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Josefina Hidalgo abrió la pequeña ventana blanca de su cuarto.

Eran las 8 de la mañana, como todos


los días preparó unas tostadas y unos mates calientes para desayunar. El sol estaba radiante como hacía
mucho no lo estaba, era extraño porque por esos lados el sol brillaba todo el año.
Sacó el tapado rojo y los zapatos de charol del viejo armario que nunca pudo arreglar, para las cosas
de la casa siempre fue medio inútil, se hizo un rodete y salió para el mercado.
La calle estaba algo resbaladiza, supuso que había estado lloviendo durante la noche, se le iba
complicar mantener el equilibrio. Se detuvo en el puesto de Doña Julia y compró unas manzanas y un
poco de verdura, aprovechó para visitar a su vecina de puesto que le convidó unos mates, después pasó
por el puesto de José y se llevó unos bifes gruesos para el almuerzo.
Después de almorzar Josefina se propuso ordenar el cuarto hacía días que por culpa del trabajo y los
estudios había descuidado el orden de su casa. Por casualidad, vaya a saber qué, de un viejo cajón
cayeron unas fotos viejas, las miró y sintió como si se transportara a ese instante retratado por la lente de
la cámara.
Comenzó a caminar por la orilla de un lago junto a un hombre alto, robusto y de cabello color negro
azabache, Luis estaba sonriente, Josefina ya no recordaba esa cara de su amado ¿Porqué ahora todo era
tan distinto? ¿porqué Luis había cambiado tanto? De repente volvió a su casa, la fría y oscura casa que
solo se iluminaba a través de aquella ventana blanca. Una lágrima cayó por su mejilla, rápidamente se la
secó y se levantó del suelo exhalando un grito de dolor, aquel golpe reciente en la espalda no la dejaba
moverse mucho.
Después de ordenar, empezó a hacer su tarea para el lunes, tomó las agujas de tejer y comenzó a
practicar el punto que le habían enseñado la semana anterior, por suerte tenía todo el tiempo del mundo,
pues Luis no volvería hasta el Domingo por la noche.
Tejía y destejía, tejía y destejía, había algo que no la dejaba avanzar estaba muy desconcentrada,
nunca le había pasado. Se levantó de la silla, comenzaba a anochecer y la casa comenzaba a ponerse
cada vez más tenebrosa. Josefina sentía que esta era una cárcel, su cárcel y obviamente no tenía como
escapar. Luis cada vez que se iba arremetía con golpes contra ella para que le fuese imposible escapar de
ese calabozo alejado de todo, en lo alto de un valle. La vista era hermosa pero para Josefina eso no
bastaba. Decidió hacerse un té, la espalda comenzó a dolerle muchísimo necesitaba recostarse, todavía
no entendía cómo pudo irse hasta el mercado, supuso que las ganas de comer algo le dieron la energía
para caminar toda esa distancia. Cuando terminó de tomarse el té, Josefina se acomodó en su cama,
cada noche rezaba para que Luis no volviera nunca, pero él siempre regresaba, no aguantaba más vivir
así: encerrada, maltratada y ultrajada día tras día, noche tras noche. Luis sólo la dejaba ir a sus cursos de
tejido y a vender sus tejidos en el mercado durante la semana para poder quedarse solo (o vaya a saber
con quién) y luego cuando terminaba la iba a buscar por las dudas que ella decidiera escaparse.
Hace cinco años que Josefina pasaba por esa situación, algunas veces se olvidaba de cómo hablar,
Luis nunca la dejaba omitir opinión y a la mínima señal le levantaba la mano para que se calle. Se sentía
atrapada, controlada; en esas últimas semanas Luis puso en el mercado a unos amigos para que la
vigilaran desde que ponía el puesto hasta que él la iba a buscar. Nunca supo que fue lo que cambió a
Luis tan drásticamente, era un hombre sensible, dulce, apasionado, pero luego de casarse ese hombre
que conoció en el parque enfrente de su casa fue otro.
Era un martirio, ya no sabía qué sentía y qué no, qué le gustaba y qué no, se sentía un animal, ir a
comprar como ese día era el único momento en que se sentía una persona normal, y era tan feliz que
quien la veía ni siquiera sospechaba del dolor que llevaba dentro y fuera de su cuerpo. Muchas veces
pensó en darle fin a su vida pero nunca se animó, siempre creyó que Luis cambiaría o que algún hombre
llegaría a rescatarla. Pero después de cinco años esa esperanza empezó a esfumarse por completo.
Josefina sintió muchas veces que había perdido el alma, se miraba al espejo y no veía nada, sólo un
rostro derruído por el dolor y la tristeza, carente de esperanza, de sueños y de ilusiones. Mientras
pensaba en todo eso, Josefina divisó unos sobres debajo de una cómoda donde estaban las cosas de Luis,
que siempre estaba cerrada con llave. Al acercarse notó que era la letra de su hermana Lucrecia, le había
estado escribiendo los últimos tres años y ella nunca lo supo. Luis los había ocultado todo ese tiempo.
Josefina no pudo contener el odio que le produjo esa mentira, siempre creyó que Lucrecia se había
olvidado de ella. Comenzó a leer todas las cartas mientras lloraba desconsoladamente, y no pudo resistir
el desprecio que le expresaba su hermana en la última carta ante tanta indiferencia por parte de ella.
Josefina quería explicarle lo que pasaba, decirle que ella no tenía la culpa, pedirle ayuda, pero las
fuerzas se le agotaron, el dolor, el odio y la tristeza fueron más. Esto último fue la gota que rebalsó el
vaso, ya no tenía salida, estaba completamente sola y nadie la podía ayudar.
Era tanto su dolor, su miseria, sus carencias que esa noche del sábado 20 de Abril decidió terminar
con todo. Pero no le quería hacer tan fácil la vida a Luis después de su muerte, así que decidió quemar la
casa, con las cosas que él más quería como sus discos de Kiss, la remera de su club favorito, la foto
autografiada del goleador del equipo y los ahorros que había juntado durante toda su vida para
comprarse la camioneta 4 x 4 negra que siempre había soñado y estaba tan cerca de tenerla. Luis vivía
para esas cosas, era lo único que le importaba en la vida, Josefina sabía que la pérdida de esos objetos le
iba a doler en lo más profundo. Era una forma de hacerle sentir aunque sea una parte del dolor y la
angustia que ella sintió durante tanto tiempo.
Josefina presentía que toda su tristeza iba a ser recompensada en otro mundo, tal vez en otra vida.
Tomó unas telas que estaban en un baúl y comenzó a prenderlas, prendió las cosas de Luis, y siguió
desparramando el fuego por toda la casa, sabía que cuando quisieran ir a salvarla sería tarde, ya que los
bomberos tardarían horas en llegar. En media hora la casa ardía en llamas. Josefina permaneció sentada
en su silla donde tejía todas las tardes. De pronto comenzó a prenderse su ropa, primero aquel tapado
rojo. El fuego lentamente comenzó a consumir su cuerpo, Josefina ya no sentía el dolor del fuego
devorándose su piel, se ve que los golpes la habían curtido. En un instante el cuerpo de Josefina se
convirtió en carbón, al tiempo en que los bomberos comenzaron a llegar en un intento fallido de querer
apagar el incendio.
De repente hubo un silencio escalofriante, y segundos después surgió de entre las cenizas una luz
blanca intensa, tras ella apareció un enorme pájaro envuelto en llamas y de plumaje rojo anaranjado,
como el fuego. Este pájaro comenzó a volar por encima de aquel pueblo ante los ojos atónitos de los
pueblerinos y de los bomberos que presenciaban ese acto sin siquiera respirar. El pájaro mientras volaba
desprendía un dulce aroma que contagiaba de paz y alegría a quien lo sentía, pues sus alas estaban
perfumadas de deliciosos olores.

Josefina desapareció del pequeño pueblito alejado de la ciudad, nada más se supo de ella, desde
entonces en el pueblo corre la leyenda de que allí vivió Josefina Hidalgo que como el Ave Fénix murió
para renacer de sus cenizas con toda su gloria.

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