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Lectura 4. Responsabilidad Del Derecho Público Administración y Control PDF
Lectura 4. Responsabilidad Del Derecho Público Administración y Control PDF
Sabido es que, el Estado, con el objeto de cumplir sus fines de carácter público y procurar sus
cometidos estatales, realiza un sinnúmero de actividades.
Es por ello, que no resulta extraño que en el ejercicio de sus funciones (administrativas, judiciales
y legislativas) ocasione daños a los particulares. Así ocurre cuando un patrullero de la policía que
en la persecución de un delincuente colisiona el vehículo de un particular, en el caso el dictado
de una ley inconstitucional que provoca daños o una medida cautelar mal trabada en el marco de
un proceso judicial.
Ante tales acontecimientos, debe analizarse si el Estado debe resarcir los daños producidos, y en
caso afirmativo ¿cuáles son las condiciones o requisitos para que ello pueda ocurrir?
En este capítulo, abordaremos el estudio de la responsabilidad del estado, las condiciones
exigidas por el ordenamiento jurídicos que tornan procedente la reparación del daño ocasionado.
Inicialmente analizaremos cual ha sido la evolución histórica de esta institución y cual ha sido la
actitud adoptada por la jurisprudencia. Además, distinguiremos según se trate de daños
provocados en ejercicio de la función administrativa, judicial y legislativa, y los presupuestos
específicos de responsabilidad en cada uno de los casos.
TIPOS DE RESPONSABILIDAD
EVOLUCIÓN
El concepto de responsabilidad del Estado frente a los individuos por hechos dañosos de éste
hacia terceros ha ido variando con el tiempo y en distintas formas. De las absoluta
irresponsabilidad estatal y de sus agentes, sintetizado en el precepto de the king cant do no
wrong, se evolucionó al reconocimiento de la responsabilidad del agente público, no así la del
Estado. Luego se reconoció la de ambos, hasta consagrar finalmente la responsabilidad del
Estado en forma directa, en el ámbito del derecho público.
Antecedentes históricos
No se concebía en este período que el Estado pudiera ser deudor o acreedor, en el sentido que
del derecho Moderno. Nadie en Roma tenía un crédito en contra del Estado. En consecuencia
éste tenía el carácter de propietario irresponsable. (Colautti Carlos E., La Responsabilidad del
Estado. Problemas constitucionales, Ed. Rubinzal – Culzoni, p. 16).
En los Estados Nacionales absolutistas era ilusorio responsabilizar a quien declaraba tener un
poder surgido de Dios y ser su representante en la tierra.
Durante la monarquía absoluta, se estructuró una concepción que impedía cualquier tipo de
reparación a los súbditos por daños ocasionados por el Estado, salvo que el monarca lo
dispusiese por su propia voluntad.
Ninguna de las decisiones del monarca podían generar responsabilidad. Esta construcción
suponía la infalibilidad del Rey, quien no puede obrar mal, ni puede causar perjuicio alguno (the
king cant do no wrong).
Tal estado de cosas no cambió con la Revolución francesa, que sustituyó la soberanía del
monarca por la soberanía del pueblo, articulada sobre la idea del predominio de la voluntad
general, considerada soberana e infalible. La soberanía del pueblo no reconocía limitaciones, por
que se mantiene, en esta etapa, la concepción de irresponsabilidad estatal.
Pero tales posturas no podían perdurar. En efecto, como enseña Cassagne, la justicia y la
evolución de la ciencia jurídica no podían tolerar por más tiempo concepciones tan lesivas de
derechos fundamentales del individuo, que tornaban ilusorios sus derechos. (Cassagne Juan
Carlos, Derecho Administrativo T. I, 6° Edición, p. 265 , Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires).
El proceso hacia el reconocimiento de la responsabilidad estatal, se inicia y consolida en la
jurisprudencia del Consejo de Estado francés, quien comenzó reconociendo la responsabilidad
por faltas objetivas en la prestación de servicios público y culminando con la aceptación de la
responsabilidad del Estado por actos judiciales y legislativos. (Cassagne Juan Carlos, Derecho
Administrativo T. I, 6° Edición, p. 265 y ss., Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires).
A partir del surgimiento del Estado de Derecho, se consagraron límites desconocidos hasta ese
momento a la autoridad estatal, rechazando la concepción de poderes jurídicos absolutos e
A comienzos del siglo XIX, siguiendo la clasificación montada por la "teoría del Fisco" -de origen
romano-, se distinguió entre los llamados "actos de gestión", y los actos de iure imperii. Los
primeros eran considerados de naturaleza civil, por existir una igualdad de derechos entre las
partes; los segundos donde no existía igualdad de derecho- caían en el dominio de las relaciones
de poder.
De esa distinción provino la atribución de una doble personalidad al Estado, en la que sólo podía
ser responsabilizado en cuanto actuaba como persona privada (actos de gestión).
La irresponsabilidad absoluta del Estado en el ámbito del Derecho Administrativo duró hasta fines
del siglo XIX, cuando en el año 1873 el Consejo de Estado francés resolvió los casos "Blanco" y
"Pelletier".
En el caso “Blanco” emitido por el Tribunal de Conflictos francés el 8 de diciembre de 1873, el Sr.
Blanco había interpuesto una acción a favor de su hija atropellada por una vagoneta al servicio
de “Manufacture des Tabacs”, solicitando el reconocimiento de una indemnización por parte de la
empresa. En el caso se resolvió que la responsabilidad del Estado no surge de la legislación civil
- que regula las relaciones entre particulares-, si no que radica en la idea de falta de servicio,
extraña al derecho civil, donde la noción de responsabilidad extracontractual exige la presencia
de la culpa del agente. En cambio la falta de servicio, supone la ejecución irregular o defectuosa
de un servicio público, que abarca toda la actividad jurídica o material emanada de los poderes
públicos que constituye la función administrativa del Estado, cuando ocasiona perjuicios a los
administrados.
En el ámbito del common law, a mediados del siglo XX, se dictan normas que reconocen la
responsabilidad del estado.
Tal fue el caso del del ordenamiento jurídico británico a través del dictado de la “Crown
Proceedings Act” de 1947 se sometió a la Corona a mismo régimen de responsabilidad que le
cabe a una persona privada. Por su parte, en los Estados Unidos, a partir de la “Federal Trot
Claims Act” de 1946, se reconoció expresamente la responsabilidad del Estado, aunque sólo se
pudiera comprobar una actuación culposa del agente público (Agüero Piñero, Juan Pablo,
Responsabilidad del Estado: una reseña de su evolución y situación actual, Suplemento de
Derecho Administrativo y Constitucional , Foro de Córdoba, Año 1 N° 3 Año 2000).
Igual criterio sostuvo en “Núñez Anselmo c/ Gobierno Nacional” (sentencia del 27 de agosto de
1872), ante un reclamo indemnizatorio de un súbdito español por una propiedad confiscada
durante la guerra de la Independencia en la que se reclamaba la diferencia de precio entre el
monto reconocido por le Estado Nacional y el precio del inmueble al momento de la confiscación.
En esta causa resolvió, como en otras causas anteriores, que el Poder Ejecutivo Nacional no
podía ser demandado sin su expreso consentimiento.
A lo largo de este período que abarca desde 1860 hasta 1933, el Alto Tribunal mantuvo su
tesitura de consagrar la irresponsabilidad del Estado Nacional, alegando por una parte que el
Estado Nacional para ser demandado debía dar su expreso consentimiento. Además se sostenía
que, el mismo no era responsable por el pago de daños y perjuicios por actos o hechos de sus
dependientes por imperio del entonces artículo 43 del Código Civil (reformado por la ley 17.711
en 1968), que consagraba la irresponsabilidad de las personas jurídicas. En virtud de ello la
irresponsabilidad estatal ocurría, tanto cuando el Estado producía actos de “gestión” (como
persona jurídica), como cuando actuaba con actos de “imperio” (como poder público) (Coronel
German A., Responsabilidad del Estado por acto ilícito de sus dependientes, en Revista d
Derecho de Daños N° 9 sobre Responsabilidad del Estado, Ed. Rubinzal Culzoni, Sante Fe,
2000, p. 381).
A esta altura, debe recordarse que en relación a al actuación estatal, se partía de una doble
En efecto, tal postura se mantuvo en los precedentes, “Gómez c/ Nación” (Fallos 2:36),
“Cardinale c/ Municipalidad de Villa Mercedes” (Fallos 23:326), “José Wicki c/ Provincia de Entre
Ríos” (Fallos 153:158), entre muchos otros.
En éste último caso, la Corte, aún admitiendo la comisión de excesos u errores por parte de la
autoridad policial, no procedía la responsabilidad estatal, por haber actuado sus agentes en el
ejercicio de la función de poder público.
En 1933, la Corte en la causa “ Tomás Devoto y Cía. c/ Gobierno Nacional” (Fallos 169:111), va a
iniciar una nueva etapa de reconocimiento de la responsabilidad estatal.
En el caso se había reclamado la reparación de los daños ocasionados con motivo del incendio
provocado por la culpa o imprudencia de unos empleados nacionales que intervenían en la
reparación de una línea telegráfica del Estado; el siniestro había tenido inicio en el campamento
de los dependientes, a causa de chispas desprendidas de un brasero que se utilizaba en un
terreno cubierto de pasto seco y sin las suficientes precauciones.
El máximo Tribunal, va a reconocer la responsabilidad estatal por los hechos de sus
dependientes y sostuvo “el estrago de autos ha podido ser previsto y evitado desde que él ha
ocurrido por falta de atención de los agentes del Gobierno, y en tanto éstos ejecutaban trabajos
bajo su dependencia”. Formulando, para condenar al Estado, una interpretación extraída del
Derecho Privado y haciendo mención expresa de los Art. 1113 y 1109 del Código Civil.
En 1938, en el caso “Ferrocarril Oeste c/ Provincia de Buenos Aires” (Fallos 182:5), la Corte
reconoce la responsabilidad extracontractual del Estado de la Provincia de Buenos Aires, por la
prestación defectuosa del servicio de expedición de certificados registrales, incorporando la
noción de falta de servicio como fundamento de la reparación del daño ocasionado. .
La causa había sido iniciada por Ferrocarril Oeste, con el objeto de obtener el pago de una suma
de dinero que había tenido que abonar al reivindicante de un terreno para recuperar su
propiedad.
El origen del perjuicio sufrido por la empresa actora se encontraba en un certificado del Registro
de Propiedad de la provincia, expedido en 1914, que acreditaba el dominio de un lote de terreno
en cabeza de quien había sido su titular, pero que ya lo había enajenado por escritura pública
debidamente inscripta en el mismo registro certificante.
El informe erróneo, motivó que el Ferrocarril Oeste adquiriera el inmueble a quien ya no era su
titular y previo juicio de reivindicación, fue condenada abonar una suma de dinero al verdadero
propietario.
Por tal motivo Ferrocarril Oeste plantea ante los tribunales su reclamo en contra de la Provincia
de Buenos Aires, tendiente a obtener la reparación por el daño sufrido por el defectuoso obrar
del Registro de la propiedad provincial.
A partir de “Vadell Jorge c/ Provincia de Buenos Aires” de 1984 (Fallos 306:2030) la Corte,
comienza a adoptar el criterio de que el Estado es responsable en forma directa y objetivamente
por los hechos y actos administrativos irregulares.
En este caso, la Corte responsabilizó a la Provincia de Buenos Aires por daños producidos en
razón de las omisiones en que incurriera el Registro de la propiedad, que había atribuido el
dominio de un inmueble a quien en realidad no le correspondía, otorgándose escritura en
perjuicio del actor.
La Corte, para fundamentar la responsabilidad de la Provincia de Buenos Aires, sostuvo que:
“quien contrae la obligación de prestar un servicio lo debe realizar en condiciones adecuadas
para llenar el fin que ha sido establecido, siendo responsable de los perjuicios que causare su
incumplimiento o irregular ejecución , principio que encuentra su fundamento en la aplicación por
vía subsidiaria del art. 1112 C.C. y pone en juego la responsabilidad extracontractual del Estado
en el ámbito del derecho público que no requiere, como fundamento de derecho positivo, recurrir
al art. 1113 C.C., al que ha remitido desde antiguo, exclusiva o concurrentemente, sentencias
anteriores de la Corte Suprema en doctrina que sus actuales integrantes no comparten”.
Como señala Cassagne, “la principal consecuencia que se desprende la doctrina de “Vadell”
consiste en que al desplazarse la culpa como factor de atribución, no resulta necesario acreditar
De lo expuesto puede concluirse que la responsabilidad del Estado será siempre “directa”, ya que
es considerada como producida por el Estado mismo y “objetiva”, entendiendo por tal su
inexcusabilidad de la reparación frente al daño material producido en ejercicio regular o irregular
de las funciones o servicio, aún cuando no haya un reproche subjetivo de atribución en el sentido
tradicional.
Algunos autores, entre los que éste autor ubica a Duguit, considera que la responsabilidad del
Estado por los daños que ocasione encuentra su fundamento en los “riesgos sociales”, lo cual
implica excluir la “culpa” estatal como fundamento de sudeber de resarcir los daños que produzca
por los hechos o actos que le sean imputables (Marienhoff Miguel S., Tratado de Derecho
Administrativo, T. IV, Ed. Abeleldo Perrot, p. 695). Esta teoría, según Bianchi, preconiza la
responsabilidad objetiva y excluye la noción de culpa se opone naturalmente a la de quienes ven
en esta última el fundamento del deber de indemnizar a cargo del Estado.
“Como puede verse ambas doctrinas acusan una marcada influencia civilista propia de la
explicación de la responsabilidad en una etapa en que el derecho público no había desarrollado
todavía sus potencias autonómicas” (Bianchi Alberto. B, Panorama actual de la responsabilidad
del Estado en el Derecho comparado, L.L. 1996-A, p. 922 y ss.).
Otro criterio sostiene la necesidad del dictado de una ley formal que expresamente reconozca el
deber de reparar el daño causado. Es la posición adoptada en nuestro país por Bielsa.
Y agrega, el autor citado, que de nuestro ordenamiento constitucional pueden extraerse los
siguientes principios fundantes de la responsabilidad estatal:
a) sacrificio especial e igualdad ante las cargas públicas: Los Art. 4 y 16 in fine de la C.N.,
determinan que las contribuciones exigidas a los habitantes deben ser equitativas y
proporcionales. Si se produce un sacrificio especial por acto – legítimo o no- de cualquier órgano,
deben restablecerse la “igualdad de todos los habitantes” mediante una indemnización a cargo
del Estado que generalice el sacrificio especial que se ha exigido al damnificado.
b) Garantía del derecho de propiedad: el art. 17 de la C.N. dispone que nadie puede ser privado
de su propiedad sin ser indemnizado, en consecuencia, toda vez que el Estado afecte un
derecho debe indemnizar.
En conclusión, del propio texto constitucional puede extraerse el fundamento del deber de
reparar del Estado. De la norma suprema, surge la protección a los derechos de los
administrados contra cualquier daño injustamente, por cualquiera de su órganos, sea en ejercicio
de la función administrativa, legislativa o judicial (Dromi Roberto, op. cit., p. 1079).
Presupuestos
Para que pueda atribuirse responsabilidad al Estado por sus hechos o actos ilegítimos, se han
señalado los siguientes presupuestos:
a) Que el acto o hecho dañoso sea imputable materialmente a un órgano del Estado
en ejercicio u ocasión de sus funciones.
Lo que se requiere es atribuir las consecuencias jurídicas de una conducta del agente estatal al
Estado y para ello, la Corte Suprema, ha recurrido a la “teoría del órgano”.
En virtud de esta teoría, el Estado no puede actuar sin órganos, porque solamente a través de
ellos puede expresar su voluntad y su acción. De modo que cuando actúa el órgano, es como si
actuara la persona jurídica, en este caso el Estado. (Mertehikian Eduardo, La responsabilidad
pública: análisis de la doctrina y la jurisprudencia de la Corte Suprema, 1° Edición, 2006, p. 82).
Pero para establecer la imputación de la conducta del agente estatal, se requiere que éste haya
actuado en ejercicio o en ocasión de la función. Determinando el alcance de tal exigencia,
Mertehikian, señala que “en tanto los perjuicios sean provocados por la actuación de un órgano
del Estado en ejercicio aparente o real de los poderes conferidos por el ordenamiento jurídico, el
Estado deberá responder por las consecuencias patrimoniales de tal actuación. (Mertehikian
Eduardo, op. cti., p. 89).
En otras palabras, el daño es necesario que sea provocado por la persona del agente o
funcionario, actuando en el ámbito del vínculo que se establece con la función asignada. En todo
lo que exceda ese ámbito, la responsabilidad recaerá en cabeza del agente (falta personal) y no
en la organización (falta de servicio).
c) Falta de servicio.
La Corte ha resuelto que la responsabilidad del Estado por las acciones u omisiones de sus
agentes se genera en la idea de falta de servicio. Ahora bien, ¿en qué caso nos encontramos
frente a la falta de servicio estatal?
Conforme lo ha sostenido la Corte, a partir del caso “Vadell”, la existencia de la falta de servicio
se verifica por cumplir, el Estado, de un modo irregular los deberes y obligaciones impuestos por
el ordenamiento jurídico (Constitución, ley, reglamento o acto) o por el defectuoso funcionamiento
del servicio público. Agregando el Alto Tribunal que, quien contrae la obligación de prestar un
servicio, lo debe realizar en condiciones adecuadas para llenar el fin que ha sido establecido,
siendo responsable de los perjuicios que causare su incumplimiento o irregular ejecución.
Es decir, que siempre que el servicio no funcionó, funcionó mal o tardíamente se configura la
responsabilidad estatal.
En este sentido, López Mesa, considera que los daños de dicha prestación defectuosa del
servicio puede provenir de:
a) un deficiente funcionamiento o una deficiente organización: por negligencia, errores,
pérdidas de documentación, ejecuciones materiales irregulares;
b) un funcionamiento tardío: retardo abusivo en la reparación de un edificio, en la demora
innecesaria en la realización de trámites administrativos para efectivizar una expropiación
dispuesta por ley;
c) una ausencia de funcionamiento: en el supuesto de un servicio no prestado (López
Mesa, Marcelo J., en Tratado de la Responsabilidad de la Responsabilidad Civil, Trigo Represas,
Félix A. – Lopez Mesa Marcelo J., Ed. La Ley, 1° Ed., Buenos Aires, 2004, p. 86).
La responsabilidad extracontractual del Estado por su obrar lícito tuvo mayores reparos y un
reconocimiento tardío en la jurisprudencia, transitado un período en que ella no era reconocida a
su aceptación en el estado actual.
La evolución en la jurisprudencia
En una primera postura de la Corte Suprema, se rechazó la responsabilidad del Estado cuando
estaban en juego daños producidos por el obrar lícito de aquél.
En la causa “Establecimientos Gratry S.A. c/ La Nación” (1938), en la que se reclamaba la
indemnización por la aplicación de tributos, la Corte puntualizó que “el ejercicio de un poder legal,
como lo es el de crear impuestos, o modificar los existentes…puede ciertamente producir
perjuicios en el patrimonio de los particulares sin que tal circunstancia sea obstáculo contra su
legitimidad, so pena de detener la actividad gubernativa, en consideración de una garantía – la
de propiedad privada- que no puede interpretarse con semejante extensión” (Fallos180:107).
En 1946, la Corte modificaría su postura. En efecto, en una causa en la que reclamaba una
indemnización por a raíz de inundaciones producidas en campos de particulares por obras
hidráulicas efectuadas por la Provincia de Buenos Aires, la Corte admitió la responsabilidad
estatal por su obrar lícito (CSJN, “Laplacette c/ Provincia de Buenos Aires” L.L:, 29,697).
Posteriormente, la Corte consolidará su postura de aceptación de la responsabilidad estatal por
su obrar legítimo a partir del dictado de la sentencia de fecha 22 de septiembre de 1975 en la
causa “Los Pinos S.A. c/ Municpalidad de la Capital”, en la que se encontraba en discusión la
indemnización por perjuicios ocasionados por la revocación por razones de oportunidad y
conveniencia, de un permiso otorgado por la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires para el
funcionamiento de un albergue por horas.
Sostuvo la Corte que en ese caso la indemnización tenía por objeto tutelar la incolumidad del
patrimonio lesionado al dejarse sin efecto una autorización anterior. Señalando que el sacrificio
impuesto en forma particular a Los Pinos S.A., en beneficio de toda la comunidad, no era propio
que fuese soportado únicamente por aquélla, puesto que de ese modo lo sería en desmedro del
principio de igualdad ante las cargas públicas, consagrado en el art. 16 de la Constitución
Nacional (CSJN, 22/12/1975) L.L. 1976-B-300).
Criterio seguido en otras causas posteriores: “Cantón c/ Gobierno Nacional” (LL1979-C-219),
Motor Once (LL, 1988-A-5), Tejeduría Magallanes (LL, 1990-C-454), entre muchos otros.
Desde entonces la Corte ha sentado el principio de que cuado la actividad lícita estatal, aunque
inspirada en propósitos de interés colectivo, se constituye en causa eficiente de un perjuicio para
los particulares – cuyo derecho se sacrifica por aquel interés general- los daños deben ser
atendidos en el campo de la responsabilidad por su obrar lícito (Lopez Mesa, Marcelo J., op.cit. p.
107).
A los fines de la procedencia de la indemnización por la actividad lícita del Estado, se exige:
a) La existencia de un daño actual y cierto;
b) La relación de causalidad directa e inmediata entre el accionar del Estado y el perjuicio;
c) La posibilidad de imputar jurídicamente esos daños al Estado;
d) Ausencia del deber de soportar, por parte del damnificado, del perjuicio sufrido, en la medida
en que existen ciertos perjuicios o daños universales que deben obligatoriamente, ser soportados
por todo los ciudadanos.
e) El sacrificio especial. El daño para ser indemnizado debe ser, por una parte, sufrido por una
persona en particular o un número determinado de ellas y además constituir una afectación
irrazonable de la propiedad por imponer un sacrificio superior o una carga desproporcionada al
exigible igualitariamente a raíz de la vida en comunidad.
Las situaciones en las que es procedente la indemnización por el ejercicio de una actividad lícita
del estado son diversas, y en muchos casos, está prevista legalmente la reparación.
A título de ejemplo, y sin pretender agotar la casuística, podemos señalar los siguientes:
a) Expropiación de un bien privado por causa de utilidad pública;
b) La revocación por razones de oportunidad, mérito o conveniencia;
c) La realización de obras públicas que deriven en una disminución en el valor de los inmuebles
linderos de particulares;
d) Leyes que establecen el monopolio estatal de actividades, vulnerando el derecho de
particulares que tenían a su cargo dichas actividades y que debieron cesar su fabricación o
comercialización de los respectivos bienes;
Según Cassagne, la responsabilidad estatal surge cuando hay una omisión antijurídica del
Estado, pues requiere que éste o sus entidades descentralizadas incumplan una obligación legal
expresa o razonablemente implícita del ordenamiento, vinculada al ejercicio del poder de policía
administrativa. La responsabilidad, en estos casos, encuadra dentro del presupuesto que alude a
la falta de servicio.
La Corte Suprema de la Provincia de Mendoza, en la causa “Torres” analizó con claridad los
presupuestos para que se configure la responsabilidad del Estado por omisión.
Se trataba de una demanda por daños y perjuicios originados por una crecida que arrasó la
defensa aluvional – considerada insuficiente – que había construido la provincia de Mendoza.
Como consecuencia de ella, fueron destruidos plantíos y otros bienes del actor.
El tribunal consideró que en este caso no había existido una omisión antijurídica, como
presupuesto inexcusable del deber de responder, pues no existía una obligación legal que
impusiera determinado deber de hacer, por lo que el administrado carecía del derecho a exigir el
cumplimiento del acto omitido (L.L., 1989-C- 512, con comentario de Cassagne Juan Carlos).).
La responsabilidad del Estado por actos legislativos ha sido una de las últimas en ser reconocida.
Y ello obedece sustancialmente a que durante largo tiempo, debió vencerse una gran resistencia
radicada en la consideración de que al ser el Parlamento el depositario de la voluntad popular y
la ley expresión de esa voluntad, ella no era susceptible de causar daños resarcibles a un
particular.
En relación a las leyes que lesionan un derecho de un particular pero que son consideradas
lícitas, la regla es que, en principio no genera la responsabilidad estatal. (Dromi Roberto,
Derecho Administrativo, 11° Ed., Ed. Ciudad Argentina, 2006, p. 1082 y ss.).
En la causa “Cantón”, en la que se cuestionaba un decreto del Poder Ejecutivo que había
prohibido la importación de determinados productos con el objeto de nivelar la balanza pagos y
defender la industria nacional, afectando un contrato, que había tenido comienzo de ejecución.
En este caso, al Corte Suprema reconoció la facultad del Poder Ejecutivo para dictar medidas
como la cuestionada, no obstante, señaló que tal actividad lícita pude ser causa eficiente de
A modo de síntesis
El ejercicio de la función jurisdiccional por parte de los órganos del Estado, puede dar origen a la
responsabilidad estatal, en aquellos supuestos que tal actividad provoque daños a los
particulares. Si bien, debe puntualizarse que, en comparación a los otros supuestos de
responsabilidad, la responsabilidad estatal por la actividad jurisdiccional, constituye un supuesto
de tardío reconocimiento.
En ese sentido, el citado autor considera que “ se trata de una responsabilidad de carácter
excepcional dado que en toda comunidad jurídicamente organizada todos sus componentes
tienen el deber o carga genérica de someterse a las decisiones que se adopten en los procesos
jurisdiccionales, lo cual lleva consigo la carga de soportar los daños ocasionados por una
sentencia desfavorable. Este deber se concreta, muchas veces, en el sacrificio que tiene que
aceptar todo particular – sin indemnización- de soportar los daños que le provoca el sometimiento
al proceso , hasta tanto obtenga una sentencia que haga lugar a su pretensión”. (Cassagne, op.
Cit. T.I, p- 302 y ss.).
Sin embargo, como señala Agüero Piñero, esa carga de contribuir al bien común, representado
por la realización de la justicia en el seno de la comunidad, genera en algunos supuestos
excepcionales injustificados y excesivos daños que deben ser reparados, (Agüero Piñero, op. cit.
p. 24), tanto en perjuicios derivados de procesos penales como civiles o comerciales, derivados
de errores judiciales o por un anormal funcionamiento del servicio de justicia.
IX.1. Tipos de responsabilidad por ejercicio de actividad jurisdiccional: error judicial e irregular
funcionamiento.
El error judicial, siguiendo a Trigo Represas y Lopez Mesa, es todo acto judicial ejecutado por el
juez en el proceso, que resulta objetivamente contradictorio con los hechos de la causa o el
En primer lugar, habrá que determinar la existencia del error judicial a través de la revisión de la
resolución judicial de la que surge el error, en la medida que resulta imprescindible remover el
efecto de la cosa juzgada que, a pesar del error, la sentencia judicial ostenta, y en caso de
prosperar, se abriría el camino de la posible indemnización. (Mertehikian, op. cit. p. 260).
En ese sentido la Corte Suprema ha establecido que “en principio sólo puede responsabilizarse
al Estado por error judicial en la medida en que el acto jurisdiccional que origina el daño sea
declarado ilegítimo y dejado sin efecto, pues antes de ese momento el carácter de verdad legal
que ostenta l sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada impide, en tanto se mantenga,
juzgar que hay error. Lo contrario importaría un atentado contar el orden social y la seguridad
jurídica, pues la acción de daños y perjuicios constituiría un recurso contra un pronunciamiento
firme, no previsto ni admitido” (CSJN, “Vignoni Antonio c/ Gobierno Nacional “ L. L. 1988-E-224).
El ejemplo característico es el de una sentencia condenatoria por error judicial, la cual debe ser
declarada ilegítima y dejada sin efecto, para tornar procedente el reclamo de la indemnización de
los daños provocado por la sentencia ilegítimamente dictada.
Asimismo, como lo sostiene Cassagne, “debe admitirse la responsabilidad del Estado, cuando no
exista revisión de la cos juzgada formal o material de una sentencia definitiva, si se dispone una
detención indebida – por un plazo que exceda el razonable- de una persona que después resulta
absuelta al dictarse la sentencia definitiva, cuando la respectiva detención pueda calificarse de
arbitraria”. (Cassagne op. Cit. p. 304).
En nuestro país, algunas las provincias han reconocido – vía constitucional (Chaco (arts. 21 y
72), Chubut (art. 28), Entre Ríos (Art. 19), entre otras o legal (Santiago del Estero, Código
Procesal Penal (art. 443), La Pampa (Código Procesal Penal, (art. 549) entre otras)– el deber de
A diferencia del supuesto anterior, el irregular funcionamiento del servicio de justicia, no requiere
un pronunciamiento previo sobre el error y no surge necesariamente de la actividad de los jueces
o magistrados, sino que puede incluir la labora realizada por funcionarios, empleados y otros
auxiliares de la justicia, que individualmente o en conjunto concurren a la defectuosa prestación
del servicio de justicia. (Trigo Represas – Lopez Mesa, op. cit. p. 173). Como señala Tawil, se
trata de una responsabilidad “que se origina como consecuencia de los daños producidos por el
funcionamiento de la máquina burocrática”. (Tawil Guido Santiago, La responsabilidad del Estado
y de los magistrados y funcionarios judiciales por el mal funcionamiento de la administración
pública, Depalma, Buenos Aires, 1989, p. 68).
Así, por ejemplo, la Corte Suprema reconoció la responsabilidad estatal por actos de funcionarios
judiciales, en una causa en la que se había extraído en forma fraudulenta –por parte del
Secretario del juzgado- fondos de una sucesión, que se encontraban depositados en el Banco
Nación a la orden del Tribunal (Fallos 177:171).
En otra causa, en la que se había realizado la entrega de una orden de pago judicial a una
persona distinta del destinatario, en la que se acreditó que el Secretario del Juzgado omitió el
debido control al momento de la entrega. En tal caso, la Cámara Nacional en lo Contencioso
Administrativo Federal, Sala II, condenó al Estado Nacional a reparar el daño ocasionado al
verdadero acreedor de los fondos depositados (Lusquiños Horacio c/ Estado Nacional “ J.A. del
2/2/2000, p. 45).
Del análisis de la jurisprudencia, se advierte que para los supuestos de error judicial se ha
establecido con nitidez los requisitos que tornan procedente la reparación del daño ocasionado.
Aspectos que no surgen tan claramente en materia de irregular funcionamiento, para lo cual debe
recurrirse a un análisis casuístico, que según Mertehikian, ha respondido a análogos principios
que los exigibles en caso de omisiones a un deber legal. (Mertehikian Eduardo, op.cit.,p. 260).
Que esta Corte ha resuelto que el recurso ordinario es procedente, aun cuando el Fisco o la
Nación no sea la parte actora (Fallos: 162:80).
1. Que, en cuanto al fondo de la causa, debe de entenderse que el apelante comprende en sus
agravios no sólo el monto de la indemnización fijado, sino también el derecho de exigirla y la
obligación de reparar los daños y perjuicios por parte de la Nación.
2. Que, la cuestión de hecho, a saber si el incendio producido lo fue por culpa o imprudencia de
los empleados nacionales, ha quedado resuelta afirmativamente, pues así lo revela la prueba de
autos, estableciendo que el siniestro se originó en el campamento de aquéllos a causa de
chispas desprendidas de un brasero deficiente que se usaba, en terreno cubierto de pasto seco y
sin las precauciones suficientes.
3. Que, en nada influye para definir la responsabilidad del Estado por el desempeño negligente
de sus empleados, que aquéllos, en el caso de autos, no hayan procedido intencionalmente, o
que la causa generadora del incendio sea casual, desde que la casualidad sólo puede
equipararse al caso fortuito, en cuanto en ambas circunstancias ocurren sucesos que no han
podido preverse ni evitarse (art. 514 del Código Civil). Pero el estrago de autos ha podido ser
4. Que, demostrada la existencia de perjuicios reales de daño emergente y posible lucro cesante,
por la prueba pericial, de testigos e instrumental que ha invocado la cámara "a quo", pero no
habiendo sido aquéllos demostrados en su extensión precisa, es procedente la vía del juramento
estimatorio para su fijación (art. 220 del Código de Procedimientos).
5. Que, respecto a la cantidad señalada, no puede ser ella aumentada aun cuando el aumento
fuera de justicia, toda vez que la parte actora ha consentido el fallo, apelado sólo por la contraria.
6. Que, tampoco sería justo reducir dicha cantidad, dentro de las constancias que se han tenido
en cuenta para determinarla, ni los agravios expresados por el ministerio fiscal en esta instancia
se refieren a este punto de modo particular.
Por estos fundamentos y los concordantes de la sentencia apelada, se confirma ésta, sin costas,
atento el resultado de la causa. - Repetto. - Guido Lavalle. - Sagarna. - Linares.
Ahora bien: en vez de dirigir el Ferrocarril su acción de reintegro contra Gómez Pardal --a quien
ni siquiera citó de evicción-- entabla demanda contra la Provincia de Buenos Aires, sosteniendo
que todo lo ocurrido tuvo por origen una certificación errónea del Registro de la Propiedad
provincial, acerca de estar inscripto el dominio del bien a nombre de Gómez Pardal, en 1914,
cuando ya lo estaba a nombre de los sucesores de Casir. Ese es el pleito, que tiene por objeto
conseguir se condene a la expresada provincia al pago de los $ 3.163,49, pagados por el
Ferrocarril en su segunda compra, más las costas del juicio de reivindicación.
La Provincia, al oponerse a la demanda, aduce dos argumentos: a), obligación del actor de
probar la existencia del hecho invocado como causa generadora de los perjuicios; b),
irresponsabilidad legal del Estado, por los errores o delitos que cometan sus funcionarios en el
desempeño de las tareas oficiales.
Respecto del primer punto, aunque el actor ofreció desde el primer escrito la prueba de haberse
expedido el informe inexacto atribuido al Registro de la Propiedad y base de la acción, tal
elemento de criterio no aparece en autos, ni fue presentado en el juicio de reivindicación, ni
resulta haber influido en el fallo de este último, ya que las partes se limitaron allí a discutir cuál de
los dos compradores había sido primero puesto en posesión. No resulta, entonces, que el pleito
se perdiera como consecuencia de dicho informe, respecto del cual ni aún se sabe qué firma y
fecha llevaba al pie. La única noticia que aparece acerca de su existencia es la mención de que
el escribano otorgante de la segunda venta dijo haberlo tenido a la vista; pero la escritura que se
dice contener tal aserto, fue retirada del expediente anexo antes de iniciarse la actual demanda, y
Buenos Aires, octubre 3 de 1938. -- Que, a fs. 3, se presentó don Anselmo F. López, en
representación de la Empresa, entablando demanda y exponiendo lo siguiente: Que el 28 de abril
de 1914 la Empresa había comprado a don José Gómez Pardal, un lote de terreno situado en el
Partido de Morón, Pueblo Haedo, provincia de Buenos Aires, en la calle Suipacha entre las de
Rivadavia y Esmeralda, designado con el núm. 13 de la manzana B. del plano especial que sirvió
para la venta, cuya superficie era de 316.35 metros. Que para hacer la operación, el escribano
don Federico Isla, solicitó el certificado respectivo del Registro de la Propiedad de La Plata, el
que se le expidió con fecha 23 de abril de 1914, bajo el número 24.827 y en el cual se hizo
constar que el terreno estaba inscripto en mayor área, a nombre del vendedor, que éste no tenía
inhibición ni el terreno gravamen alguno. Que la operación se llevó adelante y el título se inscribió
en el Registro con fecha 7 de mayo de 1914. La Empresa tomó después, la posesión del terreno
e hizo edificar en él una casita para un empleado.
Que pasó el tiempo, y en 1928 se presentó a la Empresa una persona en nombre de doña Inés
Vioni de Parmigiani, diciendo que ella era dueña del terreno y reclamando su entrega. Que como
Que la Empresa, para evitar mayores perjuicios, volvió a comprar el inmueble por $ 3.163.49,
además de pagar a la actora por concepto de costas, $ 812.50 moneda nacional.
Que todo lo sucedido tiene su origen en un certificado falso expedido por el Registro de la
Propiedad, el 23 de abril de 1914, núm. 24.827, según el cual la propiedad era de Pardal en esa
fecha, cuando en realidad, en 1910, había pasado ya al dominio de Casir. Que aquel certificado
está inscripto en la escritura de adquisición del inmueble, la cual fue agregada al juicio de
reivindicación a que se ha hecho referencia.
Que, bajo otro punto de vista, la jurisdicción del tribunal para entender en esta causa surge de los
arts. 100 y 101 de la Constitución y del art. 1°, inc. 1° de la ley núm. 48, por tratarse de una
causa civil entre un vecino de la Capital Federal, cual debe reputarse la Empresa, y un estado
provincial.
Termina pidiendo que se condene a la Provincia a pagar la suma reclamada y los intereses.
Además, las costas del juicio.
Corrido traslado de la demanda, es contestada por el doctor Pedro R. Quiroga, quien dice, que
suponiendo exactos los hechos alegados, lo que deberá probar el actor, la demanda debe
Se funda en que las providencias no son responsables de los actos ilícitos cometidos por sus
funcionarios, según el art. 43 del cód. Civil.
Cita en su apoyo los fallos de esta Corte, de los ts. 124, p. 16, causa 146; 78, p. 371, causa 57;
96, p. 278, causa 108; t. 105, p. 254, causa 37; 99, p. 139.
Cita, asimismo, la doctrina de Bielsa, en su obra Derecho Administrativo, t. I, ed. 2ª, p. 215.
Considerando: Que puede darse por cierto que el Registro de Propiedad de La Plata expidió el
certificado núm. 24.827, cuyo texto se halla transcripto en la escritura de adquisición que hizo la
Empresa del terreno en cuestión, la cual se agregó a la demanda iniciada por ella contra doña
Inés Vioni de Parmigiani, traída "ad effectum videndi". Por ese certificado del 23 de abril de 1914,
se hacía constar que la propiedad formaba parte de un lote mayor perteneciente a don José
Gómez Pardal y que estaba libre de gravamen. El escribano autorizante da fe de la existencia y
contenido de ese documento público (arts. 979, inc. 2° y 994 del cód. civil).
Que, igualmente, resulta cierto que el mismo lote de terreno había sido enajenado por Gómez
Pardal a don Alejandro Casir, en 1910 y registrada la operación el 17 de agosto del mismo, lo
que dio lugar al juicio de reivindicación que después se siguiera con éxito contra la Empresa del
Oeste.
Que no es dudoso que el certificado expedido el 23 de abril de 1914 hizo incurrir a la Empresa en
el error de adquirir la propiedad de quien no era dueño ya. Y que vencida ésta en el juicio
reivindicatorio, tuvo que pagar la suma que se cobra en la demanda para recuperar la propiedad.
Que el Estado provincial impone la obligación de munirse del certificado del Registro para
escriturar toda operación que versare sobre transmisión de inmuebles, cobrando un derecho
especial del sellado, lo que, lógicamente, presupone la obligación de prestar un servicio regular
que responda a las garantías que se ha querido asegurar. Que, cuando de tal manera procede,
no obra como persona del derecho privado, o como persona jurídica, sino como entidad del
derecho público que ha tomado a su cargo una función y que la monopoliza, como puede ser la
de Correos y Telégrafos o cualquier otra de esta naturaleza, y, siendo así, la invocación del art.
Que estas disposiciones no son sino el corolario lógico del principio general según el cual todos
los que emplean a otras personas para el manejo de un negocio o para determinada función,
llevan la responsabilidad de su elección y son pasibles de los perjuicios que éstas ocasionaren a
terceros en el desempeño de su función, dado que nadie puede por sí o por intermedio de otro
ejercer sus derechos en forma tal que lesione el derecho de un tercero.
Que esto es así tanto cuando se trata de personas como de entidades jurídicas. Al respecto, dice
Bibiloni: "No hay dos clases de propiedad regidas por dos reglas diversas en cuanto a sus
facultades y restricciones, según sean sus titulares hombres o instituciones. No hay dos derechos
distintos para regular las actividades. Todos deben cuidar de usar de las facultades legales de
modo de no causar daño indebido a terceros. Si, voluntaria o necesariamente, se obra por medio
de representantes, éstos deben observar las mismas precauciones". Y después agrega: "La ley
no establece excepción. Basta que haya encargado o comisión. ¿Por qué se establecería la
irresponsabilidad de las personas jurídicas? ¿Y de qué manera es más grave la situación de un
particular por los actos de sus empleados que la de aquélla? Nadie, ciertamente, verá razón para
exonerar a unas personas de las consecuencias que la ley impondrá a otras. Hasta se podría
decir que, justamente, para que las jurídicas no puedan usar de sus derechos, sino por el medio
necesario de su representante, los actos de éste, deben ajustarse a las mayores condiciones de
vigilancia, y que al ejercer sus funciones en actos de éste, deben ajustarse a las mayores
condiciones de vigilancia, y que al ejercer sus funciones en actos del resorte de los institutos, son
éstos mismos los que obran ante los ojos de los terceros". Agrega, después, que la misma regla
Que la disposición del art. 1112 del Código Civil correlacionada con la que le sigue del art. 1113,
significa la aceptación del principio de la responsabilidad del Estado, cuando concurren las
condiciones anteriormente indicadas, tanto por lo que se desprende de su texto mismo cuando
porque, interpretada así, concuerda con la doctrina expuesta por Aubry y Rau, citado por el
Codificador en su nota al art. 1112 (Aubry y Rau, t. 4, p. 799, párrafo 447; Laurent, t. 20, párrafos
593, 594 y 595). Y así se ha aplicado por esta Corte Suprema en un caso de incendio producido
por culpa de obreros del Estado, al hacerse la limpieza de una línea telegráfica, en el cual, por
haber ellos obrado en desempeño de sus tareas y bajo la dependencia del Gobierno, fue éste
declarado responsable del daño causado a un tercero (t. 169, p. 120. Concuerda con los de los
ts. 124, p. 22; 145, p. 89, y 171, p. 142).
En su mérito y oído el procurador general, se dispone que la Provincia de Buenos Aires reintegre
a la Empresa del Ferrocarril Oeste la suma de $ 3.976.09 m|n., en el término de veinte días que
dicha empresa pagó a la reivindicante del terreno para recuperar la propiedad, con más los
intereses legales desde la notificación de la demanda. Las costas en el orden causado, atenta la
naturaleza de las cuestiones de orden jurídico debatidas. -- Roberto Repetto. -- Antonio Sagarna.
-- Luis Linares. -- Benito A. Nazar Anchorena.
Resulta: I - A fs. 40/45 la parte actora demanda a la Provincia de Buenos Aires para que se la
condene a pagar las sumas que se vea obligada a resarcir en favor de Miguel García Gómez en
un juicio que éste le sigue, originado en los hechos que pasa a relatar.
Dice que por escritura del 22 de junio de 1949 vendió al mencionado García Gómez el inmueble
constituido por la mitad N.O. de la manzana F, ubicado en la Ciudad de Necochea, chacra N°
164, y que había adquirido a Elías Stly. Esas compraventas -sostiene- fueron efectuadas sobre la
base de antecedentes de dominio nulos que comprometen la responsabilidad de la provincia.
Tales antecedentes dominiales demuestran que mediante escritura del 27 de diciembre de 1906
Gervasio Abásolo compró la totalidad de la chacra 164 de la que comprendía numerosas
manzanas, entre ellas, las identificadas con las letras "E" y "F". Posteriormente, Abásolo vendió
la mitad S.O. de la manzana "F" a J. N. Méndez y Cía., la mitad restante N.E. a Juan Ayrolo y la
mitad S. E. de la manzana "E" a José Koblitz. De tal suerte, sólo quedó en su patrimonio la mitad
N.O. de esta última.
Fallecido Emiliano Abásolo se enajenó por sus sucesores y en subasta, lo que se denomina la
mitad N.O. de la manzana "F" produciéndose nuevas irregularidades. En efecto, aquél no era
propietario de esa fracción, totalmente vendida por su antecesor Gervasio, pese a lo cual el
Registro de la Propiedad informó adjudicándole la plena titularidad del dominio.
No obstante estas circunstancias, el registro inmobiliario anotó el título de Emiliano Abásolo pese
a mediar las defectuosas menciones consignadas por el escribano Exertier y expidió luego un
certificado de dominio en el que informó que no tenía restricciones ni exclusiones para anotar
luego su venta a Bilbao y Jaca. A partir de estos errores se produjeron transmisiones paralelas
superpuestas sobre una misma fracción lo que determinó una serie de litigios entre los que
Por estos hechos responsabiliza a la demandada, ya sea por los errores registrales como por la
conducta de los escribanos intervinientes, a los que califica de funcionarios públicos
dependientes del estado provincial.
II - A fs. 54/60 contesta la Provincia de Buenos Aires. Opone la excepción de falta de legitimación
para obrar y pide subsidiariamente el rechazo de la demanda.
Tras reseñar los antecedentes registrales descarta su responsabilidad, la que, en todo caso,
sostiene que se originaría en las menciones de las escrituras que crearon la superposición de
inscripciones denunciadas. Tampoco la reconoce en lo atinente a la actuación de los escribanos,
a quienes niega el carácter de funcionarios públicos recordando las diferentes doctrinas
elaboradas acerca de la naturaleza de sus funciones. Pide, por ultimo, la citación de los
escribanos Exertier y Landó.
IV - A fs. 135/36 la actora hace saber que la sentencia dictada en el litigio seguido por García
Gómez ha sido favorable al actor lo que deja expedita esta acción aun cuando no exista monto
líquido del resarcimiento a que se lo condenó.
2° - Que a los efectos de precisar los antecedentes dominiales que dan origen al pleito, es
conveniente su relación circunstanciada, la que, por lo demás, resulta suficientemente
esclarecida en el dictamen pericial del escribano Rubio. En el año 1906, Gervasio Abásolo
adquirió la totalidad de la chacra 164, compuesta entre otras de las manzanas "E" y "F" sobre las
que se suscitarán las sucesivas controversias, y años después, entre 1910 y 1911, vendió las
fracciones S. O. y N. E. en que se dividía la "F" a Méndez y Cía. y Ayrolo, y la S.E. -de las dos
que conformaban la "E"- a José Koblitz. Sólo quedó en su patrimonio, entonces, la
individualizada como N.O. de la manzana "E".
3° - Que en 1924, la sucesión de Emiliano Abásolo enajenó, en subasta, a la firma Bilbao y Jaca
lo que en la escritura se identifica como sector N.O. de la manzana "F", lo que constituía una
denominación incierta. Este nuevo error notarial, esta vez del escribano Landó, originó la
superposición de dominio sobre el ángulo oeste de esa manzana (dividida como se sabe en
fracciones S.O. y N.E.). Tal estructuración fue precedida de sucesivos pedidos de certificación de
dominio que gravitaron decisivamente en la suerte de los bienes. En efecto, el 12 de julio de 1923
y mediante oficio que figura a fs. 207 de los autos sucesorios de Emiliano Abásolo, se indica que
"en cuanto a lo deslindado por la inscripción 94.545 B 14" (corresponde a la venta entre los
Abásolo) "consta con deducción de la quinta 6 chacra 136 por haber sido enajenado".
4° - Que esa respuesta evidencia que el registro, pese a contar con medios para informar sobre
anteriores transferencias -así lo prueban la mención antedicha del estado de la chacra 136 y las
constancias que reconoce en la absolución de posiciones-, ponían en cabeza de Emiliano
Abásolo la titularidad de un bien que nunca le había pertenecido totalmente. Este se reitera,
según el perito, en otras piezas provenientes de esa repartición que obran en el protocolo
respectivo (certificado 39.676, del 31 de julio de 1924, y su ampliación bajo N° 48.632 del 22 de
septiembre de ese año). Allí se comunica, por el primero, que la chacra 164 consta en su
integridad a nombre de Emiliano y por el segundo, emitido meses después, que ese dominio no
se había modificado en sus condiciones. De lo expuesto, surge la evidencia de que el registro
ignoró la primitiva venta de Gervasio Abásolo a Méndez que involucró el terreno que suscita el
litigio y las posteriores de Emiliano atribuyéndole a éste la plenitud de un dominio del que no fue
Esa idea objetiva de la falta de servicio encuentra fundamento en la aplicación por vía subsidiaria
del art. 1112 del Código Civil que establece un régimen de responsabilidad "por los hechos y las
omisiones de los funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones, por no cumplir sino de
una manera irregular las obligaciones legales que les están impuestas".
6° - Que ello pone en juego la responsabilidad extracontractual del Estado en el ámbito del
derecho público que no requiere, como fundamento de derecho positivo, recurrir al art. 1113 del
Cód. Civil al que han remitido desde antiguo, exclusive o concurrentemente, sentencias
anteriores de esta Corte en doctrina que sus actuales integrantes no comparten (ver Fallos, t.
259, p. 261; t. 270, p. 404; t. 278,p. 224; t. 288, p. 362; t. 290, p. 71; t. 300, p. 867 -Rev. La Ley, t.
117, p. 842, fallo 11.664-S, t. 131, p. 518; t. 143, p. 576, fallo 26.678-S; Rep. La Ley, t. XXXV, p.
237, sum. 141; t. XLI, A-I, p. 926, sum. 306-). En efecto no se trata de una responsabilidad
indirecta la que en el caso se compromete, toda vez que la actividad de los órganos o
funcionarios del Estado realizada para el desenvolvimiento de los fines de las entidades de las
que dependen, ha de ser considerada propia de éstas, que deben responder de modo principal y
directo por sus consecuencias dañosas.
9º - Que dificultan la solución del tema algunas disposiciones del Código Civil, como los arts. 979
incs. 1° y 2°, 997 y 1004 que contienen menciones no suficientemente explícitas acerca de
quienes denomina escribanos o funcionarios públicos, y también la referencia que hace el
codificador en su nota al art. 1112, en la cual ubica a aquéllos en esa última clasificación. No
debe perderse de vista, por otra parte, que el art. 10 de la ley 12.990 ha reconocido formalmente
ere carácter siguiendo sus antecedentes, las leyes 1144 y 1893.
12 - Que la referencia contenida en la nota al art. 1112 del Cód. Civil que incorpora entre los
agentes públicos a "los escribanos, procuradores y todos los empleados en la administración del
Estado" no altera lo expuesto toda vez que no cabe afirmar que contenga una inequívoca
mención de los escribanos de registro. Contribuye a esta convicción la circunstancia de que al
sancionarse el Código Civil, no existía la separación entre la fe pública notarial y la judicial, que
sólo se opera con la vigencia de las leyes 1144 y 1893, que siguen la orientación innovadora de
la ley orgánica del notariado español de 1862. De tal manera, la expresión -ubicada en su preciso
contexto temporal- no es suficientemente indicativa si se toma en cuenta que, aun en aquellas
normas, los escribanos de registro tenían su regulación junto a los escribanos secretarios -éstos
sí incuestionablemente funcionarios estatales- en el marco de las leyes destinadas a ordenar la
organización de los tribunales bajo la genérica definición de escribanos públicos (ley 1893, título
XII, caps. I, II y III).
13 - Que por otra parte y aún de admitir que la función fedataria sea la más trascendente de las
que realiza el notario, no puede ignorarse que concurre con otras que no ostentan ese carácter y
que son propias de su condición de profesional independiente. Parece absurdo, entonces, que
semejante dualidad se presente en quien se pretende definir como funcionario público, como
igualmente inaceptable que, necesariamente sometido como tal a una típica subordinación
disciplinaria, esta facultad del Estado pueda coexistir con el ejercicio de una superintendencia a
cargo de organismos corporativos como los que contempla la ley 12.990 (arts. 43 y siguientes).
14 - Que, por último, cabe recordar que la Corte definió el particular status del escribano de
registro señalando que "la reglamentación a que puede someterse el ejercicio de las profesiones
liberales, ofrece aspecto esencial tratándose de los escribanos, porque la facultad que se les
atribuye de dar fe a los actos y contratos que celebren conforme a las leyes constituye una
concesión del Estado acordada por la calidad de 'funcionario' o de 'oficial público' que
corresponde a los escribanos de Registro" (Fallos, t. 235, p. 445, Rev. La Ley, t. 85, p. 605). De
estas conclusiones surge, reafirmada, la naturaleza atribuida a la actividad notarial sin que obste
15 - Que de acuerdo a lo expuesto corresponde ahora decidir sobre la participación que cupo a la
provincia demandada en la producción de los daños, que esta Corte estima en un 70 % ya que la
trascendencia de la conducta irregular del registro inmobiliario como causa de aquellos debe
entenderse superior a la del escribano Exertier. El reclamo del actor, que consiste en el reintegro
de lo que se le condene a pagar en el juicio que le siguió García Gómez, no se traduce aún en
suma líquida toda vez que no se ha cumplido con la etapa de ejecución de aquella sentencia y no
media liquidación practicada. Deberá, entonces, diferirse la estimación económica del perjuicio
para su oportunidad.
Por ello, y lo dispuesto en los arts. 1112 y concs. del Código Civil, se decide: Hacer lugar
parcialmente a la demanda seguida por Jorge F. Vadell contra la Provincia de Buenos Aires.
Estése a lo establecido en el consid. 15 sobre la fijación del resarcimiento. Las costas se
imponen en un 70% a cargo del estado provincial y un 30% a la parte actora en atención al
resultado del pleito (art. 71, Cód. Procesal). - Genaro R. Carrió. - José S. Caballero. - Carlos S.
Fayt. - Augusto C. Belluscio. - Enrique S. Petracchi.
2. Que la apelación interpuesta es formalmente admisible pues se dirige contra una sentencia
definitiva, dictada en una causa en que la Nación es parte, y el valor cuestionado en último
término excede el mínimo legal previsto por el art. 24, inc. 6§, ap. a, del dec.-ley 1285/58, y la
res. 1360/91 de este Tribunal.
3. Que la actora sostuvo a lo largo del pleito que las sucesivas reformas al sistema financiero,
que tuvieron lugar entre 1982 y 1986, la condujeron a un proceso de descapitalización continuo y
creciente que desembocó en una situación gravemente deficitaria.
4. Que la Cámara expresó, como fundamento para admitir la defensa de prescripción parcial
opuesta por la demandada en los términos en que lo hizo, que los reclamos deducidos por la
actora ante el Banco Central el 12 de febrero y el 11 de agosto de 1987 carecían de aptitud para
interrumpir el curso de aquélla, pues se referían exclusivamente a la compensación prevista por
el art. 13 de la ley 23.370. Asimismo negó que esa norma constituyese un reconocimiento de
deuda susceptible de producir el efecto previsto por el Art. 3989 del Código Civil."
5. Que en lo atinente al fondo del asunto -con referencia a las pretensiones no alcanzadas por la
prescripción- el a quo consideró infundada la tacha de inconstitucionalidad del citado art. 13 de la
ley 23.370, del dec. 1926/86 y de la comunicación del Banco Central "A" 955. En el primer caso
tuvo en cuenta la doctrina uniformemente sostenida por este tribunal acerca de que nadie tiene
un derecho adquirido al mantenimiento de leyes y reglamentaciones (Fallos: 268:228; 272;229).
Agregó - con cita del precedente de Fallos: 267:247 (Adla, 126- 582)- que "ante un cambio
sustancial de circunstancias, el Estado nacional no puede renunciar a ejercicio de atribuciones
propias, como lo son las de orden económico" y que frente a un caso similar -Fallos: 315:1027-
esta Corte "sostuvo la legitimidad de las normas dictadas dada la necesidad de poner un límite
adecuado a la divergente evolución de los índices de ajuste de los préstamos con relación al
nivel de actividad económica y de los ingresos". Puntualizo también que este tribunal ha admitido
En lo referente al dec. 1926/86, juzgó que el límite fijado por su art. 11 respecto de la
compensación prevista por el art. 13 de la ley 23.370, en tanto se refiere sólo a intereses
punitorios devengados e impagos superiores al 6 % sobre capital actualizado, no afecto un
derecho patrimonial adquirido ni alteró la reparación integral contemplada por la norma legal. Del
mismo modo, consideró que al dictar la comunicación "A" 995 el Banco Central actúa
válidamente en la esfera de sus potestades constitucionales, sin apartarse de lo dispuesto en
normas de mayor jerarquía. Por tales razones, descartó que los eventuales daños cuyo
resarcimiento reclama la actora fuesen consecuencia de actividad ilícita del Estado.
6. Que asimismo desestimó la pretensión resarcitoria formulada con base en el obrar lícito de
aquél. Al respecto, entendió que no se hallaba acreditada en autos ni la ausencia de un deber
jurídico de la actora de soportar el daño que alega, ni la existencia de un perjuicio individualizado
del que hubiesen estado eximidas las restantes entidades financieras. Agregó que, aun si por
hipótesis se entendiera que no fuese necesaria la concurrencia de tales requisitos, no cabía tener
por probado el daño invocado en razón de la ineficacia de las premisas utilizadas para su
determinación en el peritaje contable.
8. Que, por otra parte, resulta inatendible lo aducido por la apelante en relación a que se habría
configurado en el caso el impedimento fáctico a que alude el art. 3980 del Cód. Civil, dada la
dificultad temporaria para identificar cada uno de los daños acaecidos -según sostiene- entre
1982 y 1986, en razón de su recíproca concatenación. En efecto, el art. 3980 del Cód. Civil
requiere, para su aplicación, la concurrencia de razones impeditivas que deben ser apreciadas
concretamente en relación a la persona que invoca su ocurrencia (Fallos: 311:l490) y no puede
operar ante consideraciones de índole general -como las expresadas por la actora- relativas a
que "estaba aguardando el dictado de una ley que diera fin a todos los inconvenientes que estas
normas venían ocasionando" o que se encontraba "siempre a la espera de una resolución de la
entidad rectora o del Congreso que compensara de alguna manera los inconvenientes que se
iban sufriendo".
10. Que el art. 13 de la ley 23.370 reconoció una compensación a cargo del Estado nacional, que
sería efectivizada por el Banco Central de la República Argentina por cuenta de la Secretaría de
Hacienda, respecto de las entidades financieras que acreditasen haber sufrido pérdida o
quebranto a raíz de la refinanciación establecida por dicha ley. Sin perjuicio de que tal
compensación quedó supeditada a la prueba del concreto perjuicio, cabe poner de relieve que -
como resulta claramente del mismo texto de la norma- aquélla se refiere al quebranto o pérdida
ocasionado por el sistema de refinanciación establecido por esa ley, de manera que mal podría
importar un reconocimiento de deuda alguna por daños que podrían haber causado otras normas
dictadas con anterioridad.
11. Que la actora reclamó por la insuficiencia de la reparación prevista por la citada ley que, a su
entender, fue indebidamente restringida por el dec. 1926/86 y la com. "A" 955 del Banco Central.
12. Que en lo atinente a la atribución de responsabilidad que formula la apelante sobre la base
de una pretendida actuación ilícita del Estado, el memorial de agravios no expone críticas de
peso que permitan al tribunal apartarse de la conclusión a la que llegó el a quo. En efecto, la
recurrente se limitó a reiterar los argumentos vertidos en la instancia anterior sin refutar el
razonamiento en que se sustentó la Cámara. Han quedado incontrovertidos aspectos esenciales
de la sentencia como lo son los concernientes a la inexistencia de un derecho adquirido a la
inalterabilidad de las leyes y reglamentaciones y la imposibilidad de que el Estado renuncie al
ejercicio de sus atribuciones propias, como las de orden económico, cuando la atención del
interés general y la situación económica así lo impone. Tampoco ha expuesto el apelante
razones que desvirtúen el juicio de la Cámara en cuanto entendió que ni el Poder Ejecutivo al
dictar el dec. 1926/86 ni el Banco Central, al emitir la comunicación "A" 355, excedieron sus
facultades constitucionales, ni ha criticado en forma concreta y razonada la consideración de que
el art. 11 del dec. 1926/86, al fijar una limitación para el cálculo de la compensación, se refiere
exclusivamente a intereses punitorios devengados e impagos superiores al 6% sobre capital
actualizado, por lo cual no afecta derechos patrimoniales adquiridos, y que el límite a la
compensación fijada en los puntos 4 y 5 de la com. "A" 955 del Banco Central no modificó lo
previsto por la ley 23.370 pues la fecha que considera para el cálculo de los saldos es la de
publicación de aquélla en el Boletín Oficial.
13. Que en lo atinente a la pretensión resarcitoria respecto del obrar lícito del Estado, también la
recurrente ha omitido controvertir el argumento medular de la sentencia, relativo a que
únicamente la pérdida o el sacrificio de derechos e intereses incorporados al patrimonio son
susceptibles de generar un derecho al resarcimiento, y que no puede considerarse que revista
esa calidad la pretensión de que se mantenga la aplicación de tasas de interés libres,
anteriormente dispuestas por el Banco Central, que no asumió la obligación de mantenerlas en
caso de operarse una modificación en las condiciones económicas contempladas, extremo éste
que no fue negado por la recurrente.
14. Que, de igual modo, la apelante no refutó adecuadamente los motivos enunciados por la
15. Que al respecto cabe señalar que no resulta razonable extender la responsabilidad del
Estado al punto de constituirlo en el garante de ventajas económicas conjeturales.
16. Que en lo atinente a las costas, no concurren, a juicio del tribunal, motivos que justifiquen
apartarse del principio establecido por el art. 68, primera parte del Cód. Procesal, por lo que
corresponde confirmar en este punto el fallo -que las impuso a la parte vencida- y decidir del
mismo modo en lo referente a las irrogadas en la presente instancia.
Por ello, se confirma la sentencia apelada, con costas. - Julio S. Nazareno. - Eduardo Moliné
O'Connor. - Carlos S. Fayt. - Augusto César Belluscio. - Antonio Boggiano. - Guillermo A. F.
López. - Gustavo A. Bossert. - Adolfo Roberto Vázquez.