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Fantasmas de día cuenta la aventura de cuatro amigos: Seve, José

Ignacio,
Rodríguez y un niño más, el narrador de la historia, cuyo nombre no se
menciona. Todo comienza cuando Seve decide escapar de casa con sus
amigos, después de haber reñido con sus padres. José Ignacio roba la
mula de Jacinto, el lechero, y los cuatro muchachos huyen del pueblo.
De
pronto, nadie supo muy bien por qué, cayeron con todo y mula al fondo
de
un barranco. Después de un rato, al despertar, los chicos piensan que
han
muerto, pues no sienten el latido de su corazón. Era extrañamente
normal
estar muertos, podían verse entre ellos e incluso les daba hambre. A
José
Ignacio se le ocurrió que por haber robado la mula de Jacinto deberían
permanecer en el mundo vagando como fantasmas hasta remediar su
falta.
Los cuatro chicos comenzaron a buscar la mula para regresarla a su
dueño y
así liberar sus almas. Sin embargo, Seve decidió aprovechar su condición
de
fantasma y divertirse asustando a la gente del pueblo; pensando que
podría
atravesar muros, se lanzó contra una pared que le hizo sangrar la nariz.
Se
limpió la sangre con la mano y la estampó en una ventana de la casa; a
todos
les pareció una broma sensacional espantar a los vecinos dejando
huellas de
manos con sangre, pero ésta, ya se había secado. Al pasar por los
nogales del
padre de José Ignacio, descubrieron al ricachón de Aniceto robando
nueces,
José Ignacio, indignado, trató de meterle un buen susto, pero Aniceto
parecía no verlo ni oírlo. Los chicos se dieron cuenta de que al estar
muertos,
la gente no podría verlos y, para desquitarse de Aniceto, fueron a buscar
acuarelas para estampar huellas en su casa y darle un buen susto por
ladrón;
ya que eran invisibles, podrían hacer muchas cosas divertidas. Para
cortar
camino, los chicos entraron en una casa, empujaron la puerta,
caminaron
por el pasillo hasta la cocina y salieron por la ventana. Todos en la casa
se asombraron muchísimo. Los cuatro muchachos entraron en varias
casas del
pueblo haciendo travesuras y moviendo cosas; metieron los dedos en
los
frascos de mermelada de Salomé, quien alcanzó a darle un escobazo a
José
Ignacio. Cuando por fin recogieron las acuarelas, estamparon huellas
rojas
por todas partes, donde pudieran espantar a quien pasara por ahí. Todo
el día hicieron travesuras hasta que vieron a Josefina, la mula de
Jacinto, y
corrieron tras ella, más de una hora, para atraparla y regresarla con su
dueño.
Se hacía de noche y los muchachos estaban cansados. Intentaron pasar
la
noche en una casa vieja y sola, de la cual se decía que era una casa de
brujas.
Estaban cansados, temerosos y hambrientos; todos querían regresar a
sus
hogares. El lugar estaba muy oscuro y, cuando intentaron salir,
Rodríguez
se asustó mucho, dijo que había visto a las brujas; pero, al mirar mejor,
los
chicos descubrieron a una virgen con todo y niño, además de otros
santos.
Regresaron al pueblo y vieron que sus padres los buscaban con un
grupo
de personas; los adultos estaban muy enojados, decían que no entendían
el
comportamiento de los chicos, hasta que alguien se percató de la
presencia
de los cuatro amigos. Los chicos explicaron lo que había sucedido, pero
todos se rieron de ellos: alguien les explicó que no escucharon latir su
corazón porque el corazón está del lado izquierdo y ellos intentaron
hacerlo
del lado derecho. Jacinto no dejaba de quejarse por su mula, los chicos
le
dijeron que la mula estaba en la casa de las brujas, pero no se dejaba
atrapar.
Resultó que en esa casa estaban la imagen de la Virgen y otras figuras
que
habían sido robadas hacía muchos años. El cura, don Genaro, se puso
muy
contento porque gracias a las travesuras de los chicos habían
recuperado las
imágenes.

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