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Micro centro

En un departamento muy chico vivía una señora muy gorda: Lucía . Estaba sola. Uno de
sus hijos se había ido al norte, otro al sur y su ex marido al medio: a La Pampa. A los
tres los extrañaba mucho. A sus hijos por ser sus hijos y a su ex marido por ser su ex . Raúl
era un ex marido diferente, no gritaba ni daba portazos. Pero un día, así como se disuelve
una bayaspirina en el agua, así, se les disolvió a los dos el amor y quisieron vivir en
lugares distintos: él en La Pampa y ella en el micro centro porteño.
Lucía vivía encerrada en su monoambiente y no salía porque estaba muy gorda.
Tenía miedo de que el ascensor no aguantara su peso y la escalera la cansaba, era tan
larga... Aunque lo que más le preocupaba era que sus kilos no tenían explicación, comía
normal como cualquier hijo de vecino, sin embargo engordaba más que ninguno. Como
estaba todo el día sola y extrañaba, se alimentaba de voces: la tele, la radio, el diario, las
revistas, el teléfono celular y de los chismes de Sara , su vecina, que todas las tardes a las
18:30, actualizaba los dimes y diretes del micro centro porteño.
Una noche, Raúl le dijo por teléfono que se iba a enfermar si se pasaba todo el día
sola y frente al televisor. Y así fue, engordó y engordó hasta enfermarse. Vinieron los hijos
del norte y del sur. ¡Mamá qué gorda estás! Le hicieron análisis, estudios, dietas y
antidietas. Pero los médicos no encontraron el motivo de la gordura, los resultados estaban
bien. Loa análisis normales. Eso sí, había un dato extraño: a medida que Lucy engordaba
hablaba menos. Un especialista en medicina alternativa les explicó: parece que cada kilo
le quita 20 palabras a su madre. Yo creo que está llena de palabras de otros y eso la tiene
mal. Y cuál es el remedio preguntaron, ella sola lo tiene que encontrar, respondió. Este
médico está loco, pensaron los hijos. Y fueron a otro consultorio. Y a otro y a otro. Una
tarde Lucy dijo... tengo ganas de...de... inventar, ¿¡Qué mamá !? ¿Qué te pasa? Dijeron
sus hijos, que creyeron que la enfermedad había llegado hasta el cerebro. Por qué no te
acostás a mirar la tele, mamá, le aconsejaron, y Lucy obedeció, resignada. Así se llenó de
novelas, noticias, chismes y entretenimientos. Otra tarde, Raúl le dijo por teléfono: mirá ,
aunque no me guste Buenos Aires con sus micros ruidosos y su cielo de cables, te voy a ir
a visitar, porque los chicos me dicen que te ven mal, que no hablás. Ella no dijo nada.
Cuando Raúl llegó y abrió la puerta, la vio tan triste y fea que tampoco supo qué decir. Y
se sintió mal, porque siempre en los momentos difíciles él también se quedaba sin
palabras. Sin pasar el umbral de la puerta, agarró un papel, una birome y le dijo : Lucy
tomá y escribí lo que te salga, yo vuelvo en un rato. Se sentó en un café y pensó que no
la había ayudado en nada, y que como un cobarde, le había dado ¡una birome y un papel!
como si eso fuese un remedio.....
A las dos horas, después de chocar mucha gente por Florida, Raúl volvió
avergonzado al departamento. Ni bien mató al timbre del ascensor, pudo ver que debajo
de la puerta de Lucía salían hojas como víboras: una, dos, treinta, cien... quiso abrir con la
llave, hizo fuerza y una ola de papel lo revolcó por el pasillo . ¡Lucy! ¡Lucy!. Y ella,
nadando crawl en ese mar espeso, lo pescó, lo abrazó fuerte del cuello y le dijo: muchas
gracias Raúl, por ayudarme, vos sí me entendés... por algo fuimos esposos tantos años,
gracias. Andá tranquilo, ya estoy bien. El pensó que la había ayudado sin saber, y algo
sorprendido volvió a La Pampa.
A medida que escribía, Lucy empezó a adelgazar. Yo decía que quería
inventar...esto era. . Un cuento, dos kilos menos; una novela, cinco; una historia breve, 300
gramos. El médico alternativo afirmó: evidentemente, su madre estaba llena de palabras
ajenas y no podía ubicar las suyas , le ocupaban demasiado espacio.
Gracias a Raúl, dijo en una entrevista en la tele cuando ganó el premio nacional de
literatura. Los hijos, contentos volvieron al norte y al sur. Y Lucy quedó en el micro centro
porteño, feliz, más flaca y escribiendo palabras propias que crecen como el pasto después
de la lluvia.

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