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RECUERDA, SOLO PUEDES HACERLO HASTA LAS 12

Autora: Lemroses
Cerró los ojos y el cuarto pareció más iluminado que cuando los tenía abiertos,
experimentó un calor confortante. Abrió los ojos y volvió a dar con la oscuridad que le
hacía temblar de frío. Cerró los ojos y comenzó a recordar momentos alegres de su vida,
todo corría como una película proyectada en la sala de un cinematógrafo, una lágrima
alegre resbaló por su mejilla. Abrió los ojos y el cuarto seguía vacío, un roedor mugriento
le comenzó a lamer el dedo gordo del pie derecho. Cerró los ojos y un reflejo de luz
centelleó haciendo aparecer el bosque por donde había sido muy feliz. Abrió los ojos y el
dolor de su costado derecho se incrementó como cuando corría una maratón y se quedó
sin respiración. Siguió repitiendo está dinámica varias veces, recordó y experimentó más
sensaciones que en todos sus 33 años y 3 meses. Volvió a cerrar los ojos, así se sentía
mejor.
***
El desayuno fue el de siempre desde hace cinco días, un vaso con leche de almendras y
una lata de atún en filete que previamente había escurrido en el lavadero. Su intento por
llevar una vida saludable y ecosostenible había fracaso antes de comenzar y no le
importaba, sólo quería intentar a pesar de reconocer que no quería hacerlo. Preparó una
ensalada con las verduras que encontró en el refrigerador, el limón se había acabado y no
le importó. Guardó la ensalada en el táper rectangular del jueves, alistó sus cubiertos, una
botella con refresco y salió al trabajo. Esa era la rutina de todos los días, comidas
improvisadas, táperes de colores de acuerdo con el día y el trabajo, el aburrido y necesario
trabajo, no existía nada más.
Al bajar las escaleras mal construidas y entrecruzadas de cables de la casa donde alquilaba
un cuarto, recordó que había olvidado la llave sobre la mesa de la cocina, maldijo y siguió
andando. Otra vez tendría que esperar a que sean las 11 de la noche para que la dueña de
casa le abra la puerta del cuarto. Ya le había pasado antes, aquel día para mala suerte se
había quedado con el celular sin batería.
El semáforo tenía colores que cambiaban siguiendo un cronómetro propio. Había
personas que conocían ese cronómetro y podían cruzar la pista. Los niños eran jalados
por adultos guías, los ancianos eran acompañados por desganadas personas que fingían
una sonrisa para complacer su propio ego, un sujeto de lentes oscuros fingía ceguera al
otro lado de la pista y pedía limosna a los que pasaban delante de él, una mujer que
cruzaba con un ceñido vestido voltea la mirada y un hombre mayor le dice palabras sucias
al oído y le agarra una nalga, un hombre de corbata tropieza y cae al suelo idiotizado por
un publicación que vio en su celular, otras personas sin intención aparente siguen a los
grupos humanos movilizados. Ha transcurrido media hora, la casera del desayuno le grita
para que le pague el pan con arebosado que le había pedido hace 20 minutos. Despierta,
ve su reloj y se da cuenta de que lleva 10 minutos de retraso. Apura el paso y comienza a
hacer una lista mental de los pendientes que tendrá que atender cuando llegue a la oficina.
Sube al bus con prisa, por suerte encuentra un asiento libre a lado de la ventana y cerca
de la puerta trasera. Se sienta y comienza a ver a través de la ventana. Con lo ojos
comienza a hacer un inventario de las casas y negocios que se encuentran antes de su
paradero final. Ve un centro comercial, un quiosco, una panadería, un puesto de desayuno,
una joyería, un Western Unión, un cajero, una tienda koreana, una juguería, una tienda
naturista, un sushi bar, una casa de bonita entrada, una casa de perro, otra tienda, una
peluquería y continúa inventariando. Extrañamente esa actividad banal había captado su
atención.
El paradero donde tenía que bajar había pasado hace mucho, el cobrado le increpa que no
sea conchudo y complete su pasaje. Ve su reloj, se da cuenta de que su horario de ingreso
era hacía media hora. Baja del bus, se sienta en la banca huesuda del paradero y comienza
a mirar desesperadamente como buscando a una persona que está por llegar. Una anciana
de gesto amable y preocupado le toca el hombro y le pregunta si se encuentra bien. Él le
responde que está esperando a su asesino y comienza a reír de manera sardónica, las
lágrimas comienzan a fluir de sus ojos. La anciana con miedo huye del lugar. Las personas
se quedan viendo la escena como congeladas.
De pronto se levanta del asiento, todo le comienza a dar vueltas como si un hombre
malintencionado girara deliberadamente las plataformas sobre las cuales se encuentra
parado. Las personas que lo rodean permanecen inmutables, son como maniquíes parados
en el escaparate de una tienda de modas. Los edificios crecen y se encojen al compás de
una sinfonía desconocida, y poco a poco sus colores se van opacando. Simón gira la
cabeza a uno y otro costado, el escenario es el mismo en todos lados.
Camina con prisa hacia ningún lugar, todo le da vueltas y el pánico se acrecienta en su
interior, las manos le sudan y el corazón le palpita fuerte, sólo quiere escapar, quiere
recuperar la cordura, la tranquilidad de su aburrida monotonía, está muy agitado.
Recapitula lo sucedido durante la mañana, logra recordar de manera difusa que perdió el
sentido de lo que tenía que hacer en cada ocasión que pudo. Recuerda a la anciana aterrada
por las risas grotescas que profirió minutos antes y se siente culpable, y la culpa crece en
su pecho como un tumor doloroso, no puede evitarlo, le duele.
El dolor de pecho se traslada a su cabeza y se acrecienta, cada vez con mayor intensidad.
Entra a una tienda, pide un analgésico y se lo toma con una lata de Red Bull. Se sienta en
una de las gradas de la entrada a la tienda, sostiene su cabeza con las dos manos, el dolor
de cabeza misteriosamente comienza a desaparecer en el acto, más relajado se pone a
pensar en todo lo sucedido esa mañana. Piensa en lo absurdo de cada una de las
situaciones, sonríe para sí mismo aún con las manos sobre el rostro. Pronto recuerda que
tenía que presentar un proyecto del cual él se encontraba encargado, la reunión era a
primera hora en la oficina del titular del proyecto y de esa reunión dependía la licitación
de otro proyecto muy lucrativo para la empresa en la cual trabajaba. El sentimiento de
culpa volvió a aparecer y comenzó a oprimirle el pecho al punto de querer asfixiarlo, sus
manos se dirigieron hacia esa parte del pecho para tratar de contener el dolor. Levantó el
rostro en busca de ayuda y vio la calle desierta. La imagen anterior de edificios
descoloridos de tamaños irregulares había empeorado, ahora parecían edificios grises,
llenos de polvo, como si hace por lo menos 100 años no se hubieran visitado, la cabeza
le da vueltas. El pánico regresa, se convierte en desesperación, busca por todos lados y
no encuentra a nadie. No había sido un sueño absurdo como cuando era niño, era real.
Los edificios crecieron como torres enormes que querían aplastarlo. Las luces del día
fueron cambiadas por las luces casi extintas de los postes de alumbrado que iluminaban
las calles desoladas. Simón echó a correr en busca de algún lugar conocido. A lo lejos vio
la figura de su madre envuelta en sábanas grises, quiso correr hacia ella lo más rápido que
pudo, pero lo hacía en realidad a cámara lenta y lo sabía, no podía cambiarlo, se mordió
los labios y lloró amargamente al ver como su madre desaparecía como si fuera una
imagen difuminándose como los píxeles en un computador.
Se quedó quieto, no terminaba de asimilar lo que le estaba pasando. Quiso recordar un
momento alegre con su madre, la quería mucho, pero no pudo hacerlo, sus esfuerzos
fueron inútiles, no lograba recordar nada. Revisa sus bolsillos buscando su billetera, sabía
que ahí tenía la foto de su madre. Sólo encuentra la boleta de compra del analgésico.
Confundido, mecánicamente comienza a revisar aquel papel insignificante, es entonces
que presta atención a un mensaje escrito al finalizar la hoja y lo lee:
ATENCIÓN: Memoria disponible hasta las 12. No se asuste si deja de recordar lo que
tenía que hacer. Si ya olvidó el color, no se preocupe, lo demás es insignificante. Disfrute
sus momentos.
El extraño mensaje lejos de calmarlo lo llenó pánico. De lo poco que recordaba sobre lo
hecho durante el día, se puso a pensar en qué cosas en realidad necesitaba recordar. El
trabajo era algo que lo asfixiaba, sólo lo hacía porque tenía gastos que cubrir y prefería la
independencia a seguir viviendo con sus padres. Sus pasiones se encontraban en otros
ámbitos más artísticos y sublimes. A pesar de eso, el trabajo fue lo único en lo que pudo
pensar durante esa mañana.
Se puso a pensar en quién habría podido escribir ese mensaje, ¿con qué finalidad lo habría
hecho?, ¿sería cierto?, ¿estaría en medio de una trampa donde terminaría
irremediablemente sin memoria?, ¿llegaría un momento en el que comenzaría a actuar sin
saber que hacer ni hacia dónde va? Imaginó un escenario desértico de sensaciones, lleno
de personas zombis y él era uno de ellos. Todos iban caminando en múltiples direcciones
a la vez, como seres inanimados impulsados por un mecanismo invisible que los movía
sin saber por qué. De pronto, dentro de esa alucinación imaginó a un grupo de hombres
llenos de una alegría grotesca, profiriendo carcajadas al ver los cuerpos humanos en
movimiento torpe. Se sintió miserable.
Vio su reloj, marcaba las 10:47 a.m., le queda, según la boleta de compra, 1 hora con 2
minutos y algunos segundos. Se ríe y quiere pensar que es tan solo un mensaje absurdo
sumado a las alucinaciones absurdas que había experimentado en la mañana de ese día.
Pronto comenzó a repetir como si fuera un mantra que todo lo que había pasado hasta ese
momento era un sueño, nada más, las lágrimas corrían por su rostro. Para comprobar si
estaba o no en un sueño se propuso mirar sus manos, en algún lugar leyó que en los sueños
no era posible que una persona pueda ver sus manos, lo hizo y… las manos estaban ahí,
eran las suyas, no había desaparecido el lunar que tenía en el pulgar izquierdo.
El aire se volvió denso, no podía respirar. Pronto pensó que estaba olvidando hacerlo, una
paranoia creció rápidamente en él y comenzó a correr como si ello lo ayudara a encontrar
alguna respuesta. Llegó a un puente y su visión quedó prendida en los vehículos que
transitaban a toda velocidad debajo de él. Su vista se dirigió hacia el horizonte donde
terminaba de ver el comienzo de esta fila interminable de vehículos, pronto aquella visión
le produjo la impresión de estar en un campo, y que ese horizonte era el horizonte donde
la naciente de un río hacía su aparición, pero el agua no era clara, era oscura, como si
hubiesen derramado sobre él barriles de contenido tóxico. Pronto la vida que creyó ver se
transformó en muerte, todo lo que era tocado por esas aguas moría, se podría. Se dio
cuenta que esas aguas iban a tocarlo, él estaba en medio de su trayecto, moriría, pero
recobró la lucidez y vio que eran sólo vehículos recorriendo a toda velocidad la vía
expresa.
Cayó rendido al suelo, el corazón le latía agitado, respiraba con dificultad, todo le daba
vueltas. Su angustia crecía a cada momento. Volvió a ver el reloj, era a las 11:37 a.m.,
había trascurrido 40 minutos y no se dio cuenta. Ahora, según la terrible boleta, sólo le
quedaban 22 minutos y algunos segundos. Horrorizado quiso recuperar la calma y se puso
a respirar profundo. Quería pensar. Contó lentamente del 1 al 10, se quedó en el número
8, no sabía que seguía después.
Quiso pensar en su familia, pero difusamente sólo llegó reconocer siluetas. Al tratar de
recordar lo que hizo el día anterior, sólo pudo saber, por una lógica que aún mantenía,
que había ido a trabajar como todos los días desde hace 4 años. Números, números,
números, era eso de lo único que estaba seguro en ese momento. Era contador, la presión
de sus padres lo había obligado a estudiar eso. En un momento había querido ser
fotógrafo, pero la falta de voluntad lo había hecho seguir una monótona y aburrida vida
llena de números y mentiras.
Odiaba su vida. Un día deseó olvidarlo todo, pero era tan solo el pensamiento de un niño
caprichoso e irresponsable. Era un niño dentro del cuerpo de adulto, nunca quiso asumir
responsabilidades. Pero ahora, cuando se daba de que el absurdo mensaje de la
insignificante boleta parecía ser cierto, quiso hacer las cosas bien. No había vuelta atrás.
Volvió a ver el reloj, 4 minutos con 13 segundos y cada vez menos. Levantó la cabeza
hacia el cielo, era gris nublado en medio de lo que debería ser un radiante verano. Se paró
para observar a su alrededor y se topó con un escenario lúgubre, había formas que
parecían ser personas, se desvanecían en espirales. La cabeza nuevamente comenzó a
darle vueltas. Corrió hacia uno de los enormes edificios grises, comenzaron a sonar miles
de relojes a la vez, escuchó tacones correr, pero no vio a nadie. Entró en el edificio, subió
muchas escaleras, un impulso lo hizo entrar en un cuarto mugriento. No podía ver nada,
pero sabía que ya había se había cumplido el tiempo. Un vacío tremendo lo invadió y el
cuerpo comenzó a llenarse de sensaciones desagradables, asquerosas. Se levantó y
comenzó a chocar con las paredes. Era como si se encontrase en un laberinto de
cucarachas, se golpeaba a cada paso. Cayó al suelo, se encontraba dolorido. Cerró los ojos
por un momento y comenzó a alucinar, era a las 9:00 p.m. Ese día no había ingerido
alimentos, sólo había ingerido un frasco de pastillas hechas polvo con agua, como si
fueran una leche vegetal.

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