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Título: Catecismo de la Realeza Social de Jesucristo


Autor: Padre A. Philippe, C.SS.R.
Tomado de ‘Stat Veritas’

INTRODUCCIÓN

La “Semana Católica” de principios de 1926, organizada por la “Liga Apostólica”, nos confió un deseo: el
poseer un Catecismo que exponga el hecho y naturaleza de la Realeza social de Jesucristo. Para responder a este
deseo hemos entregado estas páginas al público bajo el título de “Catecismo de los Derechos Divinos en el
Orden Social. – ¡Jesucristo Maestro y Rey!”. Decimos “Catecismo de los Derechos Divinos en el Orden Social”
porque so pretexto de seguir únicamente la luz de la conciencia, se ha difundido la costumbre de abandonar a la
libre disposición de ésta el cumplimiento de todos los deberes. Los derechos de la verdad, y especialmente los de
la Verdad Suprema son pisoteados. Nuestro Catecismo requiere un gran acto de Fe: acto de Fe en Dios y en
Jesucristo, interviniendo por la autoridad como intervienen por su acción creadora en toda Sociedad. Los
Pueblos deben saber que en toda relación de hombre a hombre, de Sociedad a Sociedad, de país a país, y en todo
lo que constituye el interior de una nación, dependen de Dios y de Jesucristo. En este punto, como en el de la
existencia misma de Dios, todos debemos inclinarnos, y decir con toda el alma: “Creo”. A. Philippe, C.SS.R.

Contenido:

• PRIMERA LECCIÓN. SUPREMO DOMINIO DE DIOS SOBRE TODA LA SOCIEDAD


• SEGUNDA LECCIÓN. SUPREMO DOMINIO DE DIOS SOBRE TODA LA SOCIEDAD
• TERCERA LECCIÓN. EL SUPREMO DOMINIO DE JESUCRISTO SOBRE TODA SOCIEDAD Y
NACIÓN
• CUARTA LECCIÓN. CONDICIONES Y SENTIDO EXACTO DE LA REALEZA DE JESUCRISTO
• QUINTA LECCIÓN. CARÁCTER ESPIRITUAL DE LA REALEZA DE JESUCRISTO
• SEXTA LECCIÓN. EL PODER DE LA IGLESIA EN EL ORDEN ESTABLECIDO POR DIOS
• SÉPTIMA LECCIÓN. ERROR FUNDAMENTAL QUE REINA HOY
• OCTAVA LECCIÓN. DERECHOS INTANGIBLES DE LA VERDAD Y EL BIEN
• NOVENA LECCIÓN. EL PECADO DE LIBERALISMO: PECADO DE EUROPA Y DEL MUNDO
• DÉCIMA LECCIÓN. LOS CASTIGOS QUE DIOS MANDA A LOS PAÍSES Y NACIONES QUE
ABANDONAN AL SEÑOR
• UNDÉCIMA LECCIÓN. REMEDIO A LOS MALES ACTUALES
• DUODÉCIMA LECCIÓN. LA ACCIÓN
• DECIMOTERCERA LECCIÓN. RECAPITULACIÓN: LA FIESTA DE CRISTO REY
PRIMERA LECCIÓN. SUPREMO DOMINIO DE DIOS SOBRE TODA LA SOCIEDAD

1. Diga los primeros artículos del Credo.

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor.

2. ¿Cómo se expresa la Santa Iglesia sobre este punto en el Credo de la Misa?

Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, que es creador del Cielo y de la tierra, de las cosas visibles e
invisibles. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo unigénito del Padre.

3. ¿Qué se entiende por estas palabras: “Creador del Cielo y de la Tierra, de las cosas visibles e invisibles”?

Se entiende por eso que todo lo que existe fuera de Dios ha sido hecho por Dios, que todas las cosas visibles e
invisibles fueron creadas por El.

4. ¿Qué diferencia hace usted entre las cosas visibles y las invisibles?

Hay cosas que son perceptibles por el sentido de la vista, del oído o de los otros sentidos, que se pueden palpar
de algún modo: son las cosas visibles. A parte de éstas, hay otras cosas que existen realmente, de cuya existencia
nos podemos dar cuenta pero que no son perceptibles por los sentidos.

5. Enumere algunos ejemplos de las cosas invisibles.

Es invisible en el sentido de que no se puede tocar, pero es perfectamente perceptible en el sentido de que puede
percibirse su existencia. De este modo se puede constatar y darse cuenta de que tal nación es distinta de otra, que
tal Sociedad pública o privada es distinta de cualquier otra Sociedad.

6. La Sociedad de los hombres, ¿es algo invisible?

Sí; y cuando en el “Credo” se dice: “creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, de todas
las cosas visibles e invisibles” se profesa solemnemente que toda Sociedad, lo mismo que el hombre, ha sido
creada por Dios y, por consiguiente, depende de Él con una dependencia absoluta. Esta doctrina se aplica a toda
Sociedad, que se trate de sociedad natural, esto es, impuesta por la natura del hombre, o libre, esto es, fundada
por la voluntad humana.

7. La Sociedad, considerada en tanto que visible e invisible, ¿es una creatura?

Además del testimonio de Dios y del Espíritu Santo en las Escrituras y del testimonio de la Santa Iglesia, se
pueden aportar las pruebas racionales. Toda Sociedad está compuesta de hombres. Y todo hombre es una
creatura. De donde se sigue que las relaciones mutuas de los hombres son cosas creadas. Y como toda Sociedad,
lo mismo que toda Nación, constituye una unidad moral que existe verdaderamente fuera de Dios, en tanto que
no es Dios ha sido creada por Dios, del cual no puede dejar de depender de modo sumo, del mismo modo que
toda creatura depende de Dios

8. ¿Puede usted dar algunas pruebas de la condición creada de la Sociedad?

Hay todavía otra verdad fundamental. El hombre depende de Dios no sólo porque es una creatura, sino también
porque Dios es su último fin. Es algo evidente que el fin último de todo lo creado es Dios. Más en particular,
Dios es el último, sumo e infinito de toda creatura inteligente. El hombre ha sido creado para llegar a Dios. Debe
comprender que ha sido creado para este fin y debe querer llegar a Él y Dios ha colocado al hombre en
condiciones tales que no puede dejar de vivir en Sociedad. Por lo tanto, en tanto que ser social, el hombre debe
tener por fin último y supremo a Dios. Decir lo contrario sería afirmar que el hombre halla el fin de la Sociedad
en la Sociedad misma, lo que sería idolatría. Pero las sociedades en tanto que tales no pasan a la eternidad. Se
concluye pues, en que se fin último se halla en el hecho de que la inteligencia y la voluntad de los individuos se
dirijan a Dios en y por medio de las sociedades. Hay todavía otra verdad fundamental. El hombre depende de
Dios no sólo porque es una creatura, sino también porque Dios es su último fin. Es algo evidente que el fin
último de todo lo creado es Dios. Más en particular, Dios es el último, sumo e infinito de toda creatura
inteligente. El hombre ha sido creado para llegar a Dios. Debe comprender que ha sido creado para este fin y
debe querer llegar a Él y Dios ha colocado al hombre en condiciones tales que no puede dejar de vivir en
Sociedad. Por lo tanto, en tanto que ser social, el hombre debe tener por fin último y supremo a Dios. Decir lo
contrario sería afirmar que el hombre halla el fin de la Sociedad en la Sociedad misma, lo que sería idolatría.
Pero las sociedades en tanto que tales no pasan a la eternidad. Se concluye pues, en que se fin último se halla en
el hecho de que la inteligencia y la voluntad de los individuos se dirijan a Dios en y por medio de las sociedades.

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SEGUNDA LECCIÓN. SUPREMO DOMINIO DE DIOS SOBRE TODA LA SOCIEDAD

9. ¿Cuál es la consecuencia inmediata de la condición creada de toda sociedad?

La primera consecuencia es la dependencia necesaria, absoluta, completa, de toda sociedad y de todo orden
social establecido, como de todo orden social posible, respecto de Dios.

10. No comprendo la dependencia de un organismo social respecto de Dios.

El organismo social no está dotado de conciencia. Sólo al individuo le corresponde comprender su deber moral y
cumplirlo. En las consideraciones que usted acaba de hacer hay una triste confusión. Primeramente, la creación y
la dependencia que le sigue para toda sociedad, no provienen del hecho de que el hombre haya recibido de Dios
el ser y la existencia. El que sea creado no depende de él; que lo quiera o no, el hombre es una creatura. Lo
mismo ocurre con toda sociedad. No depende de ella el ser o no ser creatura; la condición de creatura pertenece a
su propia esencia. Con más razón, toda sociedad representa una, colectividad inteligente. Esta colectividad tiene
por obligación primera la de comprender lo que le es esencial. Debe conocer sus deberes primordiales anexos a
su condición de creada. Y la primera verdad de la cual dependen las otras, y que dicta a la creatura sus
obligaciones, es la del Supremo Dominio de Dios sobre toda creatura y que toda creatura depende absolutamente
de Él. Una colectividad que, como tal, no estuviese convencida de esta verdad faltaría a la más rigurosa de sus
obligaciones; infaliblemente se equivocaría de camino. Es, pues, estrictamente necesario que todo Estado, toda
Nación, en un palabra, toda Sociedad, esté sumisa enteramente a Dios. De este modo se afirma la obligación del
Orden Social, tanto para la conciencia colectiva como para la conciencia individual.

11. ¿Existen otras consecuencias de la condición de creatura inherente a toda sociedad?

Otra consecuencia de lo dicho es que toda Sociedad depende de Dios en su constitución íntima. Se quiere decir
por esto que, todo lo que contribuye a formar una sociedad debe estar impregnado de Dios. Explicamos. En toda
sociedad se halla la unión íntima de las voluntades, de los medios aptos y un fin que debe alcanzarse. En cada
uno de estos elementos la Sociedad depende de Dios, porque es una creatura. La consecuencia estrictamente
lógica se deduce fácilmente. Cuando una sociedad se constituye, debe considerar su fin bajo el punto de vista del
fin último y supremo: Dios. La unión de las voluntades debe hacerse bajo la dependencia práctica de Dios. Los
medios aptos deben ser conformes a las exigencias de la Ley Eterna. De este modo, cuando un Estado se
constituye, tiene como primer deber el de poner como base de su Carta fundamental, de su legislación y todo lo
demás, la más absoluta dependencia para con Dios y su más entera conformidad con la Ley Eterna. Afirmar lo
contrario sería establecer el desorden y acabar en la idolatría.

12. Pero según lo dicho, parece que los Estados están obligados a dar culto a Dios.

Hay cosas que son perceptibles por el sentido de la vista, del oído o de los otros sentidos, que se pueden palpar
de algún modo: son las cosas visibles. A parte de éstas, hay otras cosas que existen realmente, de cuya existencia
nos podemos dar cuenta pero que no son perceptibles por los sentidos.

13. ¿Cómo pueden los Estados estar obligados a dar culto a Dios? De hecho no conocen a Dios.

A esta pregunta se responde por las palabras del Apóstol San Pablo. En el primer capítulo de la Epístola a los
Romanos, habla así: “La ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los
hombres, que injustamente cohíben la verdad; puesto que lo que es dable conocer de Dios está manifiesto en
ellos, ya que Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios
desde la creación de/ mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen excusa; por cuanto
conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias” (Rom. 1, 18). El Espíritu Santo, por la
boca del Doctor de las Naciones, proclama que los paganos sumergidos en todos los horrores de la impiedad, son
inexcusables de no haber conocido ni glorificado a Dios. Los acusa de haber rechazado la luz; no puede
excusarlos en nada. Lo mismo que los paganos, de los que habla San Pablo, los Estados modernos, sean los que
sean, son inexcusables. No puede admitirse que su actitud sea conforme a las exigencias de la razón. A los
gobernantes y a los dirigentes, como a cualquier otra persona, Dios se les manifiesta por sus obras. Si los hay
que no quieren exigir que los Estados den a Dios un culto social y oficial, son inexcusables por las razones que
da San Pablo. Desde el simple punto de vista racional, los Gobernantes, los Parlamentos, los Legisladores, etc.,
deben practicar un culto a Dios, del que no pueden dispensarse y del que no pueden dispensar a ningún Estado ni
Sociedad. Dicho esto, se debe concluir que incluso cuando un Estado pudiese ser excusado de no someterse a las
directivas de la Iglesia por no haberlas conocido, no podrá ser excusado de faltar a Dios ni de haber dejado de
someterse a los divinos preceptos de la Ley Eterna.

14. Así, usted considera como inexcusables a todos los hombres públicos que, por razones políticas y de
prudencia, no quieren afirmar el supremo dominio de Dios sobre toda creatura y especialmente sobre los
organismos sociales.

Exactamente. Y el Apóstol San Pablo va aún más lejos. Declara que la severidad de Dios se manifestará contra
los que desobedezcan a esta ley primordial. Los que no quieren aceptar a Dios como Creador, Jefe y Supremo
Dominador de toda Sociedad van en contra de la ley natural y de las luces de su propia razón. Nosotros no
podemos aceptar sus teorías, sino que debemos combatirlas con extrema energía.

15. En estas condiciones, toda política está y deber estar sumisa a Dios.

Usted lo ha dicho. Toda política debe estar sumisa a Dios. Sea cual sea el sentido atribuido al término “política”,
debe reconocerse en lo que expresa una realidad dependiente de Dios. Más todavía, es en este terreno que debe
aplicarse la teoría del fin último que se expuso anteriormente. No debemos perder nunca de vista que el hombre
se halla sobre la tierra para prepararse a la eterna bienaventuranza. Todas las instituciones divinas o humanas
tienen como fin último la gloria de Dios y la salvación de lo almas. Así todas las instituciones sociales, todas las
acciones y directivas políticas deben tener cuenta de esta verdad fundamental, de que el hombre no ha sido
hecho para este mundo, sino para la Eternidad. Las Constituciones de los Pueblos, su Legislación, las
disposiciones jurídicas, administrativas, etc., deben considerar primeramente y antes de cualquier otra cosa, el
fin último de toda existencia humana. Toda política debe, en motivo de este fin último, ser conforme a la Ley
Eterna de Dios, al Credo Y al Decálogo.

16. Usted dice que el Estado debe estar totalmente sumiso a Dios. Pero la Iglesia, ¿no debe igualmente estarlo?

Por supuesto. La Iglesia, como todo Sociedad, debe a Dios obediencia y sumisión enteras. En el mundo hay
muchas y muy diversas sociedades. Dos sociedades dominan sobre las otras: la Iglesia y el Estado. Si insistimos
en la dependencia del Estado para con Dios, es a causa de los errores que reinan sobre este tema. La Iglesia debe
a Dios una sumisión tanto mayor cuanto que tiene por función dirigir a los hombres hacia su destino eterno.
Depende de Dios en su existencia, en los medios que Dios Pone a su disposición para santificar las almas;
depende de Dios por la obligación en la que se haya de mostrar tanto a los particulares como a los hombres
públicos, a las Sociedades privadas como a los Estados, el camino que debe seguirse para llegar a salvarse. En
pocas palabras, toda sociedad depende de Dios. El Estado es una Sociedad: luego depende de Dios. La Iglesia es
una Sociedad: luego depende de Dios, y su dependencia es todavía más íntima.

17. Lo dicho parece establecer que la Iglesia y el Estado tienen que estar de acuerdo en el Gobierno de los
hombres, ¿no es cierto?

Exactamente. Los Papas así lo han enseñado siempre: debe haber un perfecto acuerdo entre la Iglesia y el
Estado. La razón de esto es muy simple: la Iglesia y el Estado son dos instituciones establecidas por Dios. La
misión de la Iglesia es la de conducir a los hombres a su bienaventuranza eterna. La misión de] Estado es la de
procurar el bien material y temporal de sus súbditos. El Estado debe procurar este bien para que sus súbditos
puedan alcanzar sin demasiadas dificultades su fin último. Como el fin último es lo más importante para el
hombre, es evidente que toda otra cosa debe estarle subordinada. Como la Iglesia tiene por misión la de conducir
con seguridad a los hombres hacia su fin último, Dios quiere que se le obedezca. Su poder, sin que se extienda a
las cosas de orden material, comprende también el modo por el cual se emplean los bienes temporales y
pasajeros, en vistas del fin que se quiere obtener. Los Papas Pío IX y León XIII condenaron de modo tajante la
doctrina de la separación de la Iglesia y del Estado.

18. Estas enseñanzas son muy importantes: parece que, para ser conformes a la verdad y a la ley divina, nunca
ninguna inteligencia humana podrá tener el pensamiento consentido de la independencia del Estado, de una
Sociedad o simplemente de la política, respecto de Dios.

Usted lo ha dicho. Todo pensamiento consentido de este tipo, comporta una declaración formal de independencia
de la creatura contra el Creador. Eso es una rebelión del espíritu contra Dios y esta rebelión constituye un pecado
particularmente grave.

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TERCERA LECCIÓN. EL SUPREMO DOMINIO DE JESUCRISTO SOBRE TODA SOCIEDAD Y


NACIÓN

19. ¿Podría usted decirme el segundo artículo del Credo?


“Creo en Jesucristo, Nuestro Señor”. Y en el Credo de la Misa se dice: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo
único de Dios, Dios de Dios, que se encarnó en el seno de la Virgen María, y se hizo hombre por nosotros”.

20. ¿Existe una relación especial entre la Santísima Humanidad de Jesucristo y el Orden Social establecido en
este mundo?

Sin lugar a dudas. El hombre es creado de tal modo que es hecho para la Sociedad. Por su naturaleza y
condiciones de existencia es llamado a vivir en Sociedad. Jesucristo se ha hecho hombre para conducir al
hombre hacia su Eterna Bienaventuranza. Así pues, el Divino Redentor debe tener una influencia efectiva sobre
todas las condiciones entre las cuales debe conducir al hombre hacia su fin; pero el hombre, siendo hecho para la
Sociedad, debe tender hacia su fin en tanto que es ser social, esto es, Por medio de la Sociedad para la que ha
sido hecho. Esta no puede ser un fin supremo, sino un simple medio. Para se medio, debe estar santificada y ser
santificante. Esto no se obtiene sino por medio de la Santa Humanidad de Cristo y en Cristo. Por esto es evidente
que debe existir una relación especial entre la Santa Humanidad de Cristo y el Orden Social establecido en el
mundo.

21. Pero, ¿por qué hablar de Cristo en particular? ¿Acaso no es Dios? Por consiguiente, ¿no es verdad que ya se
le aplica todo lo que se dijo sobre Dios?

Por supuesto, Todo lo que se ha dicho de Dios, se Aplica al Verbo Eterno, hecho hombre por nosotros. Jesucristo
es Dios; luego toda Sociedad depende de Él con una dependencia suprema y absoluta. Sin embargo, se debe
recordar que en Jesucristo sólo hay una persona y dos naturalezas: la Persona del Verbo y las Naturalezas divina
y humana. La Persona del Verbo asumió y se unió hipostáticamente a la naturaleza humana. De esta manera, la
naturaleza humana de Cristo no subsiste sino en el Verbo; en Jesucristo reviste condiciones del todo especiales.

22. ¿Cuáles son las condiciones especiales que posee la Santa Humanidad de Cristo en razón de la dignidad que
le creó su unión Hipostática?

Las acciones de Cristo son divinas. Esta consecuencia proviene del hecho que todos los actos se atribuyen a la
persona. Como en Jesucristo sólo hay una persona, no dos, todos los actos de la naturaleza humana son
atribuidos a la persona divina.

23. Pero Jesucristo, ¿no es al mismo tiempo Redentor?

Jesucristo es Redentor. Redimió al género humano por su naturaleza humana. En esta naturaleza, El es Mediador
entre la Trinidad y el hombre. Para defender los poderes especiales y la misión de la que fue revestido Jesucristo-
hombre, no deben perderse de vista las condiciones dadas al Divino Maestro en su calidad de Hombre-Mediador.
Es verdadero Dios y es verdadero Hombre. En tanto que Dios no depende de nadie, no tiene nada que recibir de
nadie y todo depende de El. En tanto que hombre, todo lo debe recibir de Dios, al igual que toda creatura, pero
en condiciones especiales.

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CUARTA LECCIÓN. CONDICIONES Y SENTIDO EXACTO DE LA REALEZA DE JESUCRISTO

24. ¿Cuál es la condición fundamental de la Realeza Social de Jesucristo?


La condición esencial de la Realeza Social de Jesucristo es la voluntad formal de la Santísima Trinidad de dar a
Jesucristo-Hombre un verdadero y absoluto poder real. No se trata aquí de los Derechos del Verbo de Dios, que
son infinitos, sino de los Derechos y Poderes que Dios da a la Santa Humanidad asumida por el Verbo.

25. ¿Nos dio a conocer Dios su Voluntad a este respecto?

Sin ninguna duda. En la Encíclica “Quas Primas” el Papa Pío XI nos da dos pruebas que indican la Voluntad
divina sobre este tema.

26. ¿Cuáles son estas dos pruebas?

El Papa Pío XI expone así la primera prueba: “San Cirilo de Alejandría nos describe acertadamente el
fundamento de esta dignidad y de este poder de Nuestro Señor: Posee Cristo el poder supremo sobre toda la
creación, no por violencia ni por usurpación, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza. Es decir, la
autoridad de Cristo se funda en la admirable unión hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser
adorado como Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los ángeles y los hombres deben
sumisión y obediencia a Cristo en cuanto hombre; en una palabra, por el solo hecho de la unión hipostática,
Cristo tiene potestad universal sobre la creación”. Este es el pensamiento del Papa sobre el tema: la unión
hipostática de la naturaleza humana con la persona del Verbo, confiere a la naturaleza humana asumida en
Jesucristo, una dignidad tal que transciende toda otra dignidad de la que pueda ser revestida una naturaleza
humana. No sería admisible ni aceptable que se pudiese poner al lado de la naturaleza humana asumida por el
Verbo una dignidad que, en derecho, pudiera reclamar una superioridad sobre Cristo-Hombre. No sería admisible
que un Príncipe, una Cámara legislativa, pudieran declararse efectiva y jurídicamente superiores a Aquel que
Dios a revestido de la prerrogativa trascendente de la Unión hipostática. Esta es el fundamente primero y
esencial del poder real atribuido a Jesucristo.

27. Exponga el segundo fundamento doctrina de la Verdad enseñada por Pío XI.

Pío XI continúa diciendo: “Por otra parte, ¿hay realidad más dulce y consoladora para el hombre que el pensar
que Cristo reina sobre nosotros, no sólo por un derecho de naturaleza, sino además por un derecho de conquista
adquirido, esto es, el derecho de redención? Ojalá los hombres olvidadizos recordasen el gran precio con que nos
ha rescatado nuestro Salvador: Habéis sido rescatados… no con plata y oro corruptibles, sino con la sangre
preciosa de Cristo, ofrecido como cordero sin defecto ni mancha. Ya no somos nuestros, porque Cristo nos ha
comprado a precio grande. Nuestros mismos cuerpos son miembros de Cristo”. Y este es el pensamiento del
Papa. Toda creatura pertenece a Dios. El hombre se había perdido por el pecado y no tenía con qué pagar por él.
Jesucristo, Verbo de Dios hecho Hombre, se encargó de pagar El mismo esta deuda con su Sangre divina. A su
vez, la Santísima Trinidad le dio en recompensa todo el género humano y toda creatura y le concedió
especialmente a Él, el privilegio de formar un solo cuerpo y una sola cosa con todos los hombres que se le
uniesen por la gracia.

28. ¿Dio a conocer Jesucristo las intenciones de la Santísima Trinidad acerca de su poder real?

Jesucristo, con majestad enteramente divina, ante el mundo entero y ante todos los siglos, declaró: “Todo poder
me ha sido dado en el Cielo y sobre la tierra”. (S. Mat. 28, 18). Obsérvese que el poder del que habla le ha sido
dado, luego obtuvo este poder. En segundo lugar nótese que le ha sido dado todo poder. Luego no existe en la
tierra ningún poder que no sea de Cristo. El poder le ha sido dado por la Santísima Trinidad; y por consiguiente
el poder de los Reyes, Príncipes y de toda autoridad constituida es Poder de Cristo. Así nos lo explica San Pablo:
“Non est potestas nisi a Deo”: “No hay potestad que no venga de Dios” (Rom. 13, t). Este es el origen del poder.
Todo poder viene de Dios y no puede venir sino de Él. Todo poder ha sido confiado a Cristo; luego todo poder
pasa por Cristo y de El procede.

29. ¿Se puede deducir de lo dicho que Jesucristo ejerce un verdadero poder sobre toda sociedad?

La respuesta a esta pregunta es totalmente afirmativa. Primeramente, como lo dice el Papa León XIII, la
autoridad pertenece esencialmente como cosa propia a toda sociedad. Sin autoridad no puede existir una
sociedad. Toda Sociedad se rige por la autoridad. Si se establece una relación entre estas verdades se debe
concluir lo siguiente: la autoridad que se halla en una sociedad o en un país determinados proviene de Jesucristo:
de El procede y de Él depende. Luego esta autoridad es necesariamente de una naturaleza tal que debe estar
sometida a Cristo. Por el hecho mismo, Jesucristo es el verdadero Rey de las Sociedades, cuya autoridad le
pertenece.

30. El Papa Pío XI habla también de un poder legislativo, ejecutivo y judicial. ¿Cristo está revestido también de
este triple poder?

Por supuesto, ya que no puede comprenderse un poder que no gozase de la prerrogativa de hacer leyes, juzgar y
condenar. Este triple poder es una consecuencia necesaria de la autoridad de la que Jesucristo fue revestido por
Dios.

31. ¿Puede hablarse todavía de otra razón que justifique la Realeza Social de Jesucristo?

Sí; por la naturaleza misma de toda Sociedad, y especialmente de su finalidad, vemos una nueva prueba de la
Realeza Social de Jesucristo sobre todo Orden Social.

32. ¿No es la autoridad la que establece el fin de la Sociedad?

Sin duda alguna. Reconocer que la autoridad existe en una sociedad es afirmar que esta autoridad debe conducir
la sociedad hacia su fin. Este fin está determinado por la unión de las voluntades que tienden a realizarlo. El fin
de una sociedad puede considerarse bajo su ángulo especial y propio. Este ángulo especial nunca podrá permitir
que se pierda de vista el fin sumo y último. Si de hecho la autoridad tiene por misión el conducir la Sociedad que
gobierna hacia su fin, es evidente que la autoridad que procede de Cristo -y no es inútil insistir, toda autoridad
procede de El- debe tener por fin último el mismo fin de la vida y muerte de Jesucristo. Es imposible que
Jesucristo quisiera delegar a alguien una autoridad sobre la que no conservase su propia autoridad para lograr el
fin de su Redención. Del mismo modo, le es imposible renunciar en lo más mínimo a la autoridad sobre los
medios que debe emplear la Sociedad para alcanzar su fin, o sobre las voluntades que se han unido en Sociedad.

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QUINTA LECCIÓN. CARÁCTER ESPIRITUAL DE LA REALEZA DE JESUCRISTO

33. ¿Qué otra característica posee la Realeza Social de Cristo?

El Papa Pío XI la explica con los siguientes términos: “Los textos citados de la Biblia demuestran con toda
evidencia que este reino es principalmente espiritual y que su objeto propio son las realidades del espíritu,
conclusión lógica confirmada personalmente por la manera de obrar del Salvador. Porque juzgaron
equivocadamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo judío y restablecería el reino de Israel, Cristo
deshizo y refutó esta idea vanamente esperanzada. Cuando la muchedumbre, maravillada, quería proclamarle
rey, Cristo rehusó este honroso título huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del
gobernador romano declaró que su reino no era de este mundo. Los evangelios describen este reino como un
reino cuyo ingreso exige una penitencia preparatoria, ingreso que a su vez sólo es posible por medio de la fe y
del bautismo, el cual, si bien es un rito externo, significa y produce la regeneración del alma. Este reino se opone
solamente al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas, y exige de sus súbditos no sólo que, con el
desprendimiento espiritual de las riquezas y de los bienes temporales, observen una moral pura y tengan hambre
y sed de justicia, sino que exige además la abnegación de sí mismos y la aceptación de la cruz”. Cristo, como
Redentor, rescató a la Iglesia con su sangre; y Cristo, como Sacerdote, se ofreció a sí mismo y se sigue
ofreciendo perpetuamente como víctima por los pecados del mundo; ¿quién no ve, por tanto, que la dignidad real
del Salvador participa y muestra la naturaleza de ambos oficios? Por otra parte, incurriría en un grave error el
que negase a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada una de las realidades sociales y políticas
del hombre, ya que Cristo como hombre ha recibido de su Padre un derecho absoluto sobre toda la creación, de
tal manera que toda ella está sometida a su voluntad. Sin embargo, mientras vivió sobre la tierra, Cristo se
abstuvo totalmente del ejercicio de este poder, y así como entonces despreció la propiedad y administración de
los bienes humanos, así también permite y sigue permitiendo el uso de éstos a sus poseedores. Expresa bien esta
permisión el conocido texto: No arrebata el reino temporal el que da el reino celestial”.

34. Explique este carácter espiritual de la Realeza de Cristo.

Es necesario recordar lo que ya se ha dicho. En razón de la unión hipostática y su acción redentora, Jesucristo
posee entera autoridad sobre toda creatura. El hombre debe alcanzar su fin último por medio de Jesucristo. El es
el Camino que se debe seguir para la salvación, la Verdad que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, la
Vida que tiene por misión vivificar las almas por la gracia. A causa de su poder supremo, Jesucristo debe obrar
sobre todo hombre, de manera que sea en toda realidad para cada uno: Camino, Verdad y Vida. También a causa
de este mismo poder supremo que le da autoridad sobre toda Sociedad y toda Autoridad, debe necesariamente
obrar de modo tal que, por una parte ninguna autoridad terrestre le impida ni pueda impedir a nadie que
Jesucristo sea Camino, Verdad y Vida; y por otra parte, que toda Autoridad o Sociedad cooperen de hecho a que
Jesucristo sea para cada uno Camino, Verdad y Vida. El carácter social y espiritual de la Realeza de Cristo se ve
explicado con perfecta claridad por las consideraciones que se acaban de hacer. Jesucristo es Rey. Todo poder le
ha sido dado, incluso sobre las cosas temporales. Este poder puede ejercerse de derecho tanto en el orden
temporal como en el espiritual. De hecho, se limita a una intervención espiritual.

35. ¿En qué medida interviene espiritualmente Cristo en las organizaciones sociales?

No hay límites para su poder de intervención. En derecho y de hecho, Cristo Rey debe intervenir por Sí mismo y
por su Iglesia, es decir, por su enseñanza, en las constituciones fundamentales de los pueblos y países, en las
organizaciones sociales y hasta en la Sociedad de las Naciones mismas. Esto debe ser así, porque es el único
medio para el Divino Rey de cumplir la misión divino-terrestre que se ha impuesto y le ha confiado la Santísima
Trinidad.

36. Así pues, ¿Jesucristo es Rey de todas las Naciones?

Efectivamente. Según la palabra del Profeta: Todas las naciones le han sido dadas en herencia y su imperio, o
más exactamente su propiedad, se extiende hasta los confines de la Tierra.

37. Los homenajes públicos que deben dársele a Jesucristo Dios y Hombre, ¿proceden del carácter espiritual del
que se halla revestida la Realeza de Jesucristo?
Sí; los homenajes públicos de adoración y de amor, de reconocimiento y de reparación, de petición e impetración
le son debidos a Jesucristo Dios. Son impuestos a Jesucristo Hombre y a todos los hombres por Jesucristo Rey.
Cristo Rey ejerce una Realeza espiritual porque es el Camino, la Verdad y la Vida. La ejerce además porque
solamente El posee los medios para adorar y rendir dignamente todos sus deberes a la Santísima Trinidad. Que el
hombre cumpla estos deberes fue uno de los fines de la venida de Cristo al mundo. A su realeza le compete pues,
imponer estos homenajes espirituales al hombre y a toda Sociedad, pues es el único medio tanto para el uno
como para la otra de llegar a su último fin.

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SEXTA LECCIÓN. EL PODER DE LA IGLESIA EN EL ORDEN ESTABLECIDO POR DIOS

38. ¿Cuál es la voluntad de Cristo, Rey de las Sociedades, sobre la Iglesia?

Su voluntad es doble. Primeramente, como ya se ha dicho, la Iglesia le debe a Dios y a Jesucristo la más entera
sumisión. No le es permitido añadir una sola verdad a las que enseñó Jesucristo. Del mismo modo, no le es
permitido suprimir ninguna. Depende de Dios, hasta en los mínimos detalles, con una absoluta dependencia.
También, por voluntad de Jesucristo, se halla investida de una misión que debe cumplir. En razón de esta
autoridad sobre toda autoridad, Jesucristo le confió esta misión. Esta implica necesariamente una participación a
su autoridad sobre toda autoridad.

39. ¿Puede explicar un poco esta misión de la Iglesia?

Esta es la situación en la que Cristo puso a su Iglesia. Le dijo: “Vayan, enseñen a todos los pueblos, Yo estoy con
ustedes hasta el fin de los siglos”. Estas palabras explican las intenciones de Jesucristo. El Divino Maestro quiere
que su Iglesia sea en el mundo el instrumento para la salvación de las almas, Lo quiere hasta tal punto que sólo a
la Iglesia, excluyendo cualquier otro organismo, le ha confiado la misión de conducir las almas a su
Bienaventuranza final. Quiere sin duda pues, que su Iglesia cumpla en el mundo, para la salvación de éste, la
función de organismo necesario.

40. Pero en estas condiciones, la Iglesia sería tan necesaria como el mismo Cristo, lo cual es inadmisible.

Es perfectamente admisible que la Iglesia sea tan necesaria como Cristo mismo si tal es la voluntad de Cristo. Y
de hecho, Cristo manda a su Iglesia que enseñe a los Pueblos y administre los Sacramentos. 0 por mejor decir,
Jesucristo por mediación de la Santa Iglesia quiere ser para todo hombre y para toda Sociedad: Camino, Verdad
y Vida.

41. Pero en estas condiciones, a la Iglesia le pertenece el título de Reina, y al Papa el título de Rey.
Incontestablemente. La Iglesia no tiene a nadie, ni por encima de Ella ni a su mismo nivel, que la pueda
iluminar, enseñar y dirigir, más que al mismo Dios, al Espíritu de Dios y a Jesucristo. Si Cristo es
verdaderamente Rey porque ejerce una autoridad sobre los individuos, las Sociedades y toda otra Autoridad, del
mismo modo la Iglesia es Reina, porque debe enseñar a los hombres con autoridad sus deberes. Y como
realmente rige, es Reina. Al mismo título y por las mismas razones, El Papa es verdadero Rey.

42. ¿Cuáles son las consecuencias inmediatas de estas verdades?


La primera de todas es que Jesucristo y su Iglesia tienen la obligación de intervenir en todo Orden Social. En
toda obligación social, sea la que sea, tienen por misión divina, iluminar a los Pueblos y Sociedades sobre sus
deberes. Es lo que enseña la Santa Sede en una carta que dirigió al Arzobispo de Tours (Francia): “En medio de
los desórdenes actuales, es necesario recordar a los hombres que la Iglesia es, por su divina institución, la única
arca de salvación para la humanidad. Fundada por el Hijo de Dios sobre San Pedro y sus sucesores, no solamente
es la guardiana de las verdades reveladas, sino también la custodia necesaria de la ley natural. Por esto, hoy más
que nunca, se debe enseñar, como lo está haciendo, Monseñor, que la verdad liberadora tanto para los individuos
como para las sociedades es la verdad sobrenatural en su plenitud y pureza, sin atenuación ni disminución ni
compromisos, tal, en una palabra, como Nuestro Señor Jesucristo vino a traería al mundo, tal como la confió a la
custodia y magisterio de Pedro y su Iglesia”. (Carta del 16 de marzo de 1917). La segunda consecuencia, que
sigue a la primera, es que Jesucristo y su Iglesia son necesarios para el Orden Social. Si no fuesen necesarios,
Dios no los hubiese impuesto al mundo como medio de salvación. Si tienen una misión obligatoria para con los
Pueblos.

43. Pero entonces, ¿la Iglesia tiene una misión no sólo con las almas, sino también con las Sociedades?

Sí, la Iglesia y el Papa tienen que cumplir una tarea impuesta divinamente, no sólo ante las almas sino también
ante las Sociedades. Primeramente, en la tierra únicamente a la Iglesia se le ha confiado el depósito no sólo de
las verdades reveladas sino también el de las verdades morales del orden natural. Sin la existencia y puesta en
práctica de esta ley moral, ninguna Sociedad puede subsistir. Pertenece pues a la Iglesia la enseñanza de las
verdades primordiales, únicas que pueden salvar al mundo y a cada país en particular. Pertenece también a la
Iglesia y solamente a Ella la interpretación autorizada de las leyes de justicia natural que deben presidir las
relaciones de los Pueblos entre sí. Es justo que sea así. La Iglesia debe conducir los Pueblos a su fin último.
Estos viven normalmente en este mundo en estado de Sociedad. La Iglesia pues, debe conducirlos a su fin, por la
Sociedad en la que Dios quiere que vivan. Esta es la verdad primordial del fin último querido por Dios y que el
hombre, que ilumina todas las grandes cuestiones, debe querer. No es de extrañar que el desprecio de esta verdad
y de la ley que comporta atraigan los castigos divinos. ¿Acaso no es un castigo real la impotencia en la que se
hallan los Gobiernos que buscan la Paz de las Naciones? Dios, la Iglesia y el Papa están arrinconados, y las
cosas quieren hacerse sin Ellos. La consecuencia de este criminal olvido es fatal: quiere obrarse sin Dios, y Dios
deja que las cosas se hagan sin Él. Nada bueno se hace. En estas condiciones se debería inculcar a los hombres,
cueste lo que cueste, la dependencia de toda Sociedad respecto de Dios, de su Cristo y de la Misión de la Iglesia.
Sin duda. Hay un dicho común: “Entre dos males se debe escoger el menor”. Y es algo certísimo que el mal que
proviene del silencio de los que tienen por misión enseñar es el mayor y más pernicioso de los males. Jesucristo
o de modo tajante para circunstancias como estas: para establecer su Verdad en el mundo, si es necesario pasar
por sufrimientos y persecución, debe pasarse. Más vale el martirio que el sacrificio y renuncia de las verdades
necesarias a la salvación.

44. En estas condiciones se debería inculcar a los hombres, cueste lo que cueste, la dependencia de toda
Sociedad respecto de Dios, de su Cristo y de la Misión de la Iglesia. Sin duda. Es algo certísimo que el mal que
proviene del silencio de los que tienen por misión enseñar es el mayor y más pernicioso de los males. Jesucristo
o de modo tajante para circunstancias como estas: para establecer su Verdad en el mundo, si es necesario pasar
por sufrimientos y persecución, debe pasarse. Más vale el martirio que el sacrificio y renuncia de las verdades
necesarias a la salvación.

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SÉPTIMA LECCIÓN. ERROR FUNDAMENTAL QUE REINA HOY

45. ¿Cuál es el error más pernicioso y nefasto sobre el tema que estamos tratando?

Sin ninguna duda, el error más pernicioso e irreductible, es el que dice que no hay ni puede haber, ni para los
individuos ni para las Sociedades, verdad que se imponga, esto es, que exista. Así pues, de hecho y de derecho,
no habría ni podría haber, verdad ni error. La consecuencia estrictamente lógica es que no habría bien ni mal,
derecho ni injusticia. Se le darían todos los derechos tanto al error como a la verdad, al bien como al mal.

46. ¿Qué significa dar derechos al error?

Es fácil explicar este punto. Todos los organismos sociales oficiales y particularmente las constituciones de los
Pueblos han puesto por fundamento práctico “La Declaración de los Derechos Humanos” de la Revolución
Francesa de 1789. Los derechos humanos son absolutos; el hombre está a la cabeza. Todo, incluso la Verdad,
depende de él y ha sido hecho por él.

47. ¿Qué significado tiene la Declaración de los Derechos del Hombre si se la considera desde el punto de vista
de la sociedad moderna?

Algo muy sencillo. En otros tiempos, Dios era el centro, el principio y el término de todo en la organización
social y respecto del individuo. Por base de las constituciones de los Pueblos estaba Dios, Jesucristo y la misión
de la Iglesia según las exigencias de los Derechos divinos. Pero de repente se suprimieron los derechos de Dios.
De este modo, donde antes Dios era el Dueño y reinaba como tal, se puso el hombre, cuyos pensamientos y
voluntades reemplazaron al pensamiento, verdad, voluntad y ley de Dios.

48. ¿De qué modo se presentaron al público estas teorías?

Este estado de cosas ha sido instituido por la teoría de las grandes libertades modernas, que son la base de las
constituciones de todos los países. Existen las libertades de conciencia, enseñanza, prensa, asociación y cultos.
Estas libertades son moderadas por la ley. La ley es la expresión de la voluntad general.

49. ¿Cuál es el significado exacto de estas libertades? ¿No significan que el hombre debe gozar de entera libertad
para enseñar y practicar el bien?

Podrían entenderse de este modo. Pero por desgracia, no es el sentido que corresponde a la realidad. El
liberalismo moderno ha comprendido y aplicado de manera muy diferente estas libertades. Para él, estas
libertades consisten en que cada quien tiene la libertad de vivir como quiera y de enseñar lo que le guste; de
escribir y publicar lo que se le antoje; de asociarse para cualquier fin, bueno o malo. Todos son libres de dar un
culto a quien quieran, a Dios, a Jesucristo, a Mahoma y al mismo Satanás si así les gusta.

50. ¿Y qué relación existe entre esta teoría de las libertades modernas y el error fundamental del que se habló?

La relación es evidente. Para las Sociedades y Naciones contemporáneas y para el hombre formado según los
Principios de 1789, la verdad no existe; lo único que existe es el hombre, es decir, el pensamiento y la voluntad
del hombre. Cada cual tiene el derecho estricto de concebir y tener las ideas que quiera y ponerlas como
directivas de su vida. Es la prueba manifiesta de que para el hombre solamente existe como realidad de la que
tenga que tener cuenta su propio pensamiento, conocido y elaborado por él. Fuera de sí mismo, la verdad no
existe. Como consecuencia de esta doctrina, todos tienen el derecho estricto de enseñar lo que quieran por
palabra o escrito. También por la misma razón, la ley que dirige los países vale en la medida en la que expresa la
voluntad general conocida por la elección y el voto, y no en la medida en que expresa la Verdad y la Voluntad
divinas. En resumidas cuentas, el Derecho moderno no reconoce ni profesa ninguna verdad; se inclina
únicamente ante el pensamiento humano.

51. Entonces, ¿atribuye usted a la “Declaración de los Derechos Humanos” una influencia preponderante sobre
la mentalidad moderna y errores reinantes?

Sin lugar a duda. Si en nombre de un derecho, el hombre puede pensar lo que quiera, si de golpe puede, en
nombre del mismo derecho (y esto es muy grave) querer lo que quiera y obrar como le parezca, para él no existe
sino él mismo y los derechos de¡ hombre deificado, independiente de toda autoridad y de toda verdad. Esta
doctrina permite todos los errores en todos los órdenes de cosas. En filosofía, en teología, en política, en las
ciencias económicas y sociales, predominarían y servirían de guía el pensamiento y caprichos del hombre. Pero
lo que le da a esta doctrina su importancia y su gravedad excepcional es que todos los derechos, de los que se
dice autora la Declaración de 1789, le serían debidos al hombre en derecho estricto, oficialmente reconocidos y
aprobados. Cualquier pensamiento, palabra, acción, etc., se basarían en estos derechos y serían enteramente
legítimos.

52. Pero ¿no es verdad que la “Declaración de los Derechos Humanos” pone límites a la acción del hombre?

Veamos. Según los Principios de 1789, los Derechos del hombre quedan limitados por los derechos de su
semejante. Así, mi derecho de coger el bien ajeno queda limitado por el derecho de su prójimo a la propiedad.
Mi derecho de matar queda limitado por el derecho de mi semejante a la vida. Todos estos límites obtienen su
reconocimiento y valor en la ley. Pero en seguida se ve que son ilógicos. Si por principio mis derechos son
absolutos, nadie les puede poner un límite. A pesar de todas las restricciones que ponga la ley, siempre
predominará contra ésta el dogma fundamental de la libertad sin freno y los derechos sin restricción del hombre.
En seguida se echa de ver la licencia que se le daría a cualquier doctrina y enseñanza. Bajo la apariencia de
Derechos del hombre, se podrían introducir en los organismos sociales los más perniciosos y monstruosos
errores, y podrían en derecho reclamar la protección de la autoridad, que tendría como función proteger, no ya la
Verdad, sino el pensamiento del hombre.

53. Diciendo esto, se enfrenta usted a todas las ideas que se admiten hoy en día, y acaba con el derecho moderno.

Efectivamente, así se cortan en la raíz todos los principios llamados modernos.

54. ¿No me podría dar una noción exacta del Derecho moderno?

Se puede dar la noción que el Papa León XIII dio en su colosal Encíclica Immortale Dei: “Todos los hombres, de
la misma manera que son semejantes en su naturaleza específica, son iguales también en la vida práctica. Cada
hombre es de tal manera dueño de sí mismo que por ningún concepto está sometido a la autoridad de otro. Puede
pensar libremente lo que quiera, obrar lo que se le antoje, en cualquier materia. Nadie tiene derecho a mandar
sobre los demás. En una sociedad fundada sobre estos principios, la autoridad no es otra cosa que la voluntad del
Pueblo, el cual, como único dueño de sí mismo, es también el único que puede mandarse a sí mismo. Es el
Pueblo el que elige las personas a las que se ha de someter. Pero lo hace de tal manera que traspasa a éstas no
tanto el derecho de mandar cuanto una delegación para mandar, y aun ésta sólo para ser ejercida en su nombre.
Queda en silencio el dominio divino, como si Dios no existiese o no se preocupase del género humano, o como
si los hombres, ya aislados, ya asociados, no debiesen nada a Dios, o como si fuera posible imaginar un poder
político cuyo principio, fuerza y autoridad toda para gobernar no se apoyaran en Dios mismo. De este modo,
como es evidente, el Estado no es otra cosa que la multitud dueña y gobernadora de sí misma. Y como se afirma
que el pueblo es en sí mismo fuente de todo derecho y de toda autoridad, se sigue lógicamente que el Estado no
se juzgará obligado ante Dios por ningún deber; no profesará la única religión verdadera, ni elegirá una de ellas
ni la favorecerá principalmente, sino que concederá igualdad de derechos a todas las religiones, con tal que la
disciplina del Estado no quede perjudicada. Se sigue también de estos principios que en materia religiosa todo
queda al arbitrio de los particulares y que es lícito a cada individuo- seguir la religión que prefiera o rechazarlas
todas si ninguna le agrada. De aquí nacen una libertad ilimitada de conciencia, una libertad absoluta de cultos,
una libertad total de pensamiento y una libertad desmedida de expresión”.En resumidas cuentas, según el Papa
León XIII los principios del Derecho Moderno son los siguientes: 1º Todo poder y autoridad emanan del
hombre; es la primera consecuencia de la Declaración de los Derechos del hombre; 2º Este poder se traduce en la
aceptación y práctica de la más absoluta libertad: el hombre no puede sufrir ninguna coacción ni obligación, pues
tiene todos los derechos; 3º Como el derecho de un hombre puede oponerse al derecho de otro, el Derecho
Moderno establece una restricción en el uso de la libertad absoluta: el derecho de uno está limitado por el
derecho de otro. Aunque esta disposición es ilógica, es necesaria para evitar conflictos y los abusos que serían
inevitables. En toda sociedad organizada es necesaria una legislación. Esta legislación tomará como fundamento
la voluntad general de los hombres que pertenecen a esa Sociedad, y no Dios, Jesucristo y su Ley Eterna. Los
individuos designan a los mandatarios que expresarán su voluntad en el Parlamento. La Legislación no será sino
la expresión de la voluntad de la multitud. Esta es el resultado de los Derechos del hombre. Insistamos sobre este
punto capital: la voluntad general, que sólo debe tener cuenta de sí misma, puede imponer leyes nefastas y
contrarias a todo derecho. Sin embargo, estas leyes se convierten en Derecho por el hecho de ser la ley, es decir,
la expresión de la voluntad general.

55. ¿Hay una gran diferencia entre el Derecho Moderno y el Derecho Católico, fundado en el Derecho Divino?

La diferencia es enorme. El Derecho Moderno está basado sobre el hombre. El Derecho Católico está basado
sobre Dios. El Derecho Católico tiene como punto de vista el fin sumo y último del hombre. El Derecho
Moderno tiene por punto de vista el hombre y su fin, que es él mismo. El Derecho Católico tiene primeramente
en cuenta de la dependencia absoluta que toda creatura tiene para con Dios y especialmente de la dependencia
que le debe toda Sociedad y Estado. El Derecho Moderno establece que la unión de las voluntades funda la
Sociedad sobre la voluntad de los asociados, independientemente de toda voluntad divina. El Derecho Católico
es el establecimiento, por derecho, del reino de Dios en el individuo y en la Sociedad. El Derecho Moderno es la
negación práctica de la Verdad Católica y de toda Verdad divina. Es el establecimiento oficial, y consagrado por
el derecho, del laicismo, el ateísmo e incluso de todo error. En pocas palabras, el Derecho Católico es el
Derecho, la autoridad y el poder que dimanan del Dercho, puestos al servicio de la Verdad, la cual
exclusivamente salva a los individuos y Sociedades. El Derecho Moderno es el derecho, la autoridad y poder del
Derecho, puestos al servicio del hombre, para poner jurídicamente (luego legítimamente) las inteligencias y las
voluntades, las Sociedades y los Estados al nivel del hombre deificado, esto es, principio y fin de todas las cosas.
Comparen las Constituciones de los Pueblos que proceden de los Principios modernos con aquellas que proceden
de los Principios católicos y tendrán una pequeña idea de los desastres producidos por el Derecho Moderno.

56. ¿No hay un liberalismo que en estas materias establece una distinción totalmente admisible?

Hay diversos tipos de liberalismo. No corresponde aquí hablar extensamente del tema. Pero nos limitaremos a la
sustancia de la doctrina, que se manifiesta bajo dos diferentes aspectos. En primer lugar hay el liberalismo que
atribuye derechos tanto al Error y al Mal como a la Verdad y al Bien. Este es el principio, como ya se dijo, de
todo libertinaje. El Papa León XIII condena con razón este liberalismo como herético e impío. Pero hay un
liberalismo más mitigado. El que por una extraña aberración se llama liberalismo católico. En sus consecuencias
no deja de ser menos pernicioso que el primero. Sin afirmar que el Error y el Mal tengan derechos, este
liberalismo no afirma que no los tengan. Por el contrario, opina que en conformidad con el espíritu de tolerancia
y de caridad cristiana, que debe vivirse ante los errores modernos y los que los profesan cono si estos errores
tuviesen Derechos. Declara que todos tienen sus opiniones y el derecho de tenerlas, y que a nadie debe
molestársele con motivo de sus opiniones o ideas. Prácticamente esto es poner en pie de igualdad el Error y la
Verdad, el Bien y el Mal. Los resultados de esta doctrina son altamente nefastos, pues se proclama que debe
tratarse con respeto no solo a los que profesan una tal doctrina sino a la misma doctrina que Dios condena.
Veamos las palabras del Papa León XIII en su Encíclica “Libertas Praestantissimum”: “Son varias las formas
que presenta este mal capital del liberalismo, porque la voluntad puede separarse de la obediencia a Dios o de la
obediencia debida a los que participan de la autoridad divina, de muchas formas y en grados muy diversos. 1. –
La perversión mayor de la libertad, que constituye al mismo tiempo la especie peor de liberalismo, consiste en
rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como
en la vida privada y doméstica. Todo lo que Nos hemos expuesto hasta aquí se refiere a esta especie de
liberalismo. 2 – La segunda clase es el sistema de aquellos liberales que, por una parte, reconocen la necesidad
de someterse a Dios, creador, señor del mundo y gobernador providente de la naturaleza; pero, por otra parte,
rechazan audazmente las normas de dogma y de moral, que superando la naturaleza son comunicadas por el
mismo Dios, o pretenden por lo menos que no hay razón alguna para tenerlas en cuenta sobre todo en la vida
política del Estado. Ya expusimos anteriormente las dimensiones de este error y la gran inconsecuencia de estos
liberales. Esta doctrina es la fuente principal de la perniciosa teoría de la separación entre la Iglesia y el Estado;
cuando, por el contrario, es evidente que ambas potestades, aunque diferentes en misión y desiguales por su
dignidad, deben colaborar una con otra y completarse mutuamente. 3. – Dos opiniones específicamente distintas
caben dentro de este error genérico. Muchos pretenden la separación total y absoluta entre la Iglesia y el Estado
de tal forma que todo el ordenamiento jurídico, las instituciones, las costumbres, las leyes, los cargos del Estado,
la educación de la juventud, queden al margen de la Iglesia como si ésta no existiera. Conceden, todo lo más, a
los ciudadanos la facultad, si quieren, de ejercitar la religión en privado. Contra estos liberales mantienen todo su
vigor los argumentos con que hemos rechazado la teoría de la separación entre la Iglesia y el Estado, con el
agravante de que es un completo absurdo que la Iglesia sea respetada por el ciudadano y al mismo tiempo
despreciada por el Estado. Otros admiten la existencia de la Iglesia (negarla sería imposible), pero le niegan la
naturaleza y los derechos propios de una sociedad perfecta y afirman que la Iglesia carece del poder legislativo,
judicial y coactivo y que sólo le corresponde la función exhortativa, persuasiva y rectora respecto de los que
espontánea y voluntariamente se le sujetan. Esta teoría falsea la naturaleza de esta sociedad divina, debilita y
restringe su autoridad, su magisterio; en una palabra, toda su eficacia, exagerando al mismo tiempo de tal
manera la influencia, y el poder del Estado, que la Iglesia de Dios queda sometida a la jurisdicción y al poder del
Estado como si fuera una mera asociación civil Los argumentos usados por los apologistas, que Nos hemos
recordado singularmente en la Encíclica “Inmortale Dei”, son más que suficientes para demostrar el error de esta
teoría. La apologética demuestra que por voluntad de Dios la Iglesia posee todos los caracteres y todos los
derechos propios de una sociedad legítima, suprema y totalmente perfecta. Por último, son muchos los que no
aprueban la separación entre la Iglesia y el Estado, pero juzgan que la Iglesia debe amoldarse a los tiempos,
cediendo y acomodándose a las exigencias de la moderna prudencia en la administración pública del Estado.
Esta opinión es recta si se refiere a una condescendencia razonable que pueda conciliarse con la verdad y con la
justicia; es decir, que la Iglesia, con la esperanza comprobada de un bien muy notable, se muestre indulgente y
conceda a las circunstancias lo que puede concederles sin violar la santidad de su misión. Pero la cosa cambia
por completo cuando se trata de prácticas y doctrinas introducidas contra todo derecho por la decadencia de la
moral y por la aberración intelectual de los espíritus. Ningún período histórico puede vivir sin religión, sin
verdad, sin justicia. Y como estas supremas realidades sagradas han sido encomendadas por el mismo Dios a la
tutela de la Iglesia, nada hay tan contrario a la Iglesia como pretender de ella que tolere con disimulo el error y la
injusticia o favorezca con su connivencia lo que perjudique a la religión”.

57. Pero a pesar de todo, ¿no es preferible obrar así?

Desde luego que no. Hay dos razones para no conformarse con las opiniones del liberalismo llamado católico.
La primera es que para este liberalismo Dios y Jesucristo quedan privados de su Gloria en el Orden Social. A
causa de la posición del Liberalismo llamado católico, Dios nunca será reconocido, amado y glorificado como
debe serio. La segunda razón es el peligro de condenarse que corren las almas en una Sociedad formada según
los principios del Liberalismo llamado católico. El Catolicismo es esencialmente invasor y educador. Si no
invade no educa según el Espíritu de Cristo. Este Liberalismo forma un medio en el que la atmósfera viene a ser
fatalmente acatólica e incluso atea. De esta manera el Liberalismo, llamado católico, contribuye a la pérdida de
innumerables almas.

58. Pero el Papa León XIII habla sobre todo de los males causados por el laicismo. ¿Para qué hablar entonces de
la cuestión del Liberalismo?

Es algo evidente que el laicismo reina ya en el orden social a causa de los principios del Liberalismo. Sea cual
sea el sentido que se le dé a la palabra “laicismo” es necesario admitir que la doctrina que se ofrece a la gente
bajo esta denominación pone al hombre en el lugar de Dios. El Hombre debe reinar donde sólo Dios posee la
autoridad. Pues bien, todas las teorías de este género provienen de la declaración de los Derechos Humanos y de
la libertad de la que ésta goza sobre y contra todo, en particular contra Dios. El laicismo procede por vía directa
del Liberalismo. El Liberalismo es su mayor apoyo, y lo justifica en cuanto revuelta contra el Ser Supremo.

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OCTAVA LECCIÓN. DERECHOS INTANGIBLES DE LA VERDAD Y EL BIEN

59. ¿Sólo la Verdad y el Bien tienen derechos?

Por supuesto.

60. ¿Cómo demuestra su afirmación?

Por argumentos teológicos y filosóficos.

61. ¿Cuáles son los argumentos filosóficos?

Estos son. La nada no tiene ningún derecho, puesto que no existe. Es imposible que lo que no existe pueda tener
derechos. Atribuir derechos a la nada es una injusticia. Ahora bien: ¿qué significa atribuir derechos al error?
Significa atribuir un derecho a la nada. Para comprender esto basta darse cuenta de lo que son la Verdad y el
Error. La Verdad se halla en la inteligencia, en la medida en la que la inteligencia reproduce exactamente la
realidad existente. Cuando la inteligencia produce intelectualmente en sí misma una cosa que no existe nos
hallamos ante el error. Y ¿qué sucede en tal caso? Yo tengo en mi espíritu tal idea de una cosa, de modo que para
mí es como si existiese. Le atribuyo pues, el derecho de estar en mi espíritu como si de hecho existiese. Pero en
realidad no existe. Y desde el momento que no existe en una creación de mi espíritu, sin fundamento alguno.
¿Cómo podré en ese caso poner por fundamento de mi vida y mi obrar, una realidad que no existe? ¿Cuál será el
resultado de una tal aberración? El resultado será el mismo que para un edificio que se levantase sin
fundamentos. Si pongo por base de mi vida y acciones una idea propia que no corresponde a nada objetivo y
real, todo el edificio intelectual y social que construya sobre este fundamento necesariamente está destinado a
derrumbarse. El único fundamento posible para una vida y acción debe ser una realidad verdadera. Por esto, sólo
la Verdad tiene, en el orden individual y social, el derecho de existir. Desde ningún punto de vista, puede el error
reivindicar este derecho. Y si llega a tomar lugar en una inteligencia o en las masas, está usurpando los derechos
que no le corresponden, y por lo tanto, cometiendo injusticia.

62. ¿Qué argumentos teológicos apoyan su afirmación?

Lo afirmado se funda en la Revelación hecha al mundo por Jesucristo. Nuestro Señor vino al mundo para
salvarlo, en conjunto y a cada hombre en particular. Con este fin, reveló al mundo la Verdad. Esta Verdad le
pertenece en nombre de su derecho divino y también en nombre de su Obra Redentora. Si esta Verdad le
pertenece y si se le ha dado al mundo por medio de Él en un sentido y con una finalidad muy concretos,
arruinarla o disminuirla es una injusticia. Eso sería sacrificar el derecho de Cristo.

63. Pero en esas condiciones solo cabe lugar para la Verdad. ¿Qué ocurre entonces con la conocida distinción
entre tesis e hipótesis?

Efectivamente, sólo cabe lugar para la Verdad y el Bien. En cuanto a la distinción entre tesis e hipótesis, es
necesario comprenderla bien, pues de hecho, el recurso a esta distinción ha sido la causa de la pérdida de muchas
almas.

64. Pero, ¿no aprobó la Iglesia tal distinción?

De ninguna manera. Se trata de una sutileza inventada por algunos teólogos, que la utilizan para formarse una
conciencia o para salir del paso.

65. ¿Me podría explicar esta distinción y cómo se recurre a ella?

Por tesis se entiende la situación en la que la Verdad y el Bien gozan de todos sus derechos. Así, en el estado de
tesis, la Santísima Trinidad, Jesucristo y la Iglesia tienen en el País y entre las Naciones el lugar que, en derecho,
les corresponde. En este caso, se vive prácticamente bajo el imperio de Jesucristo y su Iglesia. Frente a esta
situación de derecho, nos encontramos en otra situación de hecho. De hecho, Jesucristo no ejerce su imperio
sobre las sociedades; de hecho la Verdad y el Bien no gozan de las prerrogativas que les corresponde. Más: el
Mundo y los Estados están corrompidos. Su corrupción es tal que es imposible pensar prácticamente en este
momento en devolver a la Verdad y al Bien lo que es para ellos un derecho estricto. Es el estado de hipótesis,
esto es, el estado en el que nos encontramos, ante el poder -poder que suele estar organizado- de los enemigos de
Jesucristo y de la Iglesia. ¿Qué hacer en un tal caso? Nadie tiene derecha a traicionar la Verdad y el Bien, nadie
tiene derecho a renegar de Dios ni de la Iglesia, pero en las actuales circunstancias no se puede hacer nada para
mejorar esta situación. Sin embargo, debe hacerse notar que esta tolerancia es una simple tolerancia y no una
aprobación. En tal caso, todos deben conservar en su alma la firme voluntad de dar a la Verdad y al Bien los
derechos que les corresponden. Y además, debe usarse de la libertad que se les concede a todos, para hacer el
bien y especialmente para difundir en todo los principios de la Verdad y así insensiblemente regresar de nuevo al
estado de tesis.

66. ¿No dijo usted que por recurrir a esta distinción se causó un gran mal?

Si, pues muchos católicos la aceptaron sin distinción como medio para librarse de sus deberes de apostolado. Se
declara simplemente: “estamos en estado de hipótesis”, y no se hace nada para regresar al estado de tesis. Este es
un primer efecto funesto que produce esta distinción. Y otro se deriva del precedente: esta distinción, al
tranquilizar y dar descanso a las conciencias de los militantes, crea una atmósfera de inacción y a veces de
desánimo en el aspecto social. En tal medida se acostumbra a la gente a respirar tal atmósfera que ya no se da
cuenta del veneno que conlleva y que inconscientemente se va absorbiendo. Ni que decir tiene que es necesario
volver a poner en práctica las palabras de Nuestro Señor: “Sí, sí; no, no”, Estas palabras del Divino Maestro sólo
pueden realizarse en una adhesión franca, leal y entera a los principios de la Verdad que deben dirigir el Orden
Social hacia Dios. Se debe volver a decir lo ya dicho. Si la distinción entre tesis e hipótesis disminuye en la
práctica la acción y misión educadora de la Iglesia entre los Pueblos, le hace parcialmente faltar a su misión. No
solamente no se santifican las almas, sino que se embotan y acaban por la indiferencia práctica.

67. Permítame que exponga una dificultad. Cuando estamos en el estado de hipótesis, usted tolera la existencia
del error; y cuando estamos en el estado de tesis, no lo tolera. En ese caso nos exponemos a ver surgir en todas
partes, bajo la protección del Supremo Dominio de Dios y de la Realeza de Cristo, un estado de tiranía.

Esta es la dificultad que nos oponen los incrédulos. Parece que se nos dice: cuando ustedes son los dueños, son
de una exigencia exorbitante, y podemos esperar de ustedes lo más inesperado. Cuando no son los dueños de la
situación, ustedes reclaman la libertad que niegan a los otros. Para poder juzgar esta cuestión, es necesario que
nos pongamos en frente de la verdadera realidad. Estas realidades son: que el hombre se halla en este mundo
para salvar su alma, que se halla ante la temible alternativa de salvarse o condenarse eternamente. No hay
término medio. Y sabemos que estas son las exigencias divinas. Para salvarse el hombre tiene que morir en
estado de gracia, de modo que no puede haber una mayor crueldad con el hombre que la de facilitarle el medio
de perderse. Y no puede dársele una mayor y real caridad que contribuir a procurarte su Eterna Bienaventuranza.
Ahora bien: las Constituciones modernas, que permiten y consagran todas las perversiones del espíritu y del
corazón, procuran a las almas todas las facilidades para que se condenen. Dicho esto, he aquí en dos palabras la
respuesta a la dificultad que se propone: 1º Incontestablemente, si fuéramos dueños de la situación, haríamos lo
posible para que un alma no se condene; 2º Recordamos que existe una diferencia entre el Orden Social y el
Orden Individual. En el orden estrictamente individual no podemos violentar las conciencias. Pero, si a pesar
nuestro y contra lo previsto, alguien se quiere condenar, al cabo es cosa suya. Consiguientemente, si alguien se
obstina en negar obediencia a Cristo y a la Iglesia, lo dejaríamos a su propia conciencia, siempre y cuando no
cause escándalo. Decimos, siempre y cuando no cause escándalo, porque es evidente que no podemos tolerar que
la incredulidad de un individuo perjudique el bien general de una Sociedad o País, e incluso el bien particular de
un alma. Por consiguiente: 3º Prohibiríamos la propagación de cualquier error o mal. Es este el sentido en el que
suprimiríamos de los Códigos y Constituciones de los Países las grandes libertades modernas.

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NOVENA LECCIÓN. EL PECADO DE LIBERALISMO: PECADO DE EUROPA Y DEL MUNDO

68. El Liberalismo, ¿es un pecado?

Por supuesto que sí. Se deben tener en cuenta las buenas intenciones, la falta de conocimientos y el ambiente
actual, los cuales disminuyen la responsabilidad; pero si consideramos en sí mismas las cosas, el liberalismo es
un pecado de la inteligencia.

69. ¿Cómo debe entenderse este pecado de la inteligencia?


Acuérdese de lo que se ha dicho, al responder a la pregunta 18. El pecado que en ese lugar se señalaba es un
pecado de la inteligencia. Este pecado, que es el Liberalismo, significa una injusticia e injuria suprema para con
Dios, pues en la Declaración de los Derechos del hombre y en las libertades que de ahí se derivan, el hombre se
sustituye a Dios. Las cosas han ocurrido así. Según los principios y el derecho modernos, sólo el hombre puede y
debe hallarse en donde Dios -por el hecho de ser Dios- debe estar. Siendo el Creador y Dueño absoluto, por la
misma naturaleza de las cosas, es Dios de la conciencia individual, lo mismo que de la Sociedad, de las Naciones
y del Universo. Pero suprimiéndolo a Él, el espíritu humano pone en su lugar al hombre y al pensamiento
humano, en tanto que sustituto de Dios, esto es, deificado, como dueño absoluto y árbitro de su destino personal
y social, nacional, internacional y mundial. El hombre es y se declara el maestro. Y si en su sabiduría lo cree
oportuno, se someterá a os que en su pensamiento cree ser “Dios”, “Cristo”, “la Iglesia”, sin que esto le estorbe,
porque él es el dueño de su conciencia. Pero no es lo mismo en cuanto a introducir a este Dios y a su Iglesia en
la Sociedad y los Estados. Por el hecho de que el hombre sustituye a Dios, cualquiera que quiera devolver a Dios
el lugar que le corresponde, se convierte en enemigo del hombre, el cual es dueño del Universo y del Orden
Social. Por la fuerza, Dios es un usurpador. La Iglesia una usurpadora. Todo esfuerzo por parte de la Iglesia en
cumplir su misión en el Orden Social, inevitablemente es una intromisión clerical en la Sociedad. La laicización
general y universal es algo necesario. Se laiciza al individuo. En él se quiere únicamente reconocer una grandeza
humana, hecha de principios naturales de humanidad, justicia, bondad, etc. Todas las instituciones sociales deben
ser laicizadas: los Estados, las Constituciones de los Pueblos y su legislación, los Gobiernos, los Parlamentos,
los Senados, todo organismo oficial, toda institución pública e incluso las instituciones privadas desde el
momento en que entren en relación con un organismo oficial deben estar marcadas del solo carácter humano. La
huella sobrenatural queda borrada en todos los planes. No debe existir el orden sobrenatural. Si la Iglesia
sobrevive a causa de la voluntad de los individuos, lo más que puede ser, es una sociedad privada sin derecho
público alguno. Desde el punto de vista social, sólo puede gozar de los derechos y privilegios que el hombre le
otorgue. Un gobierno compuesto de individualidades católicas podrá serle favorable, pero este favor le vendrá
necesariamente del hombre, el cual, en derecho, se lo concederá o negará según lo que te plazca. En resumidas
cuentas: es la injusticia suprema, pues se priva al Estado Supremo de su derecho absoluto. Es la injuria suprema,
porque después de haberlo despojado injustamente, se lo declara usurpador.

70. ¿Cómo desembocan las libertades modernas a esta fatal conclusión?

Ya se dijo que para el hombre moderno la única verdad que existe es el pensamiento del hombre. A causa de
esto, toda Sociedad y Estado fundados en los principios de 1789 se ponen en la imposibilidad de reconocer o
profesar verdad alguna; de reconocer o profesar culto alguno. Es la lógica consecuencia de las grandes libertades
modernas. Nos explicamos. Pongamos corno ejemplo la libertad de enseñanza. Tal maestro enseña lo siguiente:
“Dios existe”; “Jesucristo es Dios”; “La Iglesia Católica es una obra divina”. Según estos principios, el Estado
debe permitir esto. Tal otro maestro enseña las doctrinas contradictorias a las primeras: “Dios no existe”;
“Jesucristo no es Dios”; “La Iglesia es una gran conspiración”. Según los mismos principios, el Estado debe
también permitir esto. Es decir, que el Estado no aprueba ni hace suyas ninguna de estas enseñanzas, ni reconoce
ninguna de ellas como verdad. Debe protegerlas a todas en el mismo título constitucional y en el mismo grado.
La única verdad para él es que todos tienen la libertad de enseñanza. Desde el punto de vista estrictamente
lógico, el Estado Moderno es necesariamente ateo y librepensador, porque las constituciones de los Estados son
libre-pensadoras, ateas o más exactamente “sin verdad”, es decir, en la práctica, contra la verdad, contra Dios.
Cuando el Estado moderno se halla ante una verdad realmente existente, por ejemplo la verdad primera: Dios,
¿cuál debe ser su actitud bajo pena de renunciar a sus principios? Es necesario que ignore que en la proposición
“Dios existe” se encuentra la verdad. Es necesario que no adhiera a tal proposición. Pues si diese su adhesión
proclamaría su conocimiento de la verdad y su voluntad de acuerdo. Y ni lo uno ni lo otro se le permiten. Su
actitud debe ser la misma ante cada una de estas enseñanzas: “Dios existe” y “Dios no existe”. Socialmente, el
Estado moderno debe ignorar si existe la verdad. Debe oponerse a que una enseñanza penetre en él con el título
de verdad. Esta introducción de la verdad sería una superioridad sobre el Estado y la Constitución de los países.
Y eso no puede ser. Los Estados y las Constituciones de los Pueblos deben oponerse a la acción de la Verdad
para poder así seguir siendo lo que son, es decir, a-verdaderos, ateos, opuestos a todo principio que les prive del
dominio y arbitrio de su propio destino, y en la práctica contra Dios, contra Cristo y contra la Iglesia. Al
contrario, todo pensamiento, en tanto que pensamiento del hombre, tiene el derecho de ser enseñado. Tiene por
consiguiente, el sufragio del Estado. El motivo es apremiante. El Estado sólo reconoce al hombre. El
pensamiento humano y toda idea son un producto del espíritu humano. Al enseñarlos, no se introduce en la
Sociedad nada que sea superior al hombre. Que “Dios existe”, “La Iglesia Católica es divina”, son pensamientos
que pueden ser enseñados en derecho, no porque expresen la verdad objetiva, sino porque algunos sujetos del
Estado creen que estos pensamientos son buenos y de utilidad privada o pública. Al mismo título se puede
enseñar que “Dios no existe” y que “La Iglesia Católica es un embuste”. De igual modo se comportará
lógicamente con la enseñanza de lo concerniente al robo, el homicidio, la inmoralidad, el asesinato. Una
legislación que contradiga los principios del Estado condena y ejecuta al desgraciado que llegue a los hechos,
pero no prohíbe la enseñanza que conduce a esos caminos. De este modo el Estado enseña, por sus sujetos, el
pensamiento de sus sujetos. Así debe ser, puesto que no conoce sino al hombre y a lo que de él proviene. Es de
este modo que los Principios y el Derecho Modernos desembocan fatalmente en una injusticia e injuria supremas
para con Dios. Estos son los términos en los que se expresaba el Papa León XIII en su carta al Arzobispo de
Bogotá: “Cuando se trata del modo de comportarse con la política, los católicos son solicitados por los intereses
contrarios y se exasperan en violentas discordias que provienen, las más de las veces, de interpretaciones
divergentes de la doctrina católica sobre el liberalismo. …El Sumo Pontífice enseña que el principio y
fundamento del liberalismo es el rechazo de la ley divina: lo que en filosofía quieren los partidarios del
naturalismo o del racionalismo, en el orden moral y civil lo quieren los partidarios del liberalismo, pues
introducen en las costumbres y en la práctica de la vida los principios del naturalismo. Y siendo el punto de
partida de todo racionalismo la soberanía de la razón humana, que rechazando la sumisión debida a la razón
divina y eterna, y pretendiendo depender solamente de ella misma, se considera a sí misma, y sólo ella, como
principio supremo, fuente y juez de la verdad. Tal es la pretensión de los que hemos llamado partidarios del
liberalismo. Según ellos, no hay ningún poder divino al que deban obedecer en la práctica de la vida, sino que
cada quien es su propia ley. De ahí viene esta moral que se llama independiente y que, bajo apariencia de
libertad, aparta de la observancia de los preceptos divinos, dando al hombre una licencia ilimitada. Tal es el
primer y más pernicioso de los grados del liberalismo, mientras que, por una parte, rechaza o, mejor todavía,
destruye completamente toda autoridad y ley divina, ya sea natural o sobrenatural, por otra parte afirma que la
constitución de la Sociedad depende de la voluntad de cada uno y que el poder supremo viene de la multitud
como de su primera fuente”.

71 En esta manera de obrar del liberalismo, ¿no hay una injusticia con el hombre?

Para ser completo en la respuesta sería necesario explicar el dogma de la Redención, mostrar de nuevo los
derechos de Jesucristo sobre toda inteligencia y toda voluntad, y manifestar el modo en el que el liberalismo, al
usurpar los derechos divinos, peca contra Jesucristo. Pero esta injusticia existe y se manifiesta de otra manera.
Jesucristo, al rescatar al hombre por su Redención, adquirió derechos incontestables sobre el hombre, los cuales
se convierten en Cristo en derechos del hombre. Nos explicamos: imaginemos que una cosa es necesaria a
nuestra salvación; por ejemplo, para nuestra santificación es necesario que Jesucristo sea teórica y prácticamente
Rey del Universo y de las almas. Tengo pues el derecho, ya que Jesucristo me lo ha adquirido, de que la
Sociedad se ponga bajo su dirección. Tengo el derecho, en Jesucristo y por Jesucristo, de que la Sociedad sea
cristiana y católica, de que los Estado sean católicos. Como decía Luis Veuillot en una frase célebre: “Los
Pueblos tienen derecho de Jesucristo”. Este derecho es tanto más digno de respeto cuanto no le pertenece al
hombre, sino en la medida en la que Jesucristo mismo se lo dio al hombre.

72. ¿Qué actitud crean en la práctica los principios liberales en los espíritus?

El resultado directo del liberalismo es la anarquía o la tiranía. Es evidente el que la anarquía provenga del
liberalismo como una consecuencia se deriva de su principio. Repitámoslo por enésima vez: según las
Constituciones modernas, todos tienen derecho a pensar como quieran, y vivir como piensen. Y si el
pensamiento le sirve a cada uno como línea de conducta, sin el freno de la verdad objetiva, es evidente que se va
hacia el mayor desenfreno de espíritu y de obra. Por otra parte, la consecuencia fatal del liberalismo es la tiranía.
Más de una vez ya hemos hecho ver que para poner freno a todos los desenfrenos del espíritu, del corazón y de
la pasión, se acude a la voluntad general y se ha visto la obligación de hacer leyes, de modo que sólo la ley cree
el derecho. Pero si la ley representa la voluntad general del pueblo y si este pueblo está dirigido por una voluntad
mala, atea, impía, inmoral, ¿qué se puede esperar sino la tiranía? Se gobierna en nombre del Pueblo; y en
nombre del Pueblo se impondrán las injusticias más alarmantes y a menudo más caprichosas, Estas son las
consecuencias del liberalismo. La anarquía y el sovietismo descienden de él por línea directa. El liberalismo
acaba en la base con todo orden, sea en la Sociedad que sea.

73. Los Principios Modernos, ¿tienen alguna influencia en la salvación de las almas?

El Papa León XIII habla con estas palabras de una de las consecuencias del liberalismo: “Es incalculable el
número de almas que se condenan a causa de las condiciones que los principios del Derecho Moderno establecen
en los Pueblos”. Dése cuenta, por ejemplo, del mal causado por la sola libertad de prensa. Cuántas almas se
corrompen por la lectura de malos periódicos, las publicaciones inmorales e impías que abundan en todos los
países. Cuántas almas se condenan para siempre a causa de la protección que concede el derecho a todas las
publicaciones literarias, científicas, etc. Cuántas almas que ya se han condenado en este momento, no se
hubiesen condenado si no existiese esta maldita libertad de prensa. Lo mismo se diga de la libertad de
enseñanza. Y no es otra cosa sino esta libertad absoluta que benévolamente se concede a los que inventan los
desórdenes, la que les permite enseñar sus doctrinas y corromper los espíritus.

74. En la teoría que acaba de explicar, ¿no es verdad que queda de nuevo condenada la distinción entre tesis e
hipótesis?

Exactamente. Para darse cuenta del mal causado por el llamado liberalismo “católico” es necesario ponerse en el
punto de vista que se acaba de explicar. El tranquilizar y adormecer las conciencias, no impide que el mal exista,
pero sí impide que el bien se propague.

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DÉCIMA LECCIÓN. LOS CASTIGOS QUE DIOS MANDA A LOS PAÍSES Y NACIONES QUE
ABANDONAN AL SEÑOR

75. ¿Castiga Dios en esta vida a las Naciones culpables?

Es bastante difícil responder de manera clara y completa a esta pregunta. Entre los católicos impregnados de
liberalismo, no se acepta la teoría del castigo infligido a los países culpables.
76. ¿En qué se fundan los católicos para afirmar que la expiación tiene lugar en este mundo por las Sociedades?

La teoría en la que nos fundamos es la siguiente: los individuos que han cometidos faltas, pueden expiarlas en
este mundo. Si no los expían aquí, las expiarán en la eternidad. Los individuos serán castigados en la medida de
los pecados que hayan cometido, sea en el Purgatorio, reparando por ellos, o en el infierno, padeciendo
tormentos eternos. Las Sociedades en cuanto tales, no entran en la eternidad. Si se han hecho culpables,
solamente pueden ser castigadas en este mundo. Y puesto que su pecado es un pecado contra la justicia, éste pide
una reparación. Por esto, los países que han abandonado al Señor, deben expiar y reparar en esta aquí, en este
mundo, por lo que la Sabiduría de Dios debe infligir a los Pueblos los castigos conformes a sus designios
eternos.

77. ¿Cuáles son los castigos conformes a los designios eternos?

Los países y pueblos, como toda Sociedad, le deben a Dios, en estricta justicia, si son culpables, una reparación
y expiación. La medida de esta expiación, sobre todo cuando ésta debe tener su cumplimiento por medio los
castigos divinos, está en manos de la sabiduría y decretos divinos. Dios no está obligado a infligir un castigo
social por el hecho de que se haya merecido este castigo. Muy a menudo, puede decirse incluso que siempre,
Dios se Comporta con los pueblos según sus designios de misericordia y amor, guiado por su deseo de salvar a
las almas. En un castigo social, preparado, querido y puesto en acción por El, encontramos siempre la voluntad
salvífica de Dios. Por el castigo social, Dios quiere mover las almas y regresarlas a Sí. Por esta razón, no es fácil
conocer los proyectos eternos de Dios en el castigo con el que hiere a los países. Lo que debemos considerar es
que Dios puede castigar, que de hecho castiga, y que para evitar estos castigos es necesario que el Orden Social
entero se someta a Él.

78. Lo dicho parece justo. Pero, ¿pueden confirmarse estas enseñanzas con palabras y doctrinas enunciadas por
las Autoridades que gobiernan la Iglesia?

Los Papas y los Obispos hablaron muy claramente y sin lugar a duda pronunciaron su pensar. Escribía el Papa
Pío XI en su primera encíclica: “Mucho antes de que la guerra pusiera fuego a Europa, la causa principal de
tantos males obraba ya con una fuerza creciente, tanto por la falta de los particulares como por la de las
naciones; causa que el horror mismo de la guerra hubiese suprimido si todos hubiesen comprendido el
significado de estos terribles acontecimientos… A causa de haberse miserablemente separado de Dios y de
Jesucristo, los hombres han decaído de su felicidad pasada en este abismo de males; por la misma razón, todos
los programas que tramaban para reparar las pérdidas y salvar lo que queda entre tanta ruina, han caído en una
casi completa esterilidad. Como se excluyó a Jesucristo de la legislación y de los asuntos públicos, las leyes
perdieron la garantía de las sanciones reales y eficaces”… En su alocución consistorial de¡ 24 de diciembre de
1917, el Papa Benedicto XV declaró solemnemente: “Así como el desarreglo de los sentidos en otro tiempo
precipitó las más célebres ciudades en un mar de fuego, también en nuestros días la impiedad de la vida pública,
el ateismo puesto como sistema de pretendida civilización han precipitado el mundo en un mar de sangre”. El
mismo Papa en la misma alocución afirma que “las calamidades presentes no se acabarán hasta que el género
humano se vuelva hacia Dios”.

79. ¿Con qué castigos Dios aflige a las Naciones culpables?

Todas las calamidades que puedan conducir a los Pueblos a la reflexión sirven para el cumplimiento de los
planes de Dios. La guerra, las enfermedades, las catástrofes de toda clase y por encima de otra cosa, las
calamidades de orden intelectual y moral pueden afectarlos y conducirlos al arrepentimiento. Nuestro Señor
Jesucristo nos habla de todos estos males. Habla sobre todo del gran mal de la ceguera. Dirigiéndose a los judíos:
Este pueblo no comprenderá, decía, porque no puede comprender, y no puede comprender porque no quiere
comprender. Estas palabras deben comprenderse en el sentido de un castigo social. No hay nada peor como el ser
uno mismo la causa de su propio mal a causa de no querer comprender. Los Judíos -y Nuestro Señor les hizo el
reproche- no comprenden que El es el Mesías, el Hijo de Dios, siendo que para la Nación judía el único medio
de salvación es el reconocimiento y la profesión de la y Divinidad de Jesucristo. Sin embargo, el pueblo judío se
obstina en su firme voluntad de no comprender que esa es la realidad, y Dios le habla de esta manera: Oh pueblo
que eres mí Pueblo, sólo hay para ti un medio de Salvación: Jesucristo. Acéptalo y te salvarás. Y el Pueblo
responde: No quiero comprender que esa sea la realidad. Y Dios te replica: Puesto que no quieres comprenderlo,
acepto tu voluntad: no lo comprenderás. Este es el castigo que te doy. Lo mismo ocurre con la Sociedad Católica
de nuestros días. Para salvar el Orden Social y los Pueblos, éstos deben empezar por comprender que solo
Jesucristo es su Salvación. Pero no lo quieren comprender. Dios se conforma con su obstinada voluntad. No
comprenden, no ven, ni pueden ver en Jesucristo solo, su Salvación: tal es su castigo. A este punto de vista
general, se añaden muchos otros, de orden más especial, No se comprende que es necesario suprimir en el Orden
Social los principios del Derecho Moderno, las grandes libertades modernas. No se comprende la necesidad de
negársele a cada quien la libertad de opinión. No se comprende que es necesario, cueste lo que cueste, oponerse
a la invasión de los principios perversos y que se deba favorecer la sola verdad católica. No se comprenden una
gran cantidad de cosas. Todo esto denota el carácter y marca de un castigo que aflige los Países y los conduce a
su perdición. El Papa León XIII escribía en 1881: “Por una consecuencia fatal de la guerra hecha a la Iglesia, la
Sociedad civil se halla actualmente expuesta a los más graves peligros, puesto que las bases del Orden público
han sido tambaleadas, los pueblos y sus jefes no ven ante ellos sino amenazas y calamidades”. Y el mismo Papa
escribía también: “De todos los atentados cometidos contra la religión católica han venido y seguirán viniendo
sobre las Naciones los peores y más numerosos males”.

80. De esta manera, ¿acepta usted que Dios se sirve de los acontecimientos, desorganizaciones y desórdenes
sociales para castigas a los países?

Evidentemente Dios recurre a todos estos medios para hacerle sentir al hombre que Él, el Infinito y el Creador,
no necesita de nadie y que, al contrario, el hombre necesita de Dios. Así, los asuntos de orden económico pueden
contribuir enormemente a hacer comprender que si los desastres afligen a los países es para desapegar a los
habitantes de los bienes de este mundo y enseñarles que todas las riquezas dependen de Dios y no deben servir
sino a su amor. Las riquezas deben contribuir a mantener a Dios y Jesucristo en toda sociedad y, por
consiguiente, deben servir a establecer y desarrollar la Realeza Social de Jesucristo en el universo entero.

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UNDÉCIMA LECCIÓN. REMEDIO A LOS MALES ACTUALES

81. ¿Cuáles son los remedios a los grandes males que están desolando el mundo entero y cada país en particular?

A esta pregunta el Papa León XIII responde de una manera apremiante. He aquí las palabras con las que se
expresa: “Este es el secreto del problema: cuando un ser orgánico perece y se corrompe, es que ha cesado de
estar bajo la acción de las causas que le habían dado su forma y constitución. Para restablecerlo sano y vigoroso,
no es de dudar que se lo deba someter de nuevo a la acción vivificante de estas mismas causas. Ahora bien: la
Sociedad actual, en su loca tentativa de estar fuera del alcance de Dios, ha rechazado el orden sobrenatural y la
revelación divina; de este modo, se ha sustraído a la saludable eficacia del cristianismo, que manifiestamente es
la garantía más sólida del orden, el bien más fuerte de la fraternidad y la fuente inagotable de las virtudes
privadas y públicas… De este abandono ha nacido la turbación que encontramos actualmente. Esta sociedad
descarriada debe por consiguiente regresar al regazo del Cristianismo si le interesa su bienestar, su descanso y
salvación”. En otro lugar dice el mismo Papa: “Regresar a los principios cristianos y conformar con ellos toda la
vida, las costumbres y las instituciones de los Pueblos, es „una necesidad ‟ que cada día es más evidente. Del
desprecio en el que se han relegado estas reglas han venido tan grandes males, que sólo el hombre insensato
podría considerar, sin una dolorosa ansiedad, las pruebas del presente, o no prever sin temor las perspectivas del
futuro”.

82. ¿Hay medios eficaces para aplicar estos remedios?

Al venir Jesucristo sobre la tierra y confiarle Dios su misión, la finalidad era la salvación de los Pueblos de todos
los siglos. El Divino Maestro lo dijo: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. ¿Qué era el
mundo al momento de nacer Jesucristo? Todas las naciones y Pueblos, salvo el Pueblo judío, eran víctimas del
error, la impiedad y la inmoralidad del paganismo. En una palabra: el género humano era víctima del pecado y
por él se hallaba perdido. El hombre, que debía a Dios adoración, amor, reparación, reconocimiento, acción de
gracias y petición, ya no podía esperar de la justicia divina sino el golpe de la justicia. ¿Qué hace Jesucristo?
Quiere hacer al hombre capaz de dar dignamente a Dios sus deberes. Esta capacidad y este poder, único entre las
creaturas, Jesús-Hombre lo posee en sí mismo. Toma en sí mismo la totalidad del pecado del género humano y lo
repara; y le da al hombre la capacidad de adorar dignamente, de reparar dignamente, de dar gracias y pedir
dignamente. Dios castiga a Jesús. La justicia queda satisfecha y el mundo salvo. Los pueblos se posternan ante el
Crucifijo. Con Constantino, la Cruz sube al Trono, y Jesucristo, Rey de los Pueblos, preside los destinos de las
Naciones. Por su Inmolación y Sacrificio, Jesucristo ha salvado al Mundo. ¿Quién podrá pues salvar al mundo
de los males actuales? Solamente Jesucristo, por la aplicación de los méritos de su Pasión y Muerte tanto a las
Naciones como a los individuos.

83 ¿Cómo hará Dios eficaz este medio?

Aquí es lugar de entender y aplicar las palabras del Apóstol San Pablo: “Adimpleo ea quac desunt Passionum
Christi in carne mea, pro corpore suo quod est Ecciesia”. “Lo que en mi carne falta a las tribulaciones de Cristo,
lo cumplo en favor de su Cuerpo, que es la Ig1esia”. Las palabras del gran Apóstol son significativas.

84. Si, estas palabras son significativas, pero aún es necesario comprender su sentido. ¿Se puede decir que algo
le falta a la Pasión de Cristo?

Eso sería un grave error. Jesucristo satisfizo plenamente por todos los hombres pasados, presentes y futuros. No
se contentó con tomar sobre sí los pecados individuales de los hombres, ni con cargar sobre sí el gran pecado
social que consiste en la injusticia e injurias hechas a Dios que ya hemos explicado. Sino que en verdad tomó
sobre sí el pecado de la humanidad en la totalidad de su pecado. Según la doctrina del Apóstol San Pablo, Dios
lo constituyó pecado: “Tuni qui non noverat peccatum, pro nobis peccatum fécit”. Dios lo constituyó realmente
pecado en lugar de la humanidad culpable. Lo castigó porque vio en El el pecado que El asumió. Por su
Inmolación y su Sacrificio, Jesucristo cumplió la obra de la Redención, pero quiere unir a su acción la de las
almas que quieren con El redimir el mundo. De este modo se explican las palabras del gran Apóstol.

85. Parece querernos decir que ciertas almas se unen más estrechamente con la obra redentora de Cristo.

Este misterio lo revela el Apóstol San Pablo. Nos dice él que cumple para la Iglesia una obra que se relaciona
con la Pasión de Jesucristo. Puesto que la Pasión de Jesucristo ha convertido al Universo, si Jesucristo me pide
que haga míos sus sufrimientos, o más todavía, me inspira a que tome sobre mí, en parte, el pecado de la
humanidad que El tomó enteramente sobre sí, no puedo rechazar esta carga sino contribuir por ella a la salvación
de las Naciones.

86. En estas condiciones, usted considera la intervención de la creatura, esto es, del alma fiel, como necesaria a
la obra de Cristo.

No es necesario exagerar. Constatamos que existe una doctrina predicada por el Apóstol bajo la inspiración del
Espíritu Santo. Esta doctrina enuncia: por amor a Dios y a los hombres, Jesucristo se ha constituido pecado en
lugar de la humanidad. Dios, en lugar de castigar a los hombres, castigó a Jesucristo. El Apóstol San Pablo
interviene; declara que Jesucristo quiere tener asociados en su obra Redentora, es decir, almas que por amor de
Dios, de Jesucristo y de los hombres, se sometan como Jesucristo y con El a los sufrimientos de su Pasión. La
Pasión de Jesucristo pasa de alguna manera sobre ellos, para ser aplicada al mundo culpable.

87. ¿Esta inmolación con Cristo supone una gran intensidad de vida espiritual?

Es evidente que para reparar una falta cometida por el hombre culpable, es necesario presentarse ante Dios como
un alma que le está unida por la gracia y amor divinos. Cómo y con Jesucristo que sufre y muere, debe unirse
estrechamente con las tres Personas Divinas. Por esto, las almas que quieren practicar la corredención deben
aplicarse, en cierta medida, a la práctica de la vida espiritual y sobrenatural. Deben vivir de unión divina e
inmolación.

88. De esta manera, ¿exige usted algo más que la acción para llegar a este fin? Evidentemente. La acción
enteramente necesaria, pero la obra del alma que se une a Dios y se inmola en Jesucristo es también necesaria.
De ello hablaremos.

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DUODÉCIMA LECCIÓN. LA ACCIÓN

89. La acción, ¿es necesaria para la restauración del Orden Social?

Por supuesto. Debemos aplicar aquí las palabras de Jesucristo a sus Apóstoles: “Id al mundo entero, enseñad a
todos los Pueblos”. Jesucristo no dijo: Quédense en su lugar, hagan penitencia. Sino que dijo: “Vayan, enseñen”.
Así pues, obremos de palabra y por todos los medios que pueden hacer penetrar la verdad en las almas.

90. Además de la palabra, ¿existen otros medios para inculcar la verdad?

Evidentemente. Además, constatamos que los enemigos de Cristo recurren a otros procedimientos. Todo les
sirve, siempre que lleguen a su fin. Para apoderarse de la clase obrera recurrieron a obras adaptadas: las
cooperativas, los sindicatos, la creación de consejos de empresa, las células comunistas y otras obras de todo
género, los periódicos, las conferencias, los cursos, los carteles, la propaganda, etc. etc.

91. ¿Quién debe movilizar estos medios de acción? O en otras palabras, ¿quién está obligado a recurrir a estos
medios de acción?

Evidentemente que ante todo las Autoridades eclesiásticas. Desde el Papa Vio VI, los Papas se han esforzado en
inculcar al Clero y al pueblo los solos principios de Salud Social, pero no se les ha escuchado. Entre los obispos,
son más bien raros los que han aplicado en su diócesis los principios que, por su naturaleza, se dirigen al mundo
entero. Esto es lo que explica que apegándose a las necesidades de orden local no han contribuido, en la medida
que se hubiese podido esperar, a desarrollar y aplicar las directivas dadas para el mundo entero por los Sumos
Pontífice, con mayor razón, el simple Clero no ha podido entregarse a una acción viva y eficaz para instaurar a
Cristo en toda Sociedad y en todos los Países. Evidentemente es al Papa, Obispos y Clero a quienes compete la
misión de instruir y enseñar.

92. ¿No corresponde también a los seglares esta misión?

Es evidente que los seglares tienen que iluminar al prójimo y hacerle bien por una necesidad urgente de caridad,
tanto en el Orden Social como en el individual. El Papa León XIII lo dijo en estos términos: “La cooperación
privada ha sido juzgada por los Padres del Concilio Vaticano tan oportuna y fecunda que no han dudado en
reclamarla. Suplicamos por las entrañas de Jesucristo a todos los fieles -dicen-, sobre todo los que presiden y
enseñan, y les ordenamos que en virtud de la autoridad de este mismo Dios Salvador, unan su celo y sus
esfuerzos para alejar estos horrores y eliminarlos de la Santa Iglesia'(Const. “Dei Filius”, al final). Todos
recuerden que pueden y deben difundir la fe católica por la autoridad y el ejemplo, y predicaría por la profesión
pública y constante de las obligaciones que impone. Así, en los deberes que nos unen a Dios y a la Iglesia, hay
un gran lugar para el celo con el que cada uno debe trabajar, en la medida de lo posible, en la propagación de la
fe cristiana y refutación de los errores” (“Sapientiae Christianac”). También el Papa Pío XI se dirige a la
colaboración de los seglares. En su Encíclica “Ubi Arcano”, el Papa después de haber llamado a todas las Obras,
escribe a los Obispos: “Recuerden por otra parte, en atención a los fieles, que trabajando en las obras de
apostolado privado y público, bajo la dirección de ustedes y de su clero, para que crezca el conocimiento de
Jesucristo y que reine su amor, es como merecerán el magnífico título de raza elegida, sacerdocio real, nación
santa, pueblo redimido; es uniéndose estrechamente a nosotros y a Cristo para extender y fortificar por su celo
industrioso y activo el reino de Cristo, cuando trabajarán con mayor eficacia al restablecimiento de la paz
general entre los hombres”. Los Papas no pueden exponer con mayor claridad la doctrina, ni afirmar con mayor
energía su voluntad. Para una obra que les concierne tanto como la de la restauración del Orden Social en Cristo,
es necesario que los fieles se conviertan en el brazo derecho de los Obispos. En otros tiempos, para cumplir su
misión, la Iglesia contaba con la ayuda del brazo secular, es decir, con la autoridad civil del Estado. Habiendo
sido suprimida ésta, es necesario que los seglares católicos ayuden a la Iglesia, su Madre, y especialmente
contribuyan a devolverle, a Ella, a Jesucristo y a Dios, el lugar que les pertenece en el mundo.

93. ¿Cuál debe ser el fin inmediato de la acción?

El fin inmediato de la acción es la reforma de los espíritus. Según la mentalidad actual, no hay ni puede haber ni
verdad, ni error. En las inteligencias de tal modo infectadas, será necesario introducir las nociones fundamentales
de la existencia real de la verdad, de sus derechos así como las de la injusticia del error.

94. En ese caso es necesaria una lucha a muerte contra las teorías modernas, sobre la libertad y la legislación,
teorías que incluso algunos teólogos admiten.

Efectivamente, como ya hemos hecho notar, algunos católicos, quien por cortesía, quien por ignorancia, andan
de lleno a la luz de los principios modernos. Para dejar a salvo la fe católica, establecen que prácticamente toda
opinión tiene derecho a la existencia. Este es su modo de hacer apologética; parece que dicen a los incrédulos:
“Nosotros respetamos su fe, ustedes respeten la nuestra”. Además de las condenaciones de la misma razón, que
ya hemos expuesto, estos católicos olvid4n las condenaciones de autoridad, que los Sumos Pontífices han dado
contra los principios modernos. En su carta al Obispo de Troyes, Papa Pío VII condena formalmente la
introducción de las libertades modernas en la Constitución francesa. Expresa su dolor en estas palabras llenas de
angustia: “Un nuevo motivo de pena, que abate de nuevo nuestro corazón afligido, y que como lo confesamos,
nos causa un tormento, agobio y angustia externos, es el artículo vigésimo segundo de la Constitución. No sólo
se permite la libertad de cultos y de conciencia, para emplear los mismos términos del citado artículo, sino que
se promete apoyo y protección a esta libertad, y además, a los ministros de lo que se denomina „los cultos ‟. No
son necesarios muchos discursos, al dirigirnos a un obispo como vos, para haceros reconocer claramente la
moral herida que se le da a la religión católica en Francia con este artículo. Por el mismo hecho de establecer la
libertad de todos los cultos sin distinción, se confunden la verdad y el error y se pone en pie de igualdad las
sectas heréticas e incluso la perfidia judaica, con la Esposa santa e inmaculada de Cristo, la Iglesia, fuera de la
cual no hay salvación. Además, al prometer favor y apoyo a las sectas de los heréticos y a sus ministros, se tolera
y favorece no sólo sus personas sino también sus errores. Implícitamente esto es la desastrosa y para siempre
deplorable herejía que San Agustín menciona en estos términos: Afirman que todos los heréticos están en el buen
camino y dicen la verdad. Absurdidad tan monstruosa que no puedo creer que una secta la profese realmente”.
Nuestra admiración no fue menor cuando leímos el articulo vigesimotercero de la Constitución que establece y
permite la libertad de prensa, libertad que amenaza la fe y las costumbres con los mayores peligros y con una
ruina cierta. Si alguno lo dudase, la experiencia de los tiempos pasados bastaría ella sola para enseñárselo. Es un
hecho perfectamente constatado: esta libertad de prensa ha sido el instrumento principal que, primeramente ha
depravado las costumbres de los pueblos, luego ha corrompido y echado al suelo su fe, y finalmente ha suscitado
sediciones, turbaciones y revueltas. Estos desgraciados resultados serían aún de temer dada la malicia tan grande
de los hombres sí, lo que Dios no permita, se diese a todo el mundo la libertad de imprimir lo que se quiera”. Por
su parte escribía el Papa Gregorio XVI: “De esta fuente envenenada del indiferentismo vine esta máxima falsa y
absurda, o por mejor decir, este delirio: que se le debe procurar y garantizar a cada individuo la libertad de
conciencia; esta libertad absoluta y sin límites de opinión es un error entre los más contagiosos, al cual si se le
abre paso, se difundirá en todas partes para la ruina de la Iglesia y de] Estado: ¡y aún los hay que no temen
presentarlo como ventajoso a la religión! Qué muerte tan funesta para las almas es la libertad del error” decía
San Agustín. Cuando vemos que sí suprime todo freno capaz de mantener a los hombres en los caminos de
verdad (como ya estén naturalmente para su perdición inclinarlos al mal), creemos que en verdad ya se halla
abierto el pozo del abismo, del que San Juan vio subir un humo que oscurecía el sol, y salir ¡angostas que
devastaban la tierra. De ahí la poca estabilidad de los espíritus; de ahí la corrupción de la juventud que va
creciendo constantemente; de ahí el desprecio entre el pueblo de los derechos sagrados, de las cosas y leyes más
sagradas; de ahí, en pocas palabras, la plaga más funesta que pueda arruinar a los Estados, pues como lo prueba
la experiencia y nos lo enseña la antigüedad, para llevar a su destrucción a los Estados más ricos, poderosos,
gloriosos y prósperos ha bastado con esta libertad sin límites de opinión, la licencia de los discursos públicos y la
pasión por la novedad. A esto se añade la libertad de prensa, funestísima libertad, libertad execrable, a la que
jamás se le tendrá suficiente horror, y que algunos hombres se atreven con tanto estrépito y audacia a pedir y
extender en todas partes. Temblamos, Venerables Hermanos, al considerar que doctrinas tan monstruosas, o por
mejor decir, tales prodigios del error, nos rodean; errores que están siendo propagados a lo largo y ancho por una
multitud de libros, folletos y otras publicaciones, cierto que pequeños en volumen, pero enormes en perversidad,
de donde sale la maldición que cubre la faz de la tierra y hace derramar tantas lágrimas. Todavía los hay que, con
un enorme descaro, no temen decir con terquedad que el diluvio de errores que vienen de este mal, queda
compensado con abundancia por la publicación de algunos libros impresos para la defensa de la verdad y la
religión, en medio de esta montaña de iniquidades; como si . no fuera verdaderamente un crimen reprobado por
todo derecho, el cometer premeditadamente un mal cierto y grave, esperando que quizás se obtenga un bien.
¿Qué hombre sensato dirá que está permitido distribuir venenos, venderlos públicamente, de puerta a puerta, o
más aún, tomarlos, con el pretexto de que existe un remedio que algunas veces libró de la muerte a los que lo
consumieron?”. Las enseñanzas del Papa Pío IX son bastante conocidas para que no se insista en ellas. Bástenos
recordar las proposiciones condenadas por el Syllabus: Prop. 77.- “En nuestra edad no conviene ya que la
religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de cualesquiera otros cultos” (Aloc.
Weinovestrum”del 26 de julio de 1855). Prop. 78.- “De ahí que laudablemente se ha provisto por ley en algunas
regiones católicas que los hombres que allá inmigran puedan públicamente ejercer su propio culto cualquiera que
fuere” (Aloc. “Acerbíssiínum” del 27 de septiembre de 1852). Prop. 79.- “Efectivamente, es falso que la libertad
civil de cualquier culto, así como la plena potestad concedida a todos de manifestar abierta y públicamente
cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más fácilmente las costumbres y espíritu de los
pueblos y a propagar la peste del indiferentismo” (Aloc. “Numquam fore” del 15 de diciembre de 1856). El Papa
León XIII no es menos categórico en su enseñanza: “La libertad, ese elemento que perfecciona al hombre, debe
aplicarse a lo que es verdadero y bueno. La esencia del bien y de la verdad no pueden ser cambiada por el
hombre a su voluntad, sino que permanece siempre la misma, pues es inmutable lo mismo que la naturaleza de
las cosas. Si la inteligencia adhiere a opiniones falsas, si la voluntad escoge el mal y lo sigue, ninguna de las dos
llega a su perfección, sino que ambas decaen de su dignidad nativa y se corrompen. No se permite pues el
actualizar y exponer a los ojos de los hombres lo que es contrarios la virtud y a la verdad, y menos todavía,
amparar esta licencia bajo la tutela y protección de las leyes. No hay sino un camino para ir al cielo, hacia el que
todos nos dirigimos: el buen camino. El Estado se aparta pues de las reglas y prescripciones de la naturaleza si
favorece en tal medida la licencia de opiniones y acciones culpables que impunemente sea permitido apartar los
espíritus de la verdad y las almas de la virtud. Excluir a la Iglesia, que el mismo Dios estableció, de la vida
pública, de las leyes, de la educación de la juventud, de la verdad doméstica, es un grave y pernicioso error. Una
sociedad sin religión no puede ser controlada; y ya podemos constatar, quizás más de lo que se debería, lo que
vale en sí y en sus consecuencias, la llamada moral civil”. En su Encíclica “Libertas”, el mismo Papa León XIII
condena así las mismas libertades: “Hay otros liberales algo más moderados, pero no por esto más consecuentes
consigo mismos; estos liberales afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta
de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los
preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada. De esta doble afirmación brota la perniciosa
consecuencia de que es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado. Es fácil de comprender el absurdo
error de estas afirmaciones. Es la misma naturaleza la que exige a voces que la sociedad proporcione a los
ciudadanos medios abundantes y facilidades para vivir virtuosamente, es decir, según las leyes de Dios, ya que
Dios es el principio de toda virtud y de toda justicia. Por esto, es absolutamente contrario a la naturaleza que
pueda lícitamente el Estado despreocuparse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las
contradiga. Pero, además, los gobernantes tienen, respecto de 4 sociedad, la obligación estricta de procurarle por
medio de una prudente acción legislativa no sólo la prosperidad y los bienes exteriores, sino también y
principalmente los bienes del espíritu. Ahora bien, en orden al aumento de estos bienes espirituales, nada hay ni
puede haber más adecuado que las leyes establecidas por el mismo Dios. Por esta razón los que en el gobierno
del Estado pretenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de su propia institución y del
orden impuesto por la misma naturaleza. Pero, además, los gobernantes tienen, respecto de la sociedad, la
obligación estricta de procurarle por medio de una prudente acción legislativa no sólo la prosperidad y los bienes
exteriores sino también y principalmente los bienes del espíritu. Ahora bien, en orden al aumento de estos bienes
espirituales, nada hay ni puede haber más adecuado que las leyes establecidas por el mismo Dios. Por esta razón
los que en el gobierno de Estado pretenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de su
propia institución y del orden impuesto por la misma naturaleza. Pero hay un hecho importante, que Nos mismo
hemos subrayado más de una vez en otras ocasiones: el poder político y el poder religioso, aunque tienen fines y
medios específicamente distintos, deben, sin embargo, necesariamente, en el ejercicio de sus respectivas
funciones, encontrarse algunas veces. Ambos poderes ejercen su autoridad sobre los mismos hombres, y no es
raro que uno y otro poder legislen acerca de una misma materia, aunque por razones distintas. En esta
convergencia de poderes el conflicto sería absurdo y repugnaría abiertamente a la infinita sabiduría de la
Voluntad Divina; es necesario, por tanto, que haya un medio, un procedimiento para evitar los motivos de
disputas y luchas y para establecer un acuerdo en la práctica. Acertadamente ha sido comparado este acuerdo a la
unión del alma con el cuerpo, unión igualmente provechosa para ambos, y cuya desunión, por el contrario, es
perniciosa particularmente para el cuerpo, pues con ella pierde la vida. Para dar mayor claridad a los puntos
tratados, es conveniente examinar por separado las diversas clases de libertad, que algunos proponen como
conquistas de nuestro tiempo. En primer lugar examinemos, en relación con los particulares, esa libertad tan
contraria a la virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de que cada uno
puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad.
Porque de todas las obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos manda dar
a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la consecuencia necesaria de nuestra perpetua
dependencia de Dios, de nuestro gobierno por Dios y de nuestro orígen primero y fin supremo, que es Dios. Hay
que añadir además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud auténtica alguna, porque la virtud moral
es aquella virtud cuyos actos tienen por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último
bien de] hombre; y por esto, la religión, „Cuyo oficio es realizar todo lo que tiene por fin directo e inmediato el
honor de Dios‟ (S. Th. IMIM, qu. 81, a. 6), es la reina y la regla a la vez de todas las virtudes. Y si se pregunta
cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la
razón y la naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas
notas exteriores con las que la Divina Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de
tanta trascendencia, implicaría consecuencias desastrosas. Por esto, conceder al hombre esta libertad de cultos de
que estamos hablando, equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima
y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una
depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado. Considerada desde el punto de vista
social y político, esta libertad de cultos pretende que el Estado no rinda a Dios culto alguno o no autorice culto
público alguno, que ningún culto sea preferido a otro, que todos gocen de los mismos derechos, y que el pueblo
no signifique nada cuando profesa la religión católica. Para que estas pretensiones fuesen acertadas haría falta
que los deberes de1 Estado para con Dios fuesen nulos o pudieran al menos ser quebrantados impunemente por
el Estado. Ambos supuestos son falsos. Porque nadie puede dudar que la existencia de la sociedad civil es obra
de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en su forma, que es la autoridad; ya en
su causa, ya en los copiosos beneficios que proporciona al hombre. Es Dios quien ha hecho al hombre sociable y
quien le ha colocado en medio de sus semejantes, para que las exigencias naturales que el por sí solo no puede
colmar las vea satisfechas dentro de la sociedad. Por esto es necesario que el Estado, por mero hecho de ser
sociedad, reconozca a Dios como Padre y Autor y reverencie y adore su poder y su dominio. La justicia y la
razón prohíben, por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el indiferentismo del Estado en
materia religiosa, y la igualdad jurídica indiscriminada de todas las religiones”.

95. En estas condiciones, ¿qué ocurre con el trabajo de las elecciones?

En muchos casos, las elecciones sirven para el bien. Así, para dar a la Iglesia una Cabeza, se procede por vía de
elección. En muchos casos se recurre al mismo procedimiento. Pero hay una dificultad, que proviene
precisamente del hecho de que las elecciones que deben dar a un país, a las provincias, a las comunas, etc.,
legisladores y dirigentes, pueden poner como cabeza hombres inicuos que, por su acción se convertirán en
malhechores públicos y corruptores de almas. Ya hemos insistido bastante en la necesidad de colocar como
cabeza y base de todo Orden Social a Dios y Jesucristo. Ahora bien, la voluntad de un país de entregarse a Dios
se manifiesta por su legislación. Para estar conformes con la intención divina, todo país debe, por las elecciones,
expresar su voluntad firme de vivir para Cristo y servirle.
96. Entonces, en definitiva, ¿usted somete la política a Dios y a Jesucristo?

Ya lo hemos demostrado claramente: toda política debe estar sometida a Dios y a Jesucristo, del que depende
enteramente. Toda política tiene el deber de colocarse en el punto de vista del fin supremo de la vida y de todos
los actos privados y públicos: Dios.

97. Pero de este modo, ¿no se les acusará de hacer política desde el Púlpito Cristiano?

Las acusaciones que se dan contra la verdad y contra la misión que la verdad debe cumplir, nos importan muy
poco. Sin duda, son necesarias ciertas medidas de prudencia; pero no se puede, como ya se estableció,
transformar la prudencia en aprobación del error y en verdadera traición de la verdad. Y precisamente porque se
ha querido complacer a los que no quieren aceptar la dependencia entera de la política a Dios, se ha llegado a la
deplorable situación de hoy. Jamás tendría que haberse callado desde los Púlpitos y desde todo lugar que la
política debe ante todo estar sumisa a Dios y a Jesucristo. El silencio de los predicadores es lo que más desean
los que de ello se benefician. Es el medio para inculcar a los dirigentes e incluso a los súbditos principios
perniciosos. Debemos pues penetrarnos de la necesidad de dar a comprender, al público, su error en esta materia,
y hacer penetrar en todas partes y con cualquier motivo, la doctrina de la verdad. Así pues, en lugar de retroceder
por miedo a chocar contra ciertas convicciones, es necesario ver en ellas un estímulo para la lucha.

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DECIMOTERCERA LECCIÓN. RECAPITULACIÓN: LA FIESTA DE CRISTO REY

98. ¿Podría usted, para una mayor utilidad, resumir las verdades enseñadas en este catecismo?

Por supuesto. Estas son: 1º Dios es el Ser Supremo, sumamente independiente. Todo lo que existe fuera de Él, ha
sido creado por El y depende de Él con una dependencia suprema y absoluta. El es el único que tenga autoridad
y poder enteros sobre todas las cosas. No sólo todo depende de Él, sino que todo debe volver a Él como a su
único fin último. En pocas palabras, todas las Sociedades, Naciones y Estados deben dirigirse a Él como a su
Creador y Fin Supremo. 2º Jesucristo, el Hombre-Dios, de parte de Dios, ha recibido en su Humanidad todo
poder en el cielo y sobre la tierra. Tiene autoridad y poder sobre toda otra autoridad. Se halla revestido de un
verdadero poder real. La Iglesia y el Papa participan de este poder. 3º Es evidente que según lo dicho, todas las
constituciones de los Pueblos y su Legislación deben tener por base y cabeza a Dios, Jesucristo y la Misión de la
Iglesia. 4º Por la Declaración de los Derechos Humanos se ha suprimido de las Constituciones y Legislaciones a
Dios y a todo lo que es de Dios, y se le ha reemplazado el hombre divinizado. 5º La consecuencia de esta
sustitución ha sido la abolición de todo Derecho Divino y la sola profesión de los derechos humanos. Esto
significa el triunfo del laicismo, del ateísmo y de todos los errores que provienen como consecuencia lógica de la
Declaración de los Derechos Humanos. 6º Consecuentemente, de derecho, el hombre es supremamente
independiente. Debe gozar de todas las libertades: libertad de conciencia, libertad de enseñanza, libertad de
prensa, libertad de asociación, libertad de culto… Por una rara contradicción, puede crear leyes e imponerlas por
la fuerza. 7º Si no queremos sufrir un día los castigos divinos y padecer todas las catástrofes, es necesario que
lleguemos a abolir de las Constituciones de los Pueblos el Derecho, llamado moderno, y las grandes libertades
ya citadas. Para este fin, debemos usar estas mismas libertades que se nos otorgan para suprimirlas en el sentido
moderno de la palabra y para poder llevar a cabo todo el bien que sea posible. Debemos usar la libertad de
enseñanza para enseñar libremente a Jesucristo; emplear la libertad de prensa para hacer conocer la Verdad
divina que salva; hacer uso de la libertad de asociación para agruparse con objeto de procurar el bien de las
almas; debemos profesar de modo ostensible el culto del verdadero Dios. Debemos aprovechar estos pretendidos
derechos para hacer comprender a la gente y a las almas que solamente la verdad y el bien tienen derechos, y que
el error y el mal no los tienen. 8º De este modo todo volverá al orden y a la paz, porque todo estará de nuevo
sumiso a Dios y a su Cristo por medio de la Santa Iglesia. Las Naciones estarán unidas por los lazos de la justicia
y caridad en Cristo y bajo la dirección espiritual del Papa. Los Pueblos se constituirán en una verdadera Liga
Apostólica de Naciones: y el mundo será salvo.

99. ¿Cuáles fueron las intenciones del Papa Pío XI al instituir la Fiesta en honor de Cristo Rey?

El Sumo Pontífice quiso conmemorar, en una fiesta especial en honor de la Realeza de Jesucristo, el recuerdo de
todos los beneficios que el Hombre-Dios trajo a la humanidad, y especialmente el beneficio del Orden Social,
que es la condición para la paz interior y exterior de los pueblos. Basta con que oigamos la voz del Sumo
Pontífice al exponer él mismo su pensamiento. Todo comentario podría disminuir la fuerza y claridad de la
palabra pontificia. Estos son los términos en los que el Papa Pío XI instituyó la Fiesta que el mundo entero
celebra: “Para que estos deseados beneficios se recojan con mayor abundancia y adquieran una mayor
estabilidad en la sociedad cristiana, es de todo punto necesario la más amplia difusión posible del conocimiento
de esta regia dignidad de nuestro Salvador. Para este fin no hay medio más eficaz que la creación de una
festividad propia y peculiar de Cristo Rey. Porque para enseñar al pueblo las realidades de la fe y atraerle por
medio de éstas a los goces interiores del espíritu, las fiestas anuales de los sagrados misterios tienen una eficacia
mucho mayor que cualquier otra enseñanza, aun la más grave, del magisterio eclesiástico. Porque estas
enseñanzas son conocidas generalmente sólo por una minoría de fieles más instruidos que los demás; las fiestas
litúrgicas, en cambio, impresionan e instruyen a todos los fieles; los documentos del magisterio hablan una sola
vez, las fiestas de la liturgia, cada año y perpetuamente; las enseñanzas pontificias penetran en las inteligencias;
la liturgia, en la inteligencia y en el hombre entero. Porque, como el hombre es un compuesto de alma y cuerpo,
debe quedar impresionado y movido por las solemnidades externas de los días festivos de tal manera que con la
variada hermosura de los actos litúrgicos aprenda mejor las divinas enseñanzas y, convirtiéndolas en su propio
jugo y sangre, obtenga un provecho mucho mayor en la vida espiritual. Por otra parte, la historia demuestra que
las festividades litúrgicas fueron establecidas, sucesivamente, en el transcurso de los siglos, de acuerdo con las
necesidades o conveniencias del pueblo cristiano, como por ejemplo, cuando fue necesario robustecerlo frente a
un peligro común, defenderlo contra los envolventes errores de la herejía, animarlo y encenderlo con mayor
insistencia para que conociese y venerase con mayor devoción un determinado misterio de la fe o algún
beneficio particular de la divina bondad. Por esto, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles
sufrían una durísima persecución, se iniciaron las conmemoraciones litúrgicas en honor de los mártires, para que,
como dice San Agustín, las festividades de los mártires fuesen al mismo tiempo exhortaciones al martirio’. Y
cuando más adelante se concedió a los santos confesores, vírgenes viudas los honores litúrgicos, estos honores
demostraron una eficacia maravillosa para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en la
época de paz. Y fueron sobre todo las fiestas instituidas en honor de la Santísima Virgen las que contribuyeron a
que el pueblo cristiano no sólo rindiera un culto más religioso a la Madre de Dios, su poderosísima protectora,
sino también a que aumentase el amor de los fieles hacia la Madre celestial que el Redentor les había otorgado
como herencia. Entre los beneficios que hay que atribuir al culto público de la Virgen y de los santos, hay que
enumerar también el hecho de que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la epidemia
de los errores heréticos. En esta materia es forzoso admirar el designio de la divina Providencia, la cual, así
como del mal suele derivar el bien, así también ha permitido a veces el enfriamiento de los pueblos en la fe y en
la piedad, o asechanzas de las doctrinas falsas contra la verdad católica, con el resultado final, sin embargo, de
un nuevo esplendor para la verdad católica y un vigoroso renacer de la fe y de la piedad hacia muchos y más
altos ideales de santidad. Las fiestas incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido el
mismo origen y han producido idénticos frutos; y así, cuando sobrevino el enfriamiento en la reverencia y el
culto al Santísimo Sacramento, se instituyó la fiesta del ‘Corpus Christi’, para que con la solemnidad de las
procesiones públicas y las oraciones prolongadas durante toda la octava siguiente se reavivase en los fieles la
adoración pública del Señor. De la misma manera, la festividad del Sagrado Corazón de Jesús fue creada cuando
la triste y helada severidad del jansenismo debilitó y enfrió a las almas alejándolas del amor de Dios y de la
confianza en su salvación eterna. Y si ahora ordenamos a todos los católicos del mundo el culto universal de
Cristo Rey, remediaremos las necesidades de la época actual y ofreceremos una eficaz medicina para la
enfermedad que en nuestra época aqueja a la humanidad. Calificamos como enfermedad de nuestra época el
llamado laicisimo, sus errores y sus criminales propósitos. Sabéis muy bien, venerables hermanos, que esta
enfermedad no ha sido producto de un solo día, ha estado incubándose desde hace mucho tiempo en las entrañas
mismas de la sociedad. Porque se comenzó negando el imperio de Cristo sobre todos los pueblos; se negó a la
Iglesia el derecho que ésta tiene, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, de
promulgar leyes y de regir a los pueblos para conducirlos a la felicidad eterna. Después, poco a poco, la religión
cristiana quedó equiparada con las demás religiones falsas e indignamente colocada a su mismo nivel; a
continuación la religión se ha visto entregada a la autoridad política y a la arbitraria voluntad de los reyes y de
los gobernantes. No se detuvo aquí este proceso; ha habido hombres que han afirmado como necesaria la
substitución de la religión cristiana por cierta religión natural y ciertos sentimientos naturales puramente
humanos. Y no han faltado Estados que han juzgado posible prescindir de Dios, y han identificado su religión
con la impiedad y el desprecio de Dios. Los amargos frutos que con tanta frecuencia y durante tanto tiempo ha
producido este alejamiento de Cristo por parte de los individuos y de los Estados, han sido deplorados por Nos
en nuestra encíclica “Ubi arcano”, y volvemos a lamentarlos también hoy; la siembra universal de los gérmenes
de la discordia; el incendio del odio y de las rivalidades entre los pueblos, que es aun hoy día el gran obstáculo
para el restablecimiento de la paz; la codicia desenfrenada, disimulada frecuentemente con las apariencias del
bien público y del amor de la patria, y que es al mismo tiempo fuente de luchas civiles y de un ciego y
descontrolado egoísmo, que, atendiendo exclusivamente al provecho y a la comodidad particulares, se convierte
en la medida universal de todas las cosas; la destrucción radical de la paz doméstica por el olvido y la relajación
de los deberes familiares; la desaparición de la unión y de la estabilidad en el seno de las familias, y, finalmente,
las agitaciones mortales que sacuden a la humanidad entera. Nos albergamos una gran esperanza de que la
festividad anual de Cristo Rey, que en adelante se celebrará, acelerará felizmente el retorno de toda la humanidad
a nuestro amantísimo Salvador. Sería, sin duda alguna, misión propia de los católicos la preparación y el
aceleramiento de este retorno por medio de una activa colaboración; sin embargo, son muchos los católicos que
ni tienen en la convivencia social el puesto que les corresponde ni gozan de la autoridad que razonablemente
deben tener los que alzan a la vista de todos la antorcha de la verdad. Esta desventaja podrá atribuirse tal vez a la
apatía o a la timidez de los buenos, que se retiran de la lucha o resisten con excesiva debilidad; de donde se sigue
como natural consecuencia que los enemigos de la Iglesia aumenten en su audacia temeraria. Pero si los fieles,
en general, comprenden que es su deber militar con infatigable esfuerzo bajo las banderas de Cristo Rey,
entonces, infamados ya en el fuego del apostolado, se consagrarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e
ignorantes y trabajarán por mantener incólumes los derechos del Señor. Además, para condenar y reparar de
alguna manera la pública apostasía que con tanto daño de la sociedad ha provocado el laicismo, ¿no será un
extraordinario remedio la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey en todo el universo? Porque cuanto mayor
es el indigno silencio con que se calle el dulce nombre de nuestro Redentor en las conferencias internacionales y
en los Parlamentos, tanto más alta debe ser la proclamación de ese nombre por los fieles y la energía en la
afirmación y defensa de los derechos de su real dignidad y poder. Por lo tanto, en virtud de nuestra autoridad
apostólica, instituimos la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey y, ordenamos su celebración universal el
último domingo de octubre, es decir, el domingo inmediato anterior a la festividad de todos los Santos.
Asimismo ordenamos que en este día se renueve todos los años la consagración del género humano al Sagrado
Corazón de Jesús, que mandó recitar anualmente nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X. Este año, sin
embargo, queremos que se renueve la consagración el día 31 de este mes, día en que Nos oficiaremos un
solemne pontifical en honor de Cristo Rey y ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia.
No podemos clausurar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, „Rey inmortal de los
siglos‟, un más amplio testimonio de nuestro agradecimiento -interpretando la gratitud de todos los católicos-
por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico. No es
necesario, venerables hermanos, que os expliquemos detalladamente la causa que nos ha movido a decretar que
la festividad de Cristo Rey se celebre independientemente de otras festividades litúrgicas que en cierto modo
significan y solemnizan esta misma dignidad regia. Baste una advertencia: aunque en todas las fiestas litúrgicas
de Nuestro Señor el objeto material es Cristo, su objeto formal, sin embargo, es completamente distinto del
nombre y de la potestad real de Jesucristo. Y la razón de haber señalado el domingo como día conmemorativo de
esta festividad es el deseo de que no sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la Misa y el rezo del
oficio divino, sino que también el pueblo, libre de las preocupaciones diarias y con un espíritu de santa alegría,
rinda a Cristo el grandioso testimonio de su obediencia y de su sumisión. Nos ha parecido también que el último
domingo de octubre era el más apropiado para esta festividad porque con este domingo viene casi a finalizar el
ciclo temporal del año litúrgico; de esta manera los misterios de la vida de Cristo conmemorados durante el año
terminarán y quedarán coronados con esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los
Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Es, por tanto,
deber vuestro y misión vuestra, venerables hermanos, hacer que la celebración de esta fiesta anual esté
precedida, durante algunos días, de una serie de sermones en todas las parroquias, que instruyan oportunamente
a los fieles sobre la naturaleza, la significación y la importancia de esta festividad, para que inicien de esta
manera un tenor de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir con amor y fidelidad a su Rey,
Jesucristo”. Ad Maiorem Dei Gloriam

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