Está en la página 1de 6

Después de la desaparición de la Unión Soviética, quedó en el aire la cuestión sobre el modo

en que los EEUU, la superpotencia sobreviviente, cedería y saldría de escena. Había al


respecto diversas teorías. La mayoría se inclinaba por los desbordantes déficits económicos
de los EEUU, el déficit comercial y el endeudamiento público. Podría ocurrir, que un buen
día esos déficits llevaran a un desplome, en el transcurso del cual el dólar perdería su función
de moneda de reserva mundial y los EEUU, su supremacía política planetaria.
O bien, en caso de conflicto, Rusia y China podrían lanzar al mercado sus considerables
reservas de títulos del Tesoro norteamericano y desencadenar un desplome de los bonos
estadounidenses y del dólar.

Nada de todo eso ocurrió. Ni siquiera la grave crisis financiera de 2008 logró afectar a la
hegemonía estadounidense. A despecho de una deuda pública rayana en los 20 billones de
dólares, los inversores siguieron considerando los bonos del Tesoro norteamericano y el dólar
inversiones seguras, particularmente apetecibles en tiempos de crisis.
Con la elección de Donald Trump como nuevo Presidente de los EEUU las cosas están ahora
claras. Análogamente a como hizo su contraparte a fines de los años 80, la superpotencia
EEUU se despide con una suerte de implosión. Debilitada y dividida internamente como está,
no puede ya seguir sus estrategias imperiales. Y como le ocurrió a la Unión Soviética, no hay
desplome a la vista que precipite el fin, sino que se trata de un cambio político inesperado
que, bien mirado, no resulta en absoluto tan sorprendente.

Decidiéndose por Trump, los electores norteamericanos han sacado el foco de la política
estadounidense encumbrada en su papel de dirección global para bajarlo a las llanuras de la
sociedad norteamericana, a las realidades menos lustrosas de la vida cotidiana en las regiones
económicamente deprimidas y en las comunidades socialmente desarboladas.

Visto así, tiene cierta lógica que también hayan echado por la borda la fe en el progreso y las
pretensiones de modernidad y liberalidad con que los EEUU habían fundamentado su papel
dirigente y hayan hecho Presidente a un nacionalista reaccionario que promete dar marcha
atrás a la rueda de la historia y que en campaña electoral se ciscó a calzón quitado en los
valores de la nación norteamericana moderna y globalizada.

La hegemonía global se funda en la capacidad de integrar en el propio poder y en los propios


intereses estratégicos a otros Estados de modo tal, que esos Estados vean también en ello
ventajas para sí mismos y terminen, más o menos voluntariamente, cooperando. Los países
industrializados occidentales necesitan mantener su posición hegemónica para asegurarse a
escala planetaria el acceso a mercados comerciales, recursos minerales, empresas estatales,
tierras fértiles y fuerza de trabajo barata. Por eso en su modelo de dominación las estrategias
de libre comercio y permanente apertura de mercados y sociedades a los intereses de los
negocios del capital mueble juegan un papel central.

Pero para que ese modelo de dominación funcione, los países industriales rectores tienen que
pagar un precio. Los puestos de trabajo se marchan a países con salarios más bajos. Más y
más desarraigados procedentes del Sur cruzan hacia el Norte las fronteras en busca de
mejores oportunidades vitales. En la campaña electoral estadounidense, esos asuntos jugaron
un papel importante, y no sólo para Trump. También el candidato de la izquierda, Bernie
Sanders, criticó las estrategias de libre comercio de los EEUU y sus consecuencias para los
trabajadores norteamericanos.

Así, por ejemplo, el tratado de libre comercio para América del Norte (NAFTA) suscrito por
EEUU, Canadá y México habría costado cerca de 700.000 puestos de trabajo a los EEUU.
Desde la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001,
se han perdido más de 2 millones de empleos industriales. Mientras que las grandes empresas
estadounidenses pudieron construir y afianzar su papel dirigente a escala planetaria, los
trabajadores de su propio país perdieron puestos de trabajo estables y poder de negociación
sindical.

El conjunto de países en el umbral del desarrollo, principalmente China, ha conseguido sacar


provecho de los mercados mundiales, armar su fortaleza económica y poner en cuestión el
dominio global de los países industriales occidentales. Pronto será China (por su PIB) la
mayor potencia económica del mundo. En algunos grandes países en vías de desarrollo los
estratos medios han experimentado un auge sin precedentes, mientras que, en cambio, la
situación de los trabajadores y de las capas medias bajas en los países industriales hasta ahora
dirigentes no mejoró o empeoró. Mientras en los EEUU de la crisis financiera muchas
personas de clase media se quedaron sin techo, en China un simple trabajador podía
convertirse en multimillonario.

La agenda hegemonial de los EEUU se ve, pues, comparada, por un lado, con la creciente
insatisfacción de los trabajadores y los estratos medios desclasados y, por el otro, con el
creciente poder de los países en vías de desarrollo robustecidos económicamente, los cuales
pretenden ahora (sobre todo los BRICS: Brasil, Rusia, India, China, Suráfrica) llegar a un
acuerdo de las reglas del juego de la economía mundial y sus instituciones.

TRUMP Y EL FINAL DE UN PROYECTO ANTIDEMOCRÁTICO

“Podemos darle la vuelta a todo, y podemos hacerlo rápido”, prometió Trump con la vista
puesta en la masiva pérdida de puestos de trabajo en industrias tradicionales como el acero y
la producción automovilística. Trump quiere “traer de vuelta” los puestos de trabajo y “hacer
grande de nuevo a América”.
Para conseguir darle la vuelta a todo, Trump se propone, entre otras cosas, llevar a cabo un
giro radical en la política comercial. Un giro que convertiría la actual arquitectura de la
política estadounidense de libre comercio.

El Tratado de Asociación Transpacífica (TPP), ya firmado, es según Trump, “un desastre


potencial para el país”, razón por la cual quiere revocarlo desde el comienzo mismo de su
mandato. El Tratado de Libre Comercio para América del Norte (NAFTA) –“el peor negocio
de todos los tiempos”— deberá ser renegociado. El TTIP, el planeado tratado entre la UE y
los EEUU, ha sido discretamente congelado por la UE desde el triunfo electoral de Trump.
Contra China procederá Trump con aranceles punitivos y pleitos en la OMC.

La perspectiva de un final abrupto del gran proyecto occidental de libre comercio propició
desconcierto e inseguridad en el otro lado del Atlántico, no menos que en el otro lado del
Pacífico. Porque el TPP y el TTIP eran mucho más que meros tratados de libre comercio.
Con ellos quería defender Occidente su poder para determinar las reglas de la globalización.
Los países industriales dirigentes habían venido teniendo cada vez más problemas para
imponerse en la OMC. Porque la situación había cambiado fundamentalmente gracias al
robustecimiento de países en el umbral de desarrollo como India, China y Brasil. Los países
del Sur global tenían ahora, en conjunto, más poder negociador. Les fue, por ejemplo,
posible, disponiendo de suficiente personal calificado y de representantes en todas las
comisiones de trabajo, observar y percatarse de los distintos riesgos que podían correr. En
suma: la OMC se convirtió en una organización relativamente democrática.

Complementariamente, la UE negoció con Canadá el Tratado CETA. Los Estados africanos


y caribeños fueron forzados por la UE a firmar tratados de libre comercio bajo la amenaza
de retirarles los beneficios aduaneros para sus exportaciones existentes desde hacía décadas.
También con (hasta ahora) tres Estados de la Comunidad andina (Perú, Colombia y Ecuador)
logró este tipo de tratado la UE.

Si todos esos tratados entraran en vigor, estaría ya una parte considerable del planeta
sometido a un régimen de libre comercio que afecta a ámbitos vitales de prestación de
servicios, seguridad alimentaria y acceso a medicamentos, lo que redundaría en el ulterior
robustecimiento del poder de las empresas que actúan a escala global frente a los Estados y
las sociedades. El acceso a los mercados de los Estados que no participaran empeoraría
notablemente. De modo que incluso Estados ya en el umbral del desarrollo, como India y
China, pueden ser presionados para firmar tratados de este tipo o para sumarse a acuerdos ya
existentes.

VUELTA A LA POLÍTICA CLÁSICA DE LA GRAN POTENCIA

En la mentalidad empresarial de Trump, los tratados multilaterales de libre comercio a largo


plazo tienen la desventaja de que los EEUU no pueden hacer valer plenamente su poder
económico y geoestratégico en cada momento y en cada país concreto, porque quedan atados
por acuerdos engorrosamente generales.

Tampoco la política exterior instigadora de cambios de régimen político con la que Obama
y sus precursores han intervenido a fuego en guerras civiles interminables ha tenido para las
grandes empresas estadounidenses más que una utilidad muy limitada. La estrategia de
confrontación con Rusia no fue, desde luego, un buen negocio. Putin no cayó, sino que
intensificó su colaboración con China y los otros Estados BRICS, con el resultado final de
que los cambios en las relaciones de fuerza global dieron un impulso adicional a los Estados
BRICS. Para el mundo norteamericano de los negocios, Trump puede darles probablemente
más consiguiendo el acceso a las inmensas riquezas rusas en materias primas a través de una
política de acuerdos y cooperación.

Para “recuperar la grandeza” de la economía estadounidenses y, con ella, de América, Trump


se sitúa en un formato político-mundial más reducido. Se aparta de las estrategias de
dirección global y configuración económica del mundo y regresa a la política clásica de gran
potencia.
Qué aspecto concreto cobrará esto, está por ver. Lo claro es que Trump no actúa precisamente
como alguien inclinado a rehuir los conflictos. Cuando no deja de proclamar que pasará la
factura a México por la construcción de un muro fronterizo, eso suena a amenaza de un señor
colonial que exige a sus tributarios que pasen por caja. Los países latinoamericanos
fuertemente vinculados económicamente a los EEUU son quienes particularmente más
razones tienen para temer la política de robustecimiento económico y militar de Trump.

Desde la entrada de China en la OMC, los EEUU y la UE han planteado más de 20 pleitos
contra China. Nunca han dejado de utilizar el arancel punitivo: contra los neumáticos de
automóvil chinos en 2009, contra los tubos de acero chinos en 2010, contra las células solares
chinas en 2012, 27 países llegaron a promover un total de 119 causas jurídicas contra las
exportaciones chinas. Nada de eso pudo frenar el auge de China y el poderío exportador
chino.

SE ABRE UN ESPACIO POLÍTICO

En vez de eso, lo que parece anunciarse es un efecto muy distinto e imprevisto de la


orientación de Trump hacia una política de gran potencia tradicional. Con su nacionalismo y
su rechazo de las estrategias de hegemonía global, Donald Trump abre un espacio político
para la configuración de un nuevo orden internacional. Deja la vía libre para quien quiera
asumir la responsabilidad global.

Un giro nacionalista inducido por Trump en la política estadounidense ofrece al resto del
mundo una oportunidad para configurar más democráticamente el mundo multipolar y
enfrentarse conjuntamente a los grandes problemas globales: la regulación de la
globalización económica, la defensa global del medio ambiente, la mejora de la situación y
de las perspectivas de los 60 millones de refugiados que hay en el planeta, un procedimiento
internacionalmente acordado contra el terrorismo islámico radical.

Una anticipación de eso se dio ya antes de la toma de posesión del Presidente electo. En la
cumbre climática de Marrakech del pasado noviembre imperaba al comienzo un gran
desconcierto tras las elecciones estadounidenses y el anuncio de Trump de que se descolgaría
del Acuerdo de París. Hasta que el representante de Pekín anunció que China seguirá
colaborando. India, Brasil y Rusia se sumaron, salvando así el encuentro de alto nivel. Erik
Solheim, el jefe del programa medioambiental de NNUU, habló entonces de un "nuevo orden
mundial general". China y otros países en el umbral de desarrollo habrían “tomado la
dirección de la política climática”.

China siempre ha apoyado en las organizaciones internacionales las inquietudes del grupo de
los 77 en que se han coaligado los países del Sur global. Cuando Argentina fue atacada hace
un par de años por los fondos buitres norteamericanos quedando insolvente, fueron los chinos
quienes la ayudaron a llegar a fin de mes con generosos créditos y permutas de divisas,
mientras que el ministerio estadounidense de finanzas intervino a favor de los fondos buitres.

Los Estados BRICS vienen exigiendo desde hace mucho tiempo una modernización de los
organismos de NNUU y, por ejemplo en el caso del FMI y del Banco Mundial, su
democratización. Son, una vez más paradójicamente, países gobernados no
democráticamente como China y Rusia los que quieren regular democráticamente la
globalización, mientras que los representantes de Occidente, que siempre presumen de
“valores occidentales”, se aferran a escala global a estructuras antidemocráticas.

Un nuevo comienzo democrático de la política mundial no sólo desequilibraría la balanza del


poder a favor de los países ya en el umbral del desarrollo. También los países del Sur
dispondrían de mejores oportunidades para hacer que pesaran más sus inquietudes –
seguridad alimenticia, protección medioambiental, asistencia sanitaria básica— que la
libertad del comercio y de los inversores. Se discutiría abiertamente en los organismos
internacionales sobre la configuración de la globalización, lejos de esas negociaciones
secretas del TTIP, del TPP o del CETA, en las que los intereses de las grandes empresas
globalizadas pueden ser discretamente atendidos y servidos.

Quiere hacerse ahora del CETA la regla de oro de todos los futuros tratados de libre comercio.
Porque, igual que estaba previsto para el TTIP, el CETA ofrece una jurisdicción particular
para los inversores extranjeros, así como una “cooperación reguladora” que permite a los
lobistas económicos bloquear de antemano nuevas iniciativas legislativas.

El CETA tiene, además, una peculiar ventaja. Puesto que todas las grandes empresas
estadounidenses tienen filiales en Canadá, también ellas podrían aprovecharse del tratado.
Las empresas estadounidenses lograrían a través del CETA mejor acceso a los mercados
europeos, a los sectores de servicios, a las licitaciones públicas, y todo eso con las
correspondientes posibilidades de litigar y pleitear, sin que las empresas europeas tuvieran,
en contraprestación, los mismos derechos en los EEUU. Una acuerdo perfecto para Donald
Trump
BIBLIOGRAFIA

 Hispantv. El Nuevo Orden Mundial podría significar el fin de los BRICS (6 de febrero
de 2017) recuperado de
http://www.hispantv.com/noticias/economia/332436/brics-disolucion-politicas-
trump-orden-mundial

ministerio de relaciones exteriores de Brasil. BRICS – Brasil, Rusia, India, China y


Sudáfrica (FSC) recuperado de
 http://www.itamaraty.gov.br/es/politica-externa/mecanismos-inter-regionais/7506-
brics-brasil-rusia-india-china-y-sudafrica

BRICS 2016 india

BRIC
Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (FSC) recueprado de
 http://brics2016.gov.in/content/innerpage/about-usphp.php

También podría gustarte