara re n a c e r en o tro ; q u e el ju sto va p asan d o de u n o a o tro m u n d o y
q u e d espués d e este re c o rrid o , el círculo se cierra y vuelve a re n a c e r en este
m u n d o , d e d o n d e sale p o r sé p tim a vez, m uy p u ro y p erfe cto ; y q u e , llegado
en to n ces al p e río d o ú ltim o d e la inm utabilidad, se halla en p osesión de la cualidad
d e p ag o d a o d e ídolo. A d m iten la existencia d e un paraíso y de un infierno, del
cual p u e d e n librarse, com o en la m ayoría de las falsas religiones, re sp e ta n d o a los
b onzos, h acién d o les caridad y co n stru y en d o m o nasterios. C u e n ta n , a p ro p ó sito del
d em o n io , q u e éste tuvo un d ía u n a d isp u ta co n e l íd o lo d el T o n q u ín acerca d e cuál
d e los dos sería el d u e ñ o d e la tierra. El d e m o n io a c o rd ó co n el íd o lo q u e to d o lo
q u e é s te m etiera d e b a jo de su vestido le p erten ecería. El ídolo h izo confeccionar
u n v estid o tan g ran d e q u e con él cubrió to d a la tierra, d e fo rm a q u e el d em o n io se
vio obligado a retirarse al m ar, d e d o n d e alguna vez vuelve, p ero h u y e en cu an to
ve la im agen d el ídolo.
N o sabem os si esto s p u e b lo s tu v iero n en algún m o m en to alguna noción confusa
d e n u e stra religión; p e ro uno de los p rim e ro s artículos de la religión d e T hic-ca es
q u e hay un ídolo que salva a los h o m b res, o frec ié n d o se en rep aració n po r sus
p ecad o s y q u e p ara m e jo r co m p artir las m iserias d e los h o m b res había to m ad o su
naturaleza.
Según el relato d e K o lb e, e n tre los h o te n to te s los hay qu e tie n e n la m ism a
d o ctrin a y creen q u e su D io s se hace visible a su nación to m an d o la form a del más
b ello d e ellos. P ero la m ayoría de los h o te n to te s califican este d o g m a d e visión y
co n sid eran q u e m etam o rfo sear a D io s e n h o m b re es obligarle a re p re se n ta r un
papel in digno d e su m ajestad. P o r o tra p a rte , no le rin d e n ningún culto: dicen que
D io s es b u en o y no se p re o c u p a p o r n u estro s ruegos.
(13) Si con la p alab ra rojo c o m p re n d e m o s to d a la gam a d e este color, q u e va
del escarlata al c o lo r carne, im aginem os d o s h o m b res, d e los cuales uno sólo ha
visto el escarlata y el o tr o el color carne; el p rim e ro dirá, con razón, q u e el ro jo es
un co lo r vivo, m ien tra s q u e e l o tr o dirá q u e es un co lo r delicado. P o r el m ism o
m o tiv o , dos h o m b res p u e d e n , sin e n te n d e rse , p ro n u n c ia r la palabra querer, ya q u e
p o seem o s sólo esta p alab ra p a ra e x p resa r d e sd e el m ás d éb il g rad o de v o luntad
hasta esta v o lu n tad eficaz q u e triu n fa c o n tra to d o s los obstáculos. Pasa lo m ism o
con la p alab ra pasión y la p alab ra espíritu: su significado cam bia según q u ie n la
p ro n u n cia. U n h o m b re q u e es co n sid erad o com o m e d io c re en un círculo social
co m p u esto p o r g en tes d e p o co espíritu, es seg u ram en te un to n to , lo q u e no
sucede, en cam bio, con un h o m b re q u e pasa p o r m e d io c re e n tre g e n te s d e p rim e r
o rd en ; la elección d e su círcu lo p ru e b a su su p e rio rid ad so b re los h o m b re s o rd in a ­
rios. U n retó rico m ed io cre sería e l p rim e ro en cualq u ier o tra categoría.
(14) E ste m ism o C a tó n , e n su re tiro d e U tica, c o n testó a los q u e le ap rem ia­
ban p ara q u e co n su ltara al orácu lo d e J ú p ite r H am ó n : « D ejem o s los o ráculos a las
m u je re s, a los co b ard es y a los ignorantes. El h o m b re valiente, in d e p e n d ie n te de
los dioses, sabe vivir y m o rir p o r sí m ism o: se p re se n ta an te su d e stin o , ta n to si le
co n o ce com o si lo ignora».

434
C ésar, rap tad o p o r u n o s p iratas, co n serv a su audacia y los am enaza con la
m u e rte a la q u e los c o n d e n a p o r su ab o rd aje.
(15) La pasió n d e l d e b e r tam b ién an im a a la m a d re d e A b d AllahJ* cu an d o su
h ijo , ab an d o n ad o p o r sus am igos, asediado en un castillo y a p re m ia d o p a ra q u e
acep tara u n a capitu lació n h o n ro sa q u e le o frecían los sirios, le pidió c o n sejo so b re
q u é p a rtid o d eb ía to m ar. R ecib ió esta resp u esta: « H ijo m ío , cu an d o to m a ste las
arm as c o n tra la din astía d e lo s O m ey as ¿creías h a b e r to m a d o el p a rtid o d e la
ju sticia y d e la v irtu d ? ... Sí, le c o n te s tó ... E n to n c es, le rep licó , ¿q u é tie n e s q u e
d e lib erar? , ¿no sabes tú q u e e l q u e se rin d e al m ie d o es u n c o b a rd e ? , ¿q u ieres q u e
los O m ey as te d esp rec ie n y q u e se diga d e ti q u e te n ie n d o q u e esco g er e n tre la
v id a y tu d e b e r p re fe riste la vida?»
E sta m ism a pasió n p o r la glo ria, en u n o s m o m e n to s en q u e el e jé rc ito ro m an o ,
m al v estid o y a te rid o d e frío , está a p u n to d e d e sb a n d a rse , lleva e n ayuda de
S ep tim io S ev ero al filó so fo A n tío c o **, el cual se d e s n u d a an te el e jé rc ito y se tira
so b re u n m o n tó n d e n iev e, con cu y a acción lo g ra volver a su d e b e r a las tro p as
d esm oralizadas.
U n día en q u e se q u e ría c o n v en ce r a T rasea d e q u e o b e d e c ie ra a N e r ó n , aquél
d ijo : «¡C óm o!, ¿para p ro lo n g a r m i vida algunos días d e b e ría re b a ja rm e h asta este
p u n to ? N o . La m u e rte es una d eu d a: q u ie ro p agarla com o h o m b re lib re y n o cóm o
esclavo».
En una ocasión en la q u e, e n c o le riz a d o , V esp asian o am enazó a H e lv id io con la
m u e rte , recib ió esta resp u esta: «¿O s he d icho acaso q u e fu e ra inm o rtal? C u m plid
v u e stro oficio d e tiran o m atán d o m e; yo cu m p liré el d e ciu d ad an o re c ib ie n d o la
m u e rte sin tem b lar.»
(16) D e m ó c rito h ab ía nacido rico; p e ro no p o r ello crey ó q u e te n ía el d erech o
d e d e sp re c ia r el e sp íritu y vivir e n u n a h o n o ra b le estu p id ez.
(17) M isón, h ijo d el tira n o d e C h e n e s, re n u n c ió tam b ién al c e tro d e su padre;
y, lib re d e to d a carga, se re tiró a lugares escarpados y solitarios d o n d e , sin hablar
n unca con nadie, se n u tría d e reflex io n es pro fu n d as.
(18) D ig o lo m ism o d e G u sta v o . C u a n d o , a la cabeza d e su e jé rc ito y d e su
artillería, ap ro v ech an d o q u e el frío invernal h ab ía c o n so lid a d o la su p e rficie de las
aguas, este héro e atraviesa m ares helados para bajar hasta S eeland ***, tan to él com o
sus oficiales sabían q u e les h u b ie ra n p o d id o fácilm en te o fre c e r resisten cia a su
descen so ; p ero él sabía m e jo r q u e ellos q u e un a p ru d e n te te m e rid a d c o n fu n d e casi
sie m p re la prev isió n d e la g e n te c o rrie n te , q u e la audacia d e las hazañas es a
m e n u d o g aran tía d e su é x ito , y q u e hay casos en los q u e la su p re m a p ru d e n c ia es la
su p re m a audacia.
(19) Sin e m b a rg o , son aq u éllo s los ú n ico s q u e hacen avanzar al e sp íritu h u ­
m ano. C u an d o n o se tra ta d e m ateria d e g o b ie rn o , en la q u e las m e n o re s equivoca­
cio n es p u e d e n in fluir so b re la felicidad o la desg racia de los p u eb lo s, sino q u e se
trata d e las ciencias, in clu so los e rro re s d e las g e n te s de g en io m e re c e n las
alabanzas y el ag rad ecim ien to g en eral; p u e s to q u e en m ateria de ciencia es necesa­
rio q u e una infinidad d e g e n te se e q u iv o q u e p ara q u e o tro s acierten . P o d em o s
aplicarles este v erso d e M arcial:
S i nom errasset, fecerat Ule m im a ****
(20) M uchas veces, u n 'p e q u e ñ o b ien p re se n te basta p ara ex altar a una nación,

* La din astía O m e y a g o b ie rn a e n los siglos v il y v m . A b d A llah (7 7 2 -7 6 4 )


fu e tío d el p rim e r califa abasí abu-l-A bbas. F u e g o b e rn a d o r d e S iria y
p re te n d ió su c ed er a su so b rin o sin éxito. A n tes luchó c o n tra los O m eyas,
v en c ie n d o a M arw an II en Z a b , h acien d o m atar a o c h e n ta de esta dinastía.
** A n tío co fue un filó so fo g rieg o d e l siglo I a. d e c. P asó p o r e l esc e p ti­
cism o y lu e g o p o r e l eclecticism o d e la A cad em ia N u ev a. E n se ñ ó e n A ten as y
Rom a. F u e m aestro d e L úculo y C icerón. N . T.
*** La m ay o r isla d an esa, S jaelland, d o n d e está C o p e n h ag u e. N . T.
**** Si no se h u b iese eq u iv o cad o , ap en as h u b iese p ro g re s a d o N . T.

435
la cual, en su ceg u era, trata de en em ig o del E stado al g e n io elev ad o q u e en este
p e q u e ñ o bien p re se n te d escu b re g ran d es m ales futuros. A plicándole el o m in o so
e p íte to d e agorero creen q u e la v irtud castiga el vicio, cu an d o lo q u e pasa casi
siem p re es q u e la e stu p id e z se b u rla de la inteligencia.
(21) Calígula hizo llenar d e b a rro las ropas de V espasiano p o r no h ab erse
cu idado d e hacer lim p iar b ien las calles.
(22) Es lo q u e h a h ech o m e re c e d o r a C rom w ell d el sig u ien te epitafio:
A quí yace el destructor de un poder legítimo,
Hasta su último día el cielo le favoreció.
Sus virtudes le hacían merecedor de algo mejor
que de un cetro adquirido con un crimen.
¿Por qué destino, por qué extraña ley,
ha de ser el usurpador el que dé.
a los nacidos para llevar corona,
el ejemplo de las virtudes que debería tener un rey?
(23) A p ro p ó sito d e e sto , algunos filósofos han e x p u e sto la p a ra d o ja de q u e
los esclavos, o b ligados a los m ás d u ro s trabajos co rp o rales, tal vez gozaban en el
rep o so d el esp íritu d e u n a com pensación a sus p enalidades, y q u e esta tranquilidad
del esp íritu co n v ertía a m e n u d o la condición d el esclavo en igual en cuanto a
felicidad a la d e su d u eñ o .
(24) Es la falta d e p asio n es lo q u e ocasiona la testa ru d e z q u e se re p ro c h a a las
g en tes obtusas. Su p o ca in teligencia p ru eb a q u e no han te n id o nunca el d eseo de
in stru irse, o q u e, cu an d o m en o s, e s te d e se o ha sido sie m p re m uy débil y m uy
su b o rd in ad o a la afición p o r la pereza. A h o ra bien, el q u e no d e se a in stru irse no
tien e nu n ca m otiv o s suficientes p ara cam biar de opinión: p ara a h o rra rse la fatiga de
la reflexión, ha d e c errar sie m p re los oídos a las re p re sen tacio n es de la razón; y la
testa ru d ez es en este caso efecto necesario de la pereza.
(25) En la ciudad de B antam , los h ab itan tes ofrecen las prim icias d e sus fru to s
al esp íritu m aligno y nada al gran D io s, el cual, dicen, es b u e n o y no necesita d e
estas o fren d as (ver V in cen t le Blanc).
Los h ab itan tes d e M adagascar creen q u e e l diablo es m ucho m ás m alo q u e Dios.
A n tes d e co m er hacen u n a o fre n d a a D ios y o tra al d e m o n io . E m piezan p o r el
diab lo , echan un tro zo al lado d ere c h o y dicen: «E sto es p ara ti, s e ñ o r diablo».
Echan a co n tin u ació n un tro zo al lado izq u ierd o y dicen: «E sto es p ara ti, señor
D io s» . N o le o frec en n in g u n a oración. (Recueil des Lettres édijiantes.)
(26) P ara in te n ta r p ro b ar q u e no son los placeres físicos los q u e nos llevan a la
am bición, tal vez se nos d irá q u e es c o m ú n m e n te el d e se o vago de felicidad el q u e
nos ab re su cam ino. P ero, contestaré: ¿en qué consiste este deseo vago de felicidad?
Es un d eseo q u e no se d irig e a ningún o b je to d eterm in ad o : e n to n c e s m e p re g u n to
si el h o m b re q u e, sin am ar a n in g u n a m u je r en particular, le g ustan todas las
m u jeres en g en eral, no está anim ado p o r el d eseo de los p laceres físicos. C uantas
veces q u eram o s m o lestarn o s en d e sc o m p o n e r el se n tim ien to im p reciso del am or a
la felicidad, e n c o n tra re m o s sie m p re el placer físico en el fo n d o d el crisol. Pasa lo
m ism o con el am bicioso y con el avaro, quienes no desearían ávidam ente el d in e ro si
no p u d ieran cam biarlo p o r placeres o p o r el m ied o d e librarse d e los d o lo res físicos.
N o tendrían p o r q u é desear d in ero en una ciudad com o en L acedem onia, d o n d e el
d in ero n o estuviera en curso.
(27) «El rep o so , dice T ácito , es p ara los germ an o s u n a situación de violencia:
suspiran sin cesar p o r la g u erra , d o n d e se hacen un n o m b re en p o co tiem p o y
p re fie re n co m b atir q u e labrar.»
(28) La ex p erien cia d e m u e s tra que, p o r lo g en eral, los caracteres inclinados a
p rivarse d e cierto s placeres y ad o p tar las m áxim as y las prácticas austeras de una
cierta d ev o ció n , son g en eralm en te u n o s caracteres infelices. Es la única explicación
d e p o r q u é tan to s sectarios han p o d id o aliar con la santidad y la d u lzu ra de los
prin cip io s d e la religión tan ta m aldad y tan ta intolerancia; in to leran cia p ro b a d a p o r
tantas m o rtan d ad es. Si la ju v e n tu d , cu an d o u n o n o se o p o n e a sus p asiones, es
n o rm alm e n te más h u m an a y m ás g en ero sa q u e la vejez, es p o rq u e las desgracias y

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lo s ach aq u es n o la han e n d u re c id o todavía. El h o m b re d e carácter feliz es alegre y
b u e n o ; es el ú n ico q u e dice:
Que todo el mundo se alegre aquí con mí alegría.
P ero el h o m b re d esg raciad o e s m alo. C é sar decía hablando d e Casio: « D esco n ­
fío d e las g e n te s d em acrad as y delgadas; no así d e los A n to n io s, esas g en tes
o cupadas ú n icam en te en su placer; sus m anos reco g en flores y no afilan puñales».
E sta observación d e C é sar es m uy bella y d e una aplicación m ás g en eral de lo que
se cree.
(29) La am bición es en ellos, yo diría, m ás b ien una con v en ien cia de estado
q u e una pasión fu erte a la qu e irritan los obstáculos y q u e triunfa sobre todo.
(30) N o es q u e no existan o tro s m otivos q u e p u ed an e n c e n d e r en n o so tro s el
fu eg o d e la am bición. En los países p o b re s, el d eseo d e su b v en ir a sus necesidades
basta, co m o h e d ich o m ás arrib a, p ara cre a r am biciosos. En los países d esp ó tic o s, el
m ied o del suplicio q u e n o s p u e d e hacer sufrir el capricho d e un d é sp o ta p u e d e
tam b ién fo rm ar am biciosos. P ero en los países civilizados, el d eseo vago de felici­
d ad , d e se o q u e se re d u c e sie m p re, com o ya h em o s d e m o s tra d o , a los placeres de
los se n tid o s, es el q u e m ás c o m ú n m e n te inspira el am o r d e las grandezas. A hora
bien, e n tre estos p laceres, tengo sin d u d a el d e re c h o d e esco g er el de las m u jeres
com o el m ás vivo y p o d e ro so d e to dos. U n a p ru e b a de q u e son los placeres d e esta
esp ecie los q u e nos im p u lsan , es q u e la é p o c a en q u e so m o s susceptibles de
ad q u irir grandes talentos y en qu e som os capaces de tom ar estas resoluciones deses­
peradas q u e so n a veces necesarias para escalar a los prim eros puestos, es la de la
p rim era ju v en tu d , es decir, aquella edad e n la q u e las necesidades tísicas se hacen
sen tir con m ayor intensidad. P ero se nos dirá, ¡cuántos ancianos hay q u e pasan a
o cu p ar con placer los g ran d es cargos! Sí, los aceptan, incluso los desean; p ero este
d eseo no m erece el n o m b re de pasión, p u esto q u e ya no son capaces de estas em p re ­
sas atrevidas y d e esto s prodigiosos esfuerzos del espíritu q u e caracterizan a la pasión.
El viejo p u ed e avanzar p o r hábito e n e l cam ino q u e se ha abierto en su juventud;
p e ro n o se abrirá ninguno nuevo.
(31) Los h o m b res están aco stu m b rad o s, p o r los p rin cip io s d e la b u en a ed u ca­
ció n , a c o n tu n d ir la id ea d e felicidad con la idea d e estim a. P ero , b ajo el nombre-
d e estim a, en realidad só lo desean las ventajas q u e ésta procura.
(32) Se hace p o co p o r m e re c e r la estim a en los países d o n d e esto es estéril;
p e ro allí d o n d e la estim a p ro c u ra g ran d es beneficios, to d o s c o rre n com o L eónidas a
d e fe n d e r con trescien to s esp a rta n o s el paso d e las T erm o p ilas.
(33) N o s hem o s cansado d e r e p e tir hasta la saciedad una vez tras o tra q u e no
h em o s d e co n sid erar am igos a aq u ello s q u e m ovidos p o r una am istad in te re sa d a sólo
nos am an por n u estro d in e ro . E sta clase de am istad no es cie rta m e n te m uy halaga­
d o ra, p e r o no d e ja p o r e llo d e se r u n a am istad real. Los h o m b res am an, p o r e je m p lo ,
en un in sp ecto r g en eral el p o d e r q u e tie n e d e obligar. En la m ayoría d e los h o m ­
b res, el am o r p o r la p e rso n a se id en tifica con el am o r p o r e l d in ero . ¿P o r q u é
d eb eríam o s negar el n o m b re d e am istad a esta clase d e sen tim ien to ? N a d ie nos am a
p o r n o so tro s m ism os, sino p o r alg u n a causa; y ésta exige alguna otra. U n h o m b re
está en am o rad o d e una m u je r, ¿d irem o s q u e no la am a p o rq u e am a en ella única­
m e n te la belleza de sus o jo s o el c o lo r d e su tez? P ero se nos dirá, apenas el h o m b re
rico em p o b rece, d e ja d e se r am ado. Sin d u d a es así. P ero si la viruela e s tro p e a el
r o stro d e una m u je r, g e n e ra lm e n te ro m p e re m o s con ella a u n q u e esta ru p tu ra no
significa q u e no la hayam os am ad o m ie n tra s e ra herm osa. Si el am igo q u e g o zab a de
to d a n u e stra co n fian za y cu y a alm a, esp íritu y carácter am ábam os, se vuelve re p e n ti­
n am en te ciego, so rd o y m u d o , la m e n ta re m o s la p é rd id a d e n u e s tro am igo: re sp e ta ­
rem o s su m om ia, p e ro d e h ech o ya no lo am arem os, p o rq u e no es este h o m b re el
q u e habíam os am ado. ¿U n in sp e c to r g e n e ra l ha caído en desgracia? Y a no lo am are­
m os: es lo m ism o q u e el am igo q u e se ha v uelto re p e n tin a m e n te ciego, so rd o y
m u d o . Y , sin em b arg o , no d e ja d e se r verd ad q u e el h o m b re ávido d e d in e ro había
se n tid o m u ch o afecto p o r a q u e l q u e se lo p o d ía p ro c u ra r. C u a lq u iera q u e necesite
d in e ro es un am igo n ato d e l cargo de in sp e cto r g e n eral y d e l q u e lo ocupa. Su
n o m b re p u ed e ser inscrito en e l in v en tario de los m u eb les y u ten silio s q u e p e rte n e ­

437
cen al cargo. Es n u estra vanidad la q u e n o s im p id e aceptar bajo el n o m b re d e am istad
a la am istad in teresad a. E n cu estió n d e am istad he d e o b se rv a r q u e la m ás sólida y
d u ra d e ra es g e n e ra lm e n te la d e las p e rso n a s v irtu o sas; p e ro , a p esar d e to d o , tam bién
los d esalm ad o s son capaces d e am istad. Si, co m o es fo rzo so c o n v e n ir, la am istad no
es m ás q u e un se n tim ien to q u e u n e d o s h o m b re s, s o s te n e r q u e n o es p o sib le la
am istad e n tre los m alvados e s n e g a r un h ech o d e lo s m ás au tén tico s. N o p u e d e
d u d arse d e q u e dos co n sp irad o res p u e d a n , p o r e je m p lo , estar ligados p o r la m ás viva
am istad; Ja ffier am ara al capitán Ja c q u e s-P ie rre ; q u e O ctav io , q u e no e ra cie rta m e n te
un h o m b re v irtu o so , am a ra a M ecenas, e l cual in d u d a b le m e n te e ra u n alm a déb il. La
fu erz a d e la am istad n o se m id e p o r la h o n ra d e z d e los d o s am igos, sin o p o r la fuerza
d e l in te ré s q u e los un e.
(34) U n a vez dad as las circunstancias e n las q u e d o s am igos han d e e n c o n tra rse ,
y co n o cid o s sus caracteres, no hay d u d a d e q u e un h o m b re d e esp íritu , al p re d e c ir
el m o m e n to e n q u e esto s d o s h o m b re s d ejarán d e se r ú til e l u n o al o tro , p o d rá
calcular el m o m e n to ex acto e n q u e se p ro d u c irá la ru p tu ra , igual c o m o el a stró ­
n o m o p re d ic e u n eclipse.
(35) N o hay q u e c o n fu n d ir la am istad co n los lazos d e la co stu m b re , el re sp e to
q u e ten em o s p o r u n a am istad co n fesa d a y, en fin, este feliz p u n d o n o r, útil a la
sociedad, q u e nos hace co n tin u ar viviendo co n aquellos q u e llam am os n u estro s am igos.
Q u e rría m o s ren d irles lo s m ism os servicios q u e les hab íam o s re n d id o cu an d o sentía­
m o s p o r ellos los m ás v ivos se n tim ien to s; p e ro , d e h e c h o , su p re se n c ia ya no nos es
necesaria y d ejam o s d e am arlos.
(36) La am istad n o es, co m o p re te n d ía n algunos, un se n tim ie n to p e rp e tu o d e
te rn u ra , p o rq u e los h o m b re s no hacen nada con co n tin u id ad . E n tre los am igos más
tiern o s ex isten m o m e n to s d e frialdad: la am istad es, p u es, u n a sucesión co n tin u ad a
d e se n tim ien to s, d e te r n u ra y d e frialdad en la q u e los d e frialdad so n m uy raros.
(37) H a y q u e te n e r valor, y se r u n o m ism o capaz d e am istad, p a ra a tre v e rse a
d a r u n a id ea clara d e la m ism a. P o d em o s p o r lo m en o s e s ta r seguros d e q u e subleva­
re m o s e n c o n tra n u e s tra a los h ip ó crita s d e la am istad. S on co m o eso s co b ard es qu e
sie m p re están c o n ta n d o sus hazañas. Q u e eso s q u e se d icen capaces d el se n tim ien to
d e la am istad lean el Tozaris d e L uciano *; q u e se p re g u n te n si so n capaces d e las
acciones q u e la am istad hacía e je c u ta r a los escitas y a los griegos. Q u e se in te rro ­
g u e n d e b u e n a fe y co n fesarán q u e en n u e stro s tiem p o s no se tie n e ni la id e a d e esta
esp ecie d e am istad. A sim ism o, e n tre los escitas y los g rieg o s, la am istad era colocada
e n el ran g o d e las v irtu d e s. U n escita no p o d ía te n e r m ás q u e dos am igos; p e ro para
ay u d arlo s estab a o b lig ad o a in te n ta rlo to d o . B a jo el n o m b re d e am istad se incluía
tam b ién el a m o r a la estim a q u e los im pulsaba. La sola am istad no h u b ie ra te n id o
ta n to valor.
(38) Brave significa e n to n c e s hombre honrado; com o vestigio d e este antiguo
significado se d ice aú n h o y un brave homme p a ra ex p resa r un h o m b re leal y h o n rad o .
En castellan o , esta derivación d e significados no está tan clara. N . T.
(39) E n n u e s tro siglo, la am istad n o exige casi n in g u n a cualidad. U n a infinidad
d e p erso n as se d ic e n s e r am igos p a ra se r alguna cosa e n este m u n d o . A lgunos se
encargan su p erficialm en te d e lo s asu n to s d e los d em ás para h u ir d e l ted io d e no
te n e r nada q u e hacer; o tro s hacen favores, p e ro se los hacen pagar a sus agradecidos
co n e l p re c io d e l a b u rrim ien to y d e la p é rd id a d e su lib erta d ; y o tro s, p o r fin, se
cre e n m uy dig n o s d e am istad, p o rq u e ellos serán seguros g u ard ian es d e un d ep ó sito
y p o rq u e tie n e n la v irtu d d e la caja fu erte.
(40) P u es d ice e l p ro v e rb io , «hay q u e p re su m ir d e m u ch o s am igos y confiar en
pocos».
(41) T o d o s re p ite n , con A ristó teles, q u e n o existen am igos; p e r o cada u n o en
p articu lar afirm a q u e é l es un b u e n am igo. P ara so s te n e r d o s p ro p o sic io n e s tan
co n trad icto rias, es n ecesario q u e e n cu estió n d e am istad haya o n o hip ó critas o
g e n te s q u e se d esco n o cen a sí m ism as.

* L uciano d e Sam asata (1 2 5 -1 9 2 ) fu e un fé rtil escrito r. T azari , La Panto­


mima, Anarcosis, son o b ras filosóficas suyas. N . T.

438
E sto s ú ltim o s, co m o y a he d ic h o , se sublevarán c o n tra algunas p ro p o sicio n es de
este cap ítu lo . E sgrim irán su p ro te s ta e n c o n tra m ía, p e ro d esg rac ia d am en te, la
ex p erien cia estará d e m i p arte.
(42) La m e n o r eq u iv o cación q u e co m e ta es un p re te x to su ficien te p ara re tira rle
cu alq u ier ayuda: se p re te n d e que los desgraciados sean p erfe cto s.
(43) E xisten p o co s h o m b re s en este caso, y este p o d e r d e bastarse a sí m ism o,
q u e se dice es un a trib u to d e la divinidad — p o r lo q u e hem o s de re sp e ta rlo en ella—
es co n sid erad o u n vicio c u a n d o lo en co n tram o s e n un h o m b re. Es así com o se critica
b ajo u n n o m b re lo q u e se ad m ira b a jo o tro . ¡C uántas veces no se le ha re p ro c h a d o a
F o n ten elle, tild án d o lo d e falto d e sensibilidad, el p o d e r q u e te n ía de bastarse a sí
m ism o, es decir, de se r u no de lo s h o m b res m ás sabios y felices!
Si los p o d ero so s d e M adagascar hacen la g u e rra a to d o s sus vecinos que tienen
m ás reb a ñ o s q u e ellos, si re p ite n c o n tin u a m e n te estas palabras: «Los q u e son m ás
rico s y felices q u e n o so tro s son n u e s tro s en em ig o s» , p o d e m o s aseg u rar q u e , si­
g u ie n d o su eje m p lo , la m ay o r p a rte d e lo s h o m b res hacen la g u e rra al sabio. O dian
e n él esta m o d eració n d e l cará c te r q u e , lim ita n d o sus d eseo s a lo q u e p o se e, lo hace
in d e p e n d ie n te d e ellos, d e cuya c o n d u c ta esta m o d eració n co n stitu y e u n a crítica.
M iran esta in d e p e n d e n c ia com o el g erm en de to d o s los vicios, p o rq u e e n tie n d e n q u e
en ellos se secaría la fu en te d e la hum anidad al m ism o tiem p o q u e la d e las necesida­
d es recíprocas.
Sin em b arg o , esto s sab ios h an d e se r m uy ap reciad o s p o r la sociedad. Si su
ex tre m a d a sab id u ría los hace algunas veces in d ife re n te s a la am istad d e los particula­
res, les hace tam b ién , com o lo p ru e b a el e je m p lo del abate de S ain t-P ierre y de
F o n ten elle, d ifu n d ir p o r la h um anidad los sen tim ien to s de am o r q u e las vivas pasio­
nes nos obligan a c o n c e n tra r en un so lo individuo. Al c o n tra rio d e estos h o m b res
q u e sólo son b u en o s p o rq u e son in g e n u o s y cuya bo n d ad d ism in u y e a m ed id a q u e su
esp íritu se va ilu stran d o , el sabio, e n cam bio, es el ú n ico q u e p u e d e ser c o n sta n te ­
m e n te b u en o , p o rq u e es el único q u e co n o ce a los h o m b res. Su m aldad no le irrita;
sólo ve en ellos, com o D e m ó c rito , a unos locos o a unos niños c o n tra los q u e sería
rid ícu lo en fad arse, y q u e son m ás dignos d e com pasión que d e cólera. Los co n sid era
co n los m ism os o jo s con los q u e un m ecánico m ira funcionar u n a m áquina. Sin
in su ltar a la hu m an id ad , se la m e n ta d e q u e la naturaleza haga d e p e n d e r la con serv a­
ción d e u n ser d e la d estru cció n d e o tro ; de esa naturaleza q u e o rd e n a al azor, e n su
b usca d e alim en to , a lanzarse c o n tra la palom a, a la p alo m a a d e v o rar el insecto,
h acien d o d e cada se r un asesino.
Si las leyes son los ú n ico s ju e c e s im p ertu rb ab les, el sabio, en este asp ecto , es
co m p arab le a las leyes. Su in d ife ren cia es siem pre justa y sie m p re im parcial; ha de
se r co n sid erad a co m o una d e las m ás g ran d es virtudes d e un h o m b re q u e ocu p a un
alto cargo, p o rq u e u n a ex cesiva necesidad d e am igos inclina sie m p re a c o m e te r
alg u n a injusticia.
Sólo el sabio p u e d e , adem ás, se r g e n e ro so , p o rq u e es in d e p e n d ie n te . Los que
están ligados p o r lazos d e u tilidad re c íp ro c a no p u e d e n ser liberales unos con otros.
La am istad só lo hace in tercam b io s; la ind ep en d en cia, donativos.
(44) Si am áram o s a n u e stro am igo p o r sí m ism o, sólo ten d ríam o s e n c u e n ta su
b ien estar y n o le re p ro c h a ría m o s el tiem p o q u e lleva sin v ern o s o escrib irn o s; pa­
rece, d iríam o s q u e tie n e cosas m ás agradables en qu e o cu p arse ; y nos sen tiríam o s
c o n te n to s p o r su felicidad.
(45) jQ u é g ran p elig ro no co rrió D avid cuando, p a ra co n seg u ir a M ichol, se
c o m p ro m e tió a co rtar y llevar a S aúl los prep u cio s de do sc ien to s filisteos!
(46) Las m u je re s, e n tre los g e lo n e s #, estaban obligadas p o r la ley a realizar
to d o s los trab ajo s p esad o s, com o c o n s tru ir casas, cultivar la tierra, p e ro e n desagra­
vio a sus p en alid ad es, esta m ism a ley les co n ced ía el ag radable privilegio d e p o d e r
acostarse con cu alq u ier g u e rre ro q u e les gustara. Las m u je re s ten ían en m ucho
ap recio esta ley. (V éase Bardezanes. citado p o r E usebio en su Preparación evangélica.)

* Los g elo n es eran un p u e b lo d e Escitia estab lecid o e n tre el D o n y el


Volga. N . T.

439
Los floridianos tie n e n la r e c e ta d e un b reb aje m uy fu e rte y agradable q u e sólo
d an a b e b e r a los g u e rre ro s q u e se h an d estacado p o r hazañas de un g ran valor.
(Recueil des Lettres édifiantes.)
(47) En la escu ela V e d a n ta , lo s b rah m an es de esta secta enseñan q u e hay dos
principios: u n o positiv o , e l yo; o tro n egativo, al q u e llam an maya, es decir, del yo, es
decir, errar. La sab id u ría consiste e n lib rarse del maya p ersu ad ién d o se, con una
aplicación co n stan te, q u e se e s e l ser único, eterno, infinito. La llave de la liberación
resid e en estas palabras: Yo soy el ser supremo.
(48) Secundara id c/r/od amplias nos delectat operemur necesse est, dice San A gustín.
(Es necesario q u e actu em o s se g ú n a q u e llo q u e nos d eleita m ayorm ente. N . T.)
(49) En el h arem , e l g ran se ñ o r h ace g u ard ar a sus m u jeres, no p o r las v irtu d es
m erito rias, sino p o r la im p o ten cia.
(50) Si hay h o m b re s q u e p a re c e n h a b e r sacrificado su in terés al in terés p úblico,
es p o rq u e la id ea d e la v irtu d está u nida, en una b u en a fo rm a d e g o b iern o , a la idea
d e felicidad, y la id ea d e l vicio a la d e d esp re c io , que, llevados p o r un se n tim ien to
m uy vivo, cuyo o rig en n o se tie n e sie m p re p re se n te , realizan p o r este m o tiv o unas
acciones q u e a m e n u d o so n co n tra ria s a su interés.
(51) Si los lad ro n es s o n tan fieles a los pactos establecidos e n tre ellos co m o la
g e n te h o n rad a, es p o rq u e el p e lig ro co m ú n los une y les hace necesitarse los unos a
los otros. P or este m otivo liq u id an ta n e scru p u lo sam en te las deudas de juego, m ien ­
tras q u e algunos, d esca ra d a m e n te , se declaran en bancarrota p ara sus acreed o res.
A h o ra b ien , si el in te ré s h ace o b ra s a los m aleantes com o la virtud a la g e n te
h o n rad a, ¿quién d u d a d e q u e m a n e ja n d o h áb ilm en te el principio del in terés, un
legislador in telig en te co n seg u iría in clin ar a to d o s los h om bres a la virtud?
(52) Si los suplicios e n uso e n casi to d o el O rie n te causan h o rro r a la h u m an i­
dad, es p o rq u e el d é sp o ta qu e los o rd e n a se sie n te p o r encim a de las leyes. Lo q u e
n o su ced e en las rep ú b licas d o n d e las leyes son siem pre más benignas p o rq u e el q u e
las estab lece se so m e te a ellas.
(53) C h a rd in , to m o V.
(54) Histoire critique de la Philosophie, p o r D eslandes.
(55) V éase la Histoire critique de la Philosophie.
(56) A pesar d e la d ev o ció n d e los ch in o s p o r sus g o b ern an tes, devoción q u e ha
llevado a varios m iles de ello s a in m o la rse so b re la tum ba de sus soberanos, ¡cuántas
rev o lu cio n es han sido o casionadas e n e s te im p erio p o r la am bición, alim entada p o r la
esp eran za d e u n p o d e r arb itrario! (V éase Histoire des Huns, p o r G uignes, artículo
China.)
(57) Es p o r lo q u e la nación inglesa co n sid e ra la libertad de prensa com o el más
preciad o d e sus privilegios.
(58) Si en el P arlam en to d e In g la te rra se ha citado la autoridad de M o n te s­
q u ieu , es p o rq u e In g laterra e s un país lib re . Si en cu estió n de leyes y de ad m in istra­
ción, el zar P ed ro p e d ía c o n se jo al fam oso L eibniz, es p o rq u e un gran ho m b re p u e d e
co n su ltar sin averg o n zarse a o tr o g ran h p m b re , lo q u e significa q u e los rusos, gracias
a las relaciones q u e m a n tie n e n c o n o tra s naciones d e E uropa, p ueden ser m ás ilus­
trad o s q u e los o rien tales.
(59) En una fo rm a d e g o b ie rn o m u y d ife re n te d e la constitución o riental, e n tre
n o so tro s, Luis X III se q u e ja en u n a d e sus cartas del mariscal d’A ncre: «M e im pide
— dice— p asearm e p o r París; só lo m e p e rm ite el placer d e la caza y pasearm e p o r las
T u llerías; a los oficiales d e m i casa y a to d o s m is sú b d ito s les está pro h ib id o in fo r­
m arm e d e asuntos serio s y d e h a b la rm e e n privado». P arece que en todos los países
se p ro c u ra hacer a los p rín c ip e s p o c o d ig n o s del tro n o al que su nacim iento Ies llama.
(60) N o e n c o n tra m o s a n in g ú n d u q u e d e B o rg o ñ a en O riente. Este p rín cip e
leía to d o s los lib elo s q u e se escribían e n c o n tra suya y e n contra d e Luis X IV . Q u ería
e star in fo rm ad o y e n te n d ía q u e só lo el o d io y la có lera se atreven algunas veces a
d ecir la v erd ad a los rey es.
(61) C o m o los ciu d ad anos son m u y d esco n o c e d o re s del bien público, casi todos
los q u e elab o ran los p ro y e c to s son, e n esto s países, o unos bribones que sólo m iran a
su u tilidad particu lar, o u n o s e s p íritu s m e d io c re s incapaces de captar de una o jead a la
larga cad en a q u e m an tien e u n id a s to d a s las p artes del Estado. En consecuencia,

440
p ro p o n e n u n o s p ro y e c to s sie m p re d isc o rd a n te s con el re sto d e la legislación de un
p u eb lo . P o r esto es ra ro q u e se atrev an a e x p o n e rlo s e n u n a o b ra a la m irad a del
pú blico.
El h o m b re ilu strad o co n stata q u e en estos g o b iern o s cu alq u ier cam bio es una
nu ev a desgracia, p o rq u e n o es p o sib le seguir ningún p lan , ya q u e la adm inistración
desp ó tic a lo co rro m p e to d o . En esto s g o b ie rn o s hay sólo u n a cosa útil q u e se
p u e d e hacer: la d e ir cam b ian d o in se n sib le m e n te la fo rm a d e los m ism os. P or
h ab erle faltado e s ta visió n , el zar P e d ro no ha p o d id o h acer n ada p o r la felicidad de
su nación. D eb ía h ab er p re v isto q u e a un g ran h o m b re su ced e ra ra m e n te o tro gran
h o m b re; q u e, no h a b ie n d o cam b iad o nada la c o n stitu ció n d el im p erio , los rusos,
d eb id o a la fo rm a d e su g o b ie rn o , p ro n to volverían a caer en la b arb arie d e la que
él les había em p ezad o a sacar.
(62) N o v erem o s en T u rq u ía a la ley castigar co m o e n Escocia a un so b e ran o
p o r la in justicia co m e tid a c o n tra un sú b d ito . Al ad v en im ien to de M alcolm al tro n o
d e E scocia, un se ñ o r le p re s e n ta la p a te n te d e sus privilegios, ro g á n d o le q u e los
co n firm e, el rey la to m a y la rasga. El se ñ o r lleva su q u e ja al P a rlam en to y éste
o rd e n a q u e el rey, en el tro n o y en p resen c ia d e to d a la c o rte , cosa con hilo y
ag u ja la p a te n te d e este se ñ o r. (T re s M alcolm , I, II y III, llegaron a reyes de
Escocia. N . T.)
(63) Supongam os q u e un visir co m e ta una falta en su adm inistración; si esta
falta p e rju d ic a a la co m u n id ad , los p u e b lo s p ro te sta n y el o rg u llo d el visir se resien te.
L ejos d e v o lv er so b re sus pasos y p ro c u ra r calm ar con una m e jo r co n d u cta las justas
q u ejas, sólo busca los m ed io s de im p o n e r e l silencio a los ciudadanos. E stos m edios
p o r fu e rz a los irritan ; las p ro te sta s au m en tan ; e n to n c e s no le q u e d a al visir m ás q u e
d o s soluciones: o e x p o n e r el E stad o a una rev o lu ció n , o llevar el d esp o tism o hasta
este e x tre m o q u e sie m p re anuncia la ru in a de los im perios. Y es esta segunda
so lu ció n q u e co m ú n m en te ad o p tan los visires.
(64) El p ro p io visir, a su vez, e n tra te m b lan d o al diván cu an d o asiste el sultán.
(6 5 ) E n el m o m e n to e n q u e tre sc ie n to s esp artan o s d efen d ían el paso d e las
T erm o p ilas, u n o s fugitivos d e A rcad ia le explicaban a Je rg e s los ju eg o s olím picos, a
lo q u e el rey replicó: « ¡C o n tra q u é h o m b re s vam os a com batir! ¡Insensibles al
in te ré s, só lo son ávidos d e gloria!»
(66) En la h isto ria d e Luis X I , D u elo s * c u e n ta q u e los suizos, e n n ú m e ro de
3 .0 0 0 , ag u an taro n el ataq u e d e l e jé r c ito del D elfín , c o m p u esto d e 14.000 franceses
y 8 .0 0 0 ingleses. Este co m b a te fue lib rad o cerca d e B o tte le n , y los suizos re su lta ­
ro n casi to d o s m u erto s.
En la batalla d e M o rg arten , 1.300 suizos p u sie ro n en fuga al e jé rc ito d el arch id u ­
q u e L eo p o ld o , co m p u esto d e 2 0 .0 0 h om bres.
C e rc a d e W esen, en el cantón d e G laris, 350 suizos d e rro ta ro n a 8 .0 0 0 au stría­
cos. T o d o s los años se ce le b ra u n a co n m em o ració n en el cam p o d e batalla: un o rad o r
hace el p an eg írico y lee la lista de los tre sc ie n to s cin cu en ta n om bres.
(67) En esta unión re sid e el v e rd a d e ro esp íritu d e las leyes.
(68) N o su ced e lo m ism o e n o tro s im perios d e O rie n te , d o n d e los g o b e rn a n ­
tes sólo se p reo cu p an d e a u m e n ta r lo s im p u e sto s y d e o p o n e rse a las sediciones. P or
o tra p a rte , nadie les exige q u e se o cu p e n d e la felicidad d e los p u e b lo s d e su
pro vincia: su p ro p io p o d e r es, a este re sp e c to , m uy lim itado.
(6 9 ) P o r sus cartas vem os q u e el C a rd en al M azarino#* c o m p re n d ía todas las
v en tajas q u e ten ía esta co n stitu ció n d e l E stado. T em ía q u e In g laterra, si se co n v ertía
en rep ú b lica, se volvería p eligrosa p a ra sus vecinos. En u n a carta al se ñ o r Le T ellier,
dice: « D o n Luis y yo sab em o s b ien qu e C arlos II está fu e ra d e los rein o s q u e le
p e rte n e c e n ; p ero , d e to d o s los m o tiv o s q u e p u e d e n im pulsar a los rey es, n u estro s

* D u elo s (1 7 0 4 -1 7 7 2 ) fu e m ie m b ro de la A cadem ia Francesa. G ra n h isto ­


riad o r, cu en ta con o b ra s c o m o Consideraciones sobre las costumbres de este siglo
(1 7 5 1 ), La regencia y el reinado de Luis X V y Memorias secretas, am bas p o stu ­
mas. N . T.
** M azarino (1 6 0 2 -1 6 6 1 ) f u e el su ceso r d e R ich e lieu co m o p rim e r m i­
n istro d e Luis X III y Luis X IV . N . T.

441
g o b ern an tes, a in te n ta r su restab lecim ien to , u n o d e los m ás fu ertes es el de im p ed ir
q u e In g laterra fo rm e u n a rep ú b lica p o d e ro sa q u e , a co n tin u ació n , causaría p re o c u p a ­
ció n e n sus vecinos».
(70) E n esto s países, e l e sp íritu y los talen to s sólo son h o n ra d o s si se dan en
g ran d es p ríncipes y e n g ran d es m inistros.
(71) Y o añadiría la felicidad. Lo q u e es im p o sib le d e c ir de los individuos p u e d e
d ecirse d e los p u eblos: q u e los m ás v irtu o so s so n sie m p re los m ás felices, p e ro los
m ás v irtu o so s n o son los m ás rico s o los m ás negociantes.
(72) D e todos los pueblos germ ánicos, los suetones, dice T ácito, son los únicos
q u e, a ejem p lo d e los ro m an o s, hacen caso d e las riq u ezas y, co m o ellos, están
so m e tid o s al d esp o tism o .
(73) H u b o , sin d u d a , un tie m p o en el q u e las g e n te s d e esp íritu sólo tenían
d ere c h o a hablar a los p rín cip es p a ra d ecirles cosas v e rd a d e ra m e n te útiles. P o r esto,
los filósofos d e la In d ia sólo salían u n a vez al añ o de su re tiro ; e ra p ara p re se n ta rs e al
rey e n su palacio. Allí cada un o m an ifestab a en voz alta sus reflex io n es políticas
so b re la adm inistración y sugerían los cam bios o las m odificaciones q u e d eb erían
ap o rtarse a las leyes. A q u ello s cuyas reflex io n es eran consideradas p o r tres veces
consecutivas falsas o p o co im p o rtan tes, p erd ían el d e re c h o a hablar. (Histoire critique
de la Philosophie, to m o II.)
(74) Se cu en tan m u ch o s o tro s m ilagros d e M ahom a. Se dice q u e un cam ello
reacio , h ab ién d o lo visto d esd e le jo s , fue a ech arse a los pies d e este p ro feta, el cual
le acarició con la m ano y le o rd e n ó co rreg irse. Se c u e n ta q u e o tra vez este m ism o
p ro fe ta sació a tre in ta m il h o m b re s con el hígado de u n a oveja. El p a d re M aracio
dice q u e es v erd ad y p re te n d e q u e fue o b ra del d em o n io . R e sp e c to a o tro s prodigios
to d av ía m ás so rp e n d e n te s, tales com o p artir la luna, hacer d anzar a las m ontañas,
hacer hablar a las paletillas de los co rd ero s asados, los m usulm anes afirm an q u e si lo
hizo es p o rq u e unos p ro d ig io s tan ex trao rd in ario s y q u e su p e ran to d a la capacidad de
su p e rch e ría d el g é n e ro h u m an o , son ab so lu ta m e n te n ecesarios p ara c o n v ertir a los
esp íritu s fu e rte s, q u e so n g e n te s sie m p re m uy difíciles to c a n te a m ilagros.
Los p ersas, según re fie re C h a rd in , creen q u e Fátim a, la m u je r d e M ahom a, fue en
vida arre b atad a al cielo. C e le b ran su asunción.
(75) El e m p e ra d o r H eraclio , so rp re n d id o p o r las rep etid as d e rro ta s d e sus e jé r ­
citos, m an d a re u n ir u n c o n sejo c o m p u e sto p o r m ás teó lo g o s q u e h o m b e s d e Estado.
Se e x p o n e n los m ales d el im p erio e n aquel m o m en to ; se buscan las causas y conclu­
yen , según los usos d e aquellos tiem p o s, q u e los crím en es de la nación habían
irrita d o al T o d o p o d e ro s o , y q u e sólo se p o d ría p o n e r fin a tan to s m ales p o r m edio
d el ay u n o, las lágrim as y los rezos.
T o m a d a esta reso lu ció n , e l e m p e ra d o r no tom a en cu en ta los recu rso s q u e aún le
q u ed ab an d esp u és d e ta n to s desastres; recu rso s q u e se le h abrían p re se n ta d o en
seguida a su esp íritu si h u b ie ra sabido q u e el valor es só lo el efecto d e las pasiones;
q u e, d esp u és d e la d estru cció n d e la república, al no esta r ya los ro m an o s anim ados
p o r el am o r a la p atria, p o n e r a unos h o m b res sin pasiones a luchar con unos
fanáticos era lo m ism o q u e o p o n e r unas tím idas o v ejas a unos lobos furiosos.
(76) A legaban a favor de su se n tim ie n to la antigua disciplina d e la Iglesia de
O rie n te y el te rc e r can o n d e la carta d e San B asilio el G ra n d e a A nfíloco. E sta carta
decía q u e todo soldado que mataba a un enemigo en combate, no podía durante tres años
acercarse a la comunión; de lo q u e se d e d u c e q u e, si es beneficioso se r g o b e rn a d o s
p o r un h o m b re ilu strad o y v irtu o so , nada resu ltaría a veces m ás p elig ro so qu e ser­
lo p o r un santo.
(77) E stos africanos eran m uy tem idos. A dí, capitán d e u n a gran rep u tació n ,
había recib id o la o rd en d e atacar, con seiscientos h o m b res, a cien to v ein te d e estos
fanáticos q u e se habían ag ru p ad o bajo las ó rd e n e s d e un tal B e n -N erv an . El capitán
A d í calculó q u e, d eseo so s de m o rir, cada un o de esto s sectarios p o d ría luchar con
v e n ta ja c o n tra v ein te árab es y q u e , p u esto q u e esta vez la desigualdad en el v alor no
se hallaba co m p en sad a p o r la desigualdad en el n ú m ero , no p o d ía atre v e rse a un
co m b ate en el q u e la lu ch a de estos fanáticos había d e resu ltar desigual p o r su
ex trao rd in ario valor.
(78) P eq u eñ o s m ed io s p ro d u c e n sie m p re p eq u eñ as p asiones y p e q u e ñ o s efec­

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to s; so n n ecesarios g ran d es m o tiv o s p ara q u e nos ex citen a g ran d es em p resas atrevi­
das. La d eb ilid ad , m ás aú n que la estu p id e z, e te rn iz a los abusos en la m ayoría d e los
g o b iern o s. N o som os tan im b éciles c o m o p o d ríam o s p a re c e rlo a la p o ste rid ad . ¿ N o
hay, p o r ejem p lo , nadie q u e se ap ercib a de la ab su rd id ad de la ley q u e p ro h íb e a los
c iu d ad an o s d isp o n e r d e sus b ien es antes de los veinticinco años y q u e, e n cam bio le
p e rm ite a los cieciséis c o m p ro m e te r su lib ertad en un co n v en to ? T o d o s co n o cen el
re m e d io a este m al, p e ro al m ism o tiem p o saben lo difícil q u e se ría aplicarlo. ¡La de
obstácu lo s q u e el in te ré s d e algún se cto r social p o n d ría, a este re sp e c to , al bien
público! ¡C uántos esfu erzo s de v alo r y de e sp íritu , largos y p en o so s, qué constancia
n o su p o n d ría la ejecu ció n d e un tal p ro y ecto ! P ara te n tarlo a q u e lo hiciera, tal vez
sería n ecesario q u e el h o m b re situ a d o e n el cargo ad ecu a d o fu e ra excitado p o r la
e sp era n za d e una gran glo ria; y q u e p u d ie ra e n o rg u llecerse de v er cóm o el re co n o ­
cim ien to p ú blico le lev an tab a en todas partes estatuas. N o h em o s de olvidar q u e en
m oral, lo m ism o q u e e n física y e n m ecánica, los efecto s son sie m p re p ro p o rcio n ad o s
a las causas.
(79) La disciplina, p o d ríam o s decir, no es más q u e el a r t e 'd e inspirar a los
soldados más m ied o d e sus oficiales q u e de los enem igos. E ste m ie d o o b ra a m en u d o
el efe c to del valor; p e ro n o p u e d e resistir an te la fero z y o b stin ad a valentía de un
p u e b lo anim ado p o r el fanatism o o p o r un in te n so am o r a la patria.
(80) Se rajan el v ie n tre en p re se n c ia del q u e los ha o fen d id o ; y é ste, so p ena
d e infam ia, se ve, asim ism o, o b ligado a abrírselo.
(81) Es decir, aq u ello s en cuya organización no apreciam os ningún d efecto , que
son la m ayoría.
(82) A p ro p ó sito d e este tem a, q u ie ro h acer n o tar q u e si el título d e h o m b re de
esp íritu , tal com o lo h e d e m o s tra d o en el seg u n d o D iscurso, no d e p e n d e del n ú ­
m ero , ni d e la sutileza, sino d e la feliz elección d e las ideas q u e p rese n ta m o s an te el
p ú b lico ; y si e l azar, co m o p ru e b a la ex p erien cia, nos d ete rm in a a u n o s estu d io s más
o m enos in teresan tes y elig e p ara n o so tro s casi sie m p re los tem as q u e tratarem o s,
aq u ello s q u e co n sid eran e l espíritu com o un d o n d e la naturaleza están , e n aquella
m ism a sup o sició n , o b lig ad o s a c o n v e n ir q u e el esp íritu es m ás b ien efecto del azar
q u e d e la ex celen cia de la organización; y q u e no se 1c p u ed e co n sid erar c o m o un
p u ro d on d e la natu raleza, a m e n o s q u e con la p alabra naturaleza e n te n d a m o s el
en cad e n am ie n to e te r n o y u n iversal q u e u n e todos los sucesos del m u n d o y en el q u e
la m ism a idea del azar se halla co m p ren d id a.
(83) Si re c o rre m o s la lista d e lo s g ran d es v erem o s q u e los M o lie re , Q u in au lt,
C o rn e ille , C o n d é , Pascal, F o n ten elle, M aleb ran ch e, e tc ., p ara p erfe ccio n ar su esp í­
ritu han necesitad o la ay u d a d e la capital; q u e los talen to s aldeanos están siem p re
co n d en ad o s a la m ed io crid ad y q u e las m usas, q u e con tan to afán buscan los
b o sq u e s, las fu en tes y los p rados, no serían m ás q u e unas p u eb lerin as si d e cuando
en cu an d o no fueran a resp irar el aire d e las g ran d es ciudades.
(84) A un co n fesan d o q u e los ro m a n o s actuales no se p arecen a los antiguos,
algunos p re te n d e n q u e tien en de co m ú n el se r los d u e ñ o s del m undo: «Si la antigua
R o m a, dicen, lo co n q u istó con sus v irtu d e s y su valor, la R o m a m o d e rn a lo ha
reco n q u istad o p o r m ed io d e su s a rd id e s y sus artificios p o líticos, y el P apa G re g o ­
rio V II es el C ésar d e esta seg u n d a R om a».
(85) La nación m ás valiente es, p o r esta razón, la nación en la q u e el valor es
m e jo r reco m p en sa d o y la cobardía m ás castigada.
(86) V éase la Histoire critique de la Pbilosopbie.
(87) El m ariscal d e S ajonia, h ab lan d o de los pru sian o s, dice e n sus Reveries, q u e
la co stu m b re q u e tien en d e cargar sus arm as m ien tra s van an d an d o es buena. «C on
esta ocupación, d ice, el so ld ad o se d istrae y ve m en o s el peligro».
H ab lan d o d e un p u e b lo llam ado los Arios, q u e se pintaban el c u erp o de m an era
p av o ro sa, ¿por qu é, dice T á c ito , e n un co m b ate los ojos son los p rim e ro s m iem ­
bros vencidos? P o rq u e u n o b je to n u ev o d estaca en la m em o ria d el so ld ad o de
m an era d istin ta la im agen de la m u e r te q u e sólo e n tre v e ía confusam ente.
(88) Si los jó v en es m u e stra n e n g eneral más valor en el lecho d e m u e rte y
m ás deb ilid ad so b re e l cadalso q u e los v iejo s es p o rq u e , e n el p rim e r caso, los
jó v en es tie n e n más e sp era n za, y e n el seg u n d o tien en m ás q u e p e rd e r.

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(89) T ácito dice q u e si los se p te n trio n a le s so p o rta n m e jo r el h am b re y el frío
q u e los m erid io n a le s, esto s ú ltim o s so p o rta n m e jo r q u e ellos la sed y el calor.
El m ism o T ácito , e n las Costumbres de los Germanos, dice q u e no so p o rta n las
fatigas de la g u erra.
. (90) O lau s V o rn iu s, en sus Antigüedades danesas, confiesa q u e ha sacado la
m ay o ría d e sus co n o cim ien to s d e las p ied ras de D inam arca, es decir, d e las
in scripciones q u e estaban en ellas grabadas en caracteres rúnicos o góticos. Estas
p ied ras form aban u n a serie de narraciones y d e cronologías q u e co n stitu ían casi
to d a la b ib lio teca d el n o rte.
P ara co n serv ar el re c u e rd o d e algún aco n tecim ien to , utilizaban p ied ras sin
labrar d e un ex trao rd in ario grosor: algunas eran tiradas d eso rd e n a d a m e n te ; las
otras, con cierta sim etría. V em o s m uchas de estas p ied ras e n la llan u ra de Salis-
bu ry , en Ing laterra; servían de se p u ltu ra a los p rín cip es y a los h é ro e s británicos,
com o lo p ru e b a la g ran cantidad de hu eso s y de arm as q u e se han sacado.
(91) Si los g alos, dice C é sar, en o tro s tiem p o s m ás belicosos q u e los g e rm a ­
nos, les ced en m ás ta rd e la glo ria de las arm as, e s p o rq u e d esp u és de h ab er sido
in stru id o s p o r los ro m an o s e n el co m ercio se han e n riq u e c id o y civilizado.
Lo q u e ha su ced id o co n los galos, dice T ácito , ha pasado luego con los britanos:
esto s d o s p u eb lo s han p e rd id o su v alor ju n to con su libertad.
(92) Los galos, dice T ácito , am aban a las m u je re s y ten ían p o r ellas la m ayor
veneración: las creían algo div in o , las adm itían en sus co n sejo s y d elib erab an con
ellas acerca d e cu estio n es d e E stado. Los g erm an o s hacían lo m ism o co n las suyas;
las decisiones d e las m u je re s eran tenidas p o r oráculos. B ajo V espasiano, una
Velleda, y antes q u e ella u n a A urinia y m uchas otras, se habían atraíd o la m ism a
v en eració n . «F in alm en te, dice T ácito , los germ an o s d e b e n a la sociedad de las
m u jeres su valor e n los co m b ates y su sabiduría en los consejos.»
(93) Según el re la to del caballero B e au jeau , los se p te n trio n a le s han sido
sie m p re m uy sen sib les a los p laceres del am or. O g eriu s, en In Itinere Danici/, dice
lo m ism o.
(94) V éase en el cap ítulo X X V el g ran p arecid o d e estas d o s religiones.
(95) En esto s países, la m agnanim idad no triunfa nunca so b re la venganza. N o
v erem o s n u n ca e n T u rq u ía lo q u e hace algunos años se v io en Inglaterra. El
p rín cip e E d u ard o , p erseg u id o p o r las tro p as d el rey, e n c u e n tra refu g io en la casa d e
un nob le. Este es acusado de h a b e r dado asilo al p re te n d ie n te . C itad o ante los
ju eces, aquél co m p arece y les dice: «P erm itid q u e antes d e sufrir v u e stro in terro g a-
toio os p re g u n te ¿cuál de v o so tro s, si el p re te n d ie n te se h u b iera refu g iad o en su
casa, h abría sido lo bastan te vil y co b ard e para en treg arlo ? » . A n te esta p reg u n ta, el
trib u n al calla, se levanta y d e ja líb re al acusado.
En T u rq u ía n o se ve al d u e ñ o de tierras o cu p arse del b ien estar de sus vasallos;
un tu rco n o estab lece e n su h acien d a ninguna fábrica; no so p o rta rá co n velada
satisfacción la in so len cia d e sus in ferio res, insolencia q u e una fo rtu n a súbita inspira
casi sie m p re a aq u ello s q u e lo acusaban de ser dem asiado b u en o : «Si yo q u isiera
más re sp e to d e m is vasallos, yo sé, lo m ism o q u e v o sotros, q u e la m iseria tie n e la
voz h u m ild e y tím ida; p e r o yo q u iero su felicidad y doy gracias al cielo p o rq u e su
in so len cia m e p ro p o rc io n a a h o ra la seguridad d e q u e son más ricos y m ás felices».
(96) Los visires, co n tru co s parecidos, han e n c o n tra d o la m an era d e d a r
lecciones ú tiles a los so b e ran o s. «U n rey d e P ersia, en co lerizad o , d e p u s o a su
gran-visir y p u so a o tro en su lugar; n o o b sta n te , com o p o r o tra p a rte estaba
c o n te n to d e los servicios del d e p u e s to , le d ijo q u e escogiera en sus estados un
lugar q u e le g u sta ra p a ra p asar en él el re sto d e su vida y gozar con su fam ilia de
los beneficios q u e h ab ía recib id o d e él hasta en to n ces. El visir le co n stestó : «Y o no
necesito n in g u n o d e los b ien es con los q u e v u e stra m ajesta d m e ha colm ado, os
suplico d e retirarlo s; y si to davía q u e ré is h acerm e o b je to d e vuestras b o n d ad es, os
p id o con ahínco q u e m e co n ced áis alguna aldea d e s ie rta p ara q u e yo p u e d a
re p o b la rla y resta b le c e rla con m is g e n te s po r m edio de m i trab ajo , m is cuidados y
m i in g en io » . El rey o rd en ó buscar algunas aldeas e n estas co n d icio n es, p e ro
d esp u és d e buscar m u ch o , aq u ello s q u e habían recib id o en carg o v o lv iero n a d ecirle
q u e no habían e n c o n tra d o ninguna. El rey se lo d ijo al visir d e p u e s to , el cual

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c o n testó : «Y a sabía yo q u e no había ni un solo lugar arru in a d o en los países cuyo
cu id ad o m e había sid o e n c o m e n d a d o . Si os lo p ed í fue para q u e v u e stra m ajestad
su p ie ra en q u é estad o se los devolvía y p ara q u e los p u sie ra en m anos d e o tro q u e
p u d ie ra d a rle tan b u e n a c u e n ta de su g estió n com o yo m ism o». G allan (Bons mots
des Orientaux).
(97) Si en esto s países, el h isto ria d o r no p u e d e , sin ex p o n erse a grandes
p elig ro s, n o m b rar a los traid o res q u e en los siglos p re c e d e n te s han v en d id o alguna
vez a su p atria, si se ve así o b lig ad o a sacrificar la verd ad a la vanidad de unos
d escen d ien tes a m en u d o tan cu lp ab les co m o sus an tepasados; ¿cóm o p o d ría en este
país un m in istro h acer e l bien p úblico? ¡C uántos obstáculos no p o n d rían a sus
pro y ecto s unas g e n te s p o d ero sas, m u ch o más interesadas en la prolo n g ació n de un
ab u so q u e en la rep u tació n d e sus padres! ¿C ó m o se atrev ería u n o a exigir en estos
g o b ie rn o s v irtu d es a un ciudadano? ¿C ó m o p ro te sta r c o n tra la m aldad de los
ho m b res? Los h o m b res n o so n m alos, es la legislación la q u e los co n v ierte en tales
al castigar a to d o aq u el q u e h ace el bien y dice la verdad.
(98) El trib u n al d e la historia, d ic e F ré re t, está c o m p u esto p o r dos clases de
histo riad o res. U n o s están encargados de escribir lo q u e pasa fu e ra d e palacio, es
decir, to d o lo q u e co n ciern e a lo s a su n to s g en erales; los o tro s, to d o lo q u e pasa y
se dice d e n tro , es decir, to d o s los h ech o s y los d ich o s del p rín cip e, d e los m inistros
y d e los funcionarios. C ad a uno de los m iem b ro s d e este trib u n al escrib e so b re una
h o ja aq u ello d e lo q u e se h a e n te ra d o . La firm a y la d ep o sita , sin dejarla ver a
sus co frad es, en un b u zó n co lo cad o en m edio de la sala en d o n d e se re ú n e n . P ara
d ar a co n o cer el esp íritu d e este trib u n a l, F ré re t explica q u e un h o m b re llam ado
T su -ch o n g hizo asesinar a T ch u an g -ch o n g , d e q u ien era g en eral (era p ara vengarse
d e la afre n ta q u e este p rín cip e le había h ech o al q u itarle a su m u je r). El trib u n al de
la h isto ria hizo red actar una relació n d e este su ceso y la archivó. El g en eral,
in fo rm ad o , d estitu y ó al p re sid e n te , le c o n d e n ó a m u e rte , hizo desap arecer la
relació n y n o m b ró un n u ev o p re sid e n te . A penas éste se h u b o instalado en su
p u e sto , m an d ó hacer una n u ev a relación d e este su ceso para reem plazar la p érd id a
d e la p rim e ra. El gen eral, in fo rm ad o d e este atrev im ie n to , suprim ió el tribunal e
hizo dar m u e rte a to d o s sus m iem b ro s. In m ed iatam en te, el im p erio se in u n d ó de
escrito s públicos e n los q u e la c o n d u c ta d e l g en eral era d escrita c o n los co lo res más
so m b río s. E ste, tem ien d o u n a sedición, restab leció el trib u n al d e la historia.
Los anales d e la d in astía T a n g cu en tan o tro h ec h o acerca del m ism o tem a.
T a-i-t-song, seg u n d o e m p e ra d o r d e la dinastía T ang, pidió un día al p re sid e n te de
este m ism o tribunal q u e le d e ja ra v er las m em orias destinadas a la h isto ria de su
rein ad o . « S eñ o r, le d ijo el p re sid e n te ; pen sad q u e n o so tro s hacem os una reseña
ex acta d e los vicios y las v irtu d e s d e los so b e ran o s; q u e dejaríam o s d e ser libres
si vos persistierais en vuestra p etición... ¡Vaya!, le contestó el em perador, así pues
vos q u e m e d eb éis to d o lo q u e sois, vos qu e m e sois tan ad icto , inform aríais a la
p o sterid ad d e mis faltas si las co m etiera?... N o esta ría en m i p o d e r esconderlas,
rep licó el p resid en te. S ería co n d o lo r q u e las anotaría; p e ro este es el d e b e r de mi
cargo, el cual m e obliga a in fo rm ar a la p o ste rid ad incluso d e la conversación q u e
ten éis ahora conm igo.»
(99) El aire d e lib ertad qu e T ácito re sp iró d u ra n te su p rim e ra ju v e n tu d , bajo
el rég im en d e V espasiano, d io alien to a su alm a. «Se co n v irtió , dice el abate de La
B le tte rie , e n un h o m b re d e g en io ; si h u b ie ra v en id o al m u n d o d u ra n te el rein ad o
de N e ró n , no hab ría sid o m ás q u e un h o m b re de espíritu.»
(1 0 0 ) N ad a hay, p o r lo g en eral, m ás ridículo q u e los re tra to s q u e se hacen de
los d istin to s p u eb lo s. A lg u n os p in tan a su nación d e acu erd o con el m o d elo de su
sociedad y la h acen, en co n secu en cia, triste o aleg re, g ro se ra o espiritual. M e
p a re c e estar o y en d o a e sto s sim ples a los q u e , al p reg u n tarles cuál es en cuestión
de cocina el g u sto francés, c o n testan q u e en Francia sólo se guisa con aceite. O tro s
copian lo q u e han dicho m il escrito res antes q u e ellos; n o se han fijado jam ás en
los cam bios q u e n ecesariam en te ap o rta n al carácter de una nación, los cam bios q u e
han su ced id o en su adm in istración y en sus co stu m b res. Se ha d icho q u e los
franceses son alegres y lo re p e tirá n h asta la etern id ad . N o se dan cu en ta d e q u e,
hab ien d o las desgracias d e la ép o ca o bligado a los p ríncipes a im p o n er co n sid era­

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bles im p u esto s so b re los cam p o s, la nación francesa no p u e d e se r aleg re, p o rq u e la
clase cam pesina, q u e co n stitu y e p o r sí sola los d o s te rc io s de la n ación, se halla
necesitad a y la m iseria n o es n u n ca alegre; q u e , p o r lo q u e h ace a las ciudades, la
obligación q u e te n ía la po licía d e pagar los días la rd e ro s u n a p a rte d e las m ascara­
das d e la p u e rta d e San A n to n io , no co n stitu y e u n a p ru e b a d e la alegría d e los
artesan o s y los b u rg u eses; q u e e l e sp io n a je p u e d e se r ú til p ara la seguridad de
París, p e ro q u e , llev ad o u n p o c o dem asiado le jo s, llena los esp íritu s d e u n a
desconfianza ab so lu ta m e n te c o n tra ria a la alegría, p o r el abuso q u e h an p o d id o
c o m e te r algunos d e lo s q u e han sid o en carg ad o s d el m ism o; q u e la ju v e n tu d , al no
q u e re r frec u en tar las tab ern as, h a p e rd id o p a rte d e esta alegría q u e a m e n u d o tie n e
n ecesidad d e se r an im ad a p o r e l vino; y q u e, p o r fin, las re u n io n e s d e am igos, al
ex clu ir d e ellas la aleg ría vulgar, han excluido a la v erd ad era. P o r e sto , la m ayo­
ría d e los ex tran jero s en cu en tran a e s te resp ec to una gran diferencia e n tre el carácter
d e n u e stra nación y e l q u e se le atrib u y e. Si en alguna p a rte hay alegría en Francia
es, ciertam en te, los días d e fiesta d e los « P o rc h ero n s» * o en los bulevares: el
p u e b lo se m u e stra d em asiad o p r u d e n te p a ra q u e p o d am o s co n sid erarlo com o un
p u e b lo alegre. La aleg ría es sie m p re un p o co licenciosa. A dem ás, la alegría su p o n e
el b ien estar, y el signo d e l b ie n e sta r d e un p u e b lo es lo q u e algunos califican de
insolencia, es d ecir, e l co n o cim ien to q u e u n p u e b lo tie n e d e los d e re c h o s d e la
hum anidad, o sea, d e lo q u e el h o m b re d e b e al h o m b re: co n o cim ien to al q u e jam ás
tie n e acceso la p o b re z a tím id a y atem o rizad a. El b ien estar d e fie n d e sus d e re c h o s, la
in d ig en cia los cede.
(1 0 1 ) U n p o e ta e s c o n sid e ra d o en las islas M arianas com o un h o m b re m aravi­
lloso. E ste solo títu lo lo hace d igno del re sp e to d e su nación.
(1 0 2 ) A d ecir v erd ad , se n tía n h o r ro r p o r la p o e sía q u e p u d ie ra ablandar el
valor. A rro ja ro n d e E sp arta a A rq u ílo co p o rq u e e n sus v erso s había d ich o q u e era
m ás sabio h u ir q u e p e re c e r a rm a e n m ano. E ste exilio n o era efe c to d e su
in d iferen cia p o r la p o e sía , sino de su am o r a la virtu d . El tra b a jo q u e se to m ó
Licurgo en re co g er las o b ras de H o m e ro , la esta tu a q u e hizo lev an tar al R is e n el
c e n tro d e E sparta y las ley es q u e d ic tó a los laced em o n io s, p ru e b a q u e la in ten ció n
d e este g ran h o m b re n o e ra la d e h a c e r su p u e b lo u n p u e b lo g ro sero .
(103) Los laced em o n io s C in e tó n , D io n iso d o to , A re o y Q u iló n , u n o de los
sie te sabios, se habían d istin g u id o p o r el ta len to d e sus versos. La p o esía laced em o ­
nia, dice P lu tarco , sim p le, varonil, enérgica, estab a llen a d e esto s rasgos d e fuego
p ro p io s p ara llevar a las alm as e l a rd o r y e l valor.
(1 0 4 ) Los so b e ran o s son p ro p e n so s a p e n s a r q u e con u n a p alab ra y u n a ley
p u e d e n cam biar d e g o lp e el esp íritu d e u n a nación; c o n v e rtir, p o r eje m p lo , un
p u e b lo co b ard e y p e re z o s o e n un p u e b lo activo y valiente. Ignoran q u e las e n fe r­
m ed ad es q u e se d esarro llan le n ta m e n te e n los E stados tard an tam b ién e n disiparse;
y q u e en el c u erp o p o lítico , al igual q u e en el c u e rp o h u m an o , la im paciencia d el
prín cip e, co m o la d e l e n fe rm o , se o p o n e n a veces a la curación.
(105) E n las m e jo re s épocas d e la Iglesia, los lib ro s d e A ristó te le s han sido
elev ad o s p o r algunos a la categ o ría d e te x to div in o , y han colo cad o su re tra to a la
vista, ju n to co n el d e Je su c risto ; alg u n o s han p ro clam ad o , e n sus publicaciones, q u e
sin A ristó teles, la relig ió n carecería de p rin cip io s esclareced o res. Se le sacrificaron
a varios críticos, e n tre ello s a R am u s **. Al h a b e r h e c h o este filó so fo im p rim ir un
lib ro con el títu lo d e Censura de Aristóteles, to d o s los v iejo s d o c to re s q u e , ig n o ran ­
te s p o r co n d ició n y o b stin ad o s p o r ignorancia, se creían p o r así d e c ir arro jad o s de
sus feu d o s, m aq u in aro n c o n tra R am us y lo h iciero n exiliar.

* A n tig u o caserío al n o ro e ste d e P arís a cuyos m e re n d e ro s acudía una


m u ltitu d d e g e n te los d ías festivos. N . T.
** P ie rre d e la R a m é e (« P e tru s R a m u s» ), 15 1 5 -1 5 7 2 . El original cita la
Censure d’Aristote. E n re alid ad se trata d e la o b ra Animadversiones in dialecti-
carn Aristotelis, 1543).

446
(1 0 6 ) H e aq u í los v erso s q u e e l m o n arca escrib ía al po eta:
El arte de hacer versos, aunque alguien se indigne,
ha de ser más apreciado que el de reinar:
T u lira , que arrebata con sus dulces acordes,
te entrega esclavizado el espíritu de quienes yo sólo poseo el cuerpo;
te convierte en dueño y te sabe introducir
allí donde el más jiero tirano no puede dominar.
(107) Si no es p o sib le d e m o s tra r q u e, en rigor, la d iferen c ia de organización
n o in flu y e p ara nada so b re e i esp íritu d e lo s h o m b re s a los q u e llam o co m ú n m en te
b ien organizados, al m e n o s se p u e d e aseg u rar q u e esta influencia es tan ligera q u e
p o d e m o s co n sid erarla co m o estas can tid ad es tan p o c o im p o rta n te s q u e son d e s p re ­
ciadas en los cálculos alg eb raicos; y q u e , adem ás, se explica m uy bien p o r las causas
m orales aq u ello q u e h a sid o h asta e l p re se n te a trib u id o a lo físico, sin q u e p u d ie ra
ex plicarse p o r esta causa.
(108) Los caracteres fu ertes, p o r esta razón a m e n u d o in ju sto s, son, en m ate­
ria d e política, aún más ap to s para las g ran d es cosas q u e unos grandes espíritus sin
carácter. Las em p resas atrev id as, d ice C ésar, hay q u e ejecu tarlas an tes de so m e te r­
las a reflexión. N o o b sta n te , esto s g ran d es caracteres son m ás co m u n es q u e los
g ran d es espíritus. U n a g ran pasión, q u e basta para form ar un gran carácter, es sólo
u n m ed io p ara a d q u irir un g ran e sp íritu . A sí, e n tre tres o cu atro cien to s m inistros o
rey es es p o sib le e n c o n tra r o rd in a ria m e n te u n g ran carácter, m ien tra s q u e no es
seg u ro q u e e n tre dos o tres m il p o d a m o s e n c o n tra r u n gran esp íritu ; su p o n ie n d o
q u e no haya m ás g en io s v e rd a d e ra m e n te legislativos q u e los d e M in o s, C onfucio,
L icurgo, etcétera.
(1 0 9 ) La o p inión q u e y o so sten g o , v e rd a d e ro co n su elo p ara la vanidad d e la
m ay o ría d e los h o m b res, d e b e r ía te n e r u n a fav o rab le acogida. S egún mis principios,
n o d e b e ría n atrib u ir la m ed io crid ad d e su esp íritu a la causa, sie m p re hum illante,
de una organización m en o s p e rfe c ta , sino a la educación q u e han recib id o y a las
circunstancias en las q u e se han e n c o n tra d o . C u a lq u ier h o m b re m e d io c re tie n e el
d e re c h o d e p en sar, co n fo rm e a m is principios, q u e si h u b iera sid o m ás favorecido
p o r la fo rtu n a, si h u b ie ra n acid o e n un d e te rm in a d o siglo y e n un d e te rm in a d o
país, h u b iera p o d id o se r co m o esto s grandes h o m b re s cuyo g e n io no tie n e m ás
re m ed io q u e ad m irar. N o o b sta n te , a p esar de lo favorable q u e esta o p in ió n es para
la m ed io crid ad d e la m ayoría de los h o m b res, en g en eral no gusta, p o rq u e no hay
n in g u n o q u e se crea m ed io cre y p o r q u e no hay ningún e stú p id o q u e no agradezca
com placido cada d ía a la n atu raleza p o r el cu id ad o especial q u e ésta ha d isp en sad o
a su organización. P o r co n sig u ie n te , casi todos los h o m b re s co n sid eran parad o jas
aqu ello s prin cip io s q u e chocan ab ie rta m e n te con sus p re te n sio n e s. C u a lq u ier ver­
dad q u e h iera el o rg u llo h a d e lu ch ar m u ch o tie m p o c o n tra este se n tim ie n to antes
d e p o d e r triu n far so b re él. S ó lo so m o s justos cu an d o ten e m o s in terés en serlo. Si
el b u rg u és exag era m en o s las v en tajas d e la cuna q u e e l gran se ñ o r, si ap recia m ás
su valor, n o es p o rq u e sea m ás sensato: sus in ferio res, dem asiad o a m e n u d o tien en
q u e lam entar la estú p id a altivez d e la q u e él acusa a los g ran d es señores. La
ex actitu d d e su juicio no es, p u es, más q u e efecto de su vanidad; se d e b e sólo a
q u e en este caso p articu lar tien e in te ré s d e se r razonable. T o d av ía añadiría, a lo
q u e h e d icho m ás arrib a, q u e los prin cip io s q u e he estab lecid o , su p o n ié n d o lo s
v erd ad ero s, en co n trarán aún m ás o p o sic ió n en to d o s aquellos q u e no los p u e d e n
acep tar sin ab an d o n ar an tig u o s preju icio s. Llegados a una cie rta ed ad , la p e re z a nos
in d isp o n e con to d a id ea n u ev a q u e nos ex ija la fatiga d e la reflexión. U n a idea
n u ev a só lo e n c u e n tra p a rtid a rio s e n tr e aquellas g e n te s de esp íritu q u e , dem asiado
jó v en es aún p a ra h a b e r d e te n id o sus ideas, p ara h a b e r su frid o el aguijón d e la
envidia, cap tan áv id am en te la v erd a d allí d o n d e la p e rc ib e n . S ólo ellos, co m o ya he
dicho, dan testim onio d e la verdad, la presen tan , la hacen p e n e tra r y la establecen en
el m u n d o ; só lo d e ellos p u e d e el filósofo esp erar algún elogio. La m ayoría de los
o tro s h o m b re s so n ju eces co rro m p id o s p o r la p e re z a o p o r la envidia.

447
D IS C U R S O C U A R T O
D e los diferentes nombres dados al espíritu
C a p ít u l o P r im e r o

D el genio

| M uchos autores han escrito .sobre el genio. La m ayor 99


p arte lo han considerado com o un fuego, una inspiración, un
entusiasm o divino, to m an d o estas m etáforas com o definicio­
nes.
P or vagos que sean estos tipos de definiciones, la misma
razón | que nos hace decir q u e el fuego es caliente e incluir 100
en tre sus propiedades el efecto q u e p ro d u ce sobre nosotros,
debe ser la q u e nos ha hech o dar el no m b re de fuego a todas
las ideas y sentim ientos aptos para agitar nuestras pasiones y
a encenderlas vivam ente en nosotros mismos.
Pocos hom bres han co m p ren d id o que estas m etáforas,
aplicables a ciertas especies de genios, tales com o el de la
poesía o de la elocuencia, n o podían aplicarse a genios filosó­
ficos ' tales com o Locke y N ew to n .
Para ten e r una definición exacta de la palabra genio y, en
general, de todos los d iferen tes nom bres dados al espíritu, es
necesario elevarse a ideas más generales y, para ello, p resta r
una extrem ada atención a los juicios del público.
El público sitúa en el m ism o rango de los genios a los
D escartes, los N ew ton, | los Locke, los M ontesquieu, los Cor- 101

1 En el original, «génies d e réflexion». Si tenem os en cuenta que p o r «filosofía» n o se


entiende en el siglo X V III un g én ero literario definido p o r su objeto, sino el pensam iento, la
reflexión que no reconoce o tra autoridad q u e la razón y la experiencia, la traducción p o r «genios
filosóficos» parece acertada y más precisa que «genios del pensam iento».

451
neille, los M oliere, etc. El n o m b re de genios que da a
hom bres tan d iferen tes supone, p ues, una cualidad com ún
que caracteriza en ellos al genio.
Para reco n o cer esta cualidad, rem o n tém o n o s a la etim o ­
logía de la palabra genio, p u e sto que g en eralm en te es en estas
etim ologías donde el público m anifiesta con la m ayor clari­
dad las ideas que confiere a las palabras.
La de genio deriva de gignere. gigno, doy a luz, produzco;
siem pre supone invención: y ésta es la única cualidad que
com parten todos los d iferen tes tipos de genio.
Las invenciones o los d escubrim ientos son de dos tipos.
Algunas se d eb en al azar, com o la brújula, la pólvora de
102 cañón y, g en eralm en te, casi todos los d escubrim ientos | que
hem os h echo en el cam po de las artes.
H ay o tro s que debem os al genio. Y p o r el nom bre de
descu b rim ien to se d eb e e n te n d e r ento n ces una nueva com ­
binación, una nueva relación percib id a e n tre ciertos o b jeto s
o ciertas ideas. Se o b tie n e el título de ho m b re de genio si las
ideas resultantes de esta relación form an un gran conjunto,
son fecundas en verdades e in teresan tes para la hum ani­
dad (1). Sin em bargo, casi siem pre es el azar quien elige p o r
103 nosotros los tem as | de nuestras m editaciones. Así pues,
juega un papel m ucho más im p o rtan te de lo que nos imagi­
nam os en el éxito de los grandes hom bres, ya que les sum i­
nistra los tem as más o m enos interesantes que ellos tratan y
es este m ism o azar quien les hace nacer en un m o m en to en
el que estos grandes h om bres p u e d e n hacer época.
Para aclarar esta palabra época, es necesario observar que
to d o in v en to r en un arte o una ciencia a la que, p o r decirlo
de alguna m anera, saque d e los pañales, se ve siem pre supe­
rado p o r el h o m b re d e espíritu que lo sigue en la m ism a
carrera, y este segundo p o r un tercero y así en adelante,
hasta q u e este arte haya h echo ciertos progresos. ¿Se llega a
un p u n to donde e ste m ism o arte p u ed e recibir el últim o
grado de p erfección o, p o r lo m enos, el grado necesario para
constatar su perfección en un pueblo? E ntonces, aquel que
104 se la da o b tien e el título d e genio | sin que p o r ello haya
avanzado en algunos casos en una p ro p o rció n m ayor q u e lo
hicieron aquellos q u e lo p reced iero n . Así p ues, no basta
te n e r genio para recib ir este título.
D esd e las tragedias d e la Pasión a los poetas H ardy y

452
R o tro u , y hasta la M arianne de T ristan 2, el teatro francés
adquiere sucesivam ente u n a infinidad de grados de p erfec­
ción. C orneille nace en un m o m en to en que la perfección
que él añade a dicho arte d eb e hacer época; C orneille es un
genio (2).
| C on esta observación n o p re te n d o en ningún m om ento 105
dism inuir la gloria de este gran poeta, sino solam ente dem os­
trar que la ley de continuidad se observa siem pre con preci­
sión y q u e no hay saltos en la naturaleza (3). | T am bién se 106
p u ed e aplicar a las ciencias la observación hecha sobre el arte
dram ático.
K epler en cu en tra la ley según la cual los cu erpos d eben
pesar los unos sob re los otros; N ew to n , p o r la aplicación
feliz de la m ism a al sistem a celeste, gracias a un cálculo muy
ingenioso, asegura la existencia de dicha ley: N e w to n hace
época y es situado en el rango de los genios.
A ristóteles, G assendi, M ontaigne, e n tre v é n confusam ente
que es a nuestras sensaciones a las q u e d ebem os todas nues­
tras ideas; Locke aclara y p rofundiza este principio, consta­
tando la verdad m ediante una infinidad de aplicaciones, y
Locke es un genio.
Es im posible q u e un gran hom bre no sea siem pre anun­
ciado p o r o tro gran h o m b re (4). Las obras | del genio son 107
parecidas a algunos de esos soberbios m o n u m en tos de la
antigüedad qu e, realizadas p o r diversas generaciones de re ­
yes, llevan el n o m b re d e aquel que las term ina.
P ero si el azar, es decir, la concatenación de los efectos
cuyas causas ignoram os, juega un papel tan im p o rtante en la
gloria de los h om bres ilustres en el m undo de las artes y de
la ciencia, si d eterm in a | el in stan te en el q u e debem os nacer 108
para hacer época y recib ir el n o m b re de genio, ¡qué influen­
cia no tendrá este m ism o azar sobre la reputación de los
hom bres de Estado!
César y M ahom a han llen ad o la tierra de su renom bre.
Este últim o, en la m itad del universo, se ve resp etad o com o
el amigo de Dios; en la otra, se ve honrado com o un gran

2 Alexandre H ardy (1570-1632), dram aturgo francés, a u to r de Marianne, El sacrificio de Dido,


etc. C ontribuyó a fijar la form a d e la tragedia clásica.
Jean de Rostrou (1609-1650), dram aturgo protegido p o r Richelieu. A utor de Bélisaire, Saint
Genest, Venceslas.
Franqois Tristan l’H erm ite (1601-1655): autor de poemas La lira del señor Tristan, Versos
heroicos, una obra autobiográfica novelada, Los pleitos históricos, y obras de teatro: Marianne
(1636), La muerte de Crispo, La muerte del G ran Osmán y El parásito.

453
genio. Sin em bargo, este M ahom a, sim ple com isionista de
A rabia, sin letras, sin educación y en p arte víctim a él m ism o
del fanatism o que inspiraba, se había visto obligado, para
co m p o n er la m ediocre y ridicula o b ra llam ada C orán, a
recu rrir a algunos m onjes griegos. ¿C óm o no reco n o cer en
un hom b re así la obra del azar, que lo sitúa en el tiem po y
109 las circunstancias en que | se debía realizar la revolución, a la
cual este h o m b re osado n o hizo más q u e p restar su nom bre?
¿Q u ién d uda q u e e s te m ism o azar, tan favorable a
M ahom a, no haya co n trib u id o tam bién a la gloria de César?
N o es que yo p re te n d a reco rtar nada a las alabanzas debidas
a este héroe; pero , de tod o s m odos, Sila tam bién había
sojuzgado a los rom anos. Los hechos de g u erra no son nunca
suficientem ente contextualizados en la historia com o para juz­
gar si César era realm ente superior a Sertorius o a algún otro
capitán parecido. Si es el único ro m an o q u e ha sido com pa­
rado al v encedor de D arío, es p o rq u e am bos esclavizaron a
un gran n ú m ero de naciones. Si la gloria de C ésar ha em pa­
ñado la de casi todos los g randes capitanes de la república, es
po rq u e, con sus victorias, p u so los cim ientos del trono que
110 A ugusto consolidó | (5); p o rq u e su dictadura fue ia época de
la servidum bre de los rom anos y p o rq u e hizo una revolución
en el universo cuyo estallido debió co n trib u ir necesariam ente
a la celebridad que había m erecid o p o r sus grandes talentos.
111 ¡ Sea cual sea el papel q u e yo haga rep resen tar al azar,
sea cual sea la p arte q u e le co rresp o n d a en la reputación de
los grandes hom bres, el azar no hace más que favorecer a
aquellos a los que anima el vivo deseo de la gloria.
C om o ya he dicho, este deseo hace so p o rtar sin pena la
fatiga del estudio f la m editación. D ota al h om bre de esta
constancia de la atención necesaria para ilustrarse en el arte o
la ciencia que sea. Es a este deseo al que se debe esta osadía
del g en io q u e cita ante el tribunal de la razón las opiniones,
los prejuicios y los erro res consagrados p o r el tiem po.
Es sólo este deseo el que, en las ciencias o las artes, nos
eleva a verdades nuevas, o nos p ro cu ra diversiones nuevas.
112 En fin, este d eseo es el alm a del h o m b re de genio, | la fu en te
de sus ridículos y de sus éxitos (6); éxito que ordinariam ente
113 se d eb e sólo a la terquedad con | la q u e se concentra en un
solo arte. U na ciencia basta para llenar to d a la capacidad de
114 un alma; adem ás, | ni hay ni p u ed e h ab er un genio universal.
La longitud de las m editaciones necesarias para llegar a

454
ser su p erio r | en un arte, com parada con el corto espacio de 115
la vida, d em u estra la im posibilidad de sobresalir en varios.
| A dem ás, sólo hay una edad, la edad de las pasiones, en 116
la que se p uedan d ev o rar las p rim eras dificultades que im pi­
d en el acceso a cada ciencia. U n a vez superada esta edad se
p u ede ap ren d er a m an ejar con m ayor d estreza el útil del que
se ha servido siem pre, a d esarrollar m e jo r las ideas, a p re se n ­
tarlas a la luz del día; p e ro ya no se es capaz de realizar los
esfuerzos necesarios para descifrar un te rre n o nuevo.
El genio, sea del g é n e ro que sea, es siem pre el p ro d u cto
de una infinidad de com binaciones q u e sólo se llevan a cabo
en la prim era juventud.
P or lo dem ás, p o r genio no e n tien d o sim p lem ente el
genio de los descu b rim ien to s en las ciencias, o invenciones
en el conten id o y e n el p la n 3 de una o b ra literaria; hay,
adem ás, un genio d e la expresión. Los principios del a rte | 117
escrito siguen siendo oscuros e im perfectos; en este g é n ero
hay tan pocas cosas establecidas que no se o b tie n e el título
de gran escrito r sin ser realm en te inventor.
La Fontaine y Boileau han aportado poca invención al con­
tenido de los tem as que han tratado; sin em bargo, tanto el
uno com o el o tro han sido puestos, y con razón, en tre las
filas de los genios; el p rim ero , p o r la ingenuidad, el senti­
m iento y el atractivo intro d u cid o en sus narraciones; el se­
gundo, p o r la corrección, la fuerza y el estilo poético em ­
pleado en sus obras. Sean cuales sean los reproches que se
hagan a Boileau, es obligado aceptar que al perfeccionar
infinitam ente el arte de la versificación ha m erecido real­
m ente el título de inventor.
Según los diversos g én ero s a los cuales u no se aplique,
serán más o m enos deseables u n o u o tro tipo de estas dife­
rentes especies de genio. | En la poesía, p o r ejem p lo , el 118
g enio de la expresión es, si se m e p e rm ite decirlo, el genio
im prescindible. El p o eta épico más rico en la invención de
fondos no es leído en absoluto si está privado del genio de la
expresión; p o r el contrario, un poem a bien versificado y
lleno de belleza de detalles y de poesía, aunque carezca de
invención, será siem pre favorablem ente acogido p o r el p ú ­
blico.

3 En el original, «dans le fond et le plan d’un ouvrage». Expresiones usuales de nuestro


lenguaje, com o «fondo y form a», o «form a y contenido», traducen bien el sentido. P ero como
H elvétius distingue luego la expresión, hem os p referido m an ten er la am bigüedad de plan, que
igual significa proyecto, argum ento o form a (estructural).

455
N o es éste el caso de las obras filosóficas. En este tipo de
obras, el m érito principal es el del fondo. Para in stru ir a los
hom bres es necesario o bien p resen tarles una nueva verdad,
o bien m ostrarles la relación q u e une verdades que les pare­
cían aisladas. En el g én ero educativo la belleza, la elegancia
de la dicción y el acu erd o e n tre los detalles no son más que
119 un m érito secundario. A dem ás, | en tre los m o dernos se han
visto filósofos sin fuerza, sin gracia, incluso sin nitidez en la
expresión, que obtenían una gran reputación. La oscuridad
de sus escritos los p u e d e n co n d en ar al olvido du ran te cierto
tiem po; p e ro acabarán saliendo de él. T arde o tem prano
surge un espíritu p e n e tra n te y lum inoso que, tom ando las
verdades contenidas en sus obras, las libera de la oscuridad
que las recu b re y las sabe ex p o n er con claridad. Este espíritu
lum inoso com parte con los inventores el m érito y la gloria
de sus descubrim ientos. Es com o u n labrador que d esen tierra
un teso ro y com parte con el p ro p ietario del te rre n o las
riquezas que éste escondía.
Según lo que he dicho resp ecto a la invención de fondos
y del genio de la expresión, resulta fácil explicar cóm o un
120 escritor ya célebre | p u ed e co m p o n er malas obras. A este
efecto, basta que escriba en un g é n e ro d o n d e el tipo de
genio del que está d o tad o no juegue, p o r decirlo de alguna
m anera, más que un papel secundario. Este es el m otivo p o r
el cual el p o eta célebre p u ed e ser un mal filósofo y el
excelente filósofo un p o e ta m ediocre; p o r el cual, el novelista
p u ed e escribir mal la historia y el h isto riador ser un mal
novelista.
La conclusión de este capítulo es que si el genio supone
siem pre invención, sin em bargo, no toda invención su p o n e el
genio. Para o b te n e r el título de h o m b re de genio es necesa­
rio que esta invención se refiera a o b jeto s generales e in te re ­
santes para la hum anidad; adem ás, es necesario nacer en el
m o m en to en que, p o r sus talentos y sus descubrim ientos,
aquel que cultive las artes y las ciencias p u ed a hacer época
121 en | el m undo del saber. El h o m b re de genio es, pues, en
parte obra del azar; es el azar el que, siem pre en acción,
prep ara los descubrim ientos, acerca in sen sib lem ente las ver­
dades, siem pre inútiles al estar dem asiado alejadas las unas de
las otras, y hace nacer al h o m b re de g en io en el instante
preciso en el que las verdades, ya acercadas, le dan unos
principios generales y lum inosos. El genio se ap odera de

456
ellas, las p resen ta y alguna p a rte del im p erio de las artes o de
las ciencias se ve ilum inado. El azar, p ues, cum ple cerca del
g enio el oficio de aquellos vientos que, dispersados hacia las
cuatro partes del m undo, se cargan de las m aterias inflama­
bles qu e com ponen los m eteo ro s. Estas m aterias im pulsadas
vagam ente p o r el aire no p ro d u c e n efecto alguno hasta que,
p o r soplos contrarios, im pulsadas | im p etu o sam en te las unas 122
co ntra las otras, chocan en un p u n to ; en to n ces, el relám pago
se enciende y brilla, y el h o rizo n te se ve ilum inado.

C a p ít u l o II

De la imaginación y del sentimiento

La m ayor parte de q u ien es, hasta el m o m en to, han tra ­


tado sobre la im aginación o bien han restrin g id o o han ex­
ten d id o dem asiado el significado de esta palabra. Para rela­
cionar una idea precisa a esta expresión, re m o n tém o n o s a la
etim ología de la palabra imaginación: deriva del latín, imago,
im agen.
M uchos han confundido la m em oria con la im aginación.
N o se han dado cuenta d e q u e no hay nunca palabras exac­
tam ente sinónim as; q u e la m em o ria consiste | en un re cu e rd o 123
n eto de los o b je to s q u e se han p resen tad o ante n osotros y la
im aginación en una com binación, un m o n taje nuevo de imá­
genes, y una relación de conveniencias percibidas en tre di­
chas im ágenes y el sen tim ien to que se q u iere despertar. ¿Se
trata del terro r? La im aginación da el ser a las esfinges, a las
furias. ¿Es la sorpresa o la adm iración? E ntonces crea
el jardín de las H esp érid es, la isla encantada de A rm ida y
el palacio de A tlá n tid a 4.
La im aginación (7) es, p u es, la invención en m ateria de
im ágenes, lo que el esp íritu es en m ateria de ideas.

4 Las H espérides eran ninfas d el p oniente. Los antiguos localizaron el jardín de las H espérides
en ei extrem o del m undo occidental; cuando éste fue m e jo r conocido, se lo situó al pie del
m onte Atlas. A rm ida era una d e las heroínas d e la Jerusalén libertada, de Tasso. Seduce a
Rinaldo y lo m antiene en un palacio apartado del ejército de los cruzados. A tlántida, conti­
n e n te legendario, situado p o r los antiguos al oeste de las colum nas d e H ércules, en el océano
A tlántico. En el tex to parece estar invertido, pues habla del palacio de A tlántida y de la isla de
Armida.

457
124 | La m em oria, q u e no es más que el recu erd o exacto de
los o b jeto s que se nos han p resen tad o a nosotros, no
se diferencia m enos d e la im aginación q u e un retra to de
Luis X IV (8) p in tad o p o r Le B run se diferencia de la com po­
sición sobre la conquista del Franco C ondado.
D e esta definición d e la im aginación se deduce que se
em plea únicam ente en las descripciones, las pinturas y las
decoraciones. En todos los dem ás casos, la im aginación sólo
p u ed e servir de ro p aje a las ideas y a los sentim ientos que se
125 nos p resentan. En otras épocas jugó un | papel más im por­
tante en el m undo; explicaba casi sola todos los fenóm enos
de la naturaleza. Era de la u rn a sobre la cual se apoyaba una
náyade de donde salían los riachuelos que serpenteaban en
las cañadas; los bosques y los llanos se cubrían de v erd o r p o r
los cuidados de las dríadas y las napeas 5; las rocas, separadas
de las m ontañas, eran m ovidas en los llanos p o r las oreadas;
eran los p o d eres del aire, bajo los n om bres de genios o de
dem onios quienes desencadenaban los vientos y am ontona­
ban las torm entas sob re los países que querían devastar. Si
en E uropa ya-no se abandona a la im aginación la explicación
de los fenóm enos de la física; si no se la utiliza más que para
v erte r un poco más de claridad y atractivo a los principios de
las ciencias, y si se espera sólo de la experiencia la revelación
126 de los secretos de la naturaleza, no | cabe pensar en que
todas las naciones estén igualm ente esclarecidas sobre este
punto. La imaginación sigue siendo el filósofo de la India; es
ella quien, en el T o n k ín 6, ha fijado el instante de la form a-
127 ción de las perlas (9 ); y sigue siendo ella | la q ue p o b lando los
elem entos de sem idioses, creando a placer dem onios, genios,
hadas y encantadores para explicar los fenóm enos del m undo
128 físico, se ha elevado a m enudo, con ala audaz, | hasta su
pro p io origen. D esp u és de h ab er reco rrid o du ran te largo
tiem po los desiertos inm ensurables del espacio y de la e te r­
nidad, se ve finalm ente obligada a d e te n e rse en un punto.
U na vez señalado este p u n to , el tiem po com ienza. El aire,
oscuro, espeso o espirituoso, q u e según el Taautus de los

5 Náyades: ninfas del elem ento líquido. En su calidad de ninfas son d e gran longevidad, pero
mortales. La genealogía es variable: H o m ero las llama hijas d e Z eus, p ero en otros autores se las
relaciona con el dios O céano. Con frecuencia pasaban p or poseer virtudes curativas.
Dríadas son una categoría d e ninfas d e los árboles. N acen con el árbol que protegen y
com parten su destino.
N apeas posiblem ente son divinidades p rotectoras d e la infancia.
O readas u horcadas: diosas protectoras de los juram entos; hijas del dios Orcos.
6 Tonquín o T onkín es una región del V ietnam , golfo del m ar de la C hina del Sur.

458
fenicios cubría el vasto abism o, está afectado de am or p o r
sus propios principios; este am or p ro d u ce una m ezcla y esta
m ezcla recibe el n o m b re d e deseo; este deseo concibe el m ud
o la corrupción acuosa; esta co rrupción contien e el germ en
del universo y las semillas d e todas las criaturas. Los anim ales
inteligentes, bajo el n o m b re de zofasemín, o co ntem pladores
de los cielos, reciben el ser. El sol brilla, las tierras y los
m ares son calentados p o r sus rayos; ellos los reflejan y besan
los aires; los vientos soplan, las nubes se levantan, ¡ se gol- 129
pean y de su golpe b rotan los relám pagos y los truenos; sus
estallidos despiertan a los anim ales inteligentes que, asusta­
dos, se m ueven y huyen, los unos a las cuevas de la tierra y
los otros a los abism os de los océanos.
La m ism a im aginación qu e, ju n to con algunos principios
de una falsa filosofía, había descrito en Fenicia de este m odo
la form ación del universo en otros países supo resolver suce­
sivam ente el caos d e otras mil m aneras diferen tes (10).
| En G recia inspiró a H e sío d o | cuando, lleno de entu- 130-131
siasm o, | afirmó: «En el p rincipio estaba el Caos, el negro 132
E rebo y el T ártaro. Los tiem pos todavía no existían cuando la
N o ch e etern a que, sob re alas extendidas y pesadas, recorría
las inm ensas llanuras del espacio, se ciern e de re p e n te sobre
el Erebo. Pone allí un huevo; el E rebo lo recibe en su seno,
lo fecunda: surge el A m or. Se eleva sobre alas doradas y se
une al Caos: esta unió n da el ser a los cielos, a la tierra, a los
dioses inm ortales, a los h o m b res y a los anim ales. Y a V enus,
concebida en el seno d e los m ares, se ha elevado sobre la
superficie de las aguas; tod o s los cu erpos anim ados se d etie ­
nen para contem plarla; todos los m ovim ientos que el Am or
había im preso vagam ente en toda la naturaleza se dirigen
hacia la belleza. P o r vez p rim era | el o rd en , el equilibrio y el 133
designo son conocidos en el universo»,
H e aquí, en el p rim e r siglo de G recia, de qué form a la
im aginación construyó el palacio del m undo. A hora, más
sabia en sus concepciones, es a través del conocim iento de la
historia p resen te d e la tierra com o se eleva al conocim iento
de su form ación. In stru id a p o r una infinidad de erro res, para
explicar los fen ó m en o s d e la naturaleza no se aparta de la
experiencia, no se abandona a sí m ism a más que en las
descripciones y en las p in tu ras 1.

7 En realidad con «les descriptions e t Ies tabieaux», H elvétius se refiere a ío q u e hoy llama­
ríam os «literatura y artes plásticas».

459
Es entonces cuando p u ed e crear esos seres y esas relacio­
nes nuevas, que la poesía, p o r la precisión de sus giros, la
m agnificencia de la expresión y la p ro p ied ad de las palabras
hace visible a los o jo s de los lectores.
134 ¿Se trata de pinturas atrevidas? La im aginación | sabe que
los cuadros más grandes, au n q u e sean los m enos correctos,
son los más dispuestos a im presionar; que se prefiere, a la
luz dulce y pura de las lám paras encendidas delante de los
altares, los chorros m ezclados de fuego, ceniza y hum o lan­
zados p o r el Etna.
¿Se trata de un cuadro voluptuoso? Es a A donis a quien
la im aginación conduce con A lbani en m edio de prados y
bosques 8. V enus aparece d o rm id a sobre rosas, la diosa se
despierta, el ru b o r del p u d o r cubre sus m ejillas, un velo
ligero o culta una p a rte de sus bellezas que el ardiente.
A donis devora; tom a la diosa, triunfa sobre su resistencia; el
velo es arrancado con m ano im paciente; V enus está desnuda;
el alabastro de su c u erp o está ex puesto a las m iradas del
deseo. Y en este m om ento, el cuadro qued a vagam ente ter-
135 m inado, para d ejar a los caprichos y a las | fantasías variadas
del am or la elección de las caricias y de las actitudes.
¿Se trata de p re se n ta r un hecho sencillo bajo una imagen
brillante, de enunciar, p o r ejem p lo , la disensión que surge
en tre los ciudadanos? La im aginación rep resen tará la paz
saliendo afligida de la ciudad, bajando sob re sus ojos el olivo
que le ciñe la frente. Así, en la poesía, la im aginación sabe
exponerlo to d o bajo im ágenes cortas, o bajo unas alegorías
que en realidad no son más q u e m etáforas prolongadas.
En la filosofía, el uso q u e p u e d e hacerse de ella es
infinitam ente más lim itado; en este caso no sirve, com o ya lo
he dicho antes, más que para dar m ayor claridad y belleza a
los principios. D igo m ayor claridad p o rq u e los hom bres, que
se en tien d en bastante bien cuando pronuncian palabras que
136 hagan referencia | a o b jeto s sensibles, tales com o encina,
océano, sol, dejan de en te n d e rse cuando pro n u ncian palabras
com o belleza, justicia, virtu d, cuyo significado com p ren d e un
gran núm ero de ideas. Les es casi im posible atribuir la misma
serie de ideas a la m ism a palabra y de ahí provienen esas

8 Francesco Albani (1578-1660): pintor italiano, discípulo d e Calvaert y C araca. Cuadros


suyos son El rapto de Europa, Los cuatro elementos, La danza de los amores, El juicio de Parts y El
tocador de Venus.
Adonis: hermoso joven, amado por Venus.

460
disputas eternas y vivas q u e tan a m en u d o han ensangren­
tado la tierra.
La im aginación, q u e in ten ta rev estir de im ágenes sensi­
bles las ideas abstractas y los principios de las ciencias, presta
una gran claridad y belleza a la filosofía.
N o em bellece m enos las obras del sen tim ien to. C uando
A riosto conduce a O rlan d o a la g ru ta d o n d e d eb e dirigirse
Angélica, ¿con q u é a rte no d ecora dicha gruta? P or d o q u ier
hay inscripciones grabadas p o r el am or, lechos de césped
dispuestos para | el placer; el m urm ullo de los riachuelos, el 137
frescor del aire, los p erfu m es de las flores, to d o se sum a para
excitar los deseos de O rlan d o . El p o eta sabe q u e cuanto más
placer p ro m eta esa g ru ta em bellecida, em b o rrachando el
alm a del h éro e, tanto más v iolenta será su d esesperación en
cuanto conozca la traición de A ngélica, y tan to más suscitará
este cuadro, en el alma d e los lecto res, aquellos tiernos
m ovim ientos relacionados con sus propios placeres 9.
Finalizaré este pasaje sobre la im aginación con una fábula
oriental, quizá incorrecta en ciertos aspectos, p e ro muy inge­
niosa y m uy apta para d e m o stra r cóm o la im aginación p u ede,
algunas veces, p restar en can to al sentim iento. Se trata de un
am ante afortunado q u e, b ajo el velo de una alegoría, atri­
buye ingeniosam ente a su am ante y al | am or q u e siente p o r 138
ella las cualidades q u e se adm iran en él:
«U n día estaba en el baño. U n a tierra perfu m ada, de una
m ano am ada, pasó a la mía. Le dije: ¿Eres el almizcle? ¿Eres
el ám bar? Ella m e respondió: N o soy más que tierra co­
rrien te, p e ro he ten id o alguna relación con la rosa; su virtud
bienhechora m e ha p en etrad o ; sin ella no seguiría siendo más
que tierra co rrien te (11).»
C reo que he d eterm in ad o p erfectam en te lo que se debe
en te n d e r p o r imaginación y enseñ ad o el u so que de ella se
puede hacer en las distintas artes. A hora paso al sentim iento.
El m om ento en el q u e la pasión se d esp ierta en nosotros
con la m ayor fuerza es a lo que | llam am os sentimiento. P o r 139
pasión no se en tien d e más q u e una continuidad de sentim ien­
tos de la m ism a especie. La pasión de un h o m b re p o r una

9 Ludovico A riosto (1474-1532). Su p oem a épico Oriundo furioso, lum inoso y sereno, es la
obra más representativa del R enacim iento italiano. (Su tem a principal es la locura de O rlando
quien, enam orado de la herm osa A ngélica, la persigue y se ve envuelto en peligrosas aventuras,
sin lograr vencer el desdén d e la muchacha, que se enam ora a su vez de un pobre soldado
sarraceno herido, M edoro, cuyas heridas cura.)

461
m u je r no es más q u e la duración de sus deseos y de sus
sentim ientos p o r esa m ism a m ujer.
U n a vez dada esta definición, para distinguir los senti­
m ientos de las sensaciones y saber las distintas ideas que se
deb en atribuir a estas dos palabras q u e a veces se em plean
confundidas conviene señalar q u e hay pasiones de dos tipos:
unas que nos vienen dadas d e form a inm ediata p o r la n atura­
leza, tales com o los d eseo s o las necesidades físicas de beber,
com er, etc.; las otras que, no siéndonos dadas de form a
inm ediata p o r la naturaleza, su p o n en el establecim iento de
las sociedades y que p ro p ia m e n te no son más que pasiones
140 artificiales com o la am bición, el orgullo, la pasión | p o r el
lujo, etc. D e acuerdo con estas dos especies de pasiones, yo
distinguiría dos especies de sentim ientos. U nos tien en rela­
ción con las pasiones de la p rim era especie, es decir, con
nuestras necesidades físicas, y recib en el no m bre de sensa­
ciones; los otros tien en relación con las pasiones artificiales y
se conocen de form a más p articular bajo el nom bre de sen­
tim ientos. En este capítulo hablarem os de esta segunda esp e­
cie 10.
Para form arse una idea clara, observaría q u e no hay
hom b re sin deseos, ni, p o r consiguiente, sin sentim ientos;
p ero estos sentim ientos p u ed en ser en ellos débiles o vivos.
C uando sólo se tienen sentim ientos débiles se considera que
se carece de ellos. Sólo se atribuye sen tim ien to a los h o m ­
bres fu ertem en te afectados. ¿Se tiene m iedo? Si este m iedo
141 no nos ¡ p recipita en peligros m ayores que los que se q u ie­
ren evitar, si nuestro m ied o calcula y razona nuestro
m iedo es débil y nunca se hablará de n osotros com o de un
hom b re m iedoso. Lo m ism o q u e he dicho del sentim iento
del m iedo lo hago extensivo al am or y a la am bición.
El h o m b re d eb e estos m ovim ientos fogosos y esos acce­
sos a los que se les da el no m b re de sen tim ien to sólo a
pasiones bien determ inadas.
Se está anim ado de estas pasiones cuando sólo un deseo
reina en n uestra alm a y m anda im periosam ente a unos d e ­
seos subordinados. Q u ien q u iera que ceda sucesivam ente a

10 Los dos tipos d e pasiones son habitualm ente distinguidos en el siglo X V III. (V er, por
ejem plo, el Discours sur l’origine de l’inégalité d e R ousseau.) En cam bio, es más original esta
distinción e n tre sensaciones y sentimientos relacionados respectivam ente con las pasiones naturales
y artificiales o sociales.
11 D eberá en ten d erse e n e l sentido d e q u e nos perm ite pensar, no bloquea la razón y, a un
tiem po, nos em puja a reflexionar, nos fuerza a calcular y razonar.

462
deseos d iferen tes se equivoca si se cree apasionado; tom a los
gustos p o r pasiones.
El d espotism o, p o r decirlo de alguna m anera, de un d e ­
seo al cual | se subordinan tod o s los dem ás es en nosotros lo 142
que caracteriza la pasión. P o r tanto, hay pocos hom bres
apasionados y capaces d e sen tim ien to s vivos.
A m en u d o , incluso la m oral de un p u eb lo y la co n stitu ­
ción de un E stado se o p o n e n al d esarrollo de las pasiones y
de los sentim ientos. ¡C uántos países hay en los que ciertas
pasiones no se p u e d e n m anifestar, p o r lo m enos m ediante
acciones! En un g o b iern o arbitrario , siem pre su jeto a mil
revoluciones, los g randes siem p re son presa del fuego de la
am bición, cosa q u e n o o c u rre en un Estado m onárquico,
donde las leyes están en vigor. En u n E stado de este tipo, los
hom bres am biciosos están encadenados y no se ve en ellos
más que a intrigantes, a los q u e no voy a d eco rar con el
título de am biciosos. N o se trata de que en este país no haya
una infinidad de h o m b res con el g erm en de la am bición;
p ero , a m enos que haya algunas | circunstancias especiales, 143
este germ en m u ere sin desarrollarse. La am bición es, en esos
h om bres, com parable a esos fuegos su b terrán eo s encendidos
en las entrañas d e la tierra: quem an sin explosión, hasta que
las aguas p e n e tra n en ellos y, rarificadas p o r el fuego, elevan,
en tre a b ren las m ontañas, estre m e c ien d o los cim ientos del
m undo.
En aquellos países en los q u e el g erm en de ciertas pasio­
nes y de ciertos sen tim ien to s está ahogado, el público no las
p u ed e conocer y estu d iar más que en las im ágenes que dan
los escritores célebres, y, p rin cip alm en te, los poetas.
El sentim iento es el alm a de la poesía, sobre todo de la
poesía dram ática. A ntes d e indicar los signos en los cuales se
reconocen , en este g é n e ro artístico los grandes p in tores y los
hom bres de sen tim ien to , | vale la p e n a o bservar que nunca 144
se pintan bien las pasiones y los sentim ien to s, si u no m ism o
no es susceptible d e ellos. ¿Se sitúa a un h é ro e en una
situación adecuada para desarro llar en él toda la actividad de
las pasiones? Para d a r una im agen real, es necesario estar
uno m ism o afectado p o r los sentim ientos cuyos efectos se
describen en el p erso n aje, hallando el m o d elo en sí m ism o.
Si un au to r es u n apasionado, jam ás captará ese p u n to p re ­
ciso que consigue el sen tim ien to y q u e él no alcanzará jamás

463
(12). Siem pre se está m ás allá o más acá de una naturaleza
fuerte.
145 | A dem ás, para lograr éxito en este arte, no basta con ser
en general susceptible d e pasiones; es necesario, adem ás,
estar anim ado de aquella cuya im agen se q u iere dar. U na
especie de sentim ien to en ningún caso nos hace adivinar
otra. S iem pre se expresa mal aquello que se siente débil­
m ente. C orneille, cuya alm a era más elevada que tierna,
describe m ejo r a los grandes políticos que a los am antes.
En este g én ero , la celebridad se otorga, principalm ente, a
la verdad de las im ágenes. Sin em bargo, sé q ue situaciones
felices, máximas brillantes y versos elegantes han o b tenido
en el teatro , algunas veces, los m ayores éxitos; p e ro , sea cual
sea el m érito que supongan estos éxitos, este m érito no es,
en el g én ero dram ático, más q u e un m érito secundario.
146 El verso con carácter es, en las | tragedias, el verso que
m ayor im presión causa so b re nosotros. ¿Q uién no se sien­
te em ocionado en la escena d o n d e Catilina, para resp o n d er
a los reproches de asesinatos q u e le hace L entulus, le dice:
Cree que esos crímenes
Son de m i política, y no de m i corazón?

Obligado a doblegarse a la moral de sus cómplices,


«es necesario, añade, q u e un jefe de conju rad os tom e suce­
sivam ente todos los caracteres. Si yo no tuviese más que
hom bres com o L entulus en mi partido»,
Y si no estuviese lleno más que de hombres virtuosos,
No me sería d ifícil serlo a ú n más que ellos.
¡Q ué carácter en cierran estos dos versos! ¡Q ué m ejo r 12
jefe de co njurados q u e un ho m b re bastante du eñ o de sí
m ism o com o para ser a placer virtuoso o vicioso! ¡Q ué
am bición la del soberbio Catilina q u e p u ed e, co n tra la infle-
xibilidad ordinaria de las pasiones, doblegar a todos los ca-
147 racteres! | U n a am bición así anuncia al d e stru c to r de Roma.
V ersos sem ejantes sólo han sido inspirados p o r las pasio­
nes. Q uien no sea susceptible de ellas, d eb e renunciar a
pintarlas. P ero, se p o d rá p reg u n tar, ¿en qué señal el público,
a m enudo poco in stru id o resp ecto a lo que o curre más allá o

12 H em os intercalado «m ejor» para hacer inteligible el texto.

464
m ás acá d e u n a n a tu ra le z a fu e r te , r e c o n o c e rá a los g ra n d e s
p in to re s d e los s e n tim ie n to s? E n la fo rm a , c o n te s ta ré y o, en
c ó m o los ex p re sa. A fu e rz a d e m e d ita c io n e s y d e re m in is­
cencias, u n h o m b re d e e s p íritu p u e d e ad iv in ar a p ro x im a d a ­
m e n te a q u e llo q u e u n a m a n te d e b e h a c e r o d e c ir en u n a tal
situ ac ió n ; p u e d e su stitu ir, p o r d e c irlo d e alg u n a fo rm a , el
s e n tim ie n to sentido p o r el se n tim ie n to pensado. P e r o esta ría
en el caso de u n p in to r q u e , a raíz d e u n a d e s c rip c ió n q u e se
le h u b ie se h e c h o d e la b e lle z a d e u n a m u je r y la im a g e n q u e
d e ella se h u b ie se fo rm a d o , q u isie se h a c e r su r e tra to ; | p o si- 148
b le m e n te h aría un c u a d ro h e rm o s o , p e r o jam ás u n c u a d ro
co n p a re cid o . El e s p íritu n o ad iv in ará jam ás el le n g u a je d el
s e n tim ie n to .
N o hay n ad a m ás in síp id o p a ra un an c ia n o q u e la c o n v e r­
sació n d e d o s am an tes. El h o m b r e in se n sib le , p e r o e s p iritu a l,
e stá e n el caso d el an c ian o : el le n g u a je sim p le d el s e n ti­
m ie n to le p a re c e m o n ó to n o y, a p e s a r suyo, in te n ta s ie m p re
a n im a rlo con algún g iro in g e n io so , lo q u e re v e la en él la falta
d e se n tim ie n to .
C u a n d o P e le o d esafía la c ó le ra del cielo , c u a n d o los e s ta ­
llidos d el tr u e n o an u n c ia n la p re se n c ia d el d io s rival y T e tis,
in tim id a d a , p ara calm ar las so sp e ch a s d e un a m a n te c e lo so , le
dice:
Ve, huye; mostrarte que tengo miedo
Es ya decirte que te atno ( 13):

| se p e rc ib e q u e el p e lig ro e n el q u e se e n c u e n tra P e le o es 149


d e m a sia d o u rg e n te , q u e T e tis no está e n u n a situ ac ió n d e m a ­
sia d o tra n q u ila co m o p a ra q u e m o ld e e co n ta n to in g e n io su
re sp u e s ta . A su stad a p o r el d io s q u e se ac erca , el cu al, co n
u n a p alab ra p u e d e a n iq u ila r a su a m a n te , y p re s u ro s a d e
v e rlo m a rc h ar, n o tie n e m ás q u e el tie m p o ju sto p a ra g rita rle
q u e h u y a y q u e lo a d o ra u .
T o d a frase in g e n io sa m e n te m o ld e a d a p r u e b a al m ism o
tie m p o e s p íritu y falta d e se n tim ie n to . El h o m b re a g ita d o p o r
u n a p asió n , e n tre g a d o p o r e n te r o a lo q u e s ie n te , n o se
o c u p a en ab so lu to p o r la fo rm a c ó m o lo ex p re sa. E sco g e la
e x p re sió n m ás sim ple.

13 Peleo es un rey legendario de Yolco, hijo de Eaco y de la ninfa Eudeide. Tras una existen­
cia errante y agitada, se ap o d eró d el rein o d e Y olco y se unió en Pelión con la nereida Tetis.
C on Tetis querían casarse Z eus y P oseidón, y lo hubiesen hecho si no hubiese anunciado Tem is
que quien se casase con ella tendría un hijo más poderoso que su padre. Le concedieron
entonces al mortal Peleo.

465
150 | C u a n d o el A m o r, llo ra n d o so b re las ro d illas d e V e n u s,
le p id e la gracia d e P siq u e y la d io sa se ríe d e su d o lo r, el
A m o r le dice:
No me quejaría si pudiese morir l4.
C u a n d o T ito d e c la ra a B e re n ic e q u e al fin el D e s tin o
o rd e n a q u e se se p a re n p a ra n o v o lv e r a v e rse jam ás (14),
B e re n ic e añade:
¡Jamás!...¡Qué horrible es esta palabra cuando se ama! 15.
C u a n d o P alm ire d ic e a S é id e q u e h a in te n ta d o en va-
151 n o , | co n sus p legarias, lleg ar a su r a p to r, S éid e re sp o n d e :

¿Quién es, pues, ese mortal insensible a tus lágrimas?


E stos v erso s, y g e n e ra lm e n te to d o s los v e rso s d e se n ti­
m ie n to , se rá n sie m p re sencillos, ta n to en sus g iro s co m o en
su e x p re sió n , P e ro el e s p íritu d e s p ro v is to d e se n tim ie n to nos
a le ja sie m p re d e esta sim p licid ad ; in clu so m e a tre v o a de-
152 cir | q u e algunas v ec es c o n v ie rte el se n tim ie n to en m áxim a.
A este re sp e c to , ¿c ó m o n o se r la v íctim a del esp íritu ? Lo
p ro p io d e l esp íritu es o b se rv a r, g e n e ra liz a r sus o b se rv a c io n e s
y e x tra e r re su lta d o s o m áxim as. H a b itu a d o a e s te p ro c e d e r,
es p rá c tic a m e n te im p o sib le q u e el h o m b re d e e s p íritu q u e
q u ie ra p in ta r la pasió n sin h a b e r s e n tid o el a m o r, n o e x p re se ,
sin d arse cu e n ta , el se n tim ie n to e n m áxim a. F o n te n e lle ha
h e c h o d ec ir a u n o d e su s p asto re s:

No se debe amar, cuando se tiene el corazón tierno;


id e a q u e le es c o m ú n c o n Q u in a u lt, q u e la e x p re s a d e fo rm a
to ta lm e n te d ife re n te c u a n d o hace d e c ir a A tys:

S i yo amase algún día, por desgracia,


Conozco bien a mi corazón,
Sería demasiado sensible.
153 | Si Q u in a u lt n o ha p u e s to e n fo rm a d e m áx im a el se n ti-

14 Según la fábula d e A puleyo (Metamorfosis, s. II), Psique, bellísima doncella amada y


raptada por A m or (Eros), fue condenada a vagar p or la tierra perseguida p o r V enus, por intentar
v e r el rostro d e su am ante (Eros), desobedeciendo a sus órdenes. H abiendo quedado sum ida en
un sueño etern o en los Infiernos, Eros, todavía enam orado d e ella, pidió perm iso a Z eus, para
casarse con una m ortal, perm iso q u e Z eus le concedió, después de obligar a V enus a reconci­
liarse con Psique.
15 Berenice es una tragedia en cinco actos de Jean Racine, representada p o r p rim era vez en
1670. La obra, inspirada en u n pasaje d e Suetonio, gira en to rn o a tres personajes y a sus
relaciones amorosas. T ito, em perador de R om a, ha d e renunciar al am or d e B erenice, reina de
Palestina, p o r exigencias d e la política.

466
m ie n to q u e agita a A tys, es p o r q u e se n tía q u e u n h o m b re
fu e r te m e n te a fe c ta d o n o se d iv ie rte g en e raliz an d o .
A e s te re sp e c to , n o o c u rre lo m ism o co n la am b ició n
c o m o co n el am o r. E n la a m b ició n , el se n tim ie n to se alia
m u y b ien co n el e s p íritu y la re fle x ió n ; la causa d e e sta
d ife re n c ia va u n id a al o b je to d ife re n te q u e se p ro p o n e n estas
d o s p asiones.
¿ Q u é d e s e a u n am an te ? Los fav o res d e q u ie n am a. Sin
em b a rg o , n o es a la su b lim id a d d e su e s p íritu , sin o al ex ceso
d e su te rn u ra a lo q u e se o to rg a n esos favores. El A m o r co n
lágrim as y d e s e sp e ra d o a lo s p ie s d e u n a am an te , es la
e lo c u e n c ia con m ás p o sib ilid a d e s d e lleg ar h asta ella. Es el
ím p e tu del a m a n te el q u e p r e p a ra y co n sig u e eso s in sta n te s
d e d e b ilid a d q u e cu lm in a n su | felicidad. El e s p íritu n o to m a 154
p a rte en el triu n fo ; el e s p íritu es e x tra ñ o al se n tim ie n to d el
am o r. A d em ás, el ex c eso d e p a sió n d e u n a m a n te p ro m e te mil
p la ce re s al o b je to am ad o . N o o c u rre lo m ism o co n u n am b i­
cioso: la violencia d e su am b ició n no p r o m e te p la c e r alg u n o
a sus có m plices. Si el tr o n o es el o b je to d e sus d e s e o s y si,
p a ra llegar h asta él, d e b e ap o y a rse e n u n p a rtid o p o d e ro s o ,
sería v ano q u e e x te n d ie se a n te los o jo s d e sus p a rtid a rio s
to d o el ex ceso d e su am b ició n : lo e scu c h arían con in d ife re n ­
cia a m e n o s q u e asignase a cada u n o d e ello s el lugar q u e
d e b e rá o c u p a r en el g o b ie rn o y les d e m o stra se el in te ré s q u e
tie n e n en elevarlo.
F in alm en te , el a m a n te n o d e p e n d e m ás q u e d el o b je to
am ad o ; un solo in sta n te a seg u ra su felicidad. La reflex ió n no
tie n e tie m p o d e p e n e tr a r e n un c o ra z ó n ta n to | m ás viva- 155
m e n te ag itad o cu a n to m ás cerca está d e o b te n e r lo q u e
d esea. P e ro el am b icio so tie n e , p a ra la e je c u c ió n d e sus
p ro y e c to s, c o n tin u a n ec esid ad d e la ayu d a d e to d a clase d e
h o m b re s; p ara se rv irse d e ello s ú tilm e n te es n ec e sa rio c o n o ­
cerlo s. P o r o tr o lado, su é x ito d e p e n d e de u n o s p ro y e c to s
m a n e ja d o s con a rte y p re p a ra d o s tie m p o atrás. ¿ C u á n to esp í­
ritu n o se n ec esita p ara traz arlo s y seg u irlo s? El se n tim ie n to
d e la am b ició n se alia, p u e s , n e c e s a ria m e n te , co n el e s p íritu y
la reflex ió n .
El p o e ta d ra m á tic o p u e d e re f le ja r fie lm e n te el carácter
d el am b icio so , p o n ie n d o d e vez en cu a n d o en su b o ca u n o s
v erso s se n ten c io so s q u e , p a ra lleg ar c o n fu e rz a al e s p e c ta d o r,
d e b e n se r el re su lta d o d e u n se n tim ie n to vivo y d e u n a
re fle x ió n p ro fu n d a . T a le s s o n los v e rso s d o n d e , p ara ju stifi-

467
156 car su audacia d e p re se n ta rse al sen ad o , | C atilin a d ice a
P ro b u s, q u e lo acusa d e im p ru d en cia:

La imprudencia no está en la temeridad,


Está en un proyecto falso y mal planeado;
Pero, si está bien seguido, es un rasgo de prudencia
Ir alguna vez hasta la insolencia:
Y sé que para domar a los viás imperiosos,
A menudo se necesita menos arte y más desprecio hacia ellos.
Lo q u e h e d ic h o acerca d e la am b ició n in d ica en q u é
dosis d ife re n te s, p o r d e c irlo de alguna m an era, p u e d e aliarse
el e s p íritu con los d istin to s g é n e ro s de pasión.
T e rm in a ré c o n esta ob serv ació n : ni n u e s tra m o ral ni
n u e s tra fo rm a d e g o b ie rn o nos p e rm ite n lib ra rn o s a fu e rte s
p asio n es, tales co m o la am bición y la venganza; g e n e ra lm e n te
n o se cita, co m o p in to re s d e los se n tim ie n to s, m ás q u e a los
h o m b re s sensibles a la te rn u ra p atern al o filial y e n fin, al
a m o r, q u e p o r esta ra z ó n o cu p a casi solo el te a tro fran cés.

C a p í t u l o III

Del espíritu

157 | El e s p íritu n o es m ás q u e un c o n ju n to de ideas y de


co m b in a c io n e s nuevas. Si e n u n a ciencia o en u n a rte se
h u b ie se n h ec h o to d a s las co m b in ac io n e s p o sib les, n o se p o ­
d ría a p o rta r ni in v e n ció n ni esp íritu ; se p o d ría se r sabio en
e se cam p o , p e ro n o c re a d o r l6. Es e v id e n te q u e si n o q u e d a ­
sen d e s c u b rim ie n to s p o r h a c e r e n nin g ú n ca m p o , e n to n c e s
to d o sería ciencia y el esp íritu sería im p o sib le; nos h ab ría m o s
re m o n ta d o hasta el o rig en d e las cosas. U n a v ez h em o s
lle g ad o a los p rin c ip io s g e n e ra le s y sim ples, la cien cia d e los

16 En el texto francés dice «spirituel», térm ino difícil de traducir en su justo sentido. Traducir
por «espiritual» tiene el inconveniente de las connotaciones en el uso actual de esta palabra;
traducir p o r «inteligente» o «ingenioso» tam poco recogería el sentido. Más correcto sería
«hom bre de espíritu», p ero en el texto generaría confusiones, a no ser que hablásemos de
«científico con espíritu» o con «ingenio», lo cual es un poco rebuscado. Por eso traducimos
«spirituel» p o r «creador», que recoge bien el sentido y sin perjuicio de que en otros m om entos
hayamos optado por un giro diferente.

468
h ech o s q u e nos ha elev ad o hasta allí no será más q u e u n a | 158
cien cia fútil, y to d a s las b ib lio te c a s d o n d e se g u a rd a n to d o s
esto s h e c h o s se c o n v e rtirá n en in ú tiles. E n to n c e s, d e to d o s
los m a teria les d e la p o lític a y de la legislación, es d ec ir, de
to d a s las h isto ria s, h a b ría m o s e x tra íd o , p o r e je m p lo , la p e ­
q u e ñ a can tid ad d e p rin c ip io s q u e , ad e c u a d o s p a ra m a n te n e r
e n tre los h o m b re s la m a y o r ig u ald ad p o sib le, p e rm itiría n q u e
u n día naciese la m e jo r fo rm a d e g o b ie rn o . Lo m ism o o c u rri­
ría co n la .física y, e n g e n e ra l, co n to d a s las ciencias. E n esa
situ ació n , el e sp íritu h u m a n o , e sp a rc id o en una in fin id a d de
o b ras div ersas, sería c o n d e n sa d o p o r u n a m an o hábil en un
p e q u e ñ o v o lu m e n d e p rin c ip io s, p o c o m ás o m e n o s co m o los
e s p íritu s de las flo re s q u e c u b r e n las g ra n d e s llan u ras y q u e,
gracias al a rte del q u ím ic o , q u e d a n fác ilm e n te c o n c e n tra d o s
e n u n ja rro de esencias.
El e s p íritu h u m a n o , e n re a lid a d , está en ¡ to d o s los cam - 159
p o s d e re fle x ió n m u y le jo s del té rm in o q u e acab o d e s u p o ­
n er. A d m ito con ag ra d o q u e no nos v e re m o s ta n p r o n to
re d u c id o s a la triste n e c e sid a d d e n o ser m ás q u e sab io s y
q u e , gracias a la ig n o ran c ia h u m a n a , nos se rá p e rm itid o p o r
m u c h o tie m p o te n e r e s p íritu 17.
A sí p u es, el e s p íritu su p o n e sie m p re in v e n ció n . P e ro ,
¿ q u é d iferen c ia , se d irá, e n t r e e s ta e s p e c ie d e in v e n ció n y la
q u e n o s p e rm ite o b te n e r el títu lo d e genio? P ara d e sc u b rirla ,
co n s u lte m o s al p ú b lic o . E n m o ra l y e n p o lític a h o n ra rá , p o r
e je m p lo , con el títu lo d e g e n io a M a q u iav e lo y al a u to r del
Espíritu de I'as Leyes; e n c a m b io , n o d ará m ás q u e el títu lo d e
h o m b r e d e m u c h o e s p íritu a La R o c h e fo u c a u ld y a La
B ru y é re . La ú nica d ife re n c ia se n sib le q u e se o b se rv a e n tre
esto s d os tip o s d e h o m b re s es q u e los p rim e ro s tra ta n d e
m a terias m ás im p o rta n te s , | u n e n m ás v e rd a d e s e n tre ellas y 160
fo rm a n un c o n ju n to m a y o r q u e lo s se g u n d o s. A h o ra b ien , la
u n ió n d e u n m a y o r n ú m e ro d e v e rd a d e s su p o n e u n a m ay o r
ca n tid a d d e c o m b in a c io n e s y, p o r c o n s ig u ie n te , u n h o m b re
m ás raro . P o r o tr o lado, el p ú b lic o d e se a v e r d e s d e lo alto d e
u n p rin c ip io to d a s las co n se c u e n c ia s q u e se p u e d e sacar

17 N ótese el constante cam bio d e matiz q u e H elvétius da ai concepto «espíritu». En este


capítulo ha com enzado definiéndolo com o «conjunto d e ideas y de com binaciones nuevas». Se
distancia así el cap. I del l . er D iscurso, d o n d e sólo decía «conjunto d e ideas». Lo d e «nuevas»
introduce un matiz importante: el hom bre d e espíritu no es aquel que posee muchas ideas (este es
el sabio), sino aquel que es capaz d e pro d u cir nuevas. Pero, entonces, el «espíritu» es una
potencia y las nuevas ideas su efecto. R econocerlo así claramente es im posible a H elvétius, cuyo
fenom enism o le hace desechar toda facultad oculta.

469
d e él: d e b e , p u es, re c o m p e n sa r co n u n títu lo s u p e rio r co m o
el d e g en io , a q u ie n q u ie ra q u e le p r o c u re esta v e n ta ja , r e ­
u n ie n d o u n a in fin id a d d e v e rd a d e s b a jo el m ism o p u n to d e
vista. T al es, en el g é n e r o filosófico, la d ife re n c ia sen sib le
e n tre el g e n io y el esp íritu .
E n las arte s se e x p re sa c o n el n o m b re d e talento eso q u e
e n las ciencias se d esig n a c o n el n o m b re d e espíritu; p a re c e
q u e la d ife re n c ia es m ás o m e n o s la m ism a.
161 C u a lq u ie ra q u e se a d a p te a los | g ra n d e s h o m b re s q u e lo
han p re c e d id o en la m ism a c a rre ra y n o los s u p e re ni haya
rea liza d o un c ie rto n ú m e ro d e o b ras b u en a s, es q u e n o ha
co m b in a d o 18 lo su fic ie n te , n o ha h e c h o los esfu e rz o s d e
espíritu necesarios ni dad o bastantes pruebas de invención para
m e re c e r el títu lo d e gen io . P o r co n sig u ie n te , se sitú a en la
lista d e h o m b re s d e ta le n to a los R e g n a rd , los V e rg ie r, los
C a m p istro n y los F léc h ier, m ie n tra s q u e se cita c o m o g e n io s
a los M o lie re , los La F o n ta in e , los C o rn e ille y los B o ssu et.
A ñ a d iría in clu so , a e s te re s p e c to , q u e a veces se n ieg a al
a u to r el títu lo q u e se o to rg a a la o b ra. U n c u e n to , u n a
trag e d ia, tie n e n un g ra n éx ito ; se p u e d e d e c ir d e estas o b ras
q u e e s tá n llenas d e g e n io , sin a tre v e rn o s algunas v eces a
o to rg a r tal títu lo al au to r. P a ra c o n se g u irlo se n ec esita, caso
d e La F o n ta in e , p o s e e r en m o n e d a s, p o r d e c irlo d e alg u n a
162 fo rm a , | el b ille te d e u n a g ra n o b ra l9, o b ien , co m o C o rn e ille
y R acin e, h a b e r c o m p u e s to u n c ie rto n ú m e ro d e e x c e le n te s
tragedias.
El p o e m a é p ico es, en la p o esía, la ú n ic a o b ra cuya
e x te n sió n su p o n e u n a m e d id a su fic ie n te d e a te n c ió n y d e
in v e n ció n co m o p a ra c o n fe rir a u n h o m b re el títu lo d e g en io .
P ara te rm in a r e s te c a p ítu lo m e q u e d a n d o s o b se rv a cio n e s
p o r hacer. La p rim e ra es q u e en las a rte s no se d esig n a co n
el n o m b re d e e s p íritu a a q u e llo s q u e, sin g e n io ni ta le n to
p ara u n g é n e ro , tra n s p o rta n a él las bellezas d e o tro ; tales
so n , p o r e je m p lo , las co m e d ia s d e F o n te n e lle q u e, c a re n te s
d el g e n io y del ta le n to có m ico , re lu m b ra n co n alg u n as b elle-

18 «Assez combiné». A unque no suene m uy bien en castellano hem os m antenido la traduc­


ción literal po rq u e «combinar» es un concepto im portante para H elvétius. C om o buen empirista,
el pensam iento, la imaginación, la m em oria, es decir, todos los fenóm enos de conciencia, son
simples combinaciones, según reglas diferentes, de ideas-imágenes. La cantidad y la cualidad de
esas combinaciones determ ina los distintos tipos de hom bres, los diversos géneros del espíritu,
etcétera.
19 En el original, «avoir dans u n e infinité d e petites piéces la m onnaie d’un grand ouvrage».
H em os reajustado la metáfora p ero el sentido es claro: o se poseen unos cuantos billetes o gran
cantidad d e m onedas, es decir, unas cuantas grandes obras o una b uena cantidad d e pequeñas
obras ingeniosas.

470
zas filosóficas. La se g u n d a es q u e la in v e n ció n p e r te n e c e d e
tal m a n e ra al esp íritu | q u e hasta el m o m e n to n o se h a 163
d esig n ad o co n n in g u n o de los e p íte to s aplicables a los esp í­
ritu s su p e rio re s a q u ie n e s realizan los tra b a jo s ú tile s, p e ro
cu y o e je rc ic io no ex ig e n ad a d e in v e n ció n . La m ism a co s­
tu m b re q u e d a el e p íte to d e bueno al juez, al fin a n c ie ro (1 5 ),
al m a te m á tic o hábil, n o s p e rm ite aplicar el de sublime al
p o e ta , al legislad o r, al g e ó m e tra y al c re ad o r. El e s p íritu ,
p u e s, su p o n e sie m p re in v e n c ió n . E sta in v e n ció n , m ás elev a d a
en el g e n io , ab arca u n a m a y o r am p litu d d e m iras; su p o n e ,
p o r co n sig u ie n te , la te n a c id a d q u e triu n fa s o b re to d a s las
d ificu ltad es | y el c a rá c te r te m e ra rio q u e se a b re paso con 164
ru ta s nuevas.
Tal es la d iferen c ia e n tr e el g e n io y el e s p íritu , y la id ea
g e n e ra l q u e se d e b e ligar a la p alab ra espíritu.
U n a vez estab lecid a e s ta d iferen c ia , d e b o o b se rv a r q u e
nos v em o s o b lig ad o s, d e b id o a la p e n u ria d e la le n g u a, a
to m a r e sta e x p re sió n e n m il a c e p c io n e s d istin ta s q u e no se
d istin g u e n m ás q u e p o r lo s calificativos q u e se u n e n a la
p alab ra espíritu. E sto s calificativos, d ad o s sie m p re p o r el le c ­
to r o el e sp e c ta d o r, so n sie m p re relativ o s a la im p re sió n q u e
s o b re él e je rc e n c ie rto g é n e r o d e ideas.
Si se ha tra ta d o ta n ta s veces, y q u izá sin éx ito , este
m ism o tem a, es p o r q u e no se ha c o n s id e ra d o el e s p íritu b ajo
e s te p u n to de vista, p o r q u e se han to m a d o p o r cu alid ad es
reales y d istin ta s los calificativos d e fino, Juerte, | luminoso , 165
e tc é te ra , q u e se a ñ a d e n a la p alab ra espíritu, en lu g ar d e
m ira d o s co m o la e x p re sió n d e los efe c to s d ife re n te s q u e
p ro d u c e n so b re n o so tro s lo s d iv e rso s tip o s d e id eas y las
d istin ta s fo rm as d e m anifestarlas. P ara d isip ar la o sc u rid a d
q u e r o d e a a e s te te m a tra ta ré en los ca p ítu lo s sig u ie n te s de
d e te rm in a r con clarid ad las d istin ta s id eas q u e se d e b e n
en laz ar con los e p íte to s f re c u e n te m e n te u n id o s a la p alab ra
es p íritu .

471
C a p í t u l o IV

Del espíritu sutil, del espíritu fuerte

E n la física se d a el n o m b re d e su til a a q u e llo q u e se


p e rc ib e co n alguna dificu ltad . E n la m o ral, es d ec ir, en
166 c u a n to a ideas y se n tim ie n to s, | se da el n o m b re d e su til a lo
q u e se p e rc ib e co n u n c ie rto e s fu e rz o d e e s p íritu y co n u n a
g ra n aten ció n .
El av a ro d e M o lie r e s o s p e c h a q u e su c ria d o le ha
ro b a d o ; lo re g istra y, al n o e n c o n tra r n ad a e n sus b o lsillo s, le
d ice: « D e v u é lv e m e , sin q u e te te n g a q u e re g istra r, lo q u e m e
has ro b a d o » . E sta fra se d e H a rp a g ó n es sutil: está d e n tro del
c a rácter d e un avaro, p e r o era difícil d e s c u b rirla en él.
En la ó p e ra d e ¡sis, c u a n d o la nin fa lo , p a ra calm ar los
la m e n to s d e H iéra x , le dice: «¿S o n tra ta d o s v u e s tro s rivales
m e jo r q u e vos?», H ié ra x le re sp o n d e :
j
El mal de mis rivales no iguala m i pena.
La dulce ilusión de una esperanza vana
No los hace caer de la cima de la felicidad.
Ninguno de ellos, como yo, ha perdido vuestro corazón:
Como ellos, a vuestro humor severo
No estoy en absoluto acostumbrado.
¡Qué tormento dejar de agradar,
Una vez probado el placer de ser amado!

167 | E ste se n tim ie n to está e n la n atu ra lez a; p e ro es su til, está


esc o n d id o en el fo n d o d el c o ra z ó n de un a m a n te d e sg ra ­
ciado. E ran n ecesario s lo s o jo s d e Q u in a u lt p ara p erc ib irlo s.
D e l s e n tim ie n to p a se m o s a las ¡deas finas. P o r idea su til
se e n tie n d e una c o n se c u e n c ia h á b ilm e n te d e d u c id a d e un a
id e a g e n e ra l ( ló ) . D ig o c o n se c u e n c ia p o r q u e u n a id e a, d e s d e
el m o m e n to en q u e d e v ie n e fe c u n d a en v e rd a d e s, a b a n d o n a
el n o m b re d e idea su til p ara to m a r el d e principio o idea
general. Se h ab la d e los principios y n o d e las ideas sutiles d e
A ristó te le s , d e D e sc a rte s, d e L ocke y d e N e w to n . E sto no
q u ie re d e c ir q u e p a ra c o n s e g u ir lle g ar, co m o esto s filó so fo s, j
d e o b se rv a c ió n en o b se rv a ció n , a las id eas g e n e ra le s, no haya
168 sid o n ec esaria | m u c h a su tilez a de e s p íritu , es d ec ir, m u c h a
aten c ió n . La a te n c ió n (p e rm íta se m e d e c irlo d e pasada) es un
m ic ro sc o p io q u e, a u m e n ta n d o a n te n u e s tro s o jo s los o b je to s f

472
sin d e fo rm a rlo s, p e r m ite p e rc ib ir una in fin id a d d e p a re c id o s
y d e d ife re n c ia s in v isib le s al o jo p o c o a te n to . El e s p íritu , en
c u a lq u ie r m o d a lid a d , n o es p ro p ia m e n te m ás q u e u n e fe c to
d e la aten c ió n .
P e ro , p ara n o d e sv ia rm e d el te m a, o b se rv a ré q u e to d a
id e a y to d o s e n tim ie n to c u y o d e s c u b rim ie n to su p o n g a en un
a u to r m u c h a su tileza y m u c h a a te n c ió n n o re c ib irá el n o m b re
d e sutil, si e s te se n tim ie n to o esta id e a están p u e s to s en
acció n en una escen a, o e x p re sa d o s m e d ia n te u n g iro sim p le
y n atu ral. El p ú b lic o n o da el n o m b re d e su til a a q u e llo q u e
e n tie n d e sin esfu e rz o . C o n los e p íte to s | q u e u n e a la p a la b ra 169
espíritu n o d esig n a jam ás o tr a cosa q u e las im p re sio n e s q u e
cau san en él las id e as o lo s se n tim ie n to s q u e se le p re se n ta n .
A clarad o e s te h e c h o , se e n tie n d e , p u e s, p o r idea su til u n a
id e a q u e escapa a la p e n e tra c ió n d e la m a y o r p a rte d e los
le c to re s ; a h o ra b ien , se les esca p a c u a n d o el a u to r se salta las
id eas in te rm e d ia s n ec esarias p a ra h a c e r c o n c e b ir la q u e les
o fre ce .
T al es la frase q u e r e p e tía a m e n u d o F o n te n e lle : «Se
d e s tru iría n casi to d a s las re lig io n e s (17) si se o b lig ase a los
q u e las p ro fe sa n a am arse» . U n h o m b re d e e s p íritu c o m p le ­
m e n ta fác ilm e n te las ideas in te rm e d ia s q u e u n e n las d o s
p ro p o s ic io n e s | e n c e rra d a s en esta p a la b ra (18): p e r o hay 170
p o c o s hombres de espíritu.
S e d a ta m b ié n el n o m b re d e ideas sutiles a las ideas
co m u n ic a d a s con un g iro o sc u ro , e n ig m ático y re b u sc a d o . En
e s te caso es m e n o s al tip o d e id e a q u e n o a la to rm a co m o se
e x p re sa n a lo q u e se d a el n o m b re d e sutil.
E n el elogio del ca rd e n a l | D u b o is cu a n d o , h a b la n d o d e l 171
c u id a d o q u e había p u e s to e n la e d u c a c ió n d e l d u q u e d e
O rle a n s , re g e n te , F o n te n e lle d ijo « q u e aq u e l p re la d o hab ía
tra b a ja d o d ia ria m e n te p a ra h a c e rse in ú til» . E sta id e a d e b e su
fin u ra a la o sc u rid a d d e la e x p re sió n .
E n la ó p e ra d e Tetis, cu a n d o esta dio sa, p a ra v e n g a rse d e | 172
P e le o al q u e c re e infiel, dice:

M i corazón se ha comprometido bajo la apariencia


[vana
De los fuegos que tú fin g ía s por mí;
Pero yo quisiera castigarlo imponiéndome la pena
De am ar a otro que no fueras tú:

es c ie rto q u e e s ta id e a, y to d a s las d e e sta e sp e c ie , n o d e b e n

473
el n o m b re d e sutiles q u e se les su e le dar, m ás q u e al g iro
e n ig m ático b a jo el cual se las p re s e n ta y, p o r co n sig u ie n te , al
p e q u e ñ o esfu e rz o d e e s p íritu n ec e sa rio p a ra cap tarlas. A h o ra
b ie n , u n a u to r só lo e s c rib e p a ra h a c e rse c o m p re n d e r. T o d o
a q u e llo q u e se o p o n e a la clarid ad es u n d e fe c to d e estilo ;
to d a firm a sutil 20 d e e x p re sa rse es viciosa (1 9 ); p o r ta n to , es
173 c o n v e n ie n te | p re sta r ta n ta más a te n c ió n cara a e x p re s a r la
174 id e a co n u n g iro y u n a e x p re sió n sim p le y n a tu ra l, c u a n to ¡
m ás fina sea esta id e a y p u e d a esc a p a r con m a y o r facilidad a
la sagacidad del le cto r.
C e n tre m o s n u e s tra a te n c ió n a h o ra en el tip o d e e s p íritu
d esig n ad o con el calificativo de fuerte.
U n a id e a f u e rte es u n a id e a in te re s a n te y d isp u e s ta a
causar s o b re n o so tro s u n a im p re sió n viva. E sta im p re s ió n
p u e d e se r e fe c to d e la idea m ism a o d e la fo rm a co m o se
e x p re se (20).
175 U n a id e a co m ú n | si es e x p re sa d a d e u n a fo rm a o co n u n a
im ag en s o rp re n d e n te p u e d e ca u sa rn o s u n a im p re sió n b as­
ta n te fu e rte . El ab a te C a rta u t, p o r e je m p lo , c o m p a ra a V irg i­
lio co n L ucano: «V irgilio, dice, n o es m ás q u e un cu ra
e d u c a d o en el ritu a l d el te m p lo ; el c a rá c te r llo ró n , h ip ó c rita
y d e v o to d e sus h é ro e s d e s h o n ra al p o e ta ; su e n tu sia sm o
p a re c e no c a le n tarse m ás q u e a la luz d e las lám p aras su s­
p en d id as d e la n te d e lo s altares, m ie n tras q u e el au d az e n tu ­
siasm o d e L u cano p a re c e e n c e n d e rs e a la luz d el ray o .» A lo
q u e nos g o lp e a v iv a m en te se d esig n a m e d ia n te el e p íte to d e
fuerte. A h o ra b ie n , lo g ra n d e y lo f u e rte tie n e n en c o m ú n
q u e causan s o b re n o so tro s u n a viva im p re sió n ; p o r e s to a
m e n u d o se los ha co n fu n d id o .
P ara fija r n e ta m e n te las id eas d ife re n te s q u e d e b e m o s
176 fo rm a rn o s d e lo g ra n d e | y d e lo fu e rte , c o n s id e ra ré p o r
se p a ra d o lo q u e es g ra n d e y fu e rte : 1) en las ideas; 2) en las
im ágenes; 3) en los se n tim ie n to s.
U n a g ran idea es, g e n e ra lm e n te , u n a id e a in te re s a n te ;
p e r o las ideas d e e sta e sp e c ie n o son sie m p re las q u e nos
afe cta n v iv a m en te. Los axiom as del p ó rtic o y d el liceo , in te ­
re sa n te s p ara to d o s lo s h o m b re s e n g e n e ra l y, p o r co n si­
g u ie n te , p a ra los a te n ie n se s, sin em b a rg o , n o les d e b ía n

20 A quí «sutil» d ebe en ten d erse com o equivalente a «obscuro». Estamos traduciendo esprit
f i n e idee fin e p o r «espíritu sutil» e «idea sutil». H elvétius se refiere al esprit de finesse que de
p o r sí no es fácil de traducir ai castellano. Para H elvétius la finesse, la sutileza, p ertenece al
«espíritu» (sea a la «idea», sea a la «facultad» que la produce) y nunca a la form a, o estilo
literario.

474
cau sar la im p re sió n d e las aren g as d e D e m ó s te n e s cu a n d o
e s te o ra d o r les re p ro c h a b a su co b a rd ía. «O s p re g u n tá is el
u n o al o tro , les decía, ¿h a b rá m u e rto F ilip o ? ¡Eh! ¿ Q u é os
im p o rta , a te n ie n se s, q u e viva o m u e ra ? C u a n d o el cielo
os haya librado d e él, p r o n to os haríais v o so tro s m ism o s o tro
F ilip o .» | Si los a te n ie n se s se so rp re n d ía n m ás p o r el d isc u rso 177
d e su o ra d o r q u e p o r los d e s c u b rim ie n to s d e sus filó so fo s, es
p o r q u e D e m ó s te n e s les p re s e n ta b a u n as id e as m ás c o n v e ­
n ie n te s a su situ ac ió n ac tu a l y, p o r c o n s ig u ie n te , m ás in m e ­
d ia ta m e n te in te re s a n te s p a ra ellos.
A h o ra b ien , los h o m b re s , q u e en g e n e ra l n o c o n o c e n m ás
q u e la ex istencia d el m o m e n to , se se n tirá n sie m p re m ás vi­
v am en te afectados p o r este tip o d e ideas q u e p o r aquellas otras
q u e, p o r la sola razón d e q u e so n g ra n d e s y g en e rale s, p e r te ­
n e c e n m e n o s' d ire c ta m e n te al e s ta d o d o n d e se e n c u e n tra .
E stos fra g m e n to s d e e lo c u e n c ia a p ro p ia d o s p a ra llev ar la
e m o c ió n a las alm as y esta s arengas ta n fu e rte s p o r q u e en
ellas d isc u te n los in te re se s ac tu a les de u n E sta d o , n o tie n e n
u n a u tilid ad tan e x te n d id a ni tan d u ra d e ra | c o m o los d escu - 178
b rim ie n to s d e un filó so fo , ni p u e d e n c o n v e n ir a d iferen c ia "d e
é sto s, en to d o s los tie m p o s y e n to d o s los lugares.
En a s u n to d e ideas, la ú n ic a d ife re n c ia e n tr e la g ra n d e y
la f u e rte es q u e u n a tie n e u n in te ré s m ás g e n e ra l y la o tr a
m ás vivo (21). ¿Se tra ta d e esas h e rm o sa s im á g e n e s, d e esas
d e s c rip c io n e s o de esos c u a d ro s h ec h o s p ara c o n m o c io n a r la
im aginación? Lo fu e rte y lo g ra n d e tie n e n e n c o m ú n q u e nos
d e b e n p re s e n ta r o b je to s g ra n d e s.
T a m e rla n y C a rto u c h e so n dos | b a n d id o s; el u n o ro b a 179
co n la ay u d a d e c u a tro c ie n to s m il h o m b re s y el o tr o co n
c u a tro c ie n to s: el p rim e ro a tra e n u e s tro r e s p e to y el se g u n d o
n u e s tro d e s p re c io (22).
Lo q u e dig o d e la m o ra l lo ap lico a lo físico. T o d o
a q u e llo q u e p o r sí m ism o es p e q u e ñ o , o q u e se c o n v ie rte en
p e q u e ñ o p o r la co m p arac ió n q u e se e s ta b le c e co n las cosas
g ra n d e s, apenas causa e n n o s o tro s im p re sió n alguna.
Im a g in é m o n o s a A le ja n d ro e n la a c titu d m ás h ero ic a, en
el m o m e n to en q u e se lanza s o b re el e n e m ig o ; Si la im a g in a­
c ió n co lo ca ju n to al h é ro e a u n o de e so s h ijo s d e la tie rra
(23) q u e c re ce p o r añ o u n c o d o d e a n c h u ra | y tre s o c u a tro 180
d e altura, q u e p u e d e co lo ca r a O sa s o b re P é lio n 21, A le ja n d ro

21 Los Gigantes, hijos de G ea, en su lucha contra los dioses, pusieron el O sa sobre el Pelión
— macizos m ontañosos de Grecia— para trepar al O lim po.

475
es só lo u n a m a rio n e ta d iv e rtid a y su fu ria es sim p le m e n te
ridicula.
P e ro si el f u e r te es sie m p re g ra n d e , el g ra n d e n o es
sie m p re fu e rte . U n d e c o ra d o del te m p lo d el D e s tin o , o de
las fiestas del C ielo , p u e d e se r g ra n d e , m a je s tu o s o e incluso
su b lim e; p e r o nos afectará co n m e n o s fu e rz a q u e u n d e c o ­
ra d o del tá rta ro . El c u a d ro d e la g lo ria d e los san to s s o r­
p re n d e m e n o s la im ag in ació n q u e el juicio final d e M ig u el
A ngel.
181 Lo fu e rte es, p u e s, el p ro d u c to d e lo g ra n d e | u n id o a lo
te rrib le . P e ro si to d o s los h o m b re s son m ás sen sib le s al d o lo r
q u e al p la ce r, si el d o lo r v io le n to hace callar a to d o se n ti­
m ie n to ag rad ab le m ie n tra s q u e un p la c e r vivo n o p u e d e
ah o g ar en n o so tro s el s e n tim ie n to d e u n d o lo r v io le n to , lo
tu e rte p ro d u c irá en n o s o tro s u n a im p re sió n m ayor: c o n m o ­
v erá con m ás fu erza el cu a d ro d e los in fie rn o s q u e el cu a d ro
del O lim p o .
E n c u a n to a p la ce re s, la im ag in ació n , ex c ita d a p o r el
d e s e o d e u n a m a y o r felicidad, sie m p re es in v en tiv a; sie m p re
faltan algunos en c a n to s e n el últim o.
¿S e tra ta de lo te rrib le ? La im ag in ació n n o tie n e aq u í el
m ism o in te ré s e n in v e n ta r; es m e n o s la b o rio s a en e s te
c a m p o , p u e s el in fie rn o re s u lta ya b asta n te te rrib le .
T al es, en las re p re se n ta c io n e s y las d e sc rip c io n e s p o é ti-
182 cas, la d ife re n c ia e n tre lo g ra n d e y lo fu e rte . E x am in em o s | a
c o n tin u a c ió n si en los c u a d ro s d ram á tic o s y la p in tu ra d e las
p asio n es n o se v o lv ería a e n c o n tra r la m ism a d ife re n c ia e n tre
e sto s dos g é n e ro s d e esp íritu .
E n el g é n e ro trág ico se da el n o m b re d e fuerte a to d a
p asió n , a to d o se n tim ie n to q u e nos afe cte m uy v iv a m e n te , es
d ec ir, a to d o s aq u e llo s e n los q u e el e s p e c ta d o r p u e d e se r el
ju g u e te o la víctim a.
N a d ie está a c u b ie rto d e los g o lp e s de la v en g a n za y d e
los celos. La e sce n a d e A tre o q u e p re s e n ta a su h e rm a n o
T ie ste s u n a co p a lle n a d e la sangre de su h ijo 22; el fu ro r d e
R had am iste q u e p ara su stra er los en can to s d e Z e n o b ia a las
m iradas ávidas d el v e n c e d o r la lleva en san g ren ta d a al A rax e 23,

22 A treo, rey mítico d e M icenas, destierrá a su herm ano Tiestes p or haber intentado arreba­
tarle el trono. Más tarde, al descubrir la traición de su m ujer A érope, q u e prestó ayuda a Tiestes,
la arroja al mar e invita a Tiestes a regresar. Le ofrece un banquete en el que sirve com o comida
a sus tres hijos: Aglao, Calileonte y O rcóm eno.
23 Rhadamiste es una tragedia d e P. J . C rébillon (1711) inspirada en un pasaje de los Anales de
Tácito. Rhadamiste se enam ora d e su prim a Zenobia, prom etida p o r su padre a otro hombre.
Rhadamiste, furioso, m ata a su tío y apuñala a Z enobia para sustraerla a su rival vencedor.

476
o fre c e n a las m ira d as d e lo s in d iv id u o s p a rtic u la re s d o s cu a­
d ro s m ás te rrib le s q u e e l d e u n a m b icio so q u e se sie n ta e n el
tr o n o d e su d u e ñ o .
¡ E n e s te ú ltim o c u a d ro las p e rso n a s no v en n ad a p eli- 183
g ro s o p ara ellas. N in g ú n e s p e c ta d o r es m o n a rc a. Las d e sg ra ­
cias q u e a m e n u d o o ca sio n a n las re v o lu c io n e s no so n lo
su fic ie n te m e n te in m in e n te s c o m o p ara a te rro riz a rlo : d e b e ,
p u e s , c o n sid e ra r el e s p e c tá c u lo co n p la c e r (24). E ste e s p e c ­
táculo encanta a unos d eján d o le s | en tre v er, en los rangos más 184
ele v a d o s, u n a in e sta b ilid a d d e felicid ad q u e p ro p o rc io n a u n a
c ie rta igualdad en el c ó m p u to g lo b a l d e to d a s las co n d ic io n e s
y c o n s u e la a los p e q u e ñ o s de la in fe rio rid a d d e su estad o ;
g u sta a los o tro s e n c u a n to d e ja v e r la in c o n sta n cia , co n lo
cual el d e s e o d e alcanzar u n a c o n d ic ió n m e jo r, a trav és d e la
in v e rs ió n d e los p o d e re s , h a c e b rillar a n te sus o jo s la e s p e ­
ran za d e un e sta d o m ás feliz al m o s tra r la p o sib ilid a d co m o
algo ce rcan o . F in a lm e n te , e n tu sia sm a a la m a y o r p a rte d e los
h o m b re s p o r la g ra n d e z a m ism a d el cu a d ro q u e p re s e n ta y
p o r el in te ré s q u e nos v e m o s fo rz ad o s a m o stra r p o r el h é ro e
e stim a b le y v irtu o s o q u e el p o e ta p o n e en escen a. El d e s e o
d e felicidad q u e nos h ac e c o n s id e ra r la estim a co m o u n
m e d io d e se r m ás felices nos id e n tifica sie m p re co n un
p e rs o n a je d e e s te tip o . | E sta id e n tific a c ió n , p o r d e c irlo d e 185
alg u n a m a n e ra , es ta n to m ás p e rfe c ta y n os in te re sa m o s ta n to
m ás v iv a m e n te p o r la s u e rte feliz o d e s d ic h a d a d e un g ran
h o m b re , c u a n d o e s te g ra n h o m b re nos p a re c e m ás es tim a b le ,
es d ec ir, c u a n to sus id e as o sus se n tim ie n to s son m ás an á lo ­
g o s a los n u e stro s. C a d a cual re c o n o c e con p la c e r en un
h é ro e los se n tim ie n to s q u e le afe cta n a sí m ism o. E ste p la c e r
es ta n to m ás vivo c u a n to m ás im p o rta n te sea el p a p e l q u e
e s te h é ro e ju eg a s o b r e la tie rra , c o m o los A nib al, Sylla,
S e rto riu s y los C é sar, q u ie n e s h an d e h a c e r triu n fa r a u n
p u e b lo cu y o d e s tin o m a rc ará el del u n iv e rso . Los o b je to s nos
s o rp re n d e n sie m p re en p r o p o rc ió n a su g ra n d e z a . Si se p r e ­
se n ta e n el te a tro la c o n ju ra d e G e n e s o la de R o m a, si se
traza co n u n a m a n o ig u a lm e n te a tre v id a los ca ra c te re s del
c o n d e de | F iesco y d e C atilina; si se les d a la m ism a fu erza , 186
el m ism o v alo r, el m ism o e s p íritu y la m ism a elev ació n
afirm o q u e el audaz C a tilin a se llevará casi to d a n u e s tra
ad m iració n : la g ra n d e z a d e su e m p re sa se re fle ja rá s o b re su
c a rá c te r, lo ag ra n d ará s ie m p re a n u e s tro s o jo s y n u e s tra
ilu sió n to m a rá su fu e n te en el d e s e o m ism o d e felicidad.

477
E n e fe c to , nos c re e re m o s ta n to m ás felices c u a n to m ás
p o d e ro s o s seam o s, c u a n to m a y o r sea el p u e b lo so b re el q u e
re in e m o s, c u a n to s m ás h o m b re s e s té n in te re sa d o s e n p r e v e ­
n ir y satisfacer n u e s tro s d e se o s y co m o ú n ic o s h o m b re s li­
b res so b re la tie rra , m ás ro d e a d o s e ste m o s p o r u n u n iv e rso
d e esclavos.
H e ahí las causas p rin c ip a le s d el p la c e r q u e n o s p r o p o r ­
cio n a la p in tu ra d e la am b ició n , de esta p asión q u e n o d e b e
187 el n o m b re d e g ra n d e m ás q u e a los g ra n d e s cam b io s | q u e
g e n e ra en la tierra.
Si alguna vez el a m o r ha o ca sio n a d o alg u n o s sim ilares; si
ha d e c id id o la batalla d e A ctiu m en fav o r d e O cta v io ; sí, en
un siglo m ás p ró x im o al n u e s tro , ha a b ie rto a los m o ro s las
p u e rta s d e E spaña y si ha h u n d id o y ele v a d o su c e siv a m e n te
u n a infinidad d e tro n o s, estas g ra n d e s re v o lu c io n e s n o son,
sin em b a rg o , efe c to s n ec esario s del am o r, c o m o lo son d e la
am bición.
Los d e se o s d e g ra n d e z a y el a m o r a la p a tria , q u e se
p u e d e n v e r co m o u n a am b ició n m ás v irtu o sa , h an re c ib id o
ta m b ié n el n o m b re d e g ra n d e s con p re fe re n c ia a to d as las
o tras p asio n es; n o m b re q u e, tra n s p o rta d o a los h é ro e s q u e
in sp ira n estas p asio n es, h a sido lu e g o o to rg a d o a los C o rn e i­
lle y a los p o e ta s c é le b re s q u e los h an re p re s e n ta d o . S o b re
188 e s to q u isie ra o b se rv a r q u e la p asió n | d e l a m o r no es m e n o s
difícil d e r e p re s e n ta r q u e la d e la am bición. P ara m a n e ja r el
ca rá c te r d e F ed ra co n la m ism a d e s tre z a c o m o lo h a h e c h o
R acine n o se n ec esitab a n m e n o s id eas, c o m b in a c io n e s y e sp í­
ritu q u e p ara traz ar, en Rodogune 24, el ca rá c te r d e C le o p a tra .
A sí p u es, la o b te n c ió n d el n o m b re d e g ra n d e se d e b e m e n o s
a la h abilidad d el artista q u e a la e le c c ió n d el tem a.
D e c u a n to h e d ic h o re su lta q u e si los h o m b re s so n m ás
sensibles al d o lo r q u e al p la ce r, los o b je to s d e te m o r y d e
te r r o r d e b e n afectarles, e n el te rr e n o d e las id eas, d e los
c u a d ro s y d e las p asio n es, co n m ás fu e rz a q u e los o b je to s
h ec h o s p ara la s o rp re sa y la ad m iració n g en e ral. Lo g ra n d e
es, p u e s, e n to d o g é n e ro , lo q u e s o rp re n d e u n iv e rsa lm e n te ; y
lo fu e rte , a q u e llo q u e causa u n a im p re sió n m e n o s g e n e ra l,
p e ro m ás viva.
189 | El d e s c u b rim ie n to d e la b rú ju la es, sin lu g a r a d u d as,

24 Rodogune es una tragedia d e C orneille (1644-45). O bra complicada del ú ltim o período de la
tragedia corneilleana, en la q u e dom ina el carácter d e Cleopatra, reina d e Siria, cuyo odio y
pasión de poder llegan hasta e i delirio.

478
d e u n a utilid ad m ás g e n e ra l p ara la h u m a n id a d q u e el d e s c u ­
b rim ie n to d e u n a c o n ju ra ; p e r o este ú ltim o d e s c u b rim ie n to
es in fin ita m e n te m ás in te r e s a n te p ara la nación en la cual se
c o n ju ra .
U n a vez d e te rm in a d a la id e a d e lo fu e rte , q u isie ra o b s e r­
var, ya q u e los h o m b re s n o p u e d e n c o m u n ic a rse las id eas
m ás q u e m e d ia n te p alabras, q u e si la fu e rz a d e la e x p re sió n
n o r e s p o n d e a la d el p e n s a m ie n to , p o r m uy f u e r te q u e sea
é s te p a re c e rá sie m p re d é b il, p o r lo m e n o s a q u ie n e s n o e s té n
d o ta d o s d e e se v ig o r d e e s p íritu q u e su p le a la d e b ilid a d d e
la e x p re sió n .
A h o ra b ie n , p ara e x p re s a r co n fu erza u n p e n s a m ie n to es
n ecesario : 1. E x p re sa rlo d e fo rm a clara y p re c isa (to d a id e a
e m itid a m e d ia n te u n a e x p re sió n tu rb ia es u n o b je to p e rc i­
b id o a trav é s d e u n a niebla; | la im p re sió n n o es s u fic ie n te - 190
m e n te clara c o m o p a ra se r fu e rte ). 2. Es n ec e sa rio q u e e ste
p e n s a m ie n to , si es p o sib le , e s té re v e s tid o d e u n a im ag en y
q u e la im a g en e s té calcada del p e n s a m ie n to .
E fe c tiv a m e n te , p u e s to q u e to d a s n u e stra s ideas son u n
e le c to d e n u e stra s se n sac io n es, es a trav és del se n tid o co m o
se d e b e n tra n sm itir n u e s tra s ideas a los d em ás h o m b re s ; es
n e c e s a rio , c o m o ya h e d ic h o en el c a p ítu lo d e la imaginación,
h ab lar a los o jo s p a ra h a c e rse e n te n d e r e n el e s p íritu .
P ara im p re s io n a rn o s co n fu erza , n o basta co n q u e u n a
im a g en esté e x a c ta m e n te ca lcad a d e u n a idea; ta m b ié n es
n ec e sa rio q u e sea g ra n d e sin s e r g ig a n tesca (25): | tal es la 191
im ag en em p lead a p o r el in m o rta l a u to r d e El Espíritu de
las Leyes cu an d o co m p ara los d ésp o tas co n los salvajes q u e, con
el hacha en la mam, abaten el árbol cuyos frutos quieren coger.
Es n ec esario , ad em ás, q u e e s ta g ra n im ag en sea n u e v a o ,
al m e n o s, q u e e s té p re s e n ta d a d e u n a fo rm a nuev a. Es la
so rp re s a , ex citad a p o r su n o v e d a d , la q u e , fija n d o to d a n u e s­
tra ate n c ió n s o b re una idea, c o n c e d e a é s ta el tie m p o n ec esa­
rio p ara cau sar so b re n o s o tro s u n a m a y o r im p re sió n .
F in alm en te , se co n sig u e e l g ra d o ú ltim o de p e rfe c c ió n en
e s te g é n e ro cu a n d o la im a g en b a jo la cual se p r e s e n ta u n a
id e a es u n a im a g en d e m o v im ie n to . | E ste c u a d ro , sie m p re 192
p r e fe rid o al d e u n o b je to in m ó v il, ex c ita en n o so tro s m ás
se n sac io n es, ca u sá n d o n o s e n c o n s e c u e n c ia u n a im p re s ió n m ás
viva. N o s s o rp re n d e m e n o s la calm a q u e las te m p e s ta d e s d el
aire.
P o r ta n to , es a la im a g in a ció n a la q u e u n a u to r d e b e en

479
g ra n p a rte la fu e rz a d e su e x p re sió n ; es co n esta ay u d a co m o
co n sig u e tra n sm itir al alm a d e sus le c to re s to d o el fu eg o d e
sus p e n sa m ie n to s. Si lo s ingleses, a e s te re s p e c to , se a trib u ­
y en u n a gran su p e rio rid a d s o b re n o s o tro s, se d e b e m e n o s a
la fu erza p a rtic u la r d e su le n g u a q u e a la fo rm a d e su g o ­
b ie rn o . S iem p re se es f u e r te en u n e s ta d o lib re , d o n d e el
h o m b re co n c ib e los m ás alto s p e n s a m ie n to s y los p u e d e
e x p re sa r tan v iv a m e n te co m o los co n cib e. N o o c u rre lo
m ism o en los E stad o s m o n á rq u ico s: en esto s p aíses, el in te ré s
193 d e cierto s c u e rp o s, | el d e alg u n o s p o d e ro s o s d e te rm in a d o s
y, to d a v ía con m ay o r fre cu e n cia , u n a p o lític a p e q u e ñ a y falsa,
se o p o n e n a los im p u lso s d el g en io . C u a lq u ie ra q u e en eso s
g o b ie rn o s se ele v e hasta las g ra n d e s ideas, se v erá a m e n u d o
fo rz ad o a silenciarlas o, p o r lo m e n o s, o b lig a d o a re d u c ir su
fu e rz a m e d ia n te lo eq u ív o co , lo e n ig m ático y la d eb ilid a d d e
la e x p re sió n . L ord C h e ste rfie ld , e n una ca rta d irig id a al ab a te
d e G u aseo , h a b la n d o del a u to r d e El Espíritu de las Leyes,
dice: «Es u n a lástim a q u e el p re s id e n te M o n te s q u ie u , co h i­
b id o sin d u d a p o r el te m o r del m in iste rio , n o h ay a te n id o el
v alo r d e d ec irlo to d o . Se p e rc ib e b ien , a g ra n d e s rasgos, lo
q u e p ien sa so b re c ie rto s tem as; p e r o n o se e x p re s a ni co n la
su fic ie n te claridad ni con la su fic ie n te fu erza. Se h ab ría sa-
194 b id o m u c h o m e jo r lo q u e p e n s a b a si h u b ie se e s c rito | en
L o n d res y h u b ie se n ac id o inglés.»
Sin em b arg o , esta falta d e fu e rz a en la e x p re sió n n o es en
a b so lu to u n a falta d e g e n io en la nación. En to d as las activ i­
d ad es q u e, fútiles a los alto s cargos del E stad o , so n a b a n d o ­
nadas con d e s d é n al g en io , p u e d o c ita r mil p ru e b a s d e esta
v erd ad . ¡Q ué fu e rz a d e e x p re sió n en ciertas o rac io n es d e
B o ssu et y ciertas escenas d e Mahoma 2S, tra g e d ia q u e , a p e sa r
d e algunas críticas, es u n a de las m ás h e rm o sa s o b ras d el
c é le b re V oltaire!
T e rm in o con u n fra g m e n to del a b a te C a rta u t, fra g m e n to
lle n o de esa fu e rz a d e e x p re sió n d e la q u e n o se c re e
su sc ep tib le a n u e s tra lengua. Se d esv ela n e n él las causas d e
la su p e rstició n egipcia.
« ¿C ó m o no iba a se r é s te el p u e b lo m ás su p e rsti-
195 cioso? ¡ E g ip to , dice, e ra u n país de e n c a n ta m ie n to ; la im agi­
n ació n sie m p re se veía v en c id a p o r las g ra n d e s m á q u in as d e

25 Mahoma o el Fanatismo, tragedia de V oltaire representada p or prim era vez en 1742 y


prohibida después d e la tercera representación. V oltaire representa a M ahoma com o un tirano y
un im postor, oponiéndole a Z ó piro, que m uere com o m ártir d e la libertad.

480
lo m aravilloso; p o r to d a s p a rte s n o h ab ía m ás q u e p e r s p e c ti­
vas d e te m o r y d e ad m iració n . El p rín c ip e e ra u n o b je to d e
so rp re sa y d e te rr o r , s e m e ja n te al ray o q u e , e n c e rra d o en lo
p r o fu n d o de las n u b e s, p a re c e so n a r con m a y o r g ra n d e z a y
m a je sta d ; d e s d e el fo n d o d e sus la b e rin to s y d e su p alacio , el
m o n a rc a d ictab a sus v o lu n ta d e s. Los rey e s sólo se m o stra b an
en el ap a rato te rr ib le y fo rm id a b le d e u n p o d e r d e p o s ita d o en
ello s de o rig e n ce le ste. La m u e rte d e los rey e s e ra un a
ap o teo sis: la tie rra se a p la sta b a b a jo el p e s o d e sus m a u so ­
leo s. D io se s p o d e ro so s, E g ip to e sta b a c u b ie rto p o r ello s | d e 196
s o b e rb io s o b elisco s carg ad o s d e m aravillosas in sc rip cio n e s y
d e p irá m id e s e n o rm e s cuya cim a se p e rd ía en los aires.
D io se s b ie n h e c h o re s, h ab ían ex cav ad o esos lagos q u e tra n ­
q u iliza b an o rg u llo sa m e n te a E g ip to c o n tra las d e s a te n c io n e s
d e la naturaleza.
« A ú n m ás te m ib le s q u e el tro n o y sus m o n arcas, los
te m p lo s y sus p o n tífic e s a s o m b ra b a n aú n m ás a la im ag in a­
ció n d e lo s egipcios. E n u n o d e eso s te m p lo s e sta b a el c o lo so
d e S erapis. N in g ú n m o rta l o sab a acercá rsele . La d u ra c ió n del
m u n d o estab a ligada a la d u ra c ió n d e ese coloso: q u ie n q u ie ra
q u e h u b ie se r o to ese talism án h a b ría v u e lto a su m ir al u n i­
v e rso en su p rim e r caos. Sin lím ites para la cre d u lid a d , to d o
e n E g ip to e ra enigm a, m aravilla y m iste rio . T o d o s los te m ­
p lo s p ro n u n c ia b a n | o rác u lo s; to d o s los a n tro s v o m itab a n ho- 197
rrib le s g rito s; p o r to d a s p a rte s se v eían tríp o d e s 26 te m b lo r o ­
sos, p ito n isas furiosas, v íctim as, sa c e rd o te s, m ago s q u e, r e ­
v estid o s d el p o d e r d e los d io se s, estab a n en c arg ad o s d e su
ven g anza.
Los filósofos, arm a d o s c o n tra la su p e rstic ió n , se le v a n ta ­
ro n c o n tra ella. P e ro m u y p r o n to , em b a rc a d o s en el la b e rin to
d e u n a m etafísica d e m a sia d o ab stracta, la d isp u ta d iv id e sus
o p in io n e s; el in te ré s y el fa n a tism o sacan p ro v e c h o ; fec u n d an
el caos de sus sistem as d ife re n te s; su rg en los p o m p o so s m is­
te rio s de Isis, O siris y d e H o ru s . C u b ie rta e n to n c e s d e las
tin ieb las m isterio sa s y su b lim e s d e la te o lo g ía y d e la re li­
g ió n , la im p o s tu ra fu e m al co n o c id a ; y si alg u n o s eg ip cio s la
p e rc ib ie ro n | a la luz in c ie rta d e la d u d a , la v engan za, siem - 198
p re su sp e n d id a so b re la c a b ez a de los in d isc re to s, c e rró sus
o jo s a la luz y sus lab io s a la v erd a d . Los p ro p io s rey e s q u e,

26 El trípode era el asiento sagrado d e tres patas sobre el que se colocaba la Pitia para«emitir
sus oráculos.

481
p ara p o n e rs e al c u b ie rto d e to d o in su lto , de a c u e rd o co n los
sa c e rd o te s , h ab ían c o m e n z a d o p o r e v o c a r a lre d e d o r d el
tro n o el te rro r, la su p e rstic ió n y, a re su lta s, los fan tasm as; los
rey e s, dig o yo, acab aro n p o r e s ta r ello s m ism o s asu stad o s.
M u y p r o n to c o n fia ro n a los te m p lo s el d e p ó s ito d e los jó v e ­
nes p rín cip es. ¡Epoca fatal de la tira n ía d e los s a c e rd o te s
egipcios! N o había n in g ú n o b stá c u lo q u e se p u d ie s e o p o n e r
a su p o d e r. D e sd e su infancia, los so b e ra n o s c iñ e ro n el
v e n d a je de la o p in ió n ; d e lib re s e in d e p e n d ie n te s co m o eran
en ta n to q u e n o veían e n e so s sa c e rd o te s m ás q u e b rib o n e s y
199 en tu sia stas | pagados, se c o n v irtie ro n en sus esclav o s y vícti­
mas. Im ita d o re s d e lo s reyes, los p u e b lo s sig u ie ro n su e je m ­
p lo y to d o E g ip to se p o s tró a los pies del p o n tífic e y del altar
d e la su p e rstició n .»
E ste m agnífico cu a d ro del ab a te C a rta u t d e m u e stra , c re o
yo, q u e la d eb ilid a d d e e x p re sió n q u e se nos re p ro c h a y q u e ,
e n d e te rm in a d o s g é n e ro s se o b se rv a en n u e s tro s escrito s, no
p u e d e se r a trib u id o a la falta d e g e n io de la n ación.

C a p ít u l o V

Del espíritu ilustrado, del espíritu enciclopédico, del espíritu


penetrante y del gusto

200 | Si se c re e a ciertas p e rso n a s, el g e n io es u n a e sp e c ie d e


in stin to q u e p u e d e , a p la c e r d e q u ie n lo tie n e , o p e r a r en él
las cosas m ás g ran d e s. P o n e n e s te in stin to m uy p o r d e b a jo
d el e sp íritu ilu stra d o , al q u e to m a n co m o in te lig e n c ia u n iv e r­
sal. E sta o p in ió n , so ste n id a p o r alg u n o s h o m b re s cu lto s e
in te lig e n te s, n o e s tá e n a b s o lu to a d o p ta d a p o r el p ú b lico .
P ara llegar a alg u n o s re su lta d o s s o b re este p u n to es n e c e ­
sario, c re o yo, a trib u ir ideas p rec isas a la e x p re sió n espíritu
ilustrado.
201 | E n la física, la luz es un c u e rp o cuya p re s e n c ia h ace
visibles los cu e rp o s. El e s p íritu ilu stra d o , o d e la luz, es el
tip o de e s p íritu q u e h ace visibles n u e stra s ideas al co m ú n d e
los le cto res. C o n siste e n d is p o n e r d e tal fo rm a to d a s las ideas
q u e c o n c u r r e n e n d e m o s tr a r u n a v e r d a d q u e se h ag a

482
a p re h e n sib le . El títu lo d e e s p íritu ilu stra d o se o to rg a , p o r el
re c o n o c im ie n to del p ú b lic o , a aq u e l q u e le ilu m in a 27.
A n te s d e F o n te n e lle , la m a y o r p a rte de los sab io s, u n a vez
hab ían escalado la cim a e s c a rp a d a d e las ciencias, se e n c o n ­
tra b a n aislados y p riv ad o s d e to d a c o m u n ica ció n co n los
d em ás h o m b res. N o habían allan ad o en a b s o lu to la c a rre ra
d e las ciencias ni a b ie rto a la ig n o ran c ia u n cam in o p o r
d o n d e avanzar. F o n te n e lle , a q u ie n n o c o n s id e ro aq u í en
ab so lu to b ajo el a sp e c to q u e lo sitú a en el ran g o d e los
g e n io s, fu e u n o de los p rim e ro s | q u e , p o r d e c irlo d e alg u n a 202
m a n e ra , esta b le c ió un p u e n te d e c o m u n ica ció n e n tre la cien ­
cia y la ignorancia. Se d io c u e n ta d e q u e el p ro p io ig n o ra n te
p o d ía re c ib ir las sem illas d e to d a s las v e rd a d e s, si b ie n , a e s te
e fe c to , e ra n ec esario p r e p a ra r su e s p íritu con h ab ilid ad ; c o n s­
ta tó «que una idea nueva era, p o r d e c irlo de alguna m an era,
una cuña que no se podía hacer entrar por el lado ancho». Se
e s fo rz ó en p re s e n ta r sus id eas co n la m a y o r claridad. Lo
co n sig u ió: la tu rb a d e los e s p íritu s m e d io c re s se sin tió ilu m i­
n ad a d e re p e n te y el re c o n o c im ie n to p ú b lic o le o to rg ó el
títu lo d e e sp íritu ilu stra d o .
¿ Q u é se n ec esitab a p a ra o b r a r un p ro d ig io d e e s te tip o ?
S im p le m e n te , o b se rv a r la m a rc h a d e los e s p íritu s o rd in a rio s;
saber q u e en el universo to d o nace y to d o m u ere; q u e en
el te rr e n o d e las ideas, la ig n o ra n c ia se ve sie m p re o b lig a d a a
c e d e r a la fu erza | in m e n sa d e los p ro g re so s in se n sib le s d e la 2 03
luz, co m p arab le a esas raíces finas q u e, in sin u á n d o se e n las
ran u ras de las rocas, c re c e n hasta ro m p e rla s. E ra ta m b ié n
n ec esario c o m p re n d e r q u e la n a tu ra le z a n o es m ás q u e un
larg o e n c a d e n a m ie n to y q u e , co n la ay u d a de las ideas in te r ­
m ed iarias, los esp íritu s m e d io c re s p o d ía n se r elev a d o s hasta
las m ás altas ideas (26).
| El e s p íritu ilu s tra d o n o e s, p u e s , m ás q u e el ta le n to d e 2 04
a c erca r los p e n s a m ie n to s lo s u n o s a los o tro s , d e u n ir las
¡deas ya cono cid as a las id eas m e n o s c o m u n e s y de p re s e n ta r
dichas ideas m e d ia n te e x p re sio n e s precisas y claras.
E ste ta le n to es a la filo so fía lo q u e la versificació n es a la
p o esía. T o d o el a rte d el v e rsific a d o r c o n siste e n ] o fre c e r co n 2 05
fu erza y arm o n ía los p e n s a m ie n to s d e los p o e ta s; to d o el arte

27 Al haber traducido «esprit d e lum iére» p or «espíritu ilustrado» se oscurece un poco el


sentido d e esta reflexión. P ero traducir p o r «espíritu de luz» o «espíritu iluminado» no parece
usual. D e la misma manera, hemos traducido esprit étenclu p or «espíritu enciclopédico».

483
d el e s p íritu de las lu ces es o fre c e r co n n itid e z las id e as d e los
filósofos.
Sin ex c lu ir ni el g e n io ni la in v e n c ió n , esto s d o s ta le n to s
n o los su p o n e n . Si los D e sc a rte s, los L ocke, lo s H o b b e s y los
B acon h an u n id o , b ajo el e s p íritu ilu stra d o , el g e n io y la
in v e n ció n , no to d o s lo s h o m b re s h an te n id o la m ism a su e rte .
El esp íritu ilu stra d o a v ec es n o es sino el in té r p re te d el g e n io
filosófico y el ó rg a n o p o r el cual c o m u n ic a a los esp íritu s
co m u n es las ideas q u e e s tá n m u y p o r en c im a d e su in te lig e n ­
cia.
Si a m e n u d o se ha c o n fu n d id o el e s p íritu ilu s tra d o co n el
g en io se h a d e b id o a q u e ta n to el u n o co m o el o tro ilu m in an
la h u m a n id ad y a q u e n o se ha p e rc ib id o co n su ficien te
fu e rz a q u e el g e n io e ra el c e n tro y el h o g a r d e d o n d e e s te
206 tip o d e e s p íritu sacaba las id eas | lu m in o sas q u e lu e g o re fle ­
jaba so b re la m u c h e d u m b re .
E n las ciencias, el g e n io , se m e ja n te a u n n av e g an te a tre ­
v id o , b usca y d e s c u b re re g io n e s d e sco n o c id as. C o rre s p o n d e a
los e sp íritu s ilu stra d o s a rra stra r le n ta m e n te so b re sus pasos
a su siglo y a la p esad a m asa d e los esp íritu s co m u n es.
E n las arte s, el g e n io , m e n o s al alcance d e los esp íritu s
ilu stra d o s, es c o m p a ra b le al corcel s o b e rb io q u e a p aso rá­
p id o se h u n d e en el e s p e so r d e los b o sq u e s y fra n q u e a los
m a to rra le s y los b arran c o s. O c u p a d o s sin ce sa r en o b se rv a rlo
y d e m asiad o p o c o ágiles co m o p ara se g u irlo en su ca rre ra ,
los esp íritu s ilu stra d o s lo e sp e ra n , p o r d e c irlo d e alg u n a
fo rm a , en algún claro, lo e n tre v é n allí y m arcan alg u n o s de
los se n d e ro s q u e ha re c o rrid o a u n q u e n u n c a p u e d e n d e te r-
207 m in a r j m ás q u e u n a m ín im a ca n tid ad d e ellos.
E n e fe c to , si en las arte s tales co m o la e lo c u e n c ia o la
p o e s ía el e s p íritu ilu stra d o p u d ie s e d a r to d a s las su tiles reglas
d e cuya o b se rv a c ió n re su lta n los p o e m a s o d iscu rso s p e rfe c ­
to s, la elo cu e n cia y la p o e s ía n o se rían ya a rte s d e g e n io y
c u a lq u ie ra p o d ría c o n v e rtirse en g ran p o e ta y g ra n o ra d o r d e
la m ism a m a n e ra co m o se c o n v ie rte en b u e n m a tem ático .
Sólo el g en io es capaz d e h a c e r suyas to d a s esas reg las su tiles
q u e le aseg u ran ei éxito. La im p o te n c ia d e los esp íritu s
ilu stra d o s p ara d e sc u b rirla s to d a s es la cau sa d e su p o c o éx ito
e n las arte s, in c lu so e n aq u ellas so b re las cuales h an fo rm u ­
lad o a m e n u d o u n o s e x c e le n te s p re c e p to s. S atisfacen b ien
algunas de las co n d icio n e s n ecesarias p ara rea liza r u n a b u e n a
o b ra, p e ro o m ite n las p rin cip ale s.

484
F o n te n e lle , a q u ie n c ito p ara aclarar esta id e a c o n | u n 208
e je m p lo , ha d ic ta d o e n su p o é tic a , sin d u d a alg u n a, u n o s
e x c e le n te s p r e c e p to s . S in e m b a rg o , c o m o e s te h o m b r e
n o h a h ab lad o e n esa o b ra ni de la v ersificació n ni d el a rte
d e e stim u la r las p asio n es, es m u y p o sib le q u e o b se rv a n d o las
su tiles reglas q u e p re s c rib e n o h u b ie se p o d id o c o m p o n e r
m ás q u e algunas trag e d ias frías, si se h u b ie se d e d ic a d o a e ste
g é n e ro .
D e la d ife re n c ia e s ta b le c id a e n tre el g e n io y el esp íritu
ilu stra d o se d e d u c e q u e el g é n e r o h u m a n o n o d e b e a este
ú ltim o tip o de e s p íritu n in g u n a clase d e d e s c u b rim ie n to y
q u e los esp íritu s ilu stra d o s n o h ac en r e tr o c e d e r los lím ites d e
n u e stra s ideas.
E ste tip o d e e s p íritu es só lo u n ta le n to , u n m é to d o d e
tra n sm itir n ítid a m e n te las id e as a los dem ás. A e s te re s p e c to
q u ie ro o b se rv a r q u e to d o h o m b re q u e se c o n c e n tra s e en un
a rte | y se lim itase a e x p o n e r co n n itid ez los p rin c ip io s d e 209
ese a rte , co m o , p o r e je m p lo , la m ú sica o la p in tu ra , n o sería
c o n ta d o e n tre los esp íritu s ilu stra d o s.
P ara o b te n e r e s te títu lo es n ec e sa rio llev ar Ja luz a un
g é n e ro e x tre m a d a m e n te in te re s a n te o ilu m in a r un c ie rto
n ú m e ro de su je to s d istin to s. Lo q u e llam am os ilu stració n
su p o n e casi sie m p re u n a c ie rta am p litu d d e c o n o c im ie n to s.
P o r e s te m o tiv o , u n e s p íritu d e e s te tip o d e b e llev arla in ­
cluso a la g e n te ya ilu m in a d a y, en las c o n v e rsa c io n e s, lle­
varla al g en io . Im ag in em o s a u n o d e e sto s e s p íritu s ilu stra d o s
en un a asam b lea d e h o m b re s c é le b re s en a rte s o ciencias
d istin ta s. T a n to si h ab la d e p in tu ra al p o e ta , co m o d e filo so ­
fía al p in to r o de e sc u ltu ra al filó so fo , e x p o n d rá sus p rin c i­
p io s co n j u n a m a y o r p re c is ió n , d e sa rro lla rá sus id eas co n 210
m ay o r n itid ez q u e eso s h o m b re s ilu stre s e n tr e sí; o b te n d rá ,
p u es, su estim a. P e ro si e s te m ism o h o m b re va a h ab lar d e
p in tu ra al p in to r, d e p o esía al p o e ta o d e filosofía al filó so fo ,
les p a re c e rá un e s p íritu claro , p e r o lim ita d o , y q u e hab la
u tiliza n d o tó p ico s. S ó lo hay u n caso en el q u e los e sp íritu s
ilu stra d o s y en c ic lo p é d ic o s p u e d e n c o n ta rse e n tr e los g en io s:
c u a n d o ciertas ciencias h an sid o s u fic ie n te m e n te p ro fu n d iz a ­
das, d e m o d o q u e, al p e rc ib ir las re la c io n e s e x iste n te s e n tre
ellas, e s te tip o d e e s p íritu s las re la c io n a n co n p rin c ip io s
c o m u n e s y, p o r c o n s ig u ie n te , m ás g e n e ra le s.
Lo q u e h e d ic h o e s ta b le c e u n a d ife re n c ia se n sib le e n tre
los es p íritu s p e n e tra n te s y lo s e sp íritu s ilu stra d o s: | é s to s dan 211

485
u n a ráp id a visión d e u n a in fin id a d d e o b je to s ; aq u é llo s p o r el
c o n tra rio , se d ed ica n a p o c o s o b je to s , p e r o p ro fu n d iz a n en
ellos, re c o rre n e n p ro fu n d id a d el esp a c io q u e los e sp íritu s
am plios re c o rre n en su p e rfic ie. La id e a q u e atrib u y o a la
p a la b ra penetrante c o n c u e rd a co n su etim o lo g ía. Lo p ro p io en
e ste tip o de esp íritu es a h o n d a r en u n su je to . ¿ H a ex am i­
n ad o este su je to h asta u n a d e te rm in a d a p ro fu n d id a d ? E n to n ­
ces ab a n d o n a el n o m b re d e penetrante y to m a el d e profundo.
El e s p íritu p ro fu n d o , o el g e n io de las cien cias, es tan
sólo, seg ú n F o rm e y 2S, el a rte de re d u c ir las ideas ya d istin ta s
a o tra s aú n m ás sim p les y m ás nítid as h asta q u e , en e s te
g é n e ro , se haya alcanzado la ú ltim a re so lu c ió n p o sib le. Q u ie n
su p ie ra , añ a d e F o rm ey , h asta q u é p u n to cada h o m b re h a
212 llev ad o e s te análisis, te n d ría la escala | g ra d u a d a d e la p r o ­
fu n d id ad de to d o s los esp íritu s.
D e esta id e a se d e d u c e q u e el c o rto esp acio d e la v id a no
p e rm ite al h o m b re se r p r o fu n d o en varios g é n e ro s; q u e se
tie n e m e n o r e x te n sió n d e e s p íritu c u a n to m ás p e n e tr a n te y
p ro fu n d o es, y q u e n o ex iste el e s p íritu universal.
En cu a n to al e s p íritu p e n e tra n te , q u isie ra o b se rv a r q u e el
p ú b lic o o to rg a este títu lo só lo a los h o m b re s ilu stre s q u e se
o cu p a n d e las ciencias en las cuales e s tá m ás o m e n o s ini­
ciado; tales so n ia m o ral, la política, la m etafísica, etc. Si se
tra ta d e p in tu ra o de g e o m e tría , só lo se es p e n e tr a n te a los
o jo s d e la g e n te hábil en ese a rte o en esa ciencia. El
p ú b lic o , d em asiad o ig n o ra n te para ap re cia r en eso s g é n e ro s
la p e n e tra c ió n d e e sp íritu d e un h o m b re , juzga sus o b ras y
213 n o aplica jam ás | a su e s p íritu el e p íte to de p e n e tra n te . A n te s
d e alab ar e s p e ra a q u e , con la so lu ció n d e alg u n o s p ro b le m a s
difíciles, o con la co m p o sic ió n d e c u a d ro s su b lim es, un h o m ­
b re haya m e re c id o el títu lo de g ra n g e ó m e tra o d e g ran
p in to r.
S ó lo añadiría u n a p a la b ra a lo dicho: q u e la sagacidad y la
p e n e tra c ió n so n d o s tip o s d e e s p íritu d e la m ism a n atu raleza.
U n h o m b re p a re c e e s ta r d o ta d o d e u n a g ra n sagacidad
c u a n d o , tr a s h a b e r m e d ita d o l a r g a m e n t e y t e n i e n d o
h a b itu a lm e n te p re s e n te s en el e s p íritu los o b je to s q u e se
tratan con m ás fre c u e n c ia e n las co n v e rsa c io n e s, h a c o n s e ­
g u id o cap tarlo s y ha p e n e tra d o en ello s con vivacidad. La

28Jean Formey (1711-1757), polígrafo alemán. Fue pastor en las iglesias francesas de Bran-
deburgo y Berlín y, protegido p o r Federico I, ingresó en la A cademia prusiana de la que llegó a
ser secretario perpetuo. D irigió la B iblioteca Germánica.

486
ú n ica d ife re n c ia e n tre ia p e n e tra c ió n y la sagacidad d e e s p í­
ritu c o n siste e n q u e este ú ltim o tip o d e e s p íritu , q u e su p o n e
m a y o r rap id e z de c o n c e p c ió n , su p o n e ta m b ié n e s tu d io s m ás
re c ie n te s s o b re aqu ellas c u e stio n e s co n las cuales se dan
m u e stras de | sagacidad. S e tie n e ta n ta m ás sagacidad e n u n 2 1 4
g é n e ro c u a n to m ás p ro fu n d a m e n te y de m a n e ra n u e v a se
o cu p a u n o d e él.
P asem o s a h o ra al g u sto : es el ú ltim o o b je to q u e m e h e
p ro p u e s to ex a m in a r e n e s te capítulo.
T o m a d o en su significación m ás e x te n d id a , el g u s to es, en
el ca m p o d e la lite ra tu ra , el c o n o c im ie n to d e a q u e llo q u e
m e re c e la estim a d e to d o s los h o m b re s. E n tre las arte s y las
ciencias hay algunas en las cuales el p ú b lic o a d o p ta el s e n ti­
m ie n to d e la g e n te in stru id a y n o p ro n u n c ia p o r sí m ism o
n in g ú n juicio; tales so n la g e o m e tría , la m e cá n ica y ciertas
p arte s de la física o d e la p in tu ra . E n e ste tip o d e arte s o d e
ciencias, las únicas p e rs o n a s d e g u sto son las p e rso n a s in s­
tru id a s y el g u sto , en e s to s g é n e ro s d iv e rso s, n o es m ás q u e
el c o n o c im ie n to d e lo v e rd a d e ra m e n te bello.
| N o o c u rre lo m ism o con esas o b ras de las cu ales el 215
p ú b lic o es o se c re e juez: tales so n los p o em as, las novelas,
las trag e d ias, los d isc u rso s m o rales o p o lítico s, etc. E n esto s
d iv e rso s g é n e ro s no se p u e d e e n te n d e r b a jo la p alab ra gusto
el c o n o c im ie n to ex acto d e esa b elleza a p ro p ia d a para emo­cionar a los pueblo

gusto acostumbrado 29: é s te es el


d e la m a y o r p a rte d e c o m e d ia n te s, a los q u e un e s tu d io
d ia rio d e las ideas y d e los se n tim ie n to s q u e ag ra d an al
p ú b lic o los c o n v ie rte e n m u y b u e n o s ju eces de las o b ra s d e
te a tro y, s o b re to d o , d e las piezas q u e se se m e ja n a las p iezas
ya dadas. El o tro tip o d e g u sto | es u n gusto razonado: e stá 216
fu n d ad o en un c o n o c im ie n to p ro fu n d o d e la h u m a n id a d y
del e s p íritu del siglo. Es e n p a rtic u la r a los h o m b re s d o ta d o s
d e este ú ltim o tip o d e g u s to a los q u e c o rre s p o n d e ju zg ar las
o b ras originales. Q u ie n n o tie n e m ás q u e un gusto acostum­
brado ca rece de g u sto e n el m o m e n to en q u e le faltan los
o b je to s d e co m p aració n . P e r o e s te gusto razonado, sin d u d a

2<J En el original, «gout d’habitude».

487
s u p e rio r a lo q u e y o llam o gusto acostumbrado só lo se ad ­
q u ie re , co m o ya h e d ic h o , a tra v é s d e largos e s tu d io s d el
g u s to del p ú b lic o y d el a r te o d e la cien cia en la cual se
p r e te n d e el títu lo d e h o m b re d e g u sto . A sí p u e s , ap lican d o
al g u sto lo q u e h e d ic h o d el e s p íritu , se p u e d e lleg ar a la
co n c lu sió n d e q u e n o e x iste el g u sto u niversal.
La ú nica o b se rv a ció n q u e m e q u e d a p o r h a c e r e n el te m a
217 d el g u sto es q u e n o sie m p re ¡ los h o m b re s ilu stre s so n los
m e jo re s jueces en el m ism o g é n e ro e n el q u e h an te n id o el
m ay o r éxito.
¿C uál es, se m e p u e d e p re g u n ta r, la causa d e e s te fe n ó ­
m e n o literario ? Es, c o n te s ta ré yo, q u e hay g ra n d e s esc rito re s
co m o hay g ra n d e s p in to re s: cada u n o tie n e su estilo . C réb i-
llo n 30, p o r e je m p lo , e x p re sa rá sus id eas con u n a fu erza , un
calor, u n a e n e rg ía q u e le so n p ro p io s; F o n te n e lle las p re s e n ­
ta rá co n u n o rd e n , u n a clarid ad y un g iro q u e le so n p a rtic u ­
lares, y V o lta ire las ex p re sa rá c o n u n a im ag in ació n , u n a n o ­
b leza y u n a eleg a n cia co n tin u as.
A h o ra b ie n , cada u n o d e esto s h o m b re s ilu s tre s, o b lig a­
d o p o r su g u sto a v e r su e stilo co m o el m e jo r, p re sta rá m uy
a m e n u d o más atención al h o m b re m ed io cre q u e lo hace suyo
q u e n o al h o m b re d e g e n io q u e se d o ta del suy o p ro p io . D e
218 ahí los juicios d ife re n te s | q u e e m ite n a m e n u d o s o b re u n a
m ism a o b ra el e s c rito r c é le b re y el p ú b lic o q u e, al n o a p re ­
ciar a los im itad o res, q u ie re q u e un a u to r sea él m ism o y n o
o tro .
El h o m b re d e e s p íritu q u e ha p e rfe c c io n a d o su g u s to en
u n g é n e ro sin h a b e r ni c o m p u e s to ni a d o p ta d o u n e stilo en
ese m ism o g é n e ro , en g e n e ra l su ele te n e r el g u sto m ás
s e g u ro q u e los g ra n d e s e s c rito re s. N in g ú n in te ré s le causa
ilu sió n ni le im p id e situ arse en el p u n to d e v ista d e sd e
d o n d e el p ú b lic o c o n sid e ra y ju zg a u n a obra.

30 Prosper Jalyot Crébillon (1674-1762): au to r d e nueve tragedias, e n tre las que figuran
Electra, Semíramis, Catilina...
C a p i t u l o VI

Del «bel esprit» 31

j A q u e llo q u e g u sta e n to d o s los siglos y e n to d o s los 219


países es lo q u e lla m a m o s lo b ello . P e ro , p a ra fo rm a rse u n a
id e a m ás ex acta y m ás p rec isa, q u izá fu e se n e c e sa rio ex am i­
n a r lo q u e c o n s titu y e lo b ello en cada a rte e in clu so en cada
secto r d e un arte. D e este exam en se p o d ría d ed u cir fácilm ente
la id e a d e u n a b ellez a c o m ú n a to d a s las arte s y a to d a s las
cien cias, d e d o n d e se p o d r ía fo rm a r a c o n tin u a c ió n la id e a
a b stra c ta y g e n e ra l d e lo bello.
En esta p alab ra d e espíritu bello, si el p ú b lic o u n e el
e p íte to de bel a la p alab ra esprit, n o p o r eso es n ec esario
o to rg a r a este e p íte to la id e a d e esa | v e rd a d e ra b ellez a q u e 220
aú n n o h e m o s d e fin id o d e fo rm a clara. R e c ib e n el n o m b re
d e e s p íritu b ello e s p e c ia lm e n te a q u e llo s q u e c o m p o n e n en
las a rte s d e re c re o . E ste tip o de e s p íritu es m u y d istin to al
tip o in stru c tiv o . La in stru c c ió n es m e n o s arb itra ria . Se e sti­
m an ig u a lm e n te los d e s c u b rim ie n to s im p o rta n te s e n q u ím ica ,
e n física, e n g e o m e tría , d e igual u tilid ad p ara to d a s las n acio ­
nes. N o o c u rre lo m ism o co n el bel esprit: la e s tim a co n ­
ce b id a hacia u n a o b ra d e e s te tip o se d e b e m o d ific ar d e fo r­
m a d istin ta e n los d iv e rso s p u e b lo s , se g ú n la d ife re n c ia d e
su m o ral, d e su fo rm a d e g o b ie rn o y del d istin to e s ta d o en
q u e se e n c u e n tra n las a rte s y las ciencias. A sí p u e s , cada
n ació n c o n fie re id eas d istin ta s a la e x p re sió n d e bel esprit.
P e ro co m o q u e no e x iste n in g u n a gn la q u e n o se c o m p o n ­
g an p o em as, | novelas, trag e d ias, p a n e g íric o s o h isto ria s (2 7 ), 221
o b ras, en fin, q u e o c u p e n al le c to r sin fatigarlo, ta m p o c o
ex iste u n a nació n e n la q u e n o se co n o zca, a u n q u e q u iz á b ajo
o tr o n o m b re , eso q u e n o s o tro s llam am os bel esprit.
Q u ie n q u ie ra q u e, en n u e s tro país y e n e sto s d iv e rso s
g é n e ro s literario s, n o alcan cen el títu lo d e g e n io , q u e d a
in c lu id o en la clase d e lo s beaux esprits c u a n d o u n e la
g racia y la elegancia d e la d ic ció n a la feliz e le c c ió n d e las

31 En el original, «bel esprit». Es m uy difícil traducir el sentido de esta expresión francesa


en el siglo X V III. H ubiéram os p referido traducirlo p o r «espíritu ingenioso», que se acerca, a
nuestro entender, a ese sentido. Pero com o H elvétius juega con la reflexión sobre lo «bello»
hem os optado p o r conservar el francés bel esprit, para evitar la expresión «espíritu bello» que
tan extraño suena en castellano. E n la mayor parte de los casos, «bel esprit» es, para H elvétius,
el literato; pero, claro está, tam bién es posible un «bel esprit» en pintura, escultura, música...
D e igual m odo hem os m antenido en este capítulo la expresión bon esprit, que significaría algo
así com o hom bre inteligente, profundo, y quizás un tanto moralista.

489
ideas. D e sp ré a u x decía, h a b la n d o del e le g a n te R acine: « N o
222 es m ás | q u e u n bel esp rit al q u e , c o n d if ic u lta d , h e
e n s e ñ a d o a h acer versos». N o ap o y o , claro está, el ju icio d e
D e sp ré a u x acerca d e R acine; p e r o c re o p o d e r lleg ar a la
c o n c lu s ió n d e q u e el bel esprit c o n s is te p r in c ip a lm e n te
en la claridad, el co lo rid o de la e x p re sió n y el arte d e
e x p o n e r sus ideas, re c ib ie n d o el n o m b re de h e rm o so p o rq u e
ag rad a y d e b e ag ra d ar al m a y o r n ú m e ro d e p erso n a s.
E n e fe c to , si, c o m o re m a rc a V augelas, es m ás ju ez d e
palabras q u e d e ideas; y si los h o m b re s so n , en g e n e ra l,
m e n o s sen sib les a la p re c isió n d e u n ra z o n a m ie n to q u e a la
223 b e lle z a d e u n a e x p r e s ió n (2 8 ), | el títu lo d e bel esprit
d e b e o to rg a rse e s p e c ia lm e n te al a rte d e l b ie n d ecir.
S egún esta id ea, p o d ría lle g arse a la co n c lu sió n d e q u e el
esp íritu b e llo es el a rte d e d e c ir sin s e n tid o s co n elegancia.
Mi re sp u e sta a esta co n c lu sió n es q u e u n a o b ra vacía d e
significados n o sería m ás q u e u n a c o n tin u id a d d e so n id o s
a rm o n io so s q u e n o o b te n d ría n e stim a alg u n a (2 9 ); y q u e ,
224 ad em ás, el p ú b lic o n o a d o rn a co n el títu lo | d e e s p íritu b ello
m ás q u e a aq u e llo s cuyas o b ras están llenas d e ideas g ran d e s,
finas o in te resa n tes. N o hay n in g u n a id e a q u e n o sea d e la
c o m p e te n c ia del e s p íritu b ello , si se e x c e p tú a n aq u ellas q u e ,
im p lica n d o d em asiad o s e s tu d io s p re lim in a re s, n o e stá n al al­
cance de la g e n te d el m u n d o .
C o n esta re s p u e s ta no q u ie ro atacar la g lo ria d e los filó ­
sofos. El g é n e ro filosófico su p o n e , sin d u d a alguna, m ás
in v estig acio n es, m ás m e d ita c io n e s, m ás ideas p ro fu n d a s e
in clu so u n estilo d e vida p articu lar. En el m u n d o se a p re n d e
a e x p re sa r con co rrec ció n las p ro p ias ideas, p e ro éstas se
a d q u ie re n e n el re tiro . E n él se h ac en u n a in fin id a d d e
o b se rv a cio n e s acerca d e las cosas; en cam b io , e n el m u n d o
só lo se h ac en e n c u a n to a la fo rm a de p re se n ta rla s. A sí p u e s ,
225 e n c u a n to a la | p ro fu n d id a d d e las ideas, los filó so fo s d e b e n
s u p e ra r a los beaux esprits; p e ro a e s to s ú ltim o s se les
exige ta n ta gracia y elegancia q u e las co n d ic io n e s n ecesarias
p a ra m e r e c e r el títu lo d e filó s o fo o d e bel esprit so n
quizá ig u a lm e n te difíciles d e satisfacer. Al m e n o s p a re c e q u e
en esto s d os g é n e ro s, los h o m b re s ilu stre s so n ig u a lm e n te
escasos. E n efecto , p a ra p o d e r al m ism o tie m p o in stru ir y
a g rad ar ¡qué c o n o c im ie n to n o se n ec esita ta n to d e la p ro p ia
le n g u a co m o del e s p íritu d el siglo! ¡Q u é g u sto , p ara p re s e n ­
tar las p ro p ias id eas d e fo rm a agradable! ¡C u án to e s tu d io

490
p ara d isp o n e rla s d e fo rm a q u e causen la m ay o r im p re sió n en
el alm a y el e sp íritu del le cto r! ¡C u án tas o b se rv a cio n e s p ara
d istin g u ir las situ a c io n e s q u e d e b e n tra ta rse co n u n a c ie rta
e x te n sió n d e las q u e , p ara s e r p e rc ib id a s, sólo n ec esitan se r
presentadas! ¡Y q u é arte, en fin, para un ir siem pre la | varíe- 226
d ad al o r d e n y a la clarid ad y, c o m o d ic e F o n te n e lle , «p ara
su sc ita r la cu rio sid ad del e s p íritu , esq u iv a r la p e re z a y p r e v e ­
n ir su in co n stan cia!»
La dificultad de te n e r é x ito e n e s te g é n e ro n o cab e d u d a
d e q u e e n p a rte se d e b e al p o c o caso q u e los e s p íritu s b ellos
h ac en en g en e ral d e las o b ra s d e ra z o n a m ie n to p u ro . Si el
■hom bre d e pocas lu ces n o p e rc ib e e n la filosofía m ás q u e un
am asijo de enigm as p u e rile s y m iste rio so s, y si o d ia e n los
filó so fos los esfu e rz o s q u e se d e b e n h a c e r p ara e n te n d e rlo s ,
el esp íritu bello n o les es en ab so lu to m ás favorable. P o r su
p a rte o d ia en las o b ra s d e los filó so fo s la se q u e d a d y la
arid e z del g é n e ro in stru c tiv o . D e m a sia d o o cu p a d o p o r el
escribir bien, y m e n o s se n sib le al s e n tid o (30) q u e a la eleg a n ­
cia | d e la frase, n o re c o n o c e co m o bien p en sad a s m ás q u e a 227
las id eas fe liz m e n te ex p re sa d a s. La m ás m ín im a o sc u rid a d le
s o rp re n d e . Ig n o ra q u e u n a idea p ro fu n d a , p o r m uy clara­
m e n te q u e sea e x p re sad a , s ie m p re re su lta rá in in te lig ib le p ara
el le c to r co m ú n en la m e d id a e n q u e n o se la p u e d a re d u c ir
a unas p ro p o sic io n e s e x tre m a d a m e n te sim ples; y q u e o c u rre
co n esas ideas p ro fu n d a s lo m ism o q u e co n esas aguas p u ras
y claras cuya p ro fu n d id a d e m p a ñ a su lim pidez.
P o r o tro lado, e n tr e e s o s bea/ix esprits | hay q u ie n e s, 22K
e n e m ig o s se c re to s d e la filosofía, ac red ita n e n su c o n tra la
o p in ió n del h o m b re d e p o cas luces. P re so s de un a vanidad
p e q u e ñ a y ridicula, a d o p ta n a. e s te re s p e c to el e r r o r p o p u la r
y, sin a p re c ia r la justicia, la fu erza, la p ro fu n d id a d y la
n o v ed ad de los p e n s a m ie n to s, p a re c e n o lv id a r q u e el a rte d el
b ie n d ec ir su p o n e n e c e s a ria m e n te q u e se tie n e alg o q u e
d e c ir y q u e , fin a lm e n te , el e s c rito r e le g a n te p u e d e c o m p a ­
rarse al jo y e ro , cuya h a b ilid a d se c o n v ie rte en in ú til si no
tie n e d ia m a n te s q u e m o n ta r.
Los sabios y los filó so fo s, p o r el c o n tra rio , e n tre g a d o s
p o r c o m p le to a la b ú sq u e d a d e h e c h o s o ideas, ig n o ra n a
m e n u d o las b ellezas y las d ific u lta d e s del a rte d e escrib ir.
P o r co n sig u ie n te , h a c e n p o c o caso al bel esprit, y su
d e s p re c io in ju s to hacia e s te tip o d e e s p íritu se basa p rin c i­
p a lm e n te | en u n a g ra n falta d e se n sib ilid ad hacia el tip o d e 229

491
¡deas que forman parte de ia composición de las obras del
espíritu bello. Son todos poco más o menos como ese geó­
metra delante del cual alguien hacía una gran alabanza de la
tragedia de Ifigenia. Este elogio pica su curiosidad; la pide,
alguien se la presta, lee algunas escenas y la devuelve di­
ciendo: «N o sé qué hay de bello en esta obra; no dem uestra
nada».
El sabio abate de Longuerue estaba poco más o menos en
el caso de ese geómetra. La poesía carecía de encantos para
él; despreciaba tanto la grandiosidad de Corneille como ia
elegancia de Racine; según decía, había desterrado todos los
poetas de su biblioteca (31).
230 I Para apreciar canco el mérito de las ideas como el de la
expresión es necesario, al igual que Platón y Montaigne,
Bacon y M ontesquieu y algunos de nuestros filósofos cuya
modestia me impide citarlos, unir el arte de escribir con el
arte del bien pensar; unión rara, que sólo se encuentra en los
hombres de un gran genio.
Una vez señaladas las causas del desprecio respectivo que
manifiestan los unos p o r los otros algunos sabios y algunos
231 beaux esprits, debo indicar ] las causas del desprecio en las
que éstos caen y deben caer constantem ente y más que
cualquier otro tipo de espíritu.
El gusto de nuestro siglo por la filosofía llena a ésta de
disertadores que, pesados, vulgares, fatigantes, están, sin em­
bargo, Henos de admiración por la profundidad de sus jui­
cios. Entre estos disertadores los hay que se expresan muy
mal, y lo sospechan; saben que cada cual es juez de la
elegancia y de la claridad de la expresión y que a este
respecto es imposible engañar al público; se ven forzados, en
interés de su vanidad, de renunciar ai título de bel esprit
p ara to m ar el de bon esprit. ¿C ó m o no iban a p r e ­
ferir este últim o título? H an oído decir que el bon
esprit se expresa a veces de forma oscura. Se dan cuenta
232 de que limitando | sus pretensiones al título de bon esprit,
siempre podrán achacar la necedad de sus razonamientos a la
oscuridad de su expresión, que es el único m edio seguro de
librarse de ser considerados majaderos. De este modo se
adueñan del título de bon esprit con avidez, ocultándose a
sí mismos tanto como pueden que su falta de bel esprit es lo
único que les da derecho al bon esprit y que escribir mal no es
prueba de que se piense bien.

492
El juicio de sem ejantes hom bres, por ricos o poderosos a
m enudo que sean (32), no impresionaría aJ público, si no
fuera sostenido por la autoridad de | ciertos filósofos quie- 233
nes, ansiosos como los beezux espnts de una estima exclu­
siva, no se dan cuenta de que cada genero artístico diferente
tiene sus propios admiradores; de que por todas partes se
encuentran más laureles que cabezas para coronar; de que no
hay nación que no tenga a su disposición un fondo de estima
suficiente para satisfacer todas las pretensiones de los hom ­
bres ilustres; y de que, en fin, inspirando desagrado por
el be! esprit, se aviva contra todos los grandes escritores el
desdén de estos hom bres obtusos, quienes, interesados en
despreciar el espíritu, engloban bajo el nom bre bel esprit al
que ni siquiera | conocen, tanto a los sabios y los filósofos 234
como, en general, a todo aquel que piense.

C a p í t u l o V il

D el espíritu del siglo

Este tipo de espíritu no contribuye en nada al progreso


de las artes y las ciencias y no se incluiría en esta obra si no
ocupara un lugar tan im portante en la cabeza de una infini­
dad de gente.
En todos los lugares donde no se toma en consideración
al pueblo, lo que se llama espíritu del siglo no es más que el
espíritu de aquellos q u e deciden lo que de buen tono, es
decir, de los hom bres del gran m undo y la gente de la corte.
El hombre de la alta sociedad y el bel esprit se expresan
tanto el uno como el o tro con elegancia | y pureza; ambos 235
son, en general, más sensibles a lo que está bien dicho que a
lo que está bien pensado. Sin embargo, no dicen ni deben
decir las mismas cosas (33) porque se proponen objetos
diferentes. El bel esprit ávido de estima pública, debe o bien
presentar grandes cuadros, o bien ofrecer ideas interesantes
para la humanidad o, al m enos, para su nación. Por el contra­
rio, el hombre de la alta sociedad, que no se da por satisfe­
cho con la admiración de la gente de buen tono, sólo se

493
p re o c u p a d e o fre c e r id eas ag rad ab les a lo q u e se llam a la
b u e n a com pañía.
H e d ich o e n el se g u n d o D isc u rso q u e no se p o d ía h ab lar
236 en la | alta so c ied a d m ás q u e d e cosas o d e p e rso n a s; q u e la
b u e n a co m p añ ía es, e n g e n e ra l, p o c o cultivad a, q u e no se
p re o c u p a m ás q u e d e las p e rso n a s, q u e los halagos a b u rre n a
q u ie n e s n o van d irig id o s y h a c e n b o ste z a r a lo s o y e n te s. P o r
eso, en esto s círculos sólo se in te n ta in te r p re ta r m alig n a­
m e n te las accio n es d e los h o m b re s, d e s c u b rir sus p u n to s
d éb iles, b u rla rse d e ellos, b ro m e a r ac erca d e las cosas m ás
serias, re írse d e to d o y, en fin, rid ic u liza r to d a s las ideas
c o n tra ria s a las de la b u e n a co m p añ ía. El e s p íritu d e c o n v e r­
sación se re d u c e , p u e s, al ta le n to d e d e n ig ra r a g ra d a b le m e n te
so b re to d o en e s te siglo en q u e cada u n o p r e te n d e te n e r
e s p íritu y c re e te n e r m u c h o , en q u e n o se p u e d e elo g iar la
su p e rio rid a d d e u n h o m b re sin o fe n d e r la van id ad d e to d o
237 el m u n d o , en q u e se distingue | e n tre el h o m b re d e m é rito y el
h o m b re m e d io c re só lo p o r el tip o d e m al q u e se dice d e él y
en q u e se h a d e c id id o , p o r así d ec irlo , d iv id ir la n ació n en
do s clases: una, la d e las bestias, q u e es la m ás n u m e ro sa ; la
o tra , la de los locos, q u e abarca a to d o s aq u e llo s cuyos
ta le n to s n o se p u e d e n negar. P o r o tra p a r te , la m a led ice n cia
es a h o ra el ú n ic o re c u rs o q u e u n o tie n e p a ra e lo g ia rse a sí
m ism o y a su p ro p io círc u lo social. A h o ra b ien , ca d a cual
q u ie re alabarse; in d ife re n te m e n te de q u e u n o c e n su re o
a p ru e b e , q u e h ab le o se calle, es sie m p re su p ro p ia ap o lo g ía
la q u e hace: cada h o m b re es u n o ra d o r q u e , co n d isc u rso s o
accio n es, rec ita c o n tin u a m e n te su p an e g írico . H a y d o s m a n e ­
ras de alabarse: una, d ic ie n d o b ie n d e sí; la o tra , d ic ie n d o
m al d e los dem ás. Los C ic e ró n , lo s H o ra c io y, en g e n e ra l,
238 to d o s los | an tig u o s, m ás fra n c o s en sus p re te n s io n e s , se
cu b ría n a b ie rta m e n te d e alabanzas q u e c re ía n m e re c e r. N u e s ­
tr o siglo ha llegado a ser m ás d e lic a d o en e s te p u n to . Sólo a
trav é s d e l m al q u e se d ic e d e los d em ás e stá p e rm itid o a h o ra
elo g iarse a sí m ism o. Es b u rlá n d o se d e u n n ecio co m o u n o
realza in d ire c ta m e n te su p r o p io esp íritu . E sta m a n e ra d e
alab arse es, sin d u d a , la m ás d ire c ta m e n te o p u e s ta a las
b u en a s co stu m b re s; es, sin em b a rg o , la ú n ica q u e está d e
m o d a. C u a lq u ie ra q u e diga d e sí el b ie n q u e p ie n sa , es u n
o rg u llo so , to d o el m u n d o lo re h ú y e . C u a lq u ie ra , p o r el c o n ­
trario , q u e se alaba m e d ia n te el m al q u e dice de o tro , es u n
h o m b re e n c a n ta d o r, está ro d e a d o d e o y e n te s a g ra d ecid o s,

494
c o m p a rte n co n él lo s elo g io s in d ire c to s q u e hace d e sí y no
d e ja n d e a p la u d ir las b u rla s q u e los lib ra n d e te n e r q u e
ap re cia r a los dem ás. P a re c e q u e , e n | g e n e ra l, la m alig n id ad 239
d e la g e n te d e la a lta so c ie d a d se d e b e m e n o s a la in te n c ió n
d e d a ñ a r q u e al d e s e o d e v an a g lo riarse . P o r eso , la in d u lg e n ­
cia es fácil d e e je r c e r n o so la m e n te hacia ello s, sino ta m b ié n
h acia los e sp íritu s o b tu s o s cuyas in te n c io n e s son m ás odiosas.
El h o m b re d e m é rito sab e q u e a lg u ien ac erca del cual n o se
d ic e n ad a m alo es, e n g e n e ra l, u n h o m b re a c erca del q u e no
se p u e d e d e c ir ta m p o c o n ad a b u e n o ; el q u e n o le g u s ta alabar
h a sid o , e n g e n e ra l, p o c o alabado. P o r eso n o es áv id o d e
e lo g io y c o n sid e ra la n e c e d a d co m o u n a d esg ra cia d e la q u e
d ich a n e c e d a d in te n ta s ie m p re ven g arse. « P re fie ro q u e no
se p r u e b e n in g ú n h e c h o c o n tra m í, d ec ía u n h o m b re con
m u c h o e s p íritu ; y a u n q u e se d ig a, p o r o tra p a rte , to d o el mal
q u e se q u ie ra , n o e s ta ré en fa d ad o ; d e jo q u e los d em ás se
d iv ie rta n » . P e ro si b ie n la filosofía | p e r d o n a la m alig n id a d , 24o
n o d e b e , no o b sta n te , aplau d irla. Es a e s to s aplausos in d is c re ­
to s a los q u e se d e b e tal ca n tid a d d e sin v e rg ü e n za s, q u ie n e s,
en el fo n d o so n algunas v ec es las m e jo re s p e rso n a s d el
m u n d o . H ala g ad o s p o r los elo g io s p ro d ig a d o s a la m alig n id ad
y p o r la re p u ta c ió n d e e s p íritu q u e da, n o sa b en e s tim a r
s u fic ie n te m e n te su b o n d a d n a tu ra l; q u ie re n h a c e rse te m e r
p o r sus burlas. D e sg ra c ia d a m e n te tie n e n el su fic ie n te e s p íritu
p ara lo g rarlo : e m p ie z a n fin g ie n d o q u e son m alos y p e r m a n e ­
cen m alos p o r co stu m b re .
¡O h , v o so tro s, q u ie n e s n o h ab é is a d q u irid o e s ta c o s tu m ­
b re fu n esta , c e rra d v u e s tro s o íd o s a las alabanzas d ed ica d as a
los re c u rso s, rasgos sa tírico s, ta n to m ás nociv o s p ara la so c ie­
d ad c u a n to q u e son h a b itu a le s e n ella! C o n s id e ra d las fu e n ­
tes im p u ra s (34) d e d o n d e | m a n a la m a led icen cia. R e c o rd a d 241
q u e el g ra n h o m b re , in d ife re n te a las rid ic u le c e s d e u n
in d iv id u o , | sólo se o c u p a d e cosas g ra n d e s; q u e u n | v ie jo 242-243
m alv ad o le p a re c e tan rid íc u lo co m o u n v ie jo e n c a n ta d o r;
q u e e n tre la g e n te d e la alta so c ie d a d , q u ie n e s e s tá n h ec h o s
p a ra las cosas g ra n d e s p r o n to se h a rta n d e e se to n o b u rló n
q u e h o rro riz a a las d e m á s n ac io n e s (35). A b a n d o n a d lo , p u es,
a los h o m b re s o b tu so s: p ara ello s, la m e le d ic e n c ia es u n a
n ecesid ad . E n em ig o s n ato s d e los esp íritu s s u p e rio re s y ce lo ­
sos d e u n a estim a q u e se les niega, sa b en q u e , al igual q u e
las m alas h ie rb a s q u e n o b r o ta n ni c re c e n | si n o es s o b re las 244
ru in as d e los palacios, n o p u e d e n ele v a rse m ás q u e s o b re los

495
resto s d e las g ra n d e s re p u ta c io n e s; p o r e s o n o se o c u p a n m ás
q u e del cu id ad o d e d estru irlas.
H ay u n a m u ltitu d d e h o m b re s o b tu so s. A n ta ñ o u n o era
en v id iad o sólo p o r sus iguales; ah o ra , co m o to d o s asp ira n al
esp íritu y c re e n te n e rlo , casi to d o el p ú b lic o se h a c o n v e rtid o
en en v id io so . Y a n o se le e p a ra cu ltiv a rse , sino p ara criticar.
A h o ra b ien , no hay n in g u n a o b ra q u e p u e d a re s is tir c o n tra
esta d isp o sició n d e los le c to re s. La m a y o r p a rte d e ellos,
o cupados en la b ú sq u e d a d e los d e fe c to s de u n a o b ra, so n
com o esos anim ales in m u n d o s q u e se v en a veces e n la
ciudad bu scan d o las alcantarillas. ¿A caso se ig n o ra to d a v ía
q u e n o se n ec esita m en o s e s p íritu p ara p e rc ib ir las bellezas
245 d e u n a o b ra [ q u e p ara a d v e rtir sus d e fe c to s; y q u e , en los
libros, co m o decía u n inglés, «hay q u e ir a la caza d e las
ideas y m o stra r co n sid erac ió n al lib ro sólo si se v u elv e co n
m uchas»?
T o d as las inju sticias d e e s te tip o so n u n e fe c to n ec esario
d e la n ec ed ad . ¡C uánta d iferen c ia , a e s te re s p e c to , e n tre el
c o m p o rta m ie n to del h o m b re d e e s p íritu y la d el h o m b re
obtuso! A q u él ap ro v ech a to d o . F re c u e n te m e n te se les escap an
a los h o m b re s m e d io c re s algunas v e rd a d e s q u e los sabios
captan: el h o m b re d e e s p íritu , q u e lo sab e, escu c h a a
aquéllos sin desag rad o . N o p e rc ib e , en g e n e ra l, en la c o n v e r­
sación m ás q u e lo b u e n o , m ie n tra s q u e el h o m b re m e d io c re
sólo escucha lo m alo o lo ridículo.
P e rp e tu a m e n te c o n sc ie n te d e su ig n o ran cia, el h o m b re de
esp íritu se cultiva m e d ia n te casi to d o s los lib ro s; d em asiad o
246 ignorante y dem asiado vano p ara se n tir la necesid ad d e | es­
clarecerse, el h o m b re o b tu so , p o r el c o n tra rio , n o lo g ra
in stru irse co n n in g u n a d e las o b ras d e sus c o n te m p o rá n e o s ; y
p ara d ec ir m o d e sta m e n te q u e lo sabe to d o , d ic e q u e los
libros n o le en se ñ a n nada (36). In clu so llega a s o s te n e r q u e
to d o ya ha sido d ic h o y p e n s a d o , q u e los au to re s n o h acen
más q u e re p e tirse y n o d ifie re n e n tre sí m ás q u e p o r la
m a n era de ex p re sarse. ¡O h, envid io so s! ¿A caso es a los a n ti­
guos a los q u e d e b e m o s la im p re n ta , la re lo je ría , las le n te s 32
o las bom b as d e incendio? ¿ Q u ié n sino N e w to n h a d e te r m i­
nad o las leyes d e la g rav ed ad , en el ú ltim o siglo? ¿ N o nos
o fre ce la elec tricid a d to d o s los días u n a in fin id a d d e fe n ó m e ­
nos nuevos? N o hay, según tú, m ás d e s c u b rim ie n to s p o r

32 En el original, «glaces». Pensamos que H elvétius se refiere a las lentes, es decir, al uso
de los cristales en el microscopio, anteojos, etc.

496
h acer. | P e ro in c lu so e n la m o ra l y e n la p o lítica, d o n d e 247
d e b e ría e s ta r to d o d ic h o , ¿se ha d e te rm in a d o el tip o d e lu jo
y d e co m e rc io m ás v e n ta jo s o p a ra cada nación? ¿A caso se
h an fija d o sus lím ites? ¿S e h a d e s c u b ie rto el m e d io d e m a n ­
te n e r en u n a n ac ió n el e s p íritu d e co m e rc io y el e s p íritu
m ilitar a la vez? ¿Se h a in d ic ad o la fo rm a d e g o b ie rn o m ás
a p ro p ia d a p a ra h ac er felices a los h o m b re s? ¿S e ha e s c rito al
m e n o s el re la to d e u n a b u e n a legislació n (3 7 ), tal co m o
p o d ría e sta b le c e rse e n u n a | c o lo n ia en alg u n a co sta d e s ie rta 248
d e A m érica?
El tie m p o o b se q u ia en ca d a siglo a los h o m b re s co n
algunas v erd a d es; p e r o to d a v ía le q u e d a n m u c h o s d o n e s p ara
o to rg a rn o s. Q u e d a n , p u e s , p o r a d q u irir u n a in fin id ad d e
id eas nuevas. El ax io m a d e q u e todo ya está dicho y pensado es,
p o r ta n to , un axiom a falso, p o s tu la d o p r im e ro p o r | la igno- 249
ran cia, lueg o r e p e tid o p o r la envidia. N o hay m e d io q u e el
e n v id io so , b a jo la ap a rien c ia d e justicia, n o e m p le e p ara
d e n ig ra r al m é rito . S e sabe, p o r e je m p lo , q u e no hay v erd a d
aislada, q u e to d a id e a n u e v a se rela cio n a co n algunas ideas
co n o cid as, c o n las cuales tie n e n e c e s a ria m e n te algun as se m e ­
janzas; | es, sin em b a rg o , d e estas se m ejan za s d e las q u e 250
p a rte la e n v id ia para ac u sa r c o tid ia n a m e n te d e plagio a n u e s­
tro s c o n te m p o rá n e o s ilu s tre s (38). C u a n d o d ec la m a c o n tra
los plag iarios dice q u e es p a ra castig ar los h u rto s lite ra rio s y
v en g a r al p ú b lico . P e ro , | le re s p o n d e ría m o s , si n o co n su lta - 251
ras m ás q u e el in te ré s p ú b lic o , tu s d e c la m a c io n e s serían
m e n o s ex a sp e ra d as, te darías c u e n ta de q u e e sto s p lag iario s,
sin d u d a m e n o s estim a b les q u e la g e n te d e g e n io , so n ta m ­
b ié n m uy útiles al p ú b lic o y d e q u e u n a b u e n a o b ra , p ara ser
a m p lia m e n te | co n o cid a, d e b e se r e x p u e sta p o r p a rte s en un a 252
in fin id ad de o b ras m e d io c re s.
E n e fe c to , si los h o m b re s q u e c o m p o n e n la so c ied a d se
sitú an n e c e s a ria m e n te e n d istin ta s clases, q u e tie n e n p a ra o ír
y p ara v e r o íd o s y o jo s d ife re n te s , es e v id e n te q u e el m ism o
es c rito r, p o r m u c h o g e n io q u e ten g a, n o p u e d e c o n v e n irle s
e n igual m e d id a; so n n ec esario s a u to re s p ara to d as las cla­
ses (3 9 ), u n o s N e u v ille | p a ra p re d ic a r a la ciu d ad y u n o s 253
B rid ain e p a ra el ca m p o 33. E n m o ral c o m o e n p o lítica , ciertas
ideas n o so n u n iv e rsa lm e n te ad m itid as y su e v id e n c ia n o es
c o n s ta ta d a , si n o d e s c ie n d e n d e la m ás su b lim e filoso fía h asta

33Jacques Bridaine (1701-1767). D irecto r d e las misiones reales instituidas para la conver­
sión de los protestantes. A u to r d e los Cánticos Espirituales y de los Sermones.

497
la p o esía y d e la p o e sía a la calle: só lo e n to n c e s llegan a se r
lo s u fic ie n te m e n te co n o c id a s p ara ser útiles.
P o r lo d em ás, esta e n v id ia q u e to m a co n ta n ta fre c u e n c ia
el n o m b re d e ju sticia y d e la q u e n ad ie e stá e n te ra m e n te
e x e n to , n o es el vicio d e n in g ú n e sta m e n to . N o es, en
g e n e ra l, activa y p elig ro sa m ás q u e e n h o m b re s o b tu so s y
vanos. El h o m b re s u p e rio r tie n e m uy p o c o s o b je to s q u e
en v id iar. E n c u a n to a la g e n te d e la alta so c ied a d es d e m a ­
siado frív o la p ara o b e d e c e r m u c h o tie m p o al m ism o sen ti-
254 m ie n to ; p o r o tr a p a rte , no o d ia el m é rito , s o b re to d o el |
m é rito lite ra rio , al cual in c lu so p r o te g e c o n fre cu e n cia ; su
única asp iració n es se r a g ra d ab le e n ia co n v e rsac ió n . En esta
asp iración c o n siste p r o p ia m e n te el e s p íritu d el siglo: p o r e s o
se e m p le a to d a la im ag in ació n p a ra esca p ar al re p r o c h e d e
insipidez.
Si u n a m u je r co n p o c o e s p íritu p a re c e e n te r a m e n te o cu ­
p ada e n su p e rro y no le h ab la m ás q u e a él, el o rg u llo d e los
o y e n te s se sie n te o fe n d id o y se la tach a d e im p e rtin e n te .
E stán en u n e rro r. Ella sa b e q u e sólo se es algo en la
so ciedad cu a n d o se h a n p ro n u n c ia d o m uchas p alab ras (4 0 ),
se han h e c h o m u c h o s g e sto s y m u c h o ru id o . O c u p a rs e d e su
p e rro significa para ella m e n o s un e n tre te n im ie n to q u e un
255 m e d io de o c u lta r | su m e d io c rid a d ; re c ib e , a e s te re s p e c to ,
m uy b u e n o s c o n s e jo s d e su a m o r p ro p io q u e nos hace sacar
casi sie m p re el m e jo r p a rtid o p o sib le d e n u e s tra e s tu p id e z .
S ó lo a ñ a d iré u n as p alab ras a lo q u e h e d ic h o acerca d el
e s p íritu d e un siglo: q u e e s fácil re p re s e n tá rs e lo b a jo u na
im ag en sen sib le. E n cá rg u e se co n e s te o b je to a un p in to r hábil
h acer, p o r e je m p lo , los re tra to s aleg ó rico s del e s p íritu d e
u n o d e los siglos d e G re c ia y del e s p íritu ac tu a l d e n u e s tro
p u e b lo . E n el p rim e r cu a d ro , ¿n o se v erá fo rz a d o a re p r e s e n ­
ta r el esp íritu m e d ia n te la fig u ra d e un h o m b re q u e co n u n a
m ira d a fija y el alm a a b so rta en p ro fu n d a s m e d ita c io n e s
p e rm a n e c e en u n a ac titu d q u e se atrib u y e h a b itu a lm e n te a
25 6 las m usas? E n el s e g u n d o cu a d ro , | ¿no se rá n e c e s a rio p in ta r
el esp íritu co n los rasgos d el d io s d e la b u rla, es d e c ir, co n el
ro s tro d e un h o m b re q u e o b se rv a to d o co n u n a risa m alig n a
y u n a m ira d a b u rlo n a ? A h o ra b ie n , e sto s d o s re tra to s tan
d ife re n te s nos p ro p o rc io n a ría n co n su fic ie n te e x a c titu d la d ife ­
ren cia e n tre el e s p íritu d e los g rie g o s y el n u e stro . A cerca d e
lo cual o b se rv a ré q u e , en cada siglo, u n p in to r in g e n io so
d aría al e s p íritu u n a fiso n o m ía d ife re n te y la se cu e n cia ale-

498
g ó ric a d e se m e ja n te s r e tr a to s se ría m uy ag rad ab le y cu rio sa
p a ra la p o ste rid a d q u e , d e u n vistazo, p o d ría a p re c ia r la
e stim a o el d e s p re c io q u e en cada siglo se c o n c e d ía al esp í­
r itu d e cada nación.

C a p ít u l o V III

Del espíritu recto (41)

| P ara e m itir sie m p re ju ic io s re c to s 34 s o b re las d ife re n - 1


tes id eas y o p in io n e s d e los h o m b re s se ría n ec e sa rio | e s ta r 2
lib re d e to d a s las p a sio n e s q u e c o rro m p e n n u e s tro e n te n d i­
m ie n to ; d e b e ría m o s te n e r h a b itu a lm e n te p re s e n te s e n n u e s­
tra m e m o ria las id e as q u e n o s p e rm itie ra n c o n o c e r to d a s las
v e rd a d e s hum an as y, p ara ello, h a b ría q u e sa b e rlo to d o .
N a d ie sabe to d o : n o se tie n e u n e s p íritu ju sto m ás q u e en
c ie rto s te rre n o s .
En el g é n e ro d ra m á tic o , p o r e je m p lo , u n o p u e d e se r un
b u e n ju e z d e la a rm o n ía d e los v erso s, d e la p re c isió n y
fu e rz a d e la e x p re s ió n y, en fin, de to d a s las bellezas del
estilo ; p e ro se r al m ism o tie m p o u n ju e z m alo d e la e x a c titu d
d el arg u m e n to . O tro , p o r el c o n tra rio , c o n o c e e s ta ú ltim a
p a rte , p e ro n o se da c u e n ta ni d e la p re c isió n , ni d el ac ie rto ,
ni de la tu e rz a d el s e n tim ie n to , de los q u e d e p e n d e n la
v erd a d o la falsedad d e los c a racteres trágicos y el m é rito
p rin cip al de las obras. D ig o | el m é rito p rin cip al, p o r q u e la 3
u tilid ad real y, p o r c o n s ig u ie n te , la p rin cip al b ellez a d e e ste
g é n e r o co n siste en d e s c rib ir fie lm e n te los e fe c to s q u e p r o ­
d u c e n en n o so tro s las p a sio n e s fu e rte s.
P o r ta n to , n o se tie n e p r o p ia m e n te re c titu d d e e s p íritu
m ás q u e e n las cien cias o las a rte s s o b re las cuales se h a m ás
o m e n o s m e d ita d o .
N o se p u e d e , e n c o n se c u e n c ia , d e ja r d e re c o n o c e r, a
m e n o s q u e se c o n fu n d a n el g e n io y el e s p íritu e x te n s o y
p ro fu n d o co n el e s p íritu re c to , q u e e sta ú ltim a clase d e

34 H em os traducido «juste» p or «recto». N o s ha parecido q u e usar «justo» podría introdu­


cir contenidos morales q u e no están en ei «esprit juste» d e H elvétius. En cambio, creem os que
usar «preciso», «riguroso», etc., acentuaría el carácter técnico, lógico d el concepto «juste», lo
cual tam poco es correcto. En fin, «recto» nos parece un concepto más neutral.

499
e sp íritu n o es m ás q u e u n e s p íritu falso cu a n d o se tra ta de
p ro p o sic io n e s com p licad as e n las cuales la v e rd a d es el re s u l­
ta d o d e g ran n ú m e ro d e c o m b in ac io n e s, cu a n d o p a ra v e r b ien
hay q u e v e r m u c h o y cu a n d o la re c titu d d el e s p íritu d e p e n d e
d e su ex ten sió n : p o r e s o n o se e n tie n d e , e n g e n e ra l, p o r
espíritu recto m ás q u e la clase d e e sp íritu capaz d e sacar
co n c lu sio n es co rre c ta s y a v ec es nuevas | d e las o p in io n e s
v e rd a d e ra s o falsas q u e se le p re se n te n .
C o n s e c u e n te m e n te co n e s ta d efin ició n , el e s p íritu re c to
co n trib u y e p o co al av an ce del e s p íritu h u m a n o ; sin em b a rg o ,
m e re c e c ie rta estim a. Q u ie n p a r tie n d o de p rin c ip io s y o p i­
n io n es adm itid as, saca co n c lu sio n e s sie m p re ju stas y a veces
n u evas es u n h o m b re ra ro e n tre los m o rta les. In c lu so es
m ás e stim a d o p o r la g e n te m e d io c re q u e el e s p íritu su p e rio r
q u ie n , al in citar co n d em asiad a fre c u e n c ia a los h o m b re s al
ex a m e n de los p rin c ip io s re c ib id o s y al traslad a rlo s a re g io ­
nes d esco n o c id as, n o sólo fatiga su p e re z a , sino q u e h ie re su
org ullo.
P o r lo d em ás, p o r m uy ju stas q u e sean las co n c lu sio n es
q u e u n h o m b re sa q u e d e un se n tim ie n to o d e un p rin c ip io ,
cre o | q u e , le jo s d e o b te n e r el n o m b re d e esp íritu re c to , tal
h o m b re será c o n s id e ra d o co m o u n loco si e s te se n tim ie n to o
este p rin c ip io p a re c e rid íc u lo o ab su rd o . U n in d io ch iflad o se
había im ag in ad o q u e si o rin a b a in u n d a ría to d o el V ijayana-
gar. En co n sec u en cia, e s te ciu d a d a n o v irtu o so c o n te n ía sie m ­
p re su o rin a; estab a d is p u e sto a p e re c e r, c u a n d o u n m é d ico ,
h o m b re de e sp íritu , e n tra asu stad o e n su h ab itac ió n : « N ar-
sin g p u r está in c en d ia d a, dice; p r o n to n o se rá m ás q u e u n
m o n tó n d e cenizas, so ltad v u e s tra o rin a » . A l o ír estas p ala­
bras, el b u e n in d io o rin a , raz o n a c o rre c ta m e n te y p asa p o r
lo co 35 (42).
O tr o h o m b re | afe c ta d o d e la m ism a lo c u ra , co m p arab a
u n día el n ú m e ro re strin g id o d e eleg id o s co n el n ú m e ro
p ro d ig io so de h o m b re s q u e el p e c a d o p re c ip ita to d o s los días
al in fie rn o . «Si la am b ició n , la avaricia, la | lu ju ria , se d ec ía a
sí m ism o , n os c o n d u c e n a ta n to s crím en es, ¿ p o r q u é n o d a r
m u e rte a los | n iñ o s a n te s d e la e d a d del p e c a d o ? C o n e ste
crim en p o b la ré el cielo d e b ie n a v e n tu ra d o s: o f e n d e ré sin
d u d a al P a d re e te rn o , m e arrie sg a ré a ca er en el ab ism o d el
in fie rn o ; | p e ro , en fin, salvaré h o m b re s, seré co m o C u rc io 36

Ver nota 45 del Discurso II.


Ver no ta 51 del Discurso III.
q u ie n se a rro jó al p re c ip ic io p ara salvar a R o m a.» El asesi­
n ato d e alg u n o s n iñ o s fu e la co n c lu sió n j ju sta q u e sacó d e 10
e s te ra z o n a m ie n to (43).
Si se m e ja n te s h o m b re s son, en g e n e ra l, c o n s id e ra d o s
c o m o locos, n o es ú n ic a m e n te p o r q u e ap o y an sus ra z o n a ­
m ie n to s en p rin c ip io s falsos, sin o en p rin c ip io s estim a d o s
falsos. E n e fe c to , el te ó lo g o ch in o q u e d e m u e s tra las n u e v e
en c arn ac io n e s de V isnú 37 y el m u lsu m á n q u e , se g ú n el C o ­
rán , so stie n e q u e la tie rra está ap o y a d a so b re los c u e rn o s d e
u n to ro se fu n d a n c ie rta m e n te s o b re p rin c ip io s tan rid íc u lo s
co m o los d e e s te in d io ; sin em b a rg o , ta n to el u n o co m o el
o tro serán , cada cual e n su país, c o n sid e ra d o s co m o g e n te
sen sata. ¿ P o r q u é lo serán? P o rq u e so stie n e n o p in io n e s q u e
so n g e n e ra lm e n te adm itid as. E n m a te ria d e v e rd a d e s re lig io ­
sas, la raz ó n es d é b il c o n tra d o s g ra n d e s m isio n e ro s, el
e je m p lo y el te m o r. P o r o tr a p a rte , en to d o país, los p r e ju i­
cios | d e los g ra n d e s so n la ley d e los p e q u e ñ o s. E ste ch in o y 11
e s te m u lsu m án p asarán , p u e s , p o r sabios, ú n ic a m e n te p o rq u e
están locos de la locura común. Lo q u e d ig o d e la lo cu ra, lo
ap lico a la neced ad : es c o n s id e ra d o n ecio sólo aq u e l q u e no
c o m p a rte la neced ad co m ú n .
A lgunos ald ea n o s, se dice, c o n s tru y e ro n u n p u e n te y
g ra b a ro n en él esta inscrip ció n : Este puente está hecho aquí.
O tro s , q u e rie n d o sacar a un h o m b re d e un p o z o e n el q u e
h ab ía caído, le pasan al cu e llo u n n u d o c o rre d iz o y lo sacan
estra n g u la d o . Si las n e c e d a d e s d e e sta e sp e c ie su e le n sie m p re
p ro v o c a r risa, ¿c ó m o e sc u c h a r se ria m e n te , se d irá, los d o g ­
mas d e los b o n zo s, los b ra h m a n e s y los m o n je s siam eses,
d o g m as tan a b su rd o s co m o la in sc rip c ió n del p u e n te ? ¿C ó m o
se p u e d e , sin re ír, v e r a los rey e s, ¡ los p u e b lo s, los m in istro s 12
e in clu so a los g ra n d e s h o m b re s p ro s te rn a rs e algunas veces a
los pies de íd o lo s y m o s tra r la m ás p r o fu n d a v e n e ra c ió n p o r
fábulas ridiculas? ¿C ó m o , al le e r rela to s d e v iajes, n o n o s ha
ex tra ñ a d o v e r q u e la e x iste n c ia d e b ru jo s y m agos es tan
g e n e ra lm e n te re c o n o c id a co m o la ex iste n cia de D io s y q u e
pasa, en la m a y o r p a r te d e las n acio n es, p o r e sta r ig u a lm e n te
d e m o strad a ? ¿P o r q u é raz ó n , e n fin, a b su rd id a d e s d ife re n te s,
p e ro ig u a lm e n te rid icu las n o p ro d u c e n so b re n o so tro s la
m ism a im p re sió n ? P o rq u e nos b u rla m o s de b u e n g ra d o d e
u n a n ec ed a d d e la q u e n o s c re e m o s e x e n to s; p o r q u e n ad ie

37 Ver nota 103 del Discurso II.

501
re p ite , co m o el ald ea n o , este puente está hecho aquí; p o r q u e n o
es así c u a n d o se tra ta d e u n a ab su rd id a d piado sa. N a d ie q u e
13 no se c o n s id e re al a b rig o d e la ig n o ra n c ia q u e h a | p r o d u c id o
esa a b su rd a c re en cia se a tre v e a re írs e d e sí m ism o b ajo el
n o m b re d e o tro .
N o es, a la ab su rd id a d d e u n raz o n a m ie n to , sin o a la
ab su rd id a d d e c ie rta clase d e ra z o n a m ie n to s a lo q u e se d a el
n o m b re de necedad. N o se p u e d e , p o r ta n to , e n te n d e r p o r
esta p a la b ra m ás q u e u n a ig n o ran c ia p o c o co m ú n . P o r eso , a
veces se d a el n o m b re d e n e c io a h o m b re s a lo s q u e se
a trib u y e al m ism o tie m p o u n g ra n g en io . La cien cia d e las
cosas co m u n es es la cien cia d e la g e n te m e d io c re ; y a v eces,
el h o m b re d e g e n io es, a e s te re s p e c to , d e u n a ig n o ran cia
crasa. In v e stig a d o r au d az d e lo s p rim e ro s p rin cip io s d el arte
o d e la ciencia q u e cu ltiv a y c o n te n to d e ca p ta r alg u n as de
estas v e rd a d e s nuevas, p rim e ra s y g e n e ra le s, d e d o n d e se
d e riv a n u n a in fin id a d d e v e rd a d e s se c u n d a ria s, d e sc u id a
14 c u a lq u ie r o tra clase | d e c o n o c im ie n to . E n c u a n to sale del
s e n d e ro lu m in o so q u e le traz a el g e n io , cae en m iles d e
e rro re s , co m o N e w to n al c o m e n ta r el Apocalipsis.
El g e n io e scla re ce algunas fanegas 38 d e la n o ch e in m e n sa
q u e r o d e a a los e s p íritu s m e d io c re s; p e ro n o escla re ce to d o .
C o m p a ro al h o m b re d e g e n io c o n la c o lu m n a q u e ca m in ab a
d e la n te d e los h e b re o s y q u e u nas veces e r a o scu ra, o tras
v eces, lum inosa. El g ra n h o m b re , sie m p re s u p e rio r e n u n
a rte , ca rece n e c e s a ria m e n te d e e s p íritu e n m u ch o s o tro s, a
m e n o s q u e se e n tie n d a aq u í p o r espíritu la a p titu d p ara
in stru irse q u e tal vez p u e d a s e r c o n s id e ra d a c o m o u n c o n o ­
c im ie n to iniciado. El g ran h o m b re , p o r su h á b ito d e aplica­
ción, su m é to d o d e e s tu d ia r y su capacidad d e d istin g u ir
15 e n tre u n m e d io -c o n o c im ie n to y | u n c o n o c im ie n to c o m p le to
tie n e se g u ra m e n te , a e s te re sp e c to , u n a g ran v e n ta ja re s p e c to
al c o m ú n d e los h o m b re s. E stos, al n o h a b e r a d q u irid o el
h áb ito de la m e d ita c ió n y no h a b e r a p re n d id o n ad a p r o fu n ­
d a m e n te , ya se c o n sid e ra n lo su fic ie n te m e n te cu ltiv a d o s co n
te n e r u n co n o c im ie n to su p erficial d e las cosas. La ig n o ran c ia
y la n ec ed a d cre en c o n facilidad q u e lo sa b en to d o : ta n to
u n a co m o la o tra so n sie m p re o rgullosas. S ólo el g ra n h o m ­
b re p u e d e se r m o d e sto .

38 En el original, «arpents». El arpende es una m edida agraria francesa, que equivale a unas
50 áreas. H em os traducido p o r «fanega», m edida equivalente a 64 áreas y, p o r tanto, aproxim a­
dam ente equivalente al «arpent».

502
L im ito el d o m in io d el g e n io y m u e s tro las fro n te ra s d e n ­
tro d e las cuales la n a tu ra le z a lo o b lig a a e n c e rra rse , a fin d e
q u e se v ea co n m ás e v id e n c ia q u e el e s p íritu re c to , al ser
m u y in fe rio r al g en io , n o p u e d e , c o m o se c re e , e m itir sie m ­
p re ju icios v e rd a d e ro s so b re los d iv e rso s o b je to s d e la razó n .
S e m e ja n te e sp íritu es im p o sib le . Lo p r o p io ¡ d el e s p íritu 16
re c to es sacar co n sec u en cias c o rre c ta s de las o p in io n e s re c i­
bidas. A h o ra bien, estas o p in io n e s son falsas e n su m a y o ría y
el e s p íritu re c to jam ás se re m o n ta al ex a m e n d e estas o p i­
n io n e s; el e sp íritu ju s to n o es f re c u e n te m e n te m ás q u e el
a rte d e raz o n ar m e tó d ic a m e n te falso. T al vez e s ta clase d e
e sp íritu baste p ara f o rm a r u n b u e n ju ez; p e r o jam ás p ro d u c e
un g ran h o m b re . C u a lq u ie ra q u e esté d o ta d o d e él, n o so ­
b resa le, en g e n e ra l, e n n in g ú n a rte o cien cia y n o llega a ser
d ig n o d e c o n sid e ra c ió n p o r n in g ú n ta le n to . Se d irá q u e f re ­
c u e n te m e n te o b tie n e la e stim a d e g e n te m e d io c re . C o n v e n g o
en ello: p e ro su estim a, al s u g e rirle u n a id e a d em asiad o
elev a d a de él m ism o , llega a se r p ara él u n a fu e n te d e
e rro re s; e rro re s d e los cuales es im p o sib le lib rarlo . P u e sto
q u e , en fin, si el e s p e jo , el c o n s e je ro m ás e d u c a d o | y dis- II
c re to de to d o s los c o n s e je ro s , n o e n s e ñ a a n a d ie h asta q u é
p u n to es feo, ¿q u ién p o d ría d e s e n g a ñ a r a un h o m b re re s ­
p e c to a la o p in ió n e x c e siv a m e n te elev a d a q u e tie n e d e sí
m ism o , so b re to d o cu a n d o esta o p in ió n está ap o y a d a p o r la
estim a d e la m a y o r p a rte d e los h o m b re s d e su e n to rn o ?
In clu so es b astan te m o d e stia e stim a rse sólo de a c u e rd o co n
los elo gios de los dem ás. D e ahí p ro v ie n e , sin e m b a rg o , la
co n fian za ciega del e s p íritu re c to en sus p ro p ias luces y su
d e s p re c io p o r los g ra n d e s h o m b re s a q u ie n e s fre c u e n te m e n te
c o n s id e ra co m o visionarios, co m o e sp íritu s d o g m á tic o s y p e ­
le o n e s (44). ¡O h, e sp íritu s rec to s!, les d iría, c u a n d o tratáis d e
m alas cabezas a esto s g ra n d e s h o m b re s q u ie n e s al m e n o s so n
su p e rio re s en el g é n e r o p o r el q u e | los ad m ira el p ú b lic o , 18
¿q u e o p in ió n cre é is q u e p u e d e te n e r el p ú b lic o de v o so tro s,
cu y o e s p íritu n o se e x tie n d e m ás allá d e algunas p e q u e ñ a s
co n c lu sio n es sacadas d e u n p rin c ip io v e rd a d e ro o falso y
cu y o d e s c u b rim ie n to es p o c o im p o rta n te ? S ie m p re e n éxtasis
an te v u e s tro p e q u e ñ o m é rito , diréis q u e n o estáis s u je to s a
los e rro re s d e los h o m b re s c é le b re s. Sin d u d a , sí, p o r q u e es
n ec e sa rio c o rre r o, al m e n o s, cam in ar p a ra caerse. C u a n d o os
jactáis d e la re c titu d d e v u e s tro esp íritu , m e p a re c e o ír a un
lisiad o sin p ie rn a s v a n a g lo riarse d e n u n ca d a r un p aso en

503
falso. V u e stra c o n d u c ta , a ñ a d iré is, es a m e n u d o m ás sabia
q u e la d e los h o m b re s d e g e n io . Sí, p o r q u e n o te n é is d e n tro
d e v o so tro s e s te p rin c ip io d e vida y d e p asio n es q u e p ro d u c e
ta n to los g ra n d e s vicios c o m o las g ra n d e s v irtu d e s y los
19 g ra n d e s ta len to s. P e ro ¿acaso sois | m e jo re s? ¿ Q u é im p o rta al
p ú b lic o la b u e n a o m a la c o n d u c ta de u n h o m b re p articu la r?
U n h o m b re d e g en io , a u n q u e te n g a vicios, es m ás estim a b le
q u e v o so tro s. E n e fe c to , u n o sirv e a su p a tria o b ien m e ­
d ia n te la in o c en c ia d e sus c o s tu m b re s y los e je m p lo s d e
v irtu d q u e da, o b ie n m e d ia n te las luces co n las q u e la
esclarece. D e estas d o s m an eras d e se rv ir a la p atria, la ú l­
tim a, q u e sin d u d a p e r te n e c e m ás d ire c ta m e n te al g e n io , es
al m ism o tie m p o la q u e p ro c u ra m ás v e n ta ja s al p ú b lic o . Los
e je m p lo s d e v irtu d q u e da u n p a rtic u la r n o so n ú tiles m ás
q u e a los p o c o s q u e c o m p o n e n su círc u lo social; p o r el
c o n tra rio , las n u ev a s lu ces q u e e s te p a rtic u la r a r ro je so b re las
a rte s y las ciencias b en e ficia rán al m u n d o e n te ro . C ierta-
20 m e n te , el h o m b re d e g en io , a u n q u e ) n o sea c o m p le ta m e n te
p ro b o , te n d rá sie m p re m ás d e r e c h o q u e v o so tro s al r e c o n o ­
c im ie n to público.
Las d e c la m ac io n es d e lo s e s p íritu s re c to s c o n tra la g e n te
d e g e n io n e c e s a ria m e n te im p re sio n a n d u r a n te algún tie m p o a
la m u ltitu d : nadie es m ás fácil d e en g a ñ ar. Si el e sp a ñ o l, al
v e r las gafas q u e sie m p re llevan s o b re la nariz a lg u n o s d e sus
d o c to re s, q u e d a c o n v e n c id o de q u e e sto s d o c to re s se han
a rru in a d o la v ista e n la le c tu ra y d e q u e son m u y sabios; si se
c o n fu n d e to d o s los días la vivacidad del g e s to c o n la d el
e sp íritu y la ta c itu rn id a d co n p ro fu n d id a d , es n o rm a l c re e r
ta m b ié n q u e la h ab itu al g rav e d ad d e los e s p íritu s re c to s es
un e fe c to d e su sabiduría. P e r o el p re stig io se d e s tru y e y
p r o n to u n o re c u e rd a q u e la g ra v e d a d , c o m o dice la se ñ o rita
d e S cud éry , n o es m ás q u e un tru c o del c u e rp o p ara ocu l-
21 ta r | los d e fe c to s d el e s p íritu (45). N a d ie m ás q u e esto s
e s p íritu s rec to s se d e ja n e n g a ñ a r p o r la g ra v e d a d q u e fin g en .
P o r lo dem ás, q u e se crean sabios p o r q u e so n se rio s, q u e
e s ta n d o in sp ira d o s p o r el o rg u llo y la e n v id ia cu a n d o d esa­
p ru e b a n al g e n io se c re an d irig id o s p o r la ju sticia m u e s tra
q u e n ad ie, a e s te re sp e c to , escap a al e rro r. E sto s e rro re s d e
s e n tim ie n to son ta n g e n e ra le s y ta n fre c u e n te s e n to d a s las
arte s, q u e c re o r e s p o n d e r al d e s e o de m i le c to r al co n sag rar
a e s te ex a m e n algunas p áginas d e esta o b ra.

504
C a p í t u l o IX

Confusión de sentimiento

| Al igual q u e el ray o d e luz q u e se c o m p o n e d e un haz 22


d e rayos, ro d o se n tim ie n to se c o m p o n e d e u n a in fin id ad d e
se n tim ie n to s q u e c o n trib u y e n a p ro d u c ir u n a d e te rm in a d a
v o lu n ta d en n u e s tra alm a y u n a d e te rm in a d a acción e n n u e s­
tro c u e rp o . P o co s h o m b re s tie n e n el p rism a n e c e sa rio p ara
d e s c o m p o n e r e s te haz d e se n tim ie n to s; p o r c o n s ig u ie n te , co n
fre c u e n c ia c re e m o s q u e nos a n im an un se n tim ie n to ú n ic o o
se n tim ie n to s d ife re n te s d e los q u e nos m u e v en . H e aq u í la
cau sa d e tantas eq u iv o c a c io n e s d e se n tim ie n to y p o r q u é
ig n o ram o s casi s ie m p re los v e rd a d e ro s m o tiv o s d e n u estra s
acciones.
| A íin d e q u e se c o m p re n d a m e jo r cu án difícil es esc a p a r 23
d e estas co n fu sio n e s d e se n tim ie n to , d e b o p re s e n ta r algunos
e n los q u e caem o s a causa d e n u e s tra p ro fu n d a ig n o ran c ia d e
n o so tro s m ism os.

C a p it u l o X

Cuán propensos somos a equivocarnos respecto a los motivos


que nos determinan

U n a m a d re a d o ra a s u hijo. Le q u ie re , dice, p o r él
m ism o . Sin em b a rg o , se la re sp o n d e rá , n o cuidáis d e su
ed u c a c ió n y n o so sp ech áis q u e u n a b u e n a e d u c a c ió n p u e d a
c o n trib u ir in fin ita m e n te a su felicidad: ¿ p o r q u é n o co n su ltá is
so b re este te m a a | la g e n te d e e s p íritu y n o leéis n in g u n a d e 24
las o b ras escritas s o b re e sta m a teria ? P o rq u e s o b re e sta m a­
te ria, rep licará, c re o sa b e r ta n to c o m o los a u to re s y sus
o b ras. ¿ P e ro d e d ó n d e n ac e e sta co n fia n za en v u estra s luces?
¿ N o será e fe c to d e v u e s tra in d ife re n cia ? U n d e s e o im p e ­
tu o so n os in sp ira sie m p re u n a d e sc o n fia n z a sa lu d ab le d e n o ­
so tro s m ism os. Si te n e m o s u n p le ito im p o rta n te , nos d irig i­
m o s a p ro c u ra d o re s, a b o g a d o s, c o n su lta m o s a m u c h o s d e
ellos, le em o s su alegaciones. Si p a d e c e m o s d e u n a la n g u id ez

505
q u e, sin cesar, n o s r o d e a de las so m b ras y los h o rro re s d e la
m u e rte , vem o s a m éd ico s, re c o g e m o s sus o p in io n e s, le em o s
lib ro s d e m e d icin a e in c lu so lleg am o s a se r u n p o c o m éd ico s.
A sí se ac tú a cu a n d o se tie n e m u c h o in te ré s. C u a n d o se trata
25 d e la ed u c ac ió n d e v u e s tro s h ijo s, si n o sois j su sc ep tib les de
un in te ré s co m o é ste , es p o r q u e n o los q u e ré is p o r ellos
m ism os. P e ro añ ad irá esta m a d re , ¿cuáles so n e n to n c e s los
m o tiv o s d e mi te rn u ra ? E n tr e los p a d re s y las m a d re s, re s ­
p o n d e ré , u n o s son afe cta d o s p o r el se n tim ie n to d e la p o ste -
rom anía: en sus h ijo s n o am an m ás q u e a su p ro p io n o m b re ;
o tro s e stá n ansio so s d e m a n d a r y en sus h ijo s n o am an más
q u e a sus esclavos. El anim al se se p a ra d e sus p e q u e ñ o s
cu a n d o ya n o d e p e n d e n d e él a causa d e su d e b ilid a d y el
a m o r se apaga en casi to d o s los co ra zo n es cu a n d o los h ijo s
han alcanzado, p o r su e d a d o su e sta d o , la in d e p e n d e n c ia .
E n to n c e s, dice el p o e ta Saadi, el p a d re n o ve e n ello s más
q u e h e re d e ro s ávidos y ésta es la causa, añ ad e e s te m ism o
26 poeta, del gran am or del abuelo p o r sus nietos: los | considera
com o los enem igos de sus enem igos.
E x isten ta m b ié n p a d re s y m a d re s q u e n o v en en sus hijos
m ás q u e un ju g u e te y u n a o cu p ació n . La p é r d id a d e este
ju g u e te les sería in so p o rta b le : p e ro ¿acaso su aflicción p ro b a ­
ría q u e q u ie re n a su h ijo p o r él m ism o? T o d o el m u n d o
c o n o c e e s ta a n é c d o ta d e la vida d el s e ñ o r d e L auzun. E s­
ta n d o e n la B astilla, sin libros, sin o c u p a ció n , v íctim a del
a b u rrim ie n to , se le o c u rre d o m e s tic a r u n a araña. Es el ú n ico
c o n su e lo q u e le q u e d a en su desgracia. Ei g o b e rn a d o r d e la
B astilla, p o r u n a c ru e ld a d h ab itu al en h o m b re s ac o stu m b ra-
27 d os a v e r d esg ra cia d o s (46), aplasta | e s ta araña. El p risio n e ro
sie n te u n a e n o rm e pena. N o hay m a d re a q u ie n la m u e rte de
su h ijo afe cte d e u n d o lo r m ás v io le n to . A h o ra b ie n , ¿de
d ó n d e p ro v ie n e e sta se m e ja n z a de se n tim ie n to s p o r o b je to s
tan d ife re n te s? D e q u e e n la p é rd id a de u n h ijo , co m o e n la
p é rd id a d e u n a araña, n o se llo ra m ás q u e el a b u rrim ie n to y
la d eso c u p a c ió n en los q u e se cae. Si las m a d re s p a re c e n , en
g e n e ra l, m ás sen sib le s a la m u e rte d e u n h ijo q u e los p ad re s,
d istra íd o s p o r sus n eg o cio s o d e d ica d o s a satisfacer su am b i­
ción, n o es p o r q u e las m a d re s a m e n m ás tie rn a m e n te a sus
28 h ijo s, sin o p o r q u e ¡ su fre n u n a p é r d id a m ás difícil d e col­
m ar. Las eq u iv o ca cio n e s d e se n tim ie n to so n h a b itu a le s en
e sta m a teria. E n raras o casio n es se q u ie re a u n h ijo p o r él
29 m ism o. E ste a m o r p a te rn o (4 7 ) q u e | ta n ta g e n te e x h ib e y

506
d el q u e se c re e p r o fu n d a m e n te afe cta d o , es fre c u e n te m e n te
e fe c to d el se n tim ie n to d e p o ste ro m a n ía , d e l o rg u llo d e m a n ­
d ar, o b ie n d el te m o r al a b u rrim ie n to y la d eso c u p a c ió n .
U n a co n fu sió n d e se n tim ie n to s p a re c id o p e rs u a d e a los
d ev o to s fanáticos d e q u e su fe rv o r re lig io so es el q u e los
im p u lsa a o d ia r a lo s | filó so fo s y a in c ita r p e rse c u c io n e s 30
c o n tra ellos. P e ro , se Ies dice, o b ie n la o p in ió n q u e os
in d ig n a en la o b ra d e u n filó so fo es falsa, o b ie n es v e rd a ­
d era. E n el p r im e r caso, a n im a d o s p o r e s ta v irtu d ap acib le
q u e su p o n e la relig ió n , p o d é is p ro b a rle filo só fic a m e n te su
falsed ad ; in c lu so se lo d e b é is c ristia n a m e n te . « N o ex ig im o s,
dice San P ab lo , u n a o b e d ie n c ia ciega; e n s e ñ a m o s, p ro b a m o s,
p e rsu a d im o s.» En el s e g u n d o caso , es d ec ir, si la o p in ió n d e
e s te filósofo es v e rd a d e ra , n o p u e d e se r c o n tra ria a la re li­
gión: c re e rlo se ría u n a blasfem ia. D o s v e rd a d e s n o p u e d e n
se r co n tra d ic to ria s y la v e rd a d , d ic e el ab a te F leu ry , jam ás
p u e d e p e rju d ic a r a la v e rd a d . P e ro e s ta o p in ió n , d irá el
d e v o to fan ático , n o p a re c e co n c illarse c o n los | p rin c ip io s d e 31
la relig ió n . ¿C reéis e n to n c e s, se le rep licará , q u e to d o lo q u e
re sis te a los esfu e rz o s d e v u e s tro e s p íritu y lo q u e n o p o d éis
co n c iliar co n los d o g m a s d e v u e s tra re lig ió n , es re a lm e n te
in c o n ciliab le co n e s to s dogm as? ¿A caso n o sabéis q u e G ali­
le o (4 8 ) fue in d ig n a m e n te a rra stra d o a las cárceles d e la
In q u isic ió n p o r h a b e r s o ste n id o q u e el Sol e sta b a in m ó v il en
el c e n tro d el m u n d o ; q u e | su sistem a escan d alizó al p rin c ip io 32
a los im b éciles y les p a re c ió a b s o lu ta m e n te c o n tra rio al te x to
d e la E sc ritu ra q u e dice: Detente , | Sol? Sin e m b a rg o , h áb iles 33
te ó lo g o s han re c o n c ilia d o d e s d e e n to n c e s los p rin c ip io s d e
G a lile o co n los de la | relig ió n . ¿ Q u ié n os a seg u ra q u e u n 34
te ó lo g o , m ás a fo rtu n a d o o e sc la re c id o q u e v o so tro s, n o alla­
n ará la co n tra d ic c ió n q u e c re é is p e rc ib ir e n tr e v u e s tra re li­
g ió n y la o p in ió n q u e co n d en áis? ¿ Q u ié n os o b lig a a e x p o ­
n e r, p o r u n a c e n su ra p re c ip ita d a , si n o a la re lig ió n al m e n o s
a sus m in istro s, al o d io q u e in cita a la p e rse c u c ió n ? ¿ P o r q u é ,
s ie m p re c o n ayu d a d e la fu e rz a y del | te rr o r , q u e ré is im p o - 35
n e r silen cio a la g e n te d e g e n io y p riv a r a la h u m a n id a d d e
las lu ces p ro v e c h o sa s q u e é s to s p u e d e n p ro c u ra rle ?
D ecís q u e o b e d e c é is a la relig ió n . P e ro é sta os o rd e n a
d e sc o n fia r d e v o so tro s m ism o s y am ar al p ró jim o . Si no
actu áis c o n fo rm e m e n te co n esto s p rin c ip io s n o es, e n to n c e s,
el e s p íritu de D io s el q u e os an im a (49). P e ro , d iréis,
¿cuáles so n e n to n c e s las d iv in id ad e s q u e m e in sp iran ? | La 36

507
p e re z a y el o rg u llo . E s la p e re z a , e n e m ig a d e to d o esfu e rz o
d el e s p íritu , la q u e o s e n fre n ta c o n tra o p in io n e s q u e no
p o d é is, sin e s tu d io y sin alg u n o s e s fu e rz o s d e a te n c ió n , u n ir
a los p rin cip io s re c ib id o s en las escu elas, p e r o q u e sie n d o
filo só fic am e n te d e m o stra d a s, estas o p in io n e s n o p u e d e n se r
te o ló g ic a m e n te falsas.
El o rg u llo , en g e n e ra l m ás ex a lta d o e n el s a n tu rró n q u e
en c u a lq u ie r o tro h o m b re , le hace o d ia r en el h o m b re d e
g e n io al b ie n h e c h o r d e la h u m a n id a d y lo su b lev a c o n tra
v erd a d es cu y o d e s c u b rim ie n to lo hum illan.
37 La p e re z a y el o rg u llo , d isfraz án d o se (50) | a sus o jo s
b ajo la ap a rien c ia del fe rv o r (5 1 ), lo c o n v ie rte n e n el p erse -
38 g u id o r d e los h o m b re s ¡ escla re cid o s; y en Italia, E sp añ a y
P o rtu g al, fo rja n las cad en as, c o n s tru y e n las celdas y e n c ie n ­
d en las h o g u era s d e la In q u isic ió n .
P o r lo dem ás, e s te m ism o o rg u llo , tan te m ib le en el
d e v o to fanático al q u e e m p u ja p e rs e g u ir en to d a s las re lig io ­
nes y en n o m b re d e l A ltísim o a los h o m b re s d e g en io ,
in clu so llega algunas veces a a rm a r c o n tra ésto s a los altos
d ig n atario s.
A e je m p lo d e lo s fa rise o s q u e tra ta b a n d e crim in ale s a
q u ie n e s n o ad o p ta b a n to d a s sus d e c isio n e s, ¡cu án to s v isires
tratan d e e n e m ig o s d e la nació n a cu a n to s n o a p ru e b a n cie­
g a m e n te su conducta! In d u cid o a e s te e rr o r p o r un a co n fu sió n
d e s e n tim ie n to co m ú n a casi to d o s los h o m b re s, n o hay visir
q u e no c o n fu n d a su in te ré s co n el in te ré s de 1a n ació n , q u e
39 n o sosten g a, sin sab erlo , q u e h u m illar su o rg u llo es | in su lta r
al p ú b lic o y c e n su ra r su c o n d u c ta , p o r m u c h o s m ira m ien to s
q u e se te n g a n , eq u iv ale a c re a r d istu rb io s en el E stado.
P e ro se les dirá, os engañáis a v o so tro s m ism o s y, en este
ju icio, es el in te ré s d é v u e s tro o rg u llo y no el in te ré s g e n e ra l
el q u e consultáis. ¿A caso ig n o ráis q u e u n ciu d a d a n o , si es
v irtu o so , jam ás verá con in d ife re n c ia los m ales q u e o casio n a
u n a m ala ad m in istració n ? La legislació n , q u e d e to d as las
ciencias es la m ás ú til, ¿n o d e b e , co m o c u a lq u ie r o tra ciencia,
p e rfe c c io n a rse p o r los m ism o s m e d io s? H a sid o m e d ia n te el
e sc la re c im ie n to de los e r r o re s de los A ristó te le s , lo s A v e­
rro e s, los A vicena y d e to d o s lo s in v e n to re s en las ciencias y
en las arte s co m o se las ha p e rfe c c io n a d o . Q u e r e r c o rre r un
40 v elo d e silen cio so b re las faltas d e la a d m in istra c ió n es | o p o ­
n e rse a los p ro g re so s d e la legislación y, p o r c o n sig u ie n te ,
a la felicidad d e la h um anidad. E n este m ism o o rg u llo , o cu lto a

508
vuestros o jo s tras la m áscara del bien público, el que os hace
em itir el axiom a d e q u e u n a vez se ha co m etid o un erro r, el
diván 39 d eb e seguir so sten ién d o lo y de que la autoridad no
d eb e doblegarse. P e ro si el bien público es el o b je to que se
p ro p o n e n to d o g o b iern o y to d o prín cip e, ¿deb en acaso em ­
p lear la autoridad para so sten er un necedad? El axiom a que
establecéis sólo significa: H e dado mi opinión y no quiero
que al m ostrar al prín cip e la necesidad de cam biar de con­
ducta vea con suficiente claridad q u e le he aconsejado mal.
Por lo dem ás, pocos h o m b res escapan a ilusiones de es­
te | tipo. ¡Cuánta g e n te se equivoca de b u en a fe, p o r no 41
haberse exam inado! Si bien hay algunos h om bres para qu ie­
nes los dem ás son co m o cu erp o s diáfanos y quienes leen con
igual facilidad, ta n to en su p ro p io in te rio r com o en el
in terio r de los dem ás, su n ú m ero es reducido. Para co n o ­
cerse a uno m ism o es necesario observarse, llevar a cabo un
largo estudio de sí m ism o. Los m oralistas son casi los únicos
interesados en este exam en y la m ayor parte de los hom bres
se ignoran.
¡Cuántos de aquellos q u e declam an con tan to arrebato
contra las singularidades de algunos h o m b res de espíritu,
creen que Ies anim a ú n icam en te el espíritu d e justicia y de
verdad! Sin em bargo, se les p o d ría co n testar, ¿ p o r qué enfa­
darse con tanto fu ro r co n tra una ridiculez q u e con frecuencia
no perjudica a nadie? ¿U n h o m b re se hace el original? Reíos
de ello, en buena hora: | es lo m ism o que haríais fren te a un 42
h om bre sin m érito. ¿P o r qué n o reaccionáis igual ante un
h om bre de espíritu? P o rq u e en este caso es vuestro orgullo
el que se siente h erid o d eb id o a que la originalidad del
h om bre de m érito atrae la atención del público, lo fuerza a
fijarse en él, a ocuparse só lo de él y así se olvida de voso­
tros. Este es vuestro prin cip io secreto, tan to del re sp e to que
fingís te n e r p o r las co stu m b res com o de vuestro odio hacia
lo singular.
M e diréis, tal vez: Lo ex trao rd in ario so rp ren d e y aum enta
la celebridad del h o m b re de espíritu; con ello, el sim ple y
m o desto m érito es m enos estim ado. Y es esta injusticia
la que lo venga al desacred itar la singularidad. P ero ¿acaso la
envidia, resp o n d eré, no os hace p ercib ir afectación d o n d e no
la hay? En general, los h o m b res su p erio res | son poco pro- 43

39 H elvétius habla del «visir» sim bolizando en ellos a todos los m inistros y gobernadores de
cualquier Estado. Por ello se refiere al «diván». V er nota 73 del Discurso III.

509
p en so s a ella; u n c a rá c te r p e re z o s o y m e d ita b u n d o p u e d e
te n e r sin g u larid ad es; p e r o jam ás las fingirá. La afe ctació n d e
la sin g u larid ad es m uy rara.
P a ra fin g ir se r u n p e rso n a g e singular, ¡de c u á n ta h ab ilid ad
hay q u e e sta r d o ta d o ¡«4 C u á n to c o n o c im ie n to h em o s d e te n e r
d el m u n d o p a ra e le g ir p re c isa m e n te una rid ic u lez q u e no nos
haga ni d e sp re c ia b le s ni o d io so s p ara los d em ás h o m b re s,
p ara a d a p ta r esta rid ic u lez a n u e s tro ca rá c te r y h a c e rlo p r o ­
p o rc io n a d o a n u e s tro m é rito ! E n fin, só lo c o n c ie rta d o sis d e
g e n io está p e rm itid o h ac er algo rid ícu lo . ¿S e tie n e su ficien te
g en io ? H ay q u e c o n v e n ir en ello . E n to n c es, le jo s d e p e r ju ­
d ic arn o s, el rid íc u lo n os es útil. C u a n d o E neas d e s c ie n d e a
los in fie rn o s p ara a b la n d a r al m o n s tru o q u e h ac e g u a rd ia en
sus p u e rta s, e s te h é ro e se p ro v e e , p o r el c o n s e jo d e la Sibila,
44 d e un | p astel q u e a r ro ja a las fauces de C e rb e ro 40. ¿ Q u ié n
sab e si p ara ap a cig u ar el o d io d e sus c o n te m p o rá n e o s ,
el m é rito no d e b e ta m b ié n tira r a las fauces d e la en v id ia el
p astel d e u n a ridiculez? La p ru d e n c ia lo ex ig e e in clu so la
h u m a n id ad lo o rd en a . Si n aciera un h o m b re p e rfe c to , d e b e ­
ría sie m p re, con algunas g ra n d e s n e c e d a d e s, a b lan d a r el o d io
d e sus co n c iu d a d an o s. Es v e rd a d q u e , a e s te re s p e c to , se
p u e d e co n fiar e n la n atu ra lez a, q u e ha p ro v isto a ca d a h o m ­
b re d e la su ficien te d o sis d e d e fe c to s c o m o p a ra q u e sea
so p o rta b le .
U n a p ru e b a c e rte ra d e q u e es la e n v id ia la q u e , b ajo el
45 n o m b re d e justicia, se e n fa d a c o n tra las rid ic u lec es | d e la
g e n te d e e sp íritu , n o s lo o fre c e el h e c h o d e q u e no roda
sin g u larid ad n o s o fe n d e . U n a sin g u larid ad g ro s e ra y q u e h a­
laga, p o r e je m p lo , la vanidad d el h o m b re m e d io c re h a c ié n ­
d o le p e rc ib ir en la g e n te d e m é rito rid ic u lec es d e las q u e
está e x e n to , p e rsu a d ié n d o le d e q u e la g e n te d e e s p íritu está
lo ca y d e q u e só lo él es sabio, es una sin g u larid ad sie m p re
m uy a d e c u a d a p ara co n c iliarse con su b e n e v o le n c ia . Si un
h o m b re d e e s p íritu , p o r e je m p lo , se v iste d e u n a m a n e ra
singular, la m a y o r p a rte d e los h o m b re s q u e n o d istin g u e n
e n tre la sa b id u ría y la lo c u ra y n o la re c o n o c e n m ás q u e seg ú n
el d istin tiv o d e u n a p elu ca m ás o m e n o s larga; to m a rá n a e s te
h o m b re p o r loco, se re irá n de él, p e r o le q u e rrá n m ás. A
cam b io del p la c e r q u e sie n te n e n b u rla rse de él, ¡cu án ta fam a
n o le darán! N o es p o sib le b u rla rse co n fre c u e n c ia d e un

40 C erbero era el p erro con tres cabezas que guardaba la p u erta del H ades.

510
hom bre sin hablar d e él m ucho. A hora bien, lo q u e perdería
a un necio aum enta la rep u tació n de un h o m b re de m érito.
N o hay burla que no reconozca, e incluso tal vez | exagere, 46
su superioridad en el arte o la ciencia en q u e se distinga.
C on sus declam aciones indignadas con trib u y e el envidioso,
sin saberlo, a la gloria d e la g en te de m érito. ¡C uánto reco ­
nocim iento te debo!, le dirá de b uen grado el h o m b re de
espíritu; ¡cuántos am igos m e procura tu odio! El público no
se ha equivocado largo tiem p o resp ecto a los m otivos de tu
acritud: es el resp lan d o r de mi reputación y no mi singulari­
dad lo que te ofende. Si te atrevieras, fingirías ser singular
com o yo, p e ro sabes q u e una singularidad afectada es una
insipidez en un h o m b re sin espíritu; tu instinto te advierte
de que no tienes, o bien d e q u e el público no te lo concede,
el m érito necesario para fingir ser original. H e aquí la verda­
dera causa de tu h o rro r p o r la singularidad (52). T e pareces
a estas | m ujeres feas que claman, sin cesar, contra la inde- 47
cencia de cualquier v estim en ta nueva q u e resalta el talle y no
perciben que es a su fealdad a la q u e d eb en su respeto por
las antiguas modas.
N u e stra ridiculez nos está siem pre oculta; sólo percibi­
m os la de los demás. R elataré sobre e ste tem a algo bastante
divertido que ha o currido, según dicen, en n u estros días. El
duque j de L orraine ofrecía una gran com ida a toda su corte; 48
se había servido la cena en un vestíbulo y este vestíbulo daba
a un arriate. En m itad d e la cena, una m u jer cree ver una
araña: se asusta, suelta un grito , se levanta de la mesa, huye
ai jardín y cae sob re el césped. En el m o m en to d e su caída,
oye rodar a alguien a su lado; era el p rim er m inistro del
duque: «¡Ah, señor, | le dice ella, cuánto m e tranquilizáis!, 49
¡cuánto os lo agradezco!, creía h aber com etid o una im perti­
nencia. — ¡O h, señora, ¿quién podría resistir allí?, responde
el m inistro. P ero , dígam e, ¿era m uy grande? — ¡Ah, Señor,
era horrible. ¿V olaba — añade él— cerca de mí? — ¿Q ué
q u iere decir?, ¿volar?, ¿una araña? — ¡Qué! ¿Es p o r una
araña p o r lo que arm a tan to jaleo? V am os, señora, sois una
loca; creí que se trataba de un m urciélago». E ste suceso es la
historia de todos los hom bres. N o p u ed en so p o rtar la propia
ridiculez en o tro , se in ju rian re c íp ro cam en te y en este
m undo todo es una vanidad q u e se burla de otra. P o r eso se
está siem pre ten tad o d e exclam ar, siguiendo a Salom ón: Todo
es vanidad. Es a la vanidad a la q u e d ebem os la m ayor parte

511
50 d e n u e stra s co n fu sio n e s | d e se n tim ie n to . P e ro , c o m o es so ­
b re to d o en m a te ria d e c o n s e jo s d o n d e e s te tip o d e e q u iv o c a ­
ción es m ás fác ilm e n te p e rc ib id o , d e s p u é s d e h a b e r e x p u e s to
algunos d e los e rro re s a d o n d e nos a rro ja la p ro fu n d a ig n o ­
rancia d e n o so tro s m ism o s, es to d a v ía ú til m o s tra r los e rro re s
a los q u e esta m ism a ig n o ran c ia d e n o so tro s m ism o s p re c ip ita
a los o tro s.

C a p ít u l o XI

De los consejos

T o d o h o m b re a q u ie n se co n su lta c re e sie m p re q u e sus


co n sejo s están d ic tad o s p o r la am istad. Los d a y la m ay o r
p a rte de la g e n te le c re e b ajo palabra, ex tra v ia d a co n d e m a ­
siada fre c u e n c ia p o r una ciega confianza. N o o b sta n te , sería
m uy fácil d ese n g a ñ a rn o s re s p e c to a e s te p u n to , p u e s to q u e,
51 | al fin, q u ere m o s a poca g e n te y nos gusta acon sejar a to d o el
m u n d o . ¿C uál es la fu e n te d e esta m anía d e ac o n se jar? Es
n u e s tra vanidad. La lo c u ra d e casi to d o h o m b re es c re e rse
sabio y m u c h o m ás sabio q u e su vecin o ; to d o lo q u e co n fir­
m a su o p in ió n le gusta. Q u ie n nos c o n su lta agrada: su c o n ­
fesió n d e in ferio rid ad es halagüeña. A d em á s, ¡cuántas o ca­
sio nes nos o fre c e el in te ré s del c o n s u lta n te p ara h a c e r alard e
d e n u e stra s m áxim as, n u e stra s ideas, n u e s tro s se n tim ie n to s,
p ara hablar m u c h o y b ien d e n o so tro s! P o r esta raz ó n n ad ie
d e ja d e a p ro v e c h a r la ocasión. Al o c u p a rn o s m ás d el in te ré s
d e n u e s tra vanidad q u e d el in te ré s del co n su lta n te , fre c u e n ­
te m e n te é s te se va sin h a b e rse in stru id o ni e scla re cid o , y
n u e s tro s c o n se jo s n o h an sido m ás q u e n u e s tro p an e g írico .
52 Casi siem p re es la vanidad la q u e aconseja. P o r eso j q u e re ­
m o s c o rre g ir a to d o el m u n d o . A e s te re s p e c to , d ijo u n a vez
un filó so fo a u no d e e sto s solícitos c o n se je ro s : « ¿C ó m o
h a b ría yo d e c o rre g irm e d e m is d efe cto s, si tú n o te co rrig es
d e la m anía de co rreg ir?» . En e fe c to , si fu e ra só lo la am istad
q u ie n d ie ra co n sejo s, esta p asió n , co m o to d a p asió n fu e rte ,
nos esclarecería, nos h a ría c o n o c e r cu á n d o y c ó m o se d e b e
ac o n se jar. E n el caso d e la ig n o ran cia, sin d u d a to d o c o n se jo

512
es útil. U n abogado, u n m éd ico , un filósofo, un político
p u ed en , cada uno en su ciencia, dar excelentes opiniones.
Sobre cualquier o tra cuestión, el con sejo es inútil, incluso
suele ser ridículo, p o rq u e e n general u no siem pre se p ro ­
p o n e a sí m ism o com o m odelo. Si un am bicioso consulta a un
h om bre m o derado y le cu enta sus | opiniones y sus proyec- 53
tos, éste le dirá: abandonadlos, no os expongáis a in n u m era­
bles peligros y penas y dedicaos a ocupaciones apacibles. Si
tuviera que elegir e n tre pasiones y caracteres d iferen tes, le
replicará el am bicioso, tal vez adm itiría v uestra opinión; pero
p u esto que ya están dadas m is pasiones, form ado mi carácter,
adquiridas mis costum bres, se trata de sacar el m e jo r p artid o
posible de ellos para m i felicidad. Es resp ecto a este p u n to
sobre el que os consulto. Le sería inútil, añadiría que una
vez form ado el carácter es im posible cam biarlo, que los
placeres de un h o m bre m o d e ra d o serían insípidos para un
am bicioso y que el m inistro caído en desgracia se m uere de
aburrim ien to . P o r m uchas razones que alegase, el hom bre
m oderado le rep etirá siem pre: No hay que ser ambicioso.
| M e parece escuchar a un m édico diciendo a su en ferm o : 5-1
Señor , no tengáis fiebre. L os v ie jo s e m p le a rá n el m ism o
le n g u a je . Si un jo v en les c o n s u lta so b re la c o n d u c ta q u e
d e b e ría ad o p ta r, le d irá n q u e re h ú y a to d o baile, to d o e s p e c ­
tá cu lo , to d a asam blea d e m u je r e s y to d o e n tre te n im ie n to
frív o lo ; q u e se o c u p e e n te r a m e n te d e su fo rtu n a , q u e les
im ite. P e ro les rep licaría e l jo v e n : soy to d a v ía m u y se n sib le
al p la c e r, am o a las m u je re s co n fu ro r, ¿cóm o re n u n c ia r a
ellas? D ao s cu e n ta d e q u e a m í ed a d e s te p la c e r es un a
n ec esid ad . P o r m uchas cosas q u e diga, u n v ie jo jam ás co m ­
p r e n d e rá q u e el g o c e d e u n a m u je r sea n ec e sa rio p ara la
felicid ad d e un h o m b re . T o d o se n tim ie n to q u e ya n o se
e x p e rim e n ta es un se n tim ie n to cu y a ex iste n cia n o se ad m ite.
El v ie jo ya n o busca | el p la c e r, el p la c e r ya n o lo b u sca a él. 55
Los o b je to s q u e lo p re o c u p a b a n en su ju v e n tu d se h an
a le ja d o sin q u e se d ie se c u e n ta d e su m irada. El h o m b re ,
e n to n c e s, es c o m p a ra b le al n av io q u e navega hacia alta m ar,
q u e p ie rd e in se n sib le m e n te d e v ista los o b je to s q u e lo m a n ­
te n ían atado a.la costa y q u e él m ism o p r o n to d esap a re ce a sus
o jo s. Q u ie n o b se rv a el a r d o r co n el q u e cada cual se p r o ­
p o n e co m o m o d e lo , c re e v e r n a d a d o re s esp arcid o s e n u n
g ra n lago q u e , m ie n tras so n a rra stra d o s p o r diversas c o rrie n ­
te s, sacan la cabeza p o r e n c im a d el agua y g rita n u n o s a

513
o tro s: síganm e a m í; p o r e s te lado hay q u e salir d el agua. El
sabio, re te n id o co n cad en as d e b ro n c e a la ro ca d e sd e d o n d e
c o n te m p la su lo cu ra, dice: ¡A caso n o veis q u e , a rra stra d o s
p o r c o rrie n te s co n tra rias, n o p o d é is salir del agua e n el
56 m ism o lugar? A c o n se ja r | a u n h o m b re q u e d ig a e s to , haga lo
o tro eq u iv ale, en g e n e ra l, a n o d e c ir n ad a m ás q u e: yo
a c tu aría d e esta m a n era, yo d iría tal cosa. P o r eso , las p ala­
bras de M o liere: Sois experto 41 en esta materia . señor Josse,
ap licado al o rg u llo d e p o n e r s e co m o e je m p lo , es m ás g e n e ra l
d e lo q u e se cre e. N o hay n e c io q u e n o haya d e s e a d o d irig ir
la c o n d u c ta del h o m b re d e m a y o r e s p íritu (5 3 ). M e p a re c e
v er al jefe d e los n a c h é s (5 4 ) q u e cada m a ñ an a sale d e su
cabaña al a m a n e c e r y se ñ ala co n el d e d o a su h e rm a n o el sol
la ru ta q u e d e b e seguir.
57 | P o d ría p e n s a rse q u e , c ie rta m e n te , es p o sib le q u e el c o n ­
su ltad o p u e d a e q u iv o c a rse y su frir la ilu sió n d e a trib u ir a la
am istad lo q u e no es e n él m ás q u e el e fe c to d e su van id ad ;
a h o ra b ie n , ¿c ó m o se tra n sm ite esta c o n tu sió n a a q u e l q u e
co nsulta? ¿C ó m o n o es escla re cid o , a e s te re s p e c to , p o r su
in te rés? O c u rre q u e los h o m b re s c re e n d e b u e n g ra d o q u e
los dem ás to m a n in te rés p o r lo q u e nos co n c ie rn e , cosa q u e no
es re a lm e n te así; o c u r r e q u e la m ay o r p a rte d e los h o m ­
b res son d é b ile s, n o p u e d e n c o n d u c irse p o r sí m ism o s, n e c e ­
sitan q u e se los e m p u je y es m u y fácil, c o m o la o b se rv a c ió n
lo p ru e b a , c o m u n ic a r a ta le s h o m b re s la alta o p in ió n q u e u n o
tie n e d e sí. N o o c u rre lo m ism o co n un e s p íritu firm e. Si
c o n su lta es p o rq u e ignora: sab e q u e , e n cu a lq u ie r o tro caso y
58 cu a n d o se tra ta d e su p ro p ia felicidad, ú n ic a m e n te a | sí
m ism o d e b e acudir. E n e fe c to , si la b o n d a d d e un c o n s e jo
d e p e n d e de u n c o n o c im ie n to ex a cto d el se n tim ie n to o d e la
fu e rz a del s e n tim ie n to q u e afe cta a u n h o m b re , ¿ q u ié n p u e d e
ac o n se ja rle m e jo r q u e él m ism o? Si es el in te ré s q u ie n nos
e scla re ce re sp e c to a to d o s los o b je to s d e n u e s tra in v e stig a­
ció n , ¿ q u ié n p u e d e se r m ás e scla re cid o q u e n o s o tro s re s ­
p e c to a n u e s tra p ro p ia felicidad? ¿ Q u ié n sabe si u n a vez q u e
el c a rácter está fo rm a d o y las c o s tu m b re s a d q u irid a s, cada
cual n o se c o n d u c e lo m e jo r p o sib le in c lu so cu a n d o p a re c e
m ás loco? T o d o el m u n d o c o n o c e la re s p u e s ta d e un c é le b re
o culista. U n ca m p e sin o va a c o n s u lta rle y lo e n c u e n tra a la
m e sa c o m ie n d o y b e b ie n d o a b u n d a n te m e n te . « ¿C ó m o d e b o

41 En el original, «vous étes orfévre».

514
c u id a r m is o jo s? » , le p re g u n ta el ca m p e sin o . « A b ste n e o s de
b e b e r v in o » , r e s p o n d e el oculista. « P e ro , m e p a re c e , dice
el c a m p e sin o , a c e rc á n d o se a él, q u e v u e s tro s o jo s n o so n m ás
sanos | q u e los m ío s y, sin e m b a rg o , b e b é is? ...» . «Sí, es v er- 59
d ad , p o rq u e m e g u sta m á s b e b e r q u e c u ra rm e .» ¡C u án ta
g e n te hay cuya felicid a d , c o m o la d e e s te o cu lista, d e p e n d e
d e p asio n es q u e p u e d e n h u n d irla s e n las m ás g ra n d e s d e sg ra ­
cias y q u e , sin e m b a rg o , si se m e p e rm ite la ex p re sió n ,
e sta ría n locos si q u isie ra n se r m ás sabios! In clu so ex iste n
h o m b re s, co m o la e x p e rie n c ia (55) ya lo ha d e m o stra d o
d em asiad as veces, q u e h an n ac id o p ara no p o d e r c o n s e g u ir la
felicid ad m ás q u e en ac cio n es q u e los llevan a la p laza d e la
G ré v e 42. P e ro p o d ría c o n te sta rse q u e ta m b ié n ex iste n h o m ­
b re s q u e, p o r falta d e u n sabio c o n s e jo , caen c o tid ia n a m e n te
e n las m ás b u rd a s | faltas; u n b u e n c o n s e jo p o d ría , sin d u d a , 60
p e rm itirle s evitarlas. M e p a re c e q u e c o m e te ría n faltas m ás
g rav e s to d av ía si se e n tre g a s e n in d is tin ta m e n te a los c o n se jo s
d e los dem ás: q u ie n lo s sig u e c ie g a m e n te tie n e u n a c o n d u c ta
lle n a d e in c o n sec u en c ias, e n g e n e ra l m ás fu n e sta q u e el ex ­
c e so m ism o d e las pasio n es.
A l ab a n d o n a rse a su c a rá c te r, se a h o rra n al m e n o s los
e s fu e rz o s in ú tiles d e o ír e c e r le resisten c ia. P o r f u e rte q u e sea
la te m p e s ta d , c u a n d o se to m a el v ie n to en p o p a se so p o rta
sin fatiga la im p e tu o sid a d d e los m ares; p e r o si se q u ie re
lu c h a r c o n tra las olas, p r e s e n ta n d o b la n c o a la te m p e s ta d , n o
se e n c u e n tra p o r to d a s p a r te s m ás q u e un m a r b ra v o y
fatigoso.
C o n s e jo s in c o n sid e ra d o s nos p re c ip ita n co n d em asiad a
fre c u e n c ia e n | ab ism o s d e desgracia. P o r e s o se d e b e ría n 61
re c o rd a r a m e n u d o esta s p alab ras de S ó crates: « P u e d a yo,
d ec ía e s te filósofo, s ie m p re e n g u a rd ia c o n tra m is m a e stro s
y m is am igos, co n serv ar sie m p re mi alm a en la tran q u ilid ad y
só lo o b e d e c e r a la ra z ó n , la m e jo r d e las co n s e je ra s» . C u a l­
q u ie ra q u e escu c h e la ra z ó n n o so la m e n te es so rd o a los
m alo s c o n se jo s, sino q u e so p e sa ta m b ié n , e n la b alan za d e la
d u d a , los co n sejo s d e la g e n te q u e sie n d o re s p e ta b le p o r su
e d a d , sus d ig n id a d es y su m é rito , p o n e , sin e m b a rg o , d e m a ­
siada so le m n id a d e n sus o c u p a c io n e s y, c o m o el h é r o e d e
C e rv a n te s, tie n e algo d e lo c u ra a la q u e q u ie re arra stra rn o s.
Los c o n se jo s son alg u n as v e c e s útiles: c u a n d o nos ay u d an a

42 En el original «á la G réve». H elvétius se refiere, sin duda, a la Place de la G réve, donde


tenían lugar las ejecuciones d e los condenados a la pena d e m uerte.

515
m e jo r a c o n se ja rn o s a n o s o tro s m ism o s. N o es p r u d e n te p e -
62 d ir c o n se jo s, m ás q u e a la g e n te | sabia (56) q u e , al c o n o c e r
la escasez y el v alor d e u n b u e n c o n s e jo , d a m u y p o co s. En
efe c to , p a ra d a r c o n s e jo s ú tile s, ¡con q u é cu id a d o hay q u e
p ro fu n d iz a r en el c a rá c te r d e u n h o m b re ! ¡C u á n to c o n o c i­
m ie n to hay q u e te n e r d e sus g u sto s, sus in c lin a cio n e s, los
se n tim ie n to s q u e lo an im an y la fu e rz a d e esto s se n tim ien to s!
¡C u án ta ag u d e za es n ec esaria p a ra p re s e n tir las faltas q u e
q u ie re c o m e te r co n m ás fu e rz a q u e a r re p e n tirs e , p a ra p re v e r
63 las circu n stan cias | en las q u e la s u e rte p u e d e lleg ar a c o lo ­
carlo y juzgar, p o r co n sig u ie n te , si tal d e fe c to d el q u e se
q u e rría c o rre g irlo n o se tra n sfo rm a rá e n v irtu d en los p u e s ­
to s q u e p ro b a b le m e n te llegue a o cupar! E ste e sp a n to so cu a­
d ro d e d ificu ltad es hace q u e el h o m b re sabio sea m uy re s e r ­
v ado e n m a te ria d e c o n sejo s. P o r e s o es a q u ie n e s n o los d a n
n u n ca a los q u e hay q u e p e d irlo s: c u a lq u ie r o tr o c o n s e jo
d e b e se r so sp e ch o so . P e ro , ¿hay alg ú n signo p o r el q u e
p u e d a n re c o n o c e rse lo s c o n se jo s d el h o m b re sabio? Sí, sin
d u d a lo hay. C ad a p a sió n tie n e u n le n g u a je d ife re n te . Se
p u e d e , p o r ta n to , p o r el e n u n c ia d o d e los c o n s e jo s, r e c o n o ­
c e r el m o tiv o q u e los da. En la m a y o r p a rte d e los h o m b re s ,
co m o lo he d ic h o m ás arrib a , es el o rg u llo q u ie n los d icta; y
los c o n se jo s d el o rg u llo , al se r sie m p re h u m illa n te s, casi
64 n u n ca so n seguidos. El o rg u llo | lo s da, el o rg u llo los r e ­
chaza. Es el y u n q u e q u e re s is te al m a rtillo . El a rte q u e
en seña a apreciar los consejos q u e de todas las artes es tal vez
el m enos p erfeccionado p o r los hom b res, es ab so lu tam en te
d e sc o n o c id o p ara el o rg u llo . E ste n o d isc u te e n ab so lu to . Sus
co n sejo s so n d ec isio n es y sus d ec isio n es so n la p ru e b a d e su
ig n orancia. Se d isp u ta so b re lo q u e se sa b e, se za n ja lo q u e
se ignora. M o rtales, d iría d e b u e n g ra d o el o rg u llo so , e s c u ­
ch adm e: h ab lo yo, s u p e rio r en e s p íritu a lo s d e m á s h o m b re s,
c re e d y aplicad mi sa b id u ría, p u e s re p lic a rm e es o fe n d e rm e .
P o r eso , el q u e tie n e u n re s p e to p r o fu n d o p o r sí m ism o y
resiste a sus consejos le p arece u n o b stinado q u e necesita adulado­
res y no am igos. S oberbio, po d ríam o s resp o n d e r, ¿sobre q uién
d eb e caer este rep ro ch e , sino p rec isam en te so b re ti m ism o
65 q u e con | tan ta violencia te enfadas com o aquellos q u e no hala­
g an tu p re su n c ió n con u n a d e fe re n c ia ciega en tu s d e c isio ­
nes? D a te c u e n ta d e q u e es el vicio del a m o r 43 el q u e salva

43 En el original dice «hum eur». Pero traduciendo p o r «hum or» no sabem os encontrar
sentido a la frase. Traduciendo p or «am or», es decir, considerando que hay una errata en el

516
d e l vicio de la adulación. P o r o tra p a rte , ¿ q u é e n tie n d e s p o r
e s te a m o r d e la ad u lac ió n q u e to d o s los h o m b re s se r e p r o ­
ch a n re c íp ro c a m e n te y d el q u e se acu sa p rin c ip a lm e n te a los
g ra n d e s y los reyes? C a d a cual o d ia sin d u d a el halag o si lo
c re e falso; no se q u ie re a lo s a d u la d o re s m ás q u e en calidad
d e a d m ira d o re s sin cero s. Si se los c re e así es im p o sib le n o
ap re cia rlo s, p u e s to q u e cada cual se c re e lo a b le y q u ie re ser
lo ad o . Q u ie n d e s d e ñ a los elo g io s, su fre al m e n o s q u e se le
elo g ie p o r d e sd e ñ a rlo s. C u a n d o se o d ia al a d u la d o r es p o r ­
q u e se lo re c o n o c e c o m o tal. E n la ad u lac ió n n o es el halag o ,
sin o la falsedad, lo q u e m olesta. Si ] el h o m b re d e e s p íritu 66
p a re c e m e n o s se n sib le a lo s elo g io s, es p o r q u e p e rc ib e m ás a
m e n u d o su falsedad; p e ro si u n a d u la d o r hábil lo elogia,
p e rsis te e n elo g iarlo y hasta m ezcla algunas críticas a los
elo g io s q u e le hace, el h o m b re d e e s p íritu ta rd e o te m p ra n o
se rá en g a ñ ad o . D e s d e el a rte s a n o hasta los p rín c ip e s, to d o el
m u n d o am a el elo g io y, p o r co n sig u ie n te , la ad u lac ió n hábil.
P e ro , se dirá, ¿acaso n o se ha visto a rey e s s o p o rta r co n
g ra titu d las d u ras re p re n s io n e s d e un c o n s e je ro v irtu o so ? Sí,
sin d u d a , p e ro esto s p rín c ip e s e ra n c e lo so s d e su g lo ria,
es tab a n e n a m o ra d o s del b ien p ú b lic o , su c a rá c te r les fo rzab a
a llam ar a su c o rte a h o m b re s an im ad o s p o r e s ta m ism a
p asió n , es d ec ir, h o m b re s q u e n o Ies d ie ra n m ás q u e c o n s e ­
jos fav o rab les p ara el p u e b lo . A h o ra b ien , ya q u e se m e ja n te s
c o n s e je ro s elo g ian sie m p re al p rín c ip e v irtu o s o | al m e n o s 67
p o r el o b je to d e su p asió n , si b ie n n o sie m p re lo elo g ian p o r
los m e d io s q u e elige p ara satisfacerla, u n a lib e rta d c o m o ésta
n o les o fen d e . D iré , ad em ás, q u e u n a v erd a d d u ra p u e d e
algunas veces halagar: es el m o rd isc o d e u n a am an te.
Si un h o m b re se acerca a un av aro y le dice: sois un
n ecio , in v e rtís m al v u e s tro d in e ro ; h e aq u í u n e m p le o m ás
ú til q u e p o d é is h a c e r d e él. L ejo s d e e s ta r in d ig n a d o p o r
s e m e ja n te fra n q u ez a, el av aro e s ta rá a g ra d e c id o a su au to r.
D e s a p ro b a n d o la c o n d u c ta del av aro , se le halaga en lo q u e
m ás valora, es decir, en el o b je to d e su pasión. A h o ra b ie n ,
lo q u e d ig o del avaro, p u e d e aplicarse al rey v irtu o so .
En c u a n to al p rín c ip e q u e n o e s tu v ie ra a n im a d o p o r el

texto, la frase sigue oscura p ero se puede en co n trar un sentido. N os parece que H elvétius dice
al orgulloso que, en el «amor a la adulación», la «adulación» no es m iserable vicio cuando se la
«ama», es decir, cuando se d esea com o la desean todos los hom bres. Es justo o noble «amar a
la adulación» cuando se cree al adulador sincero; en cambio, es deplorable vicio cuando se
contenta con una adulación reconocida com o falsa o forzada. Por eso no tiene sentido despre­
ciar a quienes no nos adulan, o forzarles a reverenciarnos.

517
68 am or de la gloria ni del bien público, este príncip e n o p o d ría |
atraer a su corte m ás q u e h o m b res q u e, en relación con sus
g u sto s, sus p re ju ic io s, sus o p in io n e s, sus p ro y e c to s y sus p la­
ce re s, p u d ie ra n esc la re c e rlo s o b re el o b je to d e sus d eseo s.
E staría ro d e a d o p o r h o m b re s viciosos a los cuales la v en g an za
p ú b lica da el n o m b re d e a d u la d o re s (5 7 ). T o d o s los h o m b re s
v irtu o so s h u irá n le jo s d e él. E xigir d e él q u e los r e ú n a al
lado d e su tro n o se ría p e d irle lo im p o sib le y q u e r e r un
69 efecto sin causa. Los tiranos y los grandes príncipes se d ecid en í
p o r el m ism o m o tiv o en la elec ció n d e sus am igos; sólo
d ifie re n en c u a n to a la p a sió n q u e los anim a.
T o d o s los h o m b re s q u ie re n , p u e s , se r halagados y loados:
p e ro n o to d o s q u ie re n se rlo d e la m ism a m a n e ra y es ú n ica­
m e n te en e s te p u n to d o n d e d ifie re n e n tre ellos. El o rg u llo so
n o está e x e n to d e e s te d eseo : ¿q u é p ru e b a m ás f u e rte d e ello
q u e la altivez co n la q u e d e c id e y la su m isió n ciega q u e
exige? N o o c u rre lo m ism o co n el h o m b re sabio: su a m o r
p ro p io n o se m an ifiesta d e u n a m a n e ra in su lta n te y, si d a un
c o n s e jo , n o exige o b ed ien c ia. La sana razó n sie m p re s o s p e ­
ch a d e no h a b e r c o n s id e ra d o un o b je to d e s d e to d o s los
án gulos. P o r eso , el e n u n c ia d o d e sus c o n se jo s es sie m p re
re c o n o c ib le p o r alguna e x p re sió n d e d u d a , q u e d e m u e s tra su
W e s ta d o d e | án im o . A sí so n esta s frases; Creo que debéis
conduciros de esta manera; ésta es m i opinión; éstos son los motivos
sobre los que me fundo; pero no adoptéis nada sin examen, etc.
Es p o r esta m a n e ra d e ac o n se ja r p o r la q u e se re c o n o c e al
h o m b re sabio; sólo él p u e d e te n e r éx ito con el h o m b re d e
e sp íritu y si n o tie n e ta m b ié n é x ito co n la g e n te m e d io c re , es
p o rq u e ésta, a m e n u d o in seg u ra, q u ie re q u e se la saq u e d e
su irre so lu c ió n y se la co n v en za; co n fía m ás en la n ec ed a d
q u e d e c id e co n to n o firm e q u e en la sa b id u ría q u e hab la
vacilante.
La am istad, cu a n d o ac o n se ja, to m a p o c o a p o c o el to n o
d e la sa b id u ría; u n e s o la m e n te la e x p re sió n d el s e n tim ie n to
co n la d e la duda. C u a n d o el am igo se re sis te a sus o p in io ­
n es, cu a n d o llega in c lu so a d esp re c ia rla s, e n to n c e s se d e ja
ti co n o c er m e jo r | y, d esp u és d e h a b e r h ec h o sus o b serv acio n es
exclam a, co m o P ílades: Vamos, señor, raptemos a Hermíone 44.
44 H elvétius se refiere a la tragedia Andrómaca, d e Racine {Acto III, Escena I). Pílades habla
con O restes, quien querría raptar a H erm íom e, h ija del rey M eneiao d e Esparta, que ha sido
desposada con O restes y cedida a N eo p to lo m eo a cam bio de su intervención en la guerra de
Troya. En la tragedia Adrómaca, d e Eurípides, H erm ío n e huye voluntariam ente con O restes; en
la d e Racine, al contrario, H erm ío n e sólo acepta a O restes cuando N eoptolom eo la rechaza
para recibir los favores d e A ndróm aca

518
C a d a p asió n tie n e sus g iro s, sus e x p re sio n e s y su m a n e ra
p a rtic u la r d e ex p re sa rse ; p o r e so , el h o m b re q u e m e d ia n te u n
análisis ex acto d e las frases y d e las e x p re sio n e s q u e e m p le a n
las d ife re n te s p asio n es, d e s c u b rie ra el signo p o r el q u e se
las p u e d a re c o n o c e r, m e re c e ría sin d u d a in fin ita m e n te la
g ra titu d pú b lica. S ólo e n to n c e s se p o d ría , en el haz de se n ­
tim ie n to s q u e p ro d u c e cada a c to d e n u e s tra v o lu n ta d , d istin ­
g u ir al m e n o s el se n tim ie n to q u e d o m in a en n o so tro s. H a sta
e n to n c e s, los h o m b re s se ig n o ra rá n a sí m ism o s y caerán , en
m a te ria d e se n tim ie n to s, e n los e r r o re s m ás g ro se ro s.

C a p ít u l o x i i

Del sentido común

| La d iferen c ia e n tr e el e s p íritu y el se n tid o c o m ú n está 72


en la causa q u e los p ro d u c e : u n o es e fe c to de las p asio n es
fuerces y el o tr o d e la au sen c ia d e estas p asiones. El h o m b re
co n s e n tid o c o m ú n no cae, en g e n e ra l, en n in g u n o d e los
e r r o re s a los q u e n o s arra stra n las p a sio n e s; p e ro ta m p o c o
re c ib e n in g u n a d e las ilu m in a c io n e s q u e se d e b e n ex clu siv a­
m e n te a p asio n es im p e tu o sa s. En las cosas c o rrie n te s d e la
vida, d o n d e p ara v e r b ien basta m ira r c o n una m ira d a in d ife ­
re n te , el h o m b re co n s e n tid o co m ú n no se e q u iv o c a en
ab so lu to . P e ro en c u a n to se trata d e cu e stio n e s un p o co
co m p licad as, d o n d e , p a ra p e rc ib ir y d isc e rn ir lo | v e rd a d e ro , 73
es n ec esario algún e s fu e rz o d e ate n c ió n y alg u n a fatiga, el
h o m b re con se n tid o c o m ú n es ciego: p riv ad o de p asio n es, se
e n c u e n tra al m ism o tie m p o priv ad o d e e se c o ra je , d e esa
activ id ad del alm a y d e e sa ate n c ió n c o n tin u a q u e p o d ría n
escla re ce rle. El se n tid o c o m ú n n o su p o n e n in g u n a in v e n ció n
ni, p o r c o n sig u ie n te, n in g ú n esp íritu : y, si se m e p e rm ite la
ex p re sió n , d o n d e te rm in a el s e n tid o c o m ú n , ah í co m ien z a el
e s p íritu (58).
N o se ha d e co n c lu ir, sin em b a rg o , q u e el s e n tid o co m ú n
sea ta n co m ú n . Los h o m b re s sin p asio n es son escasos. El
e s p íritu re c to , q u e e n tre to d as las clases de e s p íritu es in d is­
c u tib le m e n te el tip o m ás v e c in o al s e n tid o co m ú n , ta m p o co

519
está e x e n to d e pasio n es. P o r o tra p a rte , los n ecio s no so n
74 m e n o s | su sc e p tib le s d e p asio n es q u e el h o m b re d e e s p íritu .
Si to d o s asp iran al s e n tid o c o m ú n e in clu so se o to rg a n el
títu lo , n o se les c re e b a jo palabra. F u e el s e ñ o r D ia fo iru s
q u ie n dijo: «Juzgaba p o r el p e s o de la im a g in a ció n d e mi
h ijo , q u e te n d ría u n a b u e n a facultad d e ju icio en el fu tu ro » .
Se carece sie m p re d e se n tid o co m ú n cu a n d o se carece d e
e sp íritu p ara ap o y a r las p ro p ia s p re te n sio n e s.
Si el c u e rp o p o lítico es sano, la g e n te co n s e n tid o co m ú n
p u e d e se r llam ada a lo s g ra n d e s p u e sto s y o c u p a rlo s d ig n a­
m e n te. Si el E sta d o está atac ad o p o r alg u n a e n fe rm e d a d , esta
m ism a g e n te con se n tid o co m ú n llega en to n c e s a ser m uy
peligrosa. La m e d io c rid a d c o n s e rv a las cosas en el e sta d o en
q u e las en c u e n tra . D e ja to d o co m o está. Su silen cio im p id e
los p ro g re so s del m al y se o p o n e a los re m e d io s eficaces q u e
75 se | podrían aportar. N o declara, en general, la en ferm ed ad más
q u e cu a n d o ya es in c u ra b le. R e sp e c to a eso s e m p le a d o s
se cu n d a rio s, q u e no están en c arg ad o s de im ag in ar sin o d e
e je c u ta r p u n tu a lm e n te , la m e d io c rid a d es m uy a d e c u a d a p ara
ellos. Las únicas faltas q u e c o m e te n son las d e ig n o ran cia, las
cuales en los p u e s to s b ajo s tie n e n casi sie m p re p o ca im p o r­
tancia. E n c u a n to a su c o n d u c ta p artic u la r, ésta n o es hábil en
a b s o lu to , p e r o es sie m p re ra z o n a b le . La au sen c ia d e p asio n es,
in te rc e p ta n d o to d a s las luces cuya fu e n te so n las p asio n es, les
p e rm ite al m ism o tie m p o e v ita r to d o s los e rro re s en los q u e
las p asio n es p rec ip ita n . La g e n te se n sata es, en g e n e ra l, m ás
feliz q u e los h o m b re s e n tre g a d o s a p asio n es fu e rte s ; sin
76 em b a rg o , su in d ife re n c ia d e te rm in a q u e sea m e n o s | feliz q u e
el h o m b re apacible q u e, h a b ie n d o nacido se n sib le , h a d e b ili­
ta d o en él esta sen sib ilid ad p o r la e d a d y las re flex io n es. A
é ste le q u e d a u n co razó n , y e s te co ra zó n se a b re to d a v ía a las
d e b ilid a d e s d e los dem ás, su se n sib ilid ad v u elv e a an im arse
co n ello s, en fin, goza d e la felicidad d e se r se n sib le sin se r
m e n o s feliz. D e e s te m o d o , m ás am ab le a lo s o jo s d e to d o s,
es m ás q u e rid o p o r su s co n c iu d a d a n o s q u e le a g ra d ece n sus
d eb ilid ad es.
P o r escaso q u e sea el se n tid o co m ú n , las v en taja s q u e
p ro c u ra son sólo p e rso n a le s; n o se e x tie n d e n a to d a la h u ­
m a n id ad . El h o m b re c o n se n tid o c o m ú n n o p u e d e asp ira r al
re c o n o c im ie n to p ú b lic o ni, p o r c o n s ig u ie n te , a la g lo ria. P e ro
la p ru d e n c ia , se dirá, q u e sig u e al se n tid o co m ú n , es u n a
v irtu d q u e todas las n ac io n e s tie n e n in te ré s en h o n ra r. E sta

520
p ru d e n c ia , re s p o n d e ré , ta n elo g ia d a | y algunas veces tan ú til 77
p a ra los in d iv id u o s p a rtic u la re s, n o es p a ra to d o u n p u e b lo
u n a v irtu d ta n d e s e a b le c o m o se im agina. E n tre los d o n e s
q u e el cielo p u e d e o to r g a r a u n a nació n , el d o n m ás fu n e sto
d e to d o s sería in d is c u tib le m e n te la p ru d e n c ia si el cielo la
h ic ie ra c o m ú n a to d o s lo s ciu d ad a n o s. ¿ Q u é es, e n e fe c to , el
h o m b re p ru d e n te ? A q u e l q u e c o n se rv a d e los m ales m ás
le ja n o s u n a im agen lo s u fic ie n te m e n te viva co m o p a ra q u e
c o m p e n se en él la p re se n c ia d e u n p la ce r q u e sería fu n esto .
A h o ra b ien , su p o n g a m o s q u e la p ru d e n c ia d e s c ie n d e so b re
to d a s las cabezas q u e c o m p o n e n una nación: ¿ d ó n d e e n c o n ­
tra r, e n to n c e s, h o m b re s q u e p o r c in c o m o n e d as al d ía se
e n f r e n te n en los c o m b a te s a la m u e rte , las fatigas o las
e n fe rm e d a d e s? ¿ Q u é m u je r se p re s e n ta ría al altar d el h im e ­
n eo y se e x p o n d ría al m a le s ta r d e u n e m b a ra z o , al p e lig ro d e
un p a rto , al | h u m o r y a las c o n tra d ic c io n e s d e u n m a rid o , e n 78
fin, a las p enas q u e o c a sio n a n la m u e rte o la m ala c o n d u c ta
d e los hijos? ¿ Q u é h o m b re c o n s e c u e n te co n los p rin c ip io s d e
su relig ió n n o d e sp re c ia ría la ex iste n cia fugaz d e los p la ce re s
d e aq u í a b a jo y, d e d ic a d o to d o e n te r o al c u id a d o d e su
salvación, n o buscaría en u n a v ida m ás a u s te ra el m e d io d e
a u m e n ta r la felicidad p r o m e tid a a la sa n tid a d ? ¿ Q u é h o m b re
n o eleg iría , p o r c o n s ig u ie n te , el e s ta d o m ás p e rfe c to , aq u el
en el cual su salvación c o rre ría m e n o s riesgos? ¿ Q u ié n no
p re fe riría la palm a d e la v irg in id a d a los m irto s d el a m o r y
n o iría a e n te r ra rs e e n u n m o n a s te rio (59)? P o r ta n to , só lo a
la in c o n sec u en c ia | d e b e la p o ste rid a d su existen cia. Es la 79
p re se n c ia del p lacer, su e s p e c tá c u lo to d o p o d e ro s o , el q u e
d esafía las d esgracias le ja n a s y a n iq u ila la p re v isió n . A la
im p ru d e n c ia y a la lo c u ra h a en c a rg a d o el cielo la c o n s e rv a ­
ció n d e los im p e rio s y la d u ra c ió n d el m u n d o . P arec e q u e, al
m e n o s en la c o n s titu c ió n actu al d e la m a y o r p a rte d e los
g o b ie rn o s, la p ru d e n c ia só lo es d e s e a b le p ara u n n ú m e ro
m uy p e q u e ñ o d e c iu d ad a n o s; q u e la raz ó n , s in ó n im o d e la
p alab ra sentido común y e lo g iad a p o r ta n ta g e n te , m e re c e p o ca
estim a; q u e la sa b id u ría fre c u e n te m e n te s u p u e sta en la in ac­
ción y su in falibilidad a p a re n te n o so n o tr a cosa q u e p u ra
apatía. R e c o n o c e ré , sin e m b a rg o , q u e el | títu lo d e h o m b re 80
co n s e n tid o c o m ú n u s u rp a d o p o r u n a in fin id a d d e g e n te n o
les p e r te n e c e de n in g u n a m an era.
Si se dice d e casi to d o s los n ecio s q u e so n g e n te co n
se n tid o co m ú n , o c u rre co n los n ec io s, a este re s p e c to , lo

521
m ism o q u e con las m u je re s feas q u e se m encionan siem pre
com o buenas. Se elogia d e b u en grad o el m érito de aquellos
que no lo tien en , se los p re se n ta a ellos bajo su lado más
v entajoso y a los h o m b res su p erio res bajo su lado más desfa­
vorable. ¡C uánta g e n te prodiga los m ás grandes elogios al
sentido com ún, al cual coloca y está forzado a colocar real­
m en te p o r encim a del espíritu! En efecto, cada cual, al q u e ­
re r estim arse con p referen cia a los dem ás, y la g e n te m edio­
cre, al sentirse más cerca del sentido com ún que del espíritu,
tienden a hacer p oco caso de éste, a considerarlo com o un
81 don fútil, y de ahí esta frase tan rep etid a | p o r la gente
m ediocre: Se?itido común vale más que espíritu y genio. Frase
con la cual cada u no de ellos quiere insinuar q u e en el fondo
tiene más espíritu q u e ninguno de n uestros hom bres céle­
bres.

C a p it u l o X III

El espíritu de conducta

El o b je to com ún del d e se o d e los h o m b res es la felicidad;


y el espíritu de conducta no d eb ería ser, p o r consiguiente,
más q u e el arte d e conseguir la felicidad. Tal vez nos hubié­
ram os form ado esta idea, si la felicidad no h ubiera parecido
casi siem pre m enos un d on del espíritu q u e un efecto de la
sabiduría y de la m oderación de n u estro carácter y nuestros
82 deseos. Casi todos los ho m b res, | cansados p o r la to rm en ta
de las pasiones o languideciendo en la calma del ab urri­
m iento son com parables, unos al navio azotado p o r la tem ­
pestad del n o rte y o tro s ai navio q u e la calma d etien e en
m edio de los m ares d e la zona tórrida. U n o pide auxilio a la
calma y el o tro a los aquilones. Para navegar felizm ente
conviene estar em p u jad o p o r un viento siem pre igual. Pero
todo lo que p o d ría d ecir a este resp ecto sobre la felicidad no
tendría ninguna relación con el tem a q u e trato.
N o se ha en ten d id o hasta ahora p o r espíritu de conducta
más que la clase de esp íritu apropiad-a para guiar hacia los
diversos o b jeto s d e fo rtu n a q u e uno se p ro p o ne.
En una república com o la rom ana y en todo gobierno

522
do n d e es el p u eb lo el que o torga los favores, d o n d e los
h o nores | son el precio del m érito , el esp íritu de conducta no 83
es o tra cosa más q u e el p ro p io g en io y el gran talento. N o
o c u rre lo m ism o en los g o b ie rn o s d o n d e los favores están en
las m anos d e algunos h o m b res cuya grandeza es in d e p en ­
d iente de la felicidad pública. En esos países, el espíritu de
conducta no es más q u e el a rte de p re sta r servicio o hacerse
agradable a los que oto rg an los favores; y, en tales casos, el
logro de esta ventaja se d eb e m enos al esp íritu q u e al carác­
te r propio.
La disposición m ás favorable y el d o n m ás necesario para
te n e r éxito con los h o m b res im p o rtan tes es un tem p e ra­
m en to dócil fre n te a to d a clase de caracteres y circunstancias.
A unque se esté d esprovisto d e e sp íritu , sem ejan te carácter,
ayudado p o r una posición favorable, es suficiente para hacer
fortuna. P ero nada es más co m ú n , se dirá, q u e caracteres
com o éste; no hay nadie q u e no p u ed a | hacer fo rtu n a y 84
conciliarse con la benevolencia de un h o m b re im p o rtan te
convirtiéndose en m inistro d e sus placeres o en su espía. P or
eso, la fo rtu n a de los h o m b res se d eb e en gran p a rte al azar.
Es el azar quien nos hace pad re, esposo, am igo de la belleza
que se ofrece y q u e agrada a su p ro te c to r; es el azar quien
nos coloca en casa d e un h o m b re im p o rtan te en el m o m en to
en que necesita u n espía. « Q u ien no tien e h o n o r ni carácter,
decía el reg en te d u q u e d e O rleans, es un co rtesano p e r­
fecto.» C o n se c u e n te m e n te con esta definición, hay que c o n ­
venir en q u e lo p erfecto , en este g é n e ro , no es escaso más
que en cuanto al carácter.
P ero si las grandes fo rtu n as son, en general, la obra del
azar y si el h o m b re n o co n trib u y e a ellas más q u e p re stá n ­
dose a las bajezas y las b ribonerías q u e casi siem pre son
necesarias para alcanzarlas se ha de reco n o cer, sin em bargo, | ^5
que el espíritu participa algunas veces en n u estra elevación.
Q uien se ha p ro cu rad o u n p ro te c to r valiéndose d e su osadía,
p o r ejem plo; quien apro v ech an d o el h u m o r altivo de un alto
cargo del Estado, se ha atraído las palabras bruscas que
d eshonran a aquel que las p ro n u n cia y lo fuerzan a ser el
p ro te c to r del ofendido; tal h o m b re, digo, ha em pleado espí­
ritu e inventiva en su conducta. O cu rre lo m ism o con quien
se ha dado cuenta d e q u e podía, en la casa de la g ente
poderosa, instituirse en blanco de sus brom as y v enderles a
este precio el d erech o d e d esp reciarle y reírse de él.

523
Q u ien aprovecha de este m o d o la vanidad d e los dem ás
para alcanzar sus fines, está d o tad o del espíritu de conducta.
El ho m b re d ucho en este arte se dirige co n stan tem en te hacia
86 su in terés, p e ro siem pre | bajo la p rotección del interés de
los dem ás. H a de ser m uy hábil si, para alcanzar la m eta que
se p ro p o n e, tom a una ru ta q u e parece alejarlo de ella. Es una
m anera de ad o rm ecer la envidia de sus rivales, q u e no se
d esp ierta hasta el m o m en to en q u e ya no p u ed en obstaculi­
zar sus proyectos. ¡C uánta g e n te de esp íritu , p o r tanto, ha
fingido estar loca, se ha rev estid o de ridiculeces y ha afec­
tado la m ayor m ediocridad an te sus superiores, los cuales,
desgraciadam ente, son dem asiado fáciles de engañar p o r la
g en te vil cuyo carácter se p resta a esta bajeza! ¡C uántos
h om bres, p o r consiguiente, han alcanzado la más alta fo rtu n a
y debían realm en te alcanzarla! En efecto, todos aquellos que
no están anim ados d e un am or ex tre m o p o r la gloria, jamás
p u e d e n , en m ateria d e m érito , am ar a sus inferiores. Este
87 afecto p ro v ien e de una vanidad com ún | a todos los hom bres.
Cada cual q u iere ser loado; ahora bien, de todos estos elo ­
gios, el más halagüeño es in d iscutiblem ente el q ue nos p rueba
con más evidencia n u estra excelencia. ¡C uánto reconoci­
m ien to d eb em o s a aquellos q u e nos revelan d efectos que, sin
sernos nocivos, nos garantizan n uestra superioridad! D e to ­
das las adulaciones, ésta es la más hábil. En la p ropia corte de
A lejandro, era peligroso ap aren tar ser m uy gran hom bre.
« H ijo , hazte p e q u e ñ o an te A lejandro, decía P arm enión a
Filotas 4S; dale algunas veces el placer de re p re n d e rte y re ­
cuerda que es a tu aparen te inferioridad a lo que deberás su
am istad.» ¡C uántos A lejan d ro en este m u n do tie n en un
88 odio secreto p o r los talentos superiores! (60). El h o m b re |
m ediocre es el h o m b re querid o . «Señor, decía un padre a su
hijo , tenéis éxito en el gran m undo y creéis te n e r un gran
m érito. Para hum illar v u estro orgullo, sabed a qué cualidades
debéis estos éxitos: habéis nacido sin vicios, ni virtudes, ni
carácter; vuestras luces son cortas, v u estro espíritu obtuso.
¡C uánto d erech o tenéis, h ijo m ío, a la benevolencia de los
hom bres!».

45 Parmenión (400-330 a. C .) fue un general macedonio, lugarteniente de Filipo y luego de


A lejandro Magno. G o b ern ad o r d e M edia. Se opuso a la política oriental de A lejandro, quien lo
hizo asesinar. Tam bién hizo lapidar a su hijo Filotas, p o r no haber revelado un com plot que
conocía y porque se oponía también a su política en O riente.

524
| Por lo dem ás, p o r m ucha v en taja q u e p ro c u re la m e- 89
diocridad y p o r m ucho acceso que dé a la fo rtu n a, el espí­
ritu, com o lo he dicho m ás arriba, con trib u y e a veces a
nuestra elevación. ¿P o r qué, en cam bio, el público no siente
ninguna estim a p o r esta clase de espíritu? P o rq u e, re sp o n ­
deré, ignora el detalle d e las m aniobras q u e em plea el in tri­
gante y casi nunca p u ed e sab er si su elevación es efecto de
lo que se llama espíritu de conducta o del azar. P or otra
parte, el núm ero de ideas necesarias para hacer fo rtu n a no es
inm enso. Se m e dirá que, para engañar a los h om bres, ¡cuánto
conocim iento hay q u e tener! El intrig an te, re sp o n d eré, co­
noce p erfectam en te al ho m b re que necesita, p e ro no conoce
en absoluto a los hom bres. E n tre el intrigante y el filósofo
existe, a este resp ecto , la | m ism a d iferencia que en tre el 90
m ensajero y el geógrafo. El p rim e ro conoce, tal vez m ejo r
que D anville, el sen d ero más corto para llegar a V ersalles;
pero, sin duda alguna, no con o ce la superficie del globo
terráq u eo com o este geógrafo. Si un hábil intrig ante tiene
que hablar en público, si se le lleva a una asam blea del
pueblo, será allí tan to rp e, tan desplazado y tan silencioso
com o lo sería en com pañía d e los podero so s el genio supe­
rior, quien , celoso de co n o c e r el ho m b re d e todos los siglos
y todos los países, desdeña el conocim ien to d e un hom bre
determ in ad o en particular. El in trigante no conoce, pues, a
los hom bres; y este conocim iento le sería inútil. Su o b je to
no es agradar al público, sino a alguna g en te p o derosa y a
m enudo obtusa; dem asiado espíritu perjudicaría este p ro ­
yecto. Para agradar a la g e n te m ediocre, | d e b en com eterse 91
los erro res com unes, so m eterse a las costum bres y parecerse
a todo el m undo. El esp íritu elevado no p u ed e rebajarse
hasta ahí. P refiere ser el d iq u e q u e se o p o n e al to rre n te ,
aunque p u ed a ser d erribado, q u e el ram o ligero que flota a
m erced de las aguas. P o r o tra p a rte , p o r m ucha habilidad que
em plee en enm ascararse el h o m b re esclarecido, jamás se
parecerá tan exactam ente a u n necio com o un necio verda­
dero. Se está m ucho más seg u ro de sí cuando se adm iten
erro res com o verdades q u e cuando se finge adm itirlos.
El núm ero de ideas q u e su p o n e el espíritu de conducta
tiene m uy poca extensión; p e ro , au nque exigiese más, el
público no ten d ría tam poco ninguna clase de estim a p o r esta
clase de espíritu. El intrig an te se cree el c en tro de la natura­
leza; relaciona to d o exclusivam ente con su in terés, | no hace 92

525
nada para el público. Si alcanza los más altos p u esto s, goza
de la consideración siem pre vinculada al p o d er y sobre todo
del am or q u e inspira, p ero jamás p u e d e alcanzar la celebri­
dad, que d eb e considerarse com o un don del reconocim iento
general.
A ñadiré que el p ro p io espíritu que le p erm ite alcanzarlo
parece de golpe abandonarlo cuando ya ha llegado. N o se
eleva hasta los más altos p u esto s más que para deshonrarse,
p o rq u e, en efecto, el espíritu de intriga necesario para llegar
ahí no tiene nada en com ún con el espíritu de la extensión,
la fuerza y la profundidad necesaria para ocuparlos digna­
m ente. Por o tra parte, el espíritu d e con d u cta no se alia más
que con cierta bajeza d e carácter que hace al intrigante
despreciable a los o jo s del público.
93 | N o es que no se pued a u nir m ucha intriga con m ucha
elevación de alma. Si, al ejem p lo de C rom w ell, un hom bre
qu iere subir al trono, el p o d er, el resp lan d o r de la corona y
los placeres vinculados al d o m in io p u e d e n , sin duda, en n o b le ­
cer a sus ojos la bajeza de sus tejem an ejes, p u esto que
borran el h o rro r de sus crím enes a los ojos de la posteridad,
la cual lo incluye en el rango de los g randes hom bres. Pero
si, p o r una infinidad d e intrigas, un h o m b re in tenta elevarse
a estos pequeños puestos que jamás pueden proporcionales en
caso de ser m encionado p o r la historia, sino el nom bre de tunan­
te o de bribón, un hom bre com o éste, digo, se hace desprecia­
ble no solam ente a los ojos de la g en te honrada, sino tam bién
a los de la g en te esclarecida. Es necesario ser un hom bre
p eq u e ñ o para d esear p equeñeces. A quel q u e se encu en tra
94 p o r | encim a de las necesidades sin ser elevado a altos p u e s­
tos p o r su condición, no p u e d e te n e r o tra necesidad que la
de la gloria y no tiene o tro p artid o q u e tom ar, si es hom bre
de espíritu, que el d e m ostrarse siem pre virtuoso.
El intrigante está obligado a renunciar a la estim a pública.
P ero, se dirá, está lo su ficien tem en te resarcido p o r la felici­
dad que prop o rcio n a la gran fortuna. Se está equivocado,
resp o n d eré, si se lo cree feliz. La felicidad no es en absoluto
el patrim o n io de los grandes puestos; d e p e n d e únicam ente
de la adecuación feliz e n tre n u e stro carácter y el estado y las
circunstancias en las cuales la fo rtu n a nos coloca. O cu rre con
los hom bres lo m ism o q u e con las naciones; las más felices
no son siem pre las q u e d esem p eñ an el m ayor papel en el
universo. ¡Q ué nación es m ás afortunada q u e la nación suiza!

526
Al ejem p lo de este | p u e b lo sabio, el h o m b re feliz no p er- 95
turba en absoluto al m u n d o con sus intrigas; c o n te n to de sí,
no se ocupa de los dem ás, n o se in te rp o n e en el cam ino del
am bicioso; el estu d io llena una p arte de sus días, vive poco
conocido y es la oscuridad de su felicidad lo único que
garantiza su seguridad. N o o c u rre lo m ism o con el intrigante,
a quien v en d en caros los títu lo s con los q u e se le adorna.
¿Q ué no exige un p ro tecto r? El sacrificio p e rp e tu o de la
voluntad de los p e q u eñ o s es el único h o m en aje que lo ha­
laga. Sem ejante a S aturno, a M oloch 46, a T eu tates 47, si se
atreviera no querría ser h o n ra d o más q u e p o r sacrificios
hum anos. La p en a q u e so p o rta el p ro teg id o es un espec­
táculo agradable para el p ro te c to r, este espectáculo le advier­
te de su p otencia y así concibe una idea más elevada de sí
mismo. Por eso, | la m ayor p arte de las naciones han vincu- 96
lado el signo del resp eto a actividades m olestas. El que
quiera abrirse paso a la fo rtu n a p o r m edio de la intriga, debe
sacrificarse a las hum illaciones. Siem pre in q u ieto , p rim e ro no
pued e p ercib ir la felicidad m ás que en la p erspectiva de un
po rv en ir incierto; y es de la esperanza, ese sueño consolador
de los hom bres d esp ierto s y desgraciados, de la q u e pued e
esperar su felicidad. C uando p o r fin lo ha logrado, term inan
m iles de disgustos. E ntonces, para vengarse, es d u ro y cruel
hacia los desgraciados, les niega su ayuda, les rep ro ch a su
m iseria y cree, con este rep ro ch e, te n e r d erech o a considerar
su inhum anidad com o justicia y su fo rtu n a com o m érito. N o
goza en absoluto del placer de persuadir. ¿C óm o asegurar
que la fo rtu n a de un h o m b re es efecto de esta clase | de 97
espíritu de conducta, so b re to d o en los países e n te ra m en te
despóticos, d o n d e al m ás vil esclavo se hace visir, d o n d e las
fortunas d ep en d en de la v oluntad del p ríncipe y de un capri­
cho m o m en tán eo cuya causa él m ism o no siem p re percibe?
Los m otivos que en estos casos d eterm in an a los sultanes casi
siem pre están ocultos. Los h isto riad o res no relatan más que
los m otivos aparentes, ignoran los v erd ad ero s y, a este res­
p ecto, se p u ed e asegurar, según F o n ten elle, q u e la historia no
es más que una fábula convenida.

46 Saturno, dios rom ano d e la agricultura, identificado con el C ronos griego. M uy popular
en Africa p o r su identificación con algún dios indígena de origen fenicio em parentado a Baal.
M oloch o Baal es la divinidad fenicia a la que eran ofrecidos sacrificios d e niños.
47 T eutates era el dios celta d e la trib u , con M arte. Según Lactancio se le ofrecían sacrificios
humanos.

527
En una com paración e n tre C ésar y Pom peyo 4S, si Balzac
dice, hablando de su fortuna:
Uno es el obrero y el otro la obra;
se ha de reco n o cer que hay pocos C ésar y que, en los
98 gobiernos arbitrarios, el azar es casi el único | dios de la
fortuna. T o d o d e p en d e del m o m en to y de las circunstancias
en las cuales nos encontram os; y tal vez sea eso lo que ha
acreditado en O rien te el dogm a de la fatalidad. Según los
m usulm anes, el destino m antiene todo bajo su im perio: po n e
a los reyes en el tro n o , los echa de ahí, colm a su reino con
acontecim ientos felices o infelices y causa la felicidad o el
infortu n io de todos los m ortales. Según ellos, la sabiduría y
la locura, los vicios y las virtudes de un ho m b re no cam bian
en absoluto los d ecreto s grabados en las tablas lum ino-
99 sas ( 6 1 ) 49. Para p ro b ar este | dogm a y m o strar que, p o r
consiguiente, el más crim inal no es siem pre el más desgra­
ciado y que u no camina al suplicio p o r la m ism a ruta que
conduce a o tro a la fortuna, los indios m ahom etanos cuentan
con una fábula bastante singular.
La necesidad, dicen, reu n ió antaño a cierto n ú m ero de
hom bres en los desiertos d e T artaria s(). Privados de todo,
dijo uno, tenem os d erech o a todo. La ley que nos despojó
de lo necesario para au m en tar lo su p erflu o de algunos rajás
es una ley injusta. A cabem os con la injusticia. N o hay más
co ntrato cuando la ventaja d eja de ser recíproca. Hay que
arreb atar a nuestros o p reso res los bienes que nos han arreba­
tado. D espués de estas palabras, el o rad o r se calla; la asam­
blea aplaude fren éticam en te e ste discurso; el proyecto es
100 noble y se q u iere ejecutarlo. Se discuten los m edios. Los |
más valientes se levantan los prim eros. La fuerza, dicen, nos
ha quitado todo; p o r la fuerza hem os d e reco brarlo todo. Si
nuestros rajás han q uitado, p o r m edio de sus vejaciones,
incluso lo necesario para el sú b d ito q u e les p roporciona sus
bienes, su vida y sus penas, ¿p o r qué negar a nuestras nece-

48C neo Pom peyo M agno (106-43 a. C.) com partió el prim er triunvirato con César. M ilitar
glorioso y adm inistrador afortunado, n o fue, sin em bargo, políticam ente astuto, com parado con
el genio d e César, quien fingía ser un gran señor p oeta y libertino, fútil y pródigo, para ocultar
su marcha hacia el po d er absoluto. Engañó a Pom peyo p ero no a Sila, quien lo desterró a Asia.
D espués de la m uerte d e Sila, Pom peyo fue incapaz d e d eten erlo y su lucha con César
desem bocó en una gu erra civil (49-45 a. C.) en la q u e César le venció en Farsalia y Pom peyo
fue asesinado al llegar fugitivo a Egipto.
49 En el original, «tables d e lum iére».
50 Tartaria es el antiguo nom bre de una gran parte de Asia, correspondiente a M ongolia,
M anchuria, Turquestán, Afganistán y la Siberia actual.

528
sidades lo q u e tiranos p erm iten a su injusticia? En los confi­
nes de estas regiones, los rajás com p arten el beneficio de las
caravanas m ediante los p re se n te s que exigen y saquean a
hom bres encadenados p o r la fuerza y p o r el tem or. M enos
injustos y más valientes q u e ellos, ataquem os a hom bres
arm ados, que el valor decida y q u e nuestras riquezas sean al
m enos el precio de una virtud. T en em o s d erech o a ello. El
cielo, p o r el don de la valentía, designa a aquellos que quiere
librar de las cadenas d e la tiranía. Q ue el labrador, sin fuerza
y sin coraje, | siem bre, labre y recoja: ha cosechado para 101
nosotros.
A solem os, saqueem os las naciones. C onsentim os todos,
exclam aron aquellos q u e, m ás espirituales y m enos audaces,
tem ían ex ponerse a los peligros; p e ro no debam os nada a la
fuerza y to d o a la im postura. R ecibam os sin peligro, de las
m anos de la credulidad, lo q u e tal vez en vano intentaríam os
arrancar p o r la fuerza. D isfracém onos con el n o m bre y el
hábito de los bonzos y brahm anes y recorram os la tierra:
com probarem os que ella p ro v e e rá apresu rad am en te a nues­
tras necesidades e incluso a nuestros placeres secretos.
Esta opción pareció cob ard e y ruin a las almas orgullosas
y valientes. La asam blea, dividida p o r opiniones, se separa.
U nos se propagan en la India, el T íb et y los confines de la
China. Su fren te es austera y su cu erp o m acerado. Im ponen
resp eto a los pueblos, les enseñan, | los convencen, dividen a 102
las familias, hacen d e sh e re d a r a los hijos apropiándose de los
bienes. Se les ceden los terren o s, se construye en ellos
tem plos, se les conceden rentas; usan el brazo del pod ero so
para doblegar al h o m b re esclarecido bajo el yugo de la
superstición; som eten, en fin, a todos los espíritus, m ante­
niendo el cetro cuidadosam ente escondido bajo los harapos
de la m iseria y las cenizas d e la penitencia.
D u ran te este tiem po, sus antiguos y valientes com pañeros,
retirados a los desiertos, in tercep tan caravanas, las atacan a
m ano arm ada, las saquean y com parten e n tre ellos el botín.
U n día en el cual, p ro b ab lem en te, el com bate no les había
favorecido, se coge a u n o d e estos bandoleros y se lo con­
duce a la ciudad más próxim a, se m onta el patíbulo, se le
lleva al suplicio. | Cam inaba con andar seguro, cuando en- 103
cuentra a su paso, reco n o cién d o lo bajo el hábito de brah­
mán; a uno de los que se habían separado de él en el desierto.
El pueblo, con resp eto, rod eab a al brahm án y lo transportaba

529
a su pagoda. El b andolero se d e tie n e al verlo: ¡Dioses jus­
tos!, exclama; iguales en crim en, ¡qué diferencia e n tre nues­
tros destinos! Pero, ¿qué digo? ¡Iguales en crim en! En un
día, sin tem or, sin peligro, sin coraje, ha hech o gem ir a más
viudas y huérfanos, ha quitado más riquezas al im perio de las
que yo he robado en toda m i vida. T uvo siem pre dos vicios
más que yo, la cobardía y la im postura. Sin em bargo, a mí se
m e trata de g ranuja y a él se lo h o n ra com o a .u n santo;
se m e arrastra al p atíbulo y se lo llevan a su pagoda; se m e
tortu ra, se lo adora.
104 | Es de este m odo com o los indios p ru eb an que no hay
más q u e su erte y desgracia en e ste m undo.

C a p it u l o X IV

De las cualidades exclusivas del espíritu y del alma

Mi p ro p ó sito en los capítulos p re c e d e n tes era el de aso­


ciar ideas nítidas a los diversos nom bres dados al espíritu. En
éste m e propongo examinar si hay talentos que deban excluirse
unos a otros. Esta p regunta, se dirá, está resp ondida p o r los
hechos: no se es su p erio r en m uchas artes a la vez; N ew to n
no goza de consideración e n tre los p oetas, ni M ilton en tre
los geóm etras; los versos de Leibniz son malos. N i siquiera
105 hay alguien | qu e, en un solo arte, com o la poesía o la
pintura, haya ten id o éxito en todos los géneros. C orneille y
Racine no han hecho nada en el te rre n o de lo cóm ico com ­
parable a M oliere; M iguel A ngel no ha co m puesto los cua­
dros de A lbane, ni A lbane ha pintado los de Ju les Ro-
mains 51. El espíritu de los más grandes h om bres parece,
pues, en cerrado en estrechos lím ites. Sin duda es así. Pero,
¿cuál es la causa de ello? ¿Es tiem po o esp íritu lo que falta a
los hom bres para ilustrarse en diferen tes géneros?
La m archa del espíritu hum ano, podría pensarse, debe ser

51 Sobre Albani ver nota 8 del Discurso IV.


G iulio R om ano (1492-1546) fu e u n pintor y arquitecto italiano, colaborador y discípulo de
Rafael y de M iguel Angel. Cuadros suyos son La Virgen, Santa A n a y San José. C onstrucción y
decoración del palacio d e Té.

530
la m ism a en todas las artes y todas las ciencias: todas las
operaciones del esp íritu sé red u cen a co n o cer las sem ejanzas
y las diferencias que tie n e n e n tre ellos los diversos objetos.
Es m ediante la observación com o nos elevam os en todos los
géneros hasta | las ideas nuevas y generales que constatan 106
nuestra superioridad. T o d o gran físico, to d o gran quím ico,
habría p o d id o llegar a ser g ran g eó m etra, gran astrónom o,
gran político y, en fin, sobresalir en todas las ciencias. U na
vez aceptado este hecho, se concluirá, sin duda, que es la
duración dem asiado co rta de la vida hum ana la que fuerza a
los espíritus superiores a lim itarse a un solo g énero.
Hay que convenir, sin em bargo, en que existen talentos y
cualidades q u e no p o seen más q u e p o r exclusión de otros.
E ntre los hom bres, unos son sensibles a la pasión de la gloria
y no son susceptibles de ninguna o tra especie de pasión;
éstos pu ed en sobresalir en física, en ju risprudencia, en g e o ­
m etría y, en fin, en todas las ciencias d o n d e no se trata más
que de com parar ideas e n tre sí. | C ualquier o tra pasión no 107
haría más que distraerlos o precipitarlos en errores. Hay
otros hom bres susceptibles no solam ente de la pasión de la
gloria, sino tam bién d e u n a infinidad de otras pasiones; éstos
pueden hacerse célebres en los diversos g én ero s en los que
p ara ten er éxito se necesita em ocio n ar al público.
Tal es, p o r ejem p lo , el g é n e ro dram ático. P ero para ser
p in to r de las pasiones es necesario, com o ya lo he dicho,
haberlas sentido intensam ente: se ignora tan to el lenguaje de
las pasiones que no se han ex p erim en tad o com o los senti­
m ientos que éstas d esp iertan en n osotros. P or eso, en este
gén ero , la ignorancia p ro d u ce siem pre la m ediocridad. Si
F ontenelle tuviese q u e describ ir los caracteres de R hada­
m iste 52, de B ruto o d e Catilina, este gran ho m b re se hu­
biese m antenido en e ste g é n e ro p o r d e b a jo | de lo m ediocre. 108
U na vez establecidos esto s principios, concluyo q u e la pasión
de la gloria es com ún a to d o s los h om bres q u e se distinguen
en cualquier género, p u e sto que sólo ella, com o lo he p ro ­
bado, p u ed e hacernos so p o rta r la fatiga de pensar. P ero esta
pasión, según las circunstancias en las cuales nos coloque la
fortuna, p u ed e unirse en noso tro s con otras pasiones. Los
hom bres en los cuales se' p ro d u ce esta u nión jamás tendrán
grandes éxitos, si se dedican al estu d io de una ciencia com o,

52 Sobre R hadam iste ver n o ta 23 d e este Discurso IV.

531
p o r ejem p lo , la m oral, donde para ver bien es necesario ver
con un o jo aten to, p e ro indiferente: en este g én ero es la
indiferencia la que tiene en m ano la balanza de la justicia. En
los pleitos no son a las partes, sino al in d iferen te a quien se
tom a p o r juez. ¿Q ué h o m b re q u e sea capaz de sentir un
109 am or violento sabrá ¡ apreciar el crim en de la infidelidad
com o Fontenelle?: «En una época, decía este filósofo, en la
cual estaba m uy enam orado, mi am ante m e abandona y tom a
o tro am ante. M e en tero , m e pongo furioso, voy a su casa, la
agobio con reproches; m e escucha y m e dice riéndose: “ F on­
tenelle, cuando os tom é, era indiscutiblem ente placer lo que
buscaba; ahora en cu en tro m ás p lacer con o tro. ¿D ebería p re ­
ferir al m en o r placer? Sed ju sto y resp o n d e d m e ”. “ A fe mía,
dijo Fontenelle, tenéis razón; y si ya no soy vuestro am ante,
quiero al m enos seguir siendo vuestro am igo”». Sem ejante
respu esta suponía p oco am o r en Fontenelle. Las pasiones no
razonan tan rectam ente.
110 Se p u e d e n distinguir dos géneros | d iferentes de ciencias
y artes, de los cuales uno supone un alma exenta de toda
o tra pasión que la de la gloria y otro, p o r el contrario,
supone un alma susceptible de una infinidad de pasiones.
Llay, pues, talentos excluyentes. La ignorancia de esta verdad
es la fuen te de mil injusticias. Si se esp era de los hom bres
cualidades contradictorias, se les pide lo im posible: es com o
q u e re r que la piedra arrojada perm anezca suspendida en los
aires y no obedezca a la ley d e la gravedad.
Si un h om bre, p o r ejem plo, com o F ontenelle, contem pla
sin am argura la m aldad de los hom bres, si la considera com o
un efecto necesario del encad en am ien to universal, si se su­
bleva contra el crim en sin odiar al crim inal, entonces se
111 elogiará su m oderación y, al m ism o tiem po, se | lo acusará,
p o r ejem plo, de dem asiada tibieza en la am istad. N o se
com prende que esta m ism a ausencia de pasiones, a la cual
debe la m oderación q u e en él elogian, d eb e tam bién hacerlo
m enos sensible a los encantos de la am istad.
N ad a es más com ún que exigir de los h om bres cualidades
contradictorias. El am or ciego p o r la felicidad d espierta en
nosotros este deseo: se q uiere ser siem pre feliz y, p o r consi­
guien te, se desea que incluso los o b jeto s tom en, en cada
instante, la form a q u e nos fuera más agradable. C uando
se han visto diversas p erfecciones en diferen tes objetos, se
qu iere volver a encontrarlas reunidas en uno solo y gozar a

532
la vez de mil placeres. C o n este p ro p ó sito , incluso se p re ­
te n d e que la fruta tenga el resplandor del diam ante, el olor
de la rosa, el sabor del m elo co tó n y la frescura de la granada.
Es, pues, el am or ciego p o r | la felicidad, fuen te de antojos 112
ridículos, el que nos hace d esear en los hom bres cualidades
absolutam ente incom patibles. Para d e stru ir en nosotros este
g erm en de mil injusticias, conviene tratar este tem a algo
extensam ente. C onform e co n el fin q u e m e propongo, el
hecho de señalar tan to las cualidades absolutam ente exclu-
yentes com o las q u e se en cu en tran reunidas en el m ism o
hom bre dem asiado raram en te para te n e r d erech o a desearlas,
p u ed e hacer a los h om bres a la vez más esclarecidos e
indulgentes.
U n padre q u iere que su hijo reú n a a la vez grandes
talentos y la conducta más apacible. P ero, ¿os dais cuenta, le
dirá, que deseáis en v u estro hijo cualidades casi contradicto­
rias? Sabed que, si bien algún cúm ulo de circunstancias las ha | 11}
reunido alguna vez en el m ism o hom b re, eso o cu rre en muy
raras ocasiones; que los g ran d es talentos su ponen siem pre
grandes pasiones; q u e las grandes pasiones son el germ en de
mil desviaciones y que, p o r el contrario, lo q u e se llama
buena conducta es casi siem pre el e lecto de la ausencia de
pasiones y, p o r consiguiente, es p atrim o n io de la m ediocri­
dad. Son necesarias grandes pasiones para hacer algo grande
en un g én ero cualquiera. ¿P or qué tantos p eq u eñ o s C atón,
tan m aravillosos en su tem prana ju v en tu d , no son en su edad
avanzada más que espíritus m ediocres? ¿P or qué razón, en
fin, to d o está lleno de niños p ro m e te d o re s y hom bres n e­
cios? P orq u e en la m ayor p a rte de los gobiern o s, los ciudada­
nos no están enardecidos p o r pasiones fuertes. | D e acuerdo, 114
dirá el pad re, consiento en que mi hijo esté anim ado p o r
ellas. M e basta con p o d e r dirigir su actividad hacia ciertos
o b jeto s de estudio. P ero, le contestaría, ¿os dais cuenta hasta
qué p u n to vuestro deseo es azaroso? Es com o q u e re r que un
h om bre con buenos o jo s no perciba p recisam en te más que
los o b jeto s q u e vos le indiquéis. A ntes de form ar cualquier
plan de educación, d ebéis estar de acuerdo con vos m ism o y
saber lo que más deseáis en vuestro hijo, o bien grandes
talentos, o bien una conducta apacible. ¿Preferís la buena
conducta? Pensad q u e un carácter apasionado sería para
vuestro hijo un d o n funesto, sobre to d o en los pueblos
donde, p o r la constitución del g o b iern o , las pasiones no

533
siem pre están dirigidas hacia la virtud; silenciad, pues, en él,
115 si es posible, todos los g érm en es de las pasiones. P ero,|
¿será necesario, replicó el padre, renunciar al m ism o tiem po
a la esperanza de hacer de él un h o m b re de m érito? Sin
lugar a dudas. Si no podéis resignaros a ello, devolvedle las
pasiones; esforzaos p o r dirigirlas hacia cosas honradas: pero
esperad verlo ejecu tar grandes cosas y algunas veces com eter
las más grandes faltas. N ad a m ediocre hay en el hom bre
apasionado y es el azar lo que d eterm in a casi siem pre sus
prim eros pasos. Si los hom bres apasionados se ilustran en las
artes, si las ciencias conservan sob re ellos cierto dom inio y si
algunas veces tien en un co m p o rtam ien to sabio, no ocurre lo
m ism o con aquellos hom bres apasionados cuyo nacim iento,
carácter, dignidades y riquezas llam an a los prim eros puestos
116 de la sociedad. La buen a o mala conducta de éstos está ] casi
en teram en te som etida al im perio del azar: según las circuns­
tancias en las cuales éste los coloca y el m o m ento que marca
para su nacim iento, sus cualidades se transform an en vicios o
en virtudes. El azar hace de ellos, según su grado, unos A pio
o unos D ecio 53. En la tragedia de V oltaire, César dice:
S i no fuera el amo de los romanos, sería su vengador:
Si no juera César, hubiese sido Bruto.
Póngase, en el hijo del tonelero , espíritu, coraje, prudencia y
actividad; en tre los republicanos, donde el m érito m ilitar
abre la p u erta de las grandezas, haríais de él un Tem ístocles,
un M ario (62); en París no haréis de él más que un C artou­
che 54.
117 | Si un h o m b re audaz, con iniciativa y capaz de una
resolución desesperada nace en el m o m en to en que el Es­
tado, asolado p o r enem igos p oderosos, parece sin recursos; si
el éxito favorece sus em presas, es un sem idiós; en cualquier
otro m om ento, no es más que un furioso o un insensato.
Es a estos térm inos tan diferen tes a los que nos conducen
a m enudo las mismas pasiones. H e aquí el peligro al cual se
expone el padre cuyos hijos son susceptibles de estas pasio-
118 nes fuertes q u e tan a m en u d o cam bian la faz del m undo. |
Es, en este caso, la conveniencia de su espíritu y de su

53 R especto a Apio, quizá se refiere a Claudio Apio, dictador y censor en 312 a. C., jefe de
la oposición patricia intransigente; hizo construir la Vía Apia y el prim er acueducto.
54 V er las notas 33, 34 y 64 del Discurso III, sobre M ario, Cartouche y Temístocles.

534
carácter con el lugar que ocupan la q u e los hace com o son.
T odo d ep en d e de esta conveniencia. E n tre estos hom bres
ordinarios que p o r m edio de servicios im portantes no p u e ­
den hacerse útiles al u niverso, ni coronarse de gloria, ni
p re te n d e r a la estim a general, no hay ninguno que no hu­
biese sido útil a sus conciudadanos y no hubiese tenido
d erecho a su recon o cim ien to si se en co n trara en el p u esto
que le conviene. Es a e ste resp ecto que La Fontaine ha
dicho:

U n rey prudente y sabio


De sus menores súbditos sabe sacar algún provecho.

Supongam os, para d ar u n ejem plo, que está vacante un


lugar de confianza. H ay q u e n om brar a alguien. El pu esto
exige un hom bre seguro. El q u e se p resen ta tiene poco
espíritu; adem ás, es perezoso. N o im porta, dirá al que ha de
nom brarlo, | dadle el puesto. La b u ena conciencia es a m e- 119
nudo perezosa. La actividad, cuando no es el efecto del am or
p o r la gloria, es siem p re sospechosa; el bribón, siem pre
agitado p o r rem o rd im ien to s y tem o r, está sin cesar en ac­
ción. La vigilancia, dice R ousseau, es la virtud del vicio.
Se está a p u n to de ocupar un p u esto que exige asiduidad.
El que se p ro p o n e es huraño, aburrido, im p o rtu n o para la
cam aradería. T an to m ejo r; la asiduidad será la virtud de su
mal hum or.
N o m e e x ten d eré más sobre este tem a y concluiré de lo
que he dicho más arriba q u e un padre, al exigir de sus hijos
que reúnan los m ayores talentos con la conducta más apaci­
ble, piden que tengan d e n tro de sí el principio de los d es­
carríos de la conducta y que, no obstante, no se descarríen.
| N o m enos inju sto hacia los déspotas que el padre hacia 120
sus hijos es, en to d o O rie n te , un p u eb lo que exige de sus
sultanes tanto virtudes co m o m uchas luces. Sin em bargo,
¿qué dem anda hay más injusta?, ¿ignoráis, p o d ría decirse a
estos pueblos, q u e las luces son el p recio de m uchos estudios
y m editaciones? El estu d io y la m editación son penosos. Se
hacen, pues, todos los esfuerzos p ara sustraerse a ellos y
se cede a la pereza, si no se está anim ado p o r un m otivo lo
suficientem ente p o d e ro so p ara triunfar. ¿Cuál p u e d e ser este
m otivo? Sólo el d eseo d e gloria. P ero este deseo, com o lo he
pro bado en el tercer D iscurso, está él m ism o fundado sobre
el deseo de los placeres físicos que la gloria y la estim a

535
general procuran. A hora bien, si el sultán, en cualidad de
121 déspota, goza de todos los placeres que la | gloria p u ed e
p ro m e te r a los dem ás h om bres, ese sultán no tendrá e n to n ­
ces deseos; nada p u ed e e n cen d er en él el am or p o r la gloria;
no tiene, p o r tanto, m otivo suficiente para arriesgarse a las
molestias de los negocios y ex ponerse a esta fatiga de aten­
ción necesaria para esclarecerse. Exigir de él luces es q u erer
que los ríos suban hacia sus fuentes y p e d ir un efecto sin
causa. Toda la historia justifica esta verdad. O bsérvese la histo­
ria de la China. Se ven sucederse rápidam ente las revolucio­
nes unas después de otras. El gran h o m b re que accede al
tro n o tiene com o sucesores a príncipes nacidos en la p ú rp u ra
im perial quienes, al no te n e r los p o d ero so s m otivos de su
padre para ilustrarse, se quedan dorm idos sobre el trono; y,
desde la tercera generación, la m ayor p arte descienden de él,
122 sin te n e r que reprocharse | más crim en que el de la pereza.
N o relataré más que un ejem p lo (63). Li-t-ching, h o m b re de
o rig e n o scu ro , e m p u ñ a las arm as c o n tra el e m p e ra d o r
T-cong-ching, se p one a la cabeza de los d esco n ten to s, le­
vanta un ejército , cam ina sob re P ekín y la sorprende. La
em peratriz y las reinas se estrangulan; el em p erad o r apuñala
a su hija, se retira a un lugar apartado de su palacio y allí,
antes de su m u erte, escribe estas palabras sobre el faldón de
su toga: « H e reinado d u ran te dieciséis años; estoy d estro ­
nado y no veo en esta desgracia más que un castigo del cielo,
justam ente irritado co n tra mi indolencia. N o obstante, no
soy el único culpable; los grandes de mi co rte lo son todavía
123 más que yo; son ellos j los q ue, sustrayéndom e a los asuntos
del im perio, han cavado el abism o en el que caigo. ¿C on qué
cara m e atreveré a com p arecer ante mis antepasados? ¿Cóm o
sosten er sus reproches? ¡O h, vosotros, quienes m e reducís a
este estado horrible, tom ad mi cuerpo, despedazadlo, lo con­
siento; p e ro perd o n ad a m i p o b re pueblo: es inocente y ya lo
suficien tem en te desgraciado p o r h aberm e ten id o du ran te
tanto tiem po de am o». M iles de pasajes sem ejantes, esparci­
dos en todas las historias, p ru eb an que la m olicie m anda
sobre casi todos aquellos q u e nacen en posesión d e 'u n p o der
arbitrario. La atm ósfera alred ed o r de los tro n os despóticos y
de los soberanos que se sientan en ellos parece llena de un
vapor letárgico que invade todas las facultades de su alma.
124 P or eso, no se cuentan e n tre los | grandes reyes más que
aquellos que se abren paso al tro n o o que se han instruido

536
du ran te m ucho tiem po en la escuela de la desgracia. Las
luces no se deb en m ás q u e al interés que se tiene en adqui­
rirlas.
¿Por qué los p eq u eñ o s p o te n ta d o s son, en general, más
hábiles que los déspotas m ás poderosos? P o rq u e, p o r así
decir, tienen todavía su fo rtu n a p o r hacer; p o rq u e tien en que
resistir con m enos fuerzas a fuerzas superiores; p o rq u e viven
en el p e rp e tu o tem o r de verse despojados; p o rq u e su in te­
rés, más estrech am en te vinculado al in terés de sus súbditos,
debe esclarecerles respecto a las diversas partes de su legisla­
ción. P or eso, se ocupan, en general, infinitam ente más del
cuidado de form ar soldados, co n traer alianzas, p oblar y enri­
quecer sus provincias. P o r eso, se podrían, co nsecuente­
m ente con | lo que acabo d e decir, elaborar en los diversos 125
im perios del O rien te, m apas geográficos y políticos del m é­
rito de los príncipes. Su inteligencia, m edida según el criterio
de su p o d er, dism inuiría p ro p o rcio n alm en te a la extensión, a
la fuerza de su im perio, a la dificultad de p e n e tra r en él, en
fin, a la autoridad más o m enos absoluta que tuvieran sobre
sus súbditos, es decir, al in terés más o m enos aprem iante
que tuvieran en ser esclarecidos. Esta tabla, una vez que
estuviera calculada y com parada con la observación, daría
seguram ente resultados bastante justos: los sufíes y los m o­
goles, p o r ejem plo, estarían e n tre los príncipes más estú p i­
dos, po rq u e salvo en circunstancias singulares o p o r el azar
de una buena educación, ios más p o d ero so s en tre los hom ­
bres d eb en ser, en general, los m enos esclarecidos.
| Exigir q u e un d ésp o ta d e O rie n te se ocupe de la felicidad 126
de sus pueblos, q u e con u n a m ano fu erte y brazo seguro
lleve el tim ón del im perio, sería q u e re r levantar con el brazo
de G aním edes 5S la maza d e H ércules S6. Supongam os que
un indio haga, a este respecto, algunos rep ro ch es a su sultán:
¿D e qué te quejas?, le re sp o n d e ría éste. ¿H as p o d id o exigir
sin injusticia que fuese más esclarecido que tú m ism o sobre
tus prop io s intereses? C uando m e has revestido del p o d e r
suprem o, ¿podías acaso cre e r qu e, olvidando los placeres p o r
el pen o so h o n o r de h acerte feliz, mis sucesores y yo no
íbam os a gozar de las ventajas debidas a 1a om nipotencia?

55 G aním edes era un joven bellísim o al que, según la mitología, raptó Z eus, en form a de
águila, para hacerle co pero d e los dioses.
56 H ércules es, en la leyenda, el más fam oso de los héroes d e la mitología griega. Simboliza
la fuerza unida a la juventud.

537
T o d o hom bre se am a p re fe re n tem e n te a los dem ás; lo sabes.
Exigir que, sordo a la voz de mi pereza, al grito de mis
127 pasiones, los sacrifique a tus intereses, es q u ere r el | tras­
torn o de la naturaleza. ¿C óm o im aginar que, p u diendo todo,
jamás quiera o tra cosa que la justicia? El ho m bre apasionado
p o r la estim a pública, dirás tú, em plea de o tro m odo su
p oder; convengo en ello. P e ro ¿qué m e im porta a m í la
estim a pública y la gloria? ¿Acaso existe algún placer conce­
dido a las virtudes y negado al poder? P or otra parte, los
hom bres apasionados p o r la gloria son raros y no es ésta una
pasión que pasa a sus sucesores. H abía que haberlo previsto
y darse cuenta de que arm ándose del p o d e r arbitrario se
rom pía el nudo de una m utua d ep en d en cia que enlaza al
soberano con el súbdito y separaba mi in terés del suyo.
Im p ru d en te, p o r devolverm e el cetro del despotism o; co­
barde, p o r no atrev erte a arrancárm elo, sé castigado a la vez
128 p o r tu im prudencia y p o r tu cobardía. Sabe que si respiras es |
po rq u e te lo perm ito. A p rende que cada instante de tu vida
es un favor. Vil esclavo, naces y vives para mis placeres.
Encorvado bajo el peso de tu cadena, arrástrate a mis pies,
languidece en la m iseria. M uere. T e p ro h íb o incluso q u e­
jarte: éste es mi m e jo r placer.
Lo que digo de los sultanes p u ed e en p a rte aplicarse a sus
m inistros; sus luces están, en general, en p ro p o rció n con el
interés que tienen en poseerlas. En los países donde el grito
público p u ede destituirlos, necesitan de gran talento; lo ad­
quieren. En los pueblos d o n d e el público no tiene ni crédito
ni consideración, se entregan, p o r el contrario , a la pereza y
se co ntentan con la especie de m érito que hace fortuna en la
corte; m érito absolutam ente incom patible con los grandes
129 talentos, por la oposición q u e se en cu en tra | en tre el interés
de los cortesanos y el in terés general. O cu rre a este resp ecto
con los m inistros lo m ism o q u e con la g en te de letras. Es una
preten sió n ridicula ap u n tar a la vez a la gloria y a las p en sio ­
nes. A ntes de com poner, casi siem pre es necesario o p tar
entre la estim a pública y la de los cortesanos. C onviene saber
que, en la m ayor parte de las cortes y sobre todo en las de
O rien te, los hom bres están desde la niñez envueltos e inco­
m odados en los pañales del p reju icio y de una conveniencia
arbitraria; que la m ayor parte de los espíritus están b lo quea­
dos; que no p u ed en elevarse hasta lo grande; que todo
hom b re que nace y vive habitualm ente cerca de los tronos

538
despóticos no p u ed e, a este resp ecto , escapar al contagio
general y no tiene nunca m ás q u e ideas simplistas.
P o r eso, el v erd ad ero m é rito vive lejos de los palacios de
los reyes. Los h o m b res de m é rito no se acercan a ellos más
que | en los tiem pos desgraciados en que los príncipes están 130
obligados a llam arles. En cualq u ier o tro instante, sólo la
necesidad p o d ría atraerlos a la corte; y, en esta posición, hay
pocos que conserven la m ism a fuerza, la m ism a elevación de
alm a y de espíritu. La necesidad está dem asiado cerca del
crim en.
R esulta de lo que acabo de decir, q u e es exactam ente
pedir lo im posible el exigir grandes talentos a aquellos que
p o r su condición social y su posición, no p u e d e n estar ani­
m ados p o r pasiones fuertes. P ero ¡cuántas dem andas pareci­
das no se hacen todos los días! Se grita co n tra la corrupción
de las costum bres; es necesario, se dice, form ar hom bres
virtuosos; y se q u iere q u e los ciudadanos ardan de am or p o r
la patria y que vean a la vez en silencio las desgracias que
ocasiona una mala legislación. N o se | dan cu enta de que es 131
com o exigir de un avaro q u e no grite «al ladrón» cuando le
roban su tesoro. N o se dan cu en ta de q u e en ciertos países,
los que se llaman gen te sabia no pueden ser sino gente indife­
re n te al bien público y, p o r consiguiente, h om bres sin virtu­
des. Así, com o lo p ro b a ré en el capítulo siguiente, con una
injusticia sem ejante se p ide a los h om bres talentos y cualida­
des que costum bres contrarias hacen incom patibles.

C a p ít u l o X V

De la injusticia del público a este respecto

| Se exige que un jinete, acostum brado a dirigir la p u n ta 132


de su pie hacia la m o n tu ra d e su caballo, esté tan bien hecho
com o un bailarín de la O p era; se p re te n d e que un filósofo,
únicam ente ocupado en ideas im p o rtan tes y generales, es­
criba com o una m u je r del g ran m undo o incluso que sea
su p erio r a ella en un g é n ero com o, p o r ejem p lo , el g énero
epistolar, d o n d e p ara escribir bien hay q u e d ecir naderías

539
de una m anera agradable. N o se es consciente de que tal cosa
equivale a p ed ir la reu n ió n de talentos casi excluyentes; que
1 33 no hay m u jer de espíritu, com o la experiencia lo p rueba, |
que no tenga a este resp ecto una gran superioridad sobre los
más célebres filósofos.
Con la misma injusticia se exige q u e un hom bre que
jamás ha leído ni estudiado y que ha pasado trein ta años de
su vida en la disipación, llegue a ser de re p e n te capaz de es­
tudio y de m editación. C onvendría, no obstante, saber que
es a la costum bre d e m editación a la que se d ebe la capacidad
de m editar; que esta m ism a capacidad se p ierde cuando se
deja de em plear. En efecto, si un h o m b re, aunque esté
acostum brado al trabajo y la reflexión, se e n cu en tra de re ­
p en te encargado de una p arte dem asiado grande de la adm i­
nistración, mil o b jeto s diferen tes desfilarán rápidam ente ante
él: si sólo p u ed e ech ar un vistazo superficial sobre cada
asunto, es necesario p o r esta razón que al cabo de cierto
13 4 tiem po este hom b re llegue a ser | incapaz de una atención
prolongada e intensa. P o r eso nadie tiene derecho a exigir de
los altos cargos adm inistrativos sem ejante atención. N o le
corresp o n d e a él p e n e tra r hasta los p rim ero s principios de la
moral y la política; d escubrir, p o r ejem p lo , hasta qué pu n to
el lujo es útil; qué cam bios in troducirá este lujo en las
costum bres y los Estados; qué tipo de com ercio conviene
fom entar más; p o r qué leyes se p uede, en la m isma nación,
conciliar el espíritu del com ercio con el espíritu m ilitar y
hacerla a la vez rica en el in terio r y tem ible en el exterior.
Para resolver sem ejantes problem as se necesita tiem po libre
y hábito de m editar. A h o ra bien, ¿cóm o pensar m ucho
cuando es necesario actuar? N o se d eb e, pues, exigir al alto
135 funcionario este espíritu de invención que supone grandes |
m editaciones. Lo que se tiene d erech o a exigir de él es un
espíritu justo, vivo, p e n e tra n te y que, en las m aterias deb ati­
das p o r los políticos y los filósofos, sea afectado p o r lo
verdadero, lo capte con fuerza y sea lo suficientem ente fértil
en recursos p ara llevar hasta la ejecución los proyectos que
adopta. P or esta razón d eb e u n ir a este g é n e ro de espíritu un
carácter firm e y una constancia a toda prueba. El p u eblo no
siem pre agradece suficientem ente los beneficios que recibe
de los encargados de la adm inistración. Ingrato por ignoran­
cia, desconoce el coraje necesario para hacer el bien y triu n ­
far sob re los obstáculos q u e el in terés personal (64) po n e a la

540
felicidad general. P o r eso, el co raje esclarecido p o r la p ro b i­
dad | es el principal m érito de los cargos adm inistrativos. Es 136
inútil jactarse de en c o n tra r en ellos cierta profundidad de
conocim iento; no se p u e d e n te n e r conocim ientos profundos
más que en las m aterias sobre las cuales han m ed itado antes
de llegar a los grandes em pleos; ahora bien, estas m aterias
son necesariam ente pocas. Q u e se o bserve, para convencerse
de ello, la vida de aquellos que se destinan a los ¡ altos 137
cargos. Salen a los dieciséis o diecisiete años del colegio,
apren d en a m o n tar a caballo, a hacer sus ejercicios: pasan
dos o tres años tanto en las academ ias com o en las escuelas
de D erecho. U na vez te rm in ad o el D erech o , com pran un
cargo. Para ocupar este cargo, no es necesario instruirse
acerca del d erech o natural, del d erech o de g en te, del d e re ­
cho público, sino consagrar to d o | su tiem p o al exam en de 138
algunos pro ced im ien to s particulares. Pasan de ahí al go b iern o
de alguna provincia d o n d e, sobrecargados p o r el detalle coti­
diano y cansados p o r las audiencias, no tien en tiem po para
m editar. A scienden luego a p u esto s superiores y no en cu en ­
tran en sí, en fin, después de trein ta años de ejercicio, más
que el m ism o fondo de ideas q u e tenían a los veinte o
veintidós años. Sobre lo cual observaré q u e los viajes a las
naciones vecinas, q u e p e rm ite n com parar las diferencias en la
form a del g obierno, en la legislación, el genio, el com ercio y
las costum bres de los pueb lo s, serían tal vez más apropiados
para form ar hom bres de E stado que la educación actual que
se les da. T erm in aré este capítulo con el artículo de los
hombres de genio, p o rq u e es princip alm en te a ellos | a quienes 139
exigen talentos y cualidades excluyentes.
D os causas igualm ente p o te n te s nos llevan a esta injusti­
cia: una, com o lo he dicho más arriba, es el am or ciego por
nuestra felicidad; la o tra es la envidia.
¿Q uién no ha co n d en ad o en el cardenal R ichelieu ese
am or excesivo de gloria q u e lo hacía ávido de toda clase de
éxito? ¿Q uién n o se ha b u rlad o del ard o r con el cual, si se
cree a D u m arier (65), deseaba su canonización y de la orden
dada, en consecuencia, a sus confesores de p ublicar p o r todas
partes q u e jamás había pecad o m ortalm ente? En fin, ¿quién
no ha reído al e n terarse d e que, en ese m ism o instante,
apasionado p o r el d eseo de sobresalir | tanto en poesía 1 40
com o en política, este cardenal hiciera p e d ir a C orneille que
le cediera El Cid? N o obstante, a este am or a la gloria tantas

541
veces co n d enado debía sus g ran d es talentos para la adm inis­
tración. Si desde ento n ces no se ha visto a ningún m inistro
p re te n d e r a tantas clases de gloria es p o rq u e todavía no te­
nem os más q u e un solo cardenal R ichelieu. Q u e re r concentrar
en un solo d eseo la acción d e pasiones fu ertes e im aginarse
que un h o m b re p ro fu n d a m e n te apasionado p o r la gloria se
co n ten te con una sola especie d e éxito, cuando cree p o d e r
o bten erla en m uchos g én ero s, es q u e re r que una tierra exce­
lente no produzca m ás q u e una sola especie de fruto. C ual­
quiera que am e la gloria con fuerza, siente in te rio rm e n te que
el éxito de los p ro y ecto s políticos d e p e n d e algunas veces del
141 azar y a m en u d o de la in ep titu d de | aquellos con los cuales
trata; quiere ento n ces una gloria más personal. A hora bien,
sin una altivez ridicula y estú p id a no p u ed e d esd eñ ar la gloria
de las letras, a la cual han aspirado los más g randes príncipes
y los más grandes h éroes. La m ayor p a rte d e ellos, sin
contentarse con inm ortalizarse p o r sus acciones, han q u erid o
tam bién inm ortalizarse p o r sus escritos y, al m enos, d e jar a
la posterid ad p re c e p to s so b re la ciencia m ilitar o política
en la cual han sobresalido. ¿C óm o no h aberlo querido? Estos
grandes hom bres amaban la gloria; y no se es ávido, sin desear
com unicar a los hom bres ideas que deben hacernos todavía más
estim ables a sus ojos. ¡Cuántas p ru eb as de esta verdad espar­
cidas en todas las historias! Son los Jenofonte, A lejandro, Aníbal,
142 H an n ó n , los Escipión, C ésar, C icerón, A ugusto, | T rajano,
los A ntonino, C o nm en o , Isabel, C arlos V, R ichelieu, M onte-
cucculi, D ugay-T rouin, el conde de Sajonia, quienes, p o r sus
escritos, q u ieren esclarecer al m u n d o som breando sus cabe­
zas con diferen tes especies de laureles 57. Si actualm ente no
se concibe cóm o h o m b res encargados de la adm inistración
del m u n d o en co ntrab an aun tiem p o para pensar y escribir,
resp o n d eré que era p o sib le p o rq u e los negocios son cortos
cuando no se p ie rd e uno en los detalles y los capta p o r sus
verdaderos principios. Si bien no todos los grandes hom bres
han escrito obras, tod o s al m en o s han p ro teg id o al h om bre
ilustre en las letras y to d o s han ten id o necesariam ente que

57 C onm eno es una dinastía q u e rein ó en el Im perio bizantino de 1075 a 1185. Com-
prende seis soberanos: Isaac, A lejo I, Juan II, M anuel I, A lejo II, A ndrónico I.
M ontecuccoli fue un mariscal italiano, autor de varios tratados sobre el arte militar, com o
el Tratado de la Guerra (1642), A rte M ilita r (1653), De la Guerra con el Turco en Hungría
(1670). D ugay-Trouin (1673-1736) fu e un corsario y capitán francés. T ras su victoria en 1697,
con un escuadrón d e cinco naves corsarias, sobre tres naves de gu erra holandesas que escolta­
ban a 10 naves de comercio, Luis X IV lo hizo capitán de la m arina real. Escribió sus Memorias.

542
pro teg erlo , p o rq u e , enam o rad o s de la gloria, sabían que son
los grandes escrito res q u ien es la dan. P o r eso, Carlos V había
fundado academ ias antes de R ichelieu; | p o r eso se ha visto 143
al fiero A tila reu n ir él m ism o a su lado a sabios de todas las
artes; al califa H a rú n A l-Rasid 58 co m p o n e r su co rte de sa­
bios y a T am erlán estab lecer la academ ia de Samarcanda.
¡Q ué acogida hacía al m érito Trajano! B ajo su rein o estaba
p erm itid o decir todo, pen sar to d o y escribir to d o , p o rq u e los
escritores, so rp ren d id o s p o r el resplandor de sus virtudes y
sus talentos, no podían ser más que sus panegiristas. M uy
diferentes en esto fu ero n los N e ró n , Calígula, D om iciano,
que, p o r la razón contraria, im ponían silencio a la g ente
esclarecida, la cual en sus escritos no habrían transm itido a la
posterid ad más q u e la vergüenza y los crím enes de estos
tiranos.
H e p u e sto de relieve, en los ejem plos de más arriba, que
el m ism o d eseo de g loria al q u e los grandes h om bres | deb en 144
su superioridad p u ed e, en m ateria de espíritu, hacerles a
veces aspirar a la m on arq u ía universal. Sería p osible, sin
duda, unir más m odestia a los talentos: estas cualidades no
son exclusivas p o r naturaleza; p ero lo son en algunos
hom bres. H ay g en te a quien es no se les p o d ría arrancar esta
orgullosa opinión d e ellos m ism os sin ahogar el g erm en de
su espíritu. Es un defecto , y la envidia se aprovecha de él
para desprestigiar al m érito. Se com place en d esm enuzar a
los hom bres, segura de en co n trarles siem pre algún lado des­
favorable bajo el cual se los p u ed a p re se n ta r al público. Se
olvida con bastante frecuencia q u e o cu rre con los h om bres lo
m ism o que con sus obras; hay que juzgarles globalm ente; se
olvida que no hay nada p erfecto sobre la tierra y q ue en cada
h o m b re, si se designara con cintas | d e colores d iferentes las 145
virtudes y los defectos de su espíritu y de su carácter, no se
encontraría ninguno q u e no estu v iera abigarrado con estos
dos colores. Los grandes h o m b res son com o las minas ricas
do n d e, no obstante, el oro se en cu en tra m ezclado con el
p lom o. Sería necesario, p u es, q u e el envidioso se dijera
algunas veces a sí m ismo: si m e fuera posible envilecer este
oro a los ojos del público, ¿qué caso harían de mí que no
soy más que una m ina d e plom o? P ero el envidioso será
siem pre sordo a sem ejantes consejos. H ábil en captar los

58 Sobre H arún-al-Rashid ver n o ta 69 del Discurso III.

543
m en o res defectos d e los h om bres de gen io , ¡cuántas veces
los ha acusado de no ser en sus m aneras tan agradables com o
los hom bres del gran m undo! N o q uiere reco rdar, com o he
dicho antes, que sem ejante a esos anim ales que se retiran a
116 los desiertos | la m ayor p arte de la g en te de genio vive en el
aislam iento y que es en el silencio de la soledad cuando las
verdades se revelan a sus ojos. A hora bien, to d o h om bre
cuyo g én ero de vida le arro ja a un particular encadenam iento
de circunstancias, y q u e contem pla los o b jeto s bajo una faz
nueva, no p u ede ten er en el espíritu ni las cualidades, ni los
defectos com unes a los h o m b res ordinarios. ¿P or qué ei
francés se parece m ás al francés que al alem án y m ucho más
al alem án que al chino? P o rq u e estas dos naciones 59, p o r la
educación que se les da y el p arecido de los ob jeto s que se
les presen ta, tienen e n tre ellas infinitam ente más relación de
la que tienen con los chinos. Som os únicam ente lo que nos
hacen los o b jeto s que nos rodean. Q u e re r que un hom bre
147 que ve otros o b je to s y | lleva una vida d iferen te de la mía
tenga las mismas ideas q u e yo, es exigir contradicciones, es
ped ir que un palo n o tenga dos extrem os.
¡Cuántas injusticias de esta especie no se com eten contra
los h om bres de genio! ¿C uántas veces no se los ha acusado
de necedad, al m ism o tiem po q u e dem ostraban la más alta
sabiduría? N o es que la g en te de genio, com o lo dice A ristó­
teles, no tenga a m en u d o algo de locura. Son, p o r ejem plo,
propensos a con ced er dem asiada im portancia ( 6 6 ) al arte que
148 cultivan. | P or otra parte, las grandes pasiones, que supone el
genio, p u ed en algunas veces extraviarlos en su conducta;
pero este g erm en d e sus erro res lo es tam bién de sus luces.
Los hom bres fríos, sin pasiones ni talentos, no caen en los
descarríos del ho m b re apasionado. P ero no hay que imagi-
149 nar, aunque su vanidad q uiera p ersu ad irn o s | de ello, que
antes de tom ar una decisión calculan, con las fichas en la
m ano, las ventajas y los inconvenientes. Para tal cosa, sería
necesario que los h om bres no estuvieran determ inados en su
conducta más que p o r la reflexión; y la experiencia nos
enseña que lo están siem pre p o r el sen tim ien to y que, a este
respecto, la g en te fría son hom bres. Para convencerse de
ello, supóngase que uno de estos h om bres sea m o rdido por

S9 A quí, «nación» debe entenderse como «pueblo», algo así com o «sociedad civil». P or ello
puede hablarse de la educación que «on leur donne»: es el Estado ahora diferenciado de la
nación, el que determ ina el m odo de ser de ésta.

544
un p erro rabioso. Le m an d an al m ar y le suben a una barca
que deb e ser hundida. Le dicen que no corre ningún riesgo,
que está seguro, q u e d eb e saber que, en este caso, el m iedo
es totalm ente irrazonable. H u n d e n la barca. La reflexión ya
no actúa sobre él; el sen tim ien to del te m o r se ap odera de su
alma y es a este te m o r ridículo a lo que d eb e su curación.
P o r consiguiente, la reflexión está tan to en la g en te fría
com o en los dem ás | h om bres, som etid a al sen tim iento. Si la 150
gente fría no es p ro p en sa a descarríos tan frecuentes com o el
h o m b re apasionado, es p o rq u e tiene en ella m enos principios
de m ovim iento; en efecto, sólo a la debilidad de sus pasiones
debe su sabiduría. Sin em bargo, ¡qué alta estim a tienen de sí
mismos! ¡Q ué resp eto creen inspirar en el público, el cual no
los d eja gozar en su c írc u lo . social del título de hom bres
sensatos y no los cita com o locos p o r el m ero hecho d e que
jamás los m enciona! ¿C óm o p u e d e n sin vergüenza pasar así
su vida al acecho de las ridiculeces de los dem ás? Si descu­
bren ridiculeces en el h o m b re de genio, o si este hom bre
com ete la falta más ligera com o, p o r ejem p lo , considerar
dem asiado valiosos los favores de una m u jer, ¡qué triunfo
para ellos! Se oto rg an el | d erech o de d espreciarle. Sin em - 151
bargo, si en los bosques, las soledades y los peligros, el tem o r
ha exagerado a m en u d o la grandeza del riesgo, ¿por qué el
am or no ha de exagerar los placeres com o el tem o r exagera
los peligros? ¿Ignora acaso q u e sólo u n o m ism o es el justo
apreciador de su placer; q u e al estar anim ados los hom bres
p o r pasiones d iferentes, los m ism os o b jeto s no p u e d en con­
servar el m ism o valor a o jo s d iferentes; que sólo el senti­
m iento p u ede juzgar el sen tim ien to ; y que q u e re r citarlo al
tribunal de una razón fría es re u n ir la asam blea del im perio
para conocer casos d e conciencia? D eb erían darse cuenta de
que antes de juzgar las acciones de los h o m b res de genio es
necesario al m enos sab er cuáles son los m otivos que los
determ in an , es decir, | la fuerza p o r la cual están arrastrados. 152
A hora bien, para este o b je to es im prescindible conocer tanto
la poten cia de las pasiones com o el grado de coraje necesario
p ara resistirlas.
P ero to d o h o m b re q u e se d etien e en este exam en p ro n to
se da cu enta de que sólo las pasiones p u ed en com batir con­
tra las pasiones y de que la g en te razonable q ue se dice
vencedo ra de ellas da a g ustos m uy débiles el n om bre de
pasiones para otorg arse así los hon o res del triunfo. D e hecho

545
no resisten en absoluto a las pasiones, sino q u e escapan a
ellas. La sabiduría n o es en ellos efecto d e la luz, sino una
indiferencia com parable a los desiertos igualm ente estériles
en placeres com o en penas. P or eso no son felices. La ausen­
cia de desgracia es la única felicidad de la que gozan; y la
clase de razón que los guía so b re el m ar de la vida hum ana
153 no | les hace evitar los escollos m ás que apartándolos sin cesar
de la isla afortunada del placer. El cielo sólo arm a a los
hom bres fríos de un escudo p ara resistir y no de una espada
para conquistar.
Q u e la razón nos dirija en las acciones im portantes de la
vida: lo adm ito; p ero q u e se ab an d o n en al m enos los detalles
a los propios gustos y pasiones. Q uien consultara la razón
para todo estaría sin cesar ocupado en calcular lo que debe
hacer y no haría jamás nada; tendría siem pre bajo sus ojos la
posibilidad de todas las desgracias que lo rodean. La pena y
la m olestia cotidiana de sem ejan te cálculo serían tal vez más
tem ibles que los m ales a los cuales p u e d e sustraernos 60.
P or lo dem ás, p o r m uchos rep ro ch es que se haga a la
gente de espíritu, p o r m uy cuidadoso q u e sea el deseo de
degradar a la g en te d e genio y el esfuerzo p o r descu b rir en
154 ellos | defectos personales y poco im portantes que pudieran
em pañar el resp lan d o r de su gloria, éstos d eb en ser insensi­
bles a sem ejantes ataques y c o m p re n d e r q u e a m enudo son
las tram pas que les tien d e la envidia, para alejarlos del estu ­
dio. ¿Q ué im porta q u e se consideren com o un crim en sus
inatenciones? D eb en saber que la m ayor p arte de estas p e ­
queñas atenciones tan recom endadas han sido inventadas p o r
ociosos, para ocupar su ab u rrim ien to y su ociosidad; que no
hay h o m b re dotado de una atención suficiente para ilustrarse
en las ciencias y las artes, si la divide en una infinidad de
pequeñas atenciones particulares; que, p o r o tra parte, al no
pro p o rcio n ar esta cortesía, a la cual se da el n o m bre de
atención 61, ninguna ventaja a las naciones, es de interés

60 Sorprende que un discurso tan radicalm ente racionalista y mecanicista como el de


.H elvétius, que llega a reducir el genio o cualquier pasión o sentim iento, a simple efecto de un
orden casual, lleve a decir que dejem os un poco de lado la razón. El, que con H obbes ha
reducido la razón a cálculo y q u e incluso ha descrito la «razón» del juego d e las pasiones como
cálculo espontáneo, oculto, subconsciente, cara a la maximización d e placer, ahora nos viene a
decir que dejem os q u e ese cálculo se realice ciegam ente, espontáneam ente, en vez de introdu­
cir la frialdad a la razón. A quí, H elvétius anticipa a N ietzsche y, sobre todo, al romanticismo.
61 H elvétius juega con el térm ino «attention». P o r un lado es «atención» en el sentido de
observación sostenida, de constancia y fijeza en la reflexión: es la atención necesaria al hom bre
sabio; p o r otro lado, «atención» se usa en el sentido d e «hom bre atento», es decir, cumplido,
que practica las reglas d e urbanidad, que practica con rigor el ritual social, la cortesía.

546
público que un sabio haga un d escu b rim ien to | más y cin- 155
cu enta visitas m enos. N o p u e d o d e ja r de relatar sobre este
tem a un hecho b astante gracioso o cu rrid o , según se dice, en
París. U n h o m b re d e letras tenía com o vecino a u n o de estos
ociosos tan in o p o rtu n o s en la sociedad, quien , ab urrido de sí
m ism o, sube un día a la casa d el h o m b re de letras. Este lo
recibe m aravillosam ente, se a b u rre con él de la m anera más
hum ana, hasta el m o m en to en q u e, cansado de b ostezar en el
m ism o lugar, nuestro ocioso va a o tro lado a pasear su abu­
rrim ien to . Se va, el h o m b re de letras vuelve al trabajo, se
olvida del aburrido. A lgunos días después es acusado de no
haber d ev u elto la visita q u e había recibido; es tachado de
m aleducado. Se e n te ra y va a su vez a casa del aburrido:
«Señor, le dice, he ten id o noticias de q u e os quejáis de mí;
no o b stan te, | lo sabéis, es el ab u rrim ien to de vos m ism o el 1 56
que os ha conducido a mi casa. O s he recibido lo m e jo r que
he p o d id o , yo q u e no m e aburría; sois, pues, vos quien m e
d eb e algo a mí y soy yo a q u ien se tacha de m ala educación.
Sed vos m ism o juez de mi co m p o rtam ien to y considerad si
debéis p o n e r fin a q uejas q u e no p ru eb an o tra cosa sino que
no teng o , al contrario q u e vos, necesidad de visitas, la inhu­
m anidad de ab u rrir a mi p ró jim o y la injusticia de m u rm u rar
acerca de él después d e h ab erlo aburrido». ¡C uánta g e n te a
la que pued e aplicarse la m ism a respuesta! ¡C uántos ociosos
exigen, en los hom bres de m érito , atenciones y talentos
incom patibles con sus ocupaciones y se so rp re n d e n p id ién d o ­
les contradicciones!
U n hom bre ha pasado su vida en los negocios; los nego­
cios de los q u e se ha ¡ ocu p ad o lo han vuelto circunspecto. Si 157
este h o m b re asiste a la alta sociedad, se p re te n d e que tenga
una actitud de libertad q u e el co n streñ im ien to de su condi­
ción social le ha hecho p erd er. O tro h o m b re tiene un carác­
te r abierto; nos ha agradado p o r su franqueza, se le exige
que, cam biando de g o lp e d e carácter, llegue a ser circuns­
pecto en el m o m en to p reciso en q u e se lo desea. Se quiere
siem pre lo im posible. H ay, sin duda, una sal n eu tra que
am algam a algunas veces, al m en o s en los ho m b res, todas las
cualidades q u e no son ab so lu tam en te contradictorias. Sé que
un cúm ulo singular de circunstancias p u ed e doblegarnos a
costum bres opuestas, p e ro es un m ilagro y no se d ebe contar
con milagros. En general, se p u e d e asegurar q u e to d o se
relaciona en el carácter d e los hom bres; q u e las cualidades

547
158 están enlazadas a los defectos | y q u e incluso hay algunos
vicios del espíritu vinculados a ciertas condiciones socia­
les. Si un h o m b re ocupa un p u esto im portante; si tiene
diariam ente cien negocios q u e juzgar, si sus juicios son sin
apelación, si jamás es contradicho, es necesario que al cabo
de cierto tiem po el orgullo p e n e tre en su alm a y que tenga la
más grande confianza en sus luces. N o ocu rrirá lo m ism o a
un ho m b re cuyas o piniones sean debatidas p o r sus iguales y
contradichas en u n consejo, o bien a un sabio que, ha­
b ié n d o se eq u iv o cad o so b re m aterias q u e ha exam inado
seriam ente, habrá adq u irid o el hábito de la suspensión de
159 espíritu (67), suspensión q ue, | fundada sobre una desconfian­
za saludable en nuestras luces, p en etra hasta esas verdades
ocultas que el vistazo superficial del orgullo raram ente p e r­
cibe. Parece q u e el conocim iento de la verdad sea el precio
de esta sabia desconfianza en sí m ismo. El h o m b re que se
resiste a la duda es p ro p e n so a mil errores: él m ism o ha
p u esto el lím ite de su espíritu. Se p reg u n tab a un día a uno
de los hom bres más sabios de P ersia cóm o había adquirido
tantos conocim ientos. « P reguntando sin pena, respondió, lo
que no sabía.» In terro g an d o un día a un filósofo, dice el
p o eta Saadí, le urgía para q u e m e d ijera de quién había
160 aprendido tanto: D e ciegos, m e respondió, | que no levantan el
pie sin haber antes sondeado con su bastón el terreno sobre el cual
van a apoyarlo.
Lo que he dicho so b re las cualidades exclusivas bien p o r
su naturaleza o bien p o r costum bres contrarias, basta para mi
propósito. Se trata ahora de m ostrar cuál p u ed e ser la utili­
dad de este conocim iento. La principal es que cada uno
apren d e a sacar el m e jo r p artid o posible de su espíritu: ésta
es la cuestión que tra ta ré e n el capítulo siguiente.

C a p ít u l o X V I

Método para descubrir el género de estudio más apropiado

161 | Para con o cer el talen to p ro p io es necesario exam inar


qué especie de o b je to s el azar y la educación han grabado en

548
nuestra m em oria y qué g rad o de pasión se tiene p o r la
gloria. T en ien d o en cuenta esta doble com binación, se p u ed e
d eterm in ar el g én ero d e estudio al cual uno debe dedicarse.
N o hay hom bre en te ra m e n te desprovisto de conocim ientos.
Según se tengan en la m em oria más hechos físicos que de
historia, más im ágenes q u e sentim ientos, se ten drá más o
m enos aptitud para la física, | la política o la poesía. ¿U n 162
hom bre se dedica a este últim o arte? P odrá llegar a ser tanto
m ejo r p in to r en un g é n e ro cuando m ejo r provisto esté el
alm acén de su m em oria d e los o b jeto s que en tran en la
com posición de cierta especie de descripciones. U n p o eta
nace en los ásperos climas del n o rte q u e atraviesan con
veloz vuelo 62 los negros huracanes; su ojo no goza de valles
risueños; no conoce m ás q u e el e te rn o invierno que, con los
cabellos blanqueados p o r las escarchas, reina sobre áridos
desiertos; los ecos no le re p ite n más q u e los aullidos de los
osos; no ve más que nieves, hielos am ontonados y pinos tan
viejos com o la tierra, que cu b ren con sus ram as m uertas los
lagos que bañan sus raíces. O tro p o eta nace, p o r el contrario,
bajo el clima afortunado de Italia; el aire es | p u ro, la tierra 163
está cubierta de ñ o res, los céfiros agitan d ulcem ente con su
soplo la cima de bosques fragantes; ve los riachuelos, platea­
dos p o r mil m eandros, q u e in terru m p en el verde dem asiado
uniform e de las praderas; ve a la naturaleza y a las artes
unirse para decorar las ciudades y los cam pos. T o d o parece
hecho para el placer de los o jo s y la em briaguez de los
sentidos. ¿Acaso se p u e d e d u d ar de que, de estos dos poetas,
el últim o pinte cuadros más agradables y el p rim ero cuadros
más trem en d o s y más espantosos? Sin em bargo, ni el uno ni
el o tro p oeta com po n d rán tales cuadros si no están anim ados
de una pasión fu erte p o r la gloria.
Los o b jeto s que el azar y la educación graban en nuestra
m em oria son, en verdad, la m ateria prim a del espíritu; p e ro
esta m ateria q u eda m u e rta y sin acción hasta el m o m en to en
que | las pasiones la p o n e n en ferm entación. Es entonces 164
cuando p ro d u ce una com posición nueva de ideas, de im áge­
nes o de sentim ientos, a los cuales se da el n o m b re de genio,
de espíritu o de talento.
D espués de h aber reconocido cuántos y q u é tipos de
objetos se han d epositado en el alm acén de la m em oria,

62 En el original, «d’une aile rapide».

549
antes de decidirnos p o r ningún g én ero de estudio hem os de
constatar hasta qué grad o som os sensibles a la gloria. Som os
prop en so s a errar sobre e ste p u n to y dam os de bu en grado
el n o m b re de pasiones a sim ples gustos; sin em bargo, com o
ya lo he dicho, nada es más fácil de distinguir. Estam os
apasionados cuando estam os anim ados p o r un solo deseo y
cuando todos nuestros pensam ientos y nuestras acciones es­
tán subordinados a este deseo. T en em o s solam ente gustos
165 cuando | n uestra alma está dividida e n tre una infinidad de
deseos más o m enos iguales. C uanto más n um erosos son
estos deseos, más m o derados son n uestros gustos; p o r el
contrario, cuanto m enos variados son los deseos, más se
aproxim an a la unidad, y más im petuosos y p ropensos a
transform arse en pasiones son n uestros gustos. Es, pues, la
unidad o, al m enos, la preem in en cia de un deseo sobre los
dem ás, la que identifica la pasión. U n a vez constatada la
pasión hay que cono cer su fuerza y, para ello, exam inar los
grados de entusiasm o que ten em o s p o r los grandes hom bres.
En la tem p ran a juventud, ésta es una m edida bastante exacta
de n u estro am or p o r la gloria. D igo en la tem prana juventud,
p o rq u e entonces, al ser más susceptibles de pasiones, nos
entregam os de m e jo r grado a su entusiasm o. P or otra parte,
no tenem os todavía m otivos para envilecer el m érito y los
166 talentos; j p odem os te n e r la esperanza de que un día se
estim e en n osotros lo q u e se estim a en los dem ás. N o ocurre
lo m ism o con los adultos. C u alquiera q u e alcance una cierta
edad sin te n e r ningún m érito, hará siem pre alarde de d esp re ­
cio p o r los talentos para consolarse de no ten er ninguno.
Para ser juez del m érito, se ha de juzgarlo sin interés y, p o r
consiguiente, no h ab er ex p erim en tad o todavía el sentim iento
de envidia. Se es poco susceptible de ella en la tem prana
juventud: p o r eso, la g en te joven ve a los grandes hom bres
más o m enos con el m ism o ojo con el que los verá la pos­
teridad. P or eso es necesario, en general, ren u n ciar a la
estim a de los hom bres de la m ism a edad y esp erar sólo la de
la g en te joven. Por el elogio de éstos pod em o s apreciar más
o m enos n u estro p ro p io m érito; y p o r el elogio que hacen de
los grandes hom bres, se p u ed e apreciar el de ellos mismos.
167 P uesto que | no se estim a nunca en los dem ás más que las
ideas análogas a las propias, el re sp e to que se tien e p o r el
espíritu es siem pre p ro p o rcio n ad o al espíritu que se tiene.
N o celebram os a los g randes hom bres más que cuando esta-

550
m os hechos para serlo. ¿P o r qué César lloraba d eten ién d o se
ante el busto de A lejandro? Porque era César. ¿Por qué ya no
se llora ante este m ism o busto? P o rq u e ya no hay Césares.
Se p u ed e, pues, según el grado de estim a o to rgado a los
grandes h om bres, m ed ir el grado de pasión que se tien e p o r
la gloria y decidir, en consecuencia, en cuanto a la elección
de los estudios. La elección es siem pre b u en a cuando, en
cualquier g én ero , la fuerza de las pasiones está en p ro p o r­
ción a la dificultad de te n e r éxito en él. A h o ra bien, es tanto
más difícil te n e r éxito en un g én ero , cuanto más hom bres se
han dedicado a este | g é n e ro y lo han perfeccionado. N ad a 168
más audaz q u e e n tra r en la carrera en la que se han ilustrado
los C orneille, los R acine, los V oltaire y los C rébillon 63. Para
distinguirse en ella, hay q u e ser capaz de los más grandes
esfuerzos de espíritu y, p o r consiguiente, estar anim ado de la
más fu erte pasión p o r la gloria. Q u ien no es susceptible de
este ex trem o grado d e pasión no d eb e concursar contra
sem ejantes rivales, sino d edicarse a g én ero s de estudio en los
cuales sea más fácil te n e r éxito. H ay g én ero s de esta especie:
en física, p o r ejem p lo , hay te rre n o s incultos y m aterias sobre
las cuales los g randes genios, ocupados al p rincipio en o b je ­
tos más interesantes, no han echado más que un vistazo
superficial. En este g é n e ro y en tod o s los sem ejantes, los
descubrim ientos y los éxitos | están al alcance de casi todos 169
los espíritus; y son los únicos a los cuales p u ed an p re te n d e r
las pasiones débiles. Q u ie n no está ebrio de am or p o r la
gloria, d eb e buscarla en los sen d ero s poco frecuentados y
evitar las rutas recorridas p o r la g en te esclarecida. Su m érito,
al ser com parados con el de estos grandes hom bres, se aniqui­
laría, y el público p rev en id o le negaría incluso la estim a
que se m erece.
La reputación de u n h o m b re d éb ilm en te apasionado d e­
p en d e, pues, de la habilidad con la cual evita que se lo
com pare con aquellos qu e, al ard er con una pasión más
fu erte p o r la gloria, han h ech o m ayores esfuerzos de espíritu.
P o r m edio de esta habilidad, el h o m b re que estando débil­
m ente apasionado ha ad q u irid o , no obstante, en su juventud
cierta costu m b re d e trab ajo y de m editación, p u e d e algunas
veces con m uy p oco j espíritu o b te n e r una rep u tación bas- 170
tante grande. Parece que, p ara sacar el m e jo r p artido posible

63 Sobre C rébillon ver n o ta 30 d e l Discurso IV.

551
de su espíritu, el cuidado principal que se ha de te n e r es el
de com parar el grado de pasión p o r el que se está anim ado
con el grado de pasión q u e su p o n e el g én ero de estudio al
que se dedica. C ualquiera qu e, a este resp ecto , sea un o b ser­
vador preciso de sí m ism o, escapa a mil erro re s do n d e cae
algunas veces la g en te d e m érito. N o em p ren d erá, p o r ejem ­
plo, un nuevo g é n e ro de estu d io en el m o m en to en que la
edad dism inuye en él el ard o r de las pasiones. Se dará cuenta
de que reco rrien d o sucesivam ente d iferen tes géneros de
ciencias o de artes, no p o d rá ser más q u e un h o m b re univer­
salm ente m ediocre; de q u e esta universalidad es un escollo al
cual conduce la vanidad y con tra el cual hace naufragar
171 frecu en tem en te a la j g en te de espíritu; y de que, en fin, sólo
en la tem prana juventud se está d o tad o de esta atención
infatigable que profundiza hasta los prim eros principios de
un arte o de una ciencia: verdad im p o rtan te cuya ignorancia
d etien e a m enudo al genio en su m archa y se o p o n e al
progreso de las ciencias. Es necesario, para captarla, recordar
que el am or p o r la gloria, com o lo he p ro b ad o en mi tercer
D iscurso, está en cendido en nuestros corazones p o r el am or
de los placeres físicos; q u e este am o r no se hace sentir
profu n d am en te más q u e en la tem p ran a juventud; que es,
p o r consiguiente, en la prim avera de la vida cuando som os
susceptibles del más v iolento am or p o r la gloria. Es entonces
cuando sentim os en noso tro s los g érm enes ardientes de vir­
tudes y talentos. La fuerza y la salud q u e circulan en nuestras
172 venas, llevan el sentim iento | de la inm ortalidad; los años
parecen -tran scu rrir con la len titu d de siglos; sabem os pero
no sentim os que hem os de m orir y som os todavía más ar­
dientes en buscar la estim a de la posteridad. N o ocurre lo
m ism o cuando la edad entibia en nosotros las pasiones. P er­
cibim os entonces en la lejanía los abism os de la m uerte: las
som bras del ó b ito , m ezclándose con los rayos de la gloria,
em pañan su resplandor. El u niverso cam bia de form a a
nuestros ojos; dejam os de sentir interés p o r él; ya no hacemos
nada im portante. Si todavía seguimos la carrera donde el am or
de la gloria nos había hecho en trar al principio, es po rq u e nos
abandonam os a la costum bre; p o rq u e la costum bre se ha
fortalecido, m ientras q u e las pasiones se han debilitado. P or
o tra parte, tem em os el ab u rrim ien to y, p ara sustraernos a él,
173 continuam os cultivando la ciencia cuyas ideas | fam iliares se
com binan sin p en a en n u estro espíritu; p ero serem os incapa-

552
ces de la intensa atención q u e exige un nuevo g én ero de
estudio. C uando hem os alcanzado la edad de trein ta y cinco
años, ya no harem os un g ran g eó m etra de un gran p oeta, de
un gran p o eta un g ran quím ico, de u n g ran quím ico un gran
político. Si a esta edad se eleva un ho m b re a un alto cargo; si
las ideas que ya están grabadas en su m em oria no tienen
ninguna relación con las ideas que exige el p u esto que
ocupa, o bien este p u esto p edirá poco espíritu y talento, o
bien este hom b re d esem p eñ ará mal sus funciones.
E ntre los m agistrados, con frecuencia dem asiado concen­
trados en la discusión de in tereses particulares, ¿hay alguno
q u e haya po d id o , con superioridad, ocupar los más altos
cargos sin h ab er hech o secretam en te p ro fu n d o s estudios en
relación con | el p u esto q u e ocupa? El h o m b re que descuida 174
estos estudios no asciende a los p u esto s más q ue para des­
honrarse. ¿Se trata de un h o m b re de carácter e n te ro y des­
pótico? Los p royectos q u e e m p ren d erá serán duros, locos y
siem pre perjudiciales al bien público. ¿T iene un carácter
apacible, am igo del b ien público? N o se atreverá a e m p re n ­
d e r nada. ¿C óm o se arriesgaría a cam bios en la adm inistra­
ción? N o se anda con paso firm e p o r cam inos desconocidos
y cortados p o r mil precipicios. La firm eza y el coraje del
espíritu se d e b en siem pre a su extensión. El hom bre fecundo
en m edios para ejecu tar sus proyectos es audaz en sus con­
cepciones; p o r el co n trario , el hom bre estéril en recursos
adquiere necesariam ente una costu m b re de tim idez que la
necedad confunde a m en u d o con la sabiduría. | Si bien es 175
m uy peligroso reto car con dem asiada frecuencia la m áquina
del gobierno, sé tam bién q u e hay m om en to s en que la m á­
quina se d etien e si no se p ro v ee de nuevos resortes. El
o b re ro ignorante no se atreve a reform arla, y la m áquina se
destruye p o r sí misma. N o o cu rre lo m ism o con el o b re ro
hábil que sabe conservarla rep arán d o la con u n a m ano audaz.
P ero la audacia sabia su p o n e un estudió p ro fu n d o de la
ciencia del g obierno, estu d io agotador del que no som os
capaces más que en la tem p ran a juventud y tal vez en los
países donde la estim a pública nos p ro m e te m uchas ventajas.
Por todas partes d o n d e esta estim a es estéril en placeres, no
crecen grandes talentos. El p eq u e ñ o n ú m ero de h om bres ilus­
trados q u e el azar d e una ex celente educación o un cúm ulo
singular de circunstancias hacen | deseosos de esta estim a, 176
desertan en ese caso d e su patria, y este exilio voluntario

553
presagia su ruina, sem ejantes a esas águilas cuya huida an u n ­
cia la próxim a caída del roble antiguo sobre el cual descansa­
ban.
H e dicho bastante sobre este tema. C oncluiré de los
principios establecidos en este capítulo que lo que se llama
espíritu es en nosotros el p ro d u c to de los o b jeto s grabados
en nuestro rec u e rd o y de estos m ism os o b jetos puestos en
ferm entación p o r el am or a la gloria.
C om o ya lo he dicho, solam ente com binando la especie
de objetos que el azar y la educación han grabado en nuestra
m em oria, con la intensidad de la pasión que se tiene p o r la
gloria se p u ede realm en te co n o cer tanto la fuerza com o el
g én ero de n u estro espíritu. Q uien se o b serva escrupulosa­
m en te, a este respecto, se en cu en tra más o m enos en la
177 mism a situación q u e los quím icos hábiles | quienes, una vez
que se les m uestran las m aterias con las que se ha cargado
el m atraz y la tem p eratu ra a q u e se som eterá, predicen de
antem ano el resultado de la operación. A lo cual añadiré que
si hay un arte de d e sp e rta r en nosotros pasiones fuertes, si
hay m edios fáciles para llenar la m em oria de un joven con
cierta clase de ideas y o b jeto s habrá, p o r consiguiente, m éto ­
dos seguros para form ar hom bres de genio. Este conoci­
m iento de la naturaleza del espíritu p u ed e ser m uy útil para
aquellos hom bres anim ados p o r el deseo de ilustrarse. P uede
sum inistrarles los m edios; enseñarles, p o r ejem plo, a no dis­
p ersar su atención sob re una infinidad de o b jetos diferentes,
sino, a concentrarla e n teram en te sobre las ideas y los objetos
relacionados con el g én ero en el cual q u ieren sobresalir. N o
178 es que sea necesario, | a este respecto, te n e r dem asiado es­
crúpulo: no se es p ro fu n d o en un g é n e ro si no se han hecho
incursiones en todos los g éneros análogos al que se cultiva.
Incluso conviene d eten erse algún tiem po en los prim eros
principios de diversas ciencias. Es útil seguir la m archa uni­
form e del espíritu h um ano en los d iferen tes géneros de
ciencias y de artes, al igual que co nsiderar el encadenam iento
universal que enlaza todas las ideas de los hom bres. Este
estudio da más fuerza y extensión al espíritu; p ero no hay
que dedicarle más q u e cierto tiem p o y dirigir la atención
principalm ente hacia los detalles del arte o de la ciencia que
uno m ism o cultiva. Q u ien no siente p o r sus estudios más
que una curiosidad indiscreta alcanza raram en te la gloria. Si
179 un escultor, p o r ejem plo, se siente igualm ente atraído | hacia

554
el estu d io de la escultura q u e hacia el de la política y, p o r
consiguiente, graba en su m em oria ideas que no tienen e n tre
sí ninguna relación, este escu lto r será seguram ente m enos
hábil y m enos célebre que si siem pre hubiese grabado en su
m em oria objetos análogos al arte que ejerce y no hubiese
reu n id o , p o r así decir, en él dos hom bres q u e no p u e d e n ni
com unicarse sus ideas ni charlar juntos 64.
P or lo dem ás, e ste conocim iento del esp íritu, sin duda
útil para los individuos p articulares, p u ed e serlo todavía más
para el público, p u ed e esclarecer a los cargos adm inistrativos
sobre la ciencia de la elección y hacerles distinguir en cada
g én e ro al ho m b re superior. Lo reco n o cerán , en p rim e r lugar,
según la especie de o b je to s de los q u e este h o m bre se ha
ocupado; y , en segundo lugar, según la pasión | q ue tiene p o r 180
la gloria, pasión cuya fuerza, com o ya lo he dicho, está
siem pre en p ro p o rció n con el gusto que se tiene p o r el
espíritu y casi siem pre con el m érito de aquellos que com ­
p o n en n u estro am b ien te social 65.
Q u ien no ama ni estim a a aquellos quienes p o r acciones
u obras han o b te n id o la estim a general, es con seguridad un
h o m b re sin m érito. La poca analogía e n tre las ideas de un
necio y de un h o m b re de esp íritu ro m p e en tre ellos toda

64 El análisis de H elvétius se m o n ta sobre tres ejes d e difícil articulación. U no de ellos es


el presupuesto em pirista sentado p or H o b b es d e la uniform idad d e la naturaleza hum ana en
cuanto a las pasiones, sentim ientos y pensam ientos (aunque se diferencien en cuanto al objeto.
V er la «Introducción al Leviathan). Es el presupuesto que perm ite hablar del hom bre en
general cuando se afirma que no hay adecuación e n tre los fenóm enos de la conciencia y el
com portam iento (im posibilidad d e conocer al hom bre p o r sus acciones) y cuando, además, se
tienen razonables dudas d e un m étodo inductivo q u e sólo podría observar un núm ero limitado,
escaso, de hom bres, siem pre e n circunstancias determ inadas y siem pre m iem bros d e sociedades
determ inadas (razonable du d a d e la validez d e la inducción generalizada). Sólo si se pone la
uniform idad de los hom bres e n cuanto a pasiones, etc., observándose u no a sí m ism o — intros­
pección— , pues podem os ser sinceros con nosotros, ai conocernos, conocem os a los demás.
O tro eje de análisis, que en p a rte traiciona el anterior — aunque se usa para «ejem plificarlo»—
es el recurso a observaciones o anécdotas históricas, consideradas tópicas, para desde ellas
elevarse a la imaginación d el e sp íritu q u e las ha originado. En fin, un te rc e r eje es el
tratam iento racionalista-m ecanicista q u e, poniendo subrepticiam ente la extensión en los fenó­
m enos d e la conciencia, p u e d e aplicar a éstos las reglas de im penetrabilidad de ocupación de un
lugar, de sum a y resta... A q u í se v e este supuesto: las ideas ocupan un lugar, son espaciales y,
p o r tanto, unas excluyen a las otras... Estos tres ejes d e análisis, convenientem ente articulados,
desplazándose en cuanto a su dom inancia y subordinación, g enera este trenzado a la vez frágil y
d u ro del discurso de H elvétius.
65 En el original, «societé». H elvétius usa pocas veces este térm ino (excepto en esta página,
d onde aparece tres o cuatro veces) y siem pre en el sentido de «sociedad particular», es decir,
círculo, negocio, am biente social, tertulias, etc. En este caso tendría sentido traducir por
«sociedad». Pero H elvétius n o considera en rigor que el am or a la gloria sea generado por la
«sociedad», sino más bien p o r «aquellos» que la dirigen, p o r esa «gente d e m undo» que
incluye tanto al «gran m undo» (a su vez form ado p o r la nobleza y la burguesía adinerada, la
alta sociedad) como al m undo ilustrado, a la república d e las artes y las letras, que en la vida
cotidiana tiene conexiones con aquél, p e ro no en simbiosis, sino bien diferenciado y, a veces,
excluido. Ese «am biente social» y el «m érito de aquellos que lo com ponen» es el que m ide y
determ ina la pasión de gloria.

555
relación. En m ateria d e m érito, es signo de anatem a el estar
a gusto en los círculos de la g en te m ediocre.
D espués de h ab er considerado el espíritu desde tan di­
versas perspectivas, tal vez d eb ería in ten tar trazar el proyecto
de una buena educación. Tal vez un tratado com pleto sobre
181 esta m ateria debería ser la conclusión de mi | obra. Si me
niego a este trabajo es p o rq u e , aun sup o n ien do que pudiese
indicar realm ente los m edios de h acer a los hom bres m e jo ­
res, es evid en te q u e en nuestras costum bres actuales sería
casi im posible em plear estos m edios. M e co n ten taré, p o r
tanto, con echar un vistazo rápido sobre lo que se llama
educación.

C a p it u l o X V II

De la educación

El arte de form ar h om bres está, en to d o país, tan e stre­


cham ente enlazado con la form a del g o b iern o que tal vez no
sea posible hacer ningún cam bio considerable en la educa­
ción pública sin hacer cam bios en la constitución m ism a dé­
los Estados.
182 | El arte de la educación no es o tra cosa que el conoci­
m iento de los m edios apropiados para form ar cuerpos más ro­
bustos y fuertes, espíritus más esclarecidos y almas más
virtuosas. En cuanto al p rim er o b je to de la educación, hay
que seguir el ejem p lo de los griegos, p u esto q ue respetaban
los ejercicios del cu erp o hasta el p u n to de que estos ejerci­
cios form aban p arte de su m edicina. En cuanto a los m edios
para esclarecer a los espíritus y para hacer a las almas más
fuertes y más virtuosas, tras h ab er aclarado ya tanto la im p o r­
tancia de la elección de los o b jeto s que se graban en su
m em oria com o la facilidad con la cual se p u ed en en cender
en nosotros pasiones fu ertes y dirigirlas al bien general, creo
haber indicado suficientem ente al lecto r esclarecido el plan
que se habría de seguir para perfeccionar la educación p ú ­
blica.
183 | En este sentido, existe tan poco in terés en cualquier
idea de reform a, q u e no vale la pena en trar en detalles

556
siem pre aburridos cuando son inútiles. M e contentaré con
anotar que no se está disp u esto , en este g én ero , ni siquiera a
la reform a de los abusos más g ro sero s y más fáciles de
corregir. ¿Q u ién duda, p o r ejem p lo , de que para valer todo
lo que uno p u ed e valer, d e b e hacer de su tiem po la m ejor
distribución posible? ¿Q u ién duda de q u e los éxitos se d eben
en gran p arte a la econom ía con la que se los m aneje? ¿Y
qué hom b re, convencido de esta verdad, no p ercibe al p ri­
m er golpe de vista las reestru ctu racio n es que a este resp ecto
se p o drían hacer en la educación pública?
Se deb e, p o r ejem p lo , consagrar algún tiem po al estudio
razonado de la lengua nacional. ¿Q ué más absurdo que p e r­
d e r de ocho a diez años en | el estu d io de una lengua m u erta, 184
y que se olvida inm ediatam ente después del final de las
clases p o rq u e no tien e en el curso de la vida casi ningún
uso? Es inútil decir q u e si se re tie n e d u ran te tan largo
tiem po a los jóvenes en los colegios, no es tan to para que
aprendan latín, com o para hacerles adq u irir la co stum bre del
trabajo y la aplicación. Para som eterles a esta costum bre ¿no
se les p odría p ro p o n e r u n estu d io m enos ingrato, m enos
desalentador? ¿N o se tem e apagar o em b o tar en ellos esta
curiosidad natural q u e en la tem prana juventud nos hace
ard e r con el deseo de apren d er? ¡C uánto se fo rtalecería este
deseo si, en la edad en la q u e no se está todavía distraído
p o r grandes pasiones, se su stituyera el insípido estudio de las
palabras p o r el de la física, la historia, las ¡ m atem áticas, la 185
m oral, la poesía, etc.! El estu d io de las lenguas m uertas, se
replicará, cum ple en p a rte con este o b jeto : hace necesario
traducir y explicar a los au to res y en riq u ece, por consi­
guiente, los conocim ientos de los jóvenes con todas las ideas
contenidas en las m ejo res obras de la antigüedad. Pero,
resp o n d eré, ¿hay algo más ridículo que consagrar m uchos
años en grabar en la m em o ria algunos acontecim ientos o
algunas ideas que se p u ed en , con ayuda de las traducciones,
g rabar en dos o tres m eses? La única ventaja que p u e d e
o b ten e rse de ocho o diez años d e estu d io es el co nocim iento
h arto incierto de estas sutilezas de la expresión latina que se
p ierd en en una traducción. D igo harto incierta, p u esto que,
al fin, p o r m ucho q u e e stu d ie un h o m b re la lengua latina, | 186
jamás la conocerá tan p e rfectam en te com o conoce su propia
lengua. A hora bien, si e n tre n uestros sabios hay m uy pocos
que sean sensibles a la belleza de la expresión francesa,

557
¿pu ed e im aginarse q u e sean m ás afortunados cuando se trata
de una expresión latina? ¿ N o hay m otivos para sospechar
que su ciencia, a este respecto, no está fundada más que
sobre nuestra ignorancia, n uestra credulidad y su audacia, y
que si p udieran evocarse los m anes de H o racio , de Virgilio y
de C icerón, los más bellos discursos de n uestros retóricos les
parecerían escritos en una jerga ininteligible? N o m e d e ten ­
dré, sin em bargo, en esta sospecha; y co n v en d ré, si se
quiere, en que al salir de sus clases, un joven está muy
instruido de las sutilezas de la expresión latina. P ero, aun en
187 este supuesto, ] p reg u n taré si se d eb e pagar este conoci­
m iento al p recio de ocho o diez años de trabajo y si, en la
tem prana juventud, en la edad en que la curiosidad no está
com batida p o r ninguna pasión, cuando se es, p o r consi­
g u ien te, más capaz de aplicación, estos ocho o diez años
consum idos en el estudio de las palabras no serían m ejor
em pleados en el estudio de las cosas, y especialm ente de
cosas análogas al p u esto que p ro b ab lem en te se vaya a ocu­
par. N o es q u e adopte las máximas dem asiado austeras de
aquellos que creen q u e u n joven d eb e únicam ente lim itarse a
los estudios convenientes a su condición. La educación de un
joven d eb e adecuarse a las d iferentes p ro fesiones que pueda
ejercer. El genio q u iere ser libre. Incluso hay conocim ientos
que todo ciudadano d eb e tener: así, el co n o cim iento tanto de
188 los principios ] de la m oral com o de las leyes de su país.
T o d o lo que pediría es que se grabaran principalm ente en la
m em oria de un joven ideas y o b jeto s relativos a la profesión
que p ro b ab lem en te tenga. ¡Q ué absu rd o dar exactam ente la
m ism a educación a tres hom bres, de los cuales uno debe
e jerc e r un p e q u e ñ o em p leo de finanzas y los otro s dos los
p rim ero s p u estos del ejército , de la m agistratura de la adm i­
nistración! ¿Es posible sin estupefacción verlos ocuparse de
ios m ism os estudios hasta los dieciséis o diecisiete años,
es decir, hasta el m o m en to en que en tran en el m undo y
que, distraídos p o r los placeres, a m e n u d o llegan a ser inca­
paces de aplicación?
C ualquiera que exam ine las ideas que se graban en la
189 m em oria de los jóvenes y com pare su educación con | su
condición, la en cu en tra tan loca com o h u b iera sido la de los
griegos, si no hubieran dedicado más q u e un m aestro de
flauta a aquellos que m andaban a los juegos olím picos para
disputar el prem io de lucha o de carrera.

558
P ero se dirá: si se p u e d e hacer un em p leo m ucho m ejor
del tiem po consagrado a la educación ¿ p o r qué no se in ten ta
hacerlo? ¿A qué causa atrib u ir la indiferencia en la cual se
perm anece a este respecto? ¿P or qué se p o n e, desde la
niñez, el lápiz e n tre las m anos del dibujante? ¿Por qué se
colocan, a esta edad, los d ed o s del m úsico sobre el m ando de
su violín? ¿Por qué tanto u n o com o o tro de estos artistas
recibe una educación adecuada al arte que ha de ejercer,
m ientras que se descuida la educación de los príncipes, de
los nobles y, en general, d e todos aquéllos cuyo nacim iento
los destina a los altos | cargos? ¿A caso se ignora que las 190
virtudes y, sobre tod o , las luces de los grandes influyen
sobre la felicidad o la desgracia de las naciones? ¿P or qué,
entonces, abandonar al azar una p arte tan esencial de la
adm inistración? R esp o n d eré que no se d eb e a que falten en
los colegios una infinidad de g en te esclarecida que conozcan
igualm ente tanto los vicios de la educación com o los rem e­
dios qu e se p uedan aportar; p ero ¿qué p u ed en hacer sin la
ayuda del gobierno? A hora bien, los gobiern o s d eb en ocu­
parse poco del cuidado de la educación pública. N o cabe, a
este resp ecto , com parar los grandes im perios con las p e q u e ­
ñas repúblicas. En los g ran d es im perios, se siente raram ente
la necesidad u rg en te de un g ran hom bre: los g randes Estados
se sostienen p o r su p ro p ia masa. N o o cu rre lo m ism o con
una república com o, p o r ejem p lo , ] la de Lacedem onia, que 191
estaba forzada a sosten er con un puñado de ciudadanos el
peso enorm e de los ejército s de Asia. E sparta no debía su
conservación más que a los grandes hom bres que nacían
sucesivam ente para d efenderla. Por eso, siem pre ocupada
en el cuidado de fo rm ar nuevos grandes h o m bres, era a
la educación pública a la que debía dirigirse principalm ente la
atención del gobierno. En los grandes Estados se está rara­
m ente expuesto a sem ejantes peligros y no se tom an las
mismas precauciones p ara asegurarse con tra ello. La necesi-'
dad más o m enos u rg en te de una cosa es, en cada gén ero , la
exacta m edida de los esfuerzos de espíritu que se hacen para
procurarla. Pero, se dirá, no hay Estado, e n tre los más p o d e ­
rosos, q u e no ex p erim en te alguna vez la necesidad de gran­
des hom bres. Sin duda alguna. P ero al no ser esta necesidad | 192
habitual, no se tiene el cuidado de prevenirla. La previsión
no es en absoluto la virtu d de los grandes Estados. Los altos
cargos del Estado están encargados de dem asiados asuntos

559
para p o d e r preo cu p arse d e la educación pública; y la educa­
ción es descuidada. P o r o tra p a rte , ¡cuántos obstáculos pone
el in terés personal, en los grandes im perios, a la producción
de g en te con genio! Se p u e d e n form ar h om bres instruidos;
nadie im pide aprovechar los prim eros años, para grabar en la
m em oria de los jóvenes ideas y o b jeto s relativos a los cargos
que p u ed en ocupar; p e ro jamás se form ará a hom bres con
genio, p o rq u e estas ideas y estos o b je to s son estériles si el
am or p o r la gloria no los fecunda. Para que este am or se
encienda en nosotros, es necesario q u e la gloria, com o el
dinero , pued a intercam biarse p o r una infinidad de placeres, y
193 que los | honores sean el precio del m érito. A hora bien, el
interés de los p o derosos no les p erm ite hacer una distribu­
ción tan justa: no q u ieren acostum brar al ciudadano a conside­
rar los favores com o una d eu d a que pagan al talento. En
consecuencia, conceden raram ente favores al m érito; se dan
cuenta de que o b ten d rán tan to más reco n o cim iento de sus
agradecidos, cuanto m enos dignos sean éstos de sus favores.
La injusticia p reside a m en u d o la distribución de los favo­
res y el am or p o r la gloria d eb e apagarse en todos los
corazones.
Estas son, en los grandes im perios, las causas principales,
tanto de la escasez d e grandes hom bres com o de la indife­
rencia con la cual se los considera y, en fin, del poco cuidado
q u e se dedica a la educación pública. En los Estados m onár­
quicos, com o la m ayor p arte de los Estados de E uropa, estos
194 obstáculos | no son invencibles; p ero llegan a serlo en los
gobiern o s abso lu tam en te despóticos, com o los g o biernos
orientales. ¿Q ué m ed io hay, en estos países, de perfeccionar
la educación? N o hay educación sin m eta, y la única que
p u ed e p ro p o n erse es, com o ya lo he señalado, hacer a los
ciudadanos más fuertes, más esclarecidos, más virtuosos y, en
fin, más apropiados para co n trib u ir a la felicidad d e la socie­
dad en la cual viven. A hora bien, en los g obiernos arbitrarios,
la oposición que los déspotas creen p ercibir e n tre su interés
y el in terés general no les p erm ite adoptar un sistem a tan
195 conform e con la utilidad pública. | En estos países no hay,
pues, ninguna m eta de educación, ni, p o r consiguiente, e d u ­
cación. Sería inútil reducirla solam ente a los m edios de agra­
dar a los soberanos: ¡qué educación es esa, cuyo proyecto
estaría trazado según el co nocim iento siem pre im perfecto de
las costum bres de un príncipe que p u ede o m o rir o cam biar

560
de carácter antes del final d e una educación! En estos países,
sólo después de h ab er perfeccionado la educación de los
soberanos se p o d ría ú tilm en te trab ajar en la reform a de la
educación pública. P ero un tratado sobre esta m ateria d eb e ­
ría, sin duda, ir p reced id o p o r una o b ra más difícil de hacer,
en el cual se exam inaría si es posible levantar los poderosos
obstáculos que los intereses personales p o n d rán siem pre a la
buena educación de los reyes. C reo que este p ro b lem a m o­
ral, en los g obiernos | arbitrarios com o los de O rien te, es un 196
problem a insoluble. D em asiado conten to s de reinar en
n om bre de su am or, los visires reten d rán siem pre a los
sultanes en una ignorancia vergonzosa y casi invencible: apar­
tarán lejos de él al h o m b re q u e p u d iera esclarecerle. A hora
bien, una vez abandonada d e este m odo la educación de los
príncipes al azar, ¿qué cuidado se p u ed e te n e r con la de
los particulares? U n p ad re desea la educación de su hijo. Sa­
be que ni los conocim ientos, ni los talentos, ni las virtudes,
le abrirán jamás el cam ino de la fortuna; que los príncipes
nunca creen necesitar a h o m b res esclarecidos y sabios. N o
pedirá, pues, a sus hijos, ni conocim ientos, ni talentos; sen­
tirá, aunque sea confusam ente, que en sem ejantes gobiernos
no se p u ed e ser | im p u n em en te virtuoso. T odos los precep- 197
tos de su m oral e n tre sí, no p u e d e n dar a sus hijos ideas
claras d e la virtud. T em ería, en e ste g én ero , los p receptos
dem asiado severos y dem asiado precisos. In tu y e que una
v irtud rígida p erjudicaría a su fo rtu n a y que si dos cosas,
com o dice Pitágoras, hacen a un h o m b re sem ejante a los
dioses, la de hacer el bien público y la de decir la verdad,
aquel que se educara sobre el m odelo de los dioses, segura­
m en te sería m altratado p o r los hom bres.
H e aquí la fu en te de la contradicción q u e se en cu en tra
en tre los p receptos m orales que, incluso en los países som e­
tidos al despotism o, se está obligado p o r la costum bre a dar
a sus hijos y la conducta q u e se les prescribe. U n p ad re les
dice en general y en máxima: | Sed virtuosos. P ero les dice 198
en los detalles y sin saberlo: No tengáis ninguna fe en estas
máximas; sed bribones tímidos y prudentes y no tengáis, com o
dice M oliere, más honradez que la necesaria para no ser colga­
dos. A hora bien, en sem ejan te g o b iern o , ¿cóm o se p erfec­
cionaría esta p arte m ism a d e la educación que consiste en
hacer a los h om bres más fu e rte m e n te virtuosos? N o hay
padre que, sin caer en contradicción consigo m ism o, pued a

561
resp o n d er a los argum entos aprem iantes que u n hijo virtuoso
podría hacerle sobre este tema.
Para esclarecer esta verdad con u n ejem p lo, supóngase
que, bajo el título de bajá, un padre destina a su hijo a
g o b ern ad o r de una provincia. D isp u esto a to m ar cargo de
este pueblo, su hijo le dice: Padre, los principios de virtud
199 que he adquirido | en mi infancia han g erm inado en mi alma.
Voy a g o b ern ar a los hom bres: de su felicidad haré mi única
ocupación. N o prestaré al rico un oído más favorable que al
pob re; sordo a las am enazas del o p reso r p o d eroso, escucharé
siem pre la q u eja del débil oprim ido y la justicia presidirá
todos mis juicios. — ¡Oh, hijo, qué bien sienta el entusiasm o
de la virtud a la juventud! P ero la edad y la prudencia os
enseñarán a m oderarlo. Sin duda hay que ser justos; sin
em bargo, ¡a qué ridiculeces no vais a exponeros!, ¡a cuántas
pequeñas injusticias no tendréis que prestaros! Si alguna vez
sois forzado a rechazar a los grandes, ¡cuántos favores, hijo
m ío, d eben acom pañar a vuestro rechazo! ¡Por elevado que
200 estéis, una palabra del Sultán | os p u ed e degradar y confun­
diros en tre la m ultitud de los más viles esclavos; el odio de
un eunuco o un icoglan p u ed e perd ero s; pensad en llevarlos
con tientos... ¡Yo!, ¿llevar con tientos la injusticia? N o , pa­
dre. La sublim e P uerta exige a m enudo de los pueblos un
trib u to dem asiado oneroso; no m e p restaré a sus opiniones.
Sé que un ho m b re no d eb e al Estado más que en p roporción
al interés que debe te n e r en su conservación; que no debe
nada al infortu n io y que incluso la buena posición que so­
p o rta los im puestos debe lo q u e exige la sabia econom ía y no
la prodigalidad. E sclareceré sob re este p u n to al diván...
— A bandonad este p royecto, hijo. V uestros p ropósitos serían
vanos, habríais de o b ed ecer d e todas m aneras... — ¡O bede­
cer! no, sino devolver al Sultán el p u esto con el que me ha
201 honrado... — ¡O h, hijo! un entusiasm o loco | os extravía. O s
perd eréis y los pueblos n o serán aliviados; el diván nom bra­
ría en vuestro lugar a un ho m b re m enos hum ano que g o b er­
naría con más dureza... — Sí, sin duda, la injusticia se com e­
tería, p ero no sería yo su instrum ento. El h o m bre virtuoso
encargado de una adm inistración o hace el bien o se retira; el
hom b re todavía más virtu o so y más sensible a las miserias de
sus conciudadanos, se arranca del seno de las ciudades, se
refugia en los, desiertos, en los bosques, e n tre los salvajes,
huyendo del odioso espectáculo de la tiranía, y del espectácu-

562
lo aún más aflictivo de la desgracia de sus iguales. Así es la
conducta de la virtud. N o te n d ré , decís vos, im itadores; lo
ignoro. La am bición secretam en te os asegura y mi virtud me
hace d u d ar de ello. P ero q uiero, en efecto, q u e mi ejem plo
no sea | seguido: el m usulm án q u e anunció el p rim ero la ley
del divino p ro feta y desafió los fu ro res de los tiranos, ¿acaso
tuvo cuidado, al cam inar hacia la to rtu ra , de si era seguido
p or otros m ártires? La verdad hablaba a su corazón; éste le
d ebía un testim onio autén tico . Y se lo daba. ¿Se debe m enos
a la hum anidad q u e a la religión? y ¿son más sagrados los
dogm as que las virtudes? P e ro soportad que os in terro g u e a
m i vez. Si m e asociara con los árabes q u e saquean nuestras
caravanas, no p odría d ecirm e a mí m ism o, tan to si m e separo
de estos bandoleros co m o si vivo con ellos, las caravanas no
dejarán de ser atacadas; viv ien d o con el árabe, apaciguaré sus
costum bres, m e o p o n d ré al m enos a las crueldades inútiles
q ue ejerce sobre el viajero. Me beneficiaré sin au m entar la
desgracia pública. Este razon am ien to es el vuestro. Y si ¡ ni 203
mi nación, ni vosotros m ism os, podéis ap ro b arlo ¿por qué
entonces p erm itirm e, b ajo el n o m b re de bajá, lo que me
prohibís bajo el de árabe? ¡O h, padre! mis ojos se abren al
fin; lo veo, la virtud n o habita los E stados despóticos y la
am bición silencia en voso tro s el g rito de la equidad. N o
p u e d o cam inar hacia las grandezas p iso tean d o bajo mis pies
la justicia. Mi virtud traiciona vuestras esperanzas; mi virtud
llega a ser odiosa para v o so tro s y v u estra esperanza engañada
le da el nom bre de locura. Sin em bargo, aún m e dirijo a vos;
sondead el abism o de v u estra alm a y resp o n d ed m e. Si inm o­
lara la justicia a mis g ustos, a mis placeres, a los caprichos de
una odalisca, ¡con q u é fuerza m e recordaríais en tonces estas
m áxim as austeras d e virtu d aprendidas en mi infancia! ¿Por
qué vuestro ard ien te in te ré s se entibia | cuando se trata de 204
esta m ism a virtud a las ó rd e n e s de un sultán o de un visir?
M e atrev eré a enseñároslo: p o rq u e el resp lan d o r de mi gran­
deza, p recio indigno d e una cobarde obediencia, d eb e refle­
jarse sobre vos. E ntonces, desconocéis el crim en; y, si lo
reconocéis, pongo p o r testigo vuestra verdad, lo considera­
réis com o un d e b e r p ara mí.
Se ve qu e, acuciado p o r tales razonam ientos, sería m uy
difícil q u e un p ad re n o p ercib iera una contradicción m ani­
fiesta e n tre los p rincipios de una sana m oral y la conducta
que prescribe a su hijo. Estaría forzado a convenir en que, al

563
desear la elevación de este m ism o hijo, ha d eseado de una
m anera im plícita y confusa, q u e sólo aten to a su grandeza,
este hijo sacrificase hasta la justicia. A h o ra bien, en estos
205 gobiernos asiáticos, d o n d e del fango de la servilidad se ¡ saca
al esclavo q u e d e b e m andar a los dem ás esclavos, este
deseo debe ser com ún a todos los padres. ¿Q ué hom bre
trataría entonces, en estos im perios, de trazar el proyecto de
una educación virtuosa q u e nadie daría a sus hijos? ¡Q ué
manía de p re te n d e r fo rm ar almas m agnánim as en países
dond e los hom bres son viciosos no p o rq u e, en general, sean
malos, sino p o rq u e la recom pensa llega a ser el precio de!
crim en y el castigo el p recio de la virtud! ¿Q ué se pued e
esperar, en fin, en este g é n ero de la educación de un pueblo
en el cual no se p u e d e citar com o honrados más que a los
hom bres dispuestos a serlo si la form a del g o b iern o se p res­
tara a ello; donde, p o r otra parte, al no estar nadie anim ado
p o r la fu erte pasión del bien público, no p u e d e n darse hom ­
bres verdad eram ente virtuosos? En los g obiernos despóticos
206 es necesario j renunciar a la esperanza de form ar hom bres
célebres p o r sus virtudes o p o r sus talentos. N o ocu rre lo
m ism o en ¡os Estados m onárquicos. En estos Estados, com o
ya lo he dicho, se p u ed e sin d u d a in te n ta r esta em presa con
alguna esperanza de éxito; p e ro hay q u e convenir al m ism o
tiem po que la ejecución sería tanto más diíícil cuanto más se
acercase la constitución m onárquica a la form a del d esp o ­
tism o, o cuanto más co rruptas fuesen las costum bres.
N o m e ex ten d eré más so b re este tem a y me co n tentaré
con reco rd ar al ciudadano diligente q u e quisiera form ar
hom bres más virtuosos y más esclarecidos que to d o el p ro ­
blem a de una excelente educación se red u ce, en prim er
lugar, a fijar para cada u n a de las condiciones sociales dife­
ren tes donde la fo rtu n a nos coloca, la especie de o b jeto s y
207 de ideas que deban | grabarse en el espíritu de los jóvenes y,
en segundo lugar, a d ete rm in a r los m edios más seguros para
en cen d er en ellos la pasión de la gloria y de la estima.
U na vez resueltos estos dos problem as, es seguro que los
grandes hom bres q u e son ahora la obra de un cúm ulo ciego
de circunstancias, llegarían a ser la obra del legislador; y que
dejan d o m enos rienda suelta al azar, una excelente educación
podría, en los grandes im perios, m ultiplicar infinitam ente,
tanto los talentos com o las virtudes.

564
NOTAS AL DISCURSO CUARTO

(1) La originalidad en las ideas no basta para m erecer el título de genio; es


necesario, además, que estas ideas nuevas sean o bien bellas o bien generales o
bien extrem adam ente interesantes. En este punto difiere la obra genial de ia obra
original principalm ente caracterizada por su singularidad.
(2) N o es que la tragedia no pudiera ser perfeccionada después de Corneille.
D e hecho, Racine ha probado que se podía escribir con más elegancia; Crébillon,
que se podía aportar más ardor; y Voltaire ha enseñado indiscutiblem ente que se
hubiera podido introducir en ella más fasto y espectáculo si el teatro, siem pre lleno
de espectadores, no se hubiese opuesto absolutam ente a este tipo de belleza tan
conocida por los griegos.
(3) Existen en este género miles de fuentes de ilusiones. Supongamos que un
hom bre sepa perfectam ente una lengua extranjera, por ejem plo, el español. Si los
escritores españoles son superiores a nosotros en el arte dramático, el autor francés
que se beneficie de ía lectura de sus obras, por poco que supere a sus m odelos
parecerá un hom bre extraordinario a sus com patriotas ignorantes. Q uedarán con­
vencidos de que ha elevado este arte a un grado de perfección al que parecía
imposible en un principio que pudiera elevarlo el espíritu humano.
(4) Hasta podría decir acom pañado por algunos grandes hom bres. El que
observa el espíritu hum ano ve en cada siglo cinco o seis hom bres de espíritu girar
en torno al descubrim iento q u e hace el hom bre de genio. Si es éste el que
conserva el honor, se debe a que e l descubrim iento es más fecundo en tre sus manos
que en las manos de cualquier otro y a que según la manera diferente en que los
hom bres sacan provecho de un principio o de un descubrim iento, siem pre se ve a
quién pertenece este principio o descubrim iento.
(5) N o pretendo que C ésar no haya sido uno de los grandes generales. Lo fue
incluso para el severo juicio de M aquiavelo, quien borra de la lista de los capitanes
a todos aquellos que con pequeños ejércitos no hayan ejecutado grandes y nuevas
hazañas.
Añade este ilustre autor: «Com o los grandes poetas que para inspirarse tom an a
H om ero como m odelo y se preguntan, al escribir: ¿Habéis pensado, se hubiese
expresado Homero como yo?, es necesario, del mismo m odo, que un gran general
adm ire a un gran capitán de la Antigüedad e imite a Escipión y Ziska, de los cuales
uno se había propuesto a C iro y el otro a Aníbal com o m odelo.»

565
(6) T odo hom bre absorto en m editaciones profundas, ocupado en ideas gran­
des y generales, vive tanto en el olvido de estos cuidados com o en la ignorancia de
las costum bres que constituyen la ciencia de la gente de la alta sociedad. Por eso,
casi siem pre íes parece ridicula. Poca gente del gran m undo se da cuenta de que
conocer las cosas pequeñas supone casi siem pre ignorar las grandes, que todo
hom bre que lleve la vida de todo el m undo no tiene más que las ideas comunes en
el mundo, que un hom bre com o éste no se libra de la m ediocridad y que, en fin,
un deseo im petuoso de gloria agota en el hom bre de genio cualquier clase de
deseo que no abra sü alma a la pasión de esclarecerse.
Anaxágoras es un ejem plo de ello. Fue aprem iado una vez por sus amigos a
poner orden en sus negocios y sacrificarles algunas horas de su tiempo: «¡Oh,
amigos!, les respondió, m e pedís lo imposible. ¿Cómo repartir mi tiem po entre mis
negocios y mis estudios, si prefiero una gota de sabiduría a toneladas de riquezas?».
A Corneille le animaba sin duda el mismo sentim iento, cuando un joven al que
había concedido la m ano de su hija y a quien el estado de sus negocios obligaba a
rom per esta unión, vino por la mañana a su casa, penetró en su despacho y le dijo:
«Vengo, señor, para retirar mi prom esa y exponeros los motivos de mi conducta...»
«¡Eh, señor!, replicó Corneille, ¿no podríais, sin interrum pirm e, hablar de todo
esto a mi m ujer? Subid a sus habitaciones: yo no entiendo nada de todos esos
asuntos.» Apenas hay hom bre de genio acerca del cual no se pueda contar una
anécdota sem ejante. U n sirviente corre asustado al despacho del sabio Budé y le
dice que la casa está incendiada: «¡Pues bien!, responde éste, avisad a mi m ujer: yo
no m e m eto en los quehaceres domésticos».
El placer del estudio no soporta ninguna distracción. Al aislam iento en el cual
este gusto retiene a los hom bres ilustres se deben estas costum bres simples y estas
respuestas inesperadas e ingenuas, que tan frecuentem ente sum inistran pretextos a
la gente m ediocre para ridiculizar al genio. C ontaré a este respecto dos pullas del
célebre La Fontaine. U no de sus amigos, que se em peña en su conversación, le
presta un día su San Pablo. La Fontaine lo lee con avidez; pero, muy dulce y muy
hum ano de nacim iento, es herido por la aparente dureza d e los escritos del apóstol.
Cierra el libro, lo devuelve a su amigo y le dice: «Os devuelvo vuestro libro; este
San Pablo no es mi tipo». Es la misma ingenuidad con que, com parando un día a
San Agustín con Rabelais, exclamaba La Fontaine: «¡Cómo la gente con buen gusto
puede preferir la lectura de un San Agustín a la de este Rebalais tan divertido e
ingenuo!».
T odo hom bre que se coneeñrra jsn el estudio de objetos interesantes vive
aislado en m edio del m undo. Es siem pre él mismo y jamás imita a los demás; debe,
pues, parecerles casi siem pre ridículo.
(7) N o m erece realm ente el nom bre de hom bre imaginativo más que aquel
que expresa sus ideas p o r imágenes. Es verdad que, en la conversación, se con­
funde casi siempre la imaginación con la ingeniosidad y la pasión. Es fácil, sin
embargo, distinguir entre el hom bre apasionado y el hom bre imaginativo, puesto
que siem pre es p o r falta de imaginación por lo que un excelente poeta en la
tragedia o la comedia no es con frecuencia más que un poeta m ediocre en la épica
o la lírica.
(8) Cabe recordar que Luis X IV aparece pintado en este cuadro.
(9) La imaginación, sostenida p o r alguna tradición oscura y ridicula, enseña
sobre este tem a que un rey del Tonquín, gran mago, había forjado un arco de oro
puro. Todas las ñechas disparadas por este arco causaban la m uerte; arm ado de este
arco, él solo derrotaba a un ejército entero. Un rey vecino le ataca con un ejército
num eroso y sucum be a la potencia de este arma, es vencido, hace un tratado y
obtiene como esposa para su hijo a la hija del rey vencedor. En la embriaguez de
las prim eras noches, el nuevo esposo suplica a su m ujer que sustituya el arco
mágico de su padre por un arco absolutam ente parecido. El am or im prudente se lo
prom ete, ejecuta su prom esa y no sospecha el crimen. Pero en cuanto el yerno se
arma del arco maravilloso, se subleva contra su suegro, lo derrota y lo fuerza a huir
con su hija a deshabitadas costas del mar. En ellas, un dem onio se aparece al rey
del T onquín y le da a conocer al autor de sus infortunios. El padre, indignado,

566
agarra a su hija y desenvaina su cimitarra. Ella protesta en vano por su inocencia, ei
padre perm anece inflexible. Le predice, entonces, que las gotas de su sangre se
transform arán en perlas cuya blancura atestiguará a los siglos venideros su im pru­
dencia y su inocencia. Ella calla, el padre la hiere, la sangre corre y comienza la
m etamorfosis. En esta costa m anchada p o r este parricidio es, todavía, donde se
pescan las más bellas perlas.
(10) Asegura al reino de Lao que la tierra y el cielo son eternos. Dieciséis
m undos terrestres están som etidos al nuestro y los más elevados son ios más
deliciosos. U na llama desprendida cada treinta y seis mil años de los abismos del
firm am ento envuelve la tierra com o la corteza abraza el tronco y la reduce a agua.
La naturaleza, convertida p o r algunos instantes a este estado, es revivificada por un
genio del prim er cielo. D esciende sobre ias alas del viento; su soplo hace correr las
aguas y la tierra húm eda se seca, las llanuras y los bosques se cubren de verde y la
tierra vuelve a su prim era form a.
En el últim o desorden q u e precedió al siglo de Xaca, cuentan los habitantes de
Lao, un m andarín llamado Pontabobam y-suan descendió a la superficie de las aguas.
U na flor flotaba sobre su inmensidad; el mandarín la percibe y la parte con un
golpe de su cimitarra. Por m edio de una sutil m etamorfosis, la flor desprendida de
su tallo se transform a en m ujer; jamás ia naturaleza había producido algo tan bello.
El mandarín, enam orado ardientem ente de ella, le declara su ternura. El am or de la
virginidad vuelve a la m ujer insensible ante las lágrimas de su amante. El mandarín
respeta su virtud; pero, al no poder dejar de contem plarla, se pone a alguna
distancia de ella. D esde allí se lanzan recíprocam ente miradas ardientes cuya in­
fluencia es tal que la m ujer concibe y pare sin p erder su virginidad. Para proveer a
la alimentación de los nuevos habitantes de la tierra, el mandarín hace que las aguas
se retiren, excava valles, eleva m ontañas y vive entre los hom bres hasta que, en fin,
cansado de su estancia sobre la tierra, vuela hacia el cielo. Pero sus puertas le
perm anecen cerradas hasta que no haya padecido, en el m undo terrenal, una larga y
dura penitencia. Así es el cuadro poético que la imaginación nos ofrece en el reino
de Lao de la generación de los seres. Las descripciones que los diferentes pueblos
han hecho de esta generación han variado en grandiosidad y rareza, pero siempre
han sido dadas por la imaginación.
(11) V er el G u listan o E l Imperio de las Rosas, de Saadí.
(12) En las obras de teatro, nada es más habitual que provocar sentim ientos
eon el espíritu. ¿Se desea describir la virtud? Se hace ejecutar al héroe acciones
que no le perm iten realizar los m otivos que le conducen a la virtud. Son pocos los
poetas dramaturgos exentos de este defecto.
(13) Si en estos versos de Ovidio:
Pignora certa petis, do pignora certa timendo,
(M e pides garantías verdaderas y yo te doy estas garantías verdaderas basadas en
mi tem or. N . T.).
el Sol dice más o m enos la misma cosa a Faetón, su hijo, es porque Faetón no ha
subido a su carro ni, p o r consiguiente, está en el m om ento del peligro.
(14) En la tragedia inglesa de Cleopatra. Octavia se reúne con A ntonio. Es
bella; todavía puede gustarle a A ntonio; Cleopatra lo tem e y A ntonio la tranquiliza.
«¡Cuánta diferencia hay, le dice, entre Octavia y Cleopatra!» «;O h, am ante mío!,
repite ella, ¡cuánta diferencia en tre mi situación y la suya! Octavia es hoy despre­
ciada; p ero Octavia es tu m ujer. La esperanza inmortal habita su alma, seca sus
lágrimas, le consuela en su desgracia. Mañana, el m atrim onio puede volver a
p o n erte en sus brazos. ¿Cuál es, p o r el contrario, mi destino? Si el am or se calla un
instante en tu corazón, no me quedará ninguna esperanza. N o puedo, com o ella,
gem ir al lado del que am o, esperar enternecerlo, enorgullecerm e de su retorno, en
un solo instante de indiferencia todo queda aniquilado para mí. El espacio inmenso
y la eternidad me separarían para siem pre de ti.»
(15) N o digo que los buenos jueces y los buenos financieros no tengan
espíritu; digo solamente que n o es en cualidad de jueces o de financieros que
tienen espíritu, a m enos que se confundan la cualidad de juez con la de legislador.

567
(16) Las obras de Fontenelle sum inistran miles de ejem plos de ello.
(17) Lo que puede ser verdad para las falsas religiones no es aplicable a la
nuestra, que nos manda amar al prójim o.
(18) O curre lo mismo con estas otras palabras de Fontenelle: «Escribiendo,
decía, siempre he intentado entenderm e». Pocas personas com prenden realm ente
estas palabras de Fontenelle. N o advierten, como él, toda la importancia de un
precepto cuya observación es tan difícil. Sin mencionar a ios espíritus ordinarios,
¡cuántos hom bres, entre los Malebranche, los Leibniz y los más grandes filósofos, al
no aplicarse estas palabras de Fontenelle no han intentado entenderse, descom po­
ner sus principios, reducirlos a proposiciones simples y siem pre claras, a las cuales
nunca se llega sin saber si se entiende o no se entiende! Se han apoyado sobre
principios vagos, cuya oscuridad es siem pre sospechosa para cualquiera que tenga
las palabras de Fontenelle habitualm ente presentes en su espíritu. Por no haber
investigado, si se me perm ite la expresión, incluso el terreno virgen, el inmenso
edificio de su sistema ha ido derrum bándose, a medida que lo construían.
(19) Sé que los giros sutiles tienen a sus partidarios. Lo que todo el m undo
entiende fácilmente, dirán, todo el m undo cree haberlo pensado; la claridad de la
expresión es, pues, una torpeza del autor; siempre es necesario esparcir algunas
nubes sobre sus pensamientos. Halagados por haber traspasado esta nube im pene­
trable para el común de los lectores y por percibir una verdad a través de la
oscuridad de la expresión, miles de gentes elogian con tanto más entusiasmos esta
m anera de escribir cuanto que, bajo el pretexto de elogiar al autor, elogian su
propia perspicacia. Es un hecho seguro. Pero sostengo que es necesario desdeñar
sem ejantes elogios y resistir al deseo de merecerlos. Cuando un pensam iento es
expresado sutilm ente al principio hay poca gente que lo entienda. A hora bien, en
cuanto se ha adivinado el enigma de la expresión, este pensam iento es reducido,
p or la gente de espíritu, a su valor intrínseco y puesto muy p o r debajo de este
mismo valor por la gente mediocre. Avergonzados de su falta de perspicacia, se les
ve siempre vengar con un desprecio injusto la ofensa que ha hecho la sutileza de
un giro a la sagacidad de su espíritu.
(20) En Persia se distingue con los epítetos de pintores o de escultores entre
poetas de diferentes fuerzas y se dice, por consiguiente, un poeta pintor o un poeta
escultor.
( 2 1) Decimos a veces que un razonam iento es fuerte cuando se trata de un
objeto interesante para nosotros. Por eso, no se da este nom bre a las dem ostracio­
nes de la geom etría que, entre todos los razonam ientos, son indiscutiblem ente los
más fuertes.
(22) Todo deviene ridículo sin la fuerza: todo se ennoblece con ella. ¡Cuánta
diferencia entre la bribonería de un contrabandista y la de Carlos V!
(23) A los ojos de esre gigante, incluso ese César que decía: Veni, ridi, rici.
y cuyas conquistas eran tan rápidas, parecería arrastrarse sobre la tierra con la
lentitud de una estrella de m ar o de un caracol.
(24) A esta causa debe atribuirse en parte la admiración por las calamidades
de la tierra, por los guerreros cuyo valor derriba los imperios y cambia la faz del
m undo. Se lee su historia con placer; pero se tem ería nacer en sus tiempos. O curre
con estos conquistadores como con las nubes negras, surcadas de relámpagos; el
rayo que parte de sus flancos hace añicos, al estallar, los árboles y las rocas. Visto
de cerca, este espectáculo hiela de espanto; visto desde lejos, llena de admiración.
(25) La excesiva grandeza de una imagen a veces la ridiculiza. Cuando el
salmista dice que «las montañas saltan como carneros», esta gran imagen nos
impresiona poco, porque pocos hom bes poseen una imaginación lo suficientem ente
fuerte para concebir un cuadro claro y vivido de montañas como cabritos.
(26) N o hay nada que los hom bres no puedan entender. Por complicada que
sea una proposición, se puede, m ediante la ayuda del análisis, descom ponerla en
algunas proposiciones simples; y estas proposiciones llegarán a ser evidentes
cuando se acerque el sí al no. es decir, cuando un hom bre pueda negarlas sin caer
en contradicción consigo mismo y sin decir a la vez que la misma cosa es y no es.
T oda verdad puede reducirse a este térm ino y, cuando se reduce a él, no quedan

568
ojos que perm anezcan cerrados a la luz. ¡Pero cuánto tiem po y cuántas observacio­
nes son necesarias para llevar el análisis hasta este punto y reducir las verdades a
proposiciones tan simples! Este es el trabajo de todos los siglos y de todos los
espíritus. N o veo en los sabios más que hom bres sin cesar ocupados en acercar el
sí del no; mientras que el público espera que, m ediante esta aproximación de ideas,
le perm itan, en cada arte o ciencia, captar las verdades que le proponen.
(27) N o hablo de las historias escritas en el género instructivo, como los
Anales, d e Tácito, que, al estar llenas de ideas profundas de moral y de política y no
poder ser leídas sin dedicarles esfuerzos de atención, no pueden, en consecuencia,
ser tan generalm ente apreciadas y entendidas.
(28) Referiré sobre este tem a las palabras de M alherbe. Estaba en el lecho de
su m uerte. Su confesor, para inspirarle más fervor y resignación, le describía las
alegrías del paraíso. Empleaba expresiones toscas y turbias. Una vez term inó la
exposición, dijo al enferm o: «Pues bien, ¿sentís un gran deseo de gozar de estos
placeres celestes?...». «¡Ah señor, respondió M alherbe, no m e habléis más, vuestro
mal estilo me quita las ganas.»
(29) U n hom bre ya no sería citado com o hom bre de espíritu por haber hecho
un madrigal o un soneto.
(30) N ada es más triste para alguien que no se exprese con estilo que ser
juzgado por beaux esprits o sem iespíritus. N o toman en cuenta sus ideas; lo
juzgan según sus palabras. P or superior que sea realm ente a aquellos que lo tratan
de imbécil, no corregirá su juicio; nunca dejará de ser considerado por ellos como
un necio.
(31) Existen, decía este m ismo abad de Longuerue, dos. obras sobre H om ero
que son más valiosas que el propio H om ero: la prim era es Antiquitates Homericae; y
la segunda es Homeri Gnomología per Duportum. El que haya leído estos dos libros
ha leído todo lo bueno de H om ero y no ha tenido que soportar el aburrim iento de
sus relatos inverosímiles.
(32) En general, los que han cultivado sin éxito las artes y las ciencias, si son
elevados a altos cargos, llegan a ser los más crueles enemigos de la gente de letras.
Para censurar a ésta, se ponen a la cabeza de los necios; querrían aniquilar el
género de espíritu en el que no han tenido éxito. Se puede decir que, en letras
como en religión, los apóstatas son los más grandes perseguidores.
(33) Miles de anécdotas agradables en la conversación serían insípidas en la
lectura: «El lector, dice Boileau, quiere sacar provecho de su entretenim iento.»
(34) El uno maldice porque es ignorante y ocioso; el otro, porque al ser
aburrido, charlatán y lleno d e manías, turbado por los m enores defectos, es habi­
tualm ente infeliz: a su carácter más que a su espíritu debe sus bromas. Facit
indignatio tersum. (La indignación genera la poesía. N. T.).
U n tercero es atrabiliario de nacim iento; maldice a los hom bres porque no ve
en ellos más que enemigos. ¡Qué doloroso es vivir perpetuam ente con los objetos
de su odio! Se jacta de no ser engañado; no ve en los hom bres más que bribones y
malvados disfrazados; lo dice y a m enudo tiene razón, pero, en fin, a veces se
equivoca. A hora bien, pregunto si no se es igualmente engañado, cuando se tom a
el vicio por virtud que cuando la virtud por vicio. La edad feliz es aquella en la que
se cree en los amigos y los amantes. ¡Desgraciado aquel que no aprende a ser
prudente por experiencia! La desconfianza preceptiva es el signo certero de un
corazón depravado;y :un carácter1infeliz. ¿Quién sabe si el más insensato entre los
hom bres no es aquel que para no ser engañado por amigos se expone al suplicio de
una desconfianza perpetua? T am bién se m urm ura para hacer alarde de espíritu.
Con ello se m uestra que el espíritu satírico no es más que el espíritu de los que
carecen de espíritu. ¿Qué es, en efecto, un espíritu que no existe más que por las
ridiculeces de los demás y un talento en el que no se puede sobresalir sin que el
elogio del espíritu se convierta en la sátira del corazón? ¿Cómo enorgullecerse de
éxitos en un arte en el cual, si se conserva alguna virtud, sería necesario ruborizarse
cada día ante estas brom as que halagan nuestra vanidad y a las que ésta desdeñaría
si fuera más esclarecida? ■
(35) Sólo en Francia, en el seno de la alta sociedad se considera como hom bre

569
de espíritu a quien carece de sentido común. Por eso, el extranjero, siempre
preparado a quitarnos a un gran general, un escritor ilustre, un célebre artista, un
m anufacturero hábil jamás nos quitará a un hom bre de buen tono. A hora bien,
¿qué clase de espíritu es éste que ninguna nación desea?
(36) El sabio, dice el proverbio persa, sabe y cuestiona; pero el ignorante no
sabe ni siquiera qué es preguntar.
(37) N i siquiera en este género se entienden los principios que se repiten
todos los días. Castigar y recompensar es un axioma. Todo el m undo conoce las
palabras, pero pocos hom bres conocen su sentido. Q uien percibiera su sentido en
toda su extensión resolvería por la aplicación de este principio, el problem a de una
legislación perfecta. ¡Cuántas cosas como éstas se cree saber y se repite codos los
días sin entender! ¡Qué diferente significado tienen las mismas palabras en diversas
bocas!
Se cuenta de una chica con reputación de santa que pasaba días enteros orando.
El obispo se entera y va a verla: «¿Cuáles son estas largas oraciones a las que
dedicáis vuestros días?», le pregunta. «Recito el Padrenuestro», le dice la chica. «El
Padrenuestro, repite el obispo, es sin duda una excelente oración; pero, en fin, un
Padrenuestro se dice rápido.» «¡Oh, Monseñor! ¡Cuántas ideas de la grandeza, de la
potencia, de la bondad de Dios, contienen estas dos únicas palabras: ¡Pater noster!
Hay en ellas para una semana de meditación.»
Podría decir lo mismo de algunos proverbios; los com paro con m adejas enreda­
das: si se tiene un extrem o se puede devanar toda la moral y la política; pero son
necesarias manos muy hábiles para esta obra.
(38) Con el nom bre de amor, H esíodo, por ejem plo, nos da aproxim adam ente
la idea de atracción; pero en este poeta se trataba de una idea vaga. Por el
contrario, en N ew ton, es el resultado de combinaciones y cálculos nuevos. Newton
es, pues, su inventor. O pino acerca de Locke lo mismo que acerca de Newton.
Cuando Aristóteles dijo: N ih il est in intellectu tiutid non prius juerit iti sensu (Nada
hay en el intelecto que no estuviera antes en los sentidos N. T.), seguram ente no
relacionaba con este axioma las mismas ideas que Locke. Esta ¡dea era en el filóso­
fo griego, a lo sum o, la intuición de un descubrim iento que había que hacer y cuyo
honor pertenece por entero al filósofo inglés. Sólo por envidia creem os encontrar
en los antiguos todos los descubrim ientos modernos. Una frase vacía de sentido o,
al menos, ininteligible con anterioridad a estos descubrim ientos basta para denun­
ciar a gritos un plagio. En cambio, no se dice que percibir en una obra un principio
que nadie había aún percibido es propiam ente hacer un descubrim iento, ni siquiera
que este descubrim iento supone haber efectuado numerosas observaciones que
conducían a este principio; ni tampoco que quien une un gran núm ero de ideas
bajo el mismo punto de vista es un hom bre de genio y un inventor.
(39) Relataré sobre este tema un hecho bastante gracioso. Un hom bre se hizo
presentar a un magistrado, hom bre éste de gran espíritu: «¿A qué os dedicáis?», le
pregunta el magistrado. «Hago libros», responde el hom bre. «Pero ninguno de sus
libros me ha llegado.» «Ya lo creo, responde el autor. N o hago nada para París. En
cuanto una de mis obras está impresa, mando la edición a América; no compongo
más que para las colonias.»
(40) Es a este respecto que los persas dicen: «Oigo el ruido de la muela, pero
no veo la harina.»
(41) En un sentido amplio, el espíritu recto sería el espíritu universal. N o se
trata de esta clase de espíritu en este capítulo; tom o aquí esta palabra en la
acepción más común.
(42) Capital de Vijayanagar.
(43) Dícese que ocurrió hace algunos años en Prusia un hecho más o menos
parecido. Dos hom bres muy piadosos vivían en la amistad más íntima. U no de ellos
cumple con sus deberes religiosos y se encuentra con su amigo al salir de la
iglesia. Le dice: «Creo, tanto como un cristiano puede creerlo, encontrarm e en
estado de gracia». «¡Qué!, le responde su amigo, ¿en este estado no tem erás la
m uerte?» «N o creo poder estar en m ejor disposición», replica aquél. En cuanto

570
suelta estas palabras, su amigo lo hiere, lo mata y ese asesinato le parece el
resultado justo de una fe viva y una amistad sincera.
Los espíritus rectos considerarían la costum bre que se tenía antaño de decidir
acerca de la justicia o la injusticia de una causa por m edio de las armas, com o una
costum bre muy bien establecida. Les parecía la conclusión correcta de estas dos
proposiciones: Nada ocurre más que por orden de Dios y Dios no puede permitir la
injusticia. «Cuando se producía una disputa acerca de la propiedad de unos fondos,
o sobre la condición de una persona, si el derecho no estaba claram ente a favor de
uno o de otro se tomaban dos paladines para esclarecerlo. Cuando el em perador
O tón, hacia el año 968, consultó a dos doctos para saber si la sucesión debía
efectuarse en línea directa y puesto que tenían opiniones diferentes, nom bró a dos
valientes caballeros para decidir con las armas este asunto de derecho. Al sacar
ventaja aquel que sostenía la representación, el em perador ordenó que ésta se
efectuara así desde entonces en adelante.» (Memorias de la Academia de Inscripciones
y Bellas Letras, t. XV.)
Podría citar aquí, de las Memorias de la Academia de las Inscripciones, muchos
otros ejem plos de diferentes pruebas, llamadas en estos tiempos de ignorancia
juicio de Dios. Me limito, pues, a la prueba del agua fría que se practicaba del
siguiente modo: «D espués de algunas oraciones pronunciadas ante el paciente, se
ataba su m ano derecha con su pie izquierdo y su mano izquiera con su pie derecho
y en esta posición se lo tiraba al agua. Si flotaba, se lo trataba de criminal; si se
hundía, era declarado inocente. Con este criterio debían encontrarse pocos culpa­
bles, puesto que un hom bre, al no poder hacer ningún movim iento y siendo su
volumen superior en peso* a un volumen igual de agua, debe necesariam ente
hundirse. Sin duda no se ignoraba un principio de estática tan simple, de una
experiencia tan común; pero la simplicidad de estos tiem pos esperaba siem pre un
milagro que el cielo no podía negarles para darles a conocer la verdad.» (Ibíd.)
(44) D ecir de un hom bre que es una mala cabeza equivale con frecuencia a
decir, sin saberlo, que tiene más espíritu que nosotros.
(45) El asno, dice sobre este tem a M ontaigne, es el más serio de los animales.
(46) La costum bre de ver a desgraciados hace a los hom bres crueles y malva­
dos. Inútilm ente dicen que son crueles con pesar y que el deber Ies impone la
obligación de ser duros. T odo hom bre que por el interés de la justicia puede,
como el verdugo, m atar con sangre fría a su sem ejante, lo masacraría seguram ente
también por su interés, si no tem iera el patíbulo.
(47) Lo que digo del am or paterno puede aplicarse a este amor metafísico tan
elogiado en nuestras antiguas novelas. Somos propensos, en este género literario, a
m uchos errores de sentim iento. C uando imaginamos, por ejem plo, no q uerer más
que el alma de una m ujer, seguram ente es sólo a su cuerpo al que querem os; y, a
este respecto, somos capaces de todo para satisfacer tanto nuestras necesidades
como nuestra curiosidad. La prueba de esta verdad es la poca sensibilidad de la
mayor parte de los espectadores en el teatro por la ternura de dos esposos mientras
que estos mismos espectadores son profundam ente conmovidos por el am or entre
dos jóvenes. ¿Q ué es lo que produce en ellos esta diferencia de sentim iento si no
son los sentim ientos diferentes que ellos mismos han experim entado en estas dos
situaciones? La mayor parte de ellos ha com probado que si bien se hace todo por
los favores deseados, se hace muy poco por los favores obtenidos; que en materia
de am or, una vez satisfecha esta curiosidad, es fácil consolarse de la pérdida de una
m ujer infiel y que, entonces, la desgracia de un amante es muy soportable. D e ahí
concluyo que el am or sólo puede ser un deseo disfrazado de goce.
(48) Los perseguidores de Galileo creyeron, sin duda, que les animaba el celo
de la religión y fueron engañados p o r esta creencia. Confesaré, sin embargo, que si
se hubieran examinado escrupulosam ente y si se hubieran preguntado p o r qué la
Iglesia se reservaba el derecho d e castigar con el horrible suplicio del fuego los
errores de un hom bre, m ientras daba al crimen un asilo inviolable al lado de los

* En el original dice sólo «supérieur».

571
altares y se declaraba, p o r así decir, la protectora de los asesinos; si se hubieran
además preguntado por qué esta misma Iglesia parecía favorecer, por su tolerancia,
los crímenes de esos padres que mutilan sin piedad al niño a quien, en los templos,
los conciertos y el teatro, consagran al placer/de algunos oídos delicados; y si, en fin,
se hubiesen dado cuenta de que los mismos eclesiásticos animaban a este crim en a
los padres desnaturalizados, al perm itir que estas víctimas infortunadas fueran recibi­
das y empleadas en las iglesias, entonces necesariam ente hubieran convenido en que
el fervor religioso no era el único sentim iento que los animaba. H ubieran advertido
que hacían del tem plo el refugio del crim en solam ente para conservar, por este
m edio, mayor influencia sobre una infinidad de hom bres que respetarían a los m on­
jes como los únicos protectores que pudiesen sustraerlos al rigor de las leyes; y
habrían com prendido que castigaban en Galileo el descubrim iento de un nuevo
sistema para vengarse de la injuria involuntaria que les hacía un gran hom bre que, al
esclarecer a la humanidad, al parecer más instruido que los eclesiásticos, podía dis­
m inuir la influencia de éstos sobre el pueblo. Es verdad que incluso en Italia se
recuerda con horror el tratam iento que la Inquisición infligió a este filósofo. Citaré
como prueba dé esta verdad un fragm ento de un poem a del cura B enedetto Menzini.
Este poema, im preso y vendido públicam ente en Florencia, está citado en el Journal
Etranger (Diario Extranjero). El poeta se dirige a los inquisidores que condenaron a
Galileo: «¡Cuánta ceguera os ofuscaba cuando arrastrasteis indignam ente a este gran
hom bre a vuestras celdas! ¿Es éste el espíritu pacífico que os recom endó el santo
apostol que m urió en el exilio en Patmos? N o, fuisteis siem pre sordos a sus precep­
tos. Persigamos a los sabios: ésta es vuestra máxima. H um anos orgullosos, bajo una
fachada que sólo respira hum ildad vosotros que habláis con un tono tan dulce,
vosotros que mancháis vuestras manos con sangre, ¡qué funesto dem onio os ha
introducido entre nosotros!».
(49) Si el mismo devoto fanático, apacible en la China y cruel en Lisboa, pre­
dica en los diversos países la tolerancia o la persecución, según sea más o menos
poderoso, ¡cómo conciliar conductas tan contradictorias con el espíritu del Evangelio
y no darse cuenta de que bajo el nom bre de la religión es el orgullo de mandar el
que los inspira!
(50) Excepto la lujuria, que de todos los pecados es el m enos nocivo para la
humanidad, pero que consiste en un acto que no podem os disimularnos, nos enga­
ñamos en todo los demás. T odos los vicios se transform an para nosotros en virtudes.
El deseo de grandeza pasa p o r elevación del alma, la avaricia por econom ía, la
m aledicencia por amor de la verdad y el 'tem peram ente por un celo loable. D e este
m odo, la m ayor parte de estas pasiones se unen, en general, con la beatería.
(51) Los teólogos que creían que los papas tenían el derecho a disponer de los
tronos, se imaginaban que les animaba el puro fervor religioso. N o com prendían que
un motivo secreto de ambición se mezclaba con la santidad de sus intenciones; que
el único medio de mandar a los reyes era consagrar la opinión que daba al papa el
derecho de destituirlos en caso de herejía. A hora bien, siendo los eclesiásticos los
únicos jueces de la herejía, la corte de Roma, dice el abate de Longuerue, encon­
traba, heréticos a sus ojos a todos los príncipes que le disgustaban.
(52) A la misma causa debe atribuirse el amor a la probidad del que casi todos
los- necios hacen alarde, cuando dicen: «Rehuim os a la gente de espíritu; es mala
compañía; son hom bres peligrosos». Pero, se les dirá, la Iglesia, la corte, la magistra­
tura, la fmanza no producen m enos hom bres reprensibles que las academias; la
mayor parte de la gente de letras ni siquiera es capaz.de hacer bribonerías. Por otra
parte, el deseo de estim a que supone siem pre el amor al estudio les sirve, a este
respecto, de protección. E ntre la gente de letras, pocos hay cuya probidad no sea
constatada por algún acto de virtud. Pero incluso suponiendo que fuesen tan bribo­
nes como los necios, las cualidades del espíritu pueden com pensar en ellos los vicios
del corazón; en cambio, el necio no ofrece ningún resarcimiento. ¿Por qué, enton­
ces, rehuir a la gente de espíritu? Porque su presencia humilla y po rq u e se confunde
en sí mismo el amor por la virtud con lo que no es más que aversión por los hom bres
superiores.»
(53) Q uien no es jinete no da consejos sobre el arte de dom ar caballos. Pero no

572
somos tan desconfiados en m ateria de moral; sin Haberla estudiado, nos creemos
muy sabios y en condiciones de aconsejar a todo el mundo.
(54) Pueblos salvajes.
(55) Si, como dice Pascal, la costum bre es una segunda y tal vez una prim era
naturaleza, es necesario reconocer que, una vez adquirida la costum bre del crimen,
se com eterán crím enes toda la vida.
(56) Cada siglo no produce más que cinco o seis hom bres de esta especie y, sin
embargo, en moral como en medicinal, consultamos a la criada. N o decimos que la
moral, como cualquier o tra ciencia, exige mucho estudio y mucha meditación. Todos
creemos conocerla, porque no hay escuela pública donde podam os aprenderla.
(57) «La mayor parte de los príncipes, dice el poeta Saadí, son tan indiferentes
a los buenos consejos, necesitan en tan raras ocasiones amigos virtuosos, que es
siem pre signo de calamidad pública el que estos hom bres aparezcan en la corte. Por
eso no son llamados m ás.que en situaciones extremas y cuando el Estado ha quedado
ya sin recursos.»
(58) N ótese que distingo aquí entre el espíritu y el sentido común, que se con­
funden algunas veces en el uso ordinario.
(59) Cuando se trataba en China de saber si se' perm itiría a los m isioneros
predicar librem ente la religión cristiana, se dice que los letrados, reunidos con este
motivo, no vieron en ello ningún peligro. N o preveían, dicen, que una religión en la
cual el celibato era el estado más perfecto pudiera extenderse mucho.
(60) T odo el m undo conoce esta anécdota de un cortesano de Manuel de
Portugal. Se le encargó redactar un despacho. El príncipe compuso otro sobre el
mismo tema, comparó los dos y encontró el del cortesano m ejor; se lo dijo. El
cortesano no le responde más que con una profunda reverencia y corre a despedirse-
de su m ejor amigo: «Ya no tengo nada que hacer en la corte, le dice; el rey sabe que
tengo más espíritu que él».
(61) Los m usulmanes creen que todo, lo que debe ocurrir hasta cT final del
m undo está escrito sobre una tabla de luz, llamada Loitb, con una pluma de fuego,
llamada Calam-azer; y la escritura que está encima se llama Ca/a o Cadar, es decir,
predestinación inevitable.
(62) Lu-cong-pang, fundador de la dinastía de los Han, fue prim ero jefe de
ladrones. Se adueñó de un fuerte, se vinculó al servicio de T-cou, llegó a ser general
de los ejércitos, derrotó a los T-sin, se adueñó de muchas ciudades, tom ó ej título de
rey, com batió y desarm ó a los príncipes rebeldes contra el imperio, restableció la
calma en China, más por su clem encia que por su valor, fue reconocido como
em perador y citado en la historia de los chinos como uno de los príncipes más
ilustres.
(63) Ver la Historia de los Hunos, por el señor de Guignes, tom o I, p. 174;
(64) Cuando acababa de nom brar a. un ministro, uno de los prim eros funciona^
rios de Versalles, hom bre de m ucho espíritu, le dijo: «Amad el bien, pues ahora
estáis en condiciones de hacerlo. Se os presentarán miles de proyectos útiles para el
público: procurad su éxito, pero no emprendáis nada antes de com probar que la
ejecución de estos proyectos exige pocos fondos, poco cuidado y poca probidad. Si
el dinero que exige el éxito de uno de estos proyectos es considerable, los asuntos
que se os presentarán de im proviso no os perm itirán dedicarle los fondos necesarios
y perderéis vuestra apuesta. Si el éxito depende de la vigilancia y de la probidad de
vuestros empleados, tem ed que se os haga presión en cuanto a la. elección de los
asuntos. Pensad, por otra parte, que estaréis rodeado de bribones; que es necesario
reconocerlos de un vistazo certero; y que la prim era ciencia, pero al mismo tiem po
la más difícil para un m inistro, es la ciencia de las elecciones.»
(65) Ver sus Memorias para servir a l.a Historia de Holanda, en el artículo de
Grotius.
(66) A m enudo tienen p o r ellos mismos una estim a exclusiva. Incluso entre
aquellos que sólo se distinguen en las artes más frívolas, hay quienes piensan que en
su país no hay nada bien hecho aparte de lo que ellos hacen. N o puedo dejar de
relatar, a este respecto, una anécdota bastante graciosa, atribuida a Marcel. Un
bailarín inglés muy célebre llega a París y va a ver a Marcel: «Vengo, le dice, a

573
rendiros un hom enaje que os debe toda la gente de nuestro arte; soportad que baile
ante vos y que aproveche vuestros consejos...». «Con m ucho gusto, le dice Mar-
cel». En seguida, el inglés ejecuta unos pasos muy difíciles y hace miles de trenza­
dos. Marcel lo mira y exclama de repente: «Señor, en los demás países se salta y
sólo se baila en París. Pero, desgraciadamente, no se hace bien más que esto. ¡Pobre
reino!
(67) Sería tal vez deseable que antes de acceder a los grandes puestos, l
hom bres destinados a cumplir estas funciones escribieran alguna obra. Sentirían
m ejor la dificultad de hacer el bien; aprenderían a desconfiar de sus luces y, apli­
cando a los asuntos esta desconfianza, los examinarían con más atención.

574
INDIC E
I N T R O D U C C I O N .............................................................................. 7
DEL E S P I R I T U ..................................................................................... 83
D IS C U R S O PR IM E R O : DEL E SPIR IT U EN SI M IS M O ................... 89
D IS C U R S O S E G U N D O : DEL ESPIRITU C O N RELA CIO N A LA
SO C IE D A D ............................................................................................................ 127
D IS C U R S O T E R C E R O : SOBRE SI EL ESPIRITU DEBE SER
C O N S ID E R A D O U N D O N DE LA N A TU RA LEZA O U N EFECTO
DE LA E D U C A C I O N ................................................................. ........................ 283
D IS C U R S O C U A R T O : D E LOS DIFERENTES NO M BRES D A ­
DOS AL E S P IR IT U ............................................................................................... 449
MlEOE¡SíElSS]§]gE]E]EiggEl§E]EiggElElEl^S
M
El
§1 13
(51 13
El 13
SI U n solo libro, el Del Espíritu, b astó p a ra colocar a u n ap ren d iz 13
SI de p o e ta y aficionado a la Filosofía en el c e n tro d e la vida 13
El cultural de la «república de las letras» y en el principal objetivo
d e p ersecución de la cen su ra eclesiástica y política. Del Rey
13
51 al Papa, de los obispos a ¡os m ag istrad o s, del P a rla m e n to a la
13
il F acultad de T eología, todos v iero n en este libro la m e jo r y 13
@1 m á s audaz co n d e n sa ció n del espíritu ilustrado. En la ú n ica 13
¡al o b ra publicad a en vida de C laude A d rien D’H elvetius se 13
Si creyó v er el m ás radical a ta q u e a la relig ió n y a las b u en as 13
il co stu m b res, a la Iglesia y al E stado, o sea, al A n tig u o R é ­ 13
ei
gim en.
P ero, al m ism o tiem p o , el Del Espíritu forzó a los h o m b re s de
13
El letras, a los philosophes, a u n ejercicio de coheren cia. V oltaire, 13
El R ousseau, D’H olbach, D iderot..., todos se v ie ro n o bligados a 13
El revisar sus posiciones y definir su actitu d a n te el te x to de 13
il H elvedus. Su radicalism o obligó a todos a afilar sus arm a s 13
—filosóficas, jurídicas o políticas— y situarse en el lím ite. Y de
m 13
e sta m a n e ra cum plió la m e jo r y m ás n o b le fu n ció n de u n
É te x to filosófico: forzar la clarificación y la conciencia d e sí.
13
L a edición castellana h a sido p re p a ra d a p o r J. M. B erm udo, 13
p ro fe so r d e H istoria d e la Filosofía M o d e rn a y C o n te m p o rá ­ 13
n e a en la U niversidad de B arcelona. H a to m a d o co m o base 13
la edición de D idot (1975), te n ie n d o p rese n tes la d e A rkstée 13
e t M erkus (1761 y 17 76) y la de D u rand (1794).
13
13
13
13
13

22951

un
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il 13

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