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Doctrinas ‘definitivas’

Un ámbito de la infalibilidad, que en el posconcilio adquirió una importancia crecien-


te, es particularmente delicado. En una declaración de 1973, «Mysterium ecclesiae», la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe afirmaba: “Según la doctrina católica, la infalibilidad del
magisterio de la Iglesia no sólo se extiende al depósito de la fe, sino también a todo aquello
sin lo cual tal depósito no puede ser custodiado y expuesto, como se debe.” (n.3). Por tanto,
dice la Instrucción «Donum veritatis»,sobre la vocación eclesial del teólogo (1990): “Cuando
propone «de modo definitivo» unas verdades referentes a la fe y las costumbres, que, aun no
siendo de revelación divina, sin embargo, están estrecha e íntimamente ligadas con la revela-
ción, deben ser firmemente aceptadas y mantenidas.” (n. 23; DH 4877). Esta categoría de ver-
dades, llamada ordinariamente en los manuales de teología «verdades católicas» u «objeto
secundario de la infalibilidad», no fue enumerada por el Vaticano II. 1 Se trata de verdades que
no están contenidas en el depósito de la fe, pero que están de tal modo íntimamente vincula-
das que la Iglesia necesita estar capacitada para hablar definitiva e infaliblemente en orden a
defender o explicar lo que es revelado.
Consta que en el Vaticano I, por una parte, el texto final dejó abierta la posibilidad a
definiciones infalibles sobre materias no reveladas (por ej., al utilizar finalmente “tenendam”
y no la anterior “tamquam de fide tenendam”, DH 3074), por otra parte, el obispo Gasser in-
cluyó este tipo de verdades al explicar las que deben ser “sostenidas”, aunque, consta expre-
samente, explicó, que no era la intención del Concilio definir la infalibilidad papal en relación
a estas materias, sino sólo dejar el tema en su estado actual: como “teológicamente cierto”
(Mansi 52, 1226-1227).2 Un procedimiento casi exacto se repite en el Vaticano II, sea en el
mismo añadido del verbo “tenere” (“tamquam definitive tenendam” LG 25b), sea en el Co-
mentario de la Comisión Teológica del Concilio (Acta Synodalia Concilii Vaticani Secundi
III/8, 89; III/1, 251).3 Por tanto, mientras que es una doctrina oficial de la iglesia (no un dog-
ma de fe) que el carisma de la infalibilidad se extiende a dichos «objetos secundarios», no
existe un pronunciamiento oficial ni una posición unánime de los teólogos que especifique en
detalle qué contenidos o límites se incluyen bajo tal denominación. Una de las cuestiones que
han sido muy discutidas en los últimos años se refiere a la extensión de tal infalibilidad res-
pecto de normas de la moral natural que no pertenecen a la revelación, pero que podrían ser
objeto de una definición infalible (sólo en el caso de que estén tan íntimamente conectadas

1
Cf. M. Schmaus, Teología dogmática. 1. La Trinidad de Dios, Madrid, Rialp, 21963, 109-111; L. Ott, Manual
de teología dogmática, Barcelona, Herder, 61969, 35-36; Y. M. Congar, La fe y la teología, Barcelona, Herder,
1977, 80-82; F. Sullivan, Magisterium. Teaching Authority in the Catholic Church, New York, Paulist Press,
1983, 127ss.; etc.
2
Un punto no debe ser olvidado en el análisis, esto es, la siguiente afirmación en la Constitución dogmática «Dei
Filius» del Vaticano I: "...deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la pala-
bra de Dios escrita o transmitida por la tradición, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divina-
mente reveladas, sea por juicio solemne, sea por su magisterio ordinario y universal." (DH 3011). Este texto se
remonta a una célebre carta de Pío IX, Tuas libenter (1863; DH 2875-80), quien utiliza por primera vez la expre-
sión «magisterio ordinario». Por ser un término poco familiar para muchos obispos, el Vaticano I añade la expre-
sión «universal» para referir a la enseñanza de todo el episcopado junto con el papa y no a la enseñanza del papa
solo, incluso cuando está dirigida a la iglesia universal. No parece que la Constitución «Dei Filius» pretendiera
definir esta doctrina puesto que dicha problemática fue tratada en la Constitución sobre la iglesia; aunque se
deduce como conclusión teológica de la infalibilidad del conjunto de la iglesia. En LG 25b el Vaticano II ha
declarado ulteriormente (no por una definición solemne) que el conjunto del colegio de los obispos con el papa
enseña infaliblemente cuando, en el ejercicio de su magisterio ordinario, concuerdan en proponer que una doctri-
na particular ha de ser tenida por definitiva.Cf. F. Sullivan, Creative Fidelity: Weighing and Interpreting Docu-
ments of the Magisterium, New York 1996, 14.
3
Cf. otras precisiones provenientes de U. Betti y G. Philips en B. Sesboüé, El magisterio a examen. Autoridad,
verdad y libertad en la Iglesia, Bilbao 2004, 353.
2

con la revelación de modo que su definición sea requerida para la defensa o exposición de
ella).
Ningún documento habla de “dogma de fe” y de un acto de “fe” referidas a esta mate-
ria, i.e. «objeto secundario».4La fórmula de la Profesión de fe no usa la palabra “creo”, como
en el párrafo primero; es decir, no reclama un acto de “fe divina y católica”, sino un firme
asentimiento interior. Tanto los concilios Vaticanos I y II, como el código de derecho, la ins-
trucción «Donum veritatis» (23) y la misma profesión de fe han evitado usar la expresión
“creo”. En su lugar utilizan “tenendam”. De allí deduce Sullivan que en este caso debe hablar-
se de un “asentimiento intelectual firme a una proposición verdadera”, pero no “fe” a un
“dogma de fe”. Por tanto, ningún documento habla de “dogma de fe” y de un acto de “fe”
referidas a esta materia, i.e. «objeto secundario». Por esto es sorprendente, dice Sullivan, la
afirmación en el catecismo (n. 88) que dice “una adhesión irrevocable de fe” referidas al «ob-
jeto secundario»; no tiene antecedentes en ningún documento eclesial.5

El motu proprio «Ad tuendam fidem» (1998) de Juan Pablo II y la posterior «Nota
doctrinal aclaratoria» (1998) de la Congregación para la doctrina de la fe entraron decidida-
mente en esta temática. Los párrafos allí dedicados a este tipo de doctrina:

…el segundo apartado (de la Profesión de fe), en el que se afirma: «Firmemente acojo y abra-
zo todas y cada una de las verdades acerca de la doctrina concerniente a la fe o a las costum-
bres propuestas por la Iglesia de manera definitiva» (10), no tiene ningún canon que le corres-
ponda en los códigos de la Iglesia católica. Ahora bien, este apartado de la Profesión de fe re-
sulta de la máxima importancia, puesto que señala las verdades necesariamente relacionadas
con la divina revelación. Tales verdades, que en la exploración de la doctrina católica expresan
una especial inspiración del Espíritu de Dios para la comprensión más profunda por parte de la
Iglesia de alguna verdad respecto a la fe o a las costumbres, están relacionadas tanto por razo-
nes históricas como por consecuencia lógica.

De allí la finalidad del Motu proprio, añadir un parágrafo en el canon 750 del CIC:

§ 2.Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las cosas sobre la
doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo definitivo por el magisterio de la Igle-
sia, a saber, aquellas que son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el
mismo depósito de la fe; se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien rechaza
dichas proposiciones que deben retenerse en modo definitivo.

Sobre estos textos ha habido un gran debate. Es llamativa la advertencia del importan-
te canonista de Georgetown, L. Örsy: afirma que la publicación de 1998 “parece tan impor-
tante como la definición de la infalibilidad del papa por el Vaticano I en 1870. Si esto es así,
nos hallamos ante un desarrollo de vastas consecuencias para la vida interna de la Iglesia, para
el movimiento ecuménico y para la imagen pública de la Iglesia.” 6 A juicio de B. Sesboüé,

4
Cf. particularmente, F. Sullivan, “The «Secundary Object» of Infallibility”, Theological Studies 54 (1993) 536-
550; id., Creative Fidelity, 15ss.; J.-F. Chiron, “L’autorité du magistère infaillible de l’’Église lorsqu’il se pro-
nonce sur des vérités non révélées: Dossier théologique”, Revue d’éthique de théologie morale [Le Supplément]
216 (2001) 35-48.
5
Cf. F. Sullivan, Creative Fidelity, 17. Catecismo, 88: “El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autori-
dad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo
cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propo-
ne de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.”
6
Cf. L. Örsy, “Von der Autorität Kirchlichen Dokumente. Eine Fallstudie zum Apostolischen Schreiben «Ad
tuendam fidem»”, Stimmen der Zeit 216 (1998) 735-740; J. Ratzinger, “Stellungnahme”, Stimmen der Zeit 217
3

quien comparte literalmente la afirmación anterior, en tanto los términos «definitivo», «inmu-
table» e «infalible» son intercambiables, “nos encontramos en presencia de la reivindicación
de un nuevo dominio del ejercicio de la infalibilidad.”7 “Si la toma de posición del «motu
proprio» no es teológicamente nueva, sin embargo lo es dogmáticamente. Se ha franqueado
un paso respecto de las enseñanzas del Vaticano I y Vaticano II.”8
Encuentro significativa la discusión pública entre L. Örsy y J Ratzinger, entre otras
cosas, porque colaboró a que el cardenal explicara el origen y precisara la autoridad doctri-
nal de la «Nota doctrinal aclaratoria» de junio de 1998: trabajada en la Congregación e, inclu-
so, aprobada por el papa, se trata, según el entonces cardenal, de una “ayuda autorizada para
comprender el texto” «Ad tuendam fidei»; “se estaba de acuerdo en que este texto no debía
ostentar una propia condición vinculante” por lo que no se publicó “en la forma de un docu-
mento con autoridad propia”. Un “género nuevo de texto”, le reconoce Ratzinger a Örsy, legí-
timo, por supuesto; “nadie ha de sentirse constreñido autoritariamente por este texto”, conclu-
ye el cardenal. Por tanto, si las precisiones del Card. Ratzinger en su texto dirigido a Örsy son
correctas, entonces no habría que situar a «Ad tuendam fidei» y a la «Nota doctrinal ilustrati-
va» en el mismo nivel magisterial, vinculante. La primera pertenece al magisterio ordinario
del papa, la segunda no.
Esta distinción la encuentro importante porque mi impresión es que la fuerte reacción
de varios teólogos se dirigió más a la Nota de la Congregación que al Motu proprio del papa,
aunque no explicitaran esta diferencia, por ejemplo Hünermann y Gaillardetz. Un punto parti-
cular de crítica: se afirma en la Nota que el papa puede determinar que una doctrina puede ser
enseñada de modo definitivo y, por tanto, infalible mediante una confirmatio o declaratio, no
necesariamente por medio de una definición ex cathedra. Esta crítica coincide con la de Örsy,
Sesboüé, Gaillardetz.9Es decir, se teme la creación de una nueva categoría: según el Vaticano
II solo hay tres formas: ex cathedra, concilio y magisterio ordinario universal (todos los obis-
pos dispersos). Estos autores refieren al número 9 de la «Nota doctrinal ilustrativa»:

9. El magisterio de la Iglesia, en cualquier caso, enseña una doctrina que hay que creer como
revelada por Dios (1° apartado) o que hay que creer de manera definitiva (2° apartado), me-
diante un acto decisorio o indecisorio. En el caso de un acto decisorio, se define solemnemente
una verdad mediante un pronunciamiento ex cathedra por parte del Romano Pontífice o a tra-
vés de la intervención de un Concilio ecuménico. En el caso de un acto indecisorio, se enseña
infaliblemente una doctrina por parte del magisterio ordinario y universal de los obispos pre-
sentes en todo el mundo en comunión con el Sucesor de Pedro. Esta doctrina puede ser con-
firmada o reafirmada por el Romano Pontífice, incluso sin recurrir a una definición solemne,
declarando explícitamente su pertenencia a la enseñanza del magisterio ordinario y universal
como verdad revelada por Dios (1° apartado) o como verdad de la doctrina católica (2° aparta-
do). Por consiguiente, si no existe un juicio en la forma solemne de una definición acerca de
una doctrina perteneciente al patrimonio del depositum fidei, pero dicha doctrina es enseñada
por el magisterio ordinario y universal -que necesariamente incluye el del Papa-, deberá enten-
derse la misma como propuesta infaliblemente (17). La declaración de confirmación o reafir-
mación por parte del Romano Pontífice no constituye en este caso un nuevo acto de dogmati-
zación, sino la atestación formal de una verdad ya poseída e infaliblemente transmitida por la
Iglesia.

(1999) 305-316; L. Örsy, “Antwort an Kardinal Ratzinger”, Stimmen der Zeit 217 (1999) 305-316 (un resumen
presenta Selecciones de Teología 152 [1999] 298-316).
7
El magisterio a examen, 348.
8
Ibid., 354.
9
“The Ordinary Universal Magisterium: Unresolved Questions”, Theological Studies 63 (2002) 447-471, 470.
4

No hay duda que esta problemática tuvo especial repercusión porque se produjo en el
marco de la enseñanza de «Ordinatio sacerdotalis» sobre la exclusiva ordenación de varones
al ministerio sacerdotal (1994). Aquí se ha planteado una insuficiencia, independientemente
del contenido de la enseñanza. Los lectores informados advirtieron inmediatamente que aun-
que el lenguaje del papa en el documento se aproximaba mucho a una definición ex cathedra,
no era ese su estatuto doctrinal. De hecho, la Congregación de la Fe debió aclarar este punto y
expresar que se trataba de un ejercicio del “magisterio ordinario universal” conforme a lo que
enseña LG 25 b, que afirma: “Aunque cada uno de los Prelados no goce por sí de la prerroga-
tiva de la infalibilidad, sin embargo, cuando, aun estando dispersos por el orbe, pero mante-
niendo el vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, enseñando auténticamente
en materia de fe y costumbres, convienen en que una doctrina ha de ser tenida como definiti-
va, en ese caso proponen infaliblemente la doctrina de Cristo”.10
Al respecto F. Sullivan ha recordado que para que se concrete una definición del ma-
gisterio infalible por el magisterio ordinario universal, al cual se apela en ambos documentos
pontificios, «Evangelium vitae» y «Ordenatio sacerdotalis», se requiere: consulta a los obis-
pos (y que conste que quieren enseñar algo como definitivo, agrega Pottmeyer), el consenso
universal y constante de los teólogos (Sullivan cita a Pío IX, DH 2879, L. Welch especifica
que, a partir del contexto de dicho texto magisterial, tal consenso sería más un signo que una
condición necesaria) y la adhesión de los fieles (en este sentido, no es suficiente apelar a una
larga tradición; la cuestión es determinar la normatividad de esa tradición). Según Sullivan,
este proceso se verifica en «Evangelium vitae», especialmente la consulta que se cita expre-
samente, aunque como anota Hünermann, no se conoce el tenor de la pregunta. Diversa es la
situación en «Ordinatio sacerdotalis».11No ha habido consulta, es decir, no consta que los
obispos “dispersos por el orbe” quieran enseñar esa doctrina y, además, enseñarla como defi-
nitiva. Que muchos obispos piensen, quizás, que la ordenación debe reservarse a los varones,
no significa automáticamente que quieran proponer esa enseñanza como definitiva; son dos
cosas distintas.El derecho canónico recuerda que “Ninguna doctrina se considera definida
infaliblemente si no consta así de modo manifiesto.” (can. 749,3). Creo que, en décadas futu-
ras, esta insuficiencia se hará más evidente. No estoy discutiendo el contenido, proponiendo la
ordenación de mujeres, estoy diciendo que el procedimiento de la definición da que pensar.

Pienso que la preocupación principal de los teólogos puede sintetizarse en la observa-


ción de G. Ruggieri: los documentos citados no hacen más que consolidar, “perfeccionándo-
la” jurídicamente, una línea que parte de la declaración de 1973 (Mysterium ecclesiae). A
partir de ésta, afirma dicho autor, se construye una cadena de citaciones que, sosteniéndose en
una exégesis extensiva de LG 25, “«produce» una serie de auctoritates con el intento de «de-
finir» lo que el Vaticano I no había querido definir: la inserción en el objeto de la infalibili-
dad, de las verdades «necesarias» para la conservación del depósito de la fe.”12 Probablemente

10
El texto en la «Nota doctrinal ilustrativa»: “Por lo que respecta a la enseñanza más reciente acerca de la doc-
trina sacerdotal reservada tan sólo a los varones, debe observarse un proceso similar. El Sumo Pontífice, aun sin
querer llegar a una definición dogmática, ha querido reafirmar sin embargo que dicha doctrina debe considerarse
como definitiva (32), ya que, basada como está en la Palabra de Dios escrita, constantemente conservada y apli-
cada en la tradición de la Iglesia, ha sido propuesta infaliblemente por el magisterio ordinario y universal (33).
Nada impide que -como demuestra el ejemplo anterior- en el futuro la conciencia de la iglesia pueda progresar
hasta llegar a definir esta doctrina como revelada por Dios.”
11
Cf. F. Sullivan, Creative Fidelity, 183.
12
G. Ruggieri, “La politica dottrinale della curia romana nel postconcilio”, Cristianesimo nella storia 21 (2000)
103-131, 124. Cf. P. Hünermann, “Die Herausbildung der Lehre von den definitiv zu haltenden Wahrheiten seit
dem Zweiten Vatikanischen Konzil”, Cristianesimo nella storia 21 (2000) 71-101, 83, 90; N. Lüdecke, “Also
doch ein Dogma? Fragen zum Verbindlichkeitsanspruch der Lehre über die Ünmöglichkeit der Priesterweihe für
Frauen aus kanonistischer Perspektive”, Theologische Literaturzeitung 105 (1996) 161-211; H. Waldenfels,
5

pueda decirse, pienso, que esta estrategia de la Congregación de la Fe sobre las doctrinas de-
finitivas estuvo desarrollada particularmente en la década del 90’ para “blindar” la cuestión de
la «Ordenatio sacerdotalis».Por otra parte, estosepisodios se sitúanen el marco de una política
más vasta de Ratzinger, como prefecto, orientada a ampliar el campo del magisterio y sus
doctrinas vinculantes (puede corroborarse en múltiples temas eclesiológicos y morales). Mi
impresión es que esta temática no ocupa ahora a los teólogos y la teología. Probablemente lo
que mejor pueda hacer el magisterio en este momento es lo que hizo con la definición de la
infalibilidad ex cathedra en el siglo XX: contra la expectativa de los que estaban a favor y en
contra de la definición del dogma en el Vaticano I, no usarla casi nunca, una sola vez en todo
el siglo XX (asunción de María). No continuar la ampliación del campo de doctrinas vincu-
lantes, sino concentrarse de manera renovada y creativa en lo esencial.

“«Infalible». Reflexiones sobre la obligatoriedad de las enseñanzas de la Iglesia”, Selecciones de teología 36


(1997) 131-140; A. Melloni, “Definitivus/definitive”, Cristianesimo nella storia 21 (2000) 171-205.

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