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La preparación del guitarrista ante el concierto

Pepe Romero

El problema principal que ocurre durante una actuación pública es que el intérprete se encuentra
encadenado por su propio ego, manteniendo el pensamiento en la dificultad de la obra que ha de
ejecutar y el resultado que el éxito o fracaso de su actuación tendrá en él. Esto es lo que provoca
que el concertista esté pendiente de quiénes forman el público y qué influencia pueden ejercer
sobre él. Es un pensamiento que se redobla y se multiplica si la actuación ha de ser perpetuada
en grabación. Una ramificación muy perjudicial de este estado de conciencia es la comparación
con los colegas y aún consigo mismo, creyendo que hay que mantener o superar un nivel
establecido por el público, por los críticos, o por el mismo intérprete.

La música no tiene nada que ver con ninguno de estos pensamientos. La música es abstracta,
espiritual y sensual. Es fantasía, es sueño que vuela por las alturas del infinito, traspasando
tiempos y lugares. Para volar con la música hay que matar al ego y detener los pensamientos
negativos antes de que pasen. El intérprete ha de recrear y dar vida a la obra que duerme
convertida en símbolos sobre un papel; símbolos que antes fueron sonidos, representando los
sentimientos más profundos y secretos del compositor.

Cuando una obra ha causado huella en el corazón y alma del intérprete, nos encontramos en un
momento decisivo. El concertista ha de decidir si va a incorporar esta obra a su repertorio. A1
tomar esta decisión existe un gran peligro: el ego nos preguntará si la obra nos servirá para
demostrar nuestras habilidades. Si el concertista permite la menor contemplación de este tema
puede tener por seguro que quedará de manifiesto y multiplicado en forma de nervios en el
momento que ha de representar la obra ante el público. La pregunta que se ha de considerar es si
el intérprete tiene las adecuadas y cortas cualificaciones para efectuar la obra ceno el compositor
la concibió. Si la respuesta es afirmativa, la energía que se ponga sobre esta reflexión también se
manifestará en el momento de manifestarse ante el público, pero en esta ocasión será en forma
positiva y tranquilizante.

Hay que recordar, en este punto, las palabras de Verdi: "la música es para conmover, no para
asombrar"'. El virtuosismo es un don igual que cualquier otro. El artista que b posee tiene una
gran responsabilidad y un gran peligro: responsabilidad de cultivarlo, mantenerlo y utilizarlo para
el servicio de la música y de todos los que desean y necesitan escucharla, y el deber de transmitir
y enseñar a los jóvenes artistas sin reservarse nada y convertir el entendimiento de su arte en un
libro abierto sobre el que los jóvenes artistas puedan construir y desarrollar sus propias
habilidades. El peligro es dar rienda suelta al ego y usar ese don para vanagloriarse y sentirse
superior a los demás. Las consecuencias de esta manera de pensar pueden ser devastadoras y
han reducido a grandes virtuosos en seres infelices, ciegos por el velo de los nervios e incapaces
de gozar el fruto de la música.

Una vez elegida la obra, el concertista se ha de poner a trabajar su mecánica. Primero ha de


encontrar una digitación que enlace perfectamente con la demanda técnica de la obra
y las posibilidades físicas del intérprete, pensando siempre en quitar, a través de la dignación,
todos los obstáculos que impidan que la obra cante libremente.

Fijada la digitación viene la etapa de memorizar la obra para conseguir lo que llamamos
automatismo. Automatismo quiere decir que se pueda tocar sin pensar en los movimientos dalas
manos. A este estado también se le puede llamar "memoria factual", y es fundamental poseerla
durante la actuación pública. Para lograrlo hay que hacer muchísimas repeticiones, repasando
con el pensamiento consciente la visualización de cada nota, con su correspondiente posición en
el diapasón y en cada cuenca, con ambas manos, dándole la misma importancia a cada nota,
pero con cuidado de incorporar siempre, por muy despacio que se practique, las dinámicas.
Con cada movimiento hay un correspondiente sentimiento físico y juntos producen un sonido que
ha de representar una idea. Este proceso jamás se puede perder de vista y ha de hacerse a una
velocidad reducida. Estas repeticiones se llevan a cabo con o sin instrumento; b recomendable es
practicarlas de ambas maneras. Desde el principio de la preparación hay que trabajar la parte
superior, quiero decir, el concepto de la obra bajo el punto de vista estético sonoro. Dar relieve a
las dinámicas y formas a las líneas musicales, cosa que tiene que ser dirigida por nuestro
subconsciente. Antes de adquirir el automatismo mecánico sólo se debe trabajar esta parte
mentalmente, cantando y escuchando la obra dentro del pensamiento sin usar la guitarra.

Una vez adquirido el automatismo se le suma el pensamiento sonoro, pero -como he dicho antes-
dejando que las manos trabajen solas y que la vista, en lugar de dirigir, observe los movimientos y
posiciones; el oído debe servir para enfocar el sonido que brota del instrumento con el sonido que
brota en la profundidad del intérprete, resultando en una sola, limpia y perfecta imagen de
acoplamiento entre el interior y el exterior. El resultado es hipnótico y la música en esencia dirige
libremente la actuación.

La preparación y calentamiento de manos ha de hacerse gradualmente, trabajando escalas


somáticas, diatónicas, ejercicios selectos para ambas manos, ejercicios de gimnasia y uno o dos
estudios de los preferidos por el guitarrista.

Estando ya preparadas las manos se ha de afinar b mas correctamente posible la guitarra. Al


hacerlo se está también preparando la sensibilidad del oído. Ahora hay que estar unos minutos
solo, respirando despacio y profundamente con los ojos cerrados, pensando únicamente en la
contemplación de la respiración.

Por último, se anda con firmeza, seguridad, paz y, sobre todo, fe, hacia la silla del escenario. Se
toma asiento y se respira tranquilamente. Hay que dejar que los pensamientos pasen sin
acogerse a ellos. Entre un pensamiento y otro hay un espacio de tiempo en que la mente está en
perfecto reposo. Es en este espacio cuando da comienzo la música.

El concierto

El concertista ha de cantar interiormente en todo momento y gozar como un espectador más, en


lugar de tratar de dirigir la actuación, dejando que la música tome su propia forma y pase
libremente por nuestra mente y el propio cuerpo, bañando nuestros oídos con sus potentes y
purificadores poderes, siempre manteniendo el silencio interior.

Al salir al escenario nos encontramos frente a un público. La energía que desprenden los
espectadores es de gran importancia para el concierto. El intérprete debe recibir esa energía y
unirla con la suya, transformándola en luz y vibración que nos rodeará, formando una armadura
impenetrable por ningún poder negativo. Esta energía facilita que el músico entre en un estado de
super-conciencia y convierta el concierto en lo que el gran Arturo Rubinstein llamaba "momentos
del infinito".

El músico ha de ser intuitivo, buscándose dentro de sí. Ha de saber por qué toca la guitarra. Yo la
toco porque me gusta. Yo siento un enorme amor dentro de mí. Por eso soy músico. Porque
necesito amar y la música es amor. La música une las mentes, los corazones, las almas de los
públicos con el intérprete. Incluso une a nuestra época con el pasado ya que traspasa todas las
barreras temporales. Éste es uno de sus grandes misterios. Desde niño he tenido la maravillosa
oportunidad de ver a mi padre estudiar, interpretar, querer hacer con fidelidad lo que el
compositor ha escrito y con él he aprendido que si nos enfrentamos a una partitura con humildad
y amor, necesariamente encontraremos el espíritu del compositor con toda su pureza.
La guitarra debe, al mismo tiempo, inspirar al guitarrista. Ella tiene vida, tiene alma. No es un
mueble. Las guitarras tienen tal sensibilidad que cada una me dice cómo quiere ser tocada.
Dentro (leva todo el amor que le uso el guitarrero; un misterio inexplicable, análogo al del
compositor y su obra.

Al interpretar estamos completando ese círculo mágico que existe en la música. La obra tiene que
explotar dentro del corazón del intérprete. Durante el concierto el músico transmite al público su
inspiración y el público llega al sentimiento divino que inspiró en primer lugar al compositor,
cerrándose así el círculo mágico.

Pienso que jamás debemos perder la vitalidad de la obra. No es conveniente guardar tanto
respeto a una obra que renunciemos a nuestra propia aportación. Por supuesto que el intérprete
debe de ponerse al servicio del compositor, pero no olvidemos que todos estamos al servicio de
la música. Y el intérprete es de una importancia vital. Debe estudiar la obra, empapándose de
estudios. ¡Pero que los estudios no le apaguen el corazón!

Los guitarristas disfrutamos de una doble bendición además de la música poseemos la guitarra,
un instrumento que vibra en nuestros brazos y que no sólo se escucha sino que se siente. El
guitarrista siente cómo vibra el fondo, el mástil, la tapa...; es algo que nos abre la puerta a la
inspiración. Si al dar la primera nota sentimos cómo la vibración

física de la guitarra va unida al sonido y sentimos esa energía que brota del público, es entonces
cuando se abre la puerta para pasar a un mundo superior, porque la acción de hacer música es
una acción espiritual, una meditación.

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