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Pero, ¿qué es la ira? Es una fuerza interna que surge de nosotros para dar respuesta a
diferentes situaciones que vivimos y que nos producen tensión, malestar o frustración. No
obstante, es cierto que ante las mismas frustraciones o situaciones negativas no todos
respondemos de la misma forma; esta diferencia depende del temperamento de cada
persona, pero también de experiencias previas, de los pensamientos y creencias, de los
modelos vividos…
Aunque ciertas emociones, como la ira, la tristeza o el miedo suelan definirse como
negativas, todas las emociones tienen algo positivo. La ira es muy importante, ya que hace
al ser humano evolucionar y crecer interior y exteriormente. Así, cuando no conseguimos
nuestros objetivos y nos enfadamos con nosotros mismos, esta emoción nos da fuerza para
luchar más intensamente por lo que queremos y nos ayuda a superarnos. Por eso es
importante que no la ignoremos en los niños ni intentemos que la repriman, ya que es una
fuerza positiva que ayuda a mantener la vida y a avanzar hacia nuestras metas; eso sí,
siempre que la canalicemos adecuadamente.
Para conseguir este objetivo es fundamental canalizar la ira exteriorizando los sentimientos
de manera adecuada, haciendo que reflexionen y recuperen la calma, acercándonos a ellos
con comprensión, escuchando activamente y dialogando sobre lo que ha pasado. Así
conseguiremos que reconduzcan esos sentimientos. Para mantener el control es bueno
contar hasta diez, respirar profundamente, pensar antes de actuar, hablar en un tono bajo
pero firme…
3- Reflexionar con él sobre las causas de su enfado: En el momento que el niño establece
una relación directa entre motivos y conductas, comienza a analizar las situaciones de una
forma más eficaz y aprende a responder también de un modo más adaptativo. También es
muy importante identificar los antecedentes del comportamiento, no solo externos (me han
insultado, no me deja su juguete…), sino también internos (hambre, cansancio, etc.). Y,
finalmente, cuando nos cuente algo hay que prestarle una atención constante.
6- Medir la información que damos al niño sobre su comportamiento. Hay que evitar
expresiones como “eres malo por pegar a Luis”, “cuando te pones así eres insoportable”.
Todas estas verbalizaciones se refieren a una calificación global y estado permanente del
niño (“eres”) y sin duda minan su autoestima. Por eso es fundamental que aprendas a
criticar el acto concreto y no al niño; “el hecho de que hayas pegado a Luis está muy mal y
significa que no querrá jugar más contigo”.
7- Ser justo con él. En ocasiones, estarás tan enfadado que te resultará imposible no
gritarle o decirle algo incorrecto. Si después, una vez calmado, reflexionas y le pides
perdón por el comportamiento erróneo, verá que reconocer el error no nos hace peores y
que es algo que debe hacerse cuando uno se equivoca. No por ello perderás autoridad, sino
que ganarás su respeto.
Para enseñarle a desarrollar este tipo de conducta, podéis hacer dramatizaciones con
muñecos representando diferentes situaciones (cómo pedirle a alguien que baje la música,
cómo pedirle a un amigo un juguete, etc.); leerle cuentos en los que las disputas se
resuelvan dialogando; alabarle cuando se comporte como es debido…
- Desarrollar la empatía
Es quizá una de las tareas más difíciles de conseguir. Ser empático es comprender al otro,
factor que no implica de ninguna manera el modificar nuestros pensamientos o estar de
acuerdo con él. Es ponerse en el lugar del otro para entender lo que ha hecho y por qué.
Cuando tu hijo pegue a otro debes decirle: ”Cuando te pegan a ti, ¿cómo te sientes? ¿Te
gusta?”. Para trabajar la empatía con los niños, aprovechad los hechos cotidianos y cuando
veáis una película o contempléis una situación en la que una de las personas está siendo
agredida, haced que se ponga en su lugar y que reflexione sobre cómo se sentirá la otra
persona.
Una buena idea es jugar a las adivinanzas. Proponle una situación y dale tres opciones
sobre cómo se sentirá una persona si le ocurre eso.
Podéis tener un cuaderno en el que vayáis apuntando diferentes situaciones vividas por el
niño para ver cómo ha afrontado cada una de ellas.
Las principales técnicas de autocontrol son: modificación del pensamiento (“tengo que
ganar” por “tengo que pasármelo bien e intentar ganar”); métodos de relajación (los
mejores para niños son el de Jacobson y el de Shultz); autocontrol corporal (muchas veces
“sueltan la mano” sin darse ni cuenta) y emocional.
Por el contrario, si el niño tiene una buena autoestima se comportará de forma agradable y
será cooperador, responsable y asertivo. Para fomentar su autoestima, acéptale y valórale
tal como es, premia sus buenos comportamientos, dale responsabilidades adecuadas a su
edad, demuéstrale siempre afecto verbal y físicamente, proporciónale seguridad, respeta sus
diferencias…