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“Cuentos para adultos…que quieren ser felices”

El directivo, su mujer, su coach y su amante.

Érase una vez la historia de un coach, su amante, un directivo y su mujer. No,


perdón. La historia trata sobre una mujer, su coach, el directivo y su amante.
¡Oh, no, no! Vamos a empezar otra vez. Esta es la historia de la amante de la mujer
del directivo, que tenía su coach. No, no, no…esto es más difícil de lo que pensaba. La
historia realmente es sobre un directivo, su mujer, su coach y su amante. Pero ¿De
quién es el coach, de la mujer o del directivo? ¿Y el amante?
¿Es la amante del coach, el amante de la mujer o la amante del directivo?
¡Vamos a ponernos serios! El directivo tenía un coach. Y también la mujer tiene que
ver con el directivo…Vamos, que estaban casados. ¡Bien! Ya sólo nos queda por ubicar
el o la amante. El directivo tenía una aventura con una mujer, su amante.
¡Fabuloso! Ya nos hemos aclarado. Ahora podemos empezar a contar la historia de
estos cuatro personajes.
El directivo se llamaba Pedro. Era un hombre joven, de unos 34 años, con una
carrera muy prometedora. Entró en el banco con 25 años, y fue escalando sin cesar
en diversos puestos, con una creciente responsabilidad. Era un hombre muy técnico,
que conocía muy bien el negocio y los engranajes de aquel enorme banco. Por tanto,
era un hombre de plena confianza de la dirección. Trabajaba muchas horas al día, y
llevaba casado 5 años con su mujer, que se llamaba María.
Pedro tenía un problema como directivo. Era un hombre temperamental, que perdía
fácilmente los nervios. Era muy nervioso y al mismo tiempo extremadamente
perfeccionista. Por eso, cuando los miembros de su equipo cometían errores,
rápidamente su piel enrojecía, y una gruesa vena emergía en su sien derecha, en
señal de máxima tensión. Cuando sus colaboradores observaban esos dos síntomas,
empezaban a temblar. Sabían que de un momento a otro iba a levantarse y a
abroncar a uno de ellos, cuando no a todos a la vez. Su equipo le tenía pánico. Eso sí,
cuando había vomitado sus demonios,

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entraba otra vez en estado de calma, y volvía a su mesa para continuar con toda
normalidad su trabajo.
El director del departamento, que era un hombre preocupado por la gente,
frecuentaba esa jefatura y charlaba con los empleados, así como con Pedro. Y
rápidamente detectó que el ambiente era irrespirable allí. Los empleados no se
atrevían a hablar, sólo se remitían a lo que dijera su jefe Pedro, y cada vez que Pedro
se acercaba a ellos, el director percibía que los empleados miraban hacia abajo, como
acongojados. Como era muy intuitivo, el director del departamento comentó sus
impresiones a Pedro. Pedro lo negaba todo, defendía que él era muy exigente con
su gente y que sus resultados le avalaban. El director del departamento comenzó
a insistir hasta que Pedro comenzó a enrojecer. Los empleados, a varios metros de
distancia, contemplaban la escena y anticipaban lo que iba a suceder en cuestión de
2 minutos. Miraban con enorme atención hasta que la famosa vena apareció en su
sien. Y entonces Pedro estalló con su director. Empezó a gritarle, levantándose de
su butaca y señalándole con el dedo. El director, perplejo, se levantó y se marchó
asustado y desencajado. Pedro se sintió vencedor, como si nadie pudiera entrometerse
en su reino.
Pero ese comportamiento le provocaba enormes problemas a Pedro. Su equipo, por
más que Pedro insistiera, no funcionaba a pleno rendimiento. Eran muy
dependientes de él, y todo lo tenía que controlar, hasta el último detalle. Alguno de sus
colaboradores pidió la baja por depresión, ya que Pedro seguía creciéndose en su
reino y ya comenzaba a insultarlos de forma intolerable.
Hasta que llegó el día que le comunicaron por e-mail que la empresa había
decidido asignarle a un coach. Pedro no sabía mucho del coaching, algo había leido
pero no estaba muy abierto a las nuevas tendencias. Además, inmediatamente pensó
que la empresa le había asignado a un coach porque estaba causando muchos
problemas. Los colegas de otros departamentos también se habían quejado en
numerosas ocasiones de la falta de respeto de Pedro hacia ellos, ya que les increpaba
y presionaba con dureza. Pedro defendía su postura diciendo que era la única persona
honesta de la empresa. Decía que había demasiado “mamoneo” en aquel banco, y que
había poquísimas personas que fueran realmente profesionales. Por supuesto, él era
intachable.
La cuestión es que Pedro no se callaba nunca lo que pensaba. Era como si sus
pensamientos se convirtieran de inmediato en palabras, sin filtros. Su sentido

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de la honestidad y la sinceridad eran muy radicales, y chocaba constantemente con


muchas personas que en la empresa eran más cautos, prudentes o simplemente
respetuosos o empáticos. El decía que todos eran unos hipócritas y se enorgullecía de
ser un Quijote contemporáneo.
Sin embargo, Pedro fue amargando cada vez más su carácter. Y cuando le comunicaron
que le asignaban un coach, cogió un cabreo monumental y escribió un e-mail al
director de Desarrollo y Formación, con copia al Director General y al Presidente por
supuesto, diciéndole que no iba a seguir el proceso, y que no quería ni necesitaba un
coach.
Pero la empresa impuso a Pedro el coaching y tuvo que aceptarlo a regañadientes. Así
fue como Pedro conoció a su coach, un hombre de 38 años llamado Ricardo. Era un
coach de gran experiencia e intuición, había trabajado ya con numerosos directivos de
muchos sectores, y había llamado la atención del Presidente del banco porque su
hija, que trabajaba en una empresa de seguros, había transformado radicalmente su
vida profesional gracias a su proceso de coaching, precisamente realizado por Ricardo.
El Presidente no sabía muy bien qué había hecho Ricardo con su hija, pero ahora la
veía feliz trabajando como decoradora independiente, mientras que en los años
anteriores la notaba siempre triste y desanimada.
Pero sigamos con nuestra historia. Ricardo había analizado un informe de evaluación
sobre Pedro, que habían realizado de forma anónima 4 de sus colaboradores, 3
colegas de otros departamentos del banco, y el propio director del departamento. El
informe era demoledor. Pedro salía muy malparado en casi todas las competencias
evaluadas, y especialmente en la competencia “Autocontrol y equilibrio”. Todos los
que le habían evaluado le habían calificado bajísimo, con una media de 2 sobre 5.
Ricardo se dijo que tenía mucho material sobre el que trabajar con su nuevo cliente.
Y llegó el día de la primera sesión. Ricardo se había citado con Pedro en una sala de
juntas en el edificio del banco. Llegó como era su costumbre un cuarto de hora
antes, para analizar la sala, y hacerse a ella. Ricardo sintió alivio cuando entró
porque era una sala muy agradable, con grandes ventanas al exterior, desde donde
se vislumbraba la gran ciudad. Además, había una mesa ovalada que no agobiaba,
porque no era demasiado grande para la sala, muy amplia y espaciosa. Se colocó en
el extremo más cercano a las ventanas, en la zona

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curvada de la mesa, y se sentó en la butaca para probarla. Era cómoda,


afortunadamente. Ricardo siempre solía preparar la sala para cuando su cliente
acudiera. Eso le permitía liderar la reunión desde el primer momento, con el fin de
evitar actitudes defensivas de su cliente. Muchas veces, se sentaban siempre en el lado
opuesto a él, con la mesa de por medio, en señal de desconfianza y distancia. En
esos casos, Ricardo directamente les invitaba a sentarse en un determinado sitio,
frente a él pero evitando la mesa como obstáculo de comunicación entre ellos.
Cuando su nuevo cliente Pedro entró sonriente en la sala y le saludó, tuvo la
sensación de que había entrado un gran gorila dándose golpes en el pecho. Pero sintió
que había cierta química entre ellos. Fue muy fácil, por ejemplo, que Pedro se
sentara junto a él. Actuaba de manera muy cordial y abierta, y esto facilitó los
primeros minutos de la conversación.
- Pedro, supongo que sabes que todo lo que vamos a hablar en estas sesiones es
confidencial -Dijo Ricardo con voz pausada.
- Sí, sí, ya me lo han dicho.
- Y también quería aclararte lo que es el coaching, aunque ya habrás oído o leído
cosas.
- Tengo una idea, y además me enviaron de aquí, de la empresa, un documento
que lo describía.
- Perfecto. Bueno, para que no haya dudas, yo no soy un experto que viene a
decirte lo que tienes que hacer, o a darte las soluciones mágicas. Yo lo que
haré es, a través de preguntas, ejercicios o reflexiones, que tú encuentres tus
propias respuestas y llegues a tus soluciones. Porque parto de la base de que
tú eres quien mejor te conoces a ti mismo, y además las decisiones las tienes
que tomar tú, no yo.-Concluyó Ricardo.
- Lo entiendo…sí.
Ricardo se sentía cómodo con Pedro. Aunque notaba algo que le inquietaba. Por eso, se
animó a preguntarle sobre su opinión sincera sobre su proceso de coaching.
- Una cosa, Pedro. Quería preguntarte ¿Qué opinas de que tu empresa te haya
puesto un coach?
Pedro no tuvo que pensarlo. Ya sabemos que una característica de la personalidad
de Pedro era la excesiva sinceridad.

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- Me parece un castigo. Es como si me dijeran que no valgo, que soy


problemático, y como ellos no pueden conmigo, me envían a un coach como
último recurso. O sea, que soy un caso perdido, vamos. De hecho, si los
resultados del coaching no son buenos, no me extrañaría que me
despidieran.
Ricardo ya había pasado por esta situación. Algunas empresas no entendían
realmente qué era el coaching, y muchas veces lo utilizaban para solucionar casos
problemáticos que no sabían resolver ellos mismos. Ricardo se lamentaba de esa
distorsión, puesto que él pensaba que el coaching no servía para arreglar a las
personas, sino para potenciarlas.
Durante unos diez minutos estuvo intentando convencer a Pedro de esta idea, para
que afrontara el proceso de esta manera, como una oportunidad para crecer
profesional y personalmente. Finalmente, Pedro decidió que aprovecharía la
oportunidad. Él también se sentía cómodo con la sinceridad y transparencia de
Ricardo. Parecía que hablara su mismo lenguaje. Y aunque la intención inicial de su
empresa y de sus jefes era perversa, él decidió confiar en Ricardo y trabajar duro
consigo mismo. En ese momento, Ricardo supo que ya podían empezar a analizar el
informe de evaluación de Pedro. Dedicaron una hora a revisarlo profundamente,
juntos. Pedro iba descubriendo la dureza de las calificaciones de sus propios
compañeros, de los miembros de su equipo, de su jefe directo. Y su rostro parecía
cada vez más desencajado. Aunque se esperaba algunas cosas, desde luego no esperaba
tal dureza en la puntuación de casi todas las competencias. Ricardo le dejaba espacio,
para que pudiera ir asimilando los resultados, lo escuchaba con atención y de vez en
cuando le preguntaba cómo estaba.
Finalmente, cuando repasaron el informe completo, Ricardo le hizo una pregunta
directa:
- ¿Qué es lo que quieres trabajar de todo esto?
Ante esta pregunta, Pedro se echó hacia atrás en la butaca, mirando el informe con el
rostro aún desencajado. Respiró hondo y miró a Ricardo con ojos penetrantes.
- Yo creo que está claro, Ricardo…Lo peor que me ha salido es el autocontrol
y equilibrio. Y además, es que lo sé. Ya lo sabía. De hecho, me ha creado muchos
problemas y malos ratos mi tendencia a decir las cosas

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como son. Pero la verdad es que no sé cómo hacerlo. Porque no estoy


dispuesto a callarme, eso desde luego. Además, es que no podría, de
verdad. Es mi carácter, yo siempre he sido así.
- ¿Qué es lo que quieres conseguir, entonces, respecto al autocontrol?-
Insistió Ricardo.
- Decir las cosas sin crear tantos conflictos y tantos enemigos. Sí, eso es lo que
me gustaría. Pero no sé si es posible.
Ricardo estaba satisfecho de la sesión. Notaba a Pedro cansado y no quiso
presionar más. Había detectado claras limitaciones en el lenguaje de Pedro. Pero
era demasiado complejo abordarlo en ese momento. Concluyó la sesión invitándole
a que pensara qué primer pequeño paso podía dar para avanzar en su objetivo. Como
Pedro estaba bloqueado, su coach le pidió que cuando lo tuviera claro le enviara un
e-mail detallando la primera acción que había pensado. Y así terminó la primera sesión
de coaching.
Cuando Pedro se fue, Ricardo se quedó en la sala reflexionando sobre la sesión. Y
escribió algunas notas en una ficha-resumen donde acostumbraba a escribir lo más
importante de cada sesión. Ricardo se sentía motivado ante este reto, porque a pesar
de su bloqueo, Pedro quería trabajar. Y había mucho potencial para mejorar.
Escribió en sus notas que Pedro quizá llevaba algunos de sus valores al extremo,
como por ejemplo la honestidad, y que tal vez le iría bien realizar un ejercicio para
identificar sus valores principales. Por otro lado, había revelado claras ideas
limitadoras sobre sí mismo, como cuando dijo “Es mi carácter. Yo soy así”.
Después, miró por la ventana y se sorprendió de que ya estaba anocheciendo.
Decidió marcharse a casa.
Pasadas tres semanas, Ricardo y Pedro volvieron a verse para continuar con el
proceso de coaching. Era la misma sala, la misma hora, la misma forma de entrar
de Pedro, como un gran gorila. También se sentaron exactamente en la misma
posición, uno frente al otro sin la mesa como obstáculo, y junto a los grandes
ventanales de la sala. Antes de este encuentro, habían intercambiado varios e-mails.
Pedro parecía haber encajado muy bien con Ricardo y le contaba con toda confianza
sus dudas y los errores que fue cometiendo durante esas tres semanas. Que si un correo
incendiario del que se arrepintió a los cinco minutos de enviarlo, que si una bronca a
uno de sus colaboradores, que si un conflicto telefónico con un colega de otro
departamento. Ricardo valoraba muy

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positivamente que Ricardo estuviera tomando mucha conciencia de sus errores, y a


través de preguntas por e-mail le invitaba a reflexionar sobre las consecuencias de
esos errores. Pedro recibía todos sus comentarios y preguntas de forma muy positiva,
así que la relación se había convertido en muy fluida y frecuente.
Pedro se había comprometido a parar y pensar durante 5 minutos cómo quería
comportarse ante cualquier conversación conflictiva que tuviera que afrontar. Esta
breve parada le había servido sólo en una ocasión para ir con más calma y resolver la
conversación con el responsable de pymes del banco de forma más civilizada de lo
habitual. Pero en otras ocasiones esa parada no le había servido. Había ido con muy
buenas intenciones, pero rápidamente se dejaba llevar por la ira y terminaba gritando
y generando un conflicto. Pero al menos, según pensaba su coach Ricardo, ya estaba
planteando una acción concreta para controlar su temperamento, y además le había
funcionado una vez. Era un pequeño éxito, según Ricardo, al cual debía darle mucha
importancia. Pedro no lo veía así, pero como confiaba plenamente en su coach, lo
aceptó.
Como decía, estaban los dos en la sala de nuevo, tres semanas después, y Ricardo
empezó la sesión:
- Bueno, lo primero, quiero felicitarte porque estás trabajando un montón para
mejorar tu autocontrol y has estado muy proactivo durante estas tres
semanas. Recuerda lo importante que es el hecho de tomar conciencia de
los momentos en que te comportas de forma agresiva, y de sus consecuencias.
- Bueno, supongo que si he sido así durante treinta y cuatro años, no voy a
cambiar en dos días.
- ¡Claro que no! Este es un tema que puede llevarte meses, e incluso años.
No te engaño.-Dijo el coach.
- Ya…pero…Ricardo. Yo…
Ricardo percibió algo raro en su tono de voz, y en sus palabras dubitativas.
- ¿Qué me quieres decir, Pedro?
- Esto es confidencial ¿No?-Dijo Pedro.
- Por supuesto, ya lo sabes.

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- Verás, hay algo que me preocupa mucho, pero la verdad es que no tiene nada
que ver con el trabajo. No sé si contártelo. Seguramente sea una estupidez,
…Bah, déjalo.-Pedro miraba hacia abajo, inquieto.
- Eso que dices, aunque no sea un tema de trabajo, ¿Afecta a tu
rendimiento?- Preguntó inteligentemente Ricardo.
- Por supuesto que sí, afecta y muchísimo. De hecho, en las últimas semanas me
está matando.-Respondió Pedro.
- Entonces, si tú quieres, es perfectamente normal que lo quieras plantear en el
coaching.
Pedro miró directamente a su coach. Se rascó la frente con su mano izquierda, con
nerviosismo y entonces decidió abordar el asunto:
- Ya te conté que estoy casado, y que tengo dos hijos.
- Sí, lo sé.- El coach no entendía este comentario, estaba realmente perdido.
- Bueno…pues, es que tengo una amante.
Ricardo trató de controlar su lenguaje no verbal, porque interiormente estaba
perplejo. No podía creer lo que estaba escuchando. Y era una sesión de coaching,
supuestamente para hablar de objetivos, de habilidades, de acciones para mejorar y
avanzar en esos objetivos. Y de pronto los subterfugios del alma humana aparecían de
repente. Y era evidente que algo así podía perturbar la concentración en el trabajo
de su cliente. Pero la situación provocaba en él enormes dudas sobre si estaba
realizando bien su trabajo. No obstante, decidió continuar por el camino que había
iniciado su cliente.
Pedro siguió hablando, al comprobar que su coach no se escandalizaba. Al contrario, se
sorprendió al ver a Ricardo tranquilo, sin alterarse. Parecía que ya se había encontrado
en muchas ocasiones con esta situación en sus sesiones de coaching, pensaba Pedro.
- Sé que no es un tema de trabajo, pero necesito saber qué hacer. Es algo que
me tiene totalmente descentrado. Al final dedico mucho tiempo y energía a
este asunto, y noto que estoy cometiendo errores infantiles en el trabajo que
nunca había cometido. Me tiene realmente preocupado. Entiéndeme, yo
quiero a mi mujer, pero llevamos 6 años casados, y hemos perdido la pasión.
Ella se ha ocupado de los niños durante estos años, esa ha sido su prioridad,
y no se lo reprocho. Pero yo tengo mis

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“Cuentos para adultos…que quieren ser felices”

necesidades, ¿Me comprendes? Y apareció en mi vida esta chica, por cierto


se llama Susana, y…bueno. Es un ángel, me salvó la vida porque estaba
desesperado. Fue hace dos meses. Tiene veintidós años y no puedo dejarla, no
puedo. La deseo demasiado. Pero tengo miedo. Tengo miedo de que todo se
vaya al carajo, ¿Me comprendes? Todo por lo que he luchado en mi vida:
una familia feliz, una carrera profesional brillante, un trabajo que me gusta.
Pedro se levantó nervioso y miró la ciudad al atardecer a través de los grandes
ventanales. Aparecían ya las primeras luces en los edificios y en las calles. Ricardo
decidió quedarse en silencio, para permitir que Pedro se desahogara y soltara todo lo
que tenía guardado durante los últimos dos meses. Pedro se volvió interrogante
hacia su coach.
- ¿Quieres tomar una decisión?-Dijo el coach.
- Sí…Pero ¿cuál?
- ¿Estás enamorado de esa chica?- Se atrevió a preguntar el coach, consciente
de que traspasaba los límites del coaching.
- ¡Yo qué sé! Estoy confuso. Sé que me gusta mucho, que me atrae, que he
recuperado la pasión, pero no sé si estoy enamorado, la verdad.
- ¿Qué es lo más importante para ti?-El coach lanzó una de esas preguntas
poderosas, esas preguntas que desarmaban a Pedro, que le hacían viajar hacia
su interior y rebuscar, en busca de su solución. Se quedó pensativo, mirando de
nuevo hacia los edificios iluminados de la ciudad.
- No lo sé. No sé qué es lo más importante. Supongo que todo. Mi mujer, mis
hijos, mi trabajo…pero todo eso sin la pasión que siento por esta chica no
tiene sentido. Porque aunque estoy descentrado últimamente, lo cierto es que
tengo momentos de euforia y de alegría que hace años no tenía. Pero al
mismo tiempo me siento muy culpable, algo me dice que no está bien el doble
juego al que estoy jugando. Un juego muy peligroso.
El coach, entonces, pareció salir de su bloqueo mental y volvió su mirada hacia su
maletín negro. Decidió extraer de su caja de herramientas un ejercicio, impreso en un
par de hojas. Creía sinceramente que podía ayudar mucho a Ricardo. Empezó a
explicarle el sentido de dicho ejercicio, y también los distintos pasos. Consistía en
reflexionar e identificar cuales eran los valores más importantes para Pedro. Pedro
jamás se había planteado esto de manera formal.

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El concepto “valores” era algo abstracto para él, e intuitivamente pensaba en


justicia, honestidad y palabras similares. Pero una reflexión personal sobre lo que
verdaderamente le importaba…eso no lo había hecho jamás. Y una vez más, confió en
su coach, a pesar de que no veía ninguna conexión entre el ejercicio y su acuciante
decisión. Ricardo le explicó que después de identificar sus cinco valores principales,
debía preguntarse qué significaba cada uno de ellos para él. Era un ejercicio para
dedicarle tiempo y reflexión. Pedro se comprometió a realizar el ejercicio antes de
la siguiente sesión, no sin antes preguntarle de nuevo a su coach por la gran
decisión. Ricardo, con amabilidad, le recordó que no estaba allí para darle las
respuestas. Y que tal vez el ejercicio de los valores le ayudaría a resolver su particular
dilema. Así lo acordaron, y decidieron volver a verse dentro de tres semanas.
Ricardo esperaba que Pedro contactaría con él en varias ocasiones durante ese
período, a través del correo electrónico o por teléfono. Ya que estaba en una
situación crítica, en un momento de decisión fundamental para su futuro, estaba
convencido de que acudiría a él para pedirle de nuevo respuestas, o quizá para resolver
dudas sobre el complejo ejercicio que le había encomendado. Sin embargo, Ricardo
tampoco tenía todas las respuestas, y se equivocó. Sorprendentemente, no supo nada
de Pedro en esas tres semanas. Decidió enviarle un e-mail a los 10 días, pero Pedro le
contestó escuetamente, sin dar pistas sobre su dilema o sus sentimientos.
Simplemente le dijo que estaba trabajando en el ejercicio de valores, y que le
estaba resultando muy difícil jerarquizar los valores, desde el más importante para
él, hasta el quinto más importante. También le escribió que tenía una punta de
trabajo y que estaba muy estresado. Entonces, Ricardo decidió dar espacio a Pedro
y no agobiarle con más mensajes, esperando a que llegara el día de su tercera sesión.
Ricardo estaba algo intrigado por este silencio, en comparación con la actitud tan
demandante de Pedro en el anterior periodo entre sesiones. Pero se concentró en sus
otros clientes, que también tenían sus problemáticas, hasta que llegó el día.
Ricardo estaba inquieto porque no sabía si el ejercicio de valores le había aportado
algo a Pedro. Le pilló tan de sopetón el brusco cambio de dirección de su cliente,
planteándole un dilema que tenía que ver con su vida personal, y en concreto con un
tema tan delicado, que no supo reaccionar. Por eso, había

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“Cuentos para adultos…que quieren ser felices”

echado mano de sus herramientas, encargando a Ricardo la reflexión sobre sus


valores. Sin embargo, no estaba nada seguro de lo que se iba a encontrar aquel día.
Estaba nervioso.
Entró Pedro con aire menos eufórico, pero sí más sereno, a la sala. Se acercó y
estrechó fuertemente la mano de Ricardo con una ligera sonrisa de seguridad.
Ricardo observó expectante a su cliente y le preguntó cómo estaba. Ricardo, tras un
escueto “Bien”, extrajo de una carpeta que llevaba en la mano el ejercicio de valores
que el coach le había recomendado semanas atrás. Miró a Ricardo y empezó a
hablar:
- Ricardo, estoy mucho más tranquilo. Gracias por este ejercicio. Me ha hecho
pensar mucho, me ha removido de verdad. Y sobre todo, ¡Me ha resultado
dificilísimo, joder!
- Bueno, genial. Me alegro un montón…Cuéntame tus conclusiones sobre el
ejercicio.-Respondió el coach más tranquilo.
- Mira. Para mí los cinco valores más importantes son la honestidad, la
responsabilidad, la pasión, la salud y el esfuerzo. Pero me ha llegado muy
hondo la pregunta que propones al final del ejercicio, sobre si estoy llevando al
extremo alguno de mis valores, y cómo esto me podría perjudicar. Te diría
que casi todos los llevo al extremo, y que no puedo seguir así. Pero, no sé, al
plantearme la reflexión sobre estos valores, me doy cuenta de que estoy
actuando muy en contra de mis valores, cada día, cada hora, cada minuto. Y de
esto no era consciente hasta que lo he visto reflejado en este papel, en lo que yo
mismo he escrito. Es sorprendente.
Pedro cogió aire por la boca, mostrando ansiedad, como si estuviera a punto de tomar
una decisión vital. Ricardo prefirió no intervenir y mantener el silencio. Pedro
continuó compartiendo sus reflexiones:
- Estoy engañando a mi mujer. Y también a mis hijos. E incluso casi te diría
que también estoy engañando a Susana, la chica con la que estoy saliendo,
ya sabes. Y eso choca frontalmente con mi valor más importante, la honestidad.
Ese valor que tanto he defendido durante toda mi vida, y más aún en el
trabajo, donde me he enfrentado a un montón de mamones hipócritas y
falsos, incluyendo mi jefe. Y fíjate, ahora me estoy traicionando a mí mismo.
¿No es patético? Por otro lado, también la pasión es importantísima para mí,
y eso es lo que me faltaba y lo que

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“Cuentos para adultos…que quieren ser felices”

me hizo caer en la tentación, pero claro, cuando me has dicho en el


ejercicio que tenía que jerarquizar, para mí es más importante la
honestidad. ¡Qué lio! Creo que estoy más confuso que antes de conocerte. Pero
no sé, algo me dice que tengo que tomar una decisión firme.
- ¿Qué decisión quieres tomar?-Intervino el coach.
- Viendo mi escala de valores, no me queda otra que dejar a Susana. No
puedo seguir con esta farsa, con esta doble vida. No, no tiene sentido. No me
reconozco mintiéndome a mí mismo y luego exigiendo a los demás que sean
sinceros. No es coherente, se rompe por todas partes. Mis valores han sido mi
más contundente espejo, me ha mostrado quién soy y que el hecho de ser infiel
a mi mujer está deformando mi imagen en el espejo. Y eso no me gusta.
Ricardo estaba emocionado mientras escuchaba a Pedro. El enorme
autodescubrimiento que había realizado, la gigantesca toma de conciencia sobre su
identidad, habían transformado en tres semanas a ese hombre. A veces, pensó
Ricardo, él mismo no se daba cuenta del increíble poder que tenían este tipo de
ejercicios de reflexión. Se perdió unos segundos en estos pensamientos, y de pronto se
dio cuenta de que Pedro continuaba hablando.
- ¿Sabes algo más? Con este ejercicio también he descubierto que llevo al
extremo más radical mi principal valor, la honestidad. Pido a los demás algo
que quizá no tengo derecho a pedir, mi altísima exigencia. No sé, quizá se
puede ser honesto sin necesidad de decir siempre lo que piensas o sientes.
Quizá a veces es necesario ser prudente, y callarse, y no por eso ser un
deshonesto. ¿Tiene sentido lo que digo?
- Por supuesto que tiene sentido, Pedro. Sinceramente, te felicito por el
impresionante trabajo que has hecho. Son alucinantes los descubrimientos que
has hecho, estoy realmente sorprendido. Enhorabuena.
- No, no. Tú me has ayudado con este ejercicio de reflexión. Nunca me
imaginé que en dos sesiones de coaching pudieran cambiar tantas cosas.
¡Había subestimado esto, joder!
Ambos rieron con alegría, y después continuaron conversando sobre cómo iba Pedro
a afrontar su decisión de dejar a su amante, que era lo más urgente.

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“Cuentos para adultos…que quieren ser felices”

Y ahora pasemos página y trasladémonos a un año después. Aquel proceso de coaching, y en


concreto aquel ejercicio sobre la escala de valores, transformaron a Pedro. Una semana después
de la segunda sesión, decidió abandonar a su amante Susana. Ella se resistió manifestándolo
a través de constantes y numerosos mensajes al móvil de Pedro. Al final, la mujer de Pedro
acabó detectando algo raro en su marido y descubrió los mensajes y la infidelidad, lo que
ocasionó un terremoto considerable en la familia. Pero Pedro estaba decidido a reparar la
maltrecha relación con su mujer, y estuvo meses pidiéndola perdón, invitándola a cenar y a
comer en restaurantes románticos, llamándola mientras estaba en el trabajo para
preguntarle cómo estaba. En ocasiones estuvo a punto de abandonar, porque su mujer no
cedía apenas su posición rígida y de reproche. Hasta que poco a poco la relación fue
reconstruyéndose. Un año después, habían recuperado una pasión inconcebible antes de que
Pedro conociera a Susana. Parecía imposible pero era como si volvieran a sentir sensaciones
de los primeros años de recién casados.
Pero eso no es todo. Un año después de aquella sesión con el coach, el equipo de Pedro le percibía
de modo muy distinto. Pensaban que se había relajado mucho, y el ambiente era infinitamente
más alegre. El miedo de antaño había desaparecido, e incluso algún osado se acercaba en
ocasiones al despacho de Pedro para consultarle o preguntarle dudas sobre el trabajo, algo que
no sucedía un año atrás.
Pedro suavizó notablemente su comportamiento agresivo y vehemente, debido probablemente
a que contemplaba con nuevos ojos la realidad. Incluso mejoró notablemente algunas
relaciones enquistadas que tenía con colegas de otros departamentos. El cambio era
verdaderamente espectacular. Pedro se sentía más ligero y con mejor humor tanto en su
trabajo como en casa. De vez en cuando se acordaba de Susana, y se sentía triste. Le
gustaba mucho, y sintió mucho hacerle daño cuando le comunicó que cortaba la relación. Sin
embargo, después de un año, también percibía que había recuperado una pequeña chispa de
pasión en la relación con su mujer. Y por supuesto, tenía contacto frecuente con su coach, al
que seguía viendo y con quien había forjado una gran amistad. Por su parte, Ricardo había
aprendido a valorar aún más el poder del coaching sobre el cambio de las personas, y el
proceso con Pedro supuso un antes y un después en su carrera profesional.

Y aquí termina nuestra peculiar historia sobre el directivo Pedro, su coach Ricardo, su
mujer María y su amante Susana. Para cerrar el círculo, por casualidad o causalidad,
Ricardo conoció dos años después a Susana, y se enamoraron. Aún siguen juntos, sin
saber, inocentes, qué hilos invisibles les une

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