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En: Yerushalmi, Y.; Loraux, N.; Mommsen, H.; Milner, J. C. y Vattimo, G. Usos del Olvido, Segunda
edición, Nueva Visión, Buenos Aires, 1998, pp. 13-26.
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Y.H. Yerushalmi, Zakhor: Jewish History and Jewish Memory, Seattle-Londres, University of Washington
Press, 1982; trad. francesa, Zakhor: historie juive et mémoire juive, trad. Eric Vigne, París, La Découverte,
1982.
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El hombre al que el mundo se le hizo añicos había sufrido una herida de bala
en la cabeza durante la Segunda Guerra Mundial, batalla de Smolensk. Si bien
sobrevivió, perdió por decirlo así la memoria y casi la facultad de recordar. Por el solo
empeño de su voluntad y al precio de un esfuerzo increíble, acometió la labor de
escribir algunas frases por día, y lo hizo todos los días durante y veinte cinco años.
Lentamente, penosamente, se puso en condiciones de recobrar jirones de su pasado,
pero también de ponerlos en orden y de darles un amargo de sentido. Si bien esta
actividad le tejía un tenue lazo con la vida, este hombre no podía llevar una existencia
normal. En cierta página exclama: “¡No me acuerdo de nada! ¡Unas pocas migajas de
información…y nada más! No sé nada de ningún tema. ¡Mi pasado se desvaneció!”
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A.R. Luria, The Man with a Shattered World, trad. Lynn Solotaroff, pres. Oliver Sacks, Cambridge
(Mass.), Harvard University Press, 1987, y The Mind of a Mnemonist, trad. Lynn Solotaroff, pres. Jérome
Bruner, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1987.
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A.R Luria, Une prodigieuse mémoire; étude psycho-biographique, tra. Nina Rausch de Traubenberg con
la colaboración de las señoras Chaverneff, Neuchátel, Delachaux y Niestlé, 1970; no seguimos esta
traducción.
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y otras imágenes surgían del pasado hasta sofocar las palabras del texto que tenía
ante sus ojos. Refiriéndose a nuestro Mnemonista -al que llama “S.”- Luria resume
pertinentemente el problema:
[…] se trata de saber olvidar adrede, así como sabe uno acordarse adrede; es preciso
que un instinto vigoroso nos advierta cuándo es necesario ver las cosas históricamente
y cuándo es necesario verlas no históricamente. Y he aquí el principio sobre el que el
lector está invitado a reflexionar: el sentido no histórico y el sentido histórico son
igualmente necesarios para la salud de un individuo, de una nación, de una
civilización.6
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“[…] wir alle an einem verzehrenden historischen Fieber leiden und mindestens érkernnen sollten, das
wir daran leiden”. F. Nietzsche, “Vom Nutzen und Nachteil des Historie für das Leben”, Unzeitgemässe
Betrachtungen, II, in Werke in drei Banden, ed. por Karl Schlachta, Bd. I, Munich, Carl Hanser Verlag,
1966, p. 210. No seguimos aquí ninguna de las traducciones francesas actualmente disponibles, ni la de
Geneviéve Bianquis (Aubier), ni la de Henri Albert (Flammarion).
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Werke, p. 213: “[…] es ist aber ganz und gar unmöglich, ohne Vergessen überhaupt zu leben”.
6
Werke, p. 214: “[…] davon, dass man ebenso gut zu rechten Zeit zu vergessen weiss, als man sich zur
rechten Zeit erinnert; davon, dass man mit kräftigen Instinkte herausfülht, wann es nötig ist, historisch,
wann unhistorisch zu empfinden. Dies gerade ist der Satz, zu dessen Betrachtung der Leser eingeladen
ist: das Unhistorische und das Historische ist gleichermassen für die Gesundheit eines einzelnen, eines
Vokes und einer Kultur nötig”.
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urgentes. Y yo dudo, por razones que mencionará más adelante, que podamos
responderlas ahora ni en un futuro cercano.
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III
Usos del olvido: en la Biblia hebrea, no existen. En toda la Biblia sólo se hace
oír el terror al olvido. El olvido, reverso de la memoria, es siempre negativo; es el
pecado cardinal del que se derivarán todos los demás. El locus classicus se encuentra
quizá en el Deuteronomio, VIII:
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Esta premisa asombrosa –la de que todo un pueblo puede no sólo ser
exhortado a recordar, sino también considerado responsable de olvido- se presenta
como si cayera por su peso. Pero el olvido colectivo es seguramente una noción tan
problemática como la de la memoria colectiva. Si la encerramos en una acepción
psicológica, pierde virtualmente todo su sentido. Estrictamente, los pueblos y grupos
sólo pueden olvidar el presente, no el pasado. En otros términos, los individuos que
componen el grupo pueden olvidar acontecimientos que se produjeron durante su
propia existencia; no podrían olvidar un pasado que ha sido anterior a ellos, en el
sentido en que el individuo olvida los primeros estadios de su propia vida. Por eso,
cuando decimos que un pueblo “recuerda”, en realidad decimos primero que un
pasado fue activamente transmitido a las generaciones contemporáneas a través de lo
que en otro lugar llamé “los canales y receptáculos de la memoria” y que Pierre Nora
llama con acierto “los lugares de memoria”;7 y que después ese pasado transmitido se
recibió como cargado de un sentido propio. En consecuencia, un pueblo “olvida”
cuando la generación poseedora del pasado no lo transmite a la siguiente, o cuando
ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo a su vez, lo que viene a ser lo
mismo. La ruptura en la transmisión puede producirse bruscamente o al término de un
proceso de erosión que ha abarcado varias generaciones. Pero el principio sigue
siendo el mismo: un pueblo jamás puede “olvidar” lo que antes no recibió.
7
Y.H. Yerushalmi, Zahkor, op. cit ; cap. 4; Pierre Nora (dir.), Les Lieux de la mémoire, Paris, Gallimard,
1984-1987(4 vol.). Véase su introducción: “Entre mémoire et historie: la problématique des lieux”, ibid.,
vol. 1, XVII-XLII.
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S. Freud, Totem et tabou, Malaise dans la civilisation y sobre todo L’ homme Moïse et la religion,
nonothéiste. Véase asimismo el texto “metapsicológico” de 1915 que se había perdido y fue publicado
recientemente bajo el título Ubersicht der Ubertragungsneurosen: Ein bisher unbekanntes Manuskript,
edición establecida por llse Grubrich-Simitis, Francfort, S. Fisher Verlag, 1985. La crítica de la marckismo
en general y del psico-lamarckismo de Freud en particular fue objeto de una vasta literatura. Para lo
esencial, véanse Stephen Jay Gould, Onthogeny and Phylogeny, Cambridge (Mass), Harvard University
Press, 1977, pp. 155-161 y passim; Frank J. Sulloway, Freud, Biologist of the Mind, New York, Basic
Books, 1979, p. 274 y ss; 439 y ss. (trad. francesa: Freud biologiste de L’esprit, Paris, Fayard, 1981).
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IV
Primer texto
Moisés recibió la Tora en el Sinaí y la transmitió a Josué y Josué a los Antiguos y los
Antiguos a los Profetas y los Profetas la transmitieron a los Hombres de la Gran
Asamblea.
Segundo texto
Cuando nuestros Maestros penetraron en el Viñedo de Jabneh, dijeron: la Tora está
destinadas a ser olvidada en Israel, como está escrito [Amós, VIII, II]: Vienen días -soy
yo, Dios e Señor quien habla- en que mandaré hambre sobre la tierra. No hambre de
pan ni sed de agua, sino el hambre y la sed de la Palabra (Talmud de Babilonia,
Tratado Shabbat, 138a).
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durante la destrucción del Segundo Templo por los romanos, ese templo que fue
“lugar de memoria” judío por excelencia. Jabneh era la fortaleza erigida contra el
olvido. En él se salvó, estudió y ordenó la tradición para asegurar su perpetuación para
los tiempos por venir. No sé de nada que ilustre mejor el formidable poder de Jabneh
que cierto gesto realizado por Freud casi dos mil años después. Freud el psicólogo
rechazó “la cadena de la tradición” en provecho de la cadena de la repetición
inconsciente; pero Freud el judío sabía aún y sentía lo que podía significar este
episodio ancestral. En agosto de 1938, tras escapar de su Jerusalén vienesa
inmediatamente después del Anschluss, se volvió por instinto hacia el ejemplo de
Jabneh para encontrar en él una palabra de consuelo que hizo llegar, por intermedio
de Anna Freud, a la diáspora psicoanalítica reunida en París con motivo del XV
Congreso Internacional:
¿Qué era entonces la Tora para los sabios de Jabneh? La enseñanza incluye
una buena parte de historia. Sin embargo, como lo revela el próximo pasaje, la
angustia de los Sabios no es que se olvide la historia, sino la halakhah, la Ley. Las
prioridades están fijadas: aquí, la Ley es lo primero.
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Freud, demasiado viejo y enfermo para asistir al congreso, envió a Anna Freud para que leyera un breve
extracto de la tercera parte de una obra que todavía no había publicado: Der Mann Moses und die
monotheistische Religion (III.2.C: “Der Fortschritt in der Geistigkeit”), L’homme Moïse et le monothéisme.
La cita está tomada de este texto. Véase Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse und Imago, N° 24
(1939), pp. 6-9, y el programa del congreso en Korrespondenzblatt (ibid; p. 363 y ss.).
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Tercer texto
[…] en el tiempo antiguo, cuando en Israel se olvidó la Tora, Esdras llegó de Babilonia
y la estableció. [Una parte] de ella fue olvidada de nuevo y R. Hiyya y sus hijos llegaron
y la establecieron (Talmud de Babilonia, Tratado Sukkah, 20 a).
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olvidó. Por ejemplo, cuando en el antiguo Israel echó raíces el monoteísmo, todo el
vasto y rico mundo de la mitología pagana del Cercano Oriente cayó en el olvido, de
suerte que lo único que quedó de ella fue la caricatura que nos legaron los Profetas: la
pura idolatría, el culto de “maderas”y “piedras” inanimadas.
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pasado que esa historia restituye es en realidad un pasado perdido, pero no aquel de
cuya pérdida nos lamentamos. He tratado ampliamente este punto en Zakhor; no me
voy a extender sobre él.
El problema que planteábamos al comienzo -¿en qué medida nos hace falta
recordar y olvidar?- no puede encontrar respuesta en el marco de la disciplina
histórica, pues el objetivo al que ésta apunta no es la memoria colectiva. Eso no quiere
decir que la historia no sea selectiva, sino más bien que sus principios de selección
son internos a la disciplina: el estado alcanzado por la investigación, la coherencia de
los argumentos, la estructura de la exposición. En principio, desde la perspectiva
propia de la disciplina, no hay aspecto del pasado que no sea digno, hasta en el menor
de los detalles, de ser profundizado y publicado. Pues si lo que perseguimos es el
conocimiento del pasado, ¿quién decidirá a priori sobre el valor potencial de un
hecho? Enfrascado en su labor, ¿qué historiador no encontró en alguna oscura
monografía, sin vida ni carne, el minúsculo detalle decisivo que hizo de eslabón
necesario para conducir a una indagación más vasta? Para el historiador, Dios mora
en los detalles. Pero la memoria se subleva, denunciando que los detalles se han
transformado en dioses. No hay solución para este antagonismo, pues el problema es
otro.
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Epilogo disonante
Usos del olvido. Es un título encantador, provocativo incluso por lo que tiene de
paradójico, tal vez con un toque de afectación, seguramente original. Pero demasiado
tarde comprendo que en lo más profundo de mí hay algo que estuvo protestando todo
el tiempo contra el tema de este coloquio. Denme por tema “Historia del olvido” o
“Fenomenología del olvido” y no tendré ningún problema. Pero ¿“Usos” del olvido?
Una voz interior me cuchichea: “¿Te puedes imaginar la celebración de un coloquio
con este título, en Praga o en Santiago de Chile?”... Y, para mi consternación, acabo
preguntándome si involuntaria e indirectamente yo mismo no he contribuido a la
aparición de este tema, al que por otra parte opongo semejante resistencia.
Al final de Zakhor, tomé de Jorge Luis Borges, para leer en él la parábola de los
excesos de la historiografía moderna, la figura de Funes el memorioso -ese Funes
que no olvidaba nada- hermano gemelo en la ficción del Mnemonista de Luria.
Después tomé conciencia de que algunos de mis lectores, quizás a causa de esta
parábola, creyeron oportuno interpretar mi trabajo como un rechazo de la empresa
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histórica en sí, o como la expresión de una nostalgia de los modos premodernos del
conocimiento histórico. No era ésa, se entiende, mi intención. Hasta tuve el cuidado de
decirlo expresamente. Procuré, con Zakhor, distinguir claramente entre la memoria
colectiva y la historiografía, y subrayar la hipertrofia de esta última. No me desdigo de
nada de lo que escribí; pero en un coloquio consagrado a los “Usos del olvido” debo
agregar, para un mejor esclarecimiento, este breve post-scriptum.
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establecerán quizás un día una nueva halakhah, puedan pasar las cosas por el tamiz y
recuperar lo que busquen.
Poco tiempo antes de dejar Nueva York, mi amigo Pierre Birnbaum me hizo
llegar un sondeo publicado por el diario Le Monde sobre la necesidad o no de que se
juzgara a Klaus Barbie.10 La pregunta principal estaba formulada así:
¿De las dos palabras siguientes, olvido o justicia, cuál es la que mejor caracteriza su
actitud frente a los acontecimientos de este período de la guerra y de la Ocupación?
¿Habrán revelado los periodistas, como al pasar, algo cuya importancia no habrían
calibrado del todo? ¿Es posible que el antónimo de “el olvido” no sea “la memoria” sino
la justicia?
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10 Le Monde. Sábado 2 de mayo de 1987, p. 9.
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