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Un paréntesis para la reflexión

Prof. Lic. Esp. Ma. Gabriela Demaría.

La situación educativa enmarcada en la contingencia de esta pandemia mundial, nos ha puesto a los
educadores a pensar nuestras prácticas y a buscar alternativas para sostener la enseñanza. Cómo pedagoga
me pregunto ¿Esto es posible?

Me gustaría empezar diciendo que este alejamiento, fundamentalmente de los y las estudiantes de la
escuela, como espacio social de construcción de conocimientos y de socialización de los aprendizajes, deja
un saldo que necesariamente hay que asumir como una perdida. Nada de lo que pasa en las aulas como
experiencia escolar puede ser recuperado. Renunciamos a ello en pro del cuidado y la solidaridad en un
momento de extrema preocupación. ¿Es acaso una mirada pesimista que desestima los denodados intentos
de que los chicos no pierdan clase? De ninguna manera. Si no que, aun reconociendo lo posible de hacer
con las mediaciones tecnológicas, por cierto, ágilmente incorporadas por niños y jóvenes; tenemos que
tener conciencia que mucho de lo que sucede en la escuela como experiencia subjetivante de aprendizajes
no sucederá.

Quiero detenerme en este punto para pensar tres aspectos: ​el mundo escolar, la práctica de la enseñanza
y el aprendizaje.

Si bien la virtualidad es una alternativa de enseñanza que se viene desplegando en los últimos años y una
fuente inagotable de recursos para aprender, hay algo de la función social de la escuela, especialmente en
la escolaridad básica, que no puede replicarse en la virtualidad, hay algo de la cultura escolar ( criticable o
no) que regula los cuerpos, ubica en la rutina diaria y forma parte de la cotidianeidad de estudiantes y
familias que es irremplazable. Estamos viviendo días sin escuelas y esto es difícil, especialmente para los
más pequeños. La escuela no se replica en casa por arte de magia y es difícil hacer lugar a lo escolar en
medio del mundo doméstico. Entonces, padres y maestros tenemos que partir de hacer consciente que
estamos asumiendo este tiempo con un costo educativo y ser benévolos tanto con lo que los chicos y chicas
puedan hacer, como con lo que nosotros podamos ofrecer. En este sentido mucho de lo supuestamente
dado en esta virtualidad contingente, tendrá que retomarse, volver a explicarse y tal vez, el tiempo de la
calificación tenga que ser aplazado. La posibilidad de sostener algo de lo escolar en casa con calidad y
calidez viene de la mano de la aceptación de lo posible y de la flexibilidad con las alternativas.

En este punto quiero referirme al 50% o más del plantel de maestros, maestras y profesores de nuestro
sistema educativo que, en búsqueda de la utopía propia de la educación están, estamos, asumiendo en el
mismo momento el enseñar y el aprender. Para maestros que hemos sido formados para la presencialidad,
formados en la construcción de un vínculo pedagógico cara a cara, entre los grupos y con ellos, la
medicación de la pantalla con toda la oferta de redes, es un desafío a veces desbordante. La invitación a
mis colegas es no perdernos en las exigencias de esta consigna sino más bien preservar, aún en la
mediación virtual, el vínculo. La enseñanza tiene esa especificidad: el docente ofrece mediaciones
(actividades, explicaciones, textos, etc.) mediante los cuales un contenido se hace accesible, comprensible
al otro y en esas mediaciones se ofrece como sujeto enseñante. Enseña, con su cuerpo, su voz, sus
silencios… Y hoy estamos viendo, buscando, cómo traspasar las pantallas para llegar a ellos y a ellas.
También aquí sabernos deseosos y limitados es una buena alternativa. No se trata de cuánto les damos,
sino de qué elegimos y cómo. Esta tarea artesanal lleva tiempo, creatividad, en el mejor de los casos trabajo
en equipo y un costoso proceso de reconstrucción que prolonga la actividad profesional en casa y que
también debemos considerar.

Vivimos días en que el aprendizaje surge de la observación del mundo y es realizado por todos y todas
simultáneamente, más allá de las distancias generacionales. Días en que el “encierro” aunque voluntario,
interfiere los ánimos y los hábitos cotidianos.

Así como las fronteras del mundo nos dejaron indefensos ante un virus, las fronteras organizativas de lo
escolar y lo familia, lo familiar y lo profesional, están permeables y ello nos obliga a priorizar la salud física
y la salud emocional de cada sujeto siendo muy prudentes y humildes respecto a qué es posible enseñar,
qué es posible aprender, qué es posible exigir y qué es posible calificar. Es un tiempo de quietud en el cual
lo único que no debe aquietarse es la reflexión, la escucha atenta y en lo posible la conversación. Es un
intervalo en el hacer (¡cuánto nos cuesta!) que nos pone ante el ejercicio de buscar “​ser” como sujetos y
como colectivo social.

Así como cuidamos nuestra salud física del ataque de un virus dañino, cuidemos a los otros y cuidémonos
del virus de la exigencia desmedida, el cumplimiento protocolar y el eficientismo deshumanizante, porque
ese “virus” ataca la calidad de las relaciones humanas y, sin vínculo humano no hay vínculo pedagógico.

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