Está en la página 1de 6

Borges_Borges 21/06/12 12:50 Page 189

www.elboomeran.com

La Literatura argentina después de Borges /


ricardo piglia

E
1
l último cuento de Borges, el que (por
comodidad y por espíritu de
perfección) podemos imaginar que ha
sido el último cuento de Borges, surgió de un sueño. Al final de una vida
dedicada al ejercicio de las letras, Borges, a los ochenta años, vio un hombre
sin cara, que en un cuarto de hotel le ofrecía la memoria de Shakespeare. «Esa
felicidad me fue dada por un sueño, en Michigan», cuenta Borges. «Yo soñé
esto: Alguien frente a mí me dijo: Te ofrezco la memoria de Shakespeare. Y de
ahí salió el cuento. Del cual he revelado demasiado al decir lo que les he
dicho.»
Como sabemos la historia se llama «La memoria de Shakespeare» y está
escondida en algún lugar de las Obras completas. Hay muchas maneras de leer
ese cuento: una, creo, es leerlo como una versión microscópica de las
relaciones de Borges con la literatura y con la lengua inglesa.
Sabemos que Borges ha dicho (también como en un sueño) que el primer
libro que leyó fue el Quijote en inglés y que cuando por fin lo leyó en español
pensó que era una mala traducción.
Educado en la biblioteca de su padre, una biblioteca de ilimitados libros
ingleses, Borges ha visto siempre en esa relación familiar con la lengua de
Shakespeare una de las claves de su literatura. Quiero decir que Borges ha

La Literatura argentina despué s d e Bo r g e s lap á g i n a t 189


Borges_Borges 21/06/12 12:50 Page 190

www.elboomeran.com

llevado a la perfección un estilo construido a partir de una relación desplazada


con la lengua materna.
Tensión entre el idioma en que se lee y el idioma en que se escribe, que
Borges recorre en toda su obra. ¿Cómo leer el español como si fuera el inglés?
O mejor: ¿cómo escribir en un español que tenga la precisión del inglés pero
que conserve los ritmos y los tonos del decir nacional? Cuando resolvió ese
dilema, Borges construyó una de las mejores prosas que se han escrito en esta
lengua desde Quevedo.
El estilo de Borges produce un efecto paradójico: estilo inimitable (pero
fácil de plagiar), las maneras de su escritura se han convertido en las garantías
escolares del buen uso de la lengua. «Para nosotros, escribir bien era escribir
como Lugones», decía Borges definiendo perversamente su propio lugar en la
literatura argentina contemporánea. ¿Cómo hacer callar a los epígonos? Para
escapar a veces es preciso cambiar de lengua.
El abandono de la lengua propia ha sido por supuesto el punto de fuga de
la literatura de Borges (a los sesenta años empezó a estudiar el sajón antiguo)
y, sin embargo, nunca hizo lo que hicieron otros (quiero decir, no hizo lo que
hizo su admirado Conrad o lo que hicieron sus desdeñados Nabokov o
Beckett): jamás cambió de lengua.
En este último cuento podemos presentir, sin embargo, que el sueño era no
tanto escribir en la lengua de Shakespeare sino recibir la memoria de Aquél
que es esa lengua y esa literatura.
¿Qué era después de todo para Borges esa memoria? Una metáfora de la
tradición literaria. Quizá podríamos decir que la literatura tiene la estructura
de un sueño en el que se reciben los recuerdos de un poeta muerto.
La memoria es la tradición. Los fragmentos y los tonos de otros libros
vuelven como recuerdos personales. Con más nitidez, a veces, que los
recuerdos vividos. (Robinson Crusoe encuentra una huella en la arena; la
menor de los Compson escapa al alba por la ventana del piso alto; Dahlman
empuña el cuchillo que acaso no sabe manejar y sale a la llanura.) Son
imágenes entreveradas en el fluir de la vida, una música inolvidable que ha
quedado marcada en la lengua. La tradición literaria tiene la estructura de un
sueño: restos perdidos que reaparecen, máscaras inciertas que encierran

190 t lap á g i n a ri cardo pi g L i a


Borges_Borges 21/06/12 12:50 Page 191

www.elboomeran.com

rostros queridos. Escribir es un intento inútil de olvidar lo que está escrito.


(En esto nunca seremos suficientemente borgeanos.) Por eso en literatura los
robos son como los recuerdos: nunca del todo deliberados, nunca demasiado
inocentes. Las relaciones de propiedad están excluidas del lenguaje: podemos
usar todas las palabras como si fueran nuestras, hacerles decir lo que
queremos decir, a condición de saber que otros en ese mismo momento las
están usando quizá del mismo modo. Condición que encierra un núcleo
utópico, en el lenguaje no existe la propiedad privada. A nadie, salvo en un
caso muy específico y muy inocente de esquizofrenia, se le ocurre pensar que
las palabras pasan a ser suyas después de haberlas usado. Los escritores
padecemos, en cierto sentido, de esta forma de esquizofrenia. La enfermedad
de la literatura consiste en la ilusión de convertir el lenguaje en un bien
personal. Cortar el flujo del lenguaje, marcar las palabras y sacarlas de
circulación: no poder olvidarlas. Borges ha hecho suyas ciertas palabras y
cierta cadencia del español. Las usa y las deja ir, como un Zahir, confiando que
siempre volverán a su poder.
La relación entre memoria y lenguaje puede ser vista como una
apropiación, como un modo de tratar a la literatura ya escrita con la misma
lógica con la que tratamos el lenguaje. Todo es de todos, la palabra es
colectiva y es anónima. Borges concebía de esa manera la literatura y varios de
sus mejores relatos (o su mejor relato «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius») aspiran a
la no-propiedad, al ambicioso anonimato y al complot. Borges percibió mejor
que nadie que la identidad de una cultura se construye en la tensión utópica
entre lo que no es de nadie y es de todos y el uso privado del lenguaje al que
hemos convenido en llamar literatura.

2
Las musas, decía Sklovski, son la tradición literaria. No hay inspiración
cuando se escribe, ni otra identidad, ni otra voz que nos dicte la palabra justa.
Podemos definir a la tradición como la prehistoria contemporánea, como el
residuo de un pasado cristalizado que se filtra en el presente. En este sentido
un escritor es como el rastreador que en la pampa encuentra el rumbo en las

La Literatura argentina despué s d e Bo r g e s lap á g i n a t 191


Borges_Borges 21/06/12 12:50 Page 192

www.elboomeran.com

huellas confusas que han quedado en la tierra. Siempre se trabaja con la


tradición cuando ya no es. Un escritor trabaja en el presente con los rastros de
una tradición perdida.
Un escritor trabaja con la ex-tradición. Por un lado lo que ha sido, la
historia anterior, casi olvidada y por otro lado la obligación semi jurídica de
ser llevado a la frontera. O traído a ella: siempre por la fuerza. La extradición
supone una relación forzada con un país extranjero.
Conocemos la historia del ostracismo y del exilio que constituye el mito del
castigo que la ciudad, desde su origen, inflige a los intelectuales, a los
filósofos, a los que saben descifrar enigmas. La muerte de Sócrates es la gran
historia del que prefiere morir a perder su tierra. La figura de la extradición es
la patria del escritor, del que construye los enigmas, del que intriga y trama un
complot. Obligado siempre a recordar una tradición perdida, forzado a cruzar
la frontera, quiere huir de su lengua, de su memoria personal, incluso de los
rastros más visibles de su propia cultura nacional. En ese intento de fuga se
funda la identidad de la literatura. Al menos esa ha sido la obsesión de la
literatura argentina desde su origen.
La conciencia de no tener historia, de trabajar con una tradición olvidada
y ajena; la conciencia de estar en un lugar desplazado e inactual.
Borges, de hecho, no salió de Buenos Aires durante casi cuarenta años,
como un prisionero (nunca viajó a Europa, jamás, por ejemplo, lo invitaron a
un congreso) y sin salir de su ciudad entre 1923 y 1961, hurgando en las librerías
y en las enciclopedias fue capaz de escribir esos grandes textos donde circula
toda la cultura mundial, hasta que por fin, cuando pudo escapar, eligió morir
en Ginebra.
La obra y la vida de Borges alude continuamente a esa posición del que
no se puede ir de la ciudad donde nació y desde ahí tiene que rastrear las
señales de lo que pasa en el mundo. Basta pensar en «El escritor argentino y
la tradición» [en Discusión , 1932], uno de los textos fundamentales de la
poética borgeana. La tesis central del ensayo es que las literaturas
secundarias y marginales, desplazadas de las grandes corrientes europeas
tienen la posibilidad de un manejo propio, «irreverente», de las tradiciones
centrales. Borges pone como ejemplo de esa colocación, junto con la

192 t lap á g i n a ri cardo pi g L i a


Borges_Borges 21/06/12 12:50 Page 193

www.elboomeran.com

literatura argentina, a la cultura judía y a la literatura irlandesa. Esas


culturas laterales se mueven entre dos historias, en dos tiempos, a veces en
dos lenguas: una tradición nacional, perdida y fracturada, en tensión con una
línea dominante de alta cultura extranjera. ¿Dónde está la tradición
argentina? Borges hace una lectura espacial de esa pregunta y en un sentido
«El escritor argentino y la tradición» es la puerta de acceso a «El Aleph», su
relato sobre la literatura argentina. ¿Cómo llegar a ser universal en este
suburbio del mundo? ¿Cómo zafar del nacionalismo sin dejar de ser
argentino? En el Corán , ya se sabe, no hay camellos, pero el universo, cifrado
en un aleph (quizá apócrifo, quizá un falso aleph ) puede estar en el sótano de
una casa de la calle Garay, en el barrio de Constitución, invadido por los
inmigrantes y por la modernidad Kitsch. Podemos apropiarnos del universo
desde un suburbio del mundo. Podemos apropiarnos porque estamos en un
suburbio del mundo.
La tradición argentina puede verse como un comentario sobre los usos
laterales de los contextos interpretativos. O si se prefiere sobre los efectos
ficcionales de ese uso lateral de los contextos interpretativos. Borges ha
definido allí su identidad: la tradición perdida, la traducción, la lengua
extranjera, la cifra falsa. La identidad de una cultura se define por el modo en
que se usa una memoria ajena.
El último relato de Borges, les decía, narra la historia de un hombre que
recibe la memoria de Shakespeare. Entonces vuelve a su vida la tarde en la que
escribió el segundo acto de Hamlet y ve el destello de una luz perdida en el
ángulo de la ventana. Vivir con recuerdos ajenos es una variante del tema del
doble pero es también una metáfora de los usos de la tradición.
La figura de la memoria ajena es para Borges el núcleo que permite entrar
en el enigma de la identidad y de la cultura propia, de la repetición y de la
herencia. La memoria tiene la estructura de una cita, es una cita que no tiene
fin, una frase que se escribe en el nombre de otro y que no se puede olvidar.
¿Podemos nosotros (que escribimos en español) imaginar una relación
parecida con la obra de Borges? ¿Alguno de nosotros podrá soñar que recibe
la memoria de Borges? O mejor, quizá podemos imaginar a alguien que
todavía no ha nacido y que en un remoto futuro comienza imprevistamente a

La Literatura argentina despué s d e Bo r g e s lap á g i n a t 193


Borges_Borges 21/06/12 12:50 Page 194

www.elboomeran.com

ser visitado por los recuerdos personales de un entrañable escritor. Entonces


vuelven a su vida:
[a] los mosaicos ajedrezados de una honda casa con dos patios y un aljibe
en la esquina de Guatemala y Serrano,
[b] el batiente de una ventana que nos hiere en la frente el atardecer de la
nochebuena de 1938,
[c] la figura invisible de Macedonio Fernández en la penumbra de un
cuarto vacío,
[d] el tranvía que cruza las lentas calles de la ciudad y en el que leemos por
primera vez la Divina Comedia,
[e] las desnudas agujas de un reloj que permite leer el tiempo con las yemas
de los dedos,
[f] un rhönir de cristal que imagine cualquier cosa perdida,
[g] la llave herrumbrada que abre la biblioteca de la calle México,
[h] una pesa de bronce y un ejemplar de la Saga de Gretir,
[i] el rostro joven de Matilde Urbach que sonríe contra los amarillos
losanges de una ventana.
Esta serie podría no tener fin. La serie de recuerdos personales que Borges
ha dejado en la memoria de cada uno de nosotros, podría ser un comienzo de
respuesta al temerario interrogante que yo mismo he planteado en el brusco
título que le di a este ensayo.

[Este ensayo fue publicado por primera vez en La Página, número 28, 1997,
pp.62-65.]

194 t lap á g i n a ri cardo pi g L i a

También podría gustarte