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yt ki b mm tla 2 aol ediciones econdmicas paperback ISBN 84-7330-043-2 BCS vous Ho wgoTOdOMLNY = JOSE LUIS GARCIA CRT DEL TERRITORIO ] % x y ~ Li boa FOU Suancalos Gow TIBRERIATEGNIGIENGIA | Hie 14 No. 6A ‘Tol 2429457 2545252 J0GOTA, D. Partiendo do la hipétesis, goneralmente admitida, de que el teritorio funciona como un sustrato significativo en rel cién con ef comportamiento sociocultural, la obra trata de esclarecer ta tipficacién do estas relaciones, Tras un breve andlisis ‘conceptual en ol que se cuestionan las similitudes y diferencias entre cl territorio snimal en general y el te: Fritorio humano, se trata de especificar una metodologia adecuada para el anélisis del uso soolal que e! hombre hace {dol espacio. Se parte para ello de una concepcién dé la cultura como comunicacién, y a le luz do esta perspective, se diferencian dletintos tipos de territorio pare pasar @ ‘analizar tas relaciones dialécticas, de tipo social, en las que Juega un papel el sustrato territorial, dentra de una serie de conexiones, igualmente dielécticas, En la segunda parte se ponen a prucba los principios con- Cceptuales y metodologioos a través de dos trabejos de cam- ppo sobre el tema en dos comunidedes asturlanas: une tra: dicional y otra creada rociontemente en funcién de la in dustria. La obra pretende suporar asi cierto exclusivismo de tipo econémico frecuente hasta el momento en el tra tamiento del tema del territoro, para plantear el problema fen toda su amplitud antropolégica, José Luls Garcia Garcia es profeser de Antropologia y de Cultura y Personalidad en las Facultades de Psicologia y Sociologia, respectivamente, de la Universidad Compluten- se, de Madrid. Tras realizar estudios de licenciatura en Alemania se doctora en la. Universided Complutense, con Premio extraordinarlo. Resliza trabejos de investigacion en ‘1 Museo de Etnologia do Colonia y en el Museo del Hom- bre de Paris, y hace trabajos de campo en Asturias, su rogién natal. Entre sus publicaclonee sobresalen Constitu: l6n ética del hombro 2 través de clos miticos ercsicos (publicaciones de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Complutense) y Antropolagia Cultural: factores peiquicos de la cultura (Guadiane) taller dos Serie: Antropologia Juancatles Gan boa "1a/ Gage Antropologia del Territorio JOSE LUIS GARCIA ANTROPOLOGIA DEL TERRITORIO Juancailes Gamboo "a Gage © Jose Luis Garcia G Taller do Ediciones Josefina Botancor Calle Ambros 8 Teléfono 255 12.66 Apartado de Correos 9129 Madrid 28 ' Derechos exclusivos de ediclon reservados ra todos los paises de habla espafiola ISBN 84 7330 043 2 Depdsito legal: M. 18421-1976 haancolles, Gamboa Ha brag Cublerta: Grupo taller Impreso por Imprenta Jullin Benita Gonzélez Arias 14 Macrid 26 Impreso en Espata Printed In Spein Indice general Introduecton La territoriatidad como problema antropolésico " PRIMERA PARTE Capitulo 4 Hacia un concepto de terrtorialidad humane 2 Capitulo 2 Condiciones tnfraestructurales de te torrtorialided humana at ‘) Percepoién y territorio 3 b) La poblacién 2 ©) Habitat 49 4) Recursos econémices 8 Capitulo 3 Teritorio y estructura sock 6 Exclusivided positiva y negativa ” Los comportamlentos socloculturales y el territorlo 86 Capitulo 4 Dos formas de semantizacién tonitorial 95 Territorlalidad. metatérica 102 Territorialidad metonimica 124 1 Terttorialided corporal ‘ar 2 Movilizacién do signos en un contexto cultural 142 8 Antropologia del terrtorio SEGUNDA PARTE Anélisis territorial de dos comunidades espafolas Introduecién Capitulo 5 Bustillo: un teritorio profijade y una poblacién de reclutamiento Quién es quién on un territorlo sin demarcaciones £ vecindsje.tersitorlal Estratifieacién social £1 mundo infantil Diterenciacisn territorial segin el sexo Capitulo 6 Villanueva de Oscos: dialéctica territorial desde la casa'a la comarca, a casa El pueblo y Ia zona EI concejo y la comarca Apéndice Sobre planificacion territorial cS Bibliogratia 181 183 17 203 220 29 240 251 263 250 294 315 ar A Chelo INTRODUCCION \ La territorialidad como problema antropolégico Uno de los problemas fundamentales en ef estudio de cual- quier relacién sociocultural y, al mismo tiempo, de los més desatendidos en su verdadera significacién antropolégica, es el de la territorialidad. Su trascendencia radica en que el territorio es el sustrato espacial necesario de toda relacién humane, y su problemética estriba en que el hombre nunca accede a ese sustrato directamente, sino a través de una elaboracién significative que en ningdn caso est determi- nada por las supuestas condiciones fisicas del territorio. Si como se ha escrito en més de una ocasi6n, entre el medio ambiente natural y la actividad humana hay siempre un tér- ‘mino medio, una serie de objetivos y valores especificos, un cuerpo de conocimientos y creencias, en otras palabras, un patrén cultural’, resulta facilmente comprensible el ca: racter antropologico de este problema. La reduccién del territorio a una cuestién cartogrética es una simplificacion altamente abstracta que no responde a las exigencias empt- ricas veriticables de! concepto de realidad humana, EI problema del territorio, planteado primero y de forma especifica dentro de la Geografla Humana, he Incrementado su complejidad a medida que otras ciencias como la Ecologia, la Etologia, la Economia, ta Psicologia, la Sociologia y final. mente la Antropologia fe han ablerto sus puertas. En esta linea de atencién, marcade por las citadas disciplinas, el te- tritorio recorre un camino que le conduce desde la objetivi- dad casi fotogrética de un *paisaje humanos, hasta las com- plicadas estructuras menteles y signiicativas que le sustentan y le hacen humano; pasa del mundo de las cosas al de los objetos y, rebelde al objetivo de las cémaras y a la carto- grafia, se recluye en el intrincado «mapa» del lenguaje y de Chr. C.D. Forde: Habitet, Economia y Sociedad. Olkos-Tau, Barce- lone, 1966, pg. 482 5. 18 oO “ Antropologia del territorio Jos simbolos. Todas las ciencias m s cienclas que le habian st tnarcidn son hoy conscientes de esta realidad y sbogan pec 1a jugar un papel de primer orden dol tear i Papel de primer orden una supuesta Antropologe ¥ cultura o forma de cultura. En esta line cultura. ta linea cabe resenar, eprgclalmente sugerentes y valle, as spores List ‘orno al tratamiento cultural HE a enitome, ‘0 cultural de limites en la co- E. T. Hall es sin duda ef antropdél¢ 2@ que su intento Iba a suscitar una continuacié Seda av drat cia et tes al uso que el hombre hace def eames a e @ espacio, como eft Heaton or areca de la cultura a iietpariaien ‘unado el término de proxemisticas * Tantc " mensi6n Oculta comc ot Lengua; Tae ease ld le las reorse lingUisticas de Sapir y Whorf, y el terri "0 @s considerado como un signo cuyo si nif 2 mente es comprensible desde los cédigos Shin oe me peice, ee «Todo, virtualmente, Io que el hombre es y estd relacionado estrechamente con Ia e rle @Spacio. La sensacién humana del espacic Pease, mana pacio, el sent - cial ger hombre, es una sintesis de muchas hina aie ee visuales, auditivas, cinestésicas, olfativas y térmi Ee ada una do ellas, ademas de venir constituida por un istema complejo —como ocurre, por ejemplo, con la docena inukd Dimension Ocul, enfoaue antropolsgico de Inout Estudos doa Adminstracion toca: Medig 6e, fg2aee The Silent Language. Doi soso, [6 Sent Language, Doubleday and Company. Ine. Nuva Yore * Le Dimension Oculta... pag, 279, Introduecién 2 Las influencias de Hall —cuya aportacién tendremos oca- si6n de valorar a lo largo de este trabajo—, al igual que las de Chapple y algtin otro pionero que tocaron el tema desde perspectivas no sisteméticamente territoriales, se orientaron més hacia la investigacién de un aspecto determinado del uso social del espacio: el que esté implicado en el lenguaje del cuerpo. A esta nueva ciencia se le llamo kinesia. Los es- tudios de Goffman, Mahl, Dittman, Ekman y Birdwhistell, entre otros *, se ocupan de esta temdtica tan relacionada con las conclusiones de la linguistica estructural. Este trabejo pretende, sin embargo, abordar el tema del territorio en re- facién con la comunidad y no solo con el cuerpo. Esta pers- pectiva ha sido més desatendida, En ef Congreso 135 de la American Association for the Advancoment of Science, cele- brado en Dallas entre el 29 y 31 de diciembre de 1968, donde se abordé ef tema de la territorialidad en los animales y on ef hombre, y en el que intervinieron 50 cientificos de diver- 08 paises, la presencia de los antropdlogos result6 insigni- ficante ante el elevado mimero de etdlogos, ecdlogos y cultl- vadores de otras ramas de las ciencias naturales y humanas. Y, sin embargo, creemos que la investigacién antropolé- gica del problema deberia haber sido sefalada con el sello do urgencia en nuestra cultura occidental. Mientras las so- ciedades llamadas primitivas, en la medida en que los con- tactos civilizadores de occidente se lo permiten, mantienen una relacion mas estable con su suelo, y los vinculos tradi- cionales, incluso en las culturas némadas, tienden a perpe- tuar los limites simbélicos del territorio —situacin por Io demés que dificilmente podré perdurar algunas décadas dado el trasiego humano constatable en este mundo sin fronte- ras—, la cultura occidental ha hecho, desde hace algunos afos, profesién de desarraigo, y los movimlentos y desplaza- mientos humanos han tejido un complicado sistema de co- municaciones entre los mas diversos subgrupos culturales: desde ef «solar» familiar al oscilante territorio de las reali- zaciones personeles, desde la nitida estructura de la forma agraria, donde a tlerra esté en contacto inoludible con el hombre, hasta el artificio industrial que Ia oculta y reduce, desde la utilizacion de! espacio a la planificacién del mismo. Pero este movimiento humano no es simple. Arrastra con: ‘sigo todo un trasfondo seméntico, un haz de significantes sin referente, évidos de reencontrar los significados abandona- dos en el origen del desplazamiento. Esfuerzo vano que nun- © Gr. Bibliogretia general. 6 Antropologia del territorio a se verd coronado por el éxito, Mds bien cederé y se des- moronard la estructura significativa del viajero, y su situecién, ante la tentativa de readaptacion, serd la causa de una re. gresién inevitable, que le colocaré en un trance similar al que intuye Lévi-Strauss para los primeros tiempos del len- guaje: un fuerte desequilibrio entre lo captado y lo conocido, entre los significantes y los significados, entre la eficacia simbélica y la eficacia cientifica, y, en fin, una vuelta a los términos flotantes, sin significado preciso, para denominar las grandes sombras cognoscitivas que ef nuevo ambiente le proyecta’. Las consecuencies de todo este proceso no serian tan nefastas si la situacién fuese dol todo paralela con la de los primeros. tiempos. Pero nos encontramos ehora con unas ircunstancias contradictorias. Lo que el inicio del lenguaje €fa un progreso, un logro inestimable, ahora es une regre- sién, Nuestro hombre se habia movido ya en un medio natu: ral distinto, por el camino de la adecuacién cade ver més es. treche, entre significante y significado. Esta convergencia se Je desmorona no porque no haya llegado a elle, sino porque desaparece uno de los términos del conjunto, Por otra parte, se encuentra sumergido en un medio ambionte donde los individuos que le rodean no se encuentran en su mismo os. tadio, con fo que necesariamente se origina en ol un proble. ma secundario de marginacién. Como vemos, el estudio de Ja territorialidad puede tener Una repercusién directa en cuestiones tan propias de nuestra cultura como la migracién, tanto interna como externa, fa di. namica de poblacidn, la reaccién ideolégica de un conjunto cultural ante los impactos de los nuevos logros técnicos. To. das estas circunstancias apuntan a otras tentas variables de interrelacién con el territorio. Como veremos més adelante, Ja densidad de poblacion y la cantidad artificial de mediacio. nes entre un sistema preestablecido de relaciones y el me. dio son elementos que condicionan y reorganizan toda la seméntica propia de una adaptacién territorial concreta en un momento determinado, Ha sido en el mundo animal donde la investigacién territo- vial ha conquistado sus mejores conclusiones. Los estudios de Hediger, Leyhausen, y sobre todo de Carpenter, han mar. cado una pauta de estudio nada despreciable. ‘Partir do Jot, sntroduction a Liguvre de Marcel Meusss, en Sociologio ot Anthropologie. P.U.F, Paris, 1968, pag. XLVI, ye * Ver Bibiogratia general. Introduccién ey las conclusiones de estos et6logos y eplicarlas, sin mas, al ‘mundo humano, seria simplificar excesivamente el problema, Tanto més cuanto que las condiciones de investigacién en las que estos eruiditos trabajaron no siempre fueron las més idéneas para dar respuesta adecuada al tema que trataban, Es sabido que la observacién territorial de los animales en libertad resulta sumamente dificil y que como mal menor os et6logos recurren con frecuencia al animal cautive, aun cuando reconocen que el comportamiento territorial varia considerablemente en ambas circunstancias. Por otra parte, no sabemos, y dificiImente podremos llegar a conocer algun dia, hasta qué punto las observaciones extraides del compor- tamiento animal pueden ser aplicadas, aunque sea analdgica- mente, al hombre. Nos faltan datos objetivos sobre el signi- ficado real de la conducta animal, sobra todo si nos introdu- ¢imos en el mundo motivacional, y naturalmente el antropé- Jogo, que ha experimentado en sus estudios transculturales el grave peligro de! einocentrismo, dificilmente puede conven- cerse de que salvard el incdgnito espacio que separa la es. pecle animal de la humana sin sumergirse, a su vez, en el antropocentrismo mas descarado. Esa es precisamente la sen- sacidn que producen los tratamientos que algunos estudigsos del mundo animal dan a sus descripciones, sensacién de Ia {ue no se libran algunos investigadores tan cualificados co- mo el premio Nobel de Medicina K. Lorenz, El lector més profano puede detectar lo que decimos hojeando simplemen- te la deserincion que este autor nos hace del comportamien- to de su oca Martina’. Esta situacién, por lo demas, no di- fiore mayormente de la que ya en épocas muy remotas im- pulsé a los hombres a forjarse una idea de los dioses, que todavia compartimos Intimamente en el siglo XX, y que sa- biamente fue criticada por Jendfanes: «Si los bueyes, los ca- ballos y los leones tuvieran manos y pudieran con ellas pin- tar y creer obras como los hombres, ios caballos pintarian a los dioses con figura de caballo, los bueyes con figura de bueyes, presténdoles el cuerpo que ellos mismos tienen» ™. Se trata en el fondo de un serio problema epistemolégico que se evidencia de forma rotunda siempre que el hombre pro- tende abandonar el mundo de sus formalizaciones especifi- cas para remontarse o descender a otros érdenes de vida, Pero la Antropologia nos ha enseftado @ proceder con suma cautela en tales circunstancias. Nos indica que ho es ° fr. Sobre la Agresién: o! protendido ml. Siglo XXI, 1971. ™ fr. Kirk y Raven: The Presoeratic Philosophers. Cambridge, 1957, ég. 169 4.4. arta, 2 18 Antropalogla del terrtorio hnecesario abandonar los limites de la especie humane para que el problema epistemoldgico al que aludimos aflore con escandalosa intensidad. Basta traspasar las fronteras de 1a propla culture pera verse privado de los sistemas seménticos indispensables que nos acerquen a otros grupos humanos. La primera Antropologia no era tan rigurosa a la hora de considerar esta dificultad, Los Antropologos briténicos, por ejemplo, construyeron todo un mecanismo Idgico para expli- car la forma de cémo la primera humanidad iria descubriendo conceptos tan esenciales en nuestra civilizacién como alma, espiritu, dloses y todo ef sistema religioso del civilizado, La teorla de Tylor sobre Ja falsa interpretacion de los fenéme- nos del suefio y de la muerte, por parte del primitivo, es de sobra conocida. Como también lo es la critica de! Antropé- Jogo de Ia misma nagionalidad, Evans-Pritchard, denunciando el paralogismo que esa forma de argumentar encierra: oriti- ca, por lo demés, muy similar a la formulada por Jenfanes muchos siglos antes: Spencer, Tylor y sus sequidores argu- mentaban desde su cultura, como si ellos fueran primhivos. «S/ yo fuera un primitivo llegaria de esta forma a la idea de alma y de espiritu», lo que equivaldrie, en otro orden, a afir- mar: «Si yo fuera un caballo haria lo que hacen los caballos, sogtin tal 0 cual sentimiento que se supone poder atribuir @ Jos caballos» ". La falacia de! argumento estriba en que la ‘condicional no se cumple. No queremos con esto restar importancia a los estudios del comportamiento animal, sino simplemente prevenir so- bre la inadecuada aplicacién de sus conclusiones al mundo humano. El hecho de que el hombre sea presentado hoy por la clencia antropolégica como un eslabén sucesivo dentro de la serie evolutiva animal, no quiere decir que no tuviesen lugar, dentro de la misma evolucién, unos acontecimientos que hayan cristalizado en Ia aparicién de un ser desconecta- do, en Ia problemética que nos ocupa, de sus antecesores. No obstante, los estudios sobre territorialidad animal y las conclusiones a las que se ha llegado, pueden servirnos, si no de referencia conereta para captar el significado de la cues- t16n aplicada al hombre, si de estimulo para iniciar la investi gacién antropolégica correspondiente, Dentro de las experiencias cotidianas salta a la vista que este intento tiene una base sélida de realizacién, Primero porque e! mismo cuerpo humano requiere un contorno espa- cial, salvaguerdado en todas las culturas, para su desarrollo 4 Cfr. La Religion dos primitfe. Pari, Payot, 1969, pég. 53, Introduccién 19 y actuacién. No esteria fuera de lugar recabar e! significado profundo a nivel espacial de la serie de orlas que segdn di- ferentes teorias, mas bien orientales, rodean a la epider- mis, Por otra parte, es un fendmeno altamente signiticativo, y que da pie, desde la base misma de la realidad humana que es su distensién espacial, para comprender el distinto significado que, segin criterios propios de semantizacién, es particular de grupos humanos especiticos. Sabemos en efec- to que existen culturas, cuya concepcién del cuerpo propio, realidad espacial més inmediata, difiere notablemente de la que a través de la historia ha ido fraguando el hombre occi- dental. El cuerpo como energia, como campo de intluencias eficaces més allé de sus limites fisicamente constatables, es propio no sdlo de culturas primitivas, sino también de épocas anteriores en la linea de desarrollo de nuestra civilizacién. Pensamos ahora en la descripcién que Homero nos presenta de sus héroes, y de ese espacio influido e imanado de su cuerpo. Pero mas allé de la realidad somética, parece un dato in- cuestionable la manipulacién «ideolégica» que cada cultura hace no sélo de la casa, como unidad territorial menor, sino también del territorio acotada por la comunidad 0 el grupo Creemos que existen en fos datos que nos proporciona la An- tropologia modelos suficientes de concepcién territorial en diversas culturas, que nos dan la base de estudio indispense- ble para abordar el problema sin necesidad de salirnos de los limites de las ciencias humanas. Prescindiremos de forma tematica de las Investigaciones de los et6logos sobre el tema, no porque las desvaloremos, sino porque, hoy por hoy, toda- via no conocemos de forma cientifica su aplicacion a la especie humane. Seria arriesgado enfrentarso a una proble- matica sirviéndose de otra mas complicada, y que en cual- quier caso podria ser objeto de un estudio independiente. Dos son las dificultades que se presentan a la hora de abordar esta investigacién: una conceptual y otra meto- dolégica. La primera de ellas nos obliga a precisar la nocién de territorialided. Afirmar que el territorio es el espacio den- tro del cual tienen lugar las refaciones socioculturales de un grupo, puede conducir @ numerosos equivocos. Por una par- te, esta definicién sugiere veladamente una identificacién en- tre territorio y aldea, pueblo o centro de poblacién en gene- ral, Pero la vide de una comunidad acontece con frecuencia més alld de los limites de estas entidades. Lo que equivale a decir que el concepto antropolégico y politico de territorio no tienen por qué coincidir. Recordemos clertos tipos de no- 2 Antropologia del territorio madismo, las grandes expediciones cinegéticas de los pue- blos cazadores, 0 las oxtrafias peregrinaciones de los indios Winnebago en busca de una visién de tipo espiritual que les garantice el trénsito a la vida adults, No ignoramos que to- das estas actividades trenscurren, a menudo, por rutas més (© menos fijas, y sobre las que los viandantes no dejan de tener algun derecho. Pero el criterio legal tampoco aclara mayormente la cuestién, desde el momento en que las rela- cones socioculturales de un grupo invaden, con frecuencia, por medio de instituciones tales como Ia’ hospitalidad, ef cautiverio, el comercio, a emigraciGn, etc., todas ellas de signo legal muy diferente, el campo dé accién de otros gru- pos culturales. Ademés la concepcién del territorio como es- pacio, puede llevarnos a una idea geogratica de la cuestiOn, ssi no se precisa edecuadamente lo que se entiende por es: pacio. Y este es precisamente el punto de donde parte la inquietud de esta investigacién. La segunda dificultad es metodolégica. Resulta hasta cier- to punto fécil armarse de paciencia y observar durante largas horas las pautas territoriales de animales en cautiverio; ano- tar sus idas y venides, sus reiteraciones, y dibujar ef mapa de sus habitos territoriales. Se llegaria entonces a la con- clusin de que el animal observedo se mueve dentro de los limites de un espacio acotado 0 que determinados compor- tamientos animales, por ejemplo, el apareamiento en ciertas especies, estén territorlalmente pautados. Si se tratase de animales en libertad la paciencia requerida seria mayor, pero ‘aun en algunas especies se podria legar a conclusiones pa- ralelas. En el caso del hombre este procedimiento no nos llevaria 2 descubrir mucho més de lo que ya sabemos. La Humanidad tiende @ agruparse en nticleos que van desde la familia al estado, y en mayor o menor grado estas colectivi- dades se asientan o se asignan espacios determinados. Sin duda la historia de las grandes migraciones de la Humanided ha sido impulsada por la necesidad de esta posesiOn, refe- ida no a un territorio concreto, sino a una tierra propicia. La afirmacién de Rousseau en el Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre los Hombres de que el primero que ‘acoté un espacio y dijo esta tierra es mia invents la prople- dad privada, deberia matizarse, por lo que se refiere a la territorialided, en el sentido de que descubrié la conciencia de la propiedad privada, individual 0 grupal. La propiedad te- rritorial existia ya desde ef momento en que e! hombre, en époces muy tempranas, utilizaba la defensa propia. Precisa- mente ef hecho constatado de la Incompatibilidad en la mis- Introducetén a ma ubicacién territorial de dos especies vivientes distintas, es un dato lo suficientemente importante como para explicar Jos elementales sentimientos de posesién territorial. Poco, sin embargo, lograriamos saber de 1a territorialidad humana si nos limitésemos a cartogratiar los movimientos de los individuos 0 de los grupos humenos. Si el territorio es susceptible de un estudio antropoldgico, y no meramente geogréfico 0 ecoldgica, es precisamente porque existen In- dicios para creer en el carécter subjetivo del mismo, o dicho de otra manera, porque contamos con datos etnogréficos su- ficientes para concluir que tal como anotdbamos al comfen- zo de este estudio, entre el medio fisico y el hombre se In- terpone siempre una idea, una concepcién determinada. Nun- ca podriamos llegar a ella por el método de la observacién escueta de la utilizacién del territorio. Es preciso interpretar esa utilizacidn. Y las técnicas iniclales adecuades para este fin no podrén ser otras que las empleadas en los demas campos de Ia investigaciGn antropolégica: las técnicas del trabajo de campo, desde la observacion y 1a encuesta, hasta la interpretacién y modelizacién de las constataciones. Tras una primera parte en la que intentaremos aclarar tanto ef problema conceptual como el metodolégico, recurri- remos a dos estudios muy coneretos, basados precisamente en el contacto directo con las comunidades a las que so ro- fieren. Hemos seleccionado los grupos de nuestro estudio segdn la diversidad aparente de sus territorios, con la fina. lidad de someter a prueba, mediante el contreste, clertas hi: pétesis, que admitimos como significativas, y cuya validez dejamos condicionada a su verificacién, Por otra parte, ‘si logramos detectar indicios de semantizacién en el uso ‘del espacio, podremos precisar hasta qué punto la mediatizaci6n ideol6gica del territorio es una nocién cierta. Y con ello, es- peramos, habremos colaborado en algin grado en la funda ‘mentacion empirica de algunos aspectos relativos a una An- tropologia del territorio. PRIMERA PARTE Capitulo 1 | | ! Hacia un concepto de territorialidad humana El término territorialidad connota una serie de asociaciones entre las cuales sobresale, por su cardcter primario, la de realidad espacial. Sin embargo, estos dos conceptos —espa- cio y territorio— deberian diferenciarse adecuadamente, pues tanto extensiva como intensivamente denotan significados distintos. El espacio constituye uno de esos conceptos poll. sémicos, que por si sdlo, sin precisiones calificativas, se va. ofa a causa de su generalidad. El espacio de las ciencias fisico-matematicas no tiene mucho que ver con el que sittia el psicélogo en la base de sus investigaciones, y éste, a su vez, discrepa del concepto como nocién epistemologica gréfica 0 sociolégica. Por ello una reflexién sobre las distin. tas formas espaciales nos alejaria innecesariamonte de nucs- tro propésito. Que el espacio real sea euclideo o no lo sea, que tenga limites 0 carezca de ellos, que esté sujeto a ox. Pansiones 0 a otras leyes fisicas determinadas 0 que, en fin, en su acepcién geogratica sea el producto de unos movi. mientos geolégicos 0 césmicos, es algo que vale la pena conocer, pero que en cualquier ‘caso modificarfa muy poco las conclusiones de una antropologia del territorio * Porque si es verdad que la territorialidad se asienta sobre un sustrato espacial, no lo es menos que la Antropologia So- cial y Cultural, al enfrentarse a esta problematica, debe cua. lificar el concepto de espacio, objeto de su estudio al menos en dos direcciones complementarias: una, la que resulta de afadir a la nocién general (espacio) el determinante «terri- torial», debiendo, por tanto, centrarse en el estudio del es. Pacio que constituye territorio; y otra, la que resulta de in. troducir esta tematica dentro del molde formal de estudio de esta ciencia, lo que implica un tratamiento sociocultural del espacio territorial, sin pretender afirmar que este plantea- miento agote el interés humano del espacio o incluso del oft, sob figuratit tte los distintos usos de esto concepto, J. Le Men: L'Espace ‘Structures de la Personalité. PUF, Paris, 1966. pags. 1328 5 6 Antropologia del terttorio territorio, sino intentando Gnicamente acceder a aquellos as- pectos y bajo aquel punto de vista que le es propio como clencia. De las lineas anteriores se desprende que. tal como aqui se entiende, el territorio es un espacio con unas caracteris- icas determinadas, que de manera general podriamos deno- minar sociales y culturales. De otra manera: el territorio es tun espacio socializado y oulturizado. Esta afirmacién, que por lo genoral, corre el peligro de decir muy poco, ofrece, sin embargo, una perspectiva metodolégica clara para afrontar esta temética, pues nos permite parcelar y tratar aquellas formas espaciales que conllevan significaciones sociocultu- rales, tales como la casa, las propiedades territoriales, los espacios de ubicacién grupal, propios o extrafios, y de’ ma- nera general cualquier formalizacién o simbolismo, que ope- rando sobre una base espacial, acttie como elemento socio- cultural en el grupo humano, abriéndosenos asi las puertas de las cosmogonias, de las creencias, de las supersticiones y de cualquier otro tipo de folklore que se relacione con el tema. Concretar més las caracteristicas de la territorialidad es Jo que pretende este trabajo. De momento, y como hipdtesis inicial partimos de la definicién amplia de territorio, lo que ya de entrada nos obliga a precisar el calificativo, en ella in- ettida de «sociocultural». Qué es un espacio socioculturi- zado’ Estrictamente y a causa de la inevitable espacialidad en la que discurre la actividad humana’, se podria pensar que todos los elementos culturales encontrarian hueco en la de- finicién propuesta. Un objeto ritual, como puede ser una ima gen, serfa sin duda una realidad espacial investida de un sig- nificado sociocultural. Pero es evidente que no nos referimos aqui a este tipo de objetos, sino que el enunciado formulado Presupone que Ia vigencia sociocultural del rasgo recoge te- méticamente su espacialidad, Por ejemplo, seria pertinente para el tema la visién simbdlica de la misma imagen en la medida en que alguna de sus cualidades dependiese de su ubicacién en un determinado lugar. En este caso nos encon- trarfamos con que un espacio conereto habia sido investido con un significado cultural propio, en relacién con una situa- cién, y en consecuencia dicho lugar seria un punto que de- berfa recoger el mapa territorial de esa cultura. 2 fr. L. Concillo: Tratado de fas Realidadee. Syntegma, Madrid, 1973, Ph. 60. 1: 1 Hacia un concepto de terrtorialided humane 2 Precisando mas la det icial podemos afirmar que ef territorio es un espacio socializado y culturizado, de tal manera que su significado sociocultural incide en ef campo seméntico de la espacialidad. Pero a pesar de esta condicién existen formalizaciones que cumplen estas caracteristicas y que, sin embargo, no parecen poder incluirse en esta temé- tice sin violentar el concepto de territorialidad. Tomemos de nuevo la misma imagen y concedémosle las mismas cuali- dades, pero dependientes ahora de su tamafio: Las imége- nes grandes, 0 ésta concretamente, tienen més poder que las pequefias. Es evidente que en esta precision se hace una re- ferencia tematica a uno de sus aspectos espaciales, sin em- bargo, zen qué medida puede este dato ser pertinente para analizar la territorialidad de un grupo humano? Pueden ocurtir dos cosas: que la configuracién anterior no sea un dato espacialmente aislado, sino que responda a tuna pauta general de espacialidad, en cuyo caso la pertinen- cia del rasgo, 0 lo que es lo mismo, su tratamiento cultural verdaderamente espacial, estaria avalado por la convergen- Cia, y su utilizacién directa o probatoria dentro de un estudio de la territorialidad estarfa justificada, Otra posibilidad, y quizé la més frecuente en este tipo de hechos, es que la incidencia en el campo semantico de le espacialidad sea solamente aparente. Pensemos, por ejemplo, en dichos po- pulares tales como «caballo grande, ande o no andes, «lo bueno si breve, dos veces bueno», «tanto va el céntaro a la fuente que al fin se rompex, «con pan y vino, se anda el ca- minos, etc..., donde formalmente se epunta ‘a proporclones y distancias, y que, sin embargo, encierran una intenoionali- dad seméntica bien distinta. Légicamente estos motivos no cumplen los requisitos de la definicién propuesta, Volviendo a la primera posibilidad, en este tipo de he- chos, hemos admitido que siempre que su significado per- tenezca al campo seméntico de la pauta espacial su utiliza- cién directa 0 probatoria es adecuada. :Quiere esto decir que rasgos de este tipo pueden ser tenidos por eslabones del territorio cultural? Quiz debamos afiadir una nota més para acercarnos al concepto de territorialidad, tal como ape- rece en los estudios afines de otras disciplinas. Los etélogos hablan con frecuencia de animales territoriales para referir- se a aquellas especies que de una u otra forma defienden un espacio, que se presupone les pertenece, o lo que es lo mis- mo: dominio de un espacio y territorialidad son nociones in- terrelacionadas. En el mundo animal, como nota Carpenter’, Gir. en A. H. Esser: Behavior ond Environment. Plonum Pro va York, 1971, pag. 62, Nue- 28 Antropologia del terttorio el problema estriba en conocer cual de estos dos elementos e8 anterior, si es que alguno de ellos lo es, el dominio, o la territorialidad. Segun numerosos et6logos estos dos factores han ido desarrollandose paralela e interactivamente en el proceso de la evolucién, y constituyen un binomio insepara- ble en todas las especies de mamiferos. Podemos recoger la precision de Robert Ardrey en ol sentido de que ciertos ani- males no defienden su territorio sencillamente porque nadie es ataca, lo cual no quiere decir que no sean territoriales. En consecuencia, la idea de dominio o defensa de un espacio como caracteristica mas sobresaliente de Ia «territorialidad, deberia precisarse con la de exclusividad'. Y por otra parte, los conceptos de dominio y territorialidad pueden pertenecer a dos niveles distintos, uno el puramente ecoldgico (espacio) ¥ otro el etoldgico o psicolégico (comportamiento: dominio, defensa, exclusividad) * Ahora bien, la Antropologta es una ciencia del comporta- miento humano y la vieja distincién entre cultura material y cultura psiquiea, a pesar de que sigue en vigor entre algunos autores y sirva de pauta orientadora en los ficheros de nu- merosas bibliotecas de Antropologia, carece por completo de fundamento en su sentido tradicional, ya que los mismos términos cultura y material implican cierta contradicc’én. Los estudiosos de la cultura han superado ya la dicotomia obje- tivo-subjetivo en el sentido disyuntivo de estos dos concep- tos, y han captado la implicacion dialéctica psiquica-material de cualquler eotividad humana. Por ello, y prescindiendo de disoutir ahora hasta qué punto en el mundo animal son dife- renciables los planos ecolégico y etoldgico de la territoria- lidad, creemos que en el caso del hombre no lo son. Entre otras cosas porque en la especie humana el comportamiento territorial no es uniforme, como puede suceder en las demas especies animales, y el significado que pueda tener lo recibe enteramente de un proceso de semantizacién no necesario, 0 lo que es lo mismo selectivo. «EI hombre es enormemente flexible y variable en su comportamiento y ha incorporado ‘en sus sociedades casi todos los tipos posibles de espacia- lidad. El hombre difiere de las demas especies animales en gue no tiene una tinica forma de sociedad, sino que ha crea- do una amplia gama de culturas y en cada una de ellas se pueden observar distintos tipos de comportamiento espacial. * Gfr, Behavior and Environment, pag. 48. ® fr. 0c, pag, 49. 1: 1 Hacla un concepto de territorialidad humane 29 Cada ser humano adquiere un conocit leyes espaciales de su cultura...» *, Podemos, por tanto, mantener aqui el sentido operativo del término territorialidad, tal como existe acufiado en otras clencias, es decir, en su relacién con la «exclusividad», en- tendiendo por tal toda una gama de posibilidades que oscilan entre lo que podriamos llamar una exclusividad positiva y otra negativa. La primera de ellas indica el sentido de posesion © dominio que corresponde como derecho a las distintas en- tidades que constituyen una comunidad: individuo, familia, ‘grupo, etc..., configuréndose la territorialidad bajo esta pers: Pectiva en una sucesién de planos que se interrelacionan do formas diferentes segiin las distintas culturas, y que reco- gen, a su vez, numerosas variantes, tales como edad, sexo, status, etc., dentro de cade una de las entidades Integrantes del grupo social. La exclusividad negativa hace referencia a ‘aquellas situaciones territoriales en las que cualquiera de las unidades de exclusividad positiva de un determinado gru- Po, proyecta, bajo alguna normativa, una exclusion terri torial de la que son sujetos los restantes grupos o entidades sociales. A una exclusividad positiva en relacién con un gru- Po 0 subgrupo corresponde automaticamente una exclusivi Jad negativa pura el resto de los grupos 0 subgrupos, que es antitéticamente simétrica de la anterior. Es ésta una situa: cién acusadamente: humana, on la que los territorios de gru- pos 0 unidades diferentes sustituyen Ia lucha, como defensa territorial, tan extendida en el mundo animal, por la. nor- mativa Dentro de la territorialidad de exclusividad positiva, los espacios territoriales de las distintas entidades formadoras de un grupo, no coinciden en sus limites. La territorialidad de exclusividad positiva del individuo, de su corporeidad, aunque en situacién estética es mas reducida, como parte dinémica de otras unidades sociales, utiliza otros aspectos de la te- rritorialidad grupal e incluso extragrupal. Las anotaciones que preceden nos permiten ahora formu: lar la definicion inicial del territorio humano de la siguiente manera: se trata de un espacio socializado y culturizado, de tal manera que su significado sociocultural incide en el cam- po seméintico de la espacialidad y que tiene, ei relacién con cualquiera de las unidades constitutivas del grupo soclal propio 0 ajeno, un sentido de exclusivided, positiva 0 ne- gativa. lento completo de las ‘Theories of Animal Spacing: the Role of Flight, Fight ‘en Behavior and Environment, pag. 63. st 30 Antropologla del terrtorio Esta definici6n exige el tratamiento de una serie de pun- tos, en el estudio del territorio humano, y que podrian resu- mirse en los siguientes: andlisis de las condiciones infraes- tructurales, a partir de las cuales se opera la socializacion y culturizacién del espacio; investigacién de las posibles rela- ciones que los conceptos «socializado y culturizado» impli- can, asi como su delimitacion © importancia de los grupos y subgrupos sociales en este contexto; y finalmente el estu- dio del significado mismo y de las formas que el hombro pone en funcionamiento para llegar a él. Todo esto sera ob- Jeto de atencién en las paginas siguientes. Capitulo 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad humana Deciamos anteriormente que el territorio es el sustrato es- pacial necesario donde transcurre toda relacién humana. El hecho de que ese sustrato se modifique dialécticamente en contacto con la actividad humana misma, no impide que si gan existiendo unas condiciones Infracstructurales, subyacen- tes al mismo proceso dialéctico del que surge la territoriali- dad humanamente semantizada. El concepto de condiciones infraestructurales aqui utilizado no debe entenderse en un sentido determinista, sino como elementos basicos del pro- ceso dialéctico al que aludimos. Ello quiere decir que esos mismos elementos se van a ver modificados en el transcurso del mismo proceso, y que por consigulente su vigencia con- creta dentro de una cultura, no responde a una descripoién general de los mismos. Dicho de otra forma: los condicionan- tes infraestructurales de Ja territorialidad humana no pueden tratarse como tales, sin incurrir de alguna forma on clerta abstraccién. Como veremos més adelante, el anélisis con- creto del territorio humano, en una cultura, exigiré una, preci- sién de estos condicionantes en los términos que le sea propio. Por ello nos limitaremos aqui a resefiar algunas dis- posiciones generales, desde las que debe entenderse la di- mensién territorial de| hombre, dejando abierta la posibilidad de que esas mismas disposiciones se conoreticen en el hom- bre efectivamente culturizado. a) Percepeién y territorio La percepcién sensorial humana juega un considerable pepel en las distintas delimitaciones territoriales. El hombre capta la realidad a través o a partir de sus sentidos. Las con- diciones estructurales de los sentidos humanos, determinan en buena medida su forma de percibir el espacio. La disyun- cién que ha existido y existe entre una fisica del microcos- mos y otra del macrocosmos, se debe en un tanto por ciento muy elevado a las caracteristicas perceptuales del ser hu- mano, que en ultima instancia es el que investiga. 2% J Garcia, 3 6 Antropologla del terttorio La Antropologia Fisica nos ensefia, a este respecto, la Importancia que la evolucién de los drganos sensoriales, uni da al cambio de clertas estructuras del organismo, asi como @ una modificacién del sistema nervioso, tienen en la apa- ricién del homo sapiens. Estas caracteristicas nuevas son las que en ditimo término condicionan la aparicién de una nueva forma de territorialidad, a la que denominamos humana, Por ello conviene que nos detengamos en ellas, aunque sea de una manera esquemética Desde un punto de vista perceptivo, los sentidos se orde- nan evolutivamente en una escala que va desde el tacto a la vista. Sin embargo, el desarrollo de un sentido superior no implica necesariamente la desaparicin o atrofia de uno in- ferior. Cierto que en algunos casos la evolucién ha procedido mediante una especializacién de cierto sentido, por ejemplo, la vista, en detrimento de otros, en el caso del hombre, el olfato. De todas formas la evolucién sensorial esté predomi- nantemente marcada por una estructuracién diferente entre los distintos sentidos. En realidad todos ellos tienden hacia tun producto unitivo, y es precisamente su estructuracién lo que Io hace posible. Por lo que respecta al espacio, como base de la territo- rialidad, no se puede decir que el’ hombre haya abandonado formas inferiores de percibirio, para espocializarse en otras mas evolucionadas. Tradicionalmente se viene admitiendo que la captacién espacial, por parte de los sentidos, corresponde en el hombre a una interaccién de la vista y del tacto, el de- nominado mas evolucionado y mas simple, respectivamente, de todos ellos. Sin embargo, quiz no debemos olvidar qué el concepto de espacio, el que aqui nos referimos, no es tan- to un espacio cuantitativo, cuanto un espacio cualitativamen- te poblado y demarcado. Por ello, no sélo la vista y el tacto, como perceptores de distencias, sino también el oido y el olfato como detectores cualitativos de las mismas, deben ser considerados en una Investigacién sobre la territorielidad humana Si echamos una ojeada sobre el mundo animal, desde una perspectiva evolutiva, en seguida nos damos cuenta de que la evolucién sensorial en la utilizacién del territorio no si- gue una linea coherente con lo que nosotros llamamos sen- tidos inferiores y superiores. Los peces y reptiles, es decir, los vertebrados inferiores, demarcan épticamente’ sus terri: torios, mientras que las aves lo hacen tanto éptica como ‘acisticamente; y dentro de los mamiferos, hasta en los prosi- mios y algunos monos del Nuevo Mundo, tienen predominan- ae eT I: 2 Condiciones infraestructurales de la terrtorlalidad a cia los métodos olfativos. En el orden de los primates las Varlaciones son considerables: los primates inferiores siguen ajustindose a las sensaciones olfativas, mientras que los superiores marean delimitaciones actsticas predominante- mente 0 con exclusividad. El hombre, sin embargo, debido a la multiplicidad de planos en los que se organiza su terri- torlalidad y al gran numero de referentes seménticos utili- zados en su demarcacién se vale del tacto y del sentido ci- nestésico, del olfato, del ofdo y de la vista, y de una conjun- cién estructurada de todos ellos, en la que entran en juego otro tipo de facultades mas complejas '. EI tacto es un sentido bastante mas complejo de lo que hasta hace poco se sospechaba®. Generalmente se ubica indistintamente en la piel, pero se ha afirmado, basdndose en ciertos experimentos, que la piel del cuerpo humano reac- ciona de diferente manera en distintos puntos a diferentes estimulos. La presién, el dolor, el calor y el frio serien cap- tados especificamente por distintas configuraciones recop- tivas de Ia epidermis. Segun ello se habla de cuatro sentidos do la piel, para uno de los cuales, el que capta la presién, se reserva el nombre de tacto’, El tacto os precisamente el que abre al hombre las primoras dimensiones espacialee. El nifio lo utiliza, en este sentido, con exclusividad on ol primer mo- mento de su vida. Los receptores téctiles muestran una ma- yor sensibilidad y densidad en la palma de la mano, oltcuns- tancia que como veremos tiene una extraordinaria importan- cla en Ia territorialidad humana, Filogenéticamente esta localizacién del sentido del tacto tiene gran trascendencia en los primates, sobre todo entre los prosimios nocturnos dotados de receptores tactiles en las caras anteriores de los antebrazos, que les permiten die ferenciar de forma precisa su contacto con el medio, En el hombre, sin embargo, como hemos indicado, el tacto adquie- re unas nuevas dimensiones en relacién con los demas sen tidos, sobre todo con la vista, y dentro de una nueva orien- taci6n determinada por la postura erecta 1 Gfr. H. P. Hediger: «The Evolution of territorial Behaviors, en 8. L Washburned: Social Life of Early Man. Aldine P.C., Chicago, pg. 30 sf, © Gf. L. K, Frank: *Comunloacién téctlls, en Carpenter y MoLuhan: EI Aula sin muros. Ediciones de Cultura Popular. Barcelona, 1968, pag. 25. ® Esta localizacin tan preciaa de los sentidoa de Ia plel, no 08 hoy totalmente compartida, a la lux de nuevos experimentos. Pero el proble ma en si no afecta la problematica de este trabejo, (Sobre este tema Gir. L, Pinillos: Prinelplos de Psicologia. Alianza Universidad. Medrld, 1975, pl. 126, 6 Antropologia del terrtorio Como complemento del tacto, en la primera exploracién espacial figura el sentido cinestésico, frecuentemente aso- lado con aquél, como un tnico sentido. Hoy, sin embargo, se tiende a diferenciar, y su misién muy compleja consiste en capter el movimiento de las sensaciones téctiles. Ello tiene lugar a través de una concienciacién del movimiento del ‘cuerpo propio, y de la resistencia que cl objeto opone a nues- tros masculos y tondones, a niveles biolégicos muy profun- dos“ Paralelamente a esta sensacién ol ser humano puede percibir la extensién, Tanto el tacto como el sentido cinesté sico imponen asi una primera formalizacion al mundo circun- dante. El espacio téctil-cinestésico es ya en ese primer mo- mento dimensional y cualitativamente diferenciado: las sen- saciones tdctiles crean, dentro de los umbrales perceptivos del tacto, estados diferenciados en el receptor. Ya hemos indicado la importancia que el olfato tiene en clertas especies animales, incluso dentro de los primates, para delimitar el territorio; sin embargo, ya en los catarrinos entre los que se cuenta el hombre, el sentido del olfato esta menos desarrollado. Ello se dobe a los habits arboricolas de los antocesores del hombre, asi como a la postura bipeda de éste, unida a la misma disposicién anatémica de la nariz. Por otra parte, el perfeccionamiento de la vision, y su mejor especializacion para la satisfaccion de las. necesi- dades tanto de defensa como de subsistencia, contribuyé a la recesién del olfato, y consiguiente dective de las zonas encefélicas con él relacionadas. La consecuencia de todo ello, desde un punto de vista territorial, ha sido que el hom- bre ha perdido esta forma en principio valida de orientacion espacial. Ello no es dbice, sin embargo, para que determina- dos grupos humanos hayan potenciado culturalmente las ca- pacidades olfativas atribuyéndoles incluso un significado te- Fritorial. Parece ser que éste es uno de los elementos utili zados por los arabes en la demarcacién del espacio personal Todavia en ciertas situaciones y dentro del plano de lo que podiamos llamar territorio corporal, se utiliza el olfato como elemento territorial significativo: baste pensar en Ia técnica artificial do ampliar este territorio por medio de perfumes El territorio olfative no sobrepasa normalmente el entor- no corporal, y lo que es més significativo, no es un elemento constante en la delimitacién territorial humana, si bien es verdad que suele operar cualitativamente como complemen- to en distribuciones visuales. Es una caracteristica de este * Cfr, Ray L. Birdwhistell «Cinésica y Comunicaciéns, en EI Aula sin ‘muros, pag. 83 1: 2 Condiciones infraestructurales de a teritoralidad a espacio, al igual que de los constituidos por los demas senti- dos inferiores, el estar altamente implicado en la sensacién misma. El perceptor y lo percibido mantienen un clerto grado de indiferenciacién, mucho mayor que el que se da en las percepciones aciisticas y visuales. El oido humano, lo mismo que sucede en muchas especies animales, es capaz de capter claramente la direccién del so- ido. Ello se debo a la duplicidad de los érganos auditivos, que permiten que los sonidos lleguen a cada uno de ellos en distinta fase, Esta caracteristica determina la Importancia que este sentido tiene en la porcopcion del espacio dimen- sional, y consecuentemente en la infraestructura territorial Las demarcaciones aciisticas del territorio son de trascen: dental importancia en los primates superiores. Ello se debe mas a la decadencia del olfato que al perfeccionamiento del propio ofdo, En algunos prosimios, como los tarsios, la ore- ja, que diferencia a los mamiferos del resto de los vertebra- dos, es todavia versétil y eficaz en la captacién de la direc- cién del sonido. En ciertos monos los miisculos de la oreja pueden ser controlados por el individuo, pero ya no dentro de la funcionalidad de dirigir las ondas, sino como parte de un esquema actitudinal de amenaza. Finalmente: en los. pri- mates superiores los misculos de la oreja ya no obedecen a la intencionalided del individuo; ello hace que la funcién de su movilidad se haya perdido por completo Paradéjicamente esta aparente desvontaja auditiva de los primates superiores, el hombre incluido, coadyuvé decisiva- mente en la aparicin de nuevos sistemas de comunicacion, que culminarian en el lenguaje articulado. La pérdida do fle: xibilidad en el odo externo hizo que este 6rgano quedase en alguna medida desconectado de la fuente de procedencia del sonido 0 del ruido. Se aprendié a diferenciar el sonido por si mismo. «La capacidad de separar la Gestalt actistica del ma- terial acstico hace posible la produccién voluntaria de so- nidos articulados y su reproduccién intencionada segtin un esquema preconcebido» °, Desde esta nueva perspectiva el oido contribuye eficaz- mente en la aparicion de una nueva forma de territorialidad, cuya caracteristica mas destacada es la de formalizacién se- mantica de la espacialidad. Ya en los primates superiores esta circunstancia determina la aparicion de una vida social més intensa. Se ha hecho hincapié en la cantidad de ruldos f Ctr. Erwin W. Strauss: Psicologia fenomenolégice. Paldés, Buenos Airos, 1971, pég, 173. 8 Antropologia del terttorto que emergen de un centro habitado por primates superiores, Y que sirven, més que para chuyentar o prevenir a otras es- pecies, para comunicarse entre si. La importancia del oido, en este momento de la evolucién, esta relacionada con una nueva forma de organizacién social ® No obstante, se sigue manteniendo la capacided para per- cibir la distancia, a causa, como hemos dicho, de la dualidad de los drgenos auditivos. E. T. Hall’ pone de relieve las di ferencias entre el espacio auditive y el espacio visual: par- tiendo del hecho de que el nervio éptico contiene aproxima- damente un niimero de neuronas dieciocho veces superior a Jas del nervio actistico, presupone que éste transmite una informacién cuentitativa dieciocho veces menor. Hasta los seis metros ol oido es muy eficez, y a los treinta metros la comunicacién oral es atin posible en una sola direccién, mien- tras que el didlogo en ambos sentidos resulta ya més difi- cultoso. Las ondes sonoras se captan en frecuencias com- prendidas entro los 60 y los 15.000 ciclos por segundo, mien tras que les radiaciones luminosas son visibles para’ el ojo humano a frecuencias de diez mil billones de ciclos por se- gundo, Por otra parte la informacion actistica es més difusa y ambigua que la visual Es evidente que el espacio actistico juega un papel im- portante en la territorlalidad humana. Ciertas actividades del hombre, como el suefio, el trabajo, etc., se rodean de un territorio bien definido, cuya violacién, por parte de cualquier sonido, se considera intromisin. Nuestras edificaciones tes- ifican esta realidad, avalada incluso por las leyes, que pro- hiben los ruidos, a partir de ciertas horas. Esta territorialidad actistica no es homogénea en todas las culturas y en todas las situaciones. En Espaiia se restringe considerablemen- te en torno a la persona, y se limita a circunstancias como las expresadas anteriormente. En otros paises occidentales, sobre todo sajones, se amplia y se tiene en cuenta en mo- mentos mas constantes de Ia vida diaria. Basta en este sen- tido constatar los distintos tonos de voz al dirigirse a las demés personas, el ambiente silencioso de ciertos sitios pi blicos, como los transportes colectivos y, en fin, los mismos métodos utilizados para insonorizar las viviendas. «Pasar la noche en un albergue japonés —dice Hall—°, mientras en © Gir. H. P. Hediger: 0. ¢, pag. 48 se, * a dimension oculta:, onfoque antropolégico del uso del espacio. Instituto de Estudios dela Administracion Lacel.. Madrid, 1873, pag na 70 y 6 * 0.6, pig. 80 1: 2 Condiciones infraestructureles de fa teri lalided 9 la habitacién contigua se celebra una reunién, constituye una experiencia sensorial realmente nueva para el occidental, Por el contrario, los alemanes y los holandeses gustan de los muros espesos y las puertas dobles para cerrar el paso a los sonidos, experimentando ciorta dificultad si tienen que depender de sus propias facultades de concentracion para eludir el ruidow, Por otra parte, no puede despreciarse la Importancia que ol espacio acustico juega en la composicién y significado del espacio dptico. Un especticulo de masas, transmitido por la television, pierde realidad sensorial, incluso a nivel optico, cuando falla el sonido. Igualmente dos personas situadas @ una distancia de didlogo pueden soportar el acercamiento 6ptico si va acompafiado por una realizacién acustica, mion. tras que ese mismo territorio tenderé a ampliarse si los ro. dea el silencio. Esto tiene una, gran vigencla cuando se on- cuentran dos territorios corporales pertenecientes @ perso. nas de distinto status social. Esta complementaridad entro la informacion actistica y la visual se pone igualmente de manifiesto, por lo que al ofdo respetta, al desconectar la atencién del sentido de la vista. Los invidentes poseen una especial sensihilidad auditiva, y lo oscuridad parece ser unt medio propicio para ampliar, por medio de una concentracién de la atencién, el umbral perceptivo del oido. En condiciones normales, sin embargo, la vista y el oido son elementos. su. mamente conectados en la formalizacién humana del terric torio, EI sonido Ilena, de alguna forma, el espacio visual’. La vista es, con todo, el sentido més evolucionado entre los primates superiores, y su importancia en ol proceso de hominizacién es incalculable. Es ademas el sentido que mas contribuye en el hombre a la percepcién de una imagen es- pecifica del espacio. Filogenéticamente la mayoria de los pri- mates se diferencian del resto de los mamiferos por un per feccionamiento de la visién. Aparte de su mayor alcance y enfocamiento, muchos prosimios y la totalidad de los simios tienen visién estereoscopica. Anatémicamente esto es debi- do a una frontalizacién de los érganos visuales, en contraste Con la posicién lateral de los ojos en otras especies de ma. miferos. Se trata igualmente de una adaptacién a la vida arboricola y a la actividad de la braquiacién que requiere una Perfecta captacién de la distancia y de la profundidad para poder aventurar grandes saltos, sin correr el riesgo de fallar en el caleulo espacial, aunque ello no implica que otros pri- Git. E. Carpenter y M. McLuhan: «Espacio actsticos, en E/ Aulo sin muros, pag. 89.

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