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¿En qué consiste el miedo?

El ser humano, desde que tiene conciencia de tal, ha tenido una serie de sentimientos innatos y, uno de
ellos, y quizá sea el principal responsable de su supervivencia, ha sido el miedo… ¿En qué consiste este
impulso humano?
El miedo se encarga en muchas ocasiones de hacernos conscientes de los peligros externos que nos
pueden amenazar, y nuestro organismo los interpreta de la siguiente forma: primero los sentidos captan el
foco de peligro, pasando a ser interpretado por el cerebro, y de ahí pasa a la acción el sistema límbico. Este
se encarga de regular las emociones de lucha, huida y, ante todo, la conservación del individuo. Además de
todo esto, también se encarga de la constante revisión de la información dada por los sentidos, incluso
cuando dormimos, para poder alertarnos en caso de peligro.
Cuando esto ocurre, se activa la amígdala, que se encarga de desencadenar todo el sistema del miedo, y
entonces nuestro cuerpo pasa a sufrir las siguientes reacciones: aumento de la presión arterial, de la
velocidad en el metabolismo, de la glucosa en la sangre, de adrenalina, de la tensión muscular, detención
de las funciones no esenciales, apertura de ojos y dilatación de pupilas.
El miedo comenzó siendo algo positivo en las sociedades prehistóricas, que salvaguardaba a nuestros
antecesores de peligros como los depredadores o las inclemencias del tiempo, colaborando así en la
supervivencia de la especie. Hoy en día, los miedos se han ido refinando o apareciendo a medida que la
sociedad avanza, como las fobias sociales, o las angustias modernas.
¿En qué consiste el miedo? En National Geographic. Recuperado el 23 de agosto de 2013,
de http://www.nationalgeographic.es/ciencia/salud-y-cuerpo-humano/en-qu-consiste-el-miedo. (Adaptación).

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¿En qué consiste el miedo?


El ser humano, desde que tiene conciencia de tal, ha tenido una serie de sentimientos innatos y, uno de
ellos, y quizá sea el principal responsable de su supervivencia, ha sido el miedo… ¿En qué consiste este
impulso humano?
El miedo se encarga en muchas ocasiones de hacernos conscientes de los peligros externos que nos
pueden amenazar, y nuestro organismo los interpreta de la siguiente forma: primero los sentidos captan el
foco de peligro, pasando a ser interpretado por el cerebro, y de ahí pasa a la acción el sistema límbico. Este
se encarga de regular las emociones de lucha, huida y, ante todo, la conservación del individuo. Además de
todo esto, también se encarga de la constante revisión de la información dada por los sentidos, incluso
cuando dormimos, para poder alertarnos en caso de peligro.
Cuando esto ocurre, se activa la amígdala, que se encarga de desencadenar todo el sistema del miedo, y
entonces nuestro cuerpo pasa a sufrir las siguientes reacciones: aumento de la presión arterial, de la
velocidad en el metabolismo, de la glucosa en la sangre, de adrenalina, de la tensión muscular, detención
de las funciones no esenciales, apertura de ojos y dilatación de pupilas.
El miedo comenzó siendo algo positivo en las sociedades prehistóricas, que salvaguardaba a nuestros
antecesores de peligros como los depredadores o las inclemencias del tiempo, colaborando así en la
supervivencia de la especie. Hoy en día, los miedos se han ido refinando o apareciendo a medida que la
sociedad avanza, como las fobias sociales, o las angustias modernas.
¿En qué consiste el miedo? En National Geographic. Recuperado el 23 de agosto de 2013,
de http://www.nationalgeographic.es/ciencia/salud-y-cuerpo-humano/en-qu-consiste-el-miedo. (Adaptación).

¿En qué consiste el miedo?


El ser humano, desde que tiene conciencia de tal, ha tenido una serie de sentimientos innatos y, uno de
ellos, y quizá sea el principal responsable de su supervivencia, ha sido el miedo… ¿En qué consiste este
impulso humano?
El miedo se encarga en muchas ocasiones de hacernos conscientes de los peligros externos que nos
pueden amenazar, y nuestro organismo los interpreta de la siguiente forma: primero los sentidos captan el
foco de peligro, pasando a ser interpretado por el cerebro, y de ahí pasa a la acción el sistema límbico. Este
se encarga de regular las emociones de lucha, huida y, ante todo, la conservación del individuo. Además de
todo esto, también se encarga de la constante revisión de la información dada por los sentidos, incluso
cuando dormimos, para poder alertarnos en caso de peligro.
Cuando esto ocurre, se activa la amígdala, que se encarga de desencadenar todo el sistema del miedo, y
entonces nuestro cuerpo pasa a sufrir las siguientes reacciones: aumento de la presión arterial, de la
velocidad en el metabolismo, de la glucosa en la sangre, de adrenalina, de la tensión muscular, detención
de las funciones no esenciales, apertura de ojos y dilatación de pupilas.
El miedo comenzó siendo algo positivo en las sociedades prehistóricas, que salvaguardaba a nuestros
antecesores de peligros como los depredadores o las inclemencias del tiempo, colaborando así en la
supervivencia de la especie. Hoy en día, los miedos se han ido refinando o apareciendo a medida que la
sociedad avanza, como las fobias sociales, o las angustias modernas.
¿En qué consiste el miedo? En National Geographic. Recuperado el 23 de agosto de 2013,
de http://www.nationalgeographic.es/ciencia/salud-y-cuerpo-humano/en-qu-consiste-el-miedo. (Adaptación).
El almohadón de plumas
Horacio Quiroga
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados
del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquel, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor
Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito
de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós1. Sobre el fondo,
entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola
viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su
trompa, mejor dicho— a las sienes de aquella, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero
desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches,
había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a
adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre
humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de
pluma.
Quiroga, H. (2011). El almohadón de plumas. En El almohadón de plumas y otros cuentos.
Buenos Aires: Alfaguara. (Fragmento).

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El almohadón de plumas
Horacio Quiroga
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados
del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquel, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor
Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito
de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós1. Sobre el fondo,
entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola
viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su
trompa, mejor dicho— a las sienes de aquella, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero
desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches,
había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a
adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre
humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de
pluma.
Quiroga, H. (2011). El almohadón de plumas. En El almohadón de plumas y otros cuentos.
ires: Alfaguara. (Fragmento).

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