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Gestión en el Siglo XXI

Aprender con el cuerpo


¡Cuando yo empecé era mala, mala, mala!, pero tenía la capacidad de corregir los errores que me señalaba mi
profesor. Mi experiencia me ha mostrado que aprender es 10% talento y 90% práctica”.

Carolina Cussen nunca fue buena para la danza. Aunque le gustaba bailar, las
numerosas veces que quiso entrar a estudiar le dijeron que no servía porque tenía un
cuerpo muy grande para el ballet y le faltaba elongación. Sin embargo, decidió perseverar
en una disciplina que exige repetir ejercicios, seguir instrucciones, quemar etapas. Hoy es
una gran bailarina profesional.

Carolina era una de las alumnas más destacadas de la carrera de Ingeniería Civil, en la
Universidad de Chile. Cuando escogió estudiar esto, lo hizo por amor a la física y la
astronomía, y porque el programa de ramos comunes era suficientemente amplio. Pero
ya en primer año se dio cuenta que no iba a ser astrónoma.

“Desde que era muy pequeña me gustaba bailar e inventar coreografías, pero en
distintos momentos de mi vida, cuando quise estudiar danza, me dijeron “no sirves”; ni
siquiera califiqué como cheerleader en el colegio”, cuenta. Aunque le gustaba, esta
negativa no significó una mayor frustración en ese momento. “Dije: ‘ok, no sirvo’ y
decidí no estudiar arte ni baile, ya que no era buena”.

Pero la inquietud por el arte y el desarrollo creativo se mantuvo, porque además del gusto
personal, en su vida universitaria notaba que gran parte de las personas se vestía igual,
hablaba parecido y recorría un camino estándar. Eso no la satisfacía.

Hasta que en mayo de 1999, ya en el quinto año de carrera, vino el primer remezón. Se
fue por unas breves vacaciones a República Dominicana y, de pronto, se vio rodeada de
personas que bailaban por el puro placer de hacerlo. Así que se acercó al Gerente del
Hotel y le dijo “quiero trabajar acá”.

En ese tiempo seguía la rama de Ingeniería Industrial, era parte del Centro de Alumnos de esa Escuela y se desempeñaba
como ayudante de Investigación de connotados académicos como José de Gregorio y Patricio Meller. Se iba perfilando
hacia la docencia, la economía, la investigación. Sin embargo, después de volver a Chile a terminar el semestre aún en
curso, regresó a República Dominicana, y se quedó 6 meses trabajando como animadora del hotel organizando
actividades para los turistas, como campeonatos de voleibol, clases de español, aeróbica, etc.

Carolina se ofrecía para hacer todas las actividades que implicaran danzas: salsa, merengue, aeróbica, aqua-gym. Había
un cuerpo de bailarines que actuaba en los shows de noche. Carolina vivía con dos bailarinas brasileñas que le
enseñaban las coreografías. “¿Por qué no bailas con nosotras?”, le preguntaban. “Porque bailo mal”, respondía. Y ellas
replicaban: “¿Quién te dijo eso?”. Fue el empujón que necesitaba. Ahí declaró que iba a ser bailarina.

Regresó a Chile el año 2000 a terminar su carrera, pero ingresó al Centro de Danza “Espiral” a estudiar danza
contemporánea. Nuevamente, una de las profesoras le dijo que no tenía condiciones naturales, pero que mostraba tantas
ganas, entrega y pasión por el baile, que tenía que seguir. Eso fue clave. Esta maestra también hacía su curso en otra
escuela, donde además se impartía clases de flamenco. Y ahí descubrió su disciplina: pasión, zapateo, energía. Empezó a
tomar clases.

Pronto ocurrió un hecho clave en su posterior desarrollo: un viaje a Cuba en el año 2001. “En ese país se encuentran
algunas de las mejores escuelas de danza del mundo, así que decidí quedarme a vivir allá por un tiempo, a profundizar lo
que constituía mi base en el baile”, relata.

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Se quedó por dos años período en el que se inscribió en diversas academias de danza, incluyendo el Ballet Nacional de
Cuba (cursos para extranjeros). Por recomendación de otras bailarinas que vivían allá, se inscribió en ballet, flamenco
(tres compañías distintas, pero de una “escuela” similar), danza contemporánea, bailes cubanos, afro y yoga. Bailaba al
menos cinco horas diarias, todos los días. “Practiqué ballet porque constituye la base para aprender cualquier danza…es
como el cálculo para los ingenieros”, precisa.

“Dados los orígenes marginales del flamenco (gitanos del sur de España), las escuelas dependen más bien de las familias
que lo han practicado históricamente, por lo que se encuentran diferencias bien marcadas entre una y otra. Lo que sí
comparten son los tres elementos centrales: guitarra, baile y el ‘cante flamenco’. Por lo anterior, los estándares para
evaluar el desempeño del aprendiz siempre dependen del maestro”, señala Carolina.

“Para mí, las grandes leyendas en la historia del flamenco son Antonio Gades (en baile), Camarón de la Isla (en cante) y
Paco de Lucía (en guitarra), éste último responsable de que el baile se diera a conocer popularmente. También están
Carmen Amaya y Vicente Escudero, entre otros”, agrega.

“La danza es un arte en que uno tiene algo que decirle al espectador, y en este caso se dice con el cuerpo. Pero refleja
igualmente “el alma” del artista: la capacidad de producir en el público una emoción que, por lo demás, le es familiar:
dolor, ira, sensualidad, amor. Si hay una disciplina donde el cuerpo es el único medio para la expresión, ésa es la danza”,
indica.

A principios de 2004 Carolina volvió a Chile a dedicarse definitivamente a la danza. Para compatibilizar sus estudios con
su pasión, sólo ejerció como ingeniera en un trabajo de medio tiempo, lo que le permitió inscribirse en otra academia de
baile y estar disponible para entrenar.

“Yo soy muy persistente y trabajadora. Cuando mi maestra me corregía, yo le hacía caso y aprendía rápidamente a no
cometer de nuevo el error observado. Mientras aprendía, nunca cuestioné a la profesora. De todas formas, la danza tiene
algo de lógica para conectar lo que te enseña la maestra; creo que en eso mi formación de ingeniera sí me ayudó”,
reconoce.

La disciplina

Quienes practican artes marciales o danza saben que una parte central del aprendizaje ocurre en el cuerpo, y que lo que
les permite aprender no es sólo “entender” conceptualmente cómo desempeñarse. Y es que en todo tipo de disciplinas,
incluyendo las matemáticas y la poesía, el alumno repite rigurosamente los ejercicios que le da el maestro, puesto que el
aprendizaje requiere siempre de recurrencia. En el caso de la danza, se necesita repetir posturas, movimientos, gestos,
formas de respiración, tonos de voz e interacciones con otros cuerpos; primero de forma simple y en un ambiente
protegido, pero luego en situaciones cada vez más reales y complejas.

Carolina explica que el aprendiz que se inicia en la práctica del flamenco, sigue una rutina de ejercicios estándar:

Calentamiento
Movimientos con pies
Movimientos con brazos
Coordinación de pies con brazos

A medida que avanza de nivel, los movimientos se tornan más complejos, pero la secuencia de entrenamiento es similar.
Acá lo principal es observar al maestro, seguir sus instrucciones y tomar en cuenta sus correcciones. “Esto ha sido
determinante en mi aprendizaje”, señala.

Resume y reflexiona: “la clase consiste en una serie de ejercicios que los alumnos deben ir repitiendo: calentamiento,
pasos, series rítmicas (palmas, pies), taconeos y pasos de baile. Mi experiencia me ha mostrado que aprender es 10%
talento y 90% práctica; ¡cuando yo empecé era mala, mala, mala!, pero tenía la capacidad de corregir los errores que me
señalaba mi profesor”. Señala que es crucial tomarle el peso a que quien está al frente ha hecho cientos de veces lo que
ahora está enseñando, y ha encontrado mejores maneras de hacerlo, en equilibrio con su propio cuerpo.

Para Carolina, el esfuerzo, la tenacidad y la repetición son centrales para el aprendizaje, especialmente en una disciplina
como el flamenco.

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De aprendiz a maestra

A mediados de 2005, una de sus primeras maestras se vino a vivir a Chile. Era Gladys Acosta, ex primera bailarina de
Ballet de Cuba. Casi un año después, Carolina decidió instalar su propia escuela de danza, asociada con Gladys. Así es
como en marzo de 2006 formaron “La Academia”, que hoy cuenta con 250 alumnos y un staff de 5 profesores.

La sala de baile consta de un piso de linóleo (que también puede ser de madera). Normalmente, los hombres usan traje y
las mujeres vuelos, flores, peineta. Los zapatos tienen clavos en la punta y en el tacón, para que suenen durante el
“taconeo”.

En su Academia, los alumnos se agrupan en clases por niveles: Infantil” (entre 4 y 10 años de edad, con dos subniveles);
“Básico”, “Nivel 1”, “Nivel 2”, “Nivel 3”; y “Profesional”. Pero la declaración de los niveles depende de cada escuela.

“Hay alumnos principiantes que llegan cuestionando mis decisiones en la clase, o que creen que saben y no toman en
cuenta mis correcciones, como si fuera una crítica o un ataque personal. Así es imposible que se desarrollen y aprendan
de esta disciplina”, sentencia.

Algunos principios posturales son mantener los codos arriba –imitando los cachos del toro–, las rodillas semi flectadas y el
pecho hacia afuera. Además, Carolina declara algunas reglas de comportamiento en su sala, que pide a los alumnos que
se comprometan a seguir:

El que llega tarde no puede ponerse en primera fila.


El alumno acepta la evaluación de la maestra y sus correcciones.
Nadie taconea mientras la profesora habla o da indicaciones.
Se respeta el espacio físico de quien esté al lado, especialmente en los ejercicios con brazos.

Ella entrena en la semana 10 horas de flamenco y 5 horas de ballet, más las 12 horas de clases que dicta. Es un trabajo
intenso. Comenta que, con la práctica, los pasos se vuelven orgánicos; se comienza a conocer el propio cuerpo y resulta
cada vez mejor. Es una de las disciplinas en que la tolerancia a la frustración es crucial. “Con el paso del tiempo logras
sacar tu propia personalidad y estilo. De todas formas, existe un grado de libertad en la práctica del flamenco, siempre y
cuando conozcas bien sus raíces”, aclara.

La lectura es parte importante del cultivo de esta disciplina, para así conocer sus orígenes y evolución. “A mis alumnos les
recomiendo lecturas sobre las raíces del flamenco. También que vean videos de bailaores y bailaoras”, dice Carolina.

Los 5 Niveles de Aprendizaje del Flamenco

Etapa 1: Novicio

El alumno repite exactamente los movimientos que le señala el maestro, una y otra vez.
Aprende a conocer los “palos” (ritmos) del flamenco más planos o sencillos: tango flamenco, rumba flamenco.
Si se está bailando con un guitarrista en vivo y éste se equivoca, el alumno novicio se confunde y se detiene, al no
poder salir del paso. De todas formas, en los inicios se practica mayormente con música grabada, no en vivo.
Después de un mes, recién estará en condiciones de coordinar los pies con los brazos.

Etapa 2: Principiante Avanzado

El alumno empieza a reconocer en los pasos la intención del baile: más solemne, más alegre, más sensual.
Aún requiere de las instrucciones del profesor para bailar adecuadamente una danza estándar.

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Etapa 3: Competente

Es capaz de bailar las coreografías montadas (pre ensayadas) con cierta autonomía.
De todas formas, al entrenar sigue repitiendo la secuencia de pasos estándar.
Si el guitarrista se equivoca durante la ejecución, el bailaor competente se va a dar cuenta que algo está saliendo
distinto, pero no va a improvisar con fluidez. Lo mismo es válido si se le olvida algún paso. Debe detenerse y
recomenzar.
A algunas personas se les nota en la cara cuando ha ocurrido un quiebre, pero eso depende harto del carácter y
estado de ánimo de cada alumno, no sólo de su nivel de aprendizaje.

Etapa 4: Perito

Ante un error en la música u olvido del paso, se da cuenta automáticamente de qué es lo que está fallando, e
intentará improvisar marcando el ritmo con la muñeca o los pies, mientras empalma de nuevo en el paso siguiente.
‘Actuación solidaria’: si uno se equivoca, el otro se adapta y lo sigue.
Hay un sinnúmero de posibles distracciones durante la actuación: el celular que suena, la guagua que llora, flashes
de las cámaras, piso resbaloso, luces equivocadas; ante algo así, aunque se distraiga, el Perito mantiene la
concentración en su actuación.

Etapa 5: Experto

Es capaz de improvisar dentro de la estructura.


Aunque se “equivocara”, nadie se va a dar cuenta, porque automáticamente su cuerpo restituyó una rutina
totalmente consistente y armónica con la música y el cante.
Las distracciones ni siquiera se le aparecen.

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