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¿QUÉ IGLESIA QUEREMOS?

EL PROYECTO POPULAR DE IGLESIA

Leonardo BOFF

El catolicismo romano forma un cuerpo altamente jerarquizado,


transnacionalizado y de pesada rigidez institucional. Se compone de clérigos,
que tienen el poder de decisión; de laicos, que participan de la vida eclesial bajo
la orientación de los clérigos, y de religiosos que se dedican a la búsqueda
explícita de la santidad al servicio de Dios y del mundo, y pueden ser clérigos o
laicos.
La teología oficial enseña que la división existente es de derecho divino y
que, por eso, es intocable e inmutable. Por su poca flexibilidad, esta división
eclesial del trabajo religioso ha causado a lo largo de la historia muchas
tensiones y divisiones. Está siendo cuestionada, día a día, por la Iglesia-red–de-
comunidades-de-base que configura una alternativa de organización y de poder
en la Iglesia, un verdadero proyecto popular de Iglesia.
¿Puede y debe ser alterada la estructura de la Iglesia o debemos contar con
ella por los siglos venideros hasta el Juicio Final? ¿Los intentos de
transformación institucional estarán condenadas al fracaso, a la persecución, a
la excomunión y a la ruptura de la unidad, tal como ha sucedido a lo largo de la
historia?
Nuestras reflexiones están llenas de optimismo. La Iglesia de los pobres, la
Iglesia de la base, la Iglesia-red-de-comunidades-de-base, la Iglesia de la
liberación —nombres distintos para una misma realidad—, representa una
alternativa posible de organización, de ejercicio y de participación del poder
sagrado, capaz de mantener toda la riqueza de la tradición, de preservar la
unidad y de reimplantar la Iglesia en el marco de un proyecto popular,
participativo y democrático. Tiene condiciones para afirmarse, a pesar de las
desmoralizaciones y de las persecuciones que padece, hechas por los propios
hermanos y hermanas de fe. Representa un futuro nuevo para la fe cristiana en
este nuevo milenio, planetario y ecuménico.

De una comunidad fraternal a una sociedad jerarquizada


Inicialmente el cristianismo fue un movimiento ligado a la práctica
mesiánica de Jesús, de los Apóstoles y de la comunidad primitiva (hasta el siglo
IV), de carácter comunional, comunitario y fraternal.
Los elementos de organización existentes no prevalecían sobre las
relaciones comunitarias, que mantenían la franca hegemonía en el consenso y
en la dirección de las iglesias locales.
RELaT 291: ¿Qué Iglesia queremos? El proyecto popu.lar de Iglesia

Con el edicto de Teodosio el Grande, del 27 de febrero del año 380, la fe


cristiana, según el sentido estricto de la ortodoxia del Concilio de Nicea (325),
se impuso obligatoriamente a todos los habitantes de imperio romano. Comenzó
entonces el desmantelamiento sistemático oficial(con dificultades y nunca
completamente) de la religión política romana. Los emperadores Honorio y
Teodosio II imponen en el año 423 la abolición y hasta pena de muerte a los que
participen de los sacrificios paganos. En el año 529, el Código Civil del
emperador Justiniano liquida oficialmente el paganismo, haciendo que las
prescripciones bíblicas y eclesiásticas sean también reglas estatales. Aumenta la
entrada masiva de personas al cristianismo, no como fruto de un proceso de
conversión, sino por imposición y coerción estatal.

Surge así un cristianismo marcado por el miedo. La imposición ligada a


penas, ya sean políticas (exclusión y pena capital) o teológicas (condenación al
infierno), provoca como contrapartida el miedo y la sumisión. Desde entonces, el
miedo marcará la pedagogía misionera de la Iglesia, como claramente se puede
constatar en los diferentes catecismos de la primera evangelización-imposición
de América Latina. La fe deja de ser semilla para transformarse en transplante
forzado de un árbol crecido en suelo europeo.
Los cristianos, que eran solamente la cuarta parte del imperio, asumen la
dirección ideológica. Para cumplir esta función cultural, la Iglesia tuvo que
constituir sus cuadros, instaurar un cuerpo de peritos, formados en la cultura
filosófica dominante, jurídica y organizativa de la época: el clero. Sus miembros
se imponen como intelectuales orgánicos de los intereses eclesiales, articulados
con los intereses del orden imperial. El cristianismo se transformó de
perseguido en perseguidor. En esta función, como ya observó Gramsci en su
Ordine nuovo, el cristianismo es el prototipo de una revolución total. Consigue
cubrir todos los campos, abarcando a todos, desde los recién nacidos a los
moribundos, expresándose en la filosofía, en el derecho, en las artes, en la
teología y en la cotidianidad de la vida de la gente. Y lo hará mediante la alianza
de la Iglesia con los poderes dominantes del Estado (emperador) de la sociedad
(nobles y poderosos) y de la intelectualidad (escuelas). Los demás estratos de la
sociedad serán subalternizados y cooptados en función del proyecto hegemónico
sacerdotal-imperial.
Como consecuencia de este complejo proceso, se afirmó un estilo de
distribución y de ejercicio del poder sagrado altamente centralizado, clerical y
culturalista.
Centralizado, porque está en pocas manos y parte de un centro de poder
referencial (Roma).
Clerical, porque solamente los clérigos investidos por el sacramento del
Orden o por algún mandato clerical tienen en sus manos la conducción de la
Iglesia y los medios de producción de los bienes religiosos.
Culturalista, porque no favorece la evangelización como encuentro entre fe
y cultura dominante, sino como imposición de una cultura ya cristianizada, la
cultura de la elite romana, con la subsiguiente desestructuración de las culturas
autóctonas populares. No sin razón la Iglesia se denomina romano-
católica(siendo entendida la romanidad como una característica de
identificación).

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Leonardo BOFF

Con Gregorio VII y su Dictatus Papæ (una lista con 25 proposiciones del
año 1075), que bien traducido significa la dictadura del Papa, se consolida una
eclesiología juridicista fundada en la institución papal. Lo expresa muy bien el
gran eclesiólogo del siglo XX, Ives Congar: “Su acción determinó el mayor giro
que ha conocido la Iglesia católica” (L´Église de Saint Agustin à l´époque
moderne, Paris, 1970, p.103).
Este giro consiste en una práctica de extremo autoritarismo que
prácticamente no reconoce ningún límite al poder papal. Algunos juristas y
críticos lo califican de “totatus”, de totalitarismo eclesial. El Papa no es sólo el
sucesor del pescador Pedro (aquel que negó a Jesús), ni el representante del
profeta crucificado Jesús de Nazaret. Eso sería muy poco para las pretensiones
papales. El Papa se entiende como representante de Dios. Dios instituyó
directamente el sacerdocio, no el imperio. Al sumo sacerdote (Papa) le es dado
ligar y desligar, interpretar la ley natural, cerrar o abrir las puertas del cielo. Y,
sacerdocio, solamente lo es el católico. Por eso la 26ª proposición del Dictatus
Papae reza así: “No sea reconocido como católico quien no está de acuerdo con
la Iglesia católica romana” (Quod catholicus non habeatur qui non concordat
Romanae ecclesiae). Creer es obedecer al Papa y obedecer al Papa es obedecer
a Dios.
Cabe preguntar: ¿Acaso no hemos traspasado el límite de lo intraspasable
que una vez traspasado significa inequívocamente hybris humana y pecado, en
el sentido estricto de la teología? ¿Qué legitimidad puede ofrecer a la conciencia
de los creyentes una estructura de poder nacida del pecado? Atributos que sólo
competen a Dios son atribuidos a una criatura humana, el Papa. En esta lógica
desviante, no nos admira que haya habido papas llamados por los teólogos de su
curia “dios menor en la Tierra” (Deus minor in Terra). Este proceso de
divinización ya estaba presente en el siglo IV cuando comenzó a estructurarse la
figura del obispo. La Didascalia y las Constituciones apostólicas del siglo III
decían de él que “ocupa el lugar de Dios” en la comunidad, que es como un
“segundo Dios”, “vuestro Dios terrestre después de Dios” (cf. Didasc.II, 20,1;
Const. Apos. II, 26,4).
Esta concepción fue adquiriendo a lo largo del tiempo una base ideológica,
especialmente con Graciano (el primer codificador del derecho canónico en el
siglo XII)y con la teología de la Antirreforma. Según esto, Cristo instituyó la
división entre clérigos y laicos, por lo tanto es divina y nunca podrá ser
modificada. El Papa es la cabeza visible de Cristo que, a su vez, es la cabeza
invisible de la Iglesia. El poder es total; tiene definida su práctica y la teoría que
lo justifica. No se trata de autoritarismo sino de puro y simple despotismo.
La utopía de Jesús de una comunidad fraternal donde todos sean hermanos
y hermanas, sin divisiones ni títulos (cf. Mt, 23, 8 y ss.) es sustituída por la
mecánica del poder centralizado del clero que garantiza hasta el fin de los
tiempos, así piensan los clérigos, la reproducción de los instrumentos de
salvación.
Sin embargo, el sueño de Jesús no ha muerto, transmigró a los
movimientos espiritualistas, monacales, mendicantes y, de manera general,
hacia la vida religiosa, pero también hacia el camino del seguimiento evangélico,
de la devoción y de la búsqueda de santidad de los cristianos, reducidos a laicos,
en sus diferentes estados de vida. En estas instancias no clericales, el poder se
ejercerá como servicio participativo, reinará una democracia interna y las
relaciones serán más igualitarias, sororales y fraternales.

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RELaT 291: ¿Qué Iglesia queremos? El proyecto popu.lar de Iglesia

Podemos formalizarlo así: dentro de la comunidad de los que profesan la fe


cristiana se ha creado, según esta visión, un consenso basado en la potestas
sacra (poder) como dominio y coerción, por lo tanto, como despotismo. Se ha
construido una hegemonía a partir de una concepción monárquica de la fuente
de poder (el Papa). Este tipo de distribución y de ejercicio del poder se articula
connaturalmente con los poderes centralizados de la sociedad. Así, la Iglesia
clerical pasa a ser, más allá de su función religiosa específica, un aparato de
legitimación de los poderes autoritarios en la sociedad humana. El concepto de
Dios subyacente no es el trinitario, urdido de relaciones igualitarias y
comunionales, sino el del viejo Dios monoteísta y único señor cósmico. Un sólo
señor en el cielo, un único representante suyo en la Tierra –argumentaba Gengis
Khan, buscando fundamentar así su despotismo–.
La base social de este tipo dualista de Iglesia, dividida en clérigos y laicos,
no como funciones distintas dentro de una única comunidad sino como
fracciones “esencialmente” diferentes, está constituida por los sectores
dominantes cuyos intereses históricos se articulan naturalmente con los
intereses del cuerpo clerical.
El texto Vaticano I sobre el poder jurisdiccional del Papa es claro: el Papa
tiene poder absoluto sobre todos y cada uno de los fieles ex sese, sine consensu
ecclesiae (por sí mismo, sin el consenso de la Iglesia). El Papa es portador
solitario del poder supremo, sin ninguna mediación de la comunidad; por lo
tanto, posee el poder y, de hecho, lo ejerce, de forma despótica. Los otros
portadores de poder en la Iglesia, aunque tengan poder vía sacramento del
Orden (obispos), dependen para el ejercicio legítimo del poder sagrado de la
delegación directa del Papa.
Como es sabido, el Vaticano II intentó resolver este desequilibrio
eclesiológico. Reafirmó el carácter de Pueblo de Dios de la Iglesia, la
participación de los laicos por razones cristológicas, la centralidad de la
comunidad, la acción colegial de los obispos, la misión como servicio al mundo,
especialmente a los pobres (todo el capítulo II de la Lumen Gentium).
Especialmente importante fue el nº8 de la Lumen Gentium que recupera la
memoria histórica que nos redimió en la pobreza y en la persecución. Llama a la
Iglesia “a seguir el mismo camino” para “evangelizar a los pobres(…), a buscar y
salvar lo que estaba perdido”(nº8). También afirma que la Iglesia de Cristo
“subsiste en la Iglesia católica”, reconociendo que existen “varios elementos de
santificación y de verdad fuera de su estructura visible”, elementos que son
“dones propios de la Iglesia de Cristo” y que, por lo tanto, permiten reconocer
eclesialidad a otras iglesias cristianas (nº8b).
Sin embargo, produjo un texto de compromiso que mantiene la ambigüedad
eclesiológica. Al lado de estas propuestas prometedoras reafirmó la vieja teoría
de la constitución jerárquica de la Iglesia y de la hegemonía asegurada de modo
divino a los portadores del sacramento del Orden, es decir, al clero (capítulo III
de la Lumen Gentium). Hoy, en el proceso de reflujo eclesial, de
neoromanización y de poderosa reclericalización de toda la Iglesia, se invocan
siempre estos textos como criterio de auténtica interpretación y de recepción
oficial del Vaticano II, anulando prácticamente las conquistas hechas bajo el
signo de la comunión y de la participación de todo el pueblo de Dios.
Pero a pesar de mantener esta ambigüedad, favoreciendo el polo clerical,
se ha abierto un espacio para que miembros activos de la Iglesia clerical entren
en el universo de los simples practicantes cristianos y para que éstos se animen

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a participar y a ocupar su lugar dentro de la comunidad. No sólo como


miembros, objeto de la benevolencia pastoral del clero, sino también como
sujetos productores de bienes religiosos, como sujetos eclesiales.

Una alternativa seminal: el proyecto popular de Iglesia


A partir de los años 60 los pobres organizados irrumpieron en la sociedad
latinoamericana y también en la Iglesia institucional y clerical. Se verificó un
doble proceso: en los medios populares se fueron insertando cada vez más
miembros activos de la Iglesia-clero: obispos, sacerdotes, teólogos, religiosos y
religiosas, cristianos, indignados con la miseria y comprometidos con la
transformación social, fueron asumiendo la causa, las luchas, el destino y la
cultura del empobrecido social. Por otro parte, los cristianos fueron
asumiéndose como sujetos eclesiales y sociales. Comenzaron, junto con el apoyo
del agente externo, a crear su forma característica de ser cristianos. Así surgió
la pastoral popular (CEBs, PO, CPT, CIMI, CDDH, los círculos bíblicos y otras),
que tienen como punta de lanza a las comunidades eclesiales de base.
Al lado de un proyecto popular de sociedad, en la línea de una democracia
participativa, de base popular, pluralista y abierta a lo religioso, comenzó a
esbozarse un proyecto popular de Iglesia. Para una nueva sociedad, una nueva
iglesia. Para una distribución diferente y un ejercicio distinto del poder social
¿por qué no una distribución diferente y un ejercicio distinto del poder eclesial?
Teóricamente no es impensable. Los textos fundadores del movimiento de
Jesús revelan por lo menos tres tipos distintos de organización eclesial: la
sinagoga, reflejada en el evangelio de San Mateo; la carismática, practicada por
Pablo; y la jerárquica, reflejada en las epístolas católicas a Timoteo y Tito. Esta
última fue la triunfante, pero no invalidó las otras como fuentes de inspiración,
pues constituyen textos referenciales del credo cristiano.

¿Poder eclesial fundado en el clero o en la comunidad?


Prácticamente, por lo menos de forma germinal, se percibe que en las
CEBs está presente una nueva manera de ser Iglesia. En la página siguiente
vemos un cuadro comparativo de la estructura fundamental del modelo de
Iglesia basado en el clero y del basado en la comunidad eclesial de base(cf.
Wagner Lopes Sanches, CEBs: avanços e obstáculos dentro de "um projeto
popular de Igreja", tesis de licenciatura en la PUC/São Paulo, 1989, p.115-6).
En este esquema vemos que, efectivamente, esta irrumpiendo otro ejercicio
de poder religioso. En los cuatro grandes ejes que sostienen el edificio eclesial:
la palabra (los miembros de las CEBs leen e interpretan la Biblia y a su luz
hablan de sus problemas y, así, del mundo); el sacramento (las CEBs saben
celebrar la vida, las luchas, y, simbólicamente, alimentar la utopía del reino y la
esperanza); la organización (organizan los servicios internos con sus distintas
funciones, eligen su equipo de coordinación, elaboran una conciencia crítica
sobre sus problemas y democráticamente buscan soluciones comunitarias); y en
la misión (actuación en el mundo, articulándose en las asociaciones de vecinos,
en los sindicatos, en una palabra, en el movimiento popular), los miembros de
las CEBs se están reapropiando de parcelas de poder y de la producción de

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RELaT 291: ¿Qué Iglesia queremos? El proyecto popu.lar de Iglesia

bienes eclesiales. Los análisis sociológicos hechos hasta el presente constatan


de manera unánime este avance. Pero al mismo tiempo llaman la atención hacia
el carácter todavía dependiente del agente externo (obispo, sacerdote,
religiosa), al lado de resquicios autoritarios y miméticos de la estructura
anterior de Iglesia clerical, internalizada por los creyentes durante siglos de
modelo hegemónico.
De cualquier forma, germinalmente, existe, en la práctica y también en la
teoría (la reflexión teológica que justifica esa práctica)una alternativa de poder
eclesial. Se está constituyendo un nuevo consenso en la Iglesia (una
antihegemonía, en lenguaje de Gramsci). Es un fenómeno histórico de primera
magnitud pues hace siglos que no ocurría semejante oportunidad histórica
(desde el siglo XI con los movimientos pauperistas y en el XVI con la Reforma
protestante).

ASPECTO PARROQUIA CEBs

Núcleo central de
 El sacerdote  La comunidad
poder
 Comisión de  Consejo de área, formado por un
administración, indicada por miembro de cada consejo de
Estructura el sacerdote comunidad con funciones deliberativas
de poder  Comisión parroquial de  Consejo de comunidad, elegido
comunidad con funciones cada dos años, con funciones
consultivas deliberativas.
 El sacerdote (en algunas  Equipo de pastoral (o su
Agente religioso
parroquias puede ser ayudado equivalente) formado por el sacerdote,
externo
por hermanas) hermanos y hermanas.
Relación agente
 Laicos dependientes y  Autonomía (relativa) de los laicos
de pastoral y
sometidos al sacerdote. con relación a los agentes.
pueblo
 En el caso del sacerdote  El agente tiene el papel
producir fundamental de acompañar y suscitar
Papel del agente bienes religiosos externos la caminada de las comunidades.
externo sacramentos.  En el caso del sacerdote, la
 Control de las actividades producción de bienes religiosos se
parroquiales hace con menos periodicidad.
 Seguir las orientaciones
dadas por el sacerdote.
 Coordinar las comunidades,
Papel del agente Muchas veces es él quien
siguiendo las decisiones tomadas en
interno escoge los dirigentes de
reunión.
asociaciones, movimientos,
pastorales, etc.
 El sacerdote, que sigue teniendo la
mayor parte de la producción de
Producción de  El sacerdote
bienes religiosos, y el laico en las
bienes religiosos exclusivamente
celebraciones de los domingos y otras
actividades religiosas
 Sujeto de la acción de la Iglesia en
 Objeto de la acción de la
Papel del laico comunión con los agentes (catolicismo
Iglesia (catolicismo clerical)
laico).
 Estructura compleja, con el
sacerdote y diversos  Estructura simple (catequesis,
movimientos y asociaciones minijóvenes y pastoral obrera a nivel
Organización de
religiosas. de área) teniendo al agente pastoral
la pastoral
 Sobrevaloración de los como asesor de la comunidad.
sacramentos

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Leonardo BOFF

 Dinámica vertical en la que  Dinámica horizontal en la que


Dinámica interna prevalecen relaciones prevalecen relaciones informales de
formales y distantes proximidad y cooperación.
 Los miembros de las CEBs
 Generalmente la parroquia
Relación Iglesia- generalmente están insertados en los
no está insertada en las
barrio movimientos populares, muchos de
luchas del barrio
ellos suscitados por las comunidades.

La Iglesia clerical ha sobrevivido a las alternativas que se le oponían o


cooptando a los miembros portadores del nuevo poder, insertándolos de este
modo en su modelo (el caso típico del movimiento franciscano), o expulsándolos
mediante la excomunión o la guerra religiosa (contra los valdenses, cátaros,
albigenses y reformistas).
Así como del judaísmo bíblico surgió la Iglesia (cf. Rom. 11, 11-24), de
manera parecida de la Iglesia-sociedad surge ahora la Iglesia-comunidad. La
vieja cepa tiene todavía savia suficiente para hacer brotar una nueva rama,
portadora de una nueva esperanza. La Sara estéril tiene derecho, como dice la
Biblia, a sonreír porque puede concebir a pesar de su edad (cf. Gén.18,12-15).
El fenómeno de las CEBs es de extrema relevancia en términos de
viabilidad histórica de una alternativa al poder eclesial vigente. Por dos razones:
En primer lugar, porque dentro de la Iglesia clerical existen sectores que
aceptan la aparición del fenómeno de las CEBs apoyándolas y sintiéndose parte
de la formación de un proyecto popular de Iglesia. Hay distintos niveles de
aceptación y van desde cardenales a laicos notables; es decir, personas y
sectores que ostentan los criterios de legitimidad oficial (cardenales, obispos,
conferencias episcopales, teólogos) comprometen su poder al reconocer el
carácter de Iglesia a las comunidades eclesiales. Ellas son la verdadera Iglesia
en la base, y no sólo grupos con elementos eclesiales, dentro de la cultura
popular y en el universo de los oprimidos y marginados.
Este argumento es fuerte, pero él sólo no es decisivo pues la Iglesia no se
basta a sí misma. Este fenómeno intraeclesial puede provocar una ruptura, un
cisma o un paralelismo de modelos. De ahí la importancia del segundo punto: la
articulación de las CEBs con el movimiento popular. La base social de la Iglesia-
comunidad es la misma que la del movimiento social. Los pobres en masa,
conflictivos, son los que componen ambos fenómenos. Su mayor fuerza no reside
sólo en las CEBs sino en su capacidad de articulación con otras fuerzas
populares. Dentro de la comunidad, los creyentes quieren vivir una comunidad
fraternal (en el sentido de M.Weber) y, dentro de los movimientos, quieren
ayudar a construir una democracia de base, pero participativa y respetuosa de
las diferencias, asociada a una búsqueda creciente de igualdad. Hay una
connaturalidad de perspectivas, de sueño y de utopía, manteniendo siempre el
alcance distintivo del ideal religioso que implica la resurrección de la carne y la
vida eterna, cosa que ningún proceso social puede prometer. Por eso hablamos
de connaturalidad y no de identificación. Pero se trata de un único movimiento
de transformación que comienza en la historia y va infinitamente más lejos.
Este modelo de Iglesia se articula con las clases subalternas. Sus intereses
objetivos van en la línea de la liberación, como también desean las CEBs.
Entonces, el proyecto eclesial liberador se acopla con la liberación económica,

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RELaT 291: ¿Qué Iglesia queremos? El proyecto popu.lar de Iglesia

política y cultural como expresión del nuevo sujeto histórico: los pobres y
oprimidos organizados.
Está en curso la construcción de un nuevo proyecto eclesial, hecho por las
CEBs y sus aliados de la iglesia clerical y por las articulaciones que mantienen
con el movimiento popular de cuño libertario. El consenso se da en torno a esta
convicción: en el centro de la acción de la Iglesia deben estar los oprimidos y
marginados —como fenómeno colectivo en términos de clases dominadas, razas
humilladas, culturas despreciadas, sectores subalternizados(como las mujeres) o
grupos discriminados (como los enfermos de mal de Hansen o de Sida), entre
otros— no como efecto de la acción de clérigos que optaron por ellos, o de la
generosidad benéfica, pero nada participativa, de la estructura clerical, sino
como sujetos de construcción de una manera popular de ser Iglesia y sujetos de
transformación de relaciones sociales.
Tendencialmente las CEBs están adquiriendo autonomía ideológica, o sea,
están elaborando una concepción teológica consistente y autónoma de la Iglesia,
de su relación con el sueño de Jesús, el reino, de su función liberadora de los
oprimidos y marginados, y a partir de ellos abierta a todos y a las distintas
culturas. Esto es fruto de la lectura de la Biblia, de la apropiación de la reflexión
teológica a partir de la práctica en la comunidad eclesial y en los movimientos
sociales, de la espiritualidad de compromiso y de liberación que se está
gestando. Pero esto sólo es tendencial. Existen contradicciones, espíritu de
repetición del discurso del agente, socialización mal elaborada del nuevo modo
de ser Iglesia como red de comunidades, pero es innegable que indica algo
nuevo. Es frágil, pero tiene la fuerza de las raíces finísimas que extraen la savia
profunda que alimenta el majestuoso castaño del Amazonas. Las CEBs están
grávidas de promesa y de esperanza de que una alternativa de poder eclesial no
es imposible.
En este nuevo modo de ser Iglesia, no se trata de negar la figura del
obispo, del sacerdote, del religioso o de la religiosa. Se trata de superar el
modelo de ejercicio de esas funciones a través del cambio de lugar social (del
lugar hegemónico al lugar subalterno, para construir una nueva hegemonía)e
inaugurar un nuevo estilo de agente eclesial, dentro de la comunidad, y no por
encima de ella, que se sienta parte de un todo y no parte ante todos.
Ante este reto de consolidar la autonomía, se revela importante la
presencia de los intelectuales orgánicos. En primer lugar, los internos y los
producidos por la propia comunidad. Después, los externos, que engrosan el
proyecto popular de Iglesia. Ellos (cardenales, obispos, sacerdotes, teólogos,
profesionales portadores de un saber específico) pueden ayudar a elaborar una
concepción homogénea del mundo, de la sociedad y de la Iglesia, partiendo de la
óptica de los oprimidos que buscan la liberación. Sin su colaboración y su
complicidad, la alternativa popular corre el riesgo de ser deslegitimada,
exorcizada y destruida. O será sencillamente cooptada y, en tal caso, aportaría
innegablemente valiosas reformas a la Iglesia clerical, pero manteniendo la
estructura de poder clerical, elitista, discrecionaria y culturalista. Se abortaría
así una oportunidad histórica única.

Estrategias y tácticas a usar en la resistencia y en el avance del


proyecto popular de Iglesia

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Leonardo BOFF

El proyecto popular de Iglesia está hoy amenazado por la Iglesia clerical.


Ésta, hábilmente, ha entendido el peligro que significa para el ejercicio
tradicional del poder el nuevo consenso eclesial basado no en el clero (sociedad
jerarquizada) sino en la comunidad fraternal. No es necesario enumerar las
distintas estrategias de la Curia romana para desestabilizar la Iglesia de base y
para reforzar el eje clerical. Sus estrategas lo hacen con una buena voluntad
inagotable. Están seguros de cumplir una misión divina. Se sienten defensores
del pueblo fiel indefenso porque lo consideran incapaz de elaborar
reflexivamente su propia fe y de dar razones de su esperanza. Destruir la otra
alternativa por la desmoralización simbólica, por el ataque a sus agentes, por la
deslegitimación de su teología, por el castigo ejemplar de algunas de sus figuras
es, para la Iglesia clerical, virtud del verdadero apóstol y del buen pastor. Y
usurpan para sí el título de nuevo Crisóstomo, Agustín redivivo.
Con razón decía Pascal: “Nunca se hace tan bien el mal como cuando se
hace con buena voluntad”. Por causa de este error Jesús fue crucificado, todos
los profetas anteriores a él fueron masacrados y, hoy, esa lógica perversa
continúa. La Iglesia clerical está haciendo muchas víctimas y provocando un
sufrimiento injusto. Centralizada en sí misma y en su propio poder es una
expresión de lo que Pablo llama la carne. La carne trae la muerte (Rom, 8,6; Gál,
6,8). La carne no entiende las cosas del Espíritu (Rom, 8,5). Las CEBs significan
la Iglesia que nace de la fe del pueblo por el Espíritu de Dios y no por el poder
de dominación ni por imposición imperial o clerical. Para entender ese evento
del Espíritu, la Iglesia clerical necesita ser espiritual. Pero solamente lo será a
condición de dejar de ser clerical, para ser comunional, participativa y
pericorética (inter-retro-relacionada), como el misterio de la Trinidad santa,
prototipo último de convivencia en la diferencia y la unidad.
La estrategia principal de la Curia romana será la de cooptar las CEBs
dentro del marco de la Iglesia clerical mediante un proceso de parroquialización
de las CEBs, subordinándolas al párroco, único portador del poder y de los
criterios de eclesialidad. De esa forma dejarán de ser alternativas al poder
vigente. Así como para los estratos modernos de la sociedad existen los
movimientos laicos –muchos de ellos transnacionalizados como el Opus Dei,
Focolari, Comunión y Liberación-, para los estratos “pre-modernos y pobres”
existen las CEBs y las pastorales sociales de la Iglesia-gran-institución.La Curia
romana difícilmente condenaría las CEBs porque eso implicaría herir su propio
cuerpo en la medida en que alcanzase a cardenales y obispos. Estos son como
cañones: pueden producir grandes estragos. Pueden producir una jerarquía
paralela y diferente, por eso deben ser respetados, conservados, cooptados o
aislados. El camino no será provocar un cisma, sino garantizar el carácter
dependiente y asociado del catolicismo latinoamericano. La Iglesia
latinoamericana deberá seguir siendo una Iglesia-espejo. Nunca, en la
perspectiva clerical, será una Iglesia-fuente con el rostro de las razas y culturas
que aquí despuntan y crecen.
Frente a esta estrategia, debemos saber actuar políticamente, en la
perspectiva del espíritu de las bienaventuranzas y en el horizonte de una
espiritualidad pascual que aprende de las crisis y se fortalece en las
persecuciones.
En primer lugar, es importante seguir penetrando en el continente de los
pobres y permitir que ellos construyan el proyecto popular de Iglesia. A partir
de esta inserción, explotar todo lo que en el derecho canónico actual se abre a la

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RELaT 291: ¿Qué Iglesia queremos? El proyecto popu.lar de Iglesia

participación de los laicos y de los presbíteros en la formulación de la pastoral.


Crecer, por tanto, hacia dentro.
En segundo lugar, es necesario fortalecer los aliados, haciendo que cada
vez más intelectuales orgánicos se incorporen a la Iglesia de base. Crecer, por lo
tanto, hacia los lados.
En tercer lugar, es urgente garantizar que cada vez más obispos y sectores
de la Iglesia clerical se conviertan a la causa evangélica de los pobres y
oprimidos (recordemos el nº8 de la Lumen Gentium). Estos son aliados
contradictorios porque viven una complicidad dolorosa, pero son
imprescindibles en el proceso de legitimación y consolidación de un nuevo modo
de ser Iglesia. Crecer, por lo tanto, hacia arriba.
En cuarto lugar, hay que garantizar siempre la articulación de la Iglesia de
la base con otras Iglesias. El ecumenismo enriquece la perspectiva evangélica y
protege contra las embestidas de la gran institución clerical. En cuanto a las
celebraciones eucarísticas, la articulación con otras Iglesias que también poseen
celebraciones de la cena del Señor se muestra liberadora. Los católicos
participan de la celebración. ¿Quien podrá negar que ahí no está el Señor
sacramentalmente?
En quinto lugar, es imperioso mantener una viva articulación con el
movimiento social libertario. Es importante arrebatar el evangelio como
inspiración para la insurrección y la liberación del viejo y perverso orden que
tantas iniquidades ha perpetrado en la historia y que ha sabido cooptar para sí
el poder de la Iglesia como aparato para legitimar sus ideales e intereses. Los
sueños de liberación no son monopolio de las izquierdas indiferentes, agnósticas
o ateas. Es un imperativo de la memoria peligrosa y provocadora de Jesús y de
sus discípulos. En las CEBs late la fuerza iracunda y tierna de la utopía del
profeta de Nazaret, que era el Hijo de Dios encarnado en nuestra miseria. La
inclusión social en el proyecto popular de Iglesia dará fuerza al nuevo consenso
eclesial.
En sexto lugar, es decisivo no caer en la tentación de institucionalizar las
CEBs como subdivisiones de las parroquias. Las CEBs no son un movimiento de
la Iglesia sino toda la Iglesia en movimiento. En caso contrario, quedarían
configuradas en el marco canónico tradicional y perderían su originalidad. Ellas
deben continuar como dinámica que penetra todo el tejido eclesial. No son sólo
una nueva configuración de poder y de otra manera de ser Iglesia, también
constituyen un espíritu comunional y participativo que atraviesa todos los
espacios eclesiales y sociales.
En séptimo lugar, debemos ser realistas. La Iglesia-sociedad es muy fuerte.
Ella atiende, por su organización, a los cristianos que buscan la salvación
individual sin preocuparse con la comunidad ni responsabilizarse por la
naturaleza o por el futuro de la Tierra. Es funcional para el sistema liberal de
acumulación privada. Este tipo de Iglesia ha creado su justificación dogmática,
canónica y litúrgica. Debemos partir del presupuesto de que podrá durar
muchos siglos y llegar, quien sabe, hasta el Juicio Final. Pero esto no debe
desanimarnos. A su lado, junto a ella, pero sin romper con ella, surge una
Iglesia-comunidad que atiende, con otro espíritu, las necesidades religiosas de
las personas, especialmente de aquellas que guardan una referencia explícita
con la utopía de Jesús y de los apóstoles.
Este modelo de Iglesia es, a su vez, funcional para una sociedad
democrática, participativa y de línea popular.

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Leonardo BOFF

Es importante que la teología y los cristianos legitimen teológicamente este


nuevo modo de ser comunional de Iglesia y lo justifiquen delante del otro modo
de ser societario de Iglesia. Hay que impedir que la persecución que el modelo
societario organiza contra el modelo comunitario sea demoledora y llegue a
deslegitimar e imposibilitar su viabilidad histórica.
Finalmente, es importante vivir una perspectiva espiritual. El Espíritu
habita el mundo y está presente en todos los procesos de cambio que apuntan a
lo nuevo. Ese Espíritu sopla hoy a partir de la basura humana. En esa flaqueza
revela su fuerza histórica, como en la elocuente imagen del profeta Ezequiel de
los huesos que se revisten de carne nueva y hacen revivir al pueblo
postrado(Ez,37,1-14).
Si a pesar de todo este esfuerzo el proyecto popular de Iglesia fracasara,
no será por falta de compromiso de cristianos lúcidos y osados. El sueño de
Jesús seguirá siendo un sueño. Soñado por el individuo y por una Iglesia clerical
que ofrece la salvación individual, se transformará en una frustración histórica.
Soñado juntos, reunidos en minga, como cantan las CEBs, será una gran
liberación. El sueño de Jesús no puede seguir siendo un sueño. Debe hacerse
fuerza histórica para los que necesitan la liberación y se organizan para
traducirla en prácticas productoras de vida.
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*Boff, L., “Que Igreja queremos” en A voz do Arco-íris, Letraviva, Brasilia,


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(Traducción de Mª José Gavito)

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