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Hablan de Monsenor Romero
Hablan de Monsenor Romero
MONSEÑOR ROMERO
10. Su pueblo…………………………….….............................................104
Bibliografía.................................................................................................111
PRÓLOGO
Este no es un libro más sobre Monseñor Romero, sino una guía segura
para acercarse al auténtico Monseñor Romero. Los testigos que han sido
entrevistados nos entregan valiosas claves para conocer al ser humano,
al discípulo de Jesús y al pastor que llega hasta la ofrenda de su vida. Por
sus páginas desfilan gentes muy cercanas a Monseñor, como Salvador
Barraza, las hermanas Chacón, el actual obispo de Santiago de María, y
monseñor Urioste, quien estuvo siempre a su lado en San Salvador;
hombres muy conocidos como Héctor Dada Hirezi y Roberto Cuéllar;
dos religiosas -la hermana Lucita y la hermana Eva-, y un joven artista que
nos pone en contacto con el lenguaje y la visión de la juventud de hoy.
Cada uno y cada una van trazando pinceladas que nos permiten conocer
y comprender mejor al salvadoreño más conocido y más amado en el
mundo entero. Completa el cuadro un mosaico multicolor de voces del
pueblo que, desde la cripta de Catedral, nos dicen por qué creen que
Monseñor Romero es santo.
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de que la figura que se nos proponga como modelo de santidad no sea
el verdadero Monseñor Romero, y por eso no se muestran muy interesados
en el proceso de canonización.
Por su parte, Elvira y Eleonor Chacón describen con sencillez que su casa
era para Monseñor una verdadera Betania: “Él venía aquí con el afán de
descansar, de olvidarse de sus cosas. Aquí no se hablaba de D'Aubuisson
ni de los obispos ni de nada de eso. Su idea era… ¿Cómo decirlo? Sentirse
en familia”, recuerda Eleonor. Me consta que Monseñor Romero llegaba
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con toda confianza, incluso a altas horas de la noche y con varios
acompañantes, a este hogar en el que la mesa siempre estaba servida. El
solía decir que allí se cumplía el dicho popular “cayendo el muerto soltando
el llanto”. Con la misma confianza llegaba también a la casa de la familia
Barraza.
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uno se siente horrorizado. Monseñor, en su Diario, menciona el caso en
una forma sumamente discreta, pero el relato de Roberto Cuéllar arroja
luz sobre el corazón del pastor: “Me impresionó, francamente se lo digo,
que fuera el propio Monseñor Romero el que lo trató. Él no quería que
nadie se enterara de que lo tenía escondido en el arzobispado, porque ahí
pasó unos pocos días, y él mismo le daba las medicinas”.
Quienes conocemos a Héctor Dada Hirezi sabemos de su clara identidad
cristiana y de su valiente compromiso iluminado por la doctrina social de
la Iglesia. El Diario no deja a este respecto ninguna duda: ya se trate su
calidad de dirigente democristiano, de canciller de la primera Junta surgida
después de la insurrección militar del 15 de octubre de 1979, o de integrante
de la segunda Junta, la confianza y la estima de Monseñor Romero hacia
él son incuestionables. Es particularmente valiosa la insistencia de Héctor
en recalcar que Monseñor Romero fue un hombre honesto: “Creo que
ninguno habíamos valorado la absoluta honestidad humana y religiosa de
Monseñor Romero, una conjunción de honestidades que lo llevaron a
comprometerse en cosas que nadie esperábamos que se comprometiera”.
La madre Lucita -al igual que las Hermanas Chacón- puede afirmar que
para Monseñor Romero, el hospitalito “era su Betania”. Ella supo -y no
fue la única- de los arrebatos del carácter de Monseñor Romero, pero no
duda de su santidad: “No tengo dudas… Porque lo conocí y sé que quiénes
hablan mal de él no lo conocieron. Era un hombre de una fe y de una
oración muy profundas, y todo lo que hacía lo consultaba con Dios antes,
arrodillado, para que le diera sabiduría y le dijera qué tenía que hacer. Fue
un santo muy humano”.
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Hay que agradecer a la hermana Eva Menjívar -una religiosa Carmelita de
San José que dejó su congregación, junto con varias compañeras para
asumir un trabajo de acompañamiento bastante arriesgado-, su vivencia
de esa noche tan densa de la velación del padre Grande y de sus dos
compañeros. Ella tampoco duda de la santidad de Monseñor Romero: “La
veo en sus grandes valores. El hombre era muy humilde y de mucha
oración, muy profundo. Si uno se fija en sus homilías, en cómo las iba
ordenando, dan pie a pensar que Monseñor no sólo iba a hablar, sino que
hacía profundas reflexiones, y no solo hacia fuera. Fue una profunda
reflexión decirse a sí mismo en un momento muy importante de su vida:
ahora me toca cambiar a mí. Y así nos lo dijo algunas veces: esto nos lo
han enseñado así, pero tenemos que hacer esto otro…”.
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Concluyo este rápido recorrido con la palabra de un joven artista que
nació seis años después de la muerte de Romero y que ganó el concurso
de pintura organizado el año pasado por el Gobierno de El Salvador.
Cuando se le pregunta a Víctor Hugo Rivas qué opina sobra la decisión
del presidente de la República, Mauricio Funes, de declarar a Monseñor
Romero como guía espiritual de la nación, responde con franqueza: “Guía
espiritual no se es porque alguien te nombre, sino porque uno se lo ha
ganado. Y la imagen de Monseñor Romero se respeta en la actualidad,
pero no porque alguien lo haya nombrado guía, sino por lo que hizo y por
lo que dijo. De él a mí me impacta el simple hecho de que, siendo la
máxima autoridad de la arquidiócesis, llegara a los cantones más perdidos
y hablara con las personas más humildes. Y cuando visitás donde él vivía,
podés darte cuenta de que vivía en la austeridad. La gente aprecia esas
cosas, y por eso Monseñor Romero sigue siendo recordado hoy. Él solo
se ganó el respeto que tiene”.
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PRÓLOGO DEL AUTOR
Hace más de tres décadas que dejó de estar entre nosotros, pero su figura
no hace sino crecer: siguen apareciendo documentales, libros, conversatorios,
estatuas y homenajes en el ámbito académico-cultural, pero sus palabras
y su rostro proliferan también en murales y camisolas tanto en cantones
ignotos del territorio salvadoreño como en cosmopolitas ciudades de
Europa y Norteamérica. No es ninguna exageración afirmar que Monseñor
Romero se ha convertido en un referente mundial.
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candidato al Premio Nobel de la Paz. Algún día el Vaticano quizá lo
beatifique, para dicha de la feligresía católica, pero, ocurra o no, su figura
brilla tanto ya que estoy convencido de que las numerosas biografías,
recopilaciones, películas y noticias periodísticas que han visto la luz siguen
siendo pocas.
El librito que tiene entre sus manos surge con la única aspiración de
aportar, con mucha humildad, un granito que contribuya a recopilar,
ordenar y -si cabe- difundir aún más su vida. La Fundación Monseñor
Romero y quien suscribe estas líneas coincidimos en que, dentro de lo
mucho y variado que se ha escrito, su lado humano es quizá el menos
explorado. De Romero, por ejemplo, se sabe que defendió a los pobres
y que pronunció valientes homilías, pero no se conoce tanto si era tímido
o extrovertido, callado o dicharachero, o si le gustaban el fútbol, el teatro
o los frijoles.
El tiempo pasa, y ese pasar de los años termina siendo uno de los principales
problemas a la hora de reconstruir escenas, al menos cuando se escribe
con la ética como Norte. La memoria humana tiene limitaciones, y tampoco
hay que descartar los lógicos riesgos de idealización cuando se habla de
alguien como Monseñor Romero. Ya he señalado que este libro se ha
escrito desde la trinchera del periodismo, lo que anula por completo la
consciente invención o manipulación de datos o testimonios, pero creo
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que no está de más señalar que en el reporteo quedaron sin respuesta
muchas preguntas, que se revelaron respuestas que tenían mal planteada
su pregunta, y que hasta se hallaron respuestas falsas que, a fuerza de
repetirse, muchos las consideran verdades.
Así, los testimonios recogidos ponen en duda axiomas como que el calibre
de la bala utilizada para asesinarlo era .22, o como el lugar desde el que
se disparó el fusil en la capilla, o como la influencia que tuvieron en la
metamorfosis de Monseñor Romero los dos años que pasó como obispo
de Santiago de María. Esos mismos testimonios también revelan como
falsas algunas aseveraciones en torno a su figura, como la del reverendo
William Wipfler, quien erróneamente se atribuye ser la última persona en
recibir la comunión de manos del arzobispo; o como esa otra versión, tan
extendida como errada, que asegura que el proyectil impactó en su pecho
durante la consagración.
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DATOS BIOGRÁFICOS
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1977, 30 de marzo. El papa Pablo VI recibe a Monseñor Romero en
Roma y le muestra su apoyo a la línea pastoral del arzobispo.
1977, mayo-junio. El Ejército salvadoreño se toma la ciudad de Aguilares,
incluida su iglesia. Tres sacerdotes jesuitas son expulsados del país.
1977, 1 de julio. El general Carlos Humberto Romero asume la
Presidencia de la República. Monseñor Romero rechaza la invitación al
evento.
1978, 14 de febrero. La Universidad de Georgetown le concede el
título de Doctor Honoris Causa.
1978, noviembre. El Parlamento británico propone a Monseñor Romero
como candidato al Premio Nobel de la Paz.
1979, 7 de mayo. Monseñor Romero se reúne con el papa Juan Pablo
II, quien de forma explícita cuestiona su línea pastoral.
1979, 15 de octubre. El Movimiento de la Juventud Militar da un golpe
de Estado de corte progresista que es visto con buenos ojos por Monseñor
Romero.
1980, 3 de enero. La primera Junta Revolucionaria de Gobierno,
respaldada tácitamente por Monseñor Romero, llega a su fin con la renuncia
masiva de funcionarios.
1980, 22 de enero. La marcha convocada por la Coordinadora
Revolucionaria de Masas se convierte en la manifestación más multitudinaria
de la historia del país.
1980, 2 de febrero. La Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) le
concede el Doctorado Honoris Causa.
1980, 17 de febrero. Monseñor Romero lee en la homilía la carta
escrita al presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, para pedirle que
suspenda la ayuda militar.
1980, 23 de marzo. En la homilía hace un llamado a que las bases del
ejército desobedezcan las órdenes de sus superiores.
1980, 24 de marzo. Una bala pone fin a su vida mientras celebra misa
en la capilla del Hospital Divina Providencia.
1980, 30 de marzo. El masivo funeral de Monseñor Romero termina
en un baño de sangre.
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HÉCTOR Dada Hirezi
El político
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La honestidad es prima-hermana de la bondad, de la verdad, de la integridad.
Decirle honesto a alguien es decirle mucho, a pesar incluso de que se ha
convertido en una de esas palabras que pronunciamos a la carrera, sin
reparar en su trascendencia. Al mundo le iría mejor si la honestidad
estuviera más extendida. Pues bien, Héctor Dada Hirezi no se cansará de
retratar a Monseñor Romero como alguien honesto. Lo repetirá una y
otra y otra vez.
Héctor lo conoció muy bien, desde niño, desde cuando llegaba a la casa
de su tío Emilio Simán y lo hallaba reunido con un joven cura migueleño
llamado Óscar Arnulfo Romero. Ambos, Emilio y el padre Romero,
mantenían encuentros esporádicos como directores que eran de Criterio
y Chaparrastique, los semanarios de la arquidiócesis de San Salvador y de
la diócesis de San Miguel respectivamente. Ahí empezó todo. Con los
años, devinieron incontables las veces que Héctor y Monseñor Romero
estuvieron juntos.
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Salvador, regreso a la Asamblea como diputado, ministro… Su rostro es
hoy por hoy uno de los más conocidos de la política salvadoreña, y quizá
uno de los más respetados.
-Pero El Salvador aún está como está, don Héctor. ¿Cómo duerme después
de haberle entregado tanto al país?
-El mundo no es perfecto, y este país es más imperfecto que lo que debería
ser. Yo aprendí hace tiempo que uno tiene que hacer todo lo que pueda
para cambiar las cosas en la dirección que uno cree que es la correcta,
pero Roberto, también aprendí que uno no tiene toda la responsabilidad.
***
La primera vez que Monseñor Romero tuvo que mirar a los ojos de
familiares de víctimas de una masacre perpetrada por la Guardia Nacional
fue el domingo 22 de junio de 1975, seis meses después de haber tomado
posesión como obispo de Santiago de María. Sucedió en el cantón Tres
Calles del municipio de San Agustín, departamento de Usulután, lugar en
el que el día anterior unos 40 agentes se habían presentado a la 1 de
madrugada y habían asesinado a sangre fría a seis campesinos -José Ostorga,
sus tres hijos, dos vecinos- de una comunidad eclesial de base. La noticia
había llegado a oídos de Monseñor Romero el propio sábado, y el domingo
se desplazó hasta Tres Calles. Tras verificar en persona lo sucedido, decidió
escribir dos cartas para explicitar su inconformidad: una dirigida al presidente
de la República, su amigo el coronel Arturo Armando Molina; y la otra,
a los obispos salvadoreños. Pero se negó a denunciar públicamente lo
ocurrido.
-Tuvimos una gran discusión ese día, bastante fuerte, porque nosotros
decíamos que había que denunciar la masacre, y él sostenía que no, que
la Iglesia tenía que actuar por caminos más discretos -dice Héctor.
***
15
Héctor amaneció el 18 de marzo de 1977 en Bélgica, donde vivió varios
años y cosechó una licenciatura y una maestría en Economía por la
Universidad Católica de Lovaina. Abordó un avión y cruzó el océano
Atlántico junto a toda su familia, esta vez con la firme intención de radicarse
definitivamente en El Salvador. Eran años sin internet ni televisión por
satélite, pero Héctor se había esforzado por no desconectarse de la
realidad salvadoreña. Sabía que a Óscar Arnulfo Romero, un viejo conocido
suyo, lo habían nombrado arzobispo de San Salvador hacía un mes. La
elección no le había hecho gracia porque él era de los convencidos de que
el indicado para el puesto era monseñor Rivera Damas.
Seis días antes de aquel encuentro en las alturas habían acribillado al padre
Rutilio Grande. Reunido el martes 15, el clero había aprobado en asamblea
y de forma abrumadora la idea de oficiar en Catedral metropolitana una
misa única. Monseñor Romero respaldó la petición, algo que escandalizó
sobremanera al Gobierno del coronel Molina y a Gerada, quien apenas
unas semanas atrás había sido su principal promotor.
-La relación con monseñor Gerada era tensa -recuerda-, creo que porque
él nunca entendió lo que pasaba en este país ni la honestidad de Monseñor
Romero. Él era de ese sector de la Iglesia para el que la tranquilidad es
lo más importante, sin importar el costo.
***
20
El 22 de enero de 1980 las calles de San Salvador acogieron la manifestación
más multitudinaria jamás vista en el país. Héctor se atreve a calificarla
como la más grande jamás vista en Centroamérica. Estimaciones
conservadoras cifraron en 250,000 las personas que respondieron a la
convocatoria realizada por la Coordinadora Revolucionaria de Masas, el
más firme intento por unificar el crisol de movimientos sociales en que
estaba fraccionada la izquierda salvadoreña.
-Nunca se había visto algo así -dice-, y yo, honestamente, pensé que con
esa manifestación iban a intentar tomarse Casa Presidencial.
Fue tanta la afluencia que mientras algunos aún esperaban salir desde el
monumento al Divino Salvador del Mundo, otros estaban ya frente a la
catedral, donde se dice que comenzaron los disparos. Monseñor Romero
registró sus impresiones en su diario personal: “A la altura del Palacio
Nacional se inició un tiroteo que desbandó esta preciosa manifestación -
preciosa manifestación, dice-, que era una fiesta del pueblo”. Para finales
de enero su apoyo tácito a las organizaciones populares, y por extensión
a sus reivindicaciones, tenía a la base el desencanto acumulado hacia la
Junta Revolucionaria de Gobierno, de la que en ese momento Héctor era
uno de los cinco integrantes. Aquel día, los principales funcionarios de
Gobierno siguieron los acontecimientos encerrados en Casa Presidencial.
Después de que las radios reportaron el tiroteo, Héctor y Monseñor
Romero hablaron por teléfono.
Sí pudo ser.
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-Yo soy una persona muy tranquila, pero verdaderamente reaccioné con
mucha violencia ese día -dice-. Creo que los militares nos estaban viendo
la cara.
***
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refugiaron en templos o edificios cercanos y varios miles sin dispersarse
se fueron a proteger ordenadamente en el recinto de la universidad
nacional. […] 9.) Toda la información radial de estos acontecimientos fue
controlada por el Gobierno, quien ordenó que se mantuvieran por más
de 48 horas las emisoras de radio en cadena nacional, difundiendo solo
la versión oficial. 10.) La prensa nacional publicó solo fotografías de los
manifestantes que andaban armados, pero no de las actitudes de la derecha
y de la Guardia Nacional que los agredió.
***
-Desde hace mucho tiempo tengo el guión hecho para escribir un libro
algún día, pero debo confesarte, Roberto, que me cuesta mucho hablar
de estas cosas.
***
En realidad, el país sí fue hacia algún lado: directo a un precipicio del que
tardaría más de una década en salir. Héctor se exilió, y desde la lejanía
vivió el principio del fin: tan solo durante el primer año de exilio asesinaron
al arzobispo, asesinaron al rector de la Universidad de El Salvador, violaron
y asesinaron a cuatro religiosas estadounidenses, torpedearon cualquier
posibilidad de diálogo con la tortura y el asesinato de seis dirigentes del
FDR, la guerrilla lanzó la Ofensiva final, se creó el Batallón Atlacatl…
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Socorro Jurídico del Arzobispado cifró en más de 28,000 los asesinatos
de civiles tan solo en 1980 y 1981.
Tras aquel último encuentro, Héctor voló hacia México, solo, y nunca más
volvió a ver a Monseñor Romero. Pero su esposa Gloria sí visitó al
arzobispo el 12 de marzo y le facilitó el número de teléfono de la casa en
la que se hospedaba su marido. También ella le pidió consejo: la Policía
de Hacienda ya había ido a buscarla a su lugar de trabajo.
-Gloria, también usted debe de irse -le aconsejó-. Si se queda aquí, la van
a matar.
-El que está en peligro de que lo maten es usted -le respondió.
-Pero usted está casada y tiene hijos, y yo soy obispo. Usted tiene que
irse, y yo me tengo que quedar.
Gloria también voló a México, lo hizo con boleto de ida y vuelta. Los hijos
se quedaron en principio en El Salvador. El jueves 20 de marzo, Monseñor
Romero tomó el número telefónico que la esposa le había dejado y lo
marcó.
-Me acaban de hablar de San Salvador -le dijo-, solo cuelgo y lo llamo a
usted. No le puedo dar detalles porque ahora no sé más, pero acaban de
matar a Monseñor Romero.
***
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la autoridad moral para llamar al diálogo. Quienes lo mataron quisieron
matar la voz de la conciencia de un país entero. Quisieron matar la
honestidad.
***
***
-En esa ocasión solo les dije quién era Roberto d'Aubuisson.
-¿Y quién era Roberto d'Aubuisson? -pregunto.
-También lo conocí bien. Era un poquito menor que yo y siempre fue un
pistolero, desde que tenía 16 años, borracho y pistolero. Y siguió siendo
borracho y pistolero toda su vida.
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Ricardo URIOSTE Bustamante
El vicario general
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Aquella mañana Monseñor Romero y sus dos acompañantes llegaron con
tiempo a la plaza de San Pedro y se mezclaron entre la multitud. Era 25
de junio de 1978, su último domingo en Roma antes de que los tres
emprendieran viaje de regreso a El Salvador. No se habría perdonado
dejar de rezar el Ángelus junto al papa Pablo VI, que cuatro días antes lo
había recibido en una cálida audiencia privada. El Papa se asomó al balcón
cuando aún faltaban unos minutos para mediodía y sorprendió a todos
con unas sentidas palabras sobre Mauro Carassale, un niño de 11 años
secuestrado dos meses atrás.
Monseñor Romero escuchó con atención las palabras de Pablo VI, las
rumió en silencio, y concluyó que el mensaje iba de alguna manera dirigido
a él. Fiel a su parquedad, no comentó nada a sus acompañantes: el obispo
de Santiago de María, Arturo Rivera Damas; y Ricardo Urioste, el vicario
general de la arquidiócesis.
***
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Ricardo Urioste Bustamante nació el 18 de septiembre de 1925 en San
Salvador, en una casa situada sobre la avenida Independencia, que entonces
era una elegante calle que servía como puerta de entrada a la capital. Hijo
de Adrián y de Amada, y hermano menor de sus dos hermanas, la familia
Urioste no nadaba en la abundancia, pero tampoco pasaba apuros, ni
siquiera cuando en 1928 falleció Adrián, un aplicado contador que trabajaba
para la International Railways of Central America, la empresa que operaba
el ferrocarril.
Amada era muy religiosa, fue terciaria franciscana, y Urioste desde niño
se vio tentado por la idea de convertirse en sacerdote. La posibilidad se
presentó casi por casualidad cuando tenía 11 años, en un día de clases
cualquiera en el colegio marista donde estudiaba.
Entre 1967 y 1974 Monseñor Romero vivió en San Salvador, pero los
contactos entre ambos fueron mínimos, por no decir nulos. “Él vivía como
aislado, no se mezclaba mucho con el clero”, recuerda Urioste ese período.
***
“¿Quieres café o no?”, me pregunta Urioste. Es esta una mañana de agosto
de 2010, y estamos sentados en el jardín de su casa, en la colonia Roma
de San Salvador, alrededor de una vieja mesa forjada. La espesura que nos
rodea la preside un vigoroso palo de aguacate. Por el tronco, salpicado
de musgo, ayer descendieron dos ardillas, miraron con descaro a los
intrusos y se subieron. “Son muy trabajadoras, hasta los cocos de esas
palmeras han aprendido a abrir”, comentó Urioste al percatarse de mi
asombro.
Además del recipiente con café y de las tazas, sobre la mesa forjada hay
un cenicero con cabuyas -a sus 84 años conserva el vicio del cigarro- y
un montón de revistas y libros apilados. Dos llaman mi atención: uno es
Don Quijote de la Mancha; el otro, una edición en inglés de El precio de la
gracia, de Dietrich Bonhoeffer, un teólogo alemán que también fue asesinado
por la intransigencia; en su caso, encarnada por el nazismo. Bonhoeffer y
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Monseñor Romero tienen en común algo más que la admiración de Urioste.
A los dos les erigieron una estatua en la Galería de los Mártires del Siglo
XX que decora unos de los pórticos de la abadía de Westminster, en
Inglaterra. Están el uno junto al otro, como si alguien hubiera querido que
se contaran sus intimidades para toda la eternidad.
***
Admiración que suena muy sincera, a pesar de que en esta larga entrevista
por momentos me dará la impresión de que la relación entre ambos nunca
abandonó el ámbito de lo estrictamente profesional.
***
31
las ideas progresistas surgidas del Concilio Vaticano II y de la conferencia
de obispos latinoamericanos de 1968 en Medellín, Colombia.
-Recuerdo -me dice- algo que monseñor Rivera Damas me confió antes
de morir: poco tiempo antes de que en Roma decidieran quién sería el
arzobispo, a él le dijeron que necesitaban a alguien menos crítico con el
Gobierno, y por eso escogieron a Romero. Yo siempre digo que cuando
la Iglesia se deja llevar por motivaciones humanas, el Espíritu Santo hace
otra cosa, ¿verdad?
-Monseñor fue alguien que siempre, desde joven, fue viendo qué es lo que
Dios pedía de él, y poco a poco Dios lo fue llevando por los caminos que
lo llevó. Yo siempre comparo esto con lo que ocurre con Jesús y el ciego
de nacimiento al que cura en Betsaida. El Señor le toca los ojos -y Urioste
gesticula como si fuera él quien está sanando-, y le pregunta que si ve, y
el ciego le dice: veo a los hombres como árboles que caminan; o sea, que
no estaba viendo bien. Entonces, el Señor le vuelve a tocar los ojos y le
pregunta de nuevo que si ve. Y el ciego le dice: ahora veo perfectamente.
Algo así ocurre en la vida de Monseñor. Él fue siempre muy cercano a los
pobres y con una gran sensibilidad, pero los veía como personas a las que
había que tratar paternalmente. Pero el Señor le va tocando los ojos para
que vaya viendo por qué son pobres, por qué están en esa condición,
cómo hay que escucharlos y verlos.
-¿Y cuándo le tocó los ojos al punto de cambiarle de forma tan radical?
-Yo creo que se los va tocando desde San Miguel, y sobre todo cuando
es obispo de Santiago de María. Considero que esos años en Santiago de
María le sirvieron muchísimo para ir viendo de otra manera a los pobres,
a tal grado que cuando regresa a San Salvador nosotros ignorábamos la
apertura que había tenido.
***
32
Enviado por la Santa Sede, el cardenal brasileño Aloísio Lorscheider aterrizó
el último día del año 1979 en el aeropuerto de Ilopango en calidad de
visitador apostólico. Monseñor Romero y Urioste fueron a recibirlo.
Lorscheider llegaba con la misión expresa de investigar quién era el causante
de la tensa relación que se vivía al interior de la Iglesia. Para ello se marcó
una apretada agenda de entrevistas con distintos personajes, tanto defensores
como detractores de Monseñor Romero. “Eran muchos los que no lo
soportaban, entre ellos también hombres de Iglesia”, escribiría años después
Lorscheider.
-Y ahí estaba él, solo, hincado en la tercera banca del lado izquierdo. Yo
me acerqué y le dije: Monseñor, los señores le están esperando. Sí, ya voy,
me dijo. Pienso que fue a consultar con Dios qué contestarles.
***
Finalmente, un llamamiento a la oligarquía. Les repito lo que dije la otra
vez: no me consideren juez ni enemigo. Soy simplemente el pastor, el
33
hermano, el amigo de este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus
hambres, de sus angustias, y, en nombre de esas voces, yo levanto mi voz
para decir: no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen
morir de hambre a los demás. Hay que compartir para ser felices. El
cardenal Lorscheider me dijo una comparación muy pintoresca: hay que
saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos. Creo que es
una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los anillos se expone
a que le corten la mano, y al que no quiere dar por amor y por justicia
social se expone a que se lo arrebaten por la violencia.
***
34
-¿Le afectó su muerte? -pregunto.
-Si me preguntas que si lloré cuando lo vi muerto, la respuesta es no, no
lloré. Lo sentí mucho, me impactó enormemente, estaba tristísimo, pero
en cierto sentido, como yo estaba seguro de que su sucesor iba a ser
monseñor Rivera, eso me alentó mucho.
-¿Cómo estaba tan seguro si la decisión dependía de Roma?
-No quiero entrar en detalles de las gestiones que hice como vicario
capitular, pero en ese momento pensé que el país necesitaba con urgencia
un obispo con todos los poderes. Entonces, fui con el nuncio y le dije:
mire, monseñor, yo estoy dispuesto a dejar de ser el vicario capitular y
sugiero a monseñor Rivera como obispo encargado mientras la Santa Sede
nombra a alguien. Y accedió, escribió a Roma para proponerlo, y se aprobó.
Arturo Rivera Damas, obispo de Santiago de María, el único entre los seis
que integraban la Conferencia Episcopal que no se había opuesto a
Monseñor Romero, tomó las riendas de la arquidiócesis a las pocas semanas,
con la venia del nuncio Gerada. En febrero de 1983, pocos días antes de
la visita del papa Juan Pablo II, fue nombrado arzobispo de San Salvador,
con lo que se cerró el plan diseñado por Urioste.
***
Me responde con una mirada y una risotada sorda, y saca su agenda, una
del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, para ver qué otro día podemos
continuar la entrevista. Pero antes le pido que por favor me aclare algo
importante.
***
35
-¿Que si lo manipularon? Sí, ¡claro que Monseñor fue manipulado! Lo
manipuló Dios, que hizo con él lo que le dio la gana. Yo de eso estoy
convencido, pero convencidísimo, como dogma de fe.
Su vicario general fue uno de los más firmes soportes dentro de la curia
arzobispal durante el agitado trienio al frente de la arquidiócesis. No era
amistad lo que los unía, pero sí una relación basada en el respeto y en la
confianza. Urioste cree tener identificado el momento que simboliza su
cambio de talante hacia Monseñor Romero. Fue durante el viaje a la Santa
Sede que emprendieron los dos solos a finales de marzo de 1977 para
explicar la polémica decisión de la misa única. Recién llegados a Roma, se
hospedaron, y al poco Monseñor Romero golpeó la puerta de su habitación
para invitarlo a dar un paseo. Ni el cansancio acumulado le impidió negarse.
Llegaron a la basílica de San Pedro y, frente al altar de la confesión, el
arzobispo se arrodilló, y Urioste hizo lo mismo.
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SALVADOR Barraza Ascencio
El amigo
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Aquel sábado Monseñor Romero estuvo reunido en el Hospital Divina
Providencia con dos de sus más estrechos colaboradores, el padre Rafael
Moreno y el padre Francisco Estrada, jesuitas los dos. Primero había
atendido a dos coroneles de la Fuerza Armada en una conversación cordial
pero en la que no faltaron reproches, para luego quedarse solos los tres,
ordenando ideas para la homilía del día siguiente. Estaba claro que no sería
una más, que el país entero estaría más pendiente que lo acostumbrado
de sus palabras. Era 20 de octubre de 1979, y la homilía que afinaban iba
a ser la primera después del golpe de Estado.
No lo tuvo que repetir dos veces. Salvador se vistió, manejó su carro hasta
Santa Tecla, recogió los papeles, desde allí se dirigió hasta el Hospitalito,
se los entregó a su amigo, y se regresó a la casa, cerca de la Terminal de
Occidente, sin que ocurriera inconveniente alguno. Salvador volvió a la
cama, y Monseñor Romero siguió trabajando en soledad hasta las 4 de la
madrugada.
***
Salvador vive hoy en la colonia Buenos Aires del barrio San Jacinto de San
Salvador. El dinero que entra en la casa es poco, muy poco, y casi todo
lo aporta su esposa Marta. Él trabaja como vendedor de mobiliario escolar,
pero gana a comisión, y la venta está mala, nula en los últimos meses.
***
La primera vez que dice haber visto a Monseñor Romero fue en una misa
vespertina en la catedral de San Miguel, ciudad a la que viajaba con frecuencia
a petición de los padres redentoristas, para los que trabajaba. En una
ocasión, recién llegado desde San Salvador, Monseñor Romero le ordenó
que se durmiera un rato porque en unas horas saldría de regreso a la
capital.
-El negocio iba bien, tenía clientela hasta en Guatemala y Honduras -dice
ahora con nostalgia-, pero luego se puso duro. Con el terremoto del 86
y con la guerra muchos negocios desaparecieron, y eso también le pasó
al mío.
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-Pero yo no era su motorista -aclara, consciente de que muchas veces lo
han presentado equivocadamente así-. Como arzobispo él tenía su motorista
asignado, pero para la cosas de confianza me buscaba a mí, y también yo
me encargaba de que saliera a distraerse, porque tenía mucha tensión.
Íbamos seguido al mar, siempre andábamos hamacas en el baúl.
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y de otros llegados de distintos países de la región. Como maestro de
ceremonias eligió a su amigo, el padre Rutilio Grande. La celebración se
realizó en el gimnasio del Liceo Salvadoreño y fue realmente multitudinaria.
Entre los cientos de invitados estaba Salvador, pero apenas pudieron
hablar.
***
Ese carácter suyo le dio problemas durante las más de dos décadas que
trabajó en la diócesis de San Miguel, sobre todo con los demás curas. En
1967 lo trasladaron a San Salvador para trabajar en la Conferencia Episcopal
y, salvo el caso paradigmático del padre Grande, tampoco logró entablar
grandes amistades con sacerdotes en la capital. Los siete años hasta su
partida hacia Santiago de María se recuerdan como años de escasa
interactividad en los espacios comunes del seminario, donde residía, e
incluso años de recelos y fuertes confrontaciones públicas con otros
religiosos, en especial con el numeroso grupo de jesuitas aglutinados en
torno a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).
Salvador no se libró de los arrebatos. Una vez que tenían que mañanear
para viajar a Guatemala, Monseñor Romero se presentó temprano en la
casa de su amigo para comprobar que aún no se había despertado. Salvador
saltó de la cama cuando su esposa le dijo que lo esperaban en la puerta,
se vistió en un santiamén y sin desayunar siquiera se subió en el carro y
41
lo puso en marcha. Sobre la carretera Panamericana, a la altura del municipio
de El Congo, obligó a Salvador a detener el carro en una gasolinera y le
ordenó que se bañara.
-Lo bueno es que con Monseñor era como cuando los cipotes se pelean,
que rápido se les olvida. Él no ocupaba su cabeza en esos pleitos.
***
***
***
42
Era madrugada, pero Monseñor Romero seguía despierto en su casa del
Hospitalito cuando escuchó en el techo unos ruidos a los que en un
principio no dio mayor importancia. La cosa cambió cuando, amplificado
por el silencio de la madrugada, un golpe seco estremeció toda la casa, y
esta vez sí que se asustó como se asustaría alguien que está amenazado
de muerte.
A Monseñor Romero no le gustaba hablar más de lo necesario sobre las
amenazas que recibía. Ni siquiera con su amigo Salvador. Ni siquiera cuando
estaba solo frente a su grabadora. Pero fueron muchas y variadas, y cada
cual más explícita. “Usted, monseñor, está a la cabeza del grupo de clérigos
que en cualquier momento recibirán unos 30 proyectiles en la cara y en
el pecho”, decía una nota firmada por un grupo paramilitar llamado
FALANGE en mayo de 1979. “Esta unión patriótica lo condena a muerte,
igual que hemos matado a tanto cura comunista”, decía otra carta, apadrinada
esta por la Unión Guerrera Blanca, también escuadroneros.
Para septiembre de 1979 la certeza de que su vida corría peligro era tal
que incluso el Gobierno del general Humberto Romero, con quien
Monseñor Romero nunca tuvo contacto alguno para explicitar su rechazo
a la represión de los cuerpos de seguridad estatales, le ofreció guardaespaldas
y hasta un carro blindado. No los aceptó: “Sería un antitestimonio pastoral
andar yo muy seguro mientras mi pueblo está tan inseguro”.
-Vaya, hoy sí que ya estuvo -debió pensar tras escuchar los ruidos en su
techo.
Asustado pero firme, salió de la casa para averiguar qué ocurría. Respiró
aliviado cuando vio unas ardillas que habían dejado caer unos aguacates
del palo que hay junto a la casita. Agarró del suelo un par de los aguacates
y se refugió. A la mañana siguiente, antes del desayuno, contó lo ocurrido
a las hermanas carmelitas.
-Mire, madre Lucita, fíjese que casi no pude dormir en toda la noche, pero
aquí le traigo el cuerpo del delito -y le entregó los aguacates y una sonrisa.
***
Fue Salvador quien lo llevó hasta Calle Real, y en esa ocasión los acompañó
Eugenia, la esposa. Ellos tres más los tres hijos de la pareja habían almorzado
antes en la casa, habían visto juntos televisión y hasta había sobrado algo
de tiempo para que el invitado durmiera un rato la siesta. Al cantón llegaron
cuando faltaban unos minutos para las 4, justo para el inicio de la misa en
la que confirmaron a un buen número de jóvenes. Al finalizar, hubo pláticas
con los campesinos, entrega de víveres para el Hospitalito y se tomó
alguna que otra fotografía con los recién confirmados.
Entre unas cosas y otras les atardeció en el cantón Calle Real. Se despidieron
de los pobladores, se subieron al carro, Salvador lo puso en marcha y los
tres regresaron a la casa familiar. Allí cenaron sin saber que sería la última
cena.
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Eva del Carmen Menjívar, EVITA
La monja
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Es sábado, casi domingo, pero el parque central de Aguilares es un
hervidero. Parece que todos quieren ver de cerca los tres cadáveres que
yacen en un pasillo del convento, cerca de la iglesia El Señor de las
Misericordias. Los ametrallaron poco antes de las 5 de la tarde, cuando
se dirigían en un Volkswagen Safari blanco hacia El Paisnal, un pequeño
pueblo a no más de diez minutos en carro desde aquí. Nelson Lemus era
un acólito de apenas 16 años al que le gustaba repicar las campanas y del
que se dice que sufría ataques de epilepsia; tiene cinco balazos. Don Manuel
Solórzano, el mayor de los tres con sus 72 años, era uno de los más activos
colaboradores de la parroquia; presenta 10 perforaciones. El tercer cuerpo,
de un hombre fornido de 48 años de edad, es el del párroco, y los 18
orificios de bala son la prueba de que se ensañaron con él. Se llamaba
Rutilio Grande, el padre Rutilio Grande.
A los tres los tienen sobre unas mesas y semi-envueltos nomás con sábanas
blancas, para que todos los vecinos de Aguilares, de sus cantones y de los
cantones de los pueblos vecinos vean qué les han hecho. Una de las balas
atravesó el cráneo del padre Grande y, aunque han transcurrido casi siete
horas, todavía sangra. A la hermana Evita le parece demasiado, pide una
toalla al padre Salvador Carranza, otro de los jesuitas presentes, y comienza
a pasársela por la cabeza. En ese momento el silencio se torna más
silencioso. Entran dos obispos. Uno es Monseñor Romero y aparece
vestido de riguroso negro. El sacerdote que está acribillado sobre la mesa
es su amigo. Se acerca ensimismado, desconcertado, y de inmediato
reconoce a la mujer que limpia el rostro con delicadeza, como si limpiara
la estatua de un santo.
***
46
Secundina Brizuela, fue una maestra de escuela profundamente religiosa
a la que el matrimonio confinó en su hogar. Eva del Carmen, Evita, tuvo
cuatro hermanas y cinco hermanos, toda una prole que le garantizó juegos
en la infancia, pero que no impidió que, en la transición a la adolescencia,
La Laguna le pareciera un lugar demasiado rural como para labrarse un
futuro allí. Solo se podía estudiar hasta tercer grado y, en un hogar en el
que el dinero no sobraba, una de las pocas opciones reales para huir era
hacerse monja. Con 15 años llegó a la ciudad de Santa Tecla a conocer
el colegio Belén, que administraban y sigue administrando las Hermanas
Carmelitas de San José.
-Son la única congregación de aquí, salvadoreña, y a mí eso me llamó la
atención -dice Evita.
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o dejábamos la labor pastoral o nos salíamos. Además, nos lo pidieron
cuando más dura estaba la represión. Irme de Guazapa habría sido lo más
fácil, pero…
-Optó por salirse.
-Sí, aunque no fue tan sencillo. Lo hablamos mucho con Monseñor, nos
pidió que lo meditáramos, incluso hicimos un retiro en Apulo. La decisión
nos tomó meses, pero él siempre nos apoyó.
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siendo torturados; sin embargo, el nombramiento también fue una decepción
para ella.
***
***
50
Dentro de dos días escribirá una carta también al presidente Molina, pero
el tono será este otro: “Me dirijo a usted para manifestarle que surgen
en torno a este hechos unas serie de comentarios, muchos de ellos
desfavorables a su Gobierno. Como aún no he recibido el informe oficial
que usted me prometió telefónicamente el sábado por la noche, juzgo de
suma urgencia que usted ordene una investigación exhaustiva de los hechos.
[…] La Iglesia está dispuesta a no participar en ningún acto oficial del
Gobierno mientras este no ponga todo su empeño en hacer brillar la
justicia sobre este inaudito sacrilegio que ha consternado a toda la Iglesia”.
Algo está ocurriendo esta noche. El padre Jon Sobrino, también presente
en la vela del padre Grande, describirá años después muy gráficamente
lo que a su juicio hoy le sucederá a Monseñor Romero. Se le cayó la venda
de los ojos, dirá.
***
Cuando uno plantea hoy este tema, hay quien prefiere pasar de puntillas,
quizá para evitar retratarse como lo que fueron: personas que durante
semanas o meses creyeron que Monseñor Romero era un traidor. Por
eso, como periodista se agradece tanto la naturalidad con la que Evita
admite que la izquierda política cometió con él gruesos errores, errores
que algunos ahora tratan de ocultar o redimir con estatuas y palabras de
falsa admiración.
51
-Con eso de la Junta de Gobierno -admite Evita-, hubo organizaciones que
le mandaron cartas fuertes. Le decían que cómo era posible que estuviera
apoyando eso.
***
Entre los presentes persisten dudas sobre cómo actuará Monseñor Romero
ante los tres cadáveres, y seguramente él también las tiene. Es la máxima
autoridad eclesiástica presente en Aguilares, pero su actitud se limita a
escuchar sin proponer. Una pregunta atormenta su cabeza: ¿qué debe
hacer la Iglesia después de esto?
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consciente de que lo planteado redefiniría el rol de la Iglesia en una sociedad
tan polarizada como lo es la salvadoreña, y quiere escuchar las opiniones
de todas las tendencias que hay en el seno de la Iglesia, no solo las de los
jesuitas.
***
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María de la LUZ Cueva Santana
La superiora
54
El arzobispo de San Salvador no vivía rodeado de mármoles importados
ni de sedas ni de fijas vajillas ni de oro. La casa en la que pasó sus últimos
años, ubicada en los terrenos del Hospital Divina Providencia, eran apenas
tres cuartuchos sin estridencias, de paredes repelladas y baldosas humildes,
sin esculturas ni cuadros ostentosos, con clósets en vez de armarios, con
ducha en lugar de tina. El mobiliario de su dormitorio-oficina era parco:
un colchón individual, un viejo escritorio sobre el que descansaba una
máquina de escribir, un gavetero, su infaltable radio-grabadora y una fea
mecedora metálica. Lo más cercano al lujo que había en ese hogar era una
hamaca, que a Monseñor Romero le gustaba cruzar de esquina a esquina
en el cuartucho de la entrada.
-Alguna vez -recuerda madre Lucita- nos dijo que este Hospitalito era su
Betania.
***
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tensiones entre la Iglesia católica y un Estado de vocación laica. La Guerra
Cristera, que en la segunda mitad de los años 20 enfrentó al Gobierno
contra milicias que cuestionaban las medidas para restringir la autonomía
de la Iglesia, tocó a la familia Cueva-Santana: Lucio sufrió persecución por
sus simpatías hacia la causa cristera. Sin embargo, ni esta activa militancia
logró que le entusiasmara la idea de que Luz y otra hermana menor
quisieran ser monjas. Eran otros tiempos, antes del Concilio Vaticano II,
y vestir un hábito era con frecuencia sinónimo de despedirse de por vida
de la familia. Para evitarlo, Lucio hizo a un lado su faceta de sobreprotector
y a las dos las envió a Tijuana, a casa de la hija mayor, casada ella, con la
idea de que salir de Tecolotlán les hiciera abandonar su vocación.
-Pero no se pueden burlar los planes de Dios -dice madre Lucita-, y allá
adonde nos mandó para que conociéramos mundo, allá conocí la
congregación.
Muy cerca de la casa de la hermana había un convento de las Carmelitas
Misioneras de Santa Teresa. Fue cuestión de tiempo que sus deseos
cristalizaran, y el 10 de marzo de 1952, a los 28 años de edad, María de
la Luz Cueva se convirtió en la hermana Luz Isabel.
-Yo soy algo rebelde y en el San Rafael no teníamos libertad, así que me
propuse hacer un lugar para atenderlos con mayor dignidad.
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Tanto el hospital como el orfanato son hoy las dos principales cartas de
presentación en El Salvador de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa.
Madre Lucita no oculta su satisfacción cuando los menciona, quizá porque
todavía son parte de su vida; ni su avanzada edad es un obstáculo para
seguir pendiente de lo que ayudó a realizar. Las entrevistas para esta
semblanza, de hecho, me las concede en el Hogar para Niños, donde ella
vive. Con 87 años, la osteoporosis le obliga a auxiliarse de una silla de
ruedas cuando quiere desplazarse, pero mantiene una mirada poderosa
y una lucidez envidiable.
***
Madre Lucita es la última entre las carmelitas que más convivieron con
Monseñor Romero. Falleció ya la hermana Virginia, la cocinera conocedora
de un sinfín de remedios caseros a los que el ilustre inquilino se sometía
con frecuencia. También la hermana Socorro, la principal responsable del
cuidado de los enfermos; y la hermana Francisca, la que después de la
homilía dominical solía llevarle un termo con té de hojas de naranjo.
También murió la hermana Teresa, algo así como su secretaria y confidente
ocasional, dicen que la más cercana, la que tantas veces tuvo que soportar
la tosquedad de Monseñor Romero.
-Como seres humanos, siempre habrá un momento en que manifestemos
flaquezas.
-Y usted -le pregunto a madre Lucita-, ¿cree que Monseñor Romero es
santo?
-No tengo dudas.
-¿Por qué tan convencida?
-Porque lo conocí y sé que quienes hablan mal de él es porque no lo
conocieron. Era un hombre de una fe y de una oración muy profundas.
Todo lo que hacía lo consultaba con Dios antes, arrodillado, para que le
diera sabiduría y le dijera qué tenía que hacer. Fue, además, un santo muy
humano.
-Que se enojaba, como nos ocurre a todos…
-Cristo, que era Dios y hombre a la vez, también tuvo sus momentos de
enojo, como cuando tiró las ventas de los mercaderes, les regañó y les
gritó. Ahí se ve que, como humano, nadie se escapa de tener reacciones
negativas, si es que se pueden calificar así.
La dualidad en su carácter. Por un lado, la persona áspera y de trato difícil.
Por el otro, el altruismo y la bondad infinitas, que madre Lucita ejemplifica
en las horas incontables que pasaba en compañía de los internos del
Hospitalito, casi todos ellos enfermos terminales de cáncer. Para todos
tenía una palabra de aliento. Le gustaba recurrir a una comparación entre
57
su situación y la de Jesucristo crucificado. La cama era como la cruz, les
decía antes de pedirles que ofrecieran sus dolores por la paz del mundo
o por la conversión de los pecados.
***
Aquella noche regresó radiante al Hospitalito.
Después de tres semanas fuera del aire, Radio YSAX, la emisora del
arzobispado, volvía a escucharse en todo el país. Monseñor Romero lo
supo cuando retornaba desde Jucuapa, Usulután, adonde había ido a oficiar
la misa de cuerpo presente por el padre Abdón Arce, un colaborador de
su época en Santiago de María. Resultó un domingo agitado aquel 17 de
junio de 1979. A las 8 de la mañana, misa en Catedral metropolitana;
luego, el largo viaje en carro a Jucuapa, para regresarse rápido a San
Salvador porque a las 4 tenía la misa de Corpus Christi. En esa segunda
homilía anunció que Radio YSAX volvía a escucharse, y lo hizo con tanto
entusiasmo que fue correspondido con una sonora ovación.
No es un secreto que Monseñor Romero se sentía cómodo delante de
un micrófono o de una grabadora. Basta señalar que su diario no era
escrito, sino que lo grababa en casetes. Introvertido y reservado en el
trato personal, se agigantaba cuando tenía que hablar en público, y quizá
ahí radicaba la importancia que otorgaba a los medios de comunicación
en general, y a la radio en particular. YSAX era la niña de sus ojos, y sufría
sobremanera cuando suspendía emisiones, algo que ocurrió con frecuencia
ora por atentados, ora por sabotajes mediante interferencias. El cierre
de mediados de 1979, sin embargo, se debió a problemas técnicos.
***
58
El 24 de noviembre de 1979 Monseñor Romero recibió una carta con
matasellos de Bélgica: la Universidad Católica de Lovaina le informaba que
le concedían el doctorado Honoris Causa. “Creo que debo aceptar, ya
que no se trata solo de un honor personal, sino un estímulo a una causa
que en la Iglesia necesita mucho apoyo”, consignó en su diario. La ceremonia
estaba fijada para el 2 de febrero de 1980.
-En el mundo de los pobres -dijo ante una audiencia entregada- hemos
encontrado a los campesinos sin tierra y sin trabajo estable, sin agua ni
luz en sus pobres viviendas, sin asistencia médica cuando las madres dan
a luz y sin escuelas cuando los niños empiezan a crecer. Ahí nos hemos
encontrado con los obreros sin derechos laborales, despedidos de las
fábricas cuando los reclaman y a merced de los fríos cálculos de la economía.
Ahí nos hemos encontrado con madres y esposas de desaparecidos y
presos políticos Ahí nos hemos encontrado con los habitantes de tugurios,
cuya miseria supera toda imaginación y viviendo el insulto permanente de
las mansiones cercanas. En ese mundo sin rostro humano, sacramento
actual del siervo sufriente de Yahvé, ha procurado encarnarse la Iglesia
de mi arquidiócesis. Y no digo esto con espíritu triunfalista, pues bien
conozco lo mucho que todavía nos falta que avanzar en esa encarnación.
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Pero lo digo con inmenso gozo, pues hemos hecho el esfuerzo de no pasar
de largo, de no dar un rodeo ante el herido en el camino sino de acercarnos
a él como el buen samaritano.
Por todo habló unos 40 minutos, y el aplauso fue tan extraordinario que
Monseñor Romero se sintió abrumado.
***
***
Cuando sonó el disparo, madre Lucita estaba sentada en una de las bancas
ubicadas entre el altar y la puerta lateral izquierda, a apenas 10 metros
de donde cayó Monseñor Romero. No había mucha gente: la capilla del
Hospitalito es pequeña y la inmensa mayoría de los asientos estaban
desocupados. La misa era por el aniversario de la muerte de Sara Meardi,
madre de Jorge Pinto, director del periódico El Independiente. Un evento
familiar, pues. Los testigos directos del magnicidio fueron pocos.
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Justo antes del estruendo, Monseñor Romero hablaba: “Unámonos pues,
íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por Doña
Sarita y por nosotros”. En este momento sonó el disparo… Su última
palabra fue “nosotros”. Estaba parado detrás del altar, a punto de iniciar
el ofertorio. Había comenzado a extender el corporal. Delante tenía la
copa con las hostias aún sin bendecir. El balazo lo hizo caer fulminado.
Apenas le dio tiempo para agarrarse con una mano al mantel. Lo arrastró
en la caída. La copa se volcó. Las hostias se desperdigaron sobre el altar
y el suelo. Cuando tiempo después pudo meditarlo, madre Lucita concluyó
que Dios ese día no quería el pan consagrado, sino su vida. El cuerpo
quedó tendido a los pies del Jesucristo crucificado. Casi nadie se acercó
de inmediato. Los más optaron por esconderse entre las bancas o huir
al sector derecho de la capilla. Algunas hermanas que estaban en el comedor
situado frente a la entrada principal corrieron hacia el altar. Madre Lucita
también se acercó. Lo vio boca arriba, inconsciente, la sangre saliendo a
borbotones por boca y nariz.
-Yo no sentí miedo, sentí indignación -dice-. Y lo que hice en ese primer
momento fue tratar de identificar al asesino entre los presentes.
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Quizá nunca se despejen esas dudas, como quizá nunca se sepa con certeza
quién disparó el arma. Pero ese disparo y ese momento forman,
indiscutiblemente, parte de la historia de El Salvador, de esa historia escrita
con tinta indeleble.
***
***
-A nosotras nos sentían como las personas más cercanas -dice-, y todos
creían que nos atenderían cualquier súplica.
62
-Entonces les dijimos a los obreros dónde estaban enterradas y, al sacarlas,
vimos que la caja de cartón se había destruido pero que la bolsa de plástico
estaba intacta. Cuál va siendo nuestra sorpresa que, al abrirla, ni mal olor
tenía. Y el color era como que acabaran de hacer una cirugía, hasta rosadito
se veía.
-¿Usted eso lo vio o se lo contaron? -le pregunto.
-No solo yo. Allí estábamos varias. Asombradas, incluso cortamos un
pedacito, lo pusimos en un frasco y se lo llevamos a monseñor Rivera
Damas. Luego supimos que se destruyó cuando el terremoto de 1986.
***
-Yo creo -me dice madre Lucita- que Monseñor ha trascendido tanto por
su sencillez. A él no le gustaba que se ocuparan de su persona ni que
hablaran de él ni que lo elogiaran ni nada de eso. Está ocurriendo -y ríe
levemente- lo que a él no le gustaba, que se está dando a conocer por
todo el mundo.
-Y siendo él como era, ¿cree que le hubiera gustado su canonización?
-No, por su humildad no le hubiera gustado, pero nadie imaginábamos la
trascendencia que iba a tener su muerte. Así son las cosas, Dios se encarga
de ensalzar a los humildes.
***
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no recibían niños pero se había construido lo suficiente como para que
se pudiera vivir allí, Monseñor Romero llegó a platicar con madre Lucita.
Ocurrió como las 11 de la mañana.
A los pocos días llegó una persona con un cheque generoso que evitó la
paralización de las obras.
-Monseñor intercedió -dice madre Lucita, los ojos vidriosos, como quien
cuenta algo de lo que está realmente convencido.
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Víctor HUGO RIVAS
El artista
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Hugo Rivas recuerda el día que la guerra tocó la puerta de su casa. Sucedió
en noviembre de 1989 durante la ofensiva Hasta el Tope. En el área
metropolitana de San Salvador los combates se sintieron con una intensidad
nunca antes conocida, siquiera sospechada, y la colonia Tazumal de
Cuscatancingo, donde Hugo Rivas residía junto su padre, su madre, sus
dos hermanos y su abuela, se convirtió en primera línea de frente. Tuvieron
el tiempo justo para escapar, primero a casa de unos familiares en la
colonia La Rábida de San Salvador, y desde ahí a un pueblo en la cordillera
del Bálsamo llamado Comasagua, donde permanecieron hasta que la Fuerza
Armada neutralizó la ofensiva. Hugo Rivas recuerda con detalles ese primer
encuentro con la guerra, a pesar de que era un niño de apenas 3 años de
edad.
Víctor Hugo Rivas Escobar nació el 17 de mayo de 1986, cuando Monseñor
Romero llevaba seis años enterrado en uno de los costados de Catedral
metropolitana. No trató con él, nunca lo vio en persona ni tampoco pudo
escuchar sus homilías por radio, pero de alguna manera el obispo mártir
no ha dejado de estar presente en su vida. Licenciado en Artes Plásticas
por la Universidad de El Salvador, Hugo Rivas es un joven artista y diseñador
con mucho que decir sobre Monseñor Romero. “La juventud tiene un
montón de problemas, y no me refiero a aspectos económicos, sino sobre
todo a aspectos familiares: la familia es una onda bien destruida”, me dirá
durante la entrevista cuando le pregunte por la falta de valores en la
sociedad salvadoreña. De sus palabras se infiere que un acercamiento
honesto -realmente honesto- a Monseñor Romero, a su obra y a su
ejemplo, podría contribuir a revertir esta situación.
-Vos naciste seis años después del asesinato, ¿de dónde te viene el interés?
-Creo que para un salvadoreño es casi imposible no haber oído sobre
Monseñor Romero alguna vez. Yo tuve la suerte de que en mi propia casa
siempre ha estado presente de una u otra forma: de pequeño mi papá me
echó la historia, y mi hermano Carlos, que es cinco años mayor y que está
muy empilado con Monseñor y tiene varios libros sobre él, también me
ayudó mucho a conocerlo.
-¿Y fuera del hogar?
-Forma parte de El Salvador, su rostro está pintado en paredes y todo
eso. Uno crece viendo su imagen, pero con un conocimiento muy superficial.
Salvo que uno se interese, creo que los de mi edad hemos crecido sabiendo
de Monseñor Romero como también se sabe que hubo una guerra, pero
sin que nadie en realidad nos hay explicado las causas y las razones.
-¿Cuándo diste vos ese paso? ¿Cuándo comenzaste a interesarte?
-Durante el bachillerato comencé a leer algunas de sus homilías.
-¿Ese interés es común en tu generación?
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-Dentro del arte sí he encontrado gente que se ha interesado, pero son
excepciones. Lo que sí pasa es que algunos que se consideran de izquierda
hablan mucho de Monseñor Romero, pero normalmente es una visión
muy panfletaria.
-¿Monseñor Romero es tema de conversación entre jóvenes?
-No, al contrario, creo que se percibe como una onda tri-aburrida. En
general, hay una especie de rechazo hacia todo lo relacionado con cualquier
iglesia.
-¿Creés que un joven tiene algo que aprender de Monseñor Romero?
-Yo también pasé por esa etapa en la que las cosas de la Iglesia me parecían
aburridas pero, ahora que tengo más compromiso en lo espiritual y que
he leído e investigado sus planteamientos, una de las cosas que más me
impacta es su compromiso. Yo he escuchado a muchas personas, tanto
católicas como evangélicas, que solo dan importancia a lo ritual, pero sin
vivir realmente lo que predican. Y Monseñor Romero lo vivía…
-¿El compromiso no debería definir a cualquier hombre o mujer de iglesia?
-Sí, debería. Alguien que dirige espiritualmente a otras personas debería
estar comprometido, pero eso no ocurre tan seguido.
-El Salvador es un país de memoria colectiva corta. ¿Cómo te explicás que
siga siendo un referente?
-Es curioso que la figura de Monseñor Romero siga vigente a pesar tantos
años de oposición oficial. Y el fenómeno, lejos de disminuir, sigue creciendo.
-¿Esa masificación no puede desembocar en banalización, como le sucedió
al Che?
-Quizá ya esté pasando eso, porque a mí no me parece que los valores y
el compromiso que él defendió estén hoy vigentes en el país tanto como
lo está su imagen, ni siquiera entre las personas que llevan puestas camisolas
con su rostro. En El Salvador rara es la colonia en la que no hay un mural
suyo, pero creo que en algunos casos su imagen se usa casi como una
decoración, algo estético, que se coloca sin detenerse a reflexionar sobre
los valores que él proponía. Tanto la Iglesia como el Gobierno deberían
reflexionar sobre si la simple promoción de una imagen genera o no
valores.
-En tu caso personal, ¿qué valorás en Monseñor Romero?
-Ya dije que, en primer lugar, su compromiso. Y en el aspecto netamente
cristiano, yo recuerdo una homilía en la que él se preguntaba en voz alta
por la devoción a la Virgen María, y él mismo se respondía diciendo que
la verdadera devoción no era rezarle tanto, sino incorporar su ejemplo
de rectitud en nuestras vidas, encarnar a Jesús en nuestra propia vida,
decía. Eso me impactó mucho, porque a mí me da a entender que él
prefería los cambios verdaderos a la devoción de rezos y oraciones.
***
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La Virgen María es el modelo y hacia ella, a parecerse a ella, se orienta el
trabajo de la Iglesia. El día en que cada católico se propusiera parecerse
a María como miembro de la Iglesia, ese día tendríamos la Iglesia soñada,
la Iglesia ideal.
***
La Virgen María fue venerada con devoción por Monseñor Romero desde
sus años en San Miguel. En su habitación del Hospital Divina Providencia
la decoración era mínima pero, colgado en una de las paredes, justo sobre
el escritorio en el que tenía su máquina de escribir, mandó colocar un
cuadro con una fotografía de la Virgen de la Paz. El culto y el respeto a
la madre de Jesucristo han terminado convertidos en uno de los principales
elementos diferenciadores entre la Iglesia católica y las distintas iglesias
evangélicas. El evangelicalismo minusvalora a la Virgen y también a los
santos, los ve como elementos que interfieren en el diálogo con Jesucristo.
Hugo Rivas nació en el seno de una familia católica, pero durante su
adolescencia optó por hacerse evangélico, hecho que le añade un ingrediente
adicional de peculiaridad a su relación con Monseñor Romero.
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-Pero tu visión de la santidad convertiría en santos a miles.
-Exacto. Hay mucha gente que vive en cantones y que nunca sale en
televisión, pero que vive en santidad. Yo así lo creo. La santificación
institucional quizá en sus inicios tuvo a la base la sana intención de ensalzar
vidas ejemplares, pero el problema, bajo mi punto de vista, es que al final
se venera a esas personas tanto o más que al propio Jesucristo.
-¿La canonización sería a tu juicio contraproducente?
-Contraproducente no, porque muchísima gente no ha esperado a lo que
diga Roma, y ya se venera como santo. Es un hecho. Pero yo siempre veo
el riesgo de que se deje a un lado lo principal, que es tener a Dios como
guía y como centro de todo.
***
69
de la misma pieza para donarlas a instituciones que trabajan por la memoria
histórica de Monseñor, como la Fundación Monseñor Romero o la
pinacoteca Roque Dalton de la Universidad de El Salvador. No serán
iguales, variarán algunos fragmentos del rostro y quizá los colores.
-¿Valorás positivamente haberte acercado a él también como artista?
-Sí tengo mucho que agradecer al hecho de haber ganado este certamen.
La imagen se movió un resto en las actividades del XXX aniversario. Me
sorprendió mucho, por ejemplo, verla impresa gigante en una presentación
de la Orquesta Sinfónica Nacional.
***
70
-No, nada que ver. Hay una situación real, y esto no es solo algo de los
jóvenes ni mucho menos, y es que se confunde la labor cristiana con la
caridad, pero ese es un mal enfoque. En la Biblia está ese conflicto entre
Pablo, que prioriza la fe, y Santiago, que dice que la fe sin obras de poco
sirve. Las iglesias no deben quedarse solo en los rituales, en los cultos,
algo que es muy importante, lo principal quizá, pero una iglesia no puede
callar ante la hipocresía de alguien que ora todos los días pero se desentiende
de los problemas de sus vecinos. Estoy convencido de que las iglesias
pueden hacer mucho más que caridad, mucho más que regalar un pan
dulce.
-¿Los jóvenes temen a Dios en este país?
-De todo hay. No creo que sea algo que se puede responder con un sí
o un no. Muchas veces se teme a Dios cuando uno está dentro de la iglesia,
pero afuera es otro rollo.
-¿Creés que muchos sentimientos nobles de juventud se pierden en la
medida que uno va cumpliendo años?
-Monseñor Romero fue muy explícito en ese punto. Si se tiene un
compromiso sincero con Dios, uno está dispuesto a hablar de Dios tanto
en un lodazal como en un hotel de lujo. En esos detalles es cuando la
gente aprecia si en un líder espiritual existe un real interés de ayudar.
***
71
-Sí, pasa mucho. Hay personas para las que estar en una u otra denominación
es cuestión de orgullo, y miran con superioridad a los demás.
-Partidos, gobiernos… ¿No creés que de alguna forma tratan de aprovecharse
del jalón que tiene Monseñor Romero?
-¡Por supuesto! Incluso nosotros, los artistas, muchas veces lo que hacemos
tiende a ser absorbido por ese mismo rollo. Pasa, pero ¿qué podemos
hacer?
-El presidente Mauricio Funes lo llamó guía espiritual de la nación.
-Guía espiritual no se es porque alguien te nombre, sino porque uno se
lo ha ganado. Y Monseñor Romero se respeta en la actualidad por lo que
hizo y por lo que dijo. De él a mí me impacta el simple hecho de que,
siendo la máxima autoridad de la arquidiócesis, llegara a los cantones más
perdidos y hablara con las personas más humildes. Y cuando visitás donde
él vivía, podés darte cuenta de que vivía en la austeridad. La gente aprecia
esas cosas, y por eso sigue siendo recordado hoy. Él solo se ganó el
respeto que tiene.
-De la misma sociedad de la que surgió Monseñor Romero también
surgieron sus asesinos.
-Cuando se tiene un grado de compromiso con Dios como él lo tuvo, no
se pueden dejar de señalar las injusticias, y el sector que se beneficia de
esas injusticias siempre va a sentirse señalado. Eso es inevitable, y sigue
pasando hoy: quizá ahora no asesinen a los que levantan la voz, pero
siempre se les trata de callar.
-¿Pensás que su mensaje sigue vigente?
-¡Claro! Y ojalá no fuera así, porque podría ser señal de que se hubieran
superado algunas situaciones de injusticia, pero el país es todavía muy
desigual. La guerra terminó, pero ni con la guerra se lograron superar las
injusticias.
-¿Creés que tus nietos vivirán en un mejor país que el que vos conocés?
-Para serte sincero, si yo tuviera la oportunidad de emigrar, lo haría. El
país ha tenido algunos avances, pero bastante primitivos. Los salvadoreños
aún estamos muy acostumbrados a la anormalidad en muchos aspectos,
y eso es algo terrible. Espero que sí, que mis nietos conozcan un país
menos desigual y sin tanta pobreza, un país que se parezca más al que
Monseñor Romero tenía en mente.
72
Rodrigo ORLANDO Cabrera
El obispo
73
La casita en la que Monseñor Romero vivió sus últimos años es hoy un
pequeño museo que alberga muchas de las pocas pertenencias de su
inquilino. Junto a la cama hay un archivero que cumple funciones de mesita
de noche, y sobre el archivero, un pequeño retrato del papa Pablo VI. No
deja de ser curioso verlo ahí si uno sabe que para cuando asesinaron a
Monseñor Romero el papa Juan Pablo II iba camino de cumplir 18 meses
de pontificado.
***
74
Este momento es que la Biblia hoy nos ha dicho: “Pablo subiendo a Jerusalén
y hablando con Pedro...” se realizaba en mi pobre vida, también yendo a
Roma y platicando con el nuevo Papa. Debió ser lo mismo que sacaba San
Pablo: tenemos que ir a sufrir, tenemos que ser malinterpretados, tenemos
que enfrentarnos con audacia a situaciones muy difíciles, pero vamos unidos
en esa comunión que nos conecta con aquel que ha sido puesto para ser
la autenticidad de la doctrina que Cristo ha traído al mundo.
-Soy paisano de Farabundo Martí -dice, y acompaña la frase con una sonora
sonrisa.
Pudo haber elegido otra profesión más lucrativa, pero sintió desde muy
joven que quería ser hombre de Iglesia y sus estudios de secundaria los
cursó en el Seminario San José de la Montaña. Los primeros recuerdos
sobre Monseñor Romero son precisamente en el seminario, cuando el
entonces padre Romero viajaba desde San Miguel para reunirse con los
seminaristas de su diócesis. Orlando pudo complementar su formación en
Chile y Argentina, donde estudió Teología y Filosofía gracias al apoyó
económico que le brindó la familia. Joven también, antes incluso de cumplir
los 24 años, tuvo lugar su ordenación, que se celebró el 6 de enero de
1962 en Santiago de María, ciudad a la que prácticamente ha estado
amarrado desde esa fecha.
75
de 1983. Orlando sucedió en el cargo a monseñor Rivera Damas, quien
a su vez había sucedido a Monseñor Romero.
***
-Sobre ese punto que me plantea, ¿cómo dice el dicho castellano? Honor
a quien honor merece, ¿no? -responde Orlando.
***
76
Duigan, en 1989 se estrenó Romero, una película de producción
estadounidense que aspiraba a recrear sus últimos años de vida. Una de
las escenas muestra el momento en el que Monseñor Romero es notificado
de su nombramiento como arzobispo. Juliá aparece en su cuarto vestido
con sotana blanca y se dispone a lavarse la cara cuando un obispo alto y
canoso, que al menos en un plano teórico debería encarnar al nuncio
Emanuele Gerada, llama a la puerta y entra en la habitación. Tras un breve
intercambio de palabras, Monseñor Romero lo invita a tomar asiento.
-Creo que el que debería sentarse eres tú -le dice Gerada-. Te han
nombrado arzobispo.
-Lo invitó varias veces a la diócesis -dice Orlando-. Recuerdo que lo llevó
a San Agustín y también a su pueblo, a Ciudad Barrios.
***
77
Los poco más de dos años que Monseñor Romero permaneció en Santiago
de María son un período lleno de contradicciones. Conoció la injusticia
y se solidarizó con los sufrientes, pero nunca quiso denunciar públicamente
la represión estatal, ni siquiera tras la masacre que la Guardia Nacional
cometió en el cantón Tres Calles. Implementó una pastoral social para
toda la diócesis, algo inexistente hasta su llegada, pero clausuró Los
Naranjos, el emblemático centro de formación de agentes de pastoral que
funcionaba en Jiquilisco. Cerró Los Naranjos porque se impartían enseñanzas
“avanzadas”, pero a su director, el padre pasionista Juan Macho, lo promovió
a vicario de pastoral. Se mostró reacio a todo lo que tuviera relación con
las ideas que surgieron en Medellín en 1968, pero envió a uno de sus
párrocos, a Orlando, a estudiar Teología pastoral precisamente a Medellín.
Cuestionó con dureza las cristologías progresistas en la importante homilía
del 6 de agosto de 1976 en Catedral metropolitana, pero organizó unas
jornadas de estudio sobre la reforma agraria con expositores de la
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la universidad de los
jesuitas.
Orlando no fue, ni mucho menos, el único que pensaba así entre los
sacerdotes, religiosos y religiosas progresistas de la diócesis.
***
-Es curioso -dice Orlando-. Monseñor Romero siempre se sentía mejor
cuando estaba con los pobres. Se le notaba. Siendo obispo aquí, ocurría
a veces que cuando iba de visita, algunos padres le preparaban el almuerzo
o la cena. Pero cuando lo mandaban a buscar, lo encontraban en el atrio,
compartiendo tamales o un café con gente muy humilde.
-El famoso voto de pobreza, ¿no?
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-Él era un hombre muy eclesial, nunca se salió de la doctrina social de la
Iglesia, del magisterio. Pero eso no ocurre siempre: uno nota quién ama
a los pobres, porque incluso dentro de la Iglesia no falta quien se llena la
boca con los pobres, pero que a la hora de la verdad…
-Y él era de los que amaba de verdad a los pobres.
-Sí, sin lugar a dudas, tanto que dio la vida por ellos. Y murió pobre.
***
En la tarde del sábado 1 de diciembre de 1979 a Monseñor Romero lo
llevaron en carro a Santiago de María, más de dos horas de viaje. Al llegar,
la ciudad entera celebraba las fiestas jubilares por los 25 años de existencia
de la diócesis. Ese sábado era el día consagrado al segundo de los obispos,
Monseñor Romero, y él celebró una multitudinaria misa en catedral, en
la vieja, en la que caprichosamente se botó durante la guerra. Saludó, entre
otros, al padre Orlando, quien entonces era párroco de catedral. También
a monseñor Rivera, al padre Majano, al padre Rodas y a un sinfín de laicos
que le brindaron cariñosas palabras de bienvenida. La noche la pasó en
unas de las habitaciones de la sede episcopal, pero durmió poco por dos
motivos: primero, porque le pasó factura el frío por la altura a la que se
encuentra la ciudad; y segundo, porque un grupo de compas del Bloque
Popular Revolucionario se echó buena parte de la madrugada cantando
y arengando en el parque central.
79
Monseñor le preguntó por el diario, y el cura que había adquirido el
compromiso le admitió que, por desordenado, ni siquiera lo había
comenzado. Visiblemente enojado, Monseñor Romero golpeó la mesa y
dijo algo así: “¡Con la Iglesia no se puede ser desordenado! Y ahí quedó
todo. El tema no volvió a mencionarse en ninguna reunión y, solo tras su
asesinato, cuando fueron a su casita y buscaron entre sus pertenencias,
tuvieron la grata sorpresa de hallar una caja llena de casetes.
***
-Sí, yo coincidí con ellos, y fueron años duros -Orlando vuelve a sonreír
sonoramente-. Chocábamos en mentalidad. Eran cerrados, sí.
-Tras el asesinato, dicen que el nuncio Gerada sí tuvo un cambio de actitud
hacia Monseñor Romero, una especie de arrepentimiento. ¿No ocurrió
lo mismo con ellos?
-Monseñor Álvarez sostenía que los jesuitas le habían lavado el coco, así
decía, y nadie logró sacarlo de esa idea. Pero alguna vez sí dijo que si el
Papa lo canonizara, sería el primero en rendirle culto.
-¿Y monseñor Revelo?
-Revelo era un hombre que tenía sus momentos de buen carácter y otros
en los que se le veía enojado, molesto. Me gustó un gesto de él: cuando
el Papa pidió la lista de los que habían dado la vida por la fe, él dijo que
el primero que tenía que aparecer era Rutilio Grande.
-¿Pero usted notó arrepentimiento en su comportamiento?
80
-No, pero es que ni siquiera se hablaba mucho del tema, porque hablarlo
significaba encender la llama. Ellos no estuvieron de acuerdo con la línea
de Monseñor Romero ni antes ni después de que lo asesinaran, y murieron
convencidos de que los jesuitas lo manipularon.
-¿Usted cree que se han magnificado esas diferencias o realmente existieron?
-Existieron, existieron y en tiempos de Monseñor Romero fueron algo
escandaloso.
-¿Luego cambió?
-La Conferencia Episcopal salvadoreña nunca ha estado unida, nomás que
ahora ya no expresamos nuestras diferencias públicamente.
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Elvira y Eleonor CHACÓN
La familia
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Frijoles volteados al estilo Chacón.
***
83
En el hogar de los Chacón aquellas visitas hoy se recuerdan como cenas
en familia, como pláticas sobre temas intrascendentes, como sentadas
colectivas frente al televisor o como tardes de anécdotas y chistes.
-Él venía aquí -me cuenta Eleonor Chacón- con el afán de descansar, de
olvidarse de sus cosas. Aquí él no hablaba de D'Aubuisson ni de los obispos
ni nada de eso. Su idea era… ¿cómo decirlo? Sentirse en familia.
-¿Y ustedes le preguntaban por sus problemas?
-No, tampoco.
Pues bien, aquel lunes 11 de febrero se presentó solo, sin sotana, con una
camisa azul de manga larga y un alzacuello que se soltó al poco haber
entrado. Cenaron, hablaron, rieron. Casi al final, René Quijano, uno de
los yernos de Alfonso y Carmen, sacó una cámara fotográfica y pidió a sus
cuñadas que se colocaran junto al invitado, quien no era un entusiasta de
posar. Tantos años de venir a esta casa, y nunca nos hemos tomado una,
le argumentó René. Accedió, pero antes pidió unos segundos para colocarse
bien el alzacuello.
***
84
No eran una familia adinerada, pero tenían más que el promedio: una casa
rural amplia con techo de tejas, un río cerca que les facilitaba el agua, un
terrenito, gallinas, gallos, tuncos, vacas. Más que lo necesario para vivir.
Fueron años buenos.
Con el paso del tiempo llegaron los hijos, muchos, y también comenzaron
los apuros. En la década de los 40, los Chacón se vieron poco a poco en
la obligación de vender primero una vaca, luego otra, una parcelita acá,
otra allá… Agobiados y con expectativas poco halagüeñas, a mediados de
siglo vendieron lo poco que les quedaba y se trasladaron desde San Julián
a Santa Tecla, con la idea de apostarle como negocio a algo que todos
conocían bien: las habilidades culinarias de Carmen.
-Mi mamá desde chiquita llevaba adentro el amor por la cocina -dice Elvira
Chacón-. Todas sus comidas son invento de ella, nunca nadie le enseñó
nada, solo probando y probando, hasta que le salían.
Sobreviven ocho de los trece hijos que tuvieron, pero las más vinculadas
al negocio y a la vieja casona familiar son dos hermanas, las que mayor
contacto directo tuvieron con Monseñor Romero. Por un lado, Elvira
Chacón -Niña Elvira a partir de ahora-, nacida en 1927 y con quien el
arzobispo entabló una sincera relación de amistad. Por el otro, Eleonor
Chacón -Niña Noy-, nacida en 1938, la que más secretos de cocina se
dejó enseñar y la responsable directa de que en la vida familiar irrumpiera
el padre Romero.
-Mi mamá desde ese momento sintió un gran cariño por él -dice Niña
Noy-, y le hizo, como decimos nosotros aquí, su tambache: incluso le
preparó pavo para que se lo llevara a San Miguel.
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A partir de entonces, los encuentros entre Monseñor Romero y la familia
Chacón se hicieron cada vez más asiduos. Con los años, el padre Romero
que conocieron se hizo monseñor -primero así, con minúscula-, el monseñor
se convirtió en obispo, el obispo se transformó en arzobispo, y el arzobispo,
en Monseñor Romero. Pero para esta familia no hubo cambios radicales
en este proceso. La manera de ser de la persona que comenzó a visitarles
en 1963 poco difería de la que asesinaron en 1980. En esta casa se conoció
al Monseñor Romero menos publicitado: el ser humano que reía y contaba
chistes, que veía novelas frente al televisor, que platicaba temas
intrascendentes y que disfrutaba las cenas en familia. Platos sencillos, pero
preparados con amor.
-Y usted -le preguntó Niña Noy en una ocasión-, ¿qué dice? ¿Es bueno o
no es bueno ver novelas?
-Mire, ustedes vean las novelas si quieren, pero lo que tienen que hacer
es tomar lo bueno que hace la gente, no lo malo.
Eso es lo que pensaba de las novelas de la década de los 70. Sería interesante
conocer su opinión sobre las de ahora, con títulos tan explícitos como
Sin tetas no hay paraíso o El cartel de Los Sapos.
***
En verdad fue especial aquella misa vespertina del 25 de febrero de 1975.
Monseñor Romero era obispo de Santiago de María, pero no se lo pensó
dos veces cuando los Chacón le pidieron que se acercara hasta Santa
Tecla, fuera de la diócesis, para celebrar la misa de 30 días por Juan Alberto
Chacón, uno de sus hijos.
86
En uno de los viajes se salió de la carretera por no llevarse por delante
un carro y perdió la vida.
-Era buldocero -dice Ángel, Angelito, el menor de los Chacón.
Cuando ocurrió el accidente, él también estaba en Venezuela, a donde lo
había llevado su hermano para que probara suerte en tierra ajena.
Apenas supieron de la tragedia en El Salvador, la matriarca viajó de urgencia
hasta El Tigrito. Tuvieron que velar el cuerpo tres noches, pero llegó a
tiempo para despedirlo. Se quedó allá unas semanas más en compañía de
Angelito, de la nuera y del nieto. Aún estaba en Venezuela para cuando
se celebró aquella misa vespertina del 25 de febrero.
La iglesia de Las Delicias acogió la ceremonia, íntima, y luego todos cenaron
en la casa frijoles volteados y pollo. A alguien se le ocurrió que a Ángel y
a Carmen les haría ilusión recibir un mensaje de aliento de Monseñor
Romero, y le propusieron grabarlo en un casete para enviárselo a Venezuela.
Se sentó y comenzó a hablar.
-Querido Ángel, me han pedido unas palabras para grabártelas y enviártelas.
Con mucho gusto. Estamos aquí en la casa de papá, con tus hermanos y…
No se despegó de la grabadora durante más de ocho minutos. Habló
mucho y bien. Sin guión, sin titubeos, sin silencios incómodos, sin nervios...
como si fuera una más de sus homilías. De entre todo lo que dijo aquella
lejana noche de 1975 una frase hoy suena visionaria: “Muchos de mis
queridos amigos ya difuntos para mí siguen siendo fuente de inspiración,
de confianza y hasta en momentos de apuro, yo los invoco y me animan;
sé que están conmigo”. Con el pasar del tiempo, él ha terminado convertido
ante los ojos de miles en ese amigo querido fuente de inspiración.
***
¡Qué hermosa consideración hace San Agustín!: “La voz es el ruido que
llega hasta el oído, pero en esa voz va la palabra, el verbo, una idea”. En
esta misma mañana esto está sucediendo aquí, en catedral, y a través de
la radio. Escuchan la voz, pero la voz, una vez que deja de emitirse, termina.
Es un ruido. Pero queda una palabra, la palabra es la idea. Esta sublime
filosofía en el lenguaje de San Juan el Evangelista quiere decir: todos los
que predican a Cristo son voz, pero la voz pasa, los predicadores mueren,
Juan Bautista desaparece, solo queda la palabra. La palabra queda y este
es el gran consuelo del que predica: mi voz desaparecerá pero mi palabra,
que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido recoger.
(Monseñor Romero, homilía del 17 de diciembre de 1978)
***
87
Le gustaban los chistes. Los disfrutaba como niño. Tenía incluso su propio
repertorio, y este es uno de los que él contó en casa de los Chacón: “En
un convento de monjas pasaba que en las noches desaparecía de la
refrigeradora toda la comida, y no sabían quién se la llevaba. Cansada de
los hurtos, la madre superiora decidió escarmentar a la culpable. Para ello,
se cubrió el rostro, se puso unos cachos de un venado en la cabeza y se
escondió detrás de una cortina en el cuarto donde estaba la refrigeradora.
Así, pensó, la monjita ladrona se daría cuenta de que el diablo mismo era
el que la estaba tentando. En la madrugada, cuando llegó la monjita, la
madre superiora salió de la cortina con los cachos, se acercó silenciosa,
y le dijo al oído: 'Soy el diablo'. La monjita se sobresaltó, pero rápido dio
media vuelta y le respondió: 'Ufff, menos mal, pensé que era la madre
superiora'”.
-Él nos lo contó -dice Niña Elvira con una voz a medio camino entre la
alegría y la nostalgia-. Y Monseñor imitaba la voz del diablo: ¡¡¡sooooooy
el diaaaaaablo!!!
***
“Tráigale al joven una cebadita, que la pruebe”, dice Niña Elvira a Ana
Gladys, la mujer de su sobrino, que atiende en el mostrador a la clientela.
La cebada que se prepara y se vende en esta casa es la misma desde hace
al menos 40 años, la misma que tenía en Monseñor Romero a uno de sus
más entusiastas defensores. Al poco, Ana Gladys se acerca con un vaso
metálico lleno de una cebada de color rosa intenso y en la que a simple
vista se le aprecia una mayor espesura. Sabe realmente bien.
***
89
Aquel lunes sintió la necesidad impostergable de confesarse. No lo hizo
en la mañana, a pesar de que la pasó en la playa en compañía de un grupo
de sacerdotes. Del mar regresaron en torno a las 3 de la tarde y, aunque
sabía que a las 6 debía oficiar una misa en la capilla del Hospitalito y que
la tarde la tenía saturada de compromisos -incluida una visita al otorrino-
, prefirió apretarlo todo y sacar el tiempo para visitar a su confesor habitual,
el jesuita Segundo Azkue. Monseñor Romero hizo venir a su amigo Salvador
para que lo llevara desde San Salvador a la residencia de los jesuitas que
está junto a la iglesia El Carmen, en pleno centro de Santa Tecla.
Raúl Romero, el acólito que terminó casado con Niña Noy, también estaba
aquella tarde en El Carmen, acompañado por su hijo mayor. Por las prisas,
apenas pudieron intercambiar un saludo antes de despedirse. Pasaban ya
las 5 de la tarde. Raúl y su hijo regresaron a casa y comentaron el casual
encuentro.
Oscurecía cuando el teléfono sonó. Niña Elvira respondió. Era Silvia, una
cuñada. Le contó lo que acababa de escuchar en la radio. Niña Elvira no
terminó de creérselo. Colgó. Al instante apareció en la puerta de la casa
René, otro cuñado. Le repitió la misma noticia. Niña Elvira comenzó a
llorar. A su llanto se le sumaron poco a poco el de otros familiares, como
si fuera un coro. Sobre la vieja mesa de madera, en el lado en el que a él
le gustaba sentarse, quedaron unos cubiertos y un plato vacío que esperaba
una ración de frijoles volteados.
90
Roberto Cuéllar Martínez, BETO
El abogado
91
Ni Águila ni FAS ni Club Deportivo Santiagüeño, mucho menos Barça o
Real Madrid. Ni siquiera la Selecta. A Monseñor Romero no le gustaba el
fútbol. Lo veía, palabras suyas, como una actividad que embrutece a los
hombres. Con tanto balonazo en la cabeza, bromeó en alguna ocasión,
uno se pone más tonto.
-No vaya a jugar, Beto -le advirtió en aquella excepción Monseñor Romero-
. ¿Sabe qué le va a pasar? Que un día le van a pegar un balazo en el estadio,
lo van a cazar como a un conejo.
***
92
Y sin embargo.
-¿Sabe qué es Cuéllar? ¿Sabe dónde queda? -le pregunto, pura curiosidad.
-Sí, algo me contó Javier Pérez de Cuéllar. Cuando trabajé con él para
estructurar todo el proceso de paz en Centroamérica, él me dijo: mire,
nosotros venimos de una región de España que se llama Segovia, y somos
pocos en América. Luego supe que en Cuéllar tienen buena carne de
chancho, buenos jamones.
***
Su padre, el doctor Cuéllar Milla, fue uno de los abogados más respetados
de su época, fundador del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y secretario
general de la Universidad de El Salvador (UES). Literalmente sufrió en
carne propia la primera ocupación del centro de estudios, la de 1960,
durante el Gobierno del teniente coronel José María Lemus. El doctor
Cuéllar y Monseñor Romero se conocían, y Beto reconoce en su padre
a una de las pocas personas que anticipó que sería un arzobispo que daría
de qué hablar.
93
Socorro Jurídico Cristiano, la plataforma que en marzo de 1977 le permitió
entrar en contacto con Monseñor Romero. Los tres años que pasó a su
lado lo marcaron de por vida, al punto que hoy, incluso cuando escribe
un mensaje navideño, parece que lo hace pensando en él.
Se casó joven y tuvo tres hijos. Juan Carlos, el segundo, lo bautizó Monseñor
Romero en abril de 1979 en la capilla del Hospital Divina Providencia.
-Pero mire, francamente se lo digo: los tres años más felices de mi vida
fueron los que trabajé con él. No han sido los organismos internacionales,
con todo respeto para los organismos, ni tampoco andar de arriba abajo
con diplomacia, con políticos, con promoción…
***
***
94
Igual que le sucedió a miles de salvadoreños, Reynaldo Cruz Menjívar, un
militante demócrata-cristiano, un día desapareció. Sin más. Pero al contrario
que le sucedió a miles de esos salvadoreños, Reynaldo Cruz Menjívar un
día reapareció. Estuvo más de nueve meses en una cárcel clandestina de
la Policía de Hacienda, torturado hasta la saciedad, pero logró fugarse,
dicen que porque un familiar sobornó a los custodios.
***
95
1
Monseñor Romero terminó no solo aceptando el ofrecimiento, sino que
vio tanto potencial en la oficina que a los pocos meses Socorro Jurídico
Cristiano se convirtió en Socorro Jurídico del Arzobispado.
***
197
-Recuerdo que tuvimos que sortear cinco o seis cordones de seguridad
-dice-, algo impresionante. Con esa masacre se evidenció la represión
brutal del Estado, pero también su debilidad porque, sin pretenderlo,
cuatro campesinos pusieron contra las cuerdas a todo el aparato estatal,
que los mató, quiso encubrirlo todo y quiso desacreditar a los que
tratábamos de saber qué había ocurrido.
***
***
-Mi mamá es de Santa Ana, muy santaneca -dice enérgico-, y por eso nos
hicimos del FAS. Hay mucho fastaneco en la familia. Pero tengo un sobrino
que es el portero del Atlético Marte y de la selección. Diego Cuéllar.
***
928
En una ocasión Monseñor Romero y Beto pasaron semanas enteras sin
dirigirse la palabra. Ocurrió poco después del golpe de Estado de octubre
de 1979, y el detonante fue la propuesta que la Junta Revolucionaria de
Gobierno hizo a Monseñor Romero para integrarse en la Comisión Especial
Investigadora de Reos y Desaparecidos Políticos.
-Yo creía que ya era suficiente el apoyo que había expresado hacia la Junta,
pero Monseñor pidió que nos incorporáramos en la comisión. Yo me
opuse, le dije que no, no y no, y tuvimos un choque fuerte. Ese día me
quería echar a patadas del arzobispado.
***
99
-¿Por qué las organizaciones populares boicotearon desde el inicio el golpe
de Estado? -pregunto.
-No sé, francamente no lo sé. Yo nunca entendí eso. Creo que aquella fue
una de las pocas oportunidades para instalar un diálogo, para conseguir
elecciones. Hubiéramos sido un país adelantado, ¡moderno! Óigame lo
que le digo: ¡moderno! Otro Costa Rica. ¡Pero se perdió la oportunidad!
Y no hay que echarle la culpa solamente a la clase pudiente, a la clase
ultramillonaria. ¡También nosotros tuvimos responsabilidad! Entre todos
acorralamos a Romero…
-¿No ha platicado de este tema con personas que participaron de ese
boicot?
-Claro que sí.
-Me refiero a personas que desde la izquierda bombardearon e la Junta
de Gobierno.
-Y que también bombardearon a Romero. Yo era su enlace civil para
muchas cosas, y, así como estamos hablando usted y yo ahora, en esa
época me reunía con dirigentes de izquierda y algunos me decían: ¡ese
cura desgraciado! o ¡ese maldito! N'hombre, les respondía yo, no sean
brutos, si es la única carpa de sensatez y de dignidad que queda en este
momento.
***
***
101
Desde nuestra perspectiva de derechos humanos, la prosperidad es mucho
más que meras manifestaciones y más que gestos externos. Todavía hay
mucha ruina y mucho dolor humano entre las poblaciones migrantes y
quienes sufrieron los cataclismos en Haití y en Chile; las devastadoras
tormentas, inundaciones y avalanchas en Colombia, en Venezuela y en
Centroamérica, durante 2010. La esperanza ha crecido en la región, pero
sabemos de las dificultades de cambio entre la gente más pobre y excluida
de la prosperidad democrática de hoy. En esta Navidad y antes de Año
Nuevo, encendamos una vela con la esperanza de compartir, con otra y
muchas más velas, la luz que ilumine la vida y los derechos de la gente
durante 2011 entre nuestros pueblos de las Américas.
***
-El asesinato fue lo peor que planificaron esos tipos, porque matarlo en
una iglesia era santificarlo, como si ahora mataran a Messi en un campo
de juego. ¡Lo glorificaron inmediatamente! ¡Lo hicieron mártir
automáticamente!
-Y usted -pregunto a Roberto Cuéllar-, ¿cree que Monseñor Romero es
santo?
-Yo creo que es un profeta de los derechos humanos. Monseñor Romero
fue el primero, que recuerde yo, que mencionó los derechos humanos de
los pobres, no la pobreza que aparece en los Objetivos del Milenio o en
otros informes; no, él hablaba de los derechos humanos de los pobres.
Pero no sé si fue santo, con todo respeto lo digo, porque no soy el
postulador…
-Pero usted es católico…
-Pero en ese plano no tengo idea. Para mí es un hombre sobresaliente,
sobrenatural por su condición de jerarca. Yo no conozco santos, pero
tampoco sé de ningún arzobispo que pusiera a favor de los pobres todo
su esfuerzo, toda su fuerza y todos sus pensamientos. Nunca he visto algo
así, francamente. No sé si eso será ser santo. Siempre me preguntan lo
mismo, pero no puedo responderlo. ¿Qué es ser santo?
-Hombre, todos tenemos en mente una imagen de lo que puede ser un
santo.
102
-Sí, en ese imaginario del pueblo ya es santo, pero creo que eso no le calza
bien a Monseñor Romero.
-¿Es de los que opina que él se hubiera opuesto a tanta bulla?
-¡Claro! Si ni siquiera peleó por el Premio Nobel de la Paz, que es una
cosa más material y mundana.
-Replanteo mi pregunta entonces: ¿le alegraría su beatificación?
-Si ocurriera, se haría justicia a la Iglesia del pueblo, porque el pueblo sí
lo quiere santo, sí lo estima santo y sí lo tiene como santo. Pero yo no
sé qué es eso, francamente. Me cuesta creer que me digan que trabajé
tres años con un santo. Si no lo hubiera conocido, quizá diría sin dudarlo
que lo es, pero estuve con él, comí con él y nunca vi que levantara en vilo
a alguien o cosas por el estilo.
-Entonces, el aprecio que usted le tiene es por su papel en defensa de los
derechos humanos.
-Más que su papel, su rol histórico. Me ha alegrado mucho que el Gobierno
de El Salvador, con todo y lo que se le critica en el caso de Monseñor
Romero, haya conseguido que Naciones Unidas reconozca el 24 de marzo
como el Día Internacional de Derecho a la Verdad. Es un símbolo
importantísimo. Lo han colocado en la agenda más alta de los derechos
humanos, porque ese día se va a conmemorar en Uganda, en Sudáfrica,
en Tailandia, en todo el mundo… En todos esos lugares se recordará a
Monseñor Romero.
103
Su PUEBLO
104
¿Acaso no es santo un hombre que luchó igual que Jesús lo hizo en su
tiempo? Solo hay que escuchar su historia de vida para convencerse.
***
Por un lado sí lo considero santo, porque fue un siervo de Dios que veló
por el bien del pueblo, como hace Dios; pero por otro lado, yo considero
que santo solo es Dios.
(Yohana Beatriz Meléndez Díaz, cantón San Agustín Abajo, San Ramón,
Cuscatlán)
***
Sus palabras siguen vigentes en el siglo XXI porque son palabra de Dios.
***
Yo sí creo que es santo porque dio todo por las personas que más lo
necesitaban: los pobres. Además, hay testimonios de sus milagros y cuando
uno visita su tumba todavía se siente esa paz que transmitía.
***
***
Es santo porque era una persona de buen corazón y murió por decir la
verdad, como Jesús.
***
105
Siempre se opuso a las injusticias y luchó por defender siempre a los
pobres, sin importarle religiones o partidos. En esa lucha él perdió su vida,
pero siempre estará presente entre todos los que creímos y luchamos
con él.
***
Solo con el hecho de haber visto a Cristo en los más pobres y en los
marginados es suficiente. El que ama a uno de estos me ama a mí, dice el
Señor. Romero es uno de los pocos valientes capaces de dar la vida por
Cristo.
***
Sí creo que es santo porque entregó su vida por defender a los pobres,
para que se les reconocieran sus derechos y se les respetaran.
***
***
Sí fue santo, porque trató de imitar a Cristo con sus enseñanzas. Fue
humilde, solidario con los más desprotegidos, rechazó la injusticia social,
repudió las masacres y criticó a la oligarquía de nuestro país. En su corazón
siempre hubo mucho amor para el prójimo, en especial para los más
vulnerables.
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106
Monseñor Romero iluminó a su pueblo a través del evangelio, con un
inmenso amor y entrega hacia los más desprotegidos, pero sin dejar de
lado a los ricos, a quienes los llamó con amor para que se convirtieran y
se salvaran.
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Cuando alguien tiene tanto valor para enfrentarse a los opresores es digno
de ser llamado santo. En su imagen Jesús pasó por nuestro pueblo, y nunca
nadie en nuestro país ha demostrado tanto amor por los demás,
especialmente por los más pobres.
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Monseñor vivió una vida de santidad como en su día hizo también Jesucristo.
Los dos vivieron al lado de los pobres, sufriendo con ellos para proclamar
el reino de Dios. Hoy que está cerca de Dios, sabemos que siempre
contaremos con él.
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107
Yo pedí a Monseñor Romero por el regreso de mi esposo a la familia, y
me lo concedió. Luego pedí por el regreso de mi hermano, y lo repatriaron
desde Estados Unidos. Ahora la familia está unida en el amor.
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Dio su vida para salvarnos, y siempre estuvo contra las injusticias que se
cometen contra nosotros, los pobres. El ejemplo de amor que nos dejó
y su valentía son cosas que solo un santo hace.
(Ligia Cecibel Alférez Lovato, cantón San Isidro, Verapaz, San Vicente)
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Yo creo que Monseñor Romero es santo porque siguió los pasos de
Nuestro Señor Jesucristo, predicando el evangelio con justicia.
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A mí desde pequeña mi infundieron el amor hacia Monseñor Romero, y
sí creo que es un santo. Hace tiempo tuve un grave accidente y lo vi en
mi agonía. Yo siento que él intercedió para que no me muriera.
(Julia del Carmen García, cantón La Palma, San Martín, San Salvador)
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Dios le dotó de la sabiduría necesaria para luchar por nuestros pueblos,
por eso es reconocido no solo en El Salvador, sino en todo el mundo.
¡San Romero de América!
108
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Creo en la santidad de Monseñor Romero porque él fue una persona que,
a pesar de todas las amenazas, siguió siendo una luz de esperanza para
todos los que estaban perdiendo su fe en una vida mejor.
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La santidad es una potestad dada por Dios a los que hacen su voluntad,
y Monseñor Romero dio muestras de su compromiso a todo el pueblo
salvadoreño, e incluso más allá, por eso lo llaman San Romero de América.
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Su trayectoria de vida nos enseña a ser personas con valor y fuerza, para
enfrentar esta vida llena de violencia y crímenes. Gracias a la intercesión
de Monseñor yo he tenido muchas bendiciones.
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No solo predicó el evangelio, sino que murió por él. Bienaventurados los
que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los
cielos.
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Para nosotros, los pobres y desamparados, Monseñor Romero es nuestro
profeta, nuestro pastor y nuestro amado santo. Yo tengo fe en Dios en
que muy pronto será beatificado.
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(Dina Yamileth Argueta Avelar, cantón Belén, Ciudad Barrios, San Miguel)
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BIBLIOGRAFÍA
Día a día con Monseñor Romero. Meditaciones para todo el año. Publicaciones
pastorales del arzobispado, San Salvador, 2000.
Lamet, Pedro Miguel: Juan Pablo II, hombre y Papa. Editorial Espasa, Madrid,
2005.
López Vigil, María: Piezas para un retrato. UCA Editores, San Salvador, 1993.
111
Majano Ramos, Adolfo A.: Una oportunidad perdida. 16 de octubre de 1979.
Índole editores, San Salvador, 2009.
112
Edición realizada en el año dos mil once,
en el Trigésimo Primer Aniversario del Martirio
de nuestro Profeta y Pastor
Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez,
IV Arzobispo de San Salvador, El Salvador.
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