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GATO
CUENTOS INFANTILES NONSENSE
LLORET & SIREROL
EL SEÑOR DON GATO
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Año: 2018.
Erase una vez, en un pueblo, muy, muy lejano situado en el fondo de un valle
rodeado de escarpadas montañas, vivía una pequeña niña de siete años llamada Hala
Mohamed, indiscutible princesa del pequeño reino de su hogar, que, como tal, siempre
iba engalanada un vestido rosa de largo talle decorado con áureas ornamentas y con una
broncínea tiara. Sin embargo, más allá de sus principescas galas, aquello que más
destacaba en ella eran su fino pelo negro peinado diariamente y sin excepción en dos
trenzas, una a cada lado de la cabeza. Cierto día, colocada junto a su ventana, hablaba
de la siguiente forma: «¿Qué es un gatito? Pues un gatito – se decía algo ensimismada –
es una animal de cuatro patas que tiene seis bigotes y un solo rabo. ¿Y cómo se
consigue un gatito? Los gatitos se les piden a los papás y a las mamás, y ellos los traen.
Así, si yo quiero un gatito para mí, con todas, todas, mis fuerzas se lo he de pedir a
mamá, para que lo traiga. ¿Y si mamá dice que no me puede traer uno? Bueno, eso no
puede pasar… porque me mamá me quiere y no puede verme triste, y, si no me trae un
gatito, yo lloraré. Entonces no puede ser que si se lo pido no me dé uno para mí sola.
¿Y para qué quiero un gatito? Pues quiero uno para que, mientras yo duerma, él me
proteja de los malvados que quieran entrar por la ventana. Pero… ¿qué puede hacer un
gatito contra un hombre malo? Pues, si viene el hombre malo colándose por la ventana
cuando sea de noche, el gatito hará ¡miau! ¡miau!, yo me despertaré y huiré a buscar a
mamá – pensaba Hala decidida a solicitarle a su madre que, a cambio de su regalo de
cumpleaños, le regalase un gato –. Pero hoy, pero esta noche, no tengo ningún gatito
conmigo y entonces el hombre malvado me va a secuestrar cuando yo duerma» Y,
diciendo todo eso, la pequeña Hala, sintiéndose desprotegida ante los asaltantes
desconocidos por no tener un gatito que custodiase su ventana, prorrumpió en copioso
llanto. Su madre, que, ínterin, se dirigía a acostarse en su cuarto, viendo que su pequeña
no estaba dormida en su camita sino que estaba sollozando y plorando, entró en su
habitación y le dijo:
– ¿Qué te pasa, princesa? ¿Por qué estás triste? – habló afectuosamente mientras
se sentaba a su lado y le pasaba la mano por los hombros.
– ¡Cualquier día vendrá a secuestrarme un hombre llamado Delsac! ¡Y yo, que
estaré durmiendo, no podré hacer nada si no me despierta un gatito! – dijo Hala entre
antes de seguir llorando desconsoladamente.
– Me lo ha dicho Carlos Lloret, el niño malo que todos los días me tira de las
trenzas para hacerme rabiar – dijo secándose las lágrimas y, enfadada, cruzando sus
bracitos sobre el pecho.
– ¡Ay, ay, ay! ¡Ya apañaré yo a ese pillastre! ¿Pero qué es eso de que vendrá un
tal Delsac a llevarte, qué tontería es esa? – inquirió albergando ahora más curiosidad
que verdadera preocupación.
– Esta mañana, antes de entrar a clase, me ha dicho que, cuando fuera hora del
patio, fuera yo sola a buscarle en una esquina, pues dijo que tenía algo que contarme. En
el recreo yo he ido a donde me pedía, y allí me ha dicho… – y, entonces, Hala le ofreció
a su madre una resumida versión de lo que se le había contado – «Mira – ha empezado
diciendo – ¿tú sabes que les pasa a las niñas malas como tú? – entonces, yo le he dicho
que yo no era una niña mala, pero, ignorándome, ha continuado – Pues bien, como veo
que no lo sabes, te lo contaré yo: a las chicas que se portan mal, aunque, a veces,
también a algunos chicos si estos son malvados, les va a buscar “L’home del sac”. Un
hombre gigantesco que, en mitad de la noche, en tanto todos se han quedado dormidos,
se encarama por las paredes de las casas buscando a las niñas que se portan mal para,
cuando las encuentra, meterlas en un gran saco que siempre consigo. Una vez las ha
atrapado, se las lleva a su casa, las encierra en el sótano y no las deja volver jamás. No
obstante, no conozco a ninguna niña que me lo haya podido describir, por más que yo
he preguntado, puesto que ninguna vuelve… Pero ahora, Hala, viene lo mejor…
anoche, vino a buscarme a mí, entro en mi casa. ¡Era monstruoso! Debía medir dos
metros de alto y su espalda debía ser, por lo menos, de un metro. Estaba
completamente calvo, no tenía ni un pelo en la cara, lo cual era mucho peor… puesto
que uno se la puede ver enteramente… está demacrado y desfigurado, el ojo izquierdo
lo tiene más hacia arriba que el derecho, y donde debería tener este segundo, solo le
queda un agujero, su nariz es tan bulbosa que semeja una patata y su boca, en la que
solo brillan tres dientes, está torcida y con el labio superior partido. ¡Casi no podía
mirarlo! Me dijo: ¿Eres tú el que tira de las trenzas a las princesas? Yo le he dicho que
sí, pero me he excusado alegando que solo lo hacía para vengarme porque ellas se
burlan de mí, y después he fingido llorar y él me ha creído… Esta noche, me comentó
antes de irse, irá a por ti. Así que, si yo fuera tú cerrarías las ventanas para que no te
secuestre….» Ha terminado diciendo. ¡Yo le he dicho que todo eso era mentira! Y,
además, le dije que yo nunca le he dicho cosas feas… – entonces, temiendo su funesto
destino, preconizado por su compañero de clase, Hala se echó a llorar; añadiendo
finalmente – ¡Y ahora Delsac vendrá a por mí, sin que yo haya hecho nada malo!
– ¡Gracias mamá! Pero voy a necesitar un gato para mí sola… – insinuó tratando
de ser sutil.
Pasados dos días desde la noche en que la halló llorando frente a la ventana,
cuando Hala, que ya se vestía ella sola, bajó al comedor ataviada con otro de sus
vestiditos, también rosa, como todos los demás a excepción de uno de ellos, que era
azul, donde le esperaba un sabroso y nutritivo desayuno ya servido en la mesa de la
cocina, su madre quiso preguntarle en pro de sondear sus pensamiento a cerca del
porqué quería una gato. Así, con esta intención en la frente, le habló de la siguiente
manera:
– ¿Qué es una princesa sin corte? Es como un pingüino sin sus colores, ¡le falta
algo! O como las nubes sin los hilos mágicos que las sostienen sobre el cielo, ¡se
caerían y los niños se pondrían gorditos de comer tanto algodón azucarado! – dijo con
altiva seriedad, impropia de una niña; provocando, con ello, que su madre no pudiese
evitar reír gustosamente.
– ¡Verdad es! Tenéis toda la razón, vuestra magnificencia. Pero como usted no
tiene señoritas que la acompañen, deberá cuidar ella misma a toda su corte, ¿no? Y
seguís sin responderme al por qué.
– Todo esto está muy bien, ¿pero tú lo cuidarías, verdad? ¿O dejarías que Míster
Minino lo pasara mal? – objetó ella.
– ¡Lo cuidaría como las princesas cuidan de sus doncellas! O de sus donceles…
si es que es gato y no gata.
La princesita temía,
un gatito deseaba,
¡Cuántas cosas imaginó la princesita Hala! ¿Sería una nueva tiara, un vestido
quizá? ¿O puede que fuera un nuevo juego de lapiceros para dibujar? Fuera lo que fuera,
pensó, no le cabía ni la menor duda de que le gustaría, ya que se lo regalaba su madre y
aquel mero hecho, de per se, ya conseguía que el obsequio fuese especial. Pero… ¿qué
podía ser algo pequeño y que pesara muy poco? ¡Había tantas cosas que cumplían con
aquellas dos características que se le hacía imposible predecir de qué se podría tratar! Y,
por más que interrogó insistentemente a su madre, ésta, no le dijo nada más, sino que se
limitó a solicitarle mayor paciencia. Solo cuando se hallaron frente al centro de recogida
de animales, y no antes, se le antojó a la princesa la idea de que su regalo fuese a ser un
gato, mas no se atrevió a verbalizarlo hasta que traspusieron la puerta, momento en el
que, ya segura, exclamó «¡Un gato! ¡Mi regalo es un gato!». Recibiendo únicamente por
respuesta una leve sonrisa de su madre, que, con aquel tenue gesto, se lo confirmaba.
Dentro ya, la estancia era muy tranquila y serena, sintiéndose Hala harto
decepcionada al haber previsto que allí dentro los animalillos, felices, harían, mucho,
mucho ruido; pero se consoló pensando que todos estaban durmiendo. Les recibió un
hombre de cierta edad, calvo, pero con el pelo que le restaba largo y con unos anteojos
que bien podrían haber pasado por dos monedas de cristal, tan redondos eran. Aquel
rocambolesco semejante le recordó al de algún poeta del que habían hablado en clase,
«Queveo o Quehevisto», algo así creía recodar. Sin embargo, pareciéndole inapropiado
preguntarle a aquel señor con qué rimaba Hala, para comprobar si era más de rimas
asonantes o consonantes, e incapaz de mirar si llevaba la bragueta subida o bajada,
prefirió quedarse para sí aquellas interioridades. El hombre era simpático y bonachón,
pero le pareció un poco grosera la risita burlona que soltó cuando ella, pretextando que
los gatitos podían esperar un poco más para ser adoptados, le solicitó permiso para jugar
con los pingüinos del Polo Sur; que, por cierto, según dijo aquel dependiente, no los
había dada la época del año.
Puesto que las jaulas de los gatos se hallaban en un patio exterior, había que
atravesar todo el edificio enteramente, brindándole ello a Hala la oportunidad de
solazarse observando a todos los animales allí cobijados. Había loros – que intentó, en
vano, que le hablaran o que le cantaran algo, atribuyendo este problema a que los loros
no hablan humano, como ella («O como los gatos, que tampoco lo hablan. Aunque a lo
mejor se les puede enseñar si una insiste lo suficiente…» pensó inocente) –, papagayos,
canarios, perritos – grandes y pequeños, con el morro chato o largo, a los que la
princesita acarició por igual, sin hacer distinción –, cobayas, conejos – que, por cierto,
no llevaban chaleco ni reloj – y, finalmente, los gatos. Cabe decir que se sintió
decepcionada al darse cuenta que, aparte de no haber pingüinos, tampoco albergaba
aquel lugar leones ni jirafas de alto cuello; que a ella le habría gustado alimentar. En
tanto estuvieron en el pasillo en el que se hallaban los gatos, no se le ocurrió otra cosa a
decir que le siguiente:
– No, aun no nos han llegado. Entiende que como no pueden haber llegado sin
antes llegar y como tampoco llegarán antes de haber llegado, entonces, llegarán cuando
lleguen, ¿comprendes pequeña? Pura lógica, no puede ser de ninguna otra forma –
sentenció.
– ¡Exactamente! – clamó sin haber entendido nada – Y, del mismo modo, nunca
llegar, llegado o llegando, que son formas impersonales, por lo que los pingüinos nunca
nos llegan de esta forma, ¿comprendes? – preguntó el dependiente.
Y, a modo de respuesta, Hala únicamente asintió con la cabeza mientras
pensaba, contenta, que, pese a que su pregunta no había sido contestada, al menos, se
había asegurado de que aquel señor, en efecto, sí era el poeta que había leído en clase;
sabiendo ahora de fijo que se llamaba «Queví», algo de lo que no le restó la menor
duda. A continuación, segura de que aquel día no podría pasearse con los pingüinos, se
quedó mirando a los gatos dentro de las jaulas: había tres filas con tres jaulas por cada
fila, pero observó que solo las dos filas superiores estaban ocupadas, a un gatito por
jaula. El encargado y su madre esperaron a que Hala los examinara uno a uno.
El gato, que no tenía nombre, viéndose observado por aquel beatífico rostro, no
pudo evitar acercarse a los barrotes, clavando su ojos justo enfrente de los de Hala. En
esta pintoresca posición, faz a faz, la pequeña princesita creyó poder mirar dentro de la
alma del gato, concluyendo «¡Es un príncipe de noble corazón! No me cabe la menor
duda de que pertenece a la realiza felina». Y, entonces, recordó que, según sabía a la
perfección, las madamiselas debían hacer una comedida reverencia cuando se hallaran
ante la sangre real, pasando ella, en consecuencia, ha hacer una gran copia de
genuflexiones ante el desgarbado gato, bajo la atónita mirada de sus acompañantes, que
desconocían el porqué de aquella extraña conducta. Tan exagerada fue una de aquellas
reverencias que, de poco, no mandó al suelo su aurea tiara de princesa. Cuando creyó
haber hecho suficientes referencias, las suficientes como para que el Príncipe Gato
quedase satisfecho, le dijo al dependiente:
– ¡¿Pero cómo alguien podría hacerle ese feo a un miembro de la realiza?! – dijo
casi indignada – Se llamará Señor – «porque a los príncipes de les ha de hablar con
máxima educación, haciendo mención de algún título nobiliario que les pertenezca»,
pensó – Don Gato, el Señor Don Gato, ¡eso es! – sentenció resueltamente olvidando su
anterior propuesta de nombre, Míster Minino, y girándose ya para volver junto con su
madre a casa; emprendiendo ambas la marcha.
* * * *
– ¡Bien! Ahora que ya has comido me vas a tener que escuchar atentamente,
porque te voy a explicar qué es lo que vas a tener que hacer por mí, tu princesa, pues
recuerda que, en la relación entre príncipes y princesas, los deseos de ésta segunda son
órdenes para el primero, ¿entiendes, buen señor? – pasando a hacer una pausa a la
espera de una respuesta que, elementalmente, no llegó – Bien. Pues tu tarea, aparte de
jugar conmigo cuando yo quiera, es vigilar la ventana, esta ventana – dijo señalándola –,
mientras yo duerma. Y, si ves que sube alguien, ¡entonces me despiertas! Pero no lo
hagas por ningún otro motivo… ¿vale?
– Bien, ahora, vamos a jugar. A ver – habló pensando cómo explicárselo todo sin
soslayar ningún detalle –, por lo general, a estas horas Aitana Argent y Ana María
Ardelean están en mi casa conmigo, así que jugamos las tres al siguiente juego: Aitana
hace de la Princesa Blanca, Ana de la Princesa Púrpura y yo, como es evidente, hago de
la Princesa Rosa. Cada cual viene de un reino distinto, pero en todos hay el mismo
problema, ¡no hay príncipes en ninguno de ellos! Así que, cuando acudimos las tres a
una fiesta en palacio y aparece un príncipe extranjero, nos peleamos por él, aunque
siempre de forma amistosa. La pelea tiene lugar cada vez de una forma distinta, por lo
que no te la puedo describir, ahí está precisamente la gracia del juego, en que cada vez
es distinto, y nunca igual – «porque las cosas no pueden ser iguales y distintas a la vez.
¿O sí…?», pensó para sus adentros –. Total, que, al final, cuando ya nos hemos peleado
lo suficiente para ver quien consigue al príncipe, decidimos firmar las paces, y la
resolución que se hace es siempre la misma: los domingos por la tarde, es decir, hoy,
tiene lugar la pelea, por lo que el príncipe no es de ninguna, sin embargo…, llegada la
noche, a última hora, se casa con las tres en una modesta ceremonia, así, los lunes y los
martes el príncipe se queda con Aitana, quiero decir, con la Princesa Blanca, los
miércoles y los jueves los pasa con conmigo, y los viernes y los sábados se queda con la
Princesa Púrpura, que ya sabes que es Ana María y, para acabar, los domingos por las
mañanas se divorcia de todas, de modo que por la tarde nos podamos a volver a pelear
por él. Así se cierra el círculo. ¿Te queda claro como se juega? El problema – dijo
meditabunda – es que hasta ahora el Príncipe siempre había sido imaginario… ¡pero
ahora puedes serlo tú! Aunque hoy no ha podido venir ninguna… – se lamentó quejosa.
Cuando el Señor Don Gato vio que su nueva dueña estaba a punto de llorar, sin
saber muy bien qué hacer, se le aceró y, ronroneando, se puso a restregarse sobre las
faldas del vestido, y aquello pareció vivificar a la princesita, que enseguida, recuperada,
dijo:
– ¡No pasa nada! Por estar nosotros dos solos no significa que no podamos jugar
– sentenció – lo haremos de la siguiente forma: tú serás el príncipe, esto es evidente, y
yo, por mi parte, seré las tres princesas a la vez, la Rosa, la Blanca y la Púrpura. ¡Eh!
Pero iré alternando los papeles, no te creas que los voy a hacer los simultáneamente, eso
solo lo pueden hacer los grandes actores… No, yo iré alternando el papel de cada
princesa. ¿Vale? – preguntó orgullosa de aquella magnífica resolución – ¡A jugar!
y el gato vigilaba,
– ¡¿Quién va?! – exclamó con su voz de felino mientras se ponía a cuatro patas y
arqueaba la espalda – ¿Una rata? ¡Por mis bigotes que la atrapo! – dicho lo cual se lanzó
rampante al asecho de la errante colita, pero, cuando casi no había empezado a correr, le
detuvo en seco un bellotazo; bellota que, pese a que no le hizo daño alguno, le dio en el
centro de la frente, deteniéndolo.
– ¡Hola! Perdona mis modales, llevo todo el día haciendo de Príncipe… y por
eso estoy muy cansado. Yo me llamo Don Gato, aunque, normalmente, se me suele
añadir el título de Señor; te le puedes ahorrar si quieres – propuso tratando de ser
simpático con aquel al que había asustado.
– Bien, así te llamaré – alegó en tanto se le colocaba justo en frente a Don Gato
–. Yo a veces he hecho de portero, ¡pero nunca de miembro de la raleza! Vaya, ¿y por
qué hiciste tal papel? ¿Tal vez has adoptado a una princesa?
– ¡Sí, así es! He adoptado a una niña pequeña que dice ser princesa, y que me ha
hecho su príncipe. Aunque… – añadió corrigiéndose – creo que soy la consorte de tres
princesas…
– ¡Tres son mejor que una! – dictaminó exclamando Oswy – Bueno, bueno, da
igual que seas príncipe o que no lo seas, eso ahora mismo no importa mucho, no a
efectos de esta noche. Me dirigía a la asamblea, ¡hoy van a tratar un tema muy
importante! Todos los animales que vivimos en esta zona nos dirigiremos en un rato a la
casa del campanario, donde se le celebrará al toque de las dos de la mañana. De hecho,
deberíamos ir marchándonos ya, paseando. ¿Vas a venir? – preguntó poniéndose en
marcha y sin esperar una respuesta.
– ¿Cómo? – preguntó extrañado Don Gato – ¿Por qué iba a querer ponerme un
sombrero? ¡Me aplastaría las orejas!
– Es verdad, lo olvidaba, eres nuevo y desconoces las normas que rigen la
asamblea. Para entrar es necesario llevar un sombrero, como símbolo de que se
pertenece al consejo, y hacer con él una reverencia secreta al portero. ¡Ponte uno
inmediatamente o no se te dejará pasar!
– Pero eso me lo tendrías que haber dicho mucho antes, puede que en casa de
Hala… ¿De dónde pretendes que saque un sombrero a estas horas de la noche? – dijo
Don Gato sin poder evitar levantar un poco el tono.
– ¡Ponte uno que sea invisible! – sentenció Oswy después de haber meditado
unos segundos – De hecho, los sombreros invisibles están bastante de moda
últimamente, así que tú dile al portero que llevas uno puesto. ¡Solucionado! – exclamó
victorioso por su solución al intrincado problema que se les había presentado.
– ¡Ya hemos llegado! Ahí está el portero, prepárate para pasar – le advirtió al
Señor Don Gato.
– ¿Cómo? ¡Pero si estamos muy lejos del campanario! ¿Es que otra de las
normas de la asamblea de la que no me has informado es que iremos todos juntos hasta
el lugar de la reunión?
– ¡No! ¿Qué campanario? ¡Dije que la reunión tenía lugar en Casa del Canario!
– exclamó Oswy entre indignado y enfadado – Cada vez, por precaución, nos reunimos
en un sitio diferente de la ciudad.
Don Gato, un poco airado por aquel paseo que tanto le desconcertó, no
respondió, sino que sencillamente se limitó a ponerse a esperar a la cola para poder
entrar en el improvisado recinto de coloquios, quedando detrás de los tres mapaches con
sombrero de bombín, que entraban a consuno. Y, casi inmediatamente, el perezoso, con
su paso lento y renqueante, se les colocó detrás. Oswy, callado, se colocó delante dél,
pretextando que el sombrero debía ser movido de una forma muy específica para que a
uno le dejaran entrar y aconsejándole que él hiciera lo propio con su supuesto sombrero
invisible. Al punto se halló la ardilla ante el aguilucho levantó su sombrero cogiéndolo
por la parte superior y, en tanto lo tuvo elevado, dio con él tres círculos alrededor de su
cabecita, dejándole pasar a continuación el portero tras haber hecho un leve pero
perceptible movimiento de cabeza. Don Gato, temeroso y temblando al pensar que, casi
seguro, su pobre treta sería inmediatamente descubierta, imitó a la perfección los
movimientos de su nuevo amigo ante los entornados ojos del aguilucho, que le miraban
con mucha desconfianza. Hecha la contraseña, sonrió con el fin de causarle buena
impresión, aunque el portero no pareció inmutarse en absoluto, permaneció quieto y
callado, hasta que, finalmente, dijo:
– Perdone usted – mientras hacía amago de estar poniendo recta el ala del
sombrero, acción que pareció complacer grandemente a su interlocutor –. Ahora bien, si
me permite la pregunta… – añadió el curioso Don Gato tratando de sondear a aquel
estrambótico portero – ¿cómo es que ha sido usted capaz de ver mi sombrero invisible?
Mucha gente no lo suele advertir hasta que yo se lo indico...
– ¡Por supuesto que a ella! ¿A quién si no, caso que se quiera uno de calidad? –
dijo Don Gato tratando de simular que conocía la ubicación.
– ¿Cómo puede regalar dos sombreros y cobrar por uno? ¿Qué lógica es esa? –
preguntó el Señor Don Gato sin haberse dado cuenta de que se estaba saliendo de su
papel.
En tanto ya se hallaron dentro del recinto, Oswy no pudo evitar lanzarle una
sustanciosa mirada a Don Gato de «ya-te-dije-que-funcionaría,-luego-yo-tenía-razón-y-
tú-no», aunque este segundo no se dio por aludido. Se sentaron justo detrás de los tres
mapaches, que habían entrado antes que ellos y que se hallaban tranquilamente
charlando de sus asuntos, y al lado de las dos zarigüeyas, que permanecían calladas. No
habiendo nada que hacer hasta que diera comienzo la reunión, se puso el Señor Don
Gato a observar la abigarrada concurrencia, cada cual ocupándose de sus propios
menesteres. No obstante, de entre todos los asistentes Don Gato únicamente se fijó en
una, una gatita de níveo e inmaculado pelaje sentada en la primera fila que vestía una
elegante boina azul claro, a juego con sus ojos, y que Oswy le informó que se llamaba
Lina, sobrina de un gato pardo que, siendo ya bastante mayor y no pudiendo, en
consecuencia, subir hasta allí arriba no acudía a las mensiles reuniones. Fue mutuo amor
a primera vista cuando ambos intercambiaron sendas miradas de curiosidad. Y, estando
Don Gato bajo el etéreo conjuro de esta minina, que lo ataba, solo fue arrancado de su
ensimismamiento cuando las zarigüeyas se pusieron a discutir entre sí, no pudiendo él
evitar que la estrafalaria conversación que aquellas dos mantenían le hiciere orientar sus
orejas hacia ellos:
– ¿Por qué diantres están diciendo? – preguntó Don Gato a Oswy, que ya estaba
elucubrando una respuesta al ser conocedor de la situación; sin embargo, no fue la
ardilla quien contestó:
– ¡No les haga usted mucho caso! – dijo el mapache sentado más a la izquierda –
Todos conocen lo que les pasa: siendo pequeños el uno estaba sobre una rama y, al
resbalarse, cayó de cabeza sobre el otro, golpeándose, entonces, mutuamente en la
sesera, y, desde entonces, no han vuelto a decir nada con sentido los pobres. Ignórelos
y, si le hablan, no les contradiga, nunca vale la pena.
Oswy le sacudía,
Convención de princesas
Tan confiada estaba Hala en las virtudes y en la caballerosidad del Señor Don
Gato que, despreocupada por las viles zarpas de Delsac, a quien casi había olvidado por
completo, aquella noche durmió profundamente y de un solo tirón, de modo que, en
consecuencia, siquiera imaginó que su quedo gatito hubiese estado toda la noche fuera
de casa, descuidando su ventana. Así, gracias a este profundo sueño, el minino pudo
entrar y salir de la habitación tranquilamente, tal que, cuando su ama despertó, se
hallaba él sentado al pie de la cama, esperándola mientras la observaba con atención. A
Hala le pareció que Don Gato le estaba sonriendo, cosa que así era, pero, en tanto el
felino recordó que los humanos desconocían aquella facultad tenida por todos los
animales, la borró inmediatamente de su faz, resolviendo la Princesa Rosa que aquello
había sido producto de su aun durmiente imaginación. Cuando la princesita se
desperezó y se incorporó lentamente, aun algo legañosa, lo primero que hizo, como
hacia sin falta todas las mañanas, fue colocarse su tiara y, solo después de haber
completado este sacro ritual, posó su mirada sobre su felino paladín y le habló diciendo:
Dicho esto, cogieron a Don Gato, aun adormilado después de la larga mañana de
asueto que se había tomado, y se lo llevaron a su habitación, y no fue hasta habiendo
llegado allí cuando se percató éste de que la gatita de Galiano era Lina, con quien había
fantaseado desde que la había visto, incluyendo durante sus gatunos sueños. Las
princesitas empezaron por tomar un té imaginario mientras hablaban de política
exterior, esto es, decidir si admitían a más princesas en su selecto grupo así como cuál
debería ser el acto de bienvenida, sin embargo, pasado un rato se aburrieron y pensaron
en casar a Don Gato con Lina, empresa que abandonaron inmediatamente al constatar
Hala que el señor ya estaba casado con ella, Aitana Argent y Ana María Ardelean, por
lo que, consiguientemente, no se le podía volver a casar con la gata; aunque estas dos
últimas no habían podido acudir a la fiesta porque, por una parte, Aitana se hallaba
ocupada con sus clases de inglés, y, por otra, Ana María estaba castigada sin salir por
haberse portado mal en casa al no haberse querido comer su plato de lentejas y por no
haber hecho sus tareas de clase, que fueron descubiertas sin acabar escondidas bajo su
cama. Decidieron, entonces, que, pese a no poder celebrar un casamiento, ello no les
impedía enseñarles a bailar juntos, por lo que procedieron a ello tras haberlos vestido
para la ocasión.
– ¡Pingüitástico! – gritó Hala en tanto vio a Don Gato y a Lina ataviados con
vestidos reales que ellas mismas habían confeccionado.
la princesita cantaba,
Denna, la coneja
– Buenas noches – repuso él, taciturno, sin apartar la vista del obscuro cielo.
– ¿Por qué esas fauces tan tristes? – observó Oswy – ¿No será que los distraídos
pensamientos sobre la Gatita Blanca, Lina, te conturban y te ponen de mal humor?
La ardilla, como hiciere otras veces, sin esperar una contesta por parte de Don
Gato emprendió la marcha hacia casa de la conejita, haciendo que este segundo le
siguiese de inmediato y sin rechistar. No tardaron en apersonarse en casa de Denna, la
coneja de Pili, que les esperó en el tejado no bien los vio acercarse desde lejos ya que
reconoció a Oswy, su amigo.
– ¡Hola Denna!
– Tienes toda la razón, ni un ápice te falta – replicó Oswy lastimero por su falta
–. Pero hoy he venido guiado por un buen motivo, aquí, el Señor Don Gato – dijo
señalando a su amigo –, ha venido a pedirte consejo en relación a temas de amor. Hay
una gata, Lina, con quien ya ha compartido algunos momentos, de la que está
enamorado, pero teme que ella no le corresponda. ¿Podrías darle algún consejo acerca
de cómo conquistar a una gatita, tú que tanto sabes sobre el amor? – preguntó.
– ¿Y por qué deberías querer conquistarla, forzando con ello el flujo del amor?
Podrías dejar que las cosas se desarrollasen con lentitud, a fuego lento. Sin embargo, si
quieres optar por la vía rápida… tengo entendido que a la joven Lina le gustan los
regalos originales; puede que con ello le llegues al corazón, aunque puede que
procediendo así no lo estés haciendo de la mejor forma, sino precipitadamente – explicó
en tono elocuente – ¡Regálale una zanahoria! – exclamó finalmente.
– ¿Cómo que será un ñu? – preguntó Don Gato al no haber entendido tan extraña
expresión de la coneja.
– Es una expresión de la niña a la que he adoptado – dijo Denna, ya que los
animales se creen dueños de los seres humanos, y no viceversa –. Significa que saldrá
mal – aclaró.
Don Gato no supo qué contestar a aquel comentario, a sabiendas de que, quisiese
admitirlo o no, la opción propuesta por Denna, era, sin duda, más original que la suya
propia, por lo que, caviloso, se quedó pensando a cerca de un buen regalo para Lina.
Viendo Oswy que su fiel compañero no estaba por hablar, continuó conversando
tranquilamente con la coneja hasta que, pasado un rato, Denna se dirigió nuevamente al
recién llegado:
– ¡Don Gato! Si estáis predestinados, deja que las cosas tengan lugar por sí solas
y no trates de precipitarlas, no sea que avances a un ritmo que no puedas tolerar.
Tras unos días más, se avino un día harto lluvioso y borrascoso, de modo que las
densas nubes cubrían por entero el cielo. Aquel día, que se acompasaba con sus ganas
de llorar por Lina, cosa que no pudo evitar varias veces, Don Gato se sintió muy
deprimido, sin embargo, llegada la noche, como los nubarrones seguían
ensombreciendo el cielo, no se podía avizorar siquiera un mero reflejo de la luz lunar,
por lo que decidió, teniendo mucho cuidado al trepar por la mojada canalera, subirse un
rato a su tejado. Al rato de estar allí sentado esperando a que Oswy se pasase para verle,
cosa habitual, vio que se le acercaba algo directamente desde el cielo, era una cigüeña.
– Buenas noches – dijo la cigüeña con voz grave – ¿Es usted el Señor Don Gato?
– ¿Una carta? ¿Y cómo es que me la trae usted, una cigüeña? – preguntó Don
Gato lleno de curiosidad y necesitado de intercambiar unas palabras con alguien que no
fuese él mismo tras tantos días de recogimiento personal.
– ¡¿Y cómo es posible mandar un bebé por dentro de los cables?! ¡No cabría! –
exclamó harto sorprendido.
– Para esta casa tuve que hacer un servicio especial, porque a la niña no la
querían Europea, por lo que tuve que desplazarme, pobre de mí cuántas horas extras
tuve que hacer… – se lamentó –, hasta Arabia, lugar de dónde traje a Hala.
– ¡Sí! – clamó Don Gato – En efecto dejó usted aquí mismo a Hala.
– Sí, y el viaje fue largo, aunque la niña se portó muy bien durante todo el
trayecto. También recuerdo haber traído por aquel entonces a otra, recuerdo su apellido
pero no su nombre, así como el origen del mismo. La apellidaron Cebolla. Como sabrá
– continuó diciendo –, el alimento favorito de los bebés humanos son las cebollas, todos
las comen y a todos les encantan, cosa que puede que cambie cuando lleguen a ser
adultos, pero a esta niñita, no sé yo muy bien el por qué, le gustaban especialmente; de
hecho tuve que hacer dos paradas a lo largo del viaje desde París para recogerle algunas.
¡Y con qué gusto las comía la muchachuela! Sus padres le pusieron justo por eso el
apellido.
– Así es. ¡Adiós amable Señor Don Gato! ¡Espero que haya recibido buenas
noticias! – dijo despidiéndose al abrir el vuelo.
No hay una forma fácil de decir esto, así que se lo propondré sin
más preámbulos, ¿querría usted casarse conmigo el próximo domingo?
¡No hay palabras para describir la dicha del felino! Despertó súbitamente de su
onírico delirio, rió saltó y, estando solo, se acabó abrazando a la chimenea, a la que no
se privó, además, de darle un par de besos; tal era su encimada felicidad. ¡Su querida
Lina, a quien él tanto amaba, le había propuesto matrimonio! Don Gato creyó haber
alcanzado la cima del mundo, pero, como suele decirse popularmente, dado no hay bien
que por mal no venga, cuando estaba felizmente saltando cerca del borde del tejado,
estando aun las tejas algo mojadas después de haber llovido tanto a lo largo de todo el
día, resbaló y se precipitó al vació, no cayendo de pie porque tenía la carta en la mano.
Se rompió siete costillas y la puntita del rabo.
Oswy, la ardilla, llevaba ya dos días sin ir a visitar a su ya por entonces buen
amigo, pues pensó que el felino necesitaba unos días para reposar, por lo que aquella
procelosa noche se quedó en su casita del bosque leyendo un libro. Sin embargo,
cuando desde lejos oyó el movimiento de las ramas, salió a comprobar qué pasaba –
«¿Será Don Gato que me viene a buscar?, se preguntó» –, atisbando, prontamente, a las
dos zarigüeyas, que se detuvieron, resollando, delante de él.
– ¡Ha volado! El tucán ha volado sin alas pero con rabo – dijo una de ellas en
tanto se repuso de la carrera.
– No entiendo lo que decís, mis queridas zarigüeyas… – les dijo Oswy como
única respuesta mientras se decía a sí mismo: «No sé porqué les sigo hablando a las
pobres si nunca me entienden»; mas las zarigüeyas se pusieron nerviosas al ver que la
ardilla no corría, por lo que la conminaron a ello.
– ¡Ha caído, ha volado del tejado! ¡Rápido hay que llegar! La grulla vuela y el
pato cae – dijo la primera que había hablado.
– ¡Ae, ae, ae! ¡Pataplam! Don Paco cae – pareció sentenciar la segunda.
Y no fue hasta dicho esto segundo, cuando, aunando diestramente toda la sarta
de disparates proferidos por estos dos inofensivos y buenos animalillos, Oswy fue
plenamente consciente de que el Señor Don Gato estaba en peligro. Entró en su casa,
cogió sus cosas, y, tras ello, corrió a través del bosque como una hormiga atómica,
saltando céleremente de rama en rama y seguido por las dos zarigüeyas, que le iban a la
zaga, y no paró hasta que estuvo en el tejado de Hala, hogar de su amigo. Miró por
todas partes, tratando de evitar que sus peores pensamientos se hicieren realidad, mas,
finalmente, cuando se asomó por la cornisa, lo pudo ver tendido en el pavimento. Se
lanzó a través de la canalera cual si fuera un tobogán, seguido de las dos zarigüeyas, que
no le abandonaban, y en un segundo estuvo al lado de su amigo caído, pero ya era tarde,
el Señor Don Gato había expirado, yacía inánime bajo la ventana de la habitación que
otrora le había cobijado. Oswy se puso a llorar la muerte de su amigo mientras que los
hermanos, mucho más pragmáticos, corrieron a buscar ahora al león, que aquella noche,
no habiendo asamblea y habiendo recibido noticias de que el plan de contención
propuesto por el caballo Rayo Veloz estaba siendo todo un éxito, se había quedado en el
zoológico durmiendo tranquilamente.
Las zarigüeyas que, pese a que todos las consideraban unas chifladas al no poder
hablar, estaban relativamente cuerdas, consiguieron, no sin dificultad, informar al león
de la desgracia que había tenido lugar y éste, en respuesta, corrió velozmente a informar
al caballo, que no vivía excesivamente lejos de donde había ocurrido el accidente, y a
los tres mapaches, que eran sabidos en medicina, montándose dos de ellos en el lomo
del caballo y solo uno en el del león. No obstante de que la comitiva se presentó
rápidamente, nada se pudo hacer por la vida del desdichado, y entonces todos le lloraron
en tanto los pequeñitos médicos levantaban el cuerpo desvaído del que fuera Don Gato.
No bien hubo informado el león a Lina, la gatita blanca, ésta de desmayó en brazos de
su tío el Gato Parto, que la cogió justo a tiempo como para que no se hiciese daño,
incapaz de creer que su enamorado pretendiente se hubiese despeñado accidentalmente
del encimado tejado de su propia casa.
El león ordenó a los mapaches, creyendo que las zarigüeyas serían incapaces,
que difundieran la noticia, informando de que el entierro tendría lugar el día siguiente y
que se decretaban tres días de duelo, prohibiéndose, asimismo, por respeto al fallecido,
la celebración de cualquier fiesta u acto social dirigido al mero divertimento. Mandó,
además, a las tres águilas, que fue a buscar al bosque, para que contrataran algunos
hábiles castores que construyesen un modesto ataúd y un pequeño carro para
trasportarlo que pudiese ser arrastrado por el caballo. Hecho todo esto, de vuelta al zoo,
el león también prorrumpió en copioso llanto por la muerte del pobre felino, pues,
aunque solo le hubiese visto una sola vez, ya lo consideraba como un amigo y un lejano
familiar, parte esencial de la pequeña comunidad de animales del pueblo.
* * * *
Hala, la princesita, como le era connatural, se despertó unos minutos antes de
que sonase el estruendoso despertador y, tras colocarse su broncínea tiara, buscó con la
mirada al Señor Don Gato, que, desde que había llegado a su hogar, le esperaba todas
las mañanas sentado al pie de la cama. Obviamente, no lo halló allí esperándola. No se
preocupó inicialmente de no encontrarlo ya que se dijo a sí misma: «Si no está en la
cama es porque ha pasado toda la noche vigilando mi ventana y, ahora, muerto de
hambre, me estará esperando en la cocina ante su vacío plato de leche, que yo le
llenaré hasta los bordes como agradecimiento por su labor». Entonces, segura de que
su fiel compañero gatuno estaría esperándola abajo, se visitó y se hizo sus lindas
trenzas, no bajando por las escaleras hasta no hubo completado todo aquello. Sin
embargo, al no hallar a Don Gato en la cocina, ya preocupada, corrió por toda la casa
llamándolo por su nombre y tratando de encontrarlo en todos los recovecos en donde se
habría podido esconder y, no habiendo obtenido resultado alguno, lo pasó a buscar en el
tejado, donde tampoco estaba. Hala se fue al colegio llorando bajo la promesa de su
madre de que lo buscaría hasta encontrarlo, cosa que no ocurrió. La princesita,
desesperada por hallar a su gatuno caballero, hizo el siguiente cartel, que pegó por todos
los postes del pueblo:
Pero, no obtuvo ninguna respuesta, ya que nadie, salvo los animalillos del
pueblo, sabía lo que había pasado aquella funesta noche.
* * * *
Oswy no dejó de llorar en toda la noche, si bien, haciendo acopio de mucho
valor, tuvo que ayudar al león a preparar el entierro de su amigo caído. De modo que,
habiéndose colado en el zoológico y estando en una pequeña cueva que se había
habilitado para el león, entre ambos dejaron preparados todos los detalles antes de que
cayese la noche: se organizaría una comitiva que iría presidida por Lina y por el Gato
Parto, a continuación desfilaría el león, como representante de todos los animales y,
después, el caballo, que cargaría el ataúd con el finado Señor Don Gato, finalmente, tras
él, podría acudir todo aquel y aquella que lo desease. La pequeña procesión empezaría a
las doce de la noche, con el tañer de las campanas, en casa de Hala, por ser el lugar
donde el fallecido habitó hasta el día de su muerte, avanzaría por la curva calle y,
traspuesta, seguiría recta hasta el campanario, lugar en donde se haría una breve parada
para que, aquellos que lo deseasen, pudiesen decir unas palabras y para colocar unas
cuantas velas, finalmente, flanqueada la Iglesia, se avanzaría hacia el bosque que se
sitúa al pie de una colina, donde se le daría a Don Gato santo sepulcro.
el gato resucitaba.
VIII
Final
¡No en vano dice la gente, siete vidas tiene un gato! Todos se holgaron de ver a
Don Gato resucitado y, desbordados por la alegría, decidieron celebrar la boda aquella
misma noche, que tuvo lugar, aun cuando fue muy modesta, en la cima del campanario
– y aun hoy en día se preguntan todos los animalillos que no estuvieron presentes cómo
se las ingeniaron para subir al caballo hasta allí arriba, pues en bien sabido que hizo acto
de presencia ya que sale en todas las fotos –. Hala, la princesita, y su madre se alegraron
desmedidamente cuando, ileso y por sorpresa, aparecido de la nada, Don Gato amaneció
en casa junto con Lina, la gata de Patricia, pensando ellas dos que la fuga del felino fue
por amor – o al menos eso le gustaba pensar a la Princesa Rosa, de lindas trenzas.
El Señor Don Gato y Lina fueron por siempre dichos y felices, aunque sin comer
perdices – porque decidieron hacerse crudiveganos –, y tuvieron los siguientes hijos, a
los que llamaron como a las amigas de Hala: a las dos primeras gatas que nacieron, una
negra y otra parda, las llamaron Aitana y Virginia, a las tres que nacieron después las
llamaron a todas Cristina, y a las cuatro que las siguieron les pusieron por nombres Ana,
Patricia, Paula y Pili; y, a las dos últimas que tuvieron, las llamaron Elena y Ana María.
un gatito deseaba,
y el gato vigilaba,
Oswy le sacudía,
la princesita cantaba,
Hala le lloraba,
el gato resucitaba.
sentadito en su tejado
sentadito en su tejado.
Lo llevaron a enterrar
el gato ha resucitado
el gato ha resucitado.