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ADORNO Prologo A La Television PDF
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Theodor W. Adorno
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La interpretación de la cultura de masas como "escritura jeroglífica" se
encuentra en la parte del capítulo, no publicado, pero escrito en 1913, sobre “Industria
de la cultura" del libro Dialektik der Aufklärung de Max Horkheimer y Theodor W.
Adorno. En forma independiente, el mismo concepto es empleado en el ensayo First
Contributions to Psycho-Analysis and Aesthetics of Motion Pictures de Angelo Montani y
Guilio Pietranera, publicado Psychoanalytic Review, abril de 1946. No puede entrarse
aquí en las diferencias entre esos estudios. Los autores italianos también comparan la
situación de la cultura de masas con el inconsciente en el arte autónomo, sin planear
esa diferencia en forma teórica.
como un centelleo y fluidos, se parecen más a una escritura. Son leídos y no
observados. El ojo es arrastrado por líneas, como al leer, y en la plácida
sucesión de las escenas, es como si se diera vuelta a una página. En cuanto
imagen, la escritura ideográfica es un medio regresivo en el que vuelven a
encontrarse el productor y el consumidor; se trata de una escritura que
pone a disposición del hombre moderno imágenes arcaicas. Una magia sin
encanto no comunica ningún enigma, sino que corresponde a modelos de
comportamiento conformes no sólo al peso del sistema total, sino también
a la voluntad de quienes lo controlan. La complejidad del conjunto, que
fomenta la credulidad en que los señores del propio espíritu son también
dueños de la época, reposa, sin embargo, sólo en la circunstancia de que
inclusive aquellas manipulaciones que confirman al público en la adopción
de una conducta adecuada a las exigencias de lo dado, siempre pueden
referirse a momentos de la vida consciente o inconsciente de los
consumidores y que, so capa de justificación, elimina el sentimiento de
culpa. Puesto que la censura y adiestramiento propios de un
comportamiento conformista, tales como son sugeridos por los gestos más
contingentes del espectáculo televisivo, cuentan no sólo con hombres
configurados según un esquema de la cultura de masas que se remonta,
con todo su prestigio, a los inicios de la novela inglesa de fines del siglo
XVII, sino sobre todo con formas de reaccionar puestas en funcionamiento
durante toda la edad moderna y que se han internalizado casi como una
segunda naturaleza, mucho antes de que se recurriera a ellas en maniobras
ideológicas. La industria de la cultura se permite ironías: sé el que ya eres
—su mentira reside justamente en la reiterada aseveración y confirmación
del mero ser como se es, del ser que los hombres han llegado a ser en el
curso de la historia. Y, por ello, puede con mucha mayor fuerza de
convicción, pretender que no los asesinos sino las víctimas son los
culpables puesto que no hace sino traer a luz lo que ya se encuentra sin
más en los hombres.
En lugar de hacer honor al inconsciente, de elevarlo a conciencia
satisfaciendo así su impulso y suprimiendo su fuerza destructiva, la
industria de la cultura, principalmente recurriendo a la televisión, reduce
aún más a los hombres a un comportamiento inconsciente, en cuanto pone
en claro las condiciones de una existencia que amenaza con sufrimientos a
quien las considera, mientras que promete premios a quien las idoliza. La
parálisis no sólo no es curada Sino que es reforzada. El vocabulario de la
escritura de imágenes no es sino estereotipos. Son definidos con
novedades técnicas que permiten producir, en tiempo muy breve, enormes
cantidades de material, o al informar, en los programas de sólo un cuarto
de hora, o media hora, sólo en forma sumaria y sin demoras, el nombre y
especialidad de los que intervienen en la acción dramática. La crítica
responderá que desde siempre el arte ha trabajado con estereotipos. Pero
la diferencia entre muestras promedio calculadas psicológicamente con arte
consumado, y muestras torpemente seleccionadas; entre las que pretenden
modelar al hombre conforme al modelo de la producción de masa y
aquellas que continúan invocando la alegoría de esencias objetivas, es una
diferencia radical. Anteriormente, ciertos tipos sumamente estilizados,
como los de la comedia del arte, habían adquirido tal familiaridad en el
público, que a nadie se le habría ocurrido orientar sus propias experiencias
por el patrón de un payaso disfrazado. En cambio, en los estereotipos de la
televisión todo es, exteriormente, puesto a un mismo nivel, hasta en la
entonación y los giros dialectales, mientras difunde directivas como la de
que todos los extranjeros son sospechosos, o de que el éxito es la medida
suprema con que cabe medir la vida, no sólo verbalmente, sino en cuanto
sus héroes las aceptan como provenientes de Dios y establecidas para
siempre, sin cuidarse de extraer muchas veces la moraleja que puede
llegar a querer decir lo contrario. Que el arte tenga algo que hacer con las
protestas del inconsciente violado por la civilización, no puede servir como
excusa para el abuso del inconsciente con vistas a violaciones más graves
efectuadas invocando el nombre de la civilización. Si el arte pretende que
tanto el inconsciente como lo pre-individual cuente con lo que le
corresponde en derecho, requiere de una tensión suprema de la conciencia
y de la individualización; si ese esfuerzo no se produce, y si en lugar se
deja en libertad al inconsciente, en cuanto se sigue con una reproducción
mecánica, el mismo degenera en una mera ideología orientada hacia fines
sabidos, por tontos que éstos aparezcan a la postre. Que en una época en
que las distinciones estéticas y la individualidad se perfeccionaron con una
fuerza liberadora tal como en la obra novelística de Proust, esa
individualidad sea suprimida a favor de un colectivismo fetichista y
convertido en fin en sí, y en beneficio de un par de aprovechados, es
prueba de barbarie. Desde hace cuarenta años sobran los intelectuales que,
por masoquismo o por interés material, o por ambos, se han convertido en
heraldos de esa barbarie. A ellos habría que hacer comprender que lo
socialmente efectivo y lo socialmente justo no coinciden y que hoy,
justamente, lo uno es lo opuesto de lo otro. "Nuestro interés en los asuntos
públicos no es, a menudo, más que hipocresía" —esta frase de Goethe,
conservada en el archivo de Makarien, vale también para aquellos servicios
públicos que dicen prestar las instituciones de la industria de la cultura.
Qué pase con la televisión es cosa que no cabe profetizar. Lo que ella
hoy es no depende de cómo la veamos, ni tampoco de las formas
particulares de su valoración comercial, sino de un todo al cual está
enlazado ese milagro. La referencia al cumplimiento de fantasías fabulosas
mediante la técnica moderna, deja de ser una mera frase cuando se le
añade la sabiduría añeja de que la satisfacción de los deseos rara vez va en
bien de quien desea. Desear correctamente es el arte más difícil, y se nos
ha desacostumbrado a ello desde la infancia. Así como en el caso del
marido al cual un hada le otorgó el favor de concederle la realización de
tres deseos: el poder hacer crecer y desaparecer una salchicha en la nariz
de su mujer, de igual manera, aquel que, confiado en el genio del dominio
de la naturaleza, cree ver en la lejanía, no ve sino lo acostumbrado,
adobado con la mentira de que se trataría de algo diferente, lo que lo
conduce a advertir el falso sentido de su existencia. Su sueño de
omnipotencia se convierte en realidad en una impotencia completa. Hasta
hoy, las utopías sólo se realizan para impedir que los hombres alcancen lo
utópico y fijarlos, con cimientos más firmes, a lo ya dado o a lo pasado.
Para que la televisión pueda mantener la promesa que su mismo nombre
involucra, tendría que emanciparse de todo aquello que contradice, como la
más audaz de las satisfacciones de deseos, su propio principio y traiciona la
idea de la mayor felicidad como una mercadería de negocio de baratijas.