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¿SOMOS PRISIONEROS DE LA SOCIEDAD?

Una noche tranquila, una patrulla de la policía entró en el vecindario de una universidad en California con una lista de
domicilios. Antes que pasara la noche una docena de jóvenes universitarios habían sido arrestados. Los estudiantes
fueron revisados, esposados y llevados a la estación de policía de Palo Alto para tomarles las huellas digítales y
consignarlos. Fueron transferidos a una prisión local donde los guardias del tumo de la noche los introducían a «la vida
de adentro». Cada preso era desnudado, espulgado, se le daba un uniforme nuevo y se le enviaba a una celda, Algunos
de los estudiantes fueron liberados después de cuatro días; los demás, después de seis días. ¿Qué crimen habían
cometido? ¿Por que fueron liberados?

La respuesta a la primera pregunta es ninguno. Los jóvenes no habían sido acusados ni convictos de ningún crimen.
Nadie tenía antecedentes criminales. Más bien, ellos habían contestado un aviso del periódico que solicitaba voluntarios
para participar en un experimento psicológico-social. La prisión no era una prisión real, sino un laboratorio en la
Universidad de Stanford construido al estilo de una carcel. Los guardias también eran estudiantes voluntarios.

El psicólogo social Philip Zimbardo, y sus colegas habían planeado el experimento para comprobar las suposiciones
populares acerca de la vida en prisión. “Todo mundo sabe” que la prisión es violenta. Reportes de asaltos, motines y
alegatos por brutalidad de los guardias aparecen con regularidad en los medios masivos. Sin pensar realmente en ello,
mucha gente atribuye la atmósfera brutal de las prisiones a las características personales de los reclusos. Después de
todo, ellos son criminales convictos. Algunas personas añadirían que la clase de gente que optan por ser guardias de una
prisión tienen una vena autoritaria y disfrutan agrediendo a los otros.

Para comprobar estas suposiciones populares Zimbardo dispuso una serie de controles en el experimento. Los
voluntarios fueron escogidos cuidadosamente. Más de 70 personas respondieron al aviso. De éstas, los investigadores
seleccionaron dos docenas de estudiantes blancos, de la clase media con, características de personalidad similares. Las
entrevistas y los exámenes mostraban que eran maduros, inteligentes y emocionalmente estables, según las palabras de
Cimbrado “lo mejor de la cosecha”. No había, indicios de que alguno de los jóvenes tuviera tendencias ya fuera
“antisociales” o “autoritarias”. La motivación para su participación era honrada: la oportunidad de ganar 15 dólares al
día por dos semanas.

Aunque se planeó para extenderse por dos semanas, el experimento se detuvo después de solo 6 días. ¿Por qué?
Cimbrado y sus colegas sintieron temor por lo que vieron. A los estudiantes guardias se les dijo que eran responsables
de mantener la ley, el orden y el respeto en la imitación de prisión. Se les pidió que establecieran sus propias leyes y
reglas. Y fueron alertados de los peligros potenciales de dirigir una prisión y a su propia vulnerabilidad. En cosa de días,
algunos de los guardias estaban tratando a los presos como gusanos, inventaban formas para hacerlos sentir
despreciables y era obvio el placer que experimentaban siendo crueles. No todos los guardias se comportaron de esta
manera. Algunos fueron pendencieros pero honrados con los presos y otros fueron amables. Pero sólo hasta que un
guardia “bueno” interfirió una orden de un guardia “malo” o sugirió que otro guardia aflojara las riendas porque sólo
se trataba de un experimento, o se quejó con Zimbardo por lo que estaba sucediendo.

Los cambios en la conducta de los estudiantes-presos fueron igualmente atemorizantes. Uno podía esperar que los
estudiantes se rebelaran contra el tratamiento áspero, juntándose para oponerse a los guardias, (Después de todo ellos no
habían cometido ningún delito.) No lo hicieron. Los guardias tuvieron poca dificultad para destruir la solidaridad de los
presos. Cuando un preso fue puesto en “confinamiento solitario” (incomunicado en un pequeño clóset) por rehusarse a
comer, los guardias les dieron a escoger a los otros presos: entregar sus mantas por una noche y el preso sería liberado
de su castigo, o quedarse con sus mantas y el preso seguiría en el encierro. Abandonando a su colega, los presos optaron
por conservar sus mantas. Al cabo de seis días los estudiantes-presos se habían vuelto “autómatas deshumanizados y
serviles”. En una imitación de entrevista para promover la libertad bajo palabra algunos suplicaron ser liberados del
experimento y ofrecieron perder el dinero que habían ganado hasta entonces. Pero ninguno exigió su liberación. Cuando
las solicitados de libertad bajo palabra fueron denegadas, aceptaron la sentencia mansamente. Tres fueron soltados
después de cuatro días porque estaban visiblemente deprimidos. El experimento se canceló después de seis días.

El experimento de Zimbardo nos proporciona una ilustración dramática de cómo los roles que juega la gente modelan
sus pensamientos, sentimientos y conducta. Todos los estudiantes sabían que estaban participando en un experimento;
sabían que, en efecto, estaban jugando un juego del preso y el guardián. Empero al cumplirse una semana, el juego se
había vuelto realidad, Según las palabras de Zimbardo, «Ya no era evidente para la mayoría de los sujetos (o para
nosotros) dónde terminaba la realidad y dónde comenzaban sus roles. La mayoría se había convertido verdaderamente
en presos y guardianes» (Zímbardo, 1972).

¿Hasta qué grado cada uno de nosotros somos un “prisionero” de los roles que jugamos, de las relaciones en las cuales
estamos involucrados, de la sociedad en la cual vivimos? ¿Hasta qué altura levantamos y mantenemos las paredes de
nuestra “cárcel” a través de nuestras acciones? Un experimento no puede contestar todas las preguntas que surgieron.

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