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EN ELREDO DE RIEVAL
Como todas las realidades fundamentales de la vida humana, la amistad, para Elredo,
fue, asumida y redimida por Cristo y por eso pertenece al mundo de lo sacramental y allí
tiene su fundamento y plenitud. Para Elredo la amistad “comienza en Cristo, progresa en
Cristo y es perfeccionada en Cristo” (cfr. L 1, 10)1:
Y también:
1
Por eso dice también Elredo que la amistad verdadera se da entre tres, pues cuando ella se da se hace
presente el tercero, Cristo (cfr. Libro 1,8.10).
1
En el pensamiento de los Padres de la Iglesia (incluyo a Elredo como a Bernardo) lo
sacramental, más allá de los sacramentos individualmente considerados, se refieren a Cristo
mismo como sacramento por excelencia en quien, por eso mismo, sus acciones revisten el
carácter de ejemplos para la imitatio, que permiten su concreción en la vida del cristiano.
Recientemente el Papa Benedicto XVI se refirió a ello en la obra Jesús de Nazaret (Desde
la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección). Al analizar el lavatorio de pies de Cristo a
sus apóstoles (cfr. Jn 13) Cristo dice a sus discípulos que les deja esta realidad como
“ejemplo” que brota del “sacramentum” de la Última Cena. De este modo los apóstoles,
obrando conforme a ese “exemplum”, realizarán el sacramento que Cristo les ha dejado
como memorial y, por ello, será Cristo quien obre en ellos2. Dice así:
2
Hoy día nosotros reducimos lo sacramental a una realidad litúrgica que, con mucho, nos
da fuerzas para tratar de vivir por nuestra cuenta el misterio cristiano. Y cuando se nos
habla de “ejemplos” pensamos en gestos que se nos han dejado para imitar nosotros, y que
hacen referencia a un plano principalmente exterior. En cambio, en el pensamiento de la
Iglesia en el sacramento se encierra el ejemplo concreto de vida que, obrando conforme a
ello, ya no es el cristiano, sino Cristo mismo quien obra en él (cfr. Gal 2, 20). Y esto es lo
que Elredo refiere a la amistad cuando dice:
3
Esta inserción de la amistad en el plano de lo sacramental y ejemplar da tres
connotaciones esenciales de la amistad que se deben puntualizar:
Es sobre esta base que las reflexiones de Elredo sobre la amistad adquieren su
consistencia y coherencia.
Como ha señalado J. Leclercq en sus estudios sobre estos Padres cistercienses, la forma
literaria de un escrito muchas veces dice más sobre el tema que se trata que los mismos
conceptos. Por eso no es de extrañar que para abordar el tema de la amistad Elredo lo haga
a través de un diálogo (en latín usa collatio y colloquium) en el cual, como dice, espera que
no sea sólo entre dos (Elredo e Ivo) sino entre tres, pues debe estar Cristo. Detrás de este
punto de partida metodológico y retórico, Elredo está dando la base de la sacramentalidad
de la Palabra entre los amigos, como pilar que construye y sostiene toda la relación. Cristo
es la Palabra hecha carne (Jn 1, 14-15) y por eso la relación fundamental que establece con
todo hombre es una relación de Palabra, de diálogo. No es de doctrinas y conceptos, sino de
locución y escucha, en un diálogo que es activo y dinámico, pues es Palabra viva y eficaz
(cfr. Heb 4), no abstracta y conceptual. Y al decir sacramentalidad de la Palabra queremos
decir el reconocimiento de que, detrás de las palabras del amigo, de su coloquio, es la
Palabra de Cristo, es Cristo quien, en realidad, se hace presente.
Por eso, detrás del género literario del diálogo Elredo está diciendo tres cosas:
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Este último punto ha recuperado todo su valor gracias a los estudios que ha realizado
De Lubac acerca de la exégesis medieval. En ellos afirma que el sentido más profundo que
los Padres reconocían en la Palabra de Dios (y por eso también en la humana) es el sentido
anagógico. El sentido anagógico de la Palabra (es el sentido contemplativo de las
Escrituras) es el poder percibir en la Palabra la dulzura de las cosas y, en el caso particular
de Elredo, la dulzura de la amistad y del afecto que encierra, lo que hace repetidas veces
con las palabras del salmo 132 (“Ved qué dulzura qué delicia…”). Este rasgo es
eminentemente bíblico pues es en la Palabra que está la res (realidad) de la cosa, no en el
simple factum (hecho). Y ese sabor se descubre en el diálogo, en el que se hace actual la
percepción de la dulzura de la palabra que se habla entre amigos5.
Y por eso el diálogo es, ante todo, fuente de verdad en su sentido más pleno y completo
que pueda entenderse:
Por otra parte, en muchos pasajes de su obra Elredo relaciona la amistad con la
correptio que el amigo debe hacer al otro y que uno debe saber recibir del otro. Sin
embargo es importante aprovechar este tema de la corrección, tan común en la tradición
patrística y monástica (Elredo cita incluso el característico texto de Mt 18, 14), para resaltar
el matiz propio y específico que tiene en Elredo. En efecto, la corrección y la amistad no
son ninguna novedad en la tradición cristiana y monástica. Elredo conoce el tratado de
Cicerón y, parece ser también, la Colación 16 de Casiano sobre la amistad. Sin embargo la
gran novedad que introduce Elredo y el grupo de monjes cistercienses –y que ha sido
calificado como el descubrimiento del individuo – es que la corrección ahora, y tal como se
dio en Cristo, es fuente de amistad. ¿Por qué decimos esto? Porque en la Regla de san
Benito, en Agustín y otros Padres, la corrección conduce a la santidad y a la caridad
fraterna. Sin embargo no estaba en la mira esta situación tan particular que apunta a la
profunda subjetividad de la persona: la corrección es fuente de amistad entre los dos que la
aceptan y la viven por Cristo.
Es aquí donde se da la novedad del tema de la amistad tal como es tratado en el
siglo XII: descubrir los movimientos más íntimos del alma en su subjetividad intransferible
y, por eso mismo, estrictamente personales. Lo decimos con palabras de uno de los
discípulos de J. Leclercq: Mientras el monacato de la época precedente había producido
5
Basta para ello ver la cantidad de veces que Elredo se refiere a la “dulzura” y “suavidad” que es el diálogo
entre los amigos.
5
una teología de los misterios, o sea, una consideración prevalentemente objetiva de las
diversas celebraciones litúrgicas correspondiendo a los diversos momentos de la historia
de la salvación, con los Cistercienses tenemos ahora una teología de los estados místicos
(=amistad), o sea, una atención y una descripción de los reflejos particulares, de las
vibraciones que tales celebraciones suscitan en el alma creyente y orante. En Cluny el
hombre entraba en el misterio, en Citeaux el misterio entra en el hombre. A la
consideración de los aspectos objetivos se agrega, entonces, en un equilibrio delicadísimo
y, podemos decir, único, la consideración de aquellos aspectos subjetivos, al
“sacramentum” se une el “affectus”, a la “historia” de la Sagrada Escritura se une ahora
la “pietas” y la “devotio”6.
Por eso, aunque Elredo aborde un tema ya conocido en la tradición de la Iglesia y en
la monástica, sin embargo el enfoque es nuevo y con resonancias en la mística, en la
teología y en la consideración comunitaria. Los mismos textos de los Hechos de los
Apóstoles sobre la comunión primitiva de los cristianos ahora son vistos a una luz nueva: la
interioridad y el mundo de sentimientos subjetivos que acompañan los distintos actos y
situaciones de la vida de un cristiano. Y al ser una consideración sacramental no se trata de
un simple cambio en las interrelaciones personales, sino de un nuevo modo de enfocar la
unión con Cristo y su momento más pleno: la amistad, la participación de cada uno en el
mundo interior del otro. Y, por eso mismo, a la vez que se descubre la propia interioridad,
se descubre también la de Cristo y su amistad con sus discípulos. Elredo al final de su
escrito sobre la amistad nos deja un ejemplo de esa relación de amistad con uno de los
monjes del monasterio, entendida como una comunicación de los movimientos más íntimos
del alma:
6
PENCO G., Senso dell’ uomo e scoperta dell’ individuo nel monachesimo dei secoli XI e XII, en Benedictina
37/2 (1990) 311.
6
la obediencia y llevando infatigablemente en su cuerpo y en su
alma el yugo de la disciplina regular:7
Cierta vez, siendo todavía un niño y encontrándose en la
enfermería, fue amonestado por mi santo padre y predecesor. 38
Le dijo éste que cómo era posible que siendo tan joven se
entregara al descanso y la inercia. Quedó tan avergonzado que en
seguida salió de allí, y tan fervorosamente practicó la disciplina
del cuerpo, que durante muchos años ni urgiéndole graves
enfermedades se consentía aminorar el rigor:"
[122.] Todo esto me conmovía entrañablemente y me
inclinaba hacia él. De tal modo que, de inferior lo hice mi
compañero; de compañero, amigo, y de amigo, amiguísimo! O
Viendo que aventajaba a los ancianos en virtud y gracia, con el
consejo de los hermanos le impuse la carga del supriorato. Tal
cosa lo contradijo, pero, como se había entregado en total
obediencia, se sometió modestamente. Sin embargo, cuando
estábamos solos, para que le permitiera dimitir, alegaba su edad,
su ignorancia y nuestra misma amistad ya iniciada, temiendo que
el nuevo cargo pudiera acarrearle el amar menos o el ser menos
amado. [123.] Al ver que nada obtenía con tales razonamientos"
optó por manifestarme sus temores en lo que a nosotros nos
concernía. Con toda humildad y modestia me dijo qué cosas había
en mí que no le gustaban del todo. Cosa que hizo, según me
confesó después, con la esperanza de que, por tamaña osadía,
más fácilmente ceoiera yo a su pedido. Pero precisamente fue su
libertad de juicio y expresión lo que estrechó del todo nuestra
amistad, no siendo ya para mí el menor de mis amigos. Viendo
que me complacía lo que hablaba, que respondía humildemente a
todo, que le daba la razón en todo y que, en vez de ofenderme,
sacaba mucho provecho, comenzó a amarme todavía más que
antes, a ser más espontáneamente afectuoso y a volcarse en mi
corazón." Así pudimos comprobar, yo, su libertad, y él, mi
paciencia.
[124.] Cuando oportunamente tuve ocasión de reprenderlo,
creí mejor reconvenirlo duramente; pero mi libertad no le causó
impaciencia ni resentimiento. A partir de entonces, comencé a
manifestarle mis secretos y se mostró fiel. Así creció el amor,
entre nosotros, ganaron en calidez nuestros sentimientos y se
fortaleció nuestra caridad hasta llegar felizmente a ser un solo
corazón y una sola alma,42 un mismo querer, y un mismo no
querer." Nuestro amor carecía de temor y desconocía la ofensa,
no daba entrada a la sospecha y se horrorizaba de la adulación.
[125.] Ninguna simulación [existía] entre nosotros, ninguna
afectación, nada deshonestamente blando, nada
inconvenientemente duro, ningún rodeo, nada anguloso. Todo
7
[era] desnudo y abierto. Yo consideraba mi corazón como suyo, y
el suyo como mío, lo mismo que él.
Así, rectilíneamente, ascendíamos en la amistad. La
corrección no daba lugar a la indignación, ni el consentimiento a
la culpa. Me daba pruebas de su amistad, mirando en todos sus
actos a mi paz y tranquilidad. Se exponía a los peligros y obviaba
los obstáculos que surgían. [i26.] Estando ya enfermo, quería
procurarle un poco de alivio en las cosas temporales, pero él me
lo prohibía diciendo que debíamos estar vigilantes para que
nuestro amor no fuera medido por los consuelos, ni éstos
atribuidos a un sentimiento carnal de mi parte, cosa que habría
menguado mi autoridad.
Era como mi mano, como mi ojo y como báculo de mi
senectud." Era el descanso de mi espíritu, el dulce solaz de mis
dolores. En el seno de su amor me acogía cuando me pesaba el
cansancio, sus consejos me recreaban cuando me invadían la
tristeza y la angustia. [127.] Si estaba turbado, me pacificaba; si
enojado, me aplacaba. Le refería mis contratiempos y lo que solo
no podía, fácilmente cargaban nuestros hombres conjuntamente.
¿Entonces, qué? ¿Acaso no fue tener ya parte en la beatitud
este así amar y' ser amado, así ayudar y ser ayudado, así volar
alto desde la dulzura de la caridad fraterna hasta aquel lugar
sublime en que resplandece la divina dilección y, por la escala de
la caridad, subir unas veces juntos hasta el abrazo del mismo
Cristo, descender otras al amor del prójimo para reposar
suavemente allí? (Libro 3, 119-127)
Elredo es muy conciente del paso que está señalando dentro de la tradición
espiritual de la Iglesia. Ya no se trata simplemente de un amor de hermandad más grande,
sino de un amor de amistad inaugurado por Cristo en el marco de la Eucarística, tal como es
vivida en las vísperas de su Pasión:
8
que, por su parte, se sienten ligados a nosotros por la misma
fidelidad y confianza. (Libro 1, 30-31)
Tanto al comienzo como al final de su obra Elredo afirma, con palabras de san Jerónimo
(Ep. 3, 6), que la amistad que puede terminar nunca lo fue. Esta constatación implica una
observación que nos parece importante resaltar. En efecto, habitualmente la amistad, como
el amor, se coloca al comienzo de un proceso y la estabilidad es su manifestación visible y
concreta. En cambio, tal como lo presenta Elredo, y conociendo la base de su pensamiento
teológico, que siempre tuvo la estabilidad monástica como modelo, el amor de amistad se
presenta al final de un itinerario que está marcado, ante todo, por la estabilidad y la
perseverancia.
En el Libro II, 88, al hablar del cultivo de la amistad dice así:
EL CULTIVO DE LA AMISTAD
[88.] Ya es tiempo de tratar sobre la manera de cultivar la
amistad. El fundamento de toda amistad estable y constante es la
fidelidad. El infiel no puede ser estable". Los amigos deben ser
sencillos, comunicativos, concordes, atraídos por las mismas
cosas. Tales cualidades son propias de la fidelidad. Pues no puede
ser fiel el de intención doble y tortuosa. Tampoco los que no se
sienten atraídos por lo mismo ni concordes pueden ser fieles y
estables" (Firmamentum igitur stabilitatis et constantiae in
amicitia, fides est: nihil est enim stabile, quod infidum est.
Simplices quippe, et communes, et consentientes, et qui iisdem
rebus moveantur, esse debent amici ad invicem; quae omnia
pertinent ad fidelitatem. Non enim fidum potest esse multiplex
ingenium et tortuosum. Neque vero hi qui non eisdem rebus
moventur, nec eisdem consentiunt stabiles esse possunt, aut fidi.)
(Libro 2, 88)
El itinerario que Elredo señala al amor de amistad tiene un componente realista, una
realidad exterior en común, que normalmente se pasa por alto al hablar del amor y de la
amistad, a tal punto que queda reducido a un tema de sentimientos interiores, sin sustrato
exterior que lo sostenga. Elredo presenta un itinerario cuyas etapas podrían presentarse así:
De hecho todos sabemos que es así como crece el amor en la vida: alguien entra en
contacto con otra persona por un trabajo, ocupación o cualquier situación que los lleva a
estar juntos. Al principio se encuentra el “estar con”, como forma primera de amor. Se da
un gusto o amor por las mismas cosas, sea lo que sea. Este es, para Elredo, el proceso
9
mismo del amor de Cristo. Cristo, en cuanto Hijo de Dios hecho carne, “aprendió por los
padecimientos…” (cfr. Heb 5, 5) lo que es obedecer y amar. Nosotros estamos habituados a
considerar que Cristo, al ser Dios, rebosó de amor por los apóstoles y por los hombres
desde el comienzo de su misión y obra apostólica. Dios sí, pero Cristo creció en el amor
con el mismo dinamismo que ese amor tiene en todo hombre: de la participación con los
apóstoles en una tarea común hasta el amor y la amistad con ellos. Cristo comenzó
llamando a los suyos, viviendo con ellos, compartiendo tareas y fatigas, propósitos y
objetivos, sufrió la incomprensión de ellos y las mismas ambiciones humanas mezcladas
con su seguimiento, hasta llegar la Semana Santa en la que los apóstoles hacen manifiesto
la fragilidad de sus promesas por Cristo. Lo que se celebra en Pascua es, ante todo la
perseverancia de Cristo hasta el fin en una total obediencia a la voluntad del Padre, sin vivir
un rechazo por aquellos mismos que lo entregaban o traicionaban.
Ante la revelación del fracaso y vacío del amor de los apóstoles por Cristo, Él les
revela, por el contrario, no sólo que los sigue amando, sino que los ama más que antes
porque, como le dirá a san Pablo, su amor triunfa en nuestra debilidad (2Cor 10). Lo que
encierra el Misterio Pascual de Cristo no es simplemente un amor que supera todos los
obstáculos, sino un amor que se forma a partir y gracias a los obstáculos. Y ese amor supera
el pecado de ellos y, por eso mismo, supera la muerte y el sepulcro. Es ante la
manifestación de ese amor suyo, que se ha hecho fuerte gracias al mismo pecado de los
apóstoles, que Cristo los llama “amigos” (Jn 15). El amor es una victoria sobre el rechazo
que podría haberse dado con sus mismos apóstoles y que, normalmente, lleva a la ruptura y
la separación entre los hombres. En Cristo, en su Pascua, se celebra lo contrario: ante todos
los elementos que en los hombres llevan al fin de una relación, en Cristo, por el contrario,
hizo nacer el verdadero amor de amistad por los suyos. La victoria de Cristo sobre la
muerte es la victoria de Cristo sobre todo lo que pudo haberle llevado a rechazar a aquellos
que le habían prometido mucho, pero finalmente le vendieron, negaron y abandonaron.
Cristo resucitado vuelve a los suyos, no los deja y, a su vez, les pregunta si lo aman (cfr. Jn
21).
Este es el gran itinerario que se desarrolla en la historia de la salvación que
comienza con un Dios que desde la zarza le dice a Moisés, “Yo Soy El que soy”:
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Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre,
por él seré recordado generación tras generación. (Ex 3, 11-15)
Es por eso que la forma primera del amor es un estar-con y compartir las mismas
cosas (realidades, no simples sentimientos), y por el crecimiento, la estabilidad y la
paciencia en todos los avatares de la vida y la superación del desamor (en todas sus
múltiples formas) no sólo nace el verdadero amor de Dios por nosotros, sino que se revela
que ese amor es una amistad con el hombre: la filantropía. Ése es el amor que señala
Elredo: no el amor que llega hasta la Cruz, sino el amor que surge de la Cruz y por la Cruz,
y que deja atrás la misma muerte en todas sus formas (rupturas, hartazgos, rechazos,
incompatibilidades, inmadurez, limitaciones). No se trata del desarrollo de un sentimiento
preexistente, sino del fruto de una estabilidad en algo real y concreto (diríamos el día a día,
sea cual sea), que lleva a amar a aquel con quien estamos compartiendo esas realidades de
la vida y, superando las habituales causas de ruptura y separación. Por ese camino se llega a
un amor con causas y motivos que nunca antes podrían haberse reconocido ni descubierto.
Podríamos parafrasear a san Juan diciendo así:
Nadie tiene amor más grande que el que dio la vida por sus amigos. (Jn 15, 13)
Varias veces Elredo presenta este texto de san Juan. Sin embargo su traducción
admite esta variante que, por otra parte, nos parece que hace manifiesta la verdadera
revelación del amor que se hace en la Pascua de Cristo. El amor y la amistad no son un
presupuesto para dar la vida, sino que son su fruto:
11
amigos" (Jn 15, 13) Aquí tenéis hasta dónde debe llegar el amor
en la amistad: hasta dar “la vida por el amigo”. ¿Os basta?
[34.] GRACIANO. - ¡Claro que sí! Porque la amistad no
puede ser más grande.
[35.] WALTER DANIEL. - ¿Y si los malos o los paganos,
viviendo concordes en la infamia y la torpeza, se amaran hasta
dar la vida, tendremos que admitir que alcanzaron la cumbre de
la amistad?
12
textos de la comunidad de los Hechos de los Apóstoles, que Elredo cita con tanta
frecuencia:
13
Es así como debemos nosotros indagar sutilmente las necesidades
de nuestros amigos y prevenir su pedido de favores, guardando
un modo tal de dar, que, más que el que lo hace, sea el que recibe
quien piense que presta un servicio. (Libro 3, 99)
Es por la forma de manejarse en este compartir las cosas exteriores que nace y se
consolida en el fondo del alma la amistad firme y estable.
En varios otros pasajes Elredo repite este punto culminante y máximo de la amistad
como capacidad para dar incluso el propio cuerpo por el otro. Con ello podemos entender el
martirio o, en una escala menor, el cansancio, el stress, agotamiento, el desgaste nervioso.
Todo ello hace al cuerpo y pone a disposición del amigo lo más grande que tiene todo
amigo: toda su humanidad, no sólo su alma, sino su propio cuerpo. De este modo el amor
humano, que siempre conlleva una referencia al cuerpo, sale de los estrechos límites del
repliegue sobre sí que le impuso el pecado. Mientras el pecado busca en este orden del
cuerpo que el del amigo sea puesto a disposición del mío, ahora nos encontramos con su
verdadero orden y sentido. No es que la amistad se agote en un puro plano espiritual,
siempre conlleva lo corporal. Pero ahora el cuerpo es vivido como ofrenda que es capaza de
soportar todo por el amigo: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por su
amigo (Jn 15, 13). Esto es lo que en el vocabulario patrístico recibía el nombre de amor
14
“casto”: más que buscar el cuerpo del otro para mí, ofrezco el mío en la Cruz de cada día
por el otro.
Esto no debe sorprendernos pues es así como Cristo lo manifestó en la Cruz a sus
discípulos. Fue lo que Pedro no pudo hacer por su Maestro y los demás discípulos que
huyeron. Todos participaban de la doctrina del Señor, pero ninguno pudo llevar ese amor
hasta entregar por él su propio cuerpo en la cruz, salvo como lo harán después de la
Resurrección del Señor, por obra del Espíritu que ha transfigurado sus propias
humanidades.
Elredo es totalmente fiel a la doctrina de la Iglesia que, en los primeros siglos del
cristianismo, sólo aplicó el título de “amigo” de Cristo a los mártires. En efecto, fue el
mártir quien recibió primero el título de “amigo de Dios” 8, título que Doroteo de Gaza
aplicará a estos primeros monjes santos (Antonio y Pacomio) porque ofrecieron su pobreza
y su castidad, es decir, su cuerpo a Dios:
Esa referencia al joven rico refuerza lo que estamos diciendo. Cristo lo llamaba a la
amistad más grande con Él, y para ello le pidió vender sus bienes y seguirlo (Mt 19, 16), y
el joven no pudo. Es llamativo: el joven rico había alcanzado las cimas más elevadas de la
espiritualidad de la Ley Antigua, pero no pudo con la nueva, es decir, dar sus bienes y su
cuerpo a Cristo.
8
DELEHAYE H., Sanctus. Essai sur le culte des saints dans l’antiquité, Bruxelles-Paris 1927, 248.
15
Elredo muestra que no hace falta llegar al martirio sangriento por el amigo. Bastan
las pequeñas “mortificaciones” de cada día que el amigo sabe soportar por el amigo, pero
que sabemos no son las más fáciles. Elredo cuenta lo que hizo con su último amigo:
[133.] A esto hay que añadir la oración de uno por otro, que
es tanto más eficaz cuanto más afectuosamente se remite a Dios
el recuerdo del amigo con el correr de las lágrimas que provoca
el temor, excita el afecto o engendra el sufrimiento. Así, orando a
Cristo por el amigo y queriendo ser escuchado por Cristo, en su
favor tenderá a Cristo mismo, anhelante y diligentemente cuando,
de manera súbita e insensible, pasando de afecto a afecto, como
si estuvieran próximos, como si tocase la dulzura de Cristo
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mismo, comenzará a saborear qué dulce es y a sentir cuán suave
es.
Así, del santo amor con que se abraza al amigo, nos elevamos a
aquel amor con que se abraza a Cristo, saboreando con gozo y a
boca llena el fruto de la amistad espiritual cuya plenitud esperamos
en la eternidad cuando desaparezca el temor que ahora sentimos
unos por otros y nos llena de cuidados, expoliadas todas las
contrariedades que ahora debemos soportamos, destruido el aguijón
de la muerte por la muerte misma, cuyas punzadas ahora nos
infligimos. Entonces, nacido ya el sosiego, gozaremos de aquel sumo
Bien de la eternidad. Esta amistad, a la que aquí a pocos admitimos,
se trasvasará a todos y desde todos se vertirá en Dios para que Dios
sea todo en todos. (Libro 3, 134)
Habitualmente cuando oímos palabras como estas, referidas a la vida del Cielo solemos
interpretarlas en un sentido reductivo. En efecto, si bien en esa vida se dará, como dice
Elredo, “el gozo del Sumo Bien” y una amistad sin límites de personas, sin embargo con
ello está suponiendo todo lo anteriormente dicho en su obra acerca del valor salvífico del
camino de la amistad en Cristo en la vida presente. Y lo que fue muy claro a lo largo de
toda su obra es que lo propio de la amistad se realiza en esta vida y sólo tendrá su
consumación en la otra. Y, como es lógico, no habrá “consumación” de lo que no hubo
iniciación.
En efecto, como dijo el Señor mismo: “el Reino de Dios está en medio de vosotros”
(Lc 17,21). Por eso, si bien se puede encontrar en la vida futura una restauración y un
encuentro con Cristo pleno, sin embargo nunca podrá rehacerse lo que significa el haber
pasado a su lado y no haberlo reconocido como Aquél que, desde ahora pedía nuestra
amistad. Por eso, si bien en el futuro se dará ese encuentro de amistad con Cristo, sin
embargo nunca podrá rehacerse el llamado que nos hizo Cristo a verlo como amigo en
nuestros hermanos tal como Él dirá: “Lo que hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis” (Mt
25). Y, por eso mismo, nadie podrá dar lo que vivió aquél que supo verlo y encontrarlo tal
vez desde una edad temprana de su vida y haber recorrido todo el camino de esta vida con
Cristo como compañero y amigo entrañable:
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que distinguió, entre todos los que eligió, que cada uno puede amar
al otro como a sí mismo y regocijarse por la felicidad ajena como lo
hace de la propia. Esta beatitud de cada uno es de todos, y toda la
beatitud universal es de cada uno. Allí no hay pensamientos secretos
ni afectos disimulados. Esta es la verdadera y eterna amistad
incoada aquí y que allá se perfecciona. Que es de pocos, donde son
pocos los buenos, y es de todos, donde todos lo son. Aquí es
necesaria la prueba, porque andan mezclados los sabios y los tontos;
allá no es necesario probar a los que santifica aquella perfección
angélica y, en cierto modo, divina.
Según este modelo, procurémonos amigos a los que podamos
amar no de modo distinto de lo que nos amamos a nosotros mismos,
ante quienes podamos exponer todos nuestros secretos -siéndonos
patentes, al mismo tiempo, todas sus cosas-, que se muestren firmes
y estables y constantes en todo. ¿Crees acaso que puede haber algún
mortal que no quiera ser amado”. (Libro 3, 79-80)
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