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El marxismo según
Amando de Miguel... en 1958
Sin embargo, el objetivo de tan sucinta exposición del marxismo por parte
de Amando de Miguel no es otro que el de realizar la crítica al mismo, aunque
sin explicitar más que en breves ocasiones sus coordenadas de crítica, como
veremos:
Por otro lado, resulta muy oscura la distinción que realiza Amando de
Miguel entre condicionado y determinado: el hombre es libre, pero esa libertad
está ejercitada dentro de unas condiciones previas; el hombre está
codeterminado por la propia realidad histórica (por ejemplo, un noble del
Antiguo Régimen no puede elegir libremente ser un capitalista industrial). De
hecho, resulta problemático decir que el marxismo defiende un determinismo a
ultranza, por más que Marx no acertara a explicar cómo pasar del reino de la
necesidad, del modo de producción capitalista que aliena al hombre, al reino de
la libertad del comunismo, distinción por otro lado puramente hegeliana.
«Lo cierto es que en Rusia las formas de producción han ido con retraso
respecto a los países occidentales. El "estajanovismo" era ya una invención
occidental –la "taylorización"– con muchos años de práctica. En Rusia se
continúa con las "relaciones de producción". En Occidente se habla ya de
"relaciones humanas". Frente a la antigua concepción mecánica de la sociedad
resurge una nueva concepción humanista. En Occidente se saben métodos
para prevenir y frenar las crisis económicas. En Rusia no, porque por definición
ni puede haber crisis económicas, ya que en un régimen socialista-comunista
hay una perfecta adecuación entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. Sin embargo, Rusia conoce hoy una gran crisis económica. Por
todas estas razones vemos que el marxismo, que llevaba la pretensión de
alzarse con la bandera de la dialéctica, se convierte en absolutivista, en
antidialéctico.»
***
En el segundo artículo, «¿Hacia una sociedad sin clases?», Amando de
Miguel se propone analizar el problema de la lucha de clases y su importancia
en la sociedad de su época, una suerte de «aplicación» del materialismo
dialéctico al estudio de la sociedad. Siendo tan encarecida la lucha de clases
por Marx y Engels en el Manifiesto comunista, comienza Amando de Miguel
definiendo lo que la clase social es y su carácter de motor de la Historia:
«La clase social, para el marxismo, posee una realidad más sustante que la de
los mismos individuos, ya que las ideas de éstos no son sino reflejo de las
producidas por aquélla, que son, a su vez, producto de las relaciones
económicas de producción y de cambio que están a su base. [...] Así, pues, lo
primario es la "infraestructura" o conjunto de relaciones económicas de
producción y de cambio. A una infraestructura dada corresponde una clase
social determinada que, a su vez, sustenta toda la superestructura ideológica.
Y la Historia se mueve precisamente por esa lucha dialéctica [...] El último
eslabón de la cadena dialéctica es la clase proletaria explotada y oprimida por
la clase burguesa-capitalista. De la lucha dialéctica inevitable entre ambas
surgirá el triunfo (inevitable también) de la clase proletaria, que se apropiará de
todos los medios de producción, y a través de la "dictadura del proletariado",
transitoria, pero necesaria, acabará con los últimos restos de una sociedad
oprimida clasista e inaugurará la época de una sociedad libre sin clases.»
«En primer lugar, diremos que el concepto de clase empleado por la teoría
marxista es inaceptable. Primero, por su absolutivismo. Dice Cole (Studies in
class structure) que para los marxistas "la clase no es simplemente una
realidad social, sino la gran realidad social que trasciende a las demás y
constituye la gran fuerza motriz de la Historia". La clase social en la Sociología
moderna es un término mucho más modesto: es un tipo de constituirse la
estructura social occidental desde la Revolución Francesa a nuestros días; es
un modo de agruparse los individuos en un determinado tiempo histórico y
lugar geográfico y bajo una forma política determinada (el Estado
Constitucional), caracterizado por un factor económico a su base, pero que
tampoco es el único ni el definitivo».
Ahora bien, una vez que esa socialdemocracia se convierte en una parte
más del sistema, pronto se ve, ya en 1973 con la crisis del petróleo, que el
Estado del Bienestar no puede sobrevivir, y que en el fondo aunque «la
progresiva simplificación de la sociedad en dos clases antagónicas» sea una
tesis falsa, «el paso de ese "ejército industrial de reserva" [la clase proletaria],
esa "fuerza indiferenciada y abstracta" a los diferentes estatus que componen
hoy la multiforme y ancha gama de las clases medias» que describe Amando
de Miguel, no puede mantenerse sin una mano de obra que cobre cada vez
menos. De hecho, si observamos en la España actual la progresiva llegada de
trabajadores inmigrantes (la gran mayoría de ellos irregulares), podemos
apreciar que los partidos identificados con la izquierda socialdemócrata (PSOE
e IU, así como sus respectivos sindicatos de clase, UGT y Comisiones
Obreras), no son reacios a asumir el discurso de los empresarios, el de admitir
cada vez más trabajadores extranjeros.
Pero esto es discutible, no sólo porque sabemos que a día de hoy, con la
energía nuclear aplicada por doquier, no se ha producido, sino porque el valor
de la energía atómica no puede entenderse desde posiciones puramente
económicas, sino políticas. A día de hoy, pocos son los Estados que poseen la
bomba atómica, y su posesión implica que se mantienen programas de energía
nuclear, restringidos al nivel que indica el Imperio realmente existente, Estados
Unidos. De lo contrario, no se entiende que se prohíban los programas
nucleares de Irán, Corea del Norte o Brasil. En cualquier caso, si tomamos en
cuenta los términos existencialistas que utilizaba Jaspers en aquella época, tan
bien retratados por Luis Martín Santos en su novela Tiempo de silencio cuatro
años después, si el hombre gracias a la bomba atómica es definitivamente
dueño de su destino, pudiendo acabar consigo mismo en cualquier momento,
entonces a día de hoy un porcentaje muy grande de la Humanidad (más de la
mitad que representa a los que no poseen la bomba atómica, es decir, más de
3.000 millones de personas) no son verdaderamente libres y dependen de la
voluntad de otros.
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