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cirujanos mulatos
y de otras castas
en la Lima colonial
Mulatto Physicians and Surgeons
from other Castes of Colonial Lima
➻ R e s u m e n
En la Lima colonial, los mulatos libres y esta manera, muchos mulatos lograron
otras castas se hicieron imprescindibles ejercer el oficio en virtud de haber su-
como barberos y cirujanos a tal punto perado los exámenes que se realizaban
que esos oficios se volvieron casi exclu- en el cabildo. Solo uno, el mulato José
sivos de ellos. La universidad impidió Manuel Valdés, logró permiso real para
que obtuviesen grados por la nota de sacar su grado en la Universidad de San
infamia que llevaban en sí, pero esto Marcos en 1795, pero ya para entonces
no fue un obstáculo para que algunos los requerimientos eran menos severos
se formaran libremente en los hospita- y se había franqueado el camino para
les donde se enseñaba al que quisiera que los miembros de las castas pudiesen
aprender y trabajar como barbero o ciru- ejercer trabajos anteriormente vedados
jano, bajo la dirección de los médicos. De a ellas.
➻ A b s t r a c t
In colonial Lima free mulattoes and such point that those endeavors were
other racial mixed groups became in- almost monopolized by them. College
dispensable as barbers and surgeons to education forbade them to obtain a
Introducción
ste trabajo busca indagar acerca del papel que cumplieron las
castas en el campo de la salud de la población limeña colonial1.
E Para ello se ha utilizado información de los libros de cabildo
del Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima (ahml)
y de la documentación del Archivo General de Indias (agi).
El mestizaje —en el caso de los negros mulataje— dio como resultado
un gran porcentaje de hombres y mujeres libres. Entre ellos, las castas y sobre
todo los mulatos ejercieron una labor importante en la Lima colonial, pues se
encargaron de labores manuales y artesanales (fueron carreteros, herreros, cañeros,
vendedores, pregoneros, etc.), y sobresalieron, especialmente, como barberos, en-
fermeros y cirujanos2. De todos, el más célebre fue sin lugar a dudas fray Martín
1 En la América española casta significaba grupo racial mezclado, pero cerrado. Según Stolcke y
Coello, a medida que las castas fueron escalando posiciones en la sociedad colonial, aumentó
el control de la pureza de sangre y de la legitimación del nacimiento entre los peninsulares y
criollos con el fin de impermeabilizar las fronteras de las categorías sociales coloniales y controlar
el ordenamiento jerárquico de las mismas (47).
2 Los negros, los mulatos y las castas habían logrado imponerse en Lima en distintos oficios
manuales. A comienzos del siglo xviii, algunos mulatos destacaban en sus oficios y lograban
progreso económico no solo en la cirugía sino también, participando en el remate del derecho
de pulperías de Lima, en el comercio (agi, l 411). El arzobispo-virrey del Perú, Diego Morcillo,
denunció el caso de Joseph Urrola, que había sido pulpero por dieciséis años, “con lo cual ha
pasado de mulato a caballero, atreviéndose a perder el respeto al virrey”. Teniendo en cuenta este
ejemplo, los mulatos participaban activamente en el remate de pulperías (agi, l 413). Desde la
segunda mitad del siglo xviii, los mulatos se destacaron como militares, formando regimiento
de pardos. Los morenos libres de Lima se tomaban sus propias prerrogativas, como solicitar al
virrey ayudas para su hospital. Se concedió este pedido por medio de la “Real Cédula expedida
en 4 de diciembre de 1729 con motivo de la representación hecha a V. M. por parte de los
morenos libres de la ciudad de Lima para que se sirva V. M. de admitir debajo de su protección
el Hospital de San Bartolomé de ella y asignarle algunas rentas en las encomiendas de aquel
reino por ser muy cortas las que al presente tiene”.
3 En los territorios indianos los primeros protomédicos fueron nombrados por Carlos V para
La Española, aunque después revocó sus poderes, y fue Felipe II quien fijó definitivamente los
protomedicatos en las colonias. Fueron creados con independencia del de Castilla. La Nueva
Recopilación de Leyes de 1567 nombró a los ministros como protomédicos, quienes compartían
funciones que ejercían los alcaldes examinadores mayores.
4 Los primeros cirujanos que llegaron fueron Sebastián Pérez de Morales, Hernando Enríquez y
Juan Marín.
5 Domínguez Ortiz indica que las profesiones rentables eran la medicina y la cirugía, pero llevaban
el estigma del trabajo manual con el que la élite no quería ser señalada, lo que las convertía en
un espacio ocupado por los excluidos, judíos y mulatos. De esta manera, la carrera médica era
la favorita de hebreos y conversos en España, y en ella alcanzaron una pericia que sus propios
adversarios hubieron de reconocer. También, Asensi Artiga dice que el arte de curar lo habían
aprendido los médicos judíos fuera de las universidades, a través de un modelo abierto de en-
señanza. El xv fue un siglo de escasez de médicos cristianos. Según Granjel, en la metrópoli
la limpieza de sangre se instituyó para impedir el ingreso de determinados estamentos sociales
judíos y moriscos. La solución adoptada por el protomedicato en 1678 fue no examinar a médicos,
boticarios ni cirujanos descendientes de judíos. Pero no resultó eficaz por el número elevado
de médicos de ascendencia judía que ejercieron en España, principalmente en el siglo xvii.
Asimismo, sufrieron discriminación los médicos moriscos. Se ha señalado que la presencia de
escolares moriscos en Alcalá y otras universidades pudo haber sido la causa de que los cristianos
viejos rehusasen cursar estudios de medicina y ello habría conducido a que gran cantidad de
médicos y boticarios fuesen moriscos. Los moriscos en general no accedieron a la universidad,
sino que fueron curadores empíricos. Cabe anotar que la educación universitaria en España
estaba restringida a aquellos que demostraban limpieza de sangre, así que en teoría ni los judíos
ni los musulmanes podían ser doctores licenciados. Con todo, muchos lo lograron. Después de
la expulsión de los judíos en 1492, un número significativo de doctores dejaron España, pero la
profesión se mantuvo dominada por los conversos y una buena proporción de estos migraron a
América.
6 Otro cirujano judío, Diego Núñez de Silva, padre de Francisco Maldonado de Silva, había sido
condenado en 1605 a reconciliación en auto público, confiscación de bienes, llevar habito y cárcel,
lo que fue cambiado por residir y curar en el puerto del Callao, donde no había médicos.
7 Un gran número de descendientes de africanos practicaban la curación sin tener licencia para
ello. Habían aprendido el oficio a través de la práctica, trabajando con doctores licenciados o
con curanderos y sanadores.
Incluso los esclavos eran “arrendados” a los hospitales para que sirviesen
como enfermeros, lo que constituía una importante fuente de ingresos para
sus amos (Bowser 146-154).
El cabildo, el protomedicato
y las variopintas asistencias médicas
que se ofrecían en Lima
Antes de la aparición del protomedicato y la Universidad de San Marcos, y del
desarrollo local de la medicina científica, el cabildo cumplió el papel de regular
la asistencia en salud y de controlar a quienes la ejercían o querían ejercerla en la
ciudad como un oficio remunerado. Por eso se impuso la obligación de estar
registrado y autorizado para su práctica, lo que incluía a médicos, cirujanos,
barberos o cualquier otra persona que desempeñase una labor sanitaria. Para
poder ejercer se exigía un título o experiencia comprobada, previo examen
(Newson y Minchin 236)9. El cabildo recurrió a médicos titulados en universi-
dades, cirujanos y barberos examinados, que ayudarían en la gestión antes de
que apareciera oficialmente el protomedicato en 1570. Después trabajó manco-
munadamente con este en la vigilancia de la salud pública en Lima, pues este
deber correspondía a ambas instituciones.
En los dieciséis años posteriores a la fundación de Lima, entre 1535 y 1551,
hubo pocos galenos, cirujanos, barberos y alguna curandera española en la ciudad
(Rosen 73)10. En aquel entonces, la sífilis causaba estragos entre la población
limeña. Se denunció que algunas mujeres, sobre todo esclavas, tomaban soli-
mán y, al no controlar la cantidad, terminaban muertas. En Lima, el solimán
y “otras sustancias mortíferas” se vendían libremente. Su uso era común entre
las prostitutas y las numerosas mujeres violentadas, que terminaban adquirien-
do enfermedades venéreas y, en su desesperación, intentando curarse, tomaban
esa sustancia sin medida ni vigilancia médica (Lee 4: 416). El cabildo prohibió
tajantemente que algún boticario, mercader, regatón o cualquier otra persona
vendiese en la ciudad o fuera de ella “solimán, ni rejalgar, ni ocopimente, ni
9 En los siglos xv y xvi, España controlaba la práctica de la medicina más que cualquier otro
país europeo.
10 Durante la última etapa del periodo medieval, los físicos y los cirujanos descuidaban casi comple-
tamente las enfermedades que requerían manipulación quirúrgica riesgosa, por lo que se desarro-
lló una clase de empíricos viajeros que llevaban a cabo tales operaciones, como las requeridas en
el caso de cataratas, hernias y cálculos de vejiga. Aunque estos oculistas y operadores itinerantes
no tenían un alto reconocimiento social, sus servicios fueron solicitados con frecuencia.
11 “Muchas veces de lo contrario que se les pide por las recetas de que viene perjuicio de la vida e
salud de los enfermos e suelen dar medicinas vedadas con opio por otras medicinas salutíferas
e venden solimán en lo cual y en todo lo demás que hacen yerran manifiestamente porque el
arte de boticarios requiere mucha ciencia y habilidad e fidelidad lo cual no puede haberse en los
dichos negros ni indios y los mismos españoles artistas en el dicho oficio se hacen e aprehenden
cada día hierros que se castigan, cuanto más en gente tan ignorante e frágil e de poca fidelidad,
e para obviar e remediar lo susodicho los señores mandaron que ahora he de aquí adelante nin-
gún boticario tenga en su botica ningún negra, negro ni indio so pena de 200 pesos al amo e
de destierro a los indios y negros y negras de este reino ni los consientan entrar en sus boticas”
(Lee 7: 270).
12 Según Newson y Minchin, en Lima, las visitas a los hospitales realizadas por las autoridades
indicaban que los esclavos prestaban asistencia en la cirugía, actuando como enfermeros y ad-
ministrando medicina. Durante visitas realizadas en 1588, se constató que en el Hospital de Santa
Ana los esclavos estaban suministrando unciones mercuriales y zarzaparrilla, y que el boticario
del Hospital de San Andrés era un tal Juan de Mandinga.
La medicina en la Universidad
de San Marcos
La Universidad de San Marcos de Lima fue fundada por real cédula el 12 de
mayo de 1551. La primera fase de la universidad estuvo a cargo de los dominicos,
con las cátedras de Gramática, Artes, Teología y Sagrada Escritura. Este mono-
polio de la religión sobre el saber, al que se orientaban los Estudios Generales,
despertó opiniones favorables a la secularización de los dos ámbitos que el virrey
Toledo secundó. En 1570, se ordenó por real cédula la libre elección del rector.
Acto seguido, en 1571, se redactó la primera constitución de la universidad, en
la que participaron los médicos Gaspar de Meneses, Antonio Sánchez Renedo
y Francisco Franco, quienes influyeron en la inclusión de temas médicos en
las aulas universitarias (Deza 119-122). Que la cúpula del poder universitario
estuviera en manos de médicos permitió la creación, el 3 de septiembre de 1573,
de las dos primeras cátedras de medicina: Prima y Vísperas. Desde entonces,
se inició la tradición de que el protomédico de Lima fuese a la vez catedrático
de Prima en la Universidad de San Marcos. A finales del siglo xvi, la univer-
sidad tenía cinco facultades: Cánones, Leyes, Teología, Artes y Medicina, que
otorgaban grados de bachiller, doctor y maestro.
Sin embargo, parece que no iban bien las cosas en la Facultad de Medi-
cina, pues el 16 de octubre de 1609 se presentó en el cabildo la súplica de que
la universidad tuviese cátedras donde “se leyera y enseñase medicina y cirugía
porque con ello se ocuparían muchos hijos de hombres honrados que sus padres
por necesidades que tienen, no les pueden dar remedio” (Lee 1: 15). Es decir, el
estudio de la medicina podía convertirse en una vía para que un joven tuviera
un medio de vida, lo que se complementaba con la necesidad de médicos que
tenía la ciudad. Esta carrera estaba destinada a muchachos criollos que no
tenían muchos recursos y no podían sobrevivir dignamente ejerciéndola. El
cabildo mandó comisarios a transmitirle la súplica al virrey Juan de Mendoza
y Luna, marqués de Montesclaros, antes de acudir al rey Felipe III.
13 Según Newson y Minchin, algunas cátedras médicas fueron enseñadas en San Marcos desde
1570, pero no fue sino en 1634, por la presión del cabildo y con el apoyo del virrey conde de
Chinchón, que dos cátedras de medicina y cirugía se establecieron. El corto número de doctores
licenciados y los numerosos practicantes sin licencia que había en la ciudad de Lima obligaron
a las autoridades a incentivar el estudio de la medicina académica.
14 “Cartas y expedientes: virreyes del Perú. Parece que quedo dudoso, si tenían nota de infamia a
lo menos de hecho los mestizos, zambos, mulatos y cuarterones, y en esta incertidumbre hacía
camino el favor y empeño a los grados quienes aspiran no solo al grado de bachiller sino a los
mayores de licenciados y doctores y a las cátedras, único premio que tienen los estudios, y las
letras para los españoles beneméritos” (agi, l 417).
15 “El protomédico de Lima suplica a vuestra majestad se sirva declarar la ley 57, título 22, libro
1 de Indias en el cuarto punto; y la constitución 238 de la Universidad San Marcos a que se
refiere esta ley. Sobre no admitir castas en la universidad” (agi, l 417).
16 El Hospital de la Caridad de Lima fue el primero en recibir y cobijar a doncellas para que asistie-
sen a enfermas. Eran recompensadas con una dote de matrimonio o religión. Estas jóvenes eran
Este protomédico terminó advirtiendo que “esto que en los tiempos pa-
sados sucedía alguna vez, se va haciendo regular porque la tolerancia en uno se
constituye en ejemplo para otro; y como la Ley no está expresamente exclusiva
de estas castas no hay fuerza calificada con qué contradecir esta admisión”
(agi, l 417). Ya a mediados del siglo xviii había algunos cuarterones bachille-
res de medicina que aspiraban a cátedras que conducían a la de Prima y por
tanto a ser protomédico. Se temía que este oficio cayese en manos de zambos,
mulatos y cuarterones, a no ser que se tomasen las providencias necesarias,
prohibiendo el estudio de la medicina en la universidad a los descendientes
de esclavos, pues ese era el motivo por el que “desdeñándose los españoles de
seguir este estudio por el concurso de estas castas, es forzoso que quede solo
en ellos la facultad” (agi, l 417).
Incluso se indicaba que la falta de interés por estudiar medicina se de-
bía a que la Universidad de San Marcos aceptaba a miembros de castas en
sus aulas, pues si las facultades de Teología, Cánones y Leyes tenían más de
doscientos graduados de licenciados y doctores, en la de Medicina solo había
cuatro, lo que no provenía “de otro principio que de la desestimación de la
facultad por haberse introducido en ella estas castas […] y como esta facultad
deshonraba a los que se hallaban en ella, no la quieren profesar los españoles
y no teniéndola libre los de castas por la continua oposición que se les hacía,
se halla impedida la facultad de aumentarse” (agi, l 417).
A pesar de las limitaciones de los pardos para obtener grados en la
universidad limeña, que se agudizaron desde 1752, algunos lo lograron en el
extranjero, como fue el caso de José Manuel Dávalos. Este hizo prácticas de
cirugía en diversos hospitales, entre ellos el de San Andrés, donde por cinco años
estudió la teoría y la práctica de esa parte de la medicina con Cosme Bueno,
Aguirre, Moreno y Rúa, pero al no poder titularse en la universidad, emigró
a Francia, país en el que estudió medicina y logró el grado en la Universidad
de Montpellier. Al regresar a Lima, en 1788, ocupó la cátedra de Botánica en
la Universidad de San Marcos y en 1798 se postuló a la cátedra Método de
Medicina que quedó vacante al morir Cosme Bueno, pero fue derrotado por
Tafur. En 1809 ocupó la cátedra de Materia Médica en el Real Colegio de
Medicina y Cirugía de San Fernando. Se encargó de la propagación de la va-
entregadas a mujeres viudas que les enseñaban cómo cuidar a los enfermos. La idea de dotar a
doncellas pobres fue exportada de España, de lo cual fue ejemplo este hospital que auxiliaba a las
niñas pobres a cambio de trabajo, obediencia, aprendizaje y ayuda a la colectividad.
17 No fue un hecho fortuito, pues el rey Carlos IV había permitido ya, en 1795, el acceso de gente
de color a las funciones públicas, una decisión por la que muchos criollos protestaron. Según
Trazegnies, los cirujanos se clasificaban en latinos y romancistas, según hubiesen realizado sus
estudios en latín o en castellano, y habían adquirido el oficio practicando en hospitales. Personas
de condición humilde se dedicaban a la cirugía, y muchas veces se trataba de esclavos a quienes
los amos les auspiciaban este estudio con el interés de tener un cirujano en casa.
La cátedra de Anatomía
en la Universidad de San Marcos
otorgada a un cuarterón:
Juan Joseph de Villarreal
En España existían escuelas de cirugía en hospitales como el San Hermenegildo
de Sevilla desde comienzos del siglo xvii. Allí estudiaban jóvenes pobres para
ser cirujanos o barberos (Rivasplata, “La enfermería” 364)18. Asimismo, en las
universidades españolas ya se estaba fomentando el estudio de la anatomía del
cuerpo humano, que se encontraba en sus prolegómenos. En el Virreinato
del Perú, la Universidad de San Marcos había pretendido crear la cátedra de
Medicina desde el año 1660, por lo importante que podía resultar para el
ejercicio de la medicina. Así, el rector Luis Segarra de Guzmán solicitó su
apertura, que quedó en suspenso por problemas económicos. Recién en 1711, el
virrey Diego Ladrón de Guevara nombró como titular de dicha cátedra al Dr.
Joseph Fontidueñas, con la condición de que consiguiese la real confirmación
en el plazo de cuatro años, y con una renta de doscientos pesos (agi, l 409).
Fontidueñas se hizo sacerdote y no solicitó la confirmación de la cátedra, que
se declaró nula en 1723. El virrey fray Diego Morcillo, movido por la necesidad
pública, la abrió nuevamente bajo las mismas condiciones que había impuesto
su antecesor. La asumió el médico Pedro López de los Godos, quien debía
obtener la revalidación real en seis años, cosa que no consiguió. Sin embargo,
nadie le puso impedimentos a que él siguiera ejerciendo la cátedra hasta su
fallecimiento.
Al quedar vacante la cátedra de Anatomía por el ascenso del Dr. Hi-
pólito Bueno de la Rosa, se sacaron edictos de la convocatoria con el fin de
19 Ante esta denuncia, el bachiller Juan Joseph de Villarreal, médico de profesión nacido en Lima,
alegó ser descendiente de españoles. Dijo tener 27 años de estudios y haberse graduado de ba-
chiller de medicina en la Universidad San Marcos el 6 de marzo de 1732. Había realizado cinco
por real despacho del 27 de septiembre de 1752 (agi, l 418), al mismo tiempo
que se expidió otro, de cuya puntual observancia se tendría particular cuidado,
que mandaba guardar y cumplir las constituciones y que no se admitiese en los
estudios, grados y cátedras de la universidad a zambos, mulatos, cuarterones
y castas semejantes. Las denuncias no prosperaron, por lo que el 31 de marzo
de 1753, en sesión solemne, el rector de la universidad, en claustro pleno, pose-
sionó al Dr. Joseph Villarreal como catedrático de Anatomía, acto que quedó
registrado en los libros de claustros. Sin embargo, la polémica continúo, pues
en 1756 seguían enviándose denuncias sobre este tema a la metrópoli:
De estos desórdenes dice el informante que nace el desprecio, que va
haciéndose la universidad, de suerte que ya los mulatos quieren ser cate-
dráticos, y doctores; sobre que se hizo recurso a V. M. por la pretensión de
Juan Joseph de Villarreal mulato conocido, y que lo confesó públicamente
en la cátedra, al tiempo de alegar su mérito, fundando su prelación en
la misma indignidad; y que este es asunto en que V. M. está obligado
a no dispensar por el decoro de la escuela; y que la razón política, pide
la exclusión de esta gente vil de pensamientos altivos. La resolución de
Vuestra Majestad denota lo contrario porque según su calidad le mandó
conferir la cátedra de Anatomía de que se le puso en posesión en virtud
de su real despacho de 27 de septiembre de 1752. (agi, l 419)
oposiciones y la que hizo en 1750 para Método obtuvo 63 votos a su favor, de 198 posibles. Estaba
encargado de la asistencia y curación en muchas casas principales, comunidades y hospitales, y
el público estaba satisfecho por su pericia e idoneidad. Había presentado el testimonio de autos
y documentos de todo lo que había mencionado (agi, l 417).
El ejercicio de la cirugía
entre los mulatos en Lima
Las profesiones médicas se resintieron por los tremendos prejuicios reinantes en
la sociedad colonial, por lo que quedaron relegadas a un rango social muy bajo,
situación que incidió mayormente sobre la cirugía. Este prejuicio se arrastraba
desde la Edad Media y se trasladó a las Indias (Rosen 73)20. Si a duras penas
había criollos médicos eran casi inexistentes los cirujanos, lo cual supuso que en
la mentalidad colonial limeña se estableciera la asociación de cirujano con mulato.
Según el derecho indiano, les estaba absolutamente prohibido el ejer-
cicio de la medicina y la cirugía a las personas que no fueran graduadas en
universidades y carecieran de la licencia del protomedicato, que obligaba a
mostrar los títulos y a rendir exámenes para descartar intrusos o advenedizos.
Sin embargo, la escasez de médicos, la mediocridad de algunos de ellos, tanto
graduados de universidades como extranjeros, y sus altos honorarios obligaron
a la población a recurrir a curanderos indios y a cirujanos pardos, así como a
hueseros, curanderos o chamanes, barberos, sangradores, fígaros, hospitaleros,
comadronas, parteras, mulatas cuidadoras y una diversidad de personas que
ejercían algún tipo de curación.
En 1791, el cirujano mulato José Pastor de Larrinaga afirmaba que desde
que se había fundado Lima, hacía más de 256 años, no había habido otros ci-
rujanos que los mulatos en las expediciones militares del Ejército y la Armada,
en los hospitales reales, en los palacios y en las comunidades religiosas. Indicaba
que, más allá del color de su piel, “solo se exige de ellos precisamente para el
éxito feliz de sus operaciones, el precioso talento y no la distinguida nobleza.
Luego es injusta y ajena de todo fundamento la censura de los cirujanos ultra-
marinos sobre que no debemos profesar la cirugía, por la inmediata esclavitud
de nuestros padres” (Larrinaga 10).
Las castas dominaron la cirugía en Lima en el siglo xviii y a finales del
periodo de la Colonia. Los pocos cirujanos blancos, sobre todo extranjeros,
20 Según Georges Rosen, durante el periodo medieval, una marcada separación se desarrolló entre
los físicos y los cirujanos. El cirujano trabajaba con sus manos, por lo cual se parecía a un arte-
sano que aprendía sus habilidades de un maestro. Cada grupo ocupaba una posición diferente
en la escalera social; el cirujano fue relegado al estatus más bajo desde la época medieval.
21 La carta n.º 46 del virrey marqués de Avilés al ministro de Gracia y Justicia, José Antonio
Caballero, informó del establecimiento de un Monte de Piedad de Cirujanos para los de Lima.
Por su parte, la carta n.º 347 del virrey marqués de Avilés al ministro de Guerra, José Antonio
Caballero, acusó recibo de la real orden del 23 de diciembre de 1803 con la remisión de ejemplares
del Nuevo Real Establecimiento para el montepío de cirujanos del Ejército y catedráticos de los
reales colegios de cirugía. Esto se determinó porque muchos médicos, en edad avanzada, sufrían
el abandono y la pobreza (agi, l 725; agi, l 730).
Ese mismo año, uno de los cirujanos ultramarinos propuso, sin éxito,
crear un puesto de trabajo. Tomás Canals, cirujano del Ejército y residente en
la ciudad de Lima, planteó la posibilidad de establecer una plaza de cirujano
“del crimen y cárceles”, dotada con los fondos de “propios” y “arbitrios”. Alegó
que en toda cárcel de ciudad principal debía haber dos médicos, uno para las
heridas, fracturas o “contusiones virulentas” y otro para casos derivados de he-
chos criminales. La cárcel limeña solo tenía asignado un facultativo encargado
de la asistencia en su enfermería, un mulato llamado José Manuel Valdés, que
recibía una dotación de 144 pesos anuales del fondo de “propios” del cabildo.
Este mulato había aprobado con éxito un examen en el cabildo, por lo que
podía ejercer su oficio. Su obligación consistía en visitar a los presos diariamente
al mediodía y en los momentos que lo exigiese el estado de los enfermos. La
petición de crear una plaza de cirujano del crimen fue rechazada porque el
juez conservador de la Hermandad de Cárceles consideró que era innecesaria
en la medida en que respondía más a los intereses del cirujano del Ejército que
a las reales necesidades de los presos de la cárcel22.
Por otra parte, para la mayoría de los viajeros extranjeros, el ejercicio de
la medicina había caído en completo descrédito en el Perú: “Los aprendices
de barberos o sangradores son mulatos que aprenden la ciencia de la cirugía
mecánicamente sin tomarse el trabajo de estudiar” (Johnston 63).
Los médicos nativos son raza muy ignorante y presuntuosa. Muchos
son mulatos y pasean las calles en lustrosas mulas bien alimentadas.
No tienen ninguna noción de medidas decisivas en los casos violentos,
contentándose con administrar un poco de aceite de almendra, mangla
o bebidas refrescantes. Los barberos sangradores son muy expertos en
sangrar, sacar muelas y afeitar y hacen con perfección cualquiera de
estas operaciones por un chelín. (Proctor 296)
22 La carta n.º 135 del virrey marqués de Avilés al ministro de Gracia y Justicia, José Antonio
Caballero, informaba, según lo había prevenido la real orden del 15 de junio de 1804, sobre la
solicitud de Tomás Canals, y anexaba copia del dictamen dado por el gobernador de la sala del
crimen y presidente de la Hermandad de Cárceles, Manuel Pardo. Los particulares intereses de
Canals tenían que ver con su propia subsistencia, pues en Lima la cirugía estaba acaparada por
los cirujanos de la tierra (agi, l 733).
23 “Títulos e informes: médicos y boticários” (agi, i 1551). Las Conferencias clínicas y demostraciones
anatómicas fueron consideradas de notoria utilidad para la salud pública, por lo que se asignaron
800 pesos del arbitrio del Real Bodegaje para los sueldos anuales del catedrático y director de
las mismas.
para erradicar la atención a los enfermos realizada por personas que no estaban
formadas debidamente para hacerlo, como barberos mulatos y religiosos enfermeros:
Muchas familias honradas por falta de recursos no podían emplear a
sus hijos en el estudio profesional. Las gentes de color eran las que
usufructuaban omnímodas su ejercicio, principalmente el arte quirúr-
gico. Muchas veces la atención de los enfermos estaba a cargo de los
religiosos y estos eran escasos, no siendo posible supliese la ignorancia
con la caridad, ni la falta de luces en materia de medicina con los
mejores sentimientos de piedad. (Lastres, Historia 3: 37)
Bibliogr afía
Fuentes pr im ar ias
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