Está en la página 1de 7

Le Monde Diplomatique, número 60 – Junio de 2004

Irak pasa factura a George W. Bush


Por Philip S. Golub

A favor del impacto de los atentados del 11 de septiembre, George W. Bush había
logrado amalgamar a los estadounidenses tras la lucha contra el terrorismo. Pero
las dificultades que encuentra su "misión" en Irak, la falsedad de los argumentos
para la invasión, los altos costos humanos y financieros y el escándalo de las torturas
a prisioneros abren fisuras en la administración y provocan vuelcos en la opinión
pública.

En agosto de 1964, Washington se lanzó a una guerra innecesaria y desastrosa en


Asia, que costaría la vida a decenas de miles de estadounidenses y a millones de
vietnamitas. Motivada más por el temor a una "pérdida de credibilidad" de Estados
Unidos que por la amenaza de un "contagio" comunista en Asia Oriental (el "efecto
dominó"), la guerra de Vietnam duraría una década y acabaría fracturando a la sociedad
estadounidense. Mentes lúcidas del aparato del Estado sabían ya en 1967 que la guerra
estaba perdida de antemano, pero hubo que esperar a 1973 para que Richard Nixon (electo
en 1968 y, como su antecesor Lyndon B. Johnson, resuelto a "no ser el primer Presidente
estadounidense que perdiera una guerra"), decidiera finalmente abandonar el combate y
dejar al gobierno de Saigón librado a su suerte. Vengativo, deseaba sin embargo dejar su
marca antes de retirarse, "aplastando (bajo las bombas) a Vietnam del Norte, ese paisito
de mierda". Como escribió Stanley Karnow, la guerra demostró "la megalomanía, la
miopía y la duplicidad" de las elites dirigentes 1.

Cuarenta años más tarde, el espectro de Vietnam acecha nuevamente a Estados


Unidos. La coalición de derechas radicales nucleada en el seno de la administración Bush,
que llegó al poder en 2000 con la idea obsesiva de "restaurar la voluntad de vencer" -
según la expresión de Richard Perle- y de enterrar definitivamente el "síndrome
vietnamita", empantanó al país en una guerra experimental que culmina en una profunda
crisis de legitimidad. La historia parece repetirse: a fines de la década de 1960, un sector
importante de la población estadounidense tuvo la sensación de que el "establishment
había perdido la razón" 2. Un año después de la invasión a Irak, la sociedad está
nuevamente muy dividida y el país es presa de la incertidumbre. Se está produciendo un
vuelco palpable en la opinión pública: las revelaciones sobre las torturas practicadas en
las prisiones iraquíes socavan gravemente la autoridad del Estado y se suman a la
extendida convicción de que la guerra agravó la amenaza terrorista en lugar de reducirla
3
.

Opinan los expertos

En el nivel institucional, el malestar es particularmente agudo en el seno del ejército


-gestor obligado de la ocupación de Irak- como lo muestran dos recientes estudios
realizados por esa misma fuerza. El primero pone en evidencia la desmoralización de las
unidades regulares desplegadas en aquel país: más del 50% de los soldados afirman tener
una "moral baja" 4. El segundo subraya el desasosiego de las familias de los militares ante
la perspectiva de una guerra prolongada o ante la posibilidad de una extensión geográfica
del conflicto, lo que podría tener un efecto negativo en los recambios de efectivos. Esa
conclusión resulta menos sorprendente teniendo en cuenta que sólo una pequeña minoría
de soldados profesionales se alistó por amor a su oficio. La mayoría entra en el ejército
por otros motivos, en particular por las oportunidades de formación o los nada
despreciables beneficios socioprofesionales 5. La perspectiva de una reducción de los
efectivos parece creíble y hace que muchos expertos estimen que el ejército está
sumamente atomizado y próximo a una "crisis institucional".

Las altas esferas militares también se interrogan sobre el principio mismo y los fines
de esa guerra. Respondiendo a las duras criticas expresadas en privado por numerosos
oficiales superiores -incluso dentro del Estado Mayor- Jeffrey Record, profesor del U.S.
War College, escribió: "La amalgama que hizo (la Casa Blanca) entre Al-Qaeda y el Irak
de Saddam Hussein (...) fue un error estratégico de primerísimo orden. (...) De ello
resultaron una guerra preventiva decidida contra un (país) que podía haber sido disuadido,
(...) la creación en Medio Oriente de un nuevo frente para el terrorismo islámico y una
distracción de los recursos (estadounidenses)" 6. Según el autor, los objetivos estratégicos
declarados de "lucha global contra el terrorismo no son realistas y condenan a Estados
Unidos a una búsqueda sin esperanzas de seguridad absoluta". Citando un informe interno
del ejército redactado antes de la invasión que preveía "agudos problemas en Irak" en
caso de ocupación prolongada sin apoyo internacional, Record estima que el calamitoso
estado de las finanzas públicas y la falta de apoyo popular obligarán rápidamente a
Estados Unidos a decidirse por una "reducción de sus ambiciones en Irak" 7.

Estas críticas "realistas" alcanzan aun mayor relieve si se las pone en relación con las
emitidas por ex altos funcionarios de los servicios de informaciones. Para Richard Clarke,
que tiene treinta años de carrera en ese sector, "al invadir Irak el Presidente de Estados
Unidos socavó la lucha contra el terrorismo" 8. Por su parte Milt Bearden, así como varios
otros oficiales superiores de la CIA, señala que Estados Unidos no sólo "subestima a un
enemigo que no conoce bien" 9 sino que su situación en Irak es comparable a la de las
tropas soviéticas en Afganistán. El ex jefe local de la CIA en Arabia Saudita, Ray Close,
va aun más lejos: "La estrategia global de Estados Unidos en Irak, basada en predicciones
y recomendaciones de la cábala neoconservadora de Washington, finalmente resultó un
10
desastre, que los observadores informados siempre previeron" . Entre otros signos
reveladores de las discrepancias institucionales, hay que mencionar el permanente
recambio de jefes de la CIA en Bagdad: tres en un año. El segundo de ellos habría sido
reemplazado por informar objetivamente sobre el vigor que cobraba la insurgencia.

En cuanto al Departamento de Estado, marginalizado desde que los atentados del 11


de septiembre de 2001 dieron la prioridad institucional al Pentágono, se sabe que su
personal se debate entre la depresión, la consternación y la rabia. Hecho rarísimo, Larry
Wilkerson, jefe de gabinete del secretario de Estado Colin Powell, acaba de manifestar
ese enojo colectivo denunciando públicamente a los "utopistas (como Richard Perle o
Paul Wolfowitz) que nunca conocieron la guerra, pero que con toda ligereza envían
hombres y mujeres a la muerte" 11.

Pérdidas humanas y económicas

Los costos humanos y financieros de una ocupación que resultó infinitamente más
problemática de lo previsto, sumados a las revelaciones sobre la exageración de la
amenaza iraquí, alimentan las críticas. Según Anthony Cordesman, del Center for
Strategic and International Studies (CSIS) 12, "la coalición y Estados Unidos decidieron
subestimar deliberada y masivamente los verdaderos costos humanos de los combates"
minimizando sus bajas y "excluyendo sistemáticamente las pérdidas iraquíes". A los 700
muertos estadounidenses (al 17-4-04) se suman miles de heridos (2.449 oficialmente
contabilizados al 31-3-04), cifra que sin embargo no refleja el número real. Interrogado
el 28-7-03 por la radio oficial National Public Radio (NPR), el coronel Allan De Lane,
responsable de la base Andrews, que recibe a los heridos en territorio estadounidense,
afirmó: "No puedo dar una cifra exacta pues se trata de información clasificada. Pero
puedo decir que desde que la guerra comenzó, más de 4.000 (heridos) permanecieron
aquí, en la base Andrews, y que hay que multiplicar esa cifra por dos si se cuentan las
personas que llegan aquí pero que son derivadas a otros lugares, a los hospitales de Walter
Reed y Bethesda". En cuanto a las víctimas civiles iraquíes, estimadas entre 8.000 y
10.000 muertos, prácticamente nunca se las menciona.

Respecto de los costos financieros, Cordesman cuestiona la suma de 50.000 a 100.000


millones de dólares oficialmente previstos para el período 2004-2007 por la Oficina de
Presupuesto del Congreso (CBO). Esas cifras "están muy lejos de cubrir los verdaderos
costos de la creación de una nueva economía capaz de satisfacer las necesidades
humanas". Aun suponiendo que "la guerra y el sabotaje no hagan más pesada la carga,
esa evaluación subestima posiblemente el nivel de financiamiento requerido. El
presupuesto para la reconstrucción y para hacer funcionar el gobierno podría alcanzar los
94.000 a 160.000 millones de dólares en el período mencionado. Ahora bien, los ingresos
petroleros del país están estimados entre 44.000 y 89.000 millones, y seguramente serán
bastante menores a los 70.000 millones".

En suma, asistimos al debilitamiento de la hegemonía ideológica de la administración


en el plano interno. La Casa Blanca contaba con "el entusiasmo bélico de los
estadounidenses" -según la expresión del escritor Gary Phillips- para llevar adelante su
política de transformación estratégica y asegurar su victoria electoral en 2004. Contaba
también con el miedo generado por el 11 de septiembre de 2001 y con la indignación
consiguiente para movilizar a la sociedad en apoyo del estado de seguridad nacional,
garantizar la cohesión de las elites y atenuar las contradicciones de la democracia
estadounidense. En realidad, al imponer una visión maniquea y globalizadora del peligro
terrorista, la administración Bush intentó -inicialmente de manera exitosa- encolumnar al
país tras una presidencia que hasta entonces era minoritaria y muy cuestionada.

"Histeria patriotera"
El miedo, que fue alimentado agitando el espectro de la destrucción nuclear, dejó
expedita la vía a una extraordinaria concentración de poder en manos del ejecutivo, a la
marginalización de los contra-poderes, a la arbitrariedad estatal y en muchos casos a la
violación de las garantías constitucionales elementales. Ese miedo se transformó
rápidamente en ira nacionalista, también alimentada por el ejecutivo y dirigida contra
todos los que, dentro o fuera del país, osaban contradecir al Estado.

Esa "histeria patriotera", que Anatol Lieven, de la fundación Carnegie, estima


comparable a la que movilizó a los europeos antes de 1914, sirvió a los fines de la
presidencia imperial. El gobierno se parapetó tras un espeso velo de secreto, amordazó a
los disidentes y preparó a la opinión pública estadounidense para la guerra. Con tal fin
lanzó una campaña de desinformación dirigida contra los inspectores de armas de la ONU
y apuntaló el rumor -preparado por la dirección civil del Pentágono- de una supuesta
conexión entre Saddam Hussein y los acontecimientos del 11 de septiembre. El gobierno,
ampliamente apoyado por una población aterrorizada por esos atentados (cerca del 75%
de los estadounidenses apoyaron la intervención) logró fabricar un consenso nacional.

Pero ahora ese consenso se está resquebrajando en las ciudades iraquíes y en las
montañas afganas. Como afirma Jeremy Shapiro, de la Brookings Institution, la guerra de
Irak "desinfló el proyecto imperial". La unidad nacional descansaba en la capacidad del
Estado para mantener a la sociedad permanentemente movilizada. Durante la Guerra Fría,
la existencia de un enemigo global permitió canalizar las diversas energías de la sociedad
en una corriente colectiva de largo aliento relativamente coherente. Salvo en el caso de
Vietnam, los esfuerzos requeridos no eran muy grandes: el Estado keynesiano ofrecía al
pueblo "manteca y cañones" (guns and butter). En la post-Guerra Fría la movilización
permanente se volvió problemática, "a menos que se reinventara con fines políticos un
nuevo enemigo exterior todopoderoso, en una nueva configuración cultural" 13. A pesar
de que en cierta medida el islamismo radical reemplazó en el imaginario colectivo al
peligro que antes representaba la URSS, la perspectiva de una guerra sin fin y de costos
astronómicos reactivó la profunda polarización de la sociedad.

Hace un año, la coalición republicana, enraizada en el sur y en los Estados del oeste,
aumentaba su fuerza y nadie hubiera pronosticado una derrota de George W. Bush en
2004. El Partido Demócrata, atascado en querellas internas y reducido al silencio por una
guerra que sus dirigentes habían aprobado ampliamente, parecía fuera de juego. Pero ya
no es el caso, gracias a la liberación de la rabia latente en la base del partido, que en el
año 2000 había asistido impotente a la manera en que mecanismos institucionales arcaicos
(el voto indirecto a través de un colegio electoral) le habían birlado la victoria.

El futuro del proyecto imperial de la administración Bush depende de las elecciones


de 2004. En caso de victoria demócrata podría producirse "un claro retorno a la
cooperación y una refundación de los contactos transatlánticos", es decir a una gestión
más consensual y realista de las relaciones internacionales. Es lo que afirma Anthony
Blinken, consejero de política exterior del bloque demócrata en el Senado. Ello no
significaría un retorno al statu quo ante, pero tal vez se creen las condiciones que permitan
evitar la propagación de la crisis. En caso contrario, podría producirse una fuga hacia
adelante y la materialización de la profecía autocumplida de la derecha estadounidense:
un "conflicto de civilizaciones" que opondría el Islam a Occidente. En tal caso, el sistema
internacional se vería sometido a tensiones insoportables.

Estados Unidos oscila entre una reacción democrática y una larga regresión
autoritaria. La tentación imperial está muy debilitada, pero no aniquilada. El 14 de enero,
el vicepresidente Dick Cheney decía con orgullo en el Los Angeles World Affairs
Council: "Entre los legados que dejará esta administración se cuentan (...) los cambios
fundamentales y dramáticos registrados en la estructura de nuestras fuerzas armadas, en
nuestra estrategia de seguridad nacional y en la manera en que utilizamos nuestras fuerzas
14
desde la Segunda Guerra Mundial". Y para Richard Perle las cosas son claras: "(Los
regímenes de Irán y de Corea del Norte) representan una amenaza intolerable para la
seguridad estadounidense. Tenemos que actuar vigorosamente contra ellos y contra todos
los otros patrocinadores del terrorismo: Siria, Libia y Arabia Saudita. Y no tenemos
mucho tiempo".

1. Stanley Karnow, "Lost Inside the Machine", Time Magazine, Nueva York, 7-5-01.

2. Según la expresión de John Mc Naughton, secretario de Estado en el Ministerio de


Defensa, citado por Stanley Karnow, Vietnam, a History, Penguin Books, Nueva York, 1986.
3. Existe una tendencia regular a la baja en las opiniones favorables a la guerra. Según una
encuesta de CBS del 17-1-04, el 51% de las personas consultadas estimaba que "la guerra no valía la
pena".

4. Thomas E. Ricks, "In Army Survey, Troops in Iraq Report Low Morale", The Washington
Post, 26-3-04.
5. "Military Family Survey", The Washington Post/Kaiser Family Foundation/Harvard
University, 2004. Según ese estudio, el 30% de cónyuges desean que su pareja deje el ejército.

6. Jeffrey Record, "Bounding the Global War on Terrorism", Strategic Studies Institute,
U.S. Army War College, Carlyle Barracks, Pennsylvania, Estados Unidos, diciembre de 2003.

7. Jeffrey Record, op.cit.

8. Testimonio registrado el 24-3-03 ante la Comisión investigadora de los atentados del 11-
9-01.

9. Milt Bearden, "Iraqi Insurgents Take a Page From the Afghan 'Freedom Fighters'", The
New York Times, 9-11-03.
10. Ray Close, "The Real Meaning of Falluja", Guest Commentary en el sitio web de Juan
Cole, 30-4-04.

11. Citado por Wil S. Hylton en "Casualty of War", que aparecerá en el número de junio de
2004 de GQ, Londres - Nueva York.
12. Nation Building In Iraq, a Status Report, CSIS, Washington, 31-3-04.

13. Peter J. Katzenstein (director), The Culture of National Security, Norms and Identity in
World Politics, Columbia University Press, Nueva York, 1996.

14. Citado por Thomas Powers, "Tommorrow the World", New York Review of Books, 11-
3-04.

También podría gustarte