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El siglo XX estuvo marcado por una constante de cambios radicales, la cual no hizo más que
acelerar. Los más importantes movieron los cimientos de la sociedad al grado de ser
imperante una reestructuración. Uno de estos casos fue la Revolución Mexicana, lucha
violenta que marcó a toda una generación de personas, trazando una dirección distinta del
país dentro del pensamiento común. La lucha armada iniciada en 1910 fue un levantamiento
para quitarse el yugo sofocante que Porfirio Díaz había impuesto durante más de tres décadas
al pueblo mexicano. No puede negarse el avance ocasionado dentro del régimen de este
presidente que sirvió de base para impulsar el desarrollo futuro, pero éste también fue causa
de los movimientos siguientes para destituir el gobierno opresor.
Las figuras de los caudillos revolucionarios, así como las acciones llevadas a cabo
por ellos y por “la bola” fueron el blanco de la literatura, que se encargó de dar testimonio
fehaciente de los enfrentamientos armados. Para realizarlo, los autores se vieron en la
necesidad de emparentarse con el pueblo. Esta necesidad tuvo como consecuencia una doble
ruptura con los modelos decimonónicos tradicionales: por una parte fue la configuración del
lenguaje escrito para asemejar la fonética del habla característica del pueblo, arrebatándole
la estricta academicidad, y así poder introducir de manera veraz el modelo vivo
revolucionario; por otra parte, generó la experimentación con la estructura narrativa,
especialmente en el género cuentístico, asimilando la narración oral y jugando con su forma,
agregando componentes de otros medios culturales comunes en la época como la nota
periodística, la correspondencia, el parte militar, entre otros. (ídem, 31)
Gracias a estos cambios en la forma narrativa pudo abordarse la figura del héroe
revolucionario, lo que configuró, de manera implícita, la nueva epopeya literaria. Esta se
enfrasca en un ambiente oscuro, siendo el ejemplo más notable la obra de Mariano Azuela
Los de abajo, obra reconocida como la novela de la revolución que se diferencia de las
novelas porfirianas dedicadas al tema revolucionario, ya que se desarrollan en el ambiente
diurno. (Domínguez Michael, 38) La épica de estas obras ha sido transmutada, siendo ajena
en determinado punto a la épica clásica de la antigua Grecia y a la épica medieval europea.
La épica tradicional se compone de un ciclo necesario, originado a partir del mito precedente
a todo, perteneciente a los ancestros, a los dioses, a la tierra de los muertos, por lo que se
mantiene estático, el cual es trascendido por la épica y prolongado por la acción del héroe
(Fuentes, 5), siendo la ruptura accidental de la unidad simple, abriéndose al mundo pluralista
de las fuerzas morales y a los poderes naturales, desafiando a los dioses (ídem, 8). Sin
embargo, esta acción no puede mantenerse estática por su naturaleza, por lo que tiene la
función de puente a la tragedia, originada por la necesidad de restaurar los valores colectivos
del pueblo que han sido vulnerados por la acción del héroe. En esta transición, el héroe
regresa a la tierra de los muertos para reencontrarse con el mito del origen y cerrar el ciclo,
creando una catarsis (ibid.). Dicha catarsis no sólo funge su influencia en el héroe, sino
también en el pueblo, lo cual trae una armonía general.
Pilar Alejandra García Ayala
Literatura Mexicana Contemporánea
Sin embargo, este ciclo no se cumple en la literatura de la revolución, puesto que hay
una sustitución del círculo catártico por una sucesión lineal de hechos modificado por el
cristianismo y el humanismo individualista (ibid.) de la modernidad. Christopher Domínguez
Michael rescata la concepción por Octavio Paz de revolución como contenedor de la idea del
tiempo cíclico que regula y repite los cambios, asemejándose a la forma tradicional de la
épica, pero la concepción modernista de la palabra “ ʻdestruye a la antigua: el pasado no
volverá y el arquetipo del suceder no es lo que fue, sino lo que seráʼ ” (36) Por consiguiente,
lo que encontramos en la literatura de la revolución es una épica deformada, devaluada, en
la que no puede efectuarse la catarsis armonizadora que purificará al pueblo, como se observa
en la novela Los de abajo donde todo el sufrimiento del los revolucionarios no ocasiona alivio
ni final ventajoso para ellos, sino una devastación llena de mutilaciones sin conclusión
eficiente.
Algunos de los prisioneros, poseídos del terror, caían de rodillas al trasponer la puerta: la bala
los doblaba. Otros bailaban danza grotesca al abrigo del brocal del pozo hasta que la bala los
curaba de su frenesí o los hacía caer heridos por la boca del hoyo. Casi todos se precipitaban
hacia la pared de adobes y trataban de escalarla trepando por los montones de cuerpos
entrelazados, calientes, húmedos, humeantes; la bala los paralizaba también. Algunos
lograban clavar las uñas en la barda de tierra, pero sus manos, agitadas por la intensa ansiedad
de vida, se tornaban de pronto en manos moribundas. (224)
Fuentes de consulta
Fuentes, Carlos. “La Ilíada descalza”. Los de abajo, FCE - Fondo de Cultura Económica,
2007. ProQuest Ebook Central,
https://ebookcentral.proquest.com/lib/univeraguascalientessp/detail.action?docID=4508619
Guzmán, Martín Luis. “La fiesta de las balas”. El cuento hispanoamericano. 10 ed. México:
FCE, 2010. Impreso.
Domínguez Michael, Christopher, Antología de la narrativa mexicana del siglo XX, Tomo
I. 2 ed. México: FCE, 1996. Impreso.