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Conclusiones
Bibliografía
Introducción
La generación nacida alrededor de 1770 alcanzó la mayoría de edad en un
torbellino de cambios: de la Revolución Francesa en 1789 al fin de las guerras
napoleónicas en 1815 y su posterior período de Restauración hasta 1830. Así, el antiguo
orden político europeo dio paso a uno nuevo. Al mismo tiempo, comenzó a implantarse
un orden económico nuevo, en el que la Revolución Industrial y los empresarios de
clase media terminarían por acaparar la antigua riqueza de la aristocracia rural.
A raíz de estos y otros acontecimientos, entre finales del siglo XVIII y principios
del XIX, nos encontraremos con diferentes expresiones estéticas. El Romanticismo,
responderá a la crisis de la concepción iluminista de la música, que se inspirará ahora en
la naturaleza. Se realzará la individualidad, el subjetivismo y la emoción, el humanismo,
la identidad nacional y la componente revolucionaria, así como la mitificación de la
Edad Media, todo ello reflejándose en la música y las artes de este periodo.
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Los compositores de este periodo se liberaron de la dependencia de componer o
interpretar para la iglesia o para algún que otro príncipe o valedor. Asimismo, la
burguesía se emancipó y las ciudades incrementaron su población considerablemente.
En consecuencia, la afición por las actividades culturales en general y la música
en particular hizo aumentar considerablemente la demanda de música y de intérpretes.
Esto amplió el abanico de posibilidades para que los músicos pudieran ejercer su arte
con mayor independencia y con mayores posibilidades de éxito.
El siglo XIX asistió a un gran número de manifestaciones musicales
continuadoras de los géneros del Clasicismo, pero poco a poco los ampliará y
transformará: el auge de las piezas para piano, el lied a partir de Schubert, el poema
sinfónico de Liszt, el drama musical de Wagner…
En el siglo XIX, palabra y música se elevan con toda su carga poética en la
música instrumental, aunque la música vocal seguirá estando muy presente, con
compositores defendiendo ambos bandos, o la unión de los dos.
El lenguaje musical también irá evolucionando poco a poco. La armonía
romántica será continuación de la clásica pero por medio del cromatismo, las
alteraciones y las enarmonías. Al igual que en el Clasicismo, predomina la melodía. El
ritmo se basará en el compás de acentuación gradual del Clasicismo, lleno de
expresividad, pero a través del exacerbado subjetivismo aparecerán ritmos personales
determinados por el propio carácter del compositor. El timbre dará prioridad a la
imitación de los sonidos de la naturaleza a través de la trompa natural, la flauta, el
clarinete… pero también se sentirá una atracción por las grandes masas sonoras (gran
orquesta, grandes coros).
A principios del siglo XIX, las obras clásicas de Haydn y de Mozart
proporcionarían a Beethoven y a otros compositores de su generación, como veremos en
el punto 3, los modelos a seguir en la búsqueda de nuevas formas de expresión musical.
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a la búsqueda de sendas individuales para la expresión de emociones y sentimientos
intensos, como la melancolía, el anhelo o la alegría, naciendo, por otra parte, una nueva
sensibilidad hacia la música que buscaba refugio en el pasado, los mitos, los sueños, lo
sobrenatural y lo irracional.
Por eso, algunos compositores consideraron la música instrumental el ideal del
arte romántico, porque estaba libre de la concreción de las palabras y de las imágenes
visuales y podía por ello evocar impresiones, pensamientos y sentimientos más allá de
la capacidad expresiva de las palabras.
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pero fue, sobre todo, por un periodo de reflexión e incertidumbre respecto al porvenir de
la música.
En las cinco últimas Sonatas pianísticas, entre 1816 y 1822, comenzó
reclamando y utilizando un nuevo tipo de pianoforte, el hammerklavier (piano de
macillos), para el que escribe las Op. 101, 106 y 109, y en ese nuevo instrumento, más
potente y dinámico, introduce en el cuerpo de la sonata clásica el espíritu de la fuga, el
del recitativo operístico y un nuevo concepto de variación.
El arte de la variación es esencial en todas las etapas de Beethoven, pero el
imponente conjunto de las 33 Variaciones sobre un tema de Diabelli Op. 120 (1819-
1823) nos introducen ya definitivamente en mundos de introspección psicológica de
gran modernidad.
Ese mismo año Beethoven daba fin a un viejo sueño, el de poner en música los
versos de la Oda a la alegría de Schiller, y lo hizo en su Sinfonía n° 9 Op. 125, para
cuarteto de voces solistas, coro y orquesta.
Tras la sinfonía con coros (una aparente contradicción) y la imponente Missa
Solemnis Op. 123 de 1824, también imbuida de ideas humanistas, Beethoven parecía
despedirse de una época de la cultura europea.
Aún le quedaron fuerzas para una última aventura, la más enigmática. En los
cinco Cuartetos de cuerda que compuso desde 1823 hasta 1826, además de en ese
monumento al contrapunto moderno que es la Gran Fuga Op. 133, Beethoven llevó sus
investigaciones sonoras al más alto grado de complejidad.
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Wonderer (El errabundo, 1816); en ambos casos, los temas recurrentes y un esquema
tonal cuidadosamente planeado confieren unidad al lied.
Hay una gran variedad de acompañamientos en los lieder de Schubert, reflejando
a menudo una imagen del poema, especialmente una imagen de movimiento, como la
marcha del caminante en Das Wandern o las cuerdas pulsadas en una guitarra durante
una serenata en Standchen.
La armonía refuerza también la poesía. La melancolía puede evocarse en la
alternancia de los modos mayor y menor, efecto que podríamos considerar un sello
característico del estilo schubertiano. Otro efecto para subrayar las cualidades
dramáticas del poema suele ser utilizar complejas modulaciones. Estos aspectos de su
práctica armónica como técnica expresiva influyeron profundamente a los compositores
posteriores.
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Fue tan espectacular el éxito internacional de Gioacchino Rossini (1792-1868)
que eclipsó a todos los operistas contemporáneos y sepultó en el olvido a casi todos los
anteriores entre 1813 (año en que estrenó cuatro obras, entre ellas el melodrama heroico
Tancredi y el “dramma giocoso” L’italiana in Algeri) y 1829, cuando estrenó en París su
última ópera. Fue sin duda el compositor más popular de su tiempo, incluso en la propia
Viena, y siguió siéndolo a pesar de su prolongado silencio de casi 40 años.
Rossini compuso unas 36 obras teatrales en apenas 20 años de actividad y en
cuatro géneros muy distintos.
Las farsas, en la mejor tradición de lo bufo, predominan en su juventud, como Il
Signor Bruschino (1813).
Las óperas cómicas, a las que él denomina melodrama, drama “giocoso” o
simplemente comedia, son las que más pronto se instalaron en el repertorio: Il barbiere
di Siviglia (1816), que barrió literalmente al de Paisiello; La Cenerentola (La
Cenicienta) y La gazza ladra (La urraca ladrona), ambas de 1817.
Las óperas serias, que subtitula como drama, melodrama heroico, drama serio,
acción trágica... fueron muy apreciadas en su tiempo y hoy son objeto de nueva
atención, como Otello (1816), Armida (1817), o Semiramide (1823).
Ya en París, además de adaptar al gusto francés dos de las óperas serias italianas,
escribió una ópera cómica, Le Comte Ory (1828) y una gran ópera, Guillaume Tell, su
despedida del teatro en 1829, y uno de sus mayores éxitos.
Con Rossini, la ópera italiana de finales del XVIII y principios del XIX llega a
su cumbre, pero con características propias, algunas muy modernas. Sus oberturas son
ejemplos de un interés por los recursos dinámicos: suelen comenzar con una
introducción lenta, a la que sigue un allegro chispeante y todo desemboca en una coda
aún más rápida de ritmo frenético y crescendi irresistibles. Lo mismo ocurre en muchas
de sus arias, para provocar tempestades de aplausos.
Conclusiones
Debido a los cambios económicos, políticos y sociales en Europa en este
periodo, los músicos ya no estaban al servicio de un patrón, sino que sus composiciones
se regían o por el gusto del público en general o, por otro lado, por el suyo propio, por
el del mismo compositor, que empezó a tener una mayor autonomía en el hecho de la
composición. Además, la música empezó a cumplir diversas funciones sociales de
cohesión: familiar, amistosa, política, nacional…
Durante el siglo XIX, la música instrumental empezaría a ser reconocida como
el tipo de música ideal para expresar por sí sola lo que no se puede expresar con
palabras, debido a su falta de concreción. Beethoven, con sus sinfonías, sus cuartetos y
sus sonatas para piano, influiría al resto de compositores, creando a partir de su música
la concepción de música absoluta o pura.
Pero este concepto no se opone totalmente al de la música programática o al de
la música escénica. Es cierto que más adelante surgirían nuevos géneros donde sería
muy importante lo vocal, como el poema sinfónico de Liszt o el drama musical de
Wagner. Pero estos géneros no pueden entenderse sin la fusión de la música vocal con la
música instrumental, con la orquesta, no como un mero acompañamiento de la primera,
sino siendo la segunda el vehículo para llegar a expresar sentimientos y emociones al
que ningún otro arte puede llegar, ni siquiera la música vocal por sí sola.
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Bibliografía
Bibliografía específica