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habíamos quedado de juntarnos. Sentí un alivio muy grande al irme; me sentí como
liberada de un enorme peso, como si pudiese dejar de fingir y por fin pudiera
desenvolverme con soltura. Aquella sensación de relajo se acentuó aún más cuando
atravesé a pie el bosque para llegar a la cabaña, mezclándose con una excitación
creciente. Pese a que hacía mucho calor, había una agradable brisa helada que me
acariciaba el rostro; además, el camino quedaba cubierto casi en su totalidad por las
sombras de las ramas de los árboles, que tiritaban levemente al paso del viento suave,
imaginación.
Casi al llegar a la cabaña, me encontré con el dueño, que atravesaba el bosque usando
una rama como bastón; llevaba puesto un jockey color café claro, mismo color de sus
shorts, anchos y llenos de bolsillos. Al verme, me saludó con una energía excesiva,
alzando su mano y diciendo unas palabras que no entendí por su mala dicción y por la
distancia que nos separaba. Yo le sonreí de vuelta y alcé también mi mano, alejándome
Hay algo de ese señor que no me agrada; no sé muy bien qué es, pero siempre siento
“Pasa, está abierto”, me dijo Martín desde adentro cuando toqué la puerta de la cabaña.
Empujé despacio la puerta, que estaba junta, e ingresé. La cerré y me quedé un rato de
prendas de ropa repartidas por todo el living; también había muchos vasos sucios
Martín estaba recostado en su cama, leyendo un libro que era, al parecer, de medicina;
tenía un paquete de ramitas a un costado, y a veces, sin mirar, metía su mano y comía
un poco. Esa era uno de los gustos que yo le había contagiado: las ramitas. Antes no le
gustaban mucho, me decía que no tenían sabor a nada, pero desde que salía conmigo se
había vuelto, al igual que yo, adicto a las ramitas. A las azules, las normales, no las
otras. Cada vez que lo veía comiendo, lo miraba y él sonreía culposamente y asentía
dándome la razón.
No había nadie más en la cabaña, y me di cuenta casi que por el silencio que reinaba en
pie en la entrada, quieta, como si esperara algo. A veces lo miraba a él. Me encantaba
verlo así, concentrado, frágil, con su rostro sin expresión, casi que infantil.
divertidamente su cabeza por encima del libro, robándome una sonrisa. “Si quieres toma
asiento”.
Yo me acerqué al sillón (sofá), avanzando con mucho cuidado para no pisar nada
siquiera si hubieran querido hacerlo a propósito hubieran podido lograr tal desorden.
Despegué mi vista de la cabaña y miré el paisaje a través de la ventana que estaba detrás
del sofá.
De pronto escuché cómo Martín se despegaba de la cama y venía hacia a mí. Enseguida
volteé mi cuello y lo dirigí hacia la entrada del dormitorio, mientras tragaba saliva y
mi espada espalda bien apoyada en el respaldo y mis manos colocadas abiertas sobre
sosteniendo su sonrisa estirada en sus labios por varios segundos. Nos conocíamos bien,
ambos sabíamos perfectamente cuál era la situación en la que nos encontrábamos, y por
eso recuerdo haber pensado que esa sonrisa tenía, como casi todo lo que él hacía o
decía, una segunda intención, que en este caso era la de querer relajarme. O tal vez
relajarse a sí mismo, qué se yo. Lo cierto es que funcionó, que me relajé y pude
sonreírle de vuelta.
Despegando su cuerpo de la muralla y colocando ahí sus manos para apoyarse, pero sin
“Disculpa el desorden. Hice lo posible, te lo juro, pero había algunas cosas que no sabía
de quiénes eran, y por eso no sabía dónde guardarlas. Al final hice lo que pude y me
“Aunque sea difícil de creer, créeme cuanto te digo que estaba incluso peor”.
“¿De verdad? Eso es muy, muy difícil de creer”, dije sonriendo burlonamente.
“Te lo dije. Ayer, al llegar aquí después de haberte ido a dejar a tu condominio, me
jugando póker. Gritaban y se lanzaban fichas de un lado a otro del living. ¿Sabes lo qué
habitación. Eso sí, tuve que quedarme un rato agachado junto a la puerta, sosteniéndola
de la manilla con ambas manos, porque había algunos que querían invadir mi territorio.
temor y sorpresa.
“No, por suerte no. Pero creo que sí seguimos así, no tardarán en llegar las quejas. Al
despertarme y ver todo esto, parecía como una escena de un crimen, como cuando en las
películas entran las fuerzas especiales a las casas de los narcotraficantes y desordenan
todo”.
Yo volví a reírme.
si nada, dando una veloz mirada a mi alrededor para camuflar aún más la real intención
de la pregunta. Era algo que me intrigaba hace bastante, pero estaba esperando el
sosteniéndome la mirada con firmeza y sin siquiera parpadear, como queriendo dejar
respirar. Él sabía que iba a preguntarlo en algún momento, que debía hacerlo, y parecía
haber preparado esas líneas con mucha antelación. Me pareció que estaba un poco
nervioso y que le costaba seguir mirándome, pero fingía muy bien y, como siempre, me
“¿Tarde?”, pregunté luego de un breve silencio y con mi voz quebrada, como habiendo
porque ya parecía estar todo muy claro, pero en ese minuto me pareció necesario
asegurarme, sobre todo por lo que había ocurrido el día anterior, que pensábamos lo
mismo.
“En algunas horas”, dijo él como si nada y bajando la vista, caminando lentamente hacia
el sofá, intentando ocultar lo obvio. Me fijé que en sus labios asomaba tímidamente una
sonrisa irónica, y eso terminó de esclarecer todas mis dudas. Tragué saliva y suspiré
profundamente.
silencio muy extraño e inesperado; él seguía con su mirada en el suelo, aunque a veces
me miraba de reojo, como verificando que seguía ahí. No nos tocábamos, ni siquiera
nos rozábamos. Era muy raro que un silencio entre nosotros fuese incómodo, que
pareciera alejarnos en vez de acercarnos. Pero entonces recordé que lo mismo había
ocurrido con Jorge, la segunda vez; recordé que la tensión era normal, que era un paso
previo necesario, que era solo un síntoma de lo mucho que nos queríamos, de lo mucho
que temíamos pasar a llevar al otro con nuestros propios deseos. Sin embargo, ese
“¿Estabas estudiando?”· pregunté casi sin querer, escapando las palabras de mis labios
seriamente, sin hacer ninguna broma, lo empeoró todo. Me pregunté si acaso también él
alzar la voz. Aunque era incómodo y extraño, había algo de atractivo en todo aquello, en
hizo que también yo comenzara a sentirme más cómoda, que incluso pudiera esbozar un
intento de sonrisa.
Recuerdo que, justo cuando ese pensamiento se posó en mi mente, sonreí avergonzada.
miró. Se mordía los labios para no reír y su mirada era intensa y penetrante, tanto así
estado de máxima alerta, clavarme su mirada en el alma, haciéndome caer rendida a sus
nerviosismo. Sentía el calor de sus ojos en mis mejillas, que parecían arder. No me
sentía capaz de poder mirarlo de vuelta, y debía contentarme con observarlo de reojo.
De repente, él se acercó a mí. Su cabeza venía directamente hacia la mía, sus labios
parecían apuntar hacia los míos, parecían querer lo mismo, pero cuando cerré los ojos
esperando el suave y dulce impacto, él dio una curva, y justo antes de que yo abriera los
ojos por la sorpresa y la decepción, escuché su voz, más relajante y seductora que
“No sabía que te diría esto alguna vez, pero no porque no quisiera, sino que porque no
sabía que podía ser posible: hoy estás más bella que nunca”.
Al escuchar esa frase, me quedé sin aire por un instante, y todos mis miedos
desaparecieron enseguida.
Quise agradecerle, pero no me salió la voz. Sus labios seguían pegados a mi oreja; podía
sentir su cálido aliento deslizándose por las laberínticas calles tejidas en su interior.
“¿Y sabes qué es lo que te hace más bella? Que no te das cuenta; que ni siquiera lo
Sus labios se quedaron unos instantes ahí, quietos, fijos, respirando anhelantes en mi
oreja, llenándome con su aire, con su vida, resonando aquellas palabras anteriores aún
reí. Luego, su lengua comenzó a descender a ras de piel, despacio, muy despacio, sin
prisa, sin levantarse, como queriendo saborearlo todo, como queriendo dejar marcas
estampadas con su sello por todo mi cuello. Y por mí estaba bien, por mí estaba más
llenándome con su sabiduría amorosa; yo sentía que fluí sobre mí como la corriente
Yo era el hundimiento de tierra suelta y rocas quietas, y su voz era la sustancia que poco
a poco me iba llenando; sobre mi cuerpo vacío se derramaba el agua que venía a mi
lo dejé y lo ayudé, lo acompañé, juntándose nuestras manos por un instante sobre uno
sonreí y entreabrí los ojos, lo miré, lo miré mirándome, lo miré amándome, recorriendo
con sus labios mis hombros, turnándose, dibujándolos y rodeándolos con su lengua. Yo
seguía su trayecto con mi cuello y suspiraba cada vez que sus labios atravesaban la
cuenca que ocultaba mis pechos. Con toda mi alma anhelaba un desvío, una caída, un
resbalamiento.
tanto placer, tanta energía. Mi cuerpo, por su parte, respondía de buena gana a todo
descenso de mis hombros humedecidos y mi respiración agitada, cada vez más profunda
y elocuente. Su otra mano estaba apoyada en uno de mis muslos, deslizándose hacia
arriba y hacia abajo, despacio, muy despacio, jugando exquisitamente con los límites,
al máximo sus dedos, rozando apenas el cierre de mi falda, para luego descender y
empezar de nuevo, todo de nuevo, mientras yo me relamía los labios por el placer
imaginado.
Mis labios estaban mojados, expectantes, suplicando con trémulos suspiros. Mi piel
ávida parecía absorber las huellas húmedas que dejaban sus labios en su lento y plácido
que él me incorporaba; imaginé que éramos dos río que avanzaban el uno al lado del
otro, mirándose, deseándose, dirigiéndose ambos hacia el mismo destino, hacia donde
van todos los ríos, acercándose despacio, preparándose para unirse antes del salto y
sentía que de mi cuerpo emanaba un calor que no provenía originalmente solo de éste,
Yo procuraba mantener los ojos cerrados, aunque a veces el placer me superaba y los
abría, quedando mis ojos fijos en la muralla; sentía que me elevaba y entonces buscaba
apoyarme en él, en cualquier parte de él, sin pensarlo, sin quererlo, solo para
sostenerme, para apoyarme en algo, para no caer; mis manos ciegas se apoyaban en sus
dar a mi espalda, sobándola verticalmente, aún por sobre mi blusa; yo suspiraba cada
vez que su descenso se veía entorpecido por la línea del sujetador. Imaginaba, me
De pronto, mientras tenía los ojos cerrados, sus labios se toparon con los míos,
del pelo. Me senté con cuidado sobre él y crucé mis brazos alrededor de su cuello; me
al sentarme pude sentir cómo su miembro, que ya estaba duro y crecido, se endurecía y
creía aún más, incitándome a moverme sobre él. Sin embargo, esta vez me quedé quieta,
incliné y comencé por la nariz, robándole un beso fugaz en la punta; él me buscó los
labios, pero yo lo evité con una sonrisa; luego le besé el mentón y la comisura de los
En cierto momento lo empujé despacio hacia atrás, apoyando mi dedo índice sobre su
pecho. Yo me quedé encima, quieta, tomándome el cabello con ambas manos, mientras
él sonreía y apoyaba las suyas sobre mis pechos, amasándolos despacio pero con
firmeza por sobre mi blusa, con cada vez más fuerza, reuniéndose ahí todo su deseo
contenido. Podía sentir cómo él hacía lo posible por no terminar, para aguantarse, y yo
me aprovechaba de eso para molestarlo, para jugar con él. Le besé las dos mejillas y,
entregado.
dando paso a una expresión mucho más seria y grave; sus manos, por su parte, se
detuvieron, reposando quietas sobre mis pechos. Yo sabía perfectamente lo que eso
volver atrás. Tenía miedo, y esa era mi manera de expresarlo, a través de sonrisas y
besos. Yo sabía que él percibía eso, que me quería cuidar, pero sabía también que él era
consciente que dependía de él dar el siguiente paso, y que si cedía ante ms temores tal
se puso de pie. Todo lo hizo muy rápido, y para cuando quise darme cuenta, ya
miedo brutal; apreté su mano para hacérselo saber y para sentirlo, y él me la apretó de
Al entrar a la habitación, me fijé que estaba mucho más ordenada que el resto de la
cabaña; la cama estaba hecha y no había ropa repartida por el suelo. Recuerdo haber
Nos detuvimos frente a la cama; mis pies tiritones rozaban el borde de madera, que
cediendo esta vez la iniciativa, sintiéndome desconocida en ese lugar tan íntimo.
Temblaba de pies a cabeza, como una niña en su primer día de clases. Nunca habíamos
llegado tan lejos, y eso me excitaba tanto como me atemorizaba. Él me sonrió con
extrema dulzura, como lo hacía siempre que quería tranquilizarme. Comenzó también a
fácil, tan sencillo, que de pronto hubiese algún camino subterráneo que uniera las
palabras con la realidad. Pero me tranquilizaba igualmente el corroborar, una vez más,
que él anteponía mi bienestar a sus propios deseos, y que, pese a lo excitado y ansioso
“¿Estás segura que quieres hacerlo? No pasa nada si no quieres”, me preguntó, con su
mirada fija en mis ojos. Yo asentí con la cabeza. Sí, quería hacerlo, estaba segura, me
sentía preparada.
“¿Segura?”
hacia atrás con el peso de su cuerpo, juntando su frente con la mía, sin apartar su vista
Hasta que mi espalda estuvo apoyada en la cama. Martín me besó y sonrió. Yo sentía mi
cuerpo muy rígido, muy tieso. Él acercó nuevamente sus labios y empezó a besarme el
cuello, mientras sus manos se apoyaban en las mías. Yo se las apretaba fuerte, cerrando
mis manos alrededor de las suyas. Intentaba tranquilizarme cerrando los ojos y
fijándome en mi respiración, en el peso de sus manos en las mías, y poco a poco fui
embobada. Una vez desnudo, su torso parecía incluso más grueso e imponente que de
costumbre. Quise recorrerlo por entero con mis manos, presionando fuertemente sus
firmes pectorales, pellizcándonos en la punta; quise enrollar mis dedos en los pocos
pelos de su pecho lampiño; quise posar encima de su abdomen mis palmas y sentir su
curvilínea y sólida textura, sentirlo respirar en mis manos y absorber todo ese calor,
todo ese deseo, dibujando mi propio anhelo en las curvaturas de sus abdominales con la
yema de mis dedos. Pero no podía moverme, congelada aún por el nerviosismo que me
Martín se quedó un momento erguido, mirándome fijamente con una cálida sonrisa.
Pero de pronto su rostro comenzó a adoptar una extraña expresión; Martín empezó a
morderse los labios y arqueó las cejas. Poco después, no pudiendo contenerse más,
estalló en una risa incontrolable. Yo no entendía nada. No sabía por qué se reía, e
incluso llegué a sentirme ofendida. Intenté ocultar mi confusión bajo una sonrisa y le
“Te amo, te amo con toda mi alma, y nunca había hecho “esto” con alguien a quien
Lo sabía, sabía que a eso se debía su inesperada reacción. No podía evitar sentirme
Martín había terminado de confirmar mis sospechas de que ya lo había hecho antes.
decía nada; también había intentado conseguir información pidiéndole a la Ame que le
No creía que fuera por eso. Yo pensaba –y pienso aún– que lo había hecho para que yo
no me sintiera presionada, para que yo no pensara que, como él lo había hecho antes,
Me fijé que Martín tiritaba un poco, y su mirada tenía esa intensidad producida por la
mezcla entre temor y angustia. Son contadas las veces en que he podido verlo nervioso
o fuera de control, pero cuando se da el caso, es muy evidente. Parece como un niño
hizo sentir aún más orgullosa, aún más única y especial. Y también me tranquilizó
hiperactiva. Pensé que tal vez había una forma de que los dos pudiésemos estar
“Podemos hacer lo mismo que hacíamos en el living, lo mismo que hacemos siempre,
Martín sonrió y, acercándose a mí, me besó con gran entusiasmo. Luego se despegó de
partiendo desde tres. Pero, antes de llegar al cero, yo ataqué primero, comenzando a
ahora yo encima. Lo miré con una sonrisa burlona y triunfante. Y fue justamente por
haberme confiado y haber cantado victoria antes de tiempo que perdí mi posición de
Esa dinámica continuó por varios minutos. Luchábamos, nos revolcándonos, cambiando
hechizo que de pronto, así, sin más, se transforma en realidad. De esa forma, todo se fue
acelerando, y los besos fueron cada vez más profundos y largos, las sonrisas fueron cada
vez menos y las miradas más penetrantes y elocuentes. En cierto momento, ambos nos
silencio, sin decirnos nada, tan solo mirándonos con complicidad, sonriéndonos,
intentando ambos acompasar nuestras respiraciones. Yo percibía con cada vez más
nitidez el deseo asomado en su par de ojos cafés. De pronto, Martín posó sus manos en
Luego fui caminando al living, con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en mi rostro,
mientras observaba de reojo cómo él sonreía y se relamía los labios, dejando caer su
cabeza sobre la cama y dejando sus brazos estirados en el aire, tiesos, anhelantes, en
dirección, junto con su mirada, al espacio vacío de la cama que antes ocupaba mi
Me detuve frente al equipo de música de living. Quería poner música, pero no sabía qué
poner, además de no saber si es que acaso había algún disco. Tal vez por eso, y sin otra
tercer cajón algunos discos. Ninguno era de mi gusto, y terminé colocando el que menos
“¿De verdad? ¿No te parece un poco cliché?”, dijo Martín cuando comenzó a sonar la
una sensualidad exagerada y fingida, entornando los ojos y soplándole besos con mi
mano. Él estaba recostado de lado, con su codo estirado sobre la cama y su cabeza
alegría y excitación.
Al llegar hasta su lado, él estiró sus manos intentando apresarme, pero yo lo detuve.
“¿Me vas a bailar?”, preguntó él de broma. Yo apoyé mi mano en sus labios húmedos.
verdad es que no tenía idea, pero tampoco me preocupaba mucho. Tan solo bailaba, lo
que fuera que eso significara. Solo me movía, improvisaba sobre la marcha, bromeando
mis manos por mis piernas estiradas, cantando y usando un desodorante como
robaba un beso, alejándome justo cuando él se disponía a lanzar sus redes alrededor de
mí, saltando de un lado a otro de la cama y corriendo por toda la habitación, perseguida
por su mirada y su deseo, y también por el mío, que, al igual que los brazos de Martín,
comenzaba a alcanzarme.
Podía sentir mi nerviosismo corriendo por mis venas como un exceso de energía y lo
exorcizarlos, caricaturizándolos para poder reírme de ellos, y filtrando, entre las bromas
y la exageración, un deseo que era real, demasiado poderoso, tal vez, para ser expresado
Hasta que él de pronto pudo capturarme, tomándome delicadamente con sus brazos y
besándome, girándonos hasta que él quedó encima de mí. Sí, otra vez, solo que esta vez
propio deseo, había querido ser capturada. Aunque todo el mérito fue para él.
Nuestras miradas estaban unidas, adheridas la una a la otra. Recuerdo haber apoyado mi
corazón, cómo mi mano subía y bajaba siguiendo ese ritmo impetuoso. No pude evitar
sentirme nerviosa, acelerándose también mi pecho. Estábamos ahí, más cerca que
nunca. Y él momento también estaba ahí, a la vuelta de la esquina, esperándonos con los
brazos abiertos.
“No tengas miedo”, me dijo Martín, y yo le agradecí con la mirada, pese a que ya no era
necesario que lo dijera, porque yo, aunque estaba nerviosa, ya no temía. Solo quería
Él me juntó sus labios con los míos, mientras sus manos comenzaban a esparcirse por
introdujo sus manos bajo mi blusa, y ahora sí, con una perfección que me llevó a
preguntarme por la cantidad de veces que lo había hecho antes, me sacó el sujetador,
arrastrándolo por debajo de la blusa y lanzándolo lejos. Él apoyó sus dos manos sobre
brazos, y sus labios fueron directo a mis pechos, mientras yo le sujetaba la cabeza con
mis manos. Yo tenía los ojos cerrados e intentaba disfrutarlo al máximo. Aunque me
costaba un poco relajarme; todo iba muy rápido, quizá demasiado. Al principio había
intentado sonreír, pero cada vez me costaba más; sentía muchos estímulos al mismo
Mientras, Martín esparcía su lengua por todo mi cuerpo, y cuando se acercaba a lugares
más lejanos, como mi frente o a mis manos, se estiraba un poco y yo podía sentir la
dureza del bulto de su pantalón golpeando sin querer mi falda. Yo tenía mis manos
estiradas hacia atrás y él me las sostenía delicadamente con las suyas. Sentía como si él
el placer que sentía y mi nerviosismo. Al mismo tiempo quería que siguiera y que se
detuviera; al mismo tiempo extraña su voz y su ternura y quería que no me hablara, que
siguiera con aquel ritmo vertiginoso. Era como si el placer, que era cada vez mayor y
más fuerte, quisiera arrastrarme consigo, mientras yo, por alguna razón, me frenaba,
como temiendo dejarme ir, como temiendo perderme en esa corriente y no poder volver
jamás.
Mientras sentía el roce de su lengua recorriéndome, sentía que mi piel se volvía cada
vez más sensible, como si se abriera, respondiendo con una sensibilidad diferente en
Las olas de calor que atravesaban mi cuerpo iban desde la punta de mis pies hasta mi
frente, yendo y volviendo en un tránsito incesante, cada vez más violento, cada vez más
brotar lamentos espontáneos; lo buscaba a él con cada vez más angustia, afirmándome
Me sentía, al mismo tiempo, más ligera y más fuerte, como si en menos espacio se
concentrara la misma fuerza. Me sentía cada vez más fuera de mí, cada vez más dentro
de él. Salía de mí para entrar a él. No había vacío entremedio, no había tiempo para
dudar ni espacio para un duelo, no había separación dolorosa. Era una transición limpia,
placentera.
En cierto momento, rebasada por el placer que sentía, abrí los ojos, y me fijé en el torso
como una gran sombra que me cuidaba, creándose una especie de refugio, de manto
protector. Sin embargo, y pese al placer que sentía, tenía una extraña sensación de que
comenzaba a perderlo, como si en cierto momento, no sabía cómo ni por qué, nos
retomarlo. Eso me aterró, y más lo hacía el no saber cómo decírselo, como hacérselo
pensamientos, cerré los ojos y me sujeté con ambas manos a su espalda, buscando sus
labios con los míos. Sin embargo, y pese a que sentía su espalda y a que sentí el roce
cálido de sus labios, no lo sentí a él, no lo reconocí, no me sentí segura. Estábamos muy
lejos, demasiado. Fue como un salto a un vacío, y al abrir los ojos sentí que seguía
cayendo; no vi un piso cuando miré hacia abajo, tampoco nada a mí alrededor para
De pronto, él metió su mano bajó mi falda, y pese al placer que me produjo el sentir sus
dedos moviéndose sobre mi calzón empapado, aquello fue la gota que rebasó el vaso, y
fue más bien un impulso, una reacción espontánea. Él me miró, yo lo evité manteniendo
había hecho? ¿Y por qué? Habiéndose disipado mis miedos, todo lo que antes había
mirándome a los ojos y apuntando hacia afuera, sin ninguna convicción, solo por decir
algo, solo para zafar y sujetarse a algo, para hacer un cierre y que la negativa no quedara
ahí, a la deriva, flotando como algo definitivo, definitivo y eterno. Yo sentía que con su
brazo estirado, que parecía totalmente ajeno a él, colgando como sin vida en el aire, él
quería empujar la nube gris que se cernía sobre nosotros, cubriendo un cielo que era
Yo asentí y él esbozó una sonrisa vacía, intentando ocultar tras ella su enorme
decepción. Pero yo lo conozco, lo conozco muy bien, y puedo saber, con tan solo
mirarlo, como se siente. Por eso me dolía tanto, por eso apenas podía mirarlo. Me
enterneció muchísimo que intentara hacerme sentir bien, pero también me dolió en el
alma, porque su bondad y su sensibilidad hacían que mi falta fuera aún mayor, aún más
reprochable.
Yo volví a asentir. Martín se acercó y me besó en la frente. Fue un beso largo, intenso;
yo podía sentir como él apretaba sus ojos y fruncía el ceño. Yo quería decir algo, o más
bien sentía que debía decir algo, pero no sabía qué, y sabía además que nada que dijera
podría arreglar lo que había hecho. Él se despegó de mí y sonrío, regalándole esta vez
una sonrisa aún más triste y vacía que terminó de hundirme. Cuando entró al baño y
cerró la puerta, yo tomé una almohada y la apreté fuerte contra mi pecho con ambas
manos.
Me sentía fatal, sentía que lo había defraudado. Lo peor de todo era que todavía no sabía
por qué me había sentido de pronto tan nerviosa. Recordé lo segura que me sentía antes,
la confianza que tenía. Estaba segura que había llegado el momento, y lo había
aceptado, sin miedo, sin dudar. Pero de golpe nos habíamos separado, sin que yo
¿Qué significado tenía eso? ¿Significaba acaso que no lo amaba tanto como pensaba?
¿Significaba acaso que me había engañado todo este tiempo y que ya ni siquiera podía
confiar en mí? ¿Acaso significaba que siempre me pasaría lo mismo, y que entonces
no sería capaz de pensar en otra cosa que en esta decepción. Si le había fallado una vez,
Escuché el violento chorro de la ducha rebotando contra la tina; era Martín que había
abierto la llave. Imaginé ese chorro en mi mente, la imaginé como una gran cascada, la
imaginé infinita; y, como viendo mi tristeza reflejada en aquel derrame, me tapé la cara
quería seguir viendo, no quería que nadie me viera Quería desaparecer, eso era lo único
que quería.
que era a mí a quien observaba, que era mi llanto lo que atraía su mirada. Eso aumentó
mis ganas de llorar, como si quisiera mostrarle lo arrepentida que estaba, lo mal que me
misma.
Escuché cómo el chorro se hizo menos violento, dispersándose el ruido, seguido por el
inconfundible ruido de una cortina corriéndose y de unos pasos huecos. Sí, él ya estaba
adentro, del otro lado de la cortina. Aún más lejos, aún más inalcanzable.
Recordé algunas veces en su departamento, cuando íbamos a salir a alguna parte por las
con toda mis fuerzas, no podía evitar pensar en él, en su cuerpo desnudándose poco a
poco, luego bajo la ardiente lluvia, recibiendo el potente chorro de agua hirviente en la
espalda con los ojos cerrados y sus manos masajeándose la cabeza. Pese a que miraba la
televisión, mis sentidos, aguzados al máximo, estaban puestos en lo que ocurría a mis
espaldas, en el baño, intentando relacionar todos los sonidos que de ahí me llegaban con
su posible causa, creándose imágenes cada vez más vívidas a través de ellos. Lo que
se duchaba, pero sin que él pudiera verme a mí, actuando normal, sin ocultar nada.
Y fue justo en ese momento, mientras recordaba con nostalgia esos episodios ocurridos
el año anterior, un año que parecía mucho más lejano, que tuve un pensamiento que me
salvó la vida; o, mejor dicho, que me devolvió a la vida. Porque yo estaba muerta,
surgió; no sé de qué lugar, de entre esa oscuridad absoluta que me acogía, ni con qué
Pero lo cierto es que ocurrió, que reviví y volvió a brotar en mi pecho la dulce
esperanza. Fue como si, asumiendo que estaba en lo más profundo, que había tocado
fondo y ya no había seguir empeorando, que en teoría no tenía nada más que perder,
volviera a la vida al ver que seguía ahí, que pese a que me sentía morir, no estaba
muerta, no, que seguía ahí, y que aquella distancia que nos separaba no era, como
pensaba antes, insondable. Por primera vez desde que lo había detenido con mi mano,
anubarrado.
Él estaba ahí, yo estaba ahí; ambos estábamos ahí, muy cerca, separados tan solo por un
par de metros, la distancia que marcaba la realidad. Sentía que volvía a la realidad, y
volviendo éste a unirse con mis sensaciones. No había pasado nada demasiado grave,
ambos nos amábamos, y no podíamos permitir que un pequeño tropiezo opacara todo lo
que habíamos construido juntos. Había una solución, y era simple, bastaría con solo una
mirada, sin siquiera tener que hablarnos. Con eso sería suficiente para que todo volviera
a la normalidad. Y lo único que necesitaba era verlo. Porque el poder estaba en mí, la
Y eso fue, en definitiva, lo que pensé, eso fue lo que me salvó la vida, lo que me hizo
Entré sin hacer ruido, empujando despacio la puerta, que estaba junta. El vapor
inundaba el baño, el espejo estaba empañado; me fijé que la ventana que apuntaba al
bosque estaba apenas abierta. Me quedé mirando a través de ella un rato, no sé por qué.
Luego miré hacia la ducha y suspiré largamente; aunque no podía ver su silueta
necesitaba, porque sabía que estaba ahí, lo sentía, podía oírlo respirar, y porque además
quedan unidos, uqietos, abrazdos bajo chorro de agua. Pensé que podríamos ser
una estatua, desnudos ambos, yo con mi cuello estirado hacia atrás, buscándolo,
él, con su cabeza apoyada en la mía, Yo sonrío, ojos cerrados. Oídos tapados,
escucho lejano el chorro de agua, ella siente que se aíslan, abro ojos y veo agua
rebotando cuerpo frente a mí, formándose un refugio dentro de esa cascada; siento
que floto, y que él, con sus brazos gfruesos, la lleva volando a otro lugar.
bsea cada vez más seguido en el cuello, pero no puede evitar tocárselo. Aparta las
piernas, pero ella sonríe y le hace entender que no hay problema, que no debe
Ella lo toma en sus manos. No tiene que pensaro, tna solo lo siente como normal. Él
no dice nada. . Ella torpe, pero después encarila un ritmo. De pronto, viendo el rostro de
lo esperaba) y termina poco después (le avisó que ve´nia, pero ella no se apartó. Luego
le sonríe mientras se blimpia la boca. Él, y acercándose con decisión a Ana, se arrodilla
y empieza a moverse. No necesitaba hacerlo, pero no parecía obligado; así como yo con
él, él parecía feliz de hacerlo, yeso me tranquilizó. Sus piernas se basren solas. (ella no
pasana nada raro, no hay espacio para la vulgaridad cuando hay tanto amor, en un
contexto tan positivo, solo se dejan llevar, se expresab su amor espontáneamente, en las
formas que se les ocurren. Comparar. Orgasmo. No aguanté mis gemidos, no me tapé la
boca, no quería hacerlo, no tenía nada que ocultar. Exploté. Vuelven a abrazarse y se
Ella va a lavarse los dientes (no tiene cepillo), se enguaja nomás con una de esas
botellas aquafresh. )”¿es muy raro?, pregunta él. Remarcar que ella no hubiera hecho
nunca eso si no hubiera sentido confianza suficiente. Ahroa que lo escribo, em cuesta
idea, porque no fue forzado, porque quisite hacerlo. Además, Y si hubiera sido mal no
me hubiera importado.
Ella ríe.
Dice que eso es lo que más le gusta de él. Que todo parece tan natural, tan simple, no
se complican.
“Esta tarde no fue para nada como la esperaba”. Dijo él, estrechándome contra su
Yo de pronto, sinitendome aún en deuda, le dije mirándolo a los ojos. (recuerda todo
“Cuando estés lista. Quizá maána, quizá otro día. No importa. Será cuando estés
lista”.
“¿Martín?”
“¿Sí?”
“Te amo”. Él iba a decir aslgo, pero yo le tape la boca con las manos.
“No digas nada. Quiero ser yo la que hoy termine la frase. Hoy quiero ser la que dé
Él no dijo nada. Caminan en silencio. ….Ella percibe, por su mueca, que él quiere
“Solo quería decir que dije eso de que podía ser cuando te sintieras lista porque
Yo sonrío.
supongo que podríamos repetirlo”, dije acercándome a él, buscando, una vez mñas,