Jurgen Habermas. La Soberanía Popular como procedimiento.
La elección del texto de Habermas fundamentalmente se debe a que el análisis
de la Revolución Francesa, así como tantas revoluciones, me resulta un tema trascendente en la historia social, política, económica, institucional, cultural, etc. de cada país que ha pasado por una situación similar. En particular Francia, en donde a partir de este hecho surgió la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789, y que sirvió de base para las declaraciones acontecidas durante el siglo XIX y XX. En el campo de la política resulta relevante la pregunta del autor sobre si se ha agotado la fuerza orientadora y motivadora de dicha Revolución, y además plantea la cuestión normativa respecto de si la mutación o transformación de la mentalidad por aquellos años contiene todavía sus rasgos característicos a cuyo encuentro todavía no hemos salido. Para Habermas la pregunta de lo que aún le debemos a la Revolución Francesa puede ser desarrollada desde diferentes puntos de vista, entre los más importantes podemos citar los siguientes: - La Revolución en parte materializó, y en parte contribuyó a un acelerado desenvolvimiento de una sociedad civil dinámica y de un mayor grado de desarrollo del sistema mundial capitalista. Instauró una modernización económica y social de carácter permanente desde sus comienzos hasta la actualidad. Como notable, encuentro el hecho que dicha Revolución produjo procesos que en otros lugares se realizaron sin una transformación del dominio político y del sistema jurídico. - Un hecho similar ocurre con el surgimiento del Estado Moderno, la Revolución vino a dinamizar ciertos cambios que se estaban gestando desde hace tiempo, en lo que respecta a la formalización del Estado y su proceso de burocratización. - Se destaca de la Revolución Francesa la creación original del tipo de Estado nacional que ha podido exigir del patriotismo de sus ciudadanos el servicio de defensa general y obligatorio. El desarrollo de la conciencia nacional, sin lugar a dudas dió lugar a una nueva forma de integración y cohesión social. Destaca importante este hecho en la última generación de Estados, la que se originó en la descolonización, y que se basó en el modelo francés. Por el contrario, sociedades plurinacionales como EEUU y la URSS, no se adaptaron nunca al esquema de la nación de Estado, por su parte los herederos actuales del sistema de Estados europeos han desalentado el nacionalismo, y se encuentran en proceso de construcción hacia una sociedad posnacional. - Ideas que inspiraron al Estado constitucional democrático. En este sentido la democracia y los derechos humanos conforman el núcleo universalista del Estado constitucional que en sus diferentes formas, tiene su origen en la Revolución norteamericana y en la francesa. Este universalismo ha conservado su fuerza y vigor, no sólo en los países del Tercer Mundo y en el ámbito soviético, sino además en las naciones europeas. Habermas también realiza una contribución importante resaltando la diferencia entre la Revolución en EEUU y en Francia, en donde la primera resultó de los acontecimientos, mientras la segunda fue llevada a cabo por sus protagonistas, con una conciencia plena de lo que pretendían era lograr una Revolución. Francia es el país que inventa la cultura democrática mediante la revolución y que da a conocer fehacientemente al mundo entero una de las condiciones de conciencia fundamentales y esclarecedoras de la actividad histórica. La condición de nuestra conciencia se caracteriza por dos rasgos a saber: Invocamos la disposición a la acción y la orientación político-moral hacia el futuro por parte de aquellos que quieren reconstruir el orden establecido, pero al mismo tiempo la confianza en la transformación revolucionaria de la situación se ha desvanecido. Muy interesante es la cita en donde manifiesta que la conciencia de la revolución es el lugar de nacimiento de una nueva mentalidad, conformada por una conciencia de tiempo, un nuevo concepto de praxis política y una nueva representación de legitimidad. El autor menciona como rasgos específicamente modernos los siguientes: la conciencia histórica que rompe con el tradicionalismo de las continuidades sometidas a la naturaleza, la concepción de la praxis política que se pone bajo el signo de la autodeterminación y la autorrealización, y la confianza en el discurso racional como instancia con la cual y ante la cual debe legitimarse toda dominación política. Un concepto de lo político radicalmente secular, posmetafísico se instaura en la conciencia de una población, que se caracteriza por su dinamismo y vitalidad. Por otra parte, en lo que respecta a la conciencia revolucionaria, la misma se expresa en el convencimiento de que es posible comenzar nuevamente, en ella se vislumbra un proceso de transformación de la conciencia histórica. A partir de la frase anterior podemos afirmar que existe una ruptura con la tradición, se ha pasado hacia un trato más reflexivo respecto de herencias culturales y las instituciones sociales. El proceso de modernización se experimenta como una aceleración de eventos que parecen abrirse a la intervención colectiva y su persecución de fines; la generación contemporánea conlleva una gran responsabilidad por el destino asociado a las generaciones futuras, mientras el ejemplo de las generaciones pasadas pierde su capacidad de comprometer. Una frase que me impactó y que acentúa el rol fundamental de los individuos en el proceso revolucionario es la siguiente: “la conciencia revolucionaria se expresa además en la convicción de que, juntos, los individuos emancipados están llamados a ser los autores de su destino”. Depende de ellos el poder de decidir sobre las reglas y el tipo de su convivencia, así de esta manera, en la medida en que, en calidad de ciudadanos se dan a sí mismos las leyes que quieren obedecer, son los productores de su propio condicionamiento vital. Aquí el concepto de libertad política se concibe siempre como la libertad de un sujeto que se autodetermina y autorrealiza. Autonomía y autorrealización son dos conceptos relevantes de una praxis cuya finalidad- la producción y reproducción de una vida digna del hombre- se encuentra en ella misma. En lo que respecta al pueblo, considera que éste sólo existe en lo plural, en conjunto, como pueblo, no es capaz de decidir ni actuar. En las sociedades complejas, los esfuerzos más serios por alcanzar una organización autónoma fracasan frente a determinadas resistencias que tienen su origen en la propia esencia del sistema de mercado y en el poder administrativo. La conciencia revolucionaria se expresa en definitiva, en la convicción de que el ejercicio de la dominación política no puede legitimarse ni de manera religiosa ni metafísica; una política radicalmente terrenal debe poder justificarse exclusivamente con la razón, es por ello que las doctrinas racionalistas del derecho natural se prestaban para ello. De esta manera la praxis revolucionaria pudo interpretarse y entenderse como una realización de los derechos humanos guiada por la teoría, la Revolución misma parecía derivar de los postulados de una razón práctica. El autor también plantea la mirada retrospectiva de la Revolución Francesa desde una dualidad, en el sentido de que, por un lado la mentalidad creada por ella, al consolidarse, se ha vuelto permanente; pero por otro lado se ha trivializado, ya no sobrevive en la figura de una conciencia revolucionaria y ha perdido relevancia y fortaleza. ¿Este cambio de forma implica que también sus energías se han agotado? Resulta claro que la dinámica cultural como consecuencia de la Revolución no se ha paralizado. Es ella la que, recién en nuestros días, ha creado las condiciones para un activismo cultural que, despojado de todo privilegio formativo, escapa obstinadamente a la invasión administrativa. El pluralismo de amplia gama de estas actividades que se salen de las barreras de clase, se opone por cierto a la autocomprensión revolucionaria de una nación más o menos homogénea, aunque de todos modos la movilización cultural de las masas tiene su origen en ella. Para ir finalizando el análisis de Habermas, podemos afirmar que dicho autor considera a la Revolución Francesa como una cadena de acontecimientos, en donde cada uno posee sus propios fundamentos, que se pueden defender a través del manto discursivo del derecho racional. La Revolución ha dejado sus marcas, y éstas se pueden observar en las ideologías políticas desarrolladas durante el transcurso del siglo XIX y XX.