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El sacerdote en la celebración del Triduo Pascual

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS


DEL SUMO PONTÍFICE

La Carta a los Hebreos es el único texto del Nuevo Testamento que atribuye a
nuestro Señor Jesucristo los títulos de “sacerdote”, “sumo sacerdote” y
“mediador de la Nueva Alianza”, gracias a la ofrenda del sacrificio de su
cuerpo, anticipado en la Cena mística del Jueves Santo, consumado sobre la
Cruz y presentado al Padre con la resurrección y la ascensión al cielo
(cf. Hb 9,11-15). Este texto es meditado en la Liturgia de las Horas de la quinta
semana de Cuaresma –o de Pasión, como en el calendario litúrgico de la forma
extraordinaria del Rito Romano– y en la Semana Santa.

Nosotros sacerdotes católicos debemos mirar siempre a Jesucristo y tener los


mismos sentimientos suyos, hasta en ensimismamiento con Él; esta ascesis
sucede con la conversión permanente. ¿Cómo se realiza la conversión en
nosotros sacerdotes? En el rito de la ordenación se nos pide enseñar la fe
católica, no nuestras ideas, “celebrar con devoción y fidelidad los misterios de
Cristo –es decir, la liturgia y los sacramentos– según la tradición de la Iglesia”
y no según nuestro gusto; sobre todo, “estar cada vez más unidos a Cristo sumo
sacerdote, que como víctima pura se ofreció al Padre por nosotros”, es decir,
conformar nuestra vida al misterio de la cruz.

La Santa Iglesia honra al sacerdote y el sacerdote debe honrar a la Iglesia con


la santidad de su vida –se proponía en el día de su ordenación san Alfonso María
de Ligorio– con el celo, con el trabajo y con el decoro. Él ofrece a Jesucristo al
Eterno Padre, por ello debe estar revestido de las virtudes de Jesucristo para
prepararse a encontrarse con el Santo de los Santos. ¡Qué importante es la
preparación interior y exterior a la sagrada Liturgia, a la Santa Misa! Se trata de
glorificar al sumo y eterno sacerdote Jesucristo.

Ahora bien, todo esto se realiza al máximo grado en la Semana Santa, la Grande
y Santa Semana como dicen los Orientales. Veamos algunos actos principales
de ella en base al Pontifical de los obispos.

1. El Domingo de Ramos, el sacerdote entra con Jesús en Jerusalén en la alegría.


La Iglesia celebra en este domingo el triunfo del Salvador y anticipa el gozo por
la victoria del Resucitado. La procesión solemne en honor de Cristo Rey es el
rito más característico de la jornada: recuerda el cortejo triunfal que acompañó
a Jesús a su entrada en Jerusalén, expresa el encuentro actual de la Iglesia en
los santos misterios y representa, anticipadamente, la entrada de los elegidos en
la ciudad celestial, según dice el Apóstol: “ya que sufrimos con él, para ser
también con él glorificados” (Rm 8,17).

La liturgia de Ramos nos orienta, por tanto, hacia la Presencia definitiva del
Señor, en griego parousía. No se trata solo de conmemorar la entrada del Señor
en la Jerusalén celeste sino que, acercándonos al banquete eucarístico, donde
será fraccionado el Pan, de anunciar simbólicamente lo que se realizará
realmente en el fin del mundo. Entonces la Cruz del Señor abrirá la entrada de
la Jerusalén celeste a esa “muchedumbre inmensa” que san Juan contempló en
la visión profética, “de toda nación, razas, pueblos y lenguas..., vestidos con
vestiduras blancas y con palmas en sus manos.

Y gritan con fuerte voz: La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el
trono, y del Cordero" (Ap 7, 9-10).

2. Con la Missa in Cena Domini del Jueves Santo, el sacerdote entra en los
principales misterios, la institución de la Santísima Eucaristía y del sacerdocio
ministerial, como también del mandamiento del amor fraterno, significado por
el lavamiento de los pies, gesto que la liturgia copta realiza ordinariamente cada
domingo. Nada mejor que el canto Ubi caritas lo expresa. Tras la comunión, el
sacerdote, llevando el paño humeral, sube al altar, hace la genuflexión y,
ayudado por el diácono, toma la píxide con las manos cubiertas por el paño
humeral. ¡Es el símbolo de la necesidad e manos y corazones puros para
acercarse a los Divinos Misterios y tocar al Señor!

3. El Viernes Santo in Passione Domini, el sacerdote está llamado a subir al


Calvario. A las tres de la tarde, o poco más tarde, tiene lugar la celebración de
la Pasión del Señor, en tres momentos: la Palabra, la Cruz, la Comunión. Se
dirige en procesión y en silencio al altar. Tras haber reverenciado el altar, que
representa a Cristo en la austera desnudez del Calvario, se postra en tierra: es
la proskýnesis, como en el día de la ordenación. Así expresa la convicción de
no ser nada ante la Majestad divina, y el arrepentimiento de haberse atrevido a
medirse, por medio del pecado, con el Omnipotente. Como el Hijo que se anuló
a sí mismo, el sacerdote reconoce su nada, y tiene inicio su mediación sacerdotal
entre Dios y el pueblo, que culmina en la oración universal solemne.

Después tiene lugar la ostensión y la adoración de la Santa Cruz: el sacerdote


va hacia el altar con los diáconos y allí, estando en pie, la recibe y la descubre
en tres momentos sucesivos, o la muestra ya descubierta, e invita cada vez a los
fieles a la adoración con las palabras: Mirad el árbol de la Cruz. En su
descarnada solemnidad, aquí, en el corazón del año litúrgico, la tradición ha
resistido tenazmente más que en otros momentos del año. El sacerdote, tras
haber depositado la casulla, si es posible con los pies descalzos, se acerca el
primero a la Cruz, se arrodilla ante ella y la besa. La teología católica no teme
dar aquí a la palabra adoración su verdadero significado. La verdadera Cruz,
bañada con la sangre del Redentor se hace, por así decirlo, una sola cosa con
Cristo y recibe la adoración. Por ello, postrándonos ante el sagrado leño, nos
dirigimos al Señor: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu
Santa Cruz redimiste al mundo”.

4. La Pascua del Reino de Dios se ha realizado en Jesús: ofrecida y consumida


la Cena, “en la noche en que fue traicionado”; inmolada sobre el Calvario el
Viernes Santo, cuando “la tierra se quedó a oscuras”, una vez más de noche
recibe la consagración de la aprobación divina, en la resurrección de Cristo
Señor: por Juan sabemos que María de Magdala se acercó al sepulcro “mientras
estaba aún oscuro”; por tanto, sucedió en las últimas horas de la noche tras el
sábado pascual.

En el Novus Ordo el sacerdote, desde el inicio de la Vigilia, lleva las vestiduras


de color blanco como para la Misa. Bendice el fuego y enciende el cirio pascual
al nuevo fuego, si procede, tras haber clavado, como en la liturgia antigua, una
cruz. Después traza sobre el lado vertical de la cruz la letra griega alfa y debajo,
en cambio, la letra omega; entre los brazos de la cruz traza cuatro cifras para
indicar el año corriente, diciendo: Cristo ayer y hoy. Después, hecha la incisión
de la cruz y los demás signos, puede clavar en el cirio cinco granos de incienso,
diciendo: Por medio de sus santas llagas. Después, cantando el Lumen Christi,
guía la procesión hacia la iglesia. El sacerdote está a la cabeza del pueblo de los
fieles aquí en la tierra, para poderlo guiar al cielo.

Es es sacerdote el que entona solemnemente el Aleluya. Lo canta tres veces


elevando gradualmente el tono de la voz: el pueblo, tras cava vez, lo repite en
el mismo tono.

En la liturgia bautismal, el sacerdote, estando de pie ante la fuente, bendice el


agua cantando la oración: Oh Dio, por medio de los signos sacramentales;
mientras invoca: Descienda, Padre, sobre este agua, puede meter en ella el
cirio pascual, una o tres veces. El significado es profundo: el sacerdote es el
órgano fecundador del seno eclesial, simbolizado por la piscina bautismal.
Verdaderamente en la persona de Cristo Cabeza engendra hijos que, como
padre, fortifica con el crisma y nutre con la Eucaristía. También en razón de
estas funciones maritales hacia la Iglesia esposa, el sacerdote no puede sino ser
hombre. Todo el sentido místico de la Pascua se manifiesta en la identidad
sacerdotal, llegando a la plenitud, el plếroma, como dice Oriente. Con él la
iniciación sacramental llega al culmen y la vida cristiana el centro.

Por tanto, el sacerdote, subido con Jesús sobre la cruz el Viernes y bajado a su
sepulcro el Sábado Santo, el Domingo de Pascua puede afirmar realmente con
la secuencia: “Sabemos que Cristo verdaderamente ha resucitado de entre los
muertos”.

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