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No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar

una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.

Sloterdijk, Peter (2011) Crítica de la razón cínica, Madrid: Siruela.

Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión


cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la
fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en
el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos
llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para
el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es
el sí del derrotado. Si en él se esconde algo de obediencia, es entonces algo de la única obediencia
que se puede achacar a un ilustrado: la obediencia contra la propia experiencia.

Sloterdijk, Peter (2011) Crítica de la razón cínica, Madrid: Siruela.

Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está
sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo,
un desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la
larga, el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan
de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los
motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las
mentiras, las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve.
Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]

Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión


cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la
fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en
el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos
llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para
el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es
el sí del derrotado. Si en él se esconde algo de obediencia, es entonces algo de la única obediencia
que se puede achacar a un ilustrado: la obediencia contra la propia experiencia.

Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión


cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la
fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en
el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos
llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para
el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es
el sí del derrotado. Si en él se esconde algo de obediencia, es entonces algo de la única obediencia
que se puede achacar a un ilustrado: la obediencia contra la propia experiencia.

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.

No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.

Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está
sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo,
un desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la
larga, el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan
de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los
motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las
mentiras, las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve.
Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]
El lenguaje "se volvía extraño", y por esto mismo también el mundo cotidiano se convertía
súbitamente en algo extraño, con lo que no está uno familiarizado. En el lenguaje rutinario de
todos los días, nuestras percepciones de la realidad y nuestras respuestas a ella se enrancian, se
embotan o, como dirían los formalistas, se “automatizan”. La literatura, al obligarnos en forma
impresionante a darnos cuenta del lenguaje, refresca esas respuestas habituales y hace más
'perceptibles' los objetos. Al tener que luchar más arduamente con el lenguaje, al preocuparse
por él más de lo que suele hacerse, el mundo contenido en ese lenguaje se renueva vívidamente.
Quizá la poesía de Gerard Manley Hopkins proporcione a este respecto un ejemplo gráfico. El
discurso

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino
hacia ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por
amor al bien, del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca
irónico, la meta del esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.

No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad


de Francfort tuvo lugar una escena que viene como anillo al dedo como clave
explicativa de este análisis del cinismo que aquí emprendemos. Estaba el
filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del
69, casos semejantes no eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había
algo que obligaba a una observación más exacta. Entre los manifestantes
destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda
que también ejercía la «crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente
decepcionado, sin el que apenas ninguno de los presentes habría llegado a
darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder
desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.
Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en esta escena
inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás, es típica de
todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional
como un camino hacia ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver
el vicio crítico de lo mejor por amor al bien, del que fácilmente uno se puede
alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del esfuerzo más
crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad
de Francfort tuvo lugar una escena que viene como anillo al dedo como clave
explicativa de este análisis del cinismo que aquí emprendemos. Estaba el
filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del
69, casos semejantes no eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había
algo que obligaba a una observación más exacta. Entre los manifestantes
destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda
que también ejercía la «crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente
decepcionado, sin el que apenas ninguno de los presentes habría llegado a
darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder
desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.
Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en esta escena
inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás, es típica de
todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la
vida en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión real
de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que no es
bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga, el
más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las
cosas nos liberan de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender
llegar a la «verdad desnuda» es uno de los motivos de la sensibilidad
desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras,
las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo
que me mueve. Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y
psicologismo constituye el ambiente de la supraestructura de Occidente: el
ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y para la
filosofía. [30]
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad
de Francfort tuvo lugar una escena que viene como anillo al dedo como clave
explicativa de este análisis del cinismo que aquí emprendemos. Estaba el
filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del
69, casos semejantes no eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había
algo que obligaba a una observación más exacta. Entre los manifestantes
destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda
que también ejercía la «crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente
decepcionado, sin el que apenas ninguno de los presentes habría llegado a
darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder
desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.
Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en esta escena
inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás, es típica de
todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la
vida en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión real
de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que no es
bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga, el
más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las
cosas nos liberan de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender
llegar a la «verdad
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad
de Francfort tuvo lugar una escena que viene como anillo al dedo como clave
explicativa de este análisis del cinismo que aquí emprendemos. Estaba el
filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del
69, casos semejantes no eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había
algo que obligaba a una observación
Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno
de los presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica:
cinismo en acción. No era el poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo,
sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en
esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás,
es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades
desnudas, verdades que en la manera como se exponen encierran algo de
irreal.
desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una
observación más exacta. Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes
estudiantes que, como protesta ante el pensador, habían descubierto sus
pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que
apenas ninguno de los presentes habría llegado a darse cuenta de lo que
significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder desnudo lo que hacía
enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una
manera que, por lo demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve
a salir con las verdades desnudas, verdades que en la manera como se
exponen encierra Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una
cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una coacción de
mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un
desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el
desvelamiento es, a la larga, el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una
carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan de la necesidad de la
sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los
motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los
convencionalismos, las mentiras, las abstracciones y las discreciones para
acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una amalgama de cinismo,
sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente
bueno para estrafalarios y para la filosofía. [30]n
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.

No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.

de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad


desnuda» es uno de los motivos de la sensibilidad desesperada que quiere
rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las abstracciones y las
discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una
amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el
ambiente de la supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia,
un ambiente bueno para estrafalarios y para la filosofía. [30]
Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo
necesario en la desilusión cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la
investigación del cinismo se convierte en la fundamentación de una buena
carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en el sentido
positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el
que la razón nos llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del
espíritu del sí incluye también el sí para el no. No se trata de un positivismo
cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es el sí del dSi en
un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión cínica,
muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la fundamentación
de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en el sentido positivo;
y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos llame para ensayar
una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para el no. No se trata
de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es el sí del derrotado.
Si en él se esconde algo de obediencia, es entonces algo de la única obediencia que se puede achacar
a un ilustrado: la obediencia contra la propia experiencia.

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.

No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar derrotado. Si en él se esconde Allí donde los
encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una
coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un
desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga,
el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan de la
necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los motivos
de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las
abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una
amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]

No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad


de Francfort tuvo lugar una escena que viene como anillo al dedo como clave
explicativa de este análisis del cinismo que aquí emprendemos. Estaba el
filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del
69, casos semejantes no eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había
algo que obligaba a una observación más exacta. Entre los manifestantes
destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda
que también ejercía la «crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente
decepcionado, sin el que apenas ninguno de los presentes habría llegado a
darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder
desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.
Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en esta escena
inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás, es típica de
todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional
como un camino hacia ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver
el vicio crítico de lo mejor por amor al bien, del que fácilmente uno se puede
alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del esfuerzo más
crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la
vida en sociedad está sometida a una coacción de mentira, en la expresión real
de la verdad aparece un momento agresivo, un desnudamiento que no es
bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga, el
más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las
cosas nos liberan de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender
llegar a la «verdad desnuda» es uno de los motivos de la sensibilidad
desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras,
las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo
que me mueve. Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y
psicologismo constituye el ambiente de la supraestructura de Occidente: el
ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y para la
filosofía. [30]
Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno
de los presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica:
cinismo en acción. No era el poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo,
sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en
esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás,
es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades
desnudas, verdades que en la manera como se exponen encierran algo de
irreal.
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional
como un camino hacia ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver
el vicio crítico de lo mejor por amor al bien, del que fácilmente uno se puede
alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del esfuerzo más
crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad
de Francfort tuvo lugar una escena que viene como anillo al dedo como clave
explicativa de este análisis del cinismo que aquí emprendemos. Estaba el
filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del
69, casos semejantes no eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había
algo que obligaba a una observación más exacta. Entre los manifestantes
destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda
que también ejercía la «crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente
decepcionado, sin el que apenas ninguno de los presentes habría llegado a
darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el poder
desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo.
Justicia e injusticia, verdad y mentira estaban en esta escena
inseparablemente mezclados de una manera que, por lo demás, es típica de
todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal. La neurosis
europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia ella. Y hay
que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien, del que
fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del esfuerzo más
crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar derrotado. Si en él se esconde Allí donde los
encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una
coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un
desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga,
el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan de la
necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los motivos
de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las
abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una
amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]

de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad


desnuda» es uno de los motivos de la sensibilidad desesperada que quiere
rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las abstracciones y las
discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una
amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el
ambiente de la supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia,
un ambiente bueno para estrafalarios y para la filosofía. [30]
Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está
sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo,
un desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la
larga, el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan
de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los
motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las
mentiras, las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve.
Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]

Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión


cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la
fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en
el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos
llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para
el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es
el sí del derrotado. Si en él se esconde algo de obediencia, es entonces algo de la única obediencia
que se puede achacar a un ilustrado: la obediencia contra la propia experiencia.

Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión


cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la
fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en
el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos
llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para
el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es
el sí del derrotado. Si en él se esconde algo de obediencia, es entonces algo de la única obediencia
que se puede achacar a un ilustrado: la obediencia contra la propia experiencia.

La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.

No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.

Si en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la desilusión


cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en la
fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión, en
el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón nos
llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí para
el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo». El sí al que me refiero no es
el sí del dSi en un principio parece como si la Ilustración desembocara de un modo necesario en la
desilusión cínica, muy pronto da la vuelta a la página y la investigación del cinismo se convierte en
la fundamentación de una buena carencia de ilusiones. La Ilustración fue desde siempre desilusión,
en el sentido positivo; y cuanto más avance, tanto más próximo estará el momento en el que la razón
nos llame para ensayar una afirmación. Una filosofía a partir del espíritu del sí incluye también el sí
para el no. No se trata de un positivismo cínico ni de un talante «afirmativo».

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