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yt ki b mm tla 2 aol ediciones econdmicas paperback ISBN 84-7330-043-2 BCS vous Ho wgoTOdOMLNY = JOSE LUIS GARCIA CRT DEL TERRITORIO ] % x y ~ Li boa FOU Suancalos Gow TIBRERIATEGNIGIENGIA | Hie 14 No. 6A ‘Tol 2429457 2545252 J0GOTA, D. Partiendo do la hipétesis, goneralmente admitida, de que el teritorio funciona como un sustrato significativo en rel cién con ef comportamiento sociocultural, la obra trata de esclarecer ta tipficacién do estas relaciones, Tras un breve andlisis ‘conceptual en ol que se cuestionan las similitudes y diferencias entre cl territorio snimal en general y el te: Fritorio humano, se trata de especificar una metodologia adecuada para el anélisis del uso soolal que e! hombre hace {dol espacio. Se parte para ello de una concepcién dé la cultura como comunicacién, y a le luz do esta perspective, se diferencian dletintos tipos de territorio pare pasar @ ‘analizar tas relaciones dialécticas, de tipo social, en las que Juega un papel el sustrato territorial, dentra de una serie de conexiones, igualmente dielécticas, En la segunda parte se ponen a prucba los principios con- Cceptuales y metodologioos a través de dos trabejos de cam- ppo sobre el tema en dos comunidedes asturlanas: une tra: dicional y otra creada rociontemente en funcién de la in dustria. La obra pretende suporar asi cierto exclusivismo de tipo econémico frecuente hasta el momento en el tra tamiento del tema del territoro, para plantear el problema fen toda su amplitud antropolégica, José Luls Garcia Garcia es profeser de Antropologia y de Cultura y Personalidad en las Facultades de Psicologia y Sociologia, respectivamente, de la Universidad Compluten- se, de Madrid. Tras realizar estudios de licenciatura en Alemania se doctora en la. Universided Complutense, con Premio extraordinarlo. Resliza trabejos de investigacion en ‘1 Museo de Etnologia do Colonia y en el Museo del Hom- bre de Paris, y hace trabajos de campo en Asturias, su rogién natal. Entre sus publicaclonee sobresalen Constitu: l6n ética del hombro 2 través de clos miticos ercsicos (publicaciones de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Complutense) y Antropolagia Cultural: factores peiquicos de la cultura (Guadiane) taller dos Serie: Antropologia Juancatles Gan boa "1a/ Gage Antropologia del Territorio JOSE LUIS GARCIA ANTROPOLOGIA DEL TERRITORIO Juancailes Gamboo "a Gage © Jose Luis Garcia G Taller do Ediciones Josefina Botancor Calle Ambros 8 Teléfono 255 12.66 Apartado de Correos 9129 Madrid 28 ' Derechos exclusivos de ediclon reservados ra todos los paises de habla espafiola ISBN 84 7330 043 2 Depdsito legal: M. 18421-1976 haancolles, Gamboa Ha brag Cublerta: Grupo taller Impreso por Imprenta Jullin Benita Gonzélez Arias 14 Macrid 26 Impreso en Espata Printed In Spein Indice general Introduecton La territoriatidad como problema antropolésico " PRIMERA PARTE Capitulo 4 Hacia un concepto de terrtorialidad humane 2 Capitulo 2 Condiciones tnfraestructurales de te torrtorialided humana at ‘) Percepoién y territorio 3 b) La poblacién 2 ©) Habitat 49 4) Recursos econémices 8 Capitulo 3 Teritorio y estructura sock 6 Exclusivided positiva y negativa ” Los comportamlentos socloculturales y el territorlo 86 Capitulo 4 Dos formas de semantizacién tonitorial 95 Territorlalidad. metatérica 102 Territorialidad metonimica 124 1 Terttorialided corporal ‘ar 2 Movilizacién do signos en un contexto cultural 142 8 Antropologia del terrtorio SEGUNDA PARTE Anélisis territorial de dos comunidades espafolas Introduecién Capitulo 5 Bustillo: un teritorio profijade y una poblacién de reclutamiento Quién es quién on un territorlo sin demarcaciones £ vecindsje.tersitorlal Estratifieacién social £1 mundo infantil Diterenciacisn territorial segin el sexo Capitulo 6 Villanueva de Oscos: dialéctica territorial desde la casa'a la comarca, a casa El pueblo y Ia zona EI concejo y la comarca Apéndice Sobre planificacion territorial cS Bibliogratia 181 183 17 203 220 29 240 251 263 250 294 315 ar A Chelo INTRODUCCION \ La territorialidad como problema antropolégico Uno de los problemas fundamentales en ef estudio de cual- quier relacién sociocultural y, al mismo tiempo, de los més desatendidos en su verdadera significacién antropolégica, es el de la territorialidad. Su trascendencia radica en que el territorio es el sustrato espacial necesario de toda relacién humane, y su problemética estriba en que el hombre nunca accede a ese sustrato directamente, sino a través de una elaboracién significative que en ningdn caso est determi- nada por las supuestas condiciones fisicas del territorio. Si como se ha escrito en més de una ocasi6n, entre el medio ambiente natural y la actividad humana hay siempre un tér- ‘mino medio, una serie de objetivos y valores especificos, un cuerpo de conocimientos y creencias, en otras palabras, un patrén cultural’, resulta facilmente comprensible el ca: racter antropologico de este problema. La reduccién del territorio a una cuestién cartogrética es una simplificacion altamente abstracta que no responde a las exigencias empt- ricas veriticables de! concepto de realidad humana, EI problema del territorio, planteado primero y de forma especifica dentro de la Geografla Humana, he Incrementado su complejidad a medida que otras ciencias como la Ecologia, la Etologia, la Economia, ta Psicologia, la Sociologia y final. mente la Antropologia fe han ablerto sus puertas. En esta linea de atencién, marcade por las citadas disciplinas, el te- tritorio recorre un camino que le conduce desde la objetivi- dad casi fotogrética de un *paisaje humanos, hasta las com- plicadas estructuras menteles y signiicativas que le sustentan y le hacen humano; pasa del mundo de las cosas al de los objetos y, rebelde al objetivo de las cémaras y a la carto- grafia, se recluye en el intrincado «mapa» del lenguaje y de Chr. C.D. Forde: Habitet, Economia y Sociedad. Olkos-Tau, Barce- lone, 1966, pg. 482 5. 18 oO “ Antropologia del territorio Jos simbolos. Todas las ciencias m s cienclas que le habian st tnarcidn son hoy conscientes de esta realidad y sbogan pec 1a jugar un papel de primer orden dol tear i Papel de primer orden una supuesta Antropologe ¥ cultura o forma de cultura. En esta line cultura. ta linea cabe resenar, eprgclalmente sugerentes y valle, as spores List ‘orno al tratamiento cultural HE a enitome, ‘0 cultural de limites en la co- E. T. Hall es sin duda ef antropdél¢ 2@ que su intento Iba a suscitar una continuacié Seda av drat cia et tes al uso que el hombre hace def eames a e @ espacio, como eft Heaton or areca de la cultura a iietpariaien ‘unado el término de proxemisticas * Tantc " mensi6n Oculta comc ot Lengua; Tae ease ld le las reorse lingUisticas de Sapir y Whorf, y el terri "0 @s considerado como un signo cuyo si nif 2 mente es comprensible desde los cédigos Shin oe me peice, ee «Todo, virtualmente, Io que el hombre es y estd relacionado estrechamente con Ia e rle @Spacio. La sensacién humana del espacic Pease, mana pacio, el sent - cial ger hombre, es una sintesis de muchas hina aie ee visuales, auditivas, cinestésicas, olfativas y térmi Ee ada una do ellas, ademas de venir constituida por un istema complejo —como ocurre, por ejemplo, con la docena inukd Dimension Ocul, enfoaue antropolsgico de Inout Estudos doa Adminstracion toca: Medig 6e, fg2aee The Silent Language. Doi soso, [6 Sent Language, Doubleday and Company. Ine. Nuva Yore * Le Dimension Oculta... pag, 279, Introduecién 2 Las influencias de Hall —cuya aportacién tendremos oca- si6n de valorar a lo largo de este trabajo—, al igual que las de Chapple y algtin otro pionero que tocaron el tema desde perspectivas no sisteméticamente territoriales, se orientaron més hacia la investigacién de un aspecto determinado del uso social del espacio: el que esté implicado en el lenguaje del cuerpo. A esta nueva ciencia se le llamo kinesia. Los es- tudios de Goffman, Mahl, Dittman, Ekman y Birdwhistell, entre otros *, se ocupan de esta temdtica tan relacionada con las conclusiones de la linguistica estructural. Este trabejo pretende, sin embargo, abordar el tema del territorio en re- facién con la comunidad y no solo con el cuerpo. Esta pers- pectiva ha sido més desatendida, En ef Congreso 135 de la American Association for the Advancoment of Science, cele- brado en Dallas entre el 29 y 31 de diciembre de 1968, donde se abordé ef tema de la territorialidad en los animales y on ef hombre, y en el que intervinieron 50 cientificos de diver- 08 paises, la presencia de los antropdlogos result6 insigni- ficante ante el elevado mimero de etdlogos, ecdlogos y cultl- vadores de otras ramas de las ciencias naturales y humanas. Y, sin embargo, creemos que la investigacién antropolé- gica del problema deberia haber sido sefalada con el sello do urgencia en nuestra cultura occidental. Mientras las so- ciedades llamadas primitivas, en la medida en que los con- tactos civilizadores de occidente se lo permiten, mantienen una relacion mas estable con su suelo, y los vinculos tradi- cionales, incluso en las culturas némadas, tienden a perpe- tuar los limites simbélicos del territorio —situacin por Io demés que dificilmente podré perdurar algunas décadas dado el trasiego humano constatable en este mundo sin fronte- ras—, la cultura occidental ha hecho, desde hace algunos afos, profesién de desarraigo, y los movimlentos y desplaza- mientos humanos han tejido un complicado sistema de co- municaciones entre los mas diversos subgrupos culturales: desde ef «solar» familiar al oscilante territorio de las reali- zaciones personeles, desde la nitida estructura de la forma agraria, donde a tlerra esté en contacto inoludible con el hombre, hasta el artificio industrial que Ia oculta y reduce, desde la utilizacion de! espacio a la planificacién del mismo. Pero este movimiento humano no es simple. Arrastra con: ‘sigo todo un trasfondo seméntico, un haz de significantes sin referente, évidos de reencontrar los significados abandona- dos en el origen del desplazamiento. Esfuerzo vano que nun- © Gr. Bibliogretia general. 6 Antropologia del territorio a se verd coronado por el éxito, Mds bien cederé y se des- moronard la estructura significativa del viajero, y su situecién, ante la tentativa de readaptacion, serd la causa de una re. gresién inevitable, que le colocaré en un trance similar al que intuye Lévi-Strauss para los primeros tiempos del len- guaje: un fuerte desequilibrio entre lo captado y lo conocido, entre los significantes y los significados, entre la eficacia simbélica y la eficacia cientifica, y, en fin, una vuelta a los términos flotantes, sin significado preciso, para denominar las grandes sombras cognoscitivas que ef nuevo ambiente le proyecta’. Las consecuencies de todo este proceso no serian tan nefastas si la situacién fuese dol todo paralela con la de los primeros. tiempos. Pero nos encontramos ehora con unas ircunstancias contradictorias. Lo que el inicio del lenguaje €fa un progreso, un logro inestimable, ahora es une regre- sién, Nuestro hombre se habia movido ya en un medio natu: ral distinto, por el camino de la adecuacién cade ver més es. treche, entre significante y significado. Esta convergencia se Je desmorona no porque no haya llegado a elle, sino porque desaparece uno de los términos del conjunto, Por otra parte, se encuentra sumergido en un medio ambionte donde los individuos que le rodean no se encuentran en su mismo os. tadio, con fo que necesariamente se origina en ol un proble. ma secundario de marginacién. Como vemos, el estudio de Ja territorialidad puede tener Una repercusién directa en cuestiones tan propias de nuestra cultura como la migracién, tanto interna como externa, fa di. namica de poblacidn, la reaccién ideolégica de un conjunto cultural ante los impactos de los nuevos logros técnicos. To. das estas circunstancias apuntan a otras tentas variables de interrelacién con el territorio. Como veremos més adelante, Ja densidad de poblacion y la cantidad artificial de mediacio. nes entre un sistema preestablecido de relaciones y el me. dio son elementos que condicionan y reorganizan toda la seméntica propia de una adaptacién territorial concreta en un momento determinado, Ha sido en el mundo animal donde la investigacién territo- vial ha conquistado sus mejores conclusiones. Los estudios de Hediger, Leyhausen, y sobre todo de Carpenter, han mar. cado una pauta de estudio nada despreciable. ‘Partir do Jot, sntroduction a Liguvre de Marcel Meusss, en Sociologio ot Anthropologie. P.U.F, Paris, 1968, pag. XLVI, ye * Ver Bibiogratia general. Introduccién ey las conclusiones de estos et6logos y eplicarlas, sin mas, al ‘mundo humano, seria simplificar excesivamente el problema, Tanto més cuanto que las condiciones de investigacién en las que estos eruiditos trabajaron no siempre fueron las més idéneas para dar respuesta adecuada al tema que trataban, Es sabido que la observacién territorial de los animales en libertad resulta sumamente dificil y que como mal menor os et6logos recurren con frecuencia al animal cautive, aun cuando reconocen que el comportamiento territorial varia considerablemente en ambas circunstancias. Por otra parte, no sabemos, y dificiImente podremos llegar a conocer algun dia, hasta qué punto las observaciones extraides del compor- tamiento animal pueden ser aplicadas, aunque sea analdgica- mente, al hombre. Nos faltan datos objetivos sobre el signi- ficado real de la conducta animal, sobra todo si nos introdu- ¢imos en el mundo motivacional, y naturalmente el antropé- Jogo, que ha experimentado en sus estudios transculturales el grave peligro de! einocentrismo, dificilmente puede conven- cerse de que salvard el incdgnito espacio que separa la es. pecle animal de la humana sin sumergirse, a su vez, en el antropocentrismo mas descarado. Esa es precisamente la sen- sacidn que producen los tratamientos que algunos estudigsos del mundo animal dan a sus descripciones, sensacién de Ia {ue no se libran algunos investigadores tan cualificados co- mo el premio Nobel de Medicina K. Lorenz, El lector més profano puede detectar lo que decimos hojeando simplemen- te la deserincion que este autor nos hace del comportamien- to de su oca Martina’. Esta situacién, por lo demas, no di- fiore mayormente de la que ya en épocas muy remotas im- pulsé a los hombres a forjarse una idea de los dioses, que todavia compartimos Intimamente en el siglo XX, y que sa- biamente fue criticada por Jendfanes: «Si los bueyes, los ca- ballos y los leones tuvieran manos y pudieran con ellas pin- tar y creer obras como los hombres, ios caballos pintarian a los dioses con figura de caballo, los bueyes con figura de bueyes, presténdoles el cuerpo que ellos mismos tienen» ™. Se trata en el fondo de un serio problema epistemolégico que se evidencia de forma rotunda siempre que el hombre pro- tende abandonar el mundo de sus formalizaciones especifi- cas para remontarse o descender a otros érdenes de vida, Pero la Antropologia nos ha enseftado @ proceder con suma cautela en tales circunstancias. Nos indica que ho es ° fr. Sobre la Agresién: o! protendido ml. Siglo XXI, 1971. ™ fr. Kirk y Raven: The Presoeratic Philosophers. Cambridge, 1957, ég. 169 4.4. arta, 2 18 Antropalogla del terrtorio hnecesario abandonar los limites de la especie humane para que el problema epistemoldgico al que aludimos aflore con escandalosa intensidad. Basta traspasar las fronteras de 1a propla culture pera verse privado de los sistemas seménticos indispensables que nos acerquen a otros grupos humanos. La primera Antropologia no era tan rigurosa a la hora de considerar esta dificultad, Los Antropologos briténicos, por ejemplo, construyeron todo un mecanismo Idgico para expli- car la forma de cémo la primera humanidad iria descubriendo conceptos tan esenciales en nuestra civilizacién como alma, espiritu, dloses y todo ef sistema religioso del civilizado, La teorla de Tylor sobre Ja falsa interpretacion de los fenéme- nos del suefio y de la muerte, por parte del primitivo, es de sobra conocida. Como también lo es la critica de! Antropé- Jogo de Ia misma nagionalidad, Evans-Pritchard, denunciando el paralogismo que esa forma de argumentar encierra: oriti- ca, por lo demés, muy similar a la formulada por Jenfanes muchos siglos antes: Spencer, Tylor y sus sequidores argu- mentaban desde su cultura, como si ellos fueran primhivos. «S/ yo fuera un primitivo llegaria de esta forma a la idea de alma y de espiritu», lo que equivaldrie, en otro orden, a afir- mar: «Si yo fuera un caballo haria lo que hacen los caballos, sogtin tal 0 cual sentimiento que se supone poder atribuir @ Jos caballos» ". La falacia de! argumento estriba en que la ‘condicional no se cumple. No queremos con esto restar importancia a los estudios del comportamiento animal, sino simplemente prevenir so- bre la inadecuada aplicacién de sus conclusiones al mundo humano. El hecho de que el hombre sea presentado hoy por la clencia antropolégica como un eslabén sucesivo dentro de la serie evolutiva animal, no quiere decir que no tuviesen lugar, dentro de la misma evolucién, unos acontecimientos que hayan cristalizado en Ia aparicién de un ser desconecta- do, en Ia problemética que nos ocupa, de sus antecesores. No obstante, los estudios sobre territorialidad animal y las conclusiones a las que se ha llegado, pueden servirnos, si no de referencia conereta para captar el significado de la cues- t16n aplicada al hombre, si de estimulo para iniciar la investi gacién antropolégica correspondiente, Dentro de las experiencias cotidianas salta a la vista que este intento tiene una base sélida de realizacién, Primero porque e! mismo cuerpo humano requiere un contorno espa- cial, salvaguerdado en todas las culturas, para su desarrollo 4 Cfr. La Religion dos primitfe. Pari, Payot, 1969, pég. 53, Introduccién 19 y actuacién. No esteria fuera de lugar recabar e! significado profundo a nivel espacial de la serie de orlas que segdn di- ferentes teorias, mas bien orientales, rodean a la epider- mis, Por otra parte, es un fendmeno altamente signiticativo, y que da pie, desde la base misma de la realidad humana que es su distensién espacial, para comprender el distinto significado que, segin criterios propios de semantizacién, es particular de grupos humanos especiticos. Sabemos en efec- to que existen culturas, cuya concepcién del cuerpo propio, realidad espacial més inmediata, difiere notablemente de la que a través de la historia ha ido fraguando el hombre occi- dental. El cuerpo como energia, como campo de intluencias eficaces més allé de sus limites fisicamente constatables, es propio no sdlo de culturas primitivas, sino también de épocas anteriores en la linea de desarrollo de nuestra civilizacién. Pensamos ahora en la descripcién que Homero nos presenta de sus héroes, y de ese espacio influido e imanado de su cuerpo. Pero mas allé de la realidad somética, parece un dato in- cuestionable la manipulacién «ideolégica» que cada cultura hace no sélo de la casa, como unidad territorial menor, sino también del territorio acotada por la comunidad 0 el grupo Creemos que existen en fos datos que nos proporciona la An- tropologia modelos suficientes de concepcién territorial en diversas culturas, que nos dan la base de estudio indispense- ble para abordar el problema sin necesidad de salirnos de los limites de las ciencias humanas. Prescindiremos de forma tematica de las Investigaciones de los et6logos sobre el tema, no porque las desvaloremos, sino porque, hoy por hoy, toda- via no conocemos de forma cientifica su aplicacion a la especie humane. Seria arriesgado enfrentarso a una proble- matica sirviéndose de otra mas complicada, y que en cual- quier caso podria ser objeto de un estudio independiente. Dos son las dificultades que se presentan a la hora de abordar esta investigacién: una conceptual y otra meto- dolégica. La primera de ellas nos obliga a precisar la nocién de territorialided. Afirmar que el territorio es el espacio den- tro del cual tienen lugar las refaciones socioculturales de un grupo, puede conducir @ numerosos equivocos. Por una par- te, esta definicién sugiere veladamente una identificacién en- tre territorio y aldea, pueblo o centro de poblacién en gene- ral, Pero la vide de una comunidad acontece con frecuencia més alld de los limites de estas entidades. Lo que equivale a decir que el concepto antropolégico y politico de territorio no tienen por qué coincidir. Recordemos clertos tipos de no- 2 Antropologia del territorio madismo, las grandes expediciones cinegéticas de los pue- blos cazadores, 0 las oxtrafias peregrinaciones de los indios Winnebago en busca de una visién de tipo espiritual que les garantice el trénsito a la vida adults, No ignoramos que to- das estas actividades trenscurren, a menudo, por rutas més (© menos fijas, y sobre las que los viandantes no dejan de tener algun derecho. Pero el criterio legal tampoco aclara mayormente la cuestién, desde el momento en que las rela- cones socioculturales de un grupo invaden, con frecuencia, por medio de instituciones tales como Ia’ hospitalidad, ef cautiverio, el comercio, a emigraciGn, etc., todas ellas de signo legal muy diferente, el campo dé accién de otros gru- pos culturales. Ademés la concepcién del territorio como es- pacio, puede llevarnos a una idea geogratica de la cuestiOn, ssi no se precisa edecuadamente lo que se entiende por es: pacio. Y este es precisamente el punto de donde parte la inquietud de esta investigacién. La segunda dificultad es metodolégica. Resulta hasta cier- to punto fécil armarse de paciencia y observar durante largas horas las pautas territoriales de animales en cautiverio; ano- tar sus idas y venides, sus reiteraciones, y dibujar ef mapa de sus habitos territoriales. Se llegaria entonces a la con- clusin de que el animal observedo se mueve dentro de los limites de un espacio acotado 0 que determinados compor- tamientos animales, por ejemplo, el apareamiento en ciertas especies, estén territorlalmente pautados. Si se tratase de animales en libertad la paciencia requerida seria mayor, pero ‘aun en algunas especies se podria legar a conclusiones pa- ralelas. En el caso del hombre este procedimiento no nos llevaria 2 descubrir mucho més de lo que ya sabemos. La Humanidad tiende @ agruparse en nticleos que van desde la familia al estado, y en mayor o menor grado estas colectivi- dades se asientan o se asignan espacios determinados. Sin duda la historia de las grandes migraciones de la Humanided ha sido impulsada por la necesidad de esta posesiOn, refe- ida no a un territorio concreto, sino a una tierra propicia. La afirmacién de Rousseau en el Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre los Hombres de que el primero que ‘acoté un espacio y dijo esta tierra es mia invents la prople- dad privada, deberia matizarse, por lo que se refiere a la territorialided, en el sentido de que descubrié la conciencia de la propiedad privada, individual 0 grupal. La propiedad te- rritorial existia ya desde ef momento en que e! hombre, en époces muy tempranas, utilizaba la defensa propia. Precisa- mente ef hecho constatado de la Incompatibilidad en la mis- Introducetén a ma ubicacién territorial de dos especies vivientes distintas, es un dato lo suficientemente importante como para explicar Jos elementales sentimientos de posesién territorial. Poco, sin embargo, lograriamos saber de 1a territorialidad humana si nos limitésemos a cartogratiar los movimientos de los individuos 0 de los grupos humenos. Si el territorio es susceptible de un estudio antropoldgico, y no meramente geogréfico 0 ecoldgica, es precisamente porque existen In- dicios para creer en el carécter subjetivo del mismo, o dicho de otra manera, porque contamos con datos etnogréficos su- ficientes para concluir que tal como anotdbamos al comfen- zo de este estudio, entre el medio fisico y el hombre se In- terpone siempre una idea, una concepcién determinada. Nun- ca podriamos llegar a ella por el método de la observacién escueta de la utilizacién del territorio. Es preciso interpretar esa utilizacidn. Y las técnicas iniclales adecuades para este fin no podrén ser otras que las empleadas en los demas campos de Ia investigaciGn antropolégica: las técnicas del trabajo de campo, desde la observacion y 1a encuesta, hasta la interpretacién y modelizacién de las constataciones. Tras una primera parte en la que intentaremos aclarar tanto ef problema conceptual como el metodolégico, recurri- remos a dos estudios muy coneretos, basados precisamente en el contacto directo con las comunidades a las que so ro- fieren. Hemos seleccionado los grupos de nuestro estudio segdn la diversidad aparente de sus territorios, con la fina. lidad de someter a prueba, mediante el contreste, clertas hi: pétesis, que admitimos como significativas, y cuya validez dejamos condicionada a su verificacién, Por otra parte, ‘si logramos detectar indicios de semantizacién en el uso ‘del espacio, podremos precisar hasta qué punto la mediatizaci6n ideol6gica del territorio es una nocién cierta. Y con ello, es- peramos, habremos colaborado en algin grado en la funda ‘mentacion empirica de algunos aspectos relativos a una An- tropologia del territorio. PRIMERA PARTE Capitulo 1 | | ! Hacia un concepto de territorialidad humana El término territorialidad connota una serie de asociaciones entre las cuales sobresale, por su cardcter primario, la de realidad espacial. Sin embargo, estos dos conceptos —espa- cio y territorio— deberian diferenciarse adecuadamente, pues tanto extensiva como intensivamente denotan significados distintos. El espacio constituye uno de esos conceptos poll. sémicos, que por si sdlo, sin precisiones calificativas, se va. ofa a causa de su generalidad. El espacio de las ciencias fisico-matematicas no tiene mucho que ver con el que sittia el psicélogo en la base de sus investigaciones, y éste, a su vez, discrepa del concepto como nocién epistemologica gréfica 0 sociolégica. Por ello una reflexién sobre las distin. tas formas espaciales nos alejaria innecesariamonte de nucs- tro propésito. Que el espacio real sea euclideo o no lo sea, que tenga limites 0 carezca de ellos, que esté sujeto a ox. Pansiones 0 a otras leyes fisicas determinadas 0 que, en fin, en su acepcién geogratica sea el producto de unos movi. mientos geolégicos 0 césmicos, es algo que vale la pena conocer, pero que en cualquier ‘caso modificarfa muy poco las conclusiones de una antropologia del territorio * Porque si es verdad que la territorialidad se asienta sobre un sustrato espacial, no lo es menos que la Antropologia So- cial y Cultural, al enfrentarse a esta problematica, debe cua. lificar el concepto de espacio, objeto de su estudio al menos en dos direcciones complementarias: una, la que resulta de afadir a la nocién general (espacio) el determinante «terri- torial», debiendo, por tanto, centrarse en el estudio del es. Pacio que constituye territorio; y otra, la que resulta de in. troducir esta tematica dentro del molde formal de estudio de esta ciencia, lo que implica un tratamiento sociocultural del espacio territorial, sin pretender afirmar que este plantea- miento agote el interés humano del espacio o incluso del oft, sob figuratit tte los distintos usos de esto concepto, J. Le Men: L'Espace ‘Structures de la Personalité. PUF, Paris, 1966. pags. 1328 5 6 Antropologia del terttorio territorio, sino intentando Gnicamente acceder a aquellos as- pectos y bajo aquel punto de vista que le es propio como clencia. De las lineas anteriores se desprende que. tal como aqui se entiende, el territorio es un espacio con unas caracteris- icas determinadas, que de manera general podriamos deno- minar sociales y culturales. De otra manera: el territorio es tun espacio socializado y oulturizado. Esta afirmacién, que por lo genoral, corre el peligro de decir muy poco, ofrece, sin embargo, una perspectiva metodolégica clara para afrontar esta temética, pues nos permite parcelar y tratar aquellas formas espaciales que conllevan significaciones sociocultu- rales, tales como la casa, las propiedades territoriales, los espacios de ubicacién grupal, propios o extrafios, y de’ ma- nera general cualquier formalizacién o simbolismo, que ope- rando sobre una base espacial, acttie como elemento socio- cultural en el grupo humano, abriéndosenos asi las puertas de las cosmogonias, de las creencias, de las supersticiones y de cualquier otro tipo de folklore que se relacione con el tema. Concretar més las caracteristicas de la territorialidad es Jo que pretende este trabajo. De momento, y como hipdtesis inicial partimos de la definicién amplia de territorio, lo que ya de entrada nos obliga a precisar el calificativo, en ella in- ettida de «sociocultural». Qué es un espacio socioculturi- zado’ Estrictamente y a causa de la inevitable espacialidad en la que discurre la actividad humana’, se podria pensar que todos los elementos culturales encontrarian hueco en la de- finicién propuesta. Un objeto ritual, como puede ser una ima gen, serfa sin duda una realidad espacial investida de un sig- nificado sociocultural. Pero es evidente que no nos referimos aqui a este tipo de objetos, sino que el enunciado formulado Presupone que Ia vigencia sociocultural del rasgo recoge te- méticamente su espacialidad, Por ejemplo, seria pertinente para el tema la visién simbdlica de la misma imagen en la medida en que alguna de sus cualidades dependiese de su ubicacién en un determinado lugar. En este caso nos encon- trarfamos con que un espacio conereto habia sido investido con un significado cultural propio, en relacién con una situa- cién, y en consecuencia dicho lugar seria un punto que de- berfa recoger el mapa territorial de esa cultura. 2 fr. L. Concillo: Tratado de fas Realidadee. Syntegma, Madrid, 1973, Ph. 60. 1: 1 Hacia un concepto de terrtorialided humane 2 Precisando mas la det icial podemos afirmar que ef territorio es un espacio socializado y culturizado, de tal manera que su significado sociocultural incide en ef campo seméntico de la espacialidad. Pero a pesar de esta condicién existen formalizaciones que cumplen estas caracteristicas y que, sin embargo, no parecen poder incluirse en esta temé- tice sin violentar el concepto de territorialidad. Tomemos de nuevo la misma imagen y concedémosle las mismas cuali- dades, pero dependientes ahora de su tamafio: Las imége- nes grandes, 0 ésta concretamente, tienen més poder que las pequefias. Es evidente que en esta precision se hace una re- ferencia tematica a uno de sus aspectos espaciales, sin em- bargo, zen qué medida puede este dato ser pertinente para analizar la territorialidad de un grupo humano? Pueden ocurtir dos cosas: que la configuracién anterior no sea un dato espacialmente aislado, sino que responda a tuna pauta general de espacialidad, en cuyo caso la pertinen- cia del rasgo, 0 lo que es lo mismo, su tratamiento cultural verdaderamente espacial, estaria avalado por la convergen- Cia, y su utilizacién directa o probatoria dentro de un estudio de la territorialidad estarfa justificada, Otra posibilidad, y quizé la més frecuente en este tipo de hechos, es que la incidencia en el campo semantico de le espacialidad sea solamente aparente. Pensemos, por ejemplo, en dichos po- pulares tales como «caballo grande, ande o no andes, «lo bueno si breve, dos veces bueno», «tanto va el céntaro a la fuente que al fin se rompex, «con pan y vino, se anda el ca- minos, etc..., donde formalmente se epunta ‘a proporclones y distancias, y que, sin embargo, encierran una intenoionali- dad seméntica bien distinta. Légicamente estos motivos no cumplen los requisitos de la definicién propuesta, Volviendo a la primera posibilidad, en este tipo de he- chos, hemos admitido que siempre que su significado per- tenezca al campo seméntico de la pauta espacial su utiliza- cién directa 0 probatoria es adecuada. :Quiere esto decir que rasgos de este tipo pueden ser tenidos por eslabones del territorio cultural? Quiz debamos afiadir una nota més para acercarnos al concepto de territorialidad, tal como ape- rece en los estudios afines de otras disciplinas. Los etélogos hablan con frecuencia de animales territoriales para referir- se a aquellas especies que de una u otra forma defienden un espacio, que se presupone les pertenece, o lo que es lo mis- mo: dominio de un espacio y territorialidad son nociones in- terrelacionadas. En el mundo animal, como nota Carpenter’, Gir. en A. H. Esser: Behavior ond Environment. Plonum Pro va York, 1971, pag. 62, Nue- 28 Antropologia del terttorio el problema estriba en conocer cual de estos dos elementos e8 anterior, si es que alguno de ellos lo es, el dominio, o la territorialidad. Segun numerosos et6logos estos dos factores han ido desarrollandose paralela e interactivamente en el proceso de la evolucién, y constituyen un binomio insepara- ble en todas las especies de mamiferos. Podemos recoger la precision de Robert Ardrey en ol sentido de que ciertos ani- males no defienden su territorio sencillamente porque nadie es ataca, lo cual no quiere decir que no sean territoriales. En consecuencia, la idea de dominio o defensa de un espacio como caracteristica mas sobresaliente de Ia «territorialidad, deberia precisarse con la de exclusividad'. Y por otra parte, los conceptos de dominio y territorialidad pueden pertenecer a dos niveles distintos, uno el puramente ecoldgico (espacio) ¥ otro el etoldgico o psicolégico (comportamiento: dominio, defensa, exclusividad) * Ahora bien, la Antropologta es una ciencia del comporta- miento humano y la vieja distincién entre cultura material y cultura psiquiea, a pesar de que sigue en vigor entre algunos autores y sirva de pauta orientadora en los ficheros de nu- merosas bibliotecas de Antropologia, carece por completo de fundamento en su sentido tradicional, ya que los mismos términos cultura y material implican cierta contradicc’én. Los estudiosos de la cultura han superado ya la dicotomia obje- tivo-subjetivo en el sentido disyuntivo de estos dos concep- tos, y han captado la implicacion dialéctica psiquica-material de cualquler eotividad humana. Por ello, y prescindiendo de disoutir ahora hasta qué punto en el mundo animal son dife- renciables los planos ecolégico y etoldgico de la territoria- lidad, creemos que en el caso del hombre no lo son. Entre otras cosas porque en la especie humana el comportamiento territorial no es uniforme, como puede suceder en las demas especies animales, y el significado que pueda tener lo recibe enteramente de un proceso de semantizacién no necesario, 0 lo que es lo mismo selectivo. «EI hombre es enormemente flexible y variable en su comportamiento y ha incorporado ‘en sus sociedades casi todos los tipos posibles de espacia- lidad. El hombre difiere de las demas especies animales en gue no tiene una tinica forma de sociedad, sino que ha crea- do una amplia gama de culturas y en cada una de ellas se pueden observar distintos tipos de comportamiento espacial. * Gfr, Behavior and Environment, pag. 48. ® fr. 0c, pag, 49. 1: 1 Hacla un concepto de territorialidad humane 29 Cada ser humano adquiere un conocit leyes espaciales de su cultura...» *, Podemos, por tanto, mantener aqui el sentido operativo del término territorialidad, tal como existe acufiado en otras clencias, es decir, en su relacién con la «exclusividad», en- tendiendo por tal toda una gama de posibilidades que oscilan entre lo que podriamos llamar una exclusividad positiva y otra negativa. La primera de ellas indica el sentido de posesion © dominio que corresponde como derecho a las distintas en- tidades que constituyen una comunidad: individuo, familia, ‘grupo, etc..., configuréndose la territorialidad bajo esta pers: Pectiva en una sucesién de planos que se interrelacionan do formas diferentes segiin las distintas culturas, y que reco- gen, a su vez, numerosas variantes, tales como edad, sexo, status, etc., dentro de cade una de las entidades Integrantes del grupo social. La exclusividad negativa hace referencia a ‘aquellas situaciones territoriales en las que cualquiera de las unidades de exclusividad positiva de un determinado gru- Po, proyecta, bajo alguna normativa, una exclusion terri torial de la que son sujetos los restantes grupos o entidades sociales. A una exclusividad positiva en relacién con un gru- Po 0 subgrupo corresponde automaticamente una exclusivi Jad negativa pura el resto de los grupos 0 subgrupos, que es antitéticamente simétrica de la anterior. Es ésta una situa: cién acusadamente: humana, on la que los territorios de gru- pos 0 unidades diferentes sustituyen Ia lucha, como defensa territorial, tan extendida en el mundo animal, por la. nor- mativa Dentro de la territorialidad de exclusividad positiva, los espacios territoriales de las distintas entidades formadoras de un grupo, no coinciden en sus limites. La territorialidad de exclusividad positiva del individuo, de su corporeidad, aunque en situacién estética es mas reducida, como parte dinémica de otras unidades sociales, utiliza otros aspectos de la te- rritorialidad grupal e incluso extragrupal. Las anotaciones que preceden nos permiten ahora formu: lar la definicion inicial del territorio humano de la siguiente manera: se trata de un espacio socializado y culturizado, de tal manera que su significado sociocultural incide en el cam- po seméintico de la espacialidad y que tiene, ei relacién con cualquiera de las unidades constitutivas del grupo soclal propio 0 ajeno, un sentido de exclusivided, positiva 0 ne- gativa. lento completo de las ‘Theories of Animal Spacing: the Role of Flight, Fight ‘en Behavior and Environment, pag. 63. st 30 Antropologla del terrtorio Esta definici6n exige el tratamiento de una serie de pun- tos, en el estudio del territorio humano, y que podrian resu- mirse en los siguientes: andlisis de las condiciones infraes- tructurales, a partir de las cuales se opera la socializacion y culturizacién del espacio; investigacién de las posibles rela- ciones que los conceptos «socializado y culturizado» impli- can, asi como su delimitacion © importancia de los grupos y subgrupos sociales en este contexto; y finalmente el estu- dio del significado mismo y de las formas que el hombro pone en funcionamiento para llegar a él. Todo esto sera ob- Jeto de atencién en las paginas siguientes. Capitulo 2 Condiciones infraestructurales de la territorialidad humana Deciamos anteriormente que el territorio es el sustrato es- pacial necesario donde transcurre toda relacién humana. El hecho de que ese sustrato se modifique dialécticamente en contacto con la actividad humana misma, no impide que si gan existiendo unas condiciones Infracstructurales, subyacen- tes al mismo proceso dialéctico del que surge la territoriali- dad humanamente semantizada. El concepto de condiciones infraestructurales aqui utilizado no debe entenderse en un sentido determinista, sino como elementos basicos del pro- ceso dialéctico al que aludimos. Ello quiere decir que esos mismos elementos se van a ver modificados en el transcurso del mismo proceso, y que por consigulente su vigencia con- creta dentro de una cultura, no responde a una descripoién general de los mismos. Dicho de otra forma: los condicionan- tes infraestructurales de Ja territorialidad humana no pueden tratarse como tales, sin incurrir de alguna forma on clerta abstraccién. Como veremos més adelante, el anélisis con- creto del territorio humano, en una cultura, exigiré una, preci- sién de estos condicionantes en los términos que le sea propio. Por ello nos limitaremos aqui a resefiar algunas dis- posiciones generales, desde las que debe entenderse la di- mensién territorial de| hombre, dejando abierta la posibilidad de que esas mismas disposiciones se conoreticen en el hom- bre efectivamente culturizado. a) Percepeién y territorio La percepcién sensorial humana juega un considerable pepel en las distintas delimitaciones territoriales. El hombre capta la realidad a través o a partir de sus sentidos. Las con- diciones estructurales de los sentidos humanos, determinan en buena medida su forma de percibir el espacio. La disyun- cién que ha existido y existe entre una fisica del microcos- mos y otra del macrocosmos, se debe en un tanto por ciento muy elevado a las caracteristicas perceptuales del ser hu- mano, que en ultima instancia es el que investiga. 2% J Garcia, 3 6 Antropologla del terttorio La Antropologia Fisica nos ensefia, a este respecto, la Importancia que la evolucién de los drganos sensoriales, uni da al cambio de clertas estructuras del organismo, asi como @ una modificacién del sistema nervioso, tienen en la apa- ricién del homo sapiens. Estas caracteristicas nuevas son las que en ditimo término condicionan la aparicién de una nueva forma de territorialidad, a la que denominamos humana, Por ello conviene que nos detengamos en ellas, aunque sea de una manera esquemética Desde un punto de vista perceptivo, los sentidos se orde- nan evolutivamente en una escala que va desde el tacto a la vista. Sin embargo, el desarrollo de un sentido superior no implica necesariamente la desaparicin o atrofia de uno in- ferior. Cierto que en algunos casos la evolucién ha procedido mediante una especializacién de cierto sentido, por ejemplo, la vista, en detrimento de otros, en el caso del hombre, el olfato. De todas formas la evolucién sensorial esté predomi- nantemente marcada por una estructuracién diferente entre los distintos sentidos. En realidad todos ellos tienden hacia tun producto unitivo, y es precisamente su estructuracién lo que Io hace posible. Por lo que respecta al espacio, como base de la territo- rialidad, no se puede decir que el’ hombre haya abandonado formas inferiores de percibirio, para espocializarse en otras mas evolucionadas. Tradicionalmente se viene admitiendo que la captacién espacial, por parte de los sentidos, corresponde en el hombre a una interaccién de la vista y del tacto, el de- nominado mas evolucionado y mas simple, respectivamente, de todos ellos. Sin embargo, quiz no debemos olvidar qué el concepto de espacio, el que aqui nos referimos, no es tan- to un espacio cuantitativo, cuanto un espacio cualitativamen- te poblado y demarcado. Por ello, no sélo la vista y el tacto, como perceptores de distencias, sino también el oido y el olfato como detectores cualitativos de las mismas, deben ser considerados en una Investigacién sobre la territorielidad humana Si echamos una ojeada sobre el mundo animal, desde una perspectiva evolutiva, en seguida nos damos cuenta de que la evolucién sensorial en la utilizacién del territorio no si- gue una linea coherente con lo que nosotros llamamos sen- tidos inferiores y superiores. Los peces y reptiles, es decir, los vertebrados inferiores, demarcan épticamente’ sus terri: torios, mientras que las aves lo hacen tanto éptica como ‘acisticamente; y dentro de los mamiferos, hasta en los prosi- mios y algunos monos del Nuevo Mundo, tienen predominan- ae eT I: 2 Condiciones infraestructurales de la terrtorlalidad a cia los métodos olfativos. En el orden de los primates las Varlaciones son considerables: los primates inferiores siguen ajustindose a las sensaciones olfativas, mientras que los superiores marean delimitaciones actsticas predominante- mente 0 con exclusividad. El hombre, sin embargo, debido a la multiplicidad de planos en los que se organiza su terri- torlalidad y al gran numero de referentes seménticos utili- zados en su demarcacién se vale del tacto y del sentido ci- nestésico, del olfato, del ofdo y de la vista, y de una conjun- cién estructurada de todos ellos, en la que entran en juego otro tipo de facultades mas complejas '. EI tacto es un sentido bastante mas complejo de lo que hasta hace poco se sospechaba®. Generalmente se ubica indistintamente en la piel, pero se ha afirmado, basdndose en ciertos experimentos, que la piel del cuerpo humano reac- ciona de diferente manera en distintos puntos a diferentes estimulos. La presién, el dolor, el calor y el frio serien cap- tados especificamente por distintas configuraciones recop- tivas de Ia epidermis. Segun ello se habla de cuatro sentidos do la piel, para uno de los cuales, el que capta la presién, se reserva el nombre de tacto’, El tacto os precisamente el que abre al hombre las primoras dimensiones espacialee. El nifio lo utiliza, en este sentido, con exclusividad on ol primer mo- mento de su vida. Los receptores téctiles muestran una ma- yor sensibilidad y densidad en la palma de la mano, oltcuns- tancia que como veremos tiene una extraordinaria importan- cla en Ia territorialidad humana, Filogenéticamente esta localizacién del sentido del tacto tiene gran trascendencia en los primates, sobre todo entre los prosimios nocturnos dotados de receptores tactiles en las caras anteriores de los antebrazos, que les permiten die ferenciar de forma precisa su contacto con el medio, En el hombre, sin embargo, como hemos indicado, el tacto adquie- re unas nuevas dimensiones en relacién con los demas sen tidos, sobre todo con la vista, y dentro de una nueva orien- taci6n determinada por la postura erecta 1 Gfr. H. P. Hediger: «The Evolution of territorial Behaviors, en 8. L Washburned: Social Life of Early Man. Aldine P.C., Chicago, pg. 30 sf, © Gf. L. K, Frank: *Comunloacién téctlls, en Carpenter y MoLuhan: EI Aula sin muros. Ediciones de Cultura Popular. Barcelona, 1968, pag. 25. ® Esta localizacin tan preciaa de los sentidoa de Ia plel, no 08 hoy totalmente compartida, a la lux de nuevos experimentos. Pero el proble ma en si no afecta la problematica de este trabejo, (Sobre este tema Gir. L, Pinillos: Prinelplos de Psicologia. Alianza Universidad. Medrld, 1975, pl. 126, 6 Antropologia del terrtorio Como complemento del tacto, en la primera exploracién espacial figura el sentido cinestésico, frecuentemente aso- lado con aquél, como un tnico sentido. Hoy, sin embargo, se tiende a diferenciar, y su misién muy compleja consiste en capter el movimiento de las sensaciones téctiles. Ello tiene lugar a través de una concienciacién del movimiento del ‘cuerpo propio, y de la resistencia que cl objeto opone a nues- tros masculos y tondones, a niveles biolégicos muy profun- dos“ Paralelamente a esta sensacién ol ser humano puede percibir la extensién, Tanto el tacto como el sentido cinesté sico imponen asi una primera formalizacion al mundo circun- dante. El espacio téctil-cinestésico es ya en ese primer mo- mento dimensional y cualitativamente diferenciado: las sen- saciones tdctiles crean, dentro de los umbrales perceptivos del tacto, estados diferenciados en el receptor. Ya hemos indicado la importancia que el olfato tiene en clertas especies animales, incluso dentro de los primates, para delimitar el territorio; sin embargo, ya en los catarrinos entre los que se cuenta el hombre, el sentido del olfato esta menos desarrollado. Ello se dobe a los habits arboricolas de los antocesores del hombre, asi como a la postura bipeda de éste, unida a la misma disposicién anatémica de la nariz. Por otra parte, el perfeccionamiento de la vision, y su mejor especializacion para la satisfaccion de las. necesi- dades tanto de defensa como de subsistencia, contribuyé a la recesién del olfato, y consiguiente dective de las zonas encefélicas con él relacionadas. La consecuencia de todo ello, desde un punto de vista territorial, ha sido que el hom- bre ha perdido esta forma en principio valida de orientacion espacial. Ello no es dbice, sin embargo, para que determina- dos grupos humanos hayan potenciado culturalmente las ca- pacidades olfativas atribuyéndoles incluso un significado te- Fritorial. Parece ser que éste es uno de los elementos utili zados por los arabes en la demarcacién del espacio personal Todavia en ciertas situaciones y dentro del plano de lo que podiamos llamar territorio corporal, se utiliza el olfato como elemento territorial significativo: baste pensar en Ia técnica artificial do ampliar este territorio por medio de perfumes El territorio olfative no sobrepasa normalmente el entor- no corporal, y lo que es més significativo, no es un elemento constante en la delimitacién territorial humana, si bien es verdad que suele operar cualitativamente como complemen- to en distribuciones visuales. Es una caracteristica de este * Cfr, Ray L. Birdwhistell «Cinésica y Comunicaciéns, en EI Aula sin ‘muros, pag. 83 1: 2 Condiciones infraestructurales de a teritoralidad a espacio, al igual que de los constituidos por los demas senti- dos inferiores, el estar altamente implicado en la sensacién misma. El perceptor y lo percibido mantienen un clerto grado de indiferenciacién, mucho mayor que el que se da en las percepciones aciisticas y visuales. El oido humano, lo mismo que sucede en muchas especies animales, es capaz de capter claramente la direccién del so- ido. Ello se debo a la duplicidad de los érganos auditivos, que permiten que los sonidos lleguen a cada uno de ellos en distinta fase, Esta caracteristica determina la Importancia que este sentido tiene en la porcopcion del espacio dimen- sional, y consecuentemente en la infraestructura territorial Las demarcaciones aciisticas del territorio son de trascen: dental importancia en los primates superiores. Ello se debe mas a la decadencia del olfato que al perfeccionamiento del propio ofdo, En algunos prosimios, como los tarsios, la ore- ja, que diferencia a los mamiferos del resto de los vertebra- dos, es todavia versétil y eficaz en la captacién de la direc- cién del sonido. En ciertos monos los miisculos de la oreja pueden ser controlados por el individuo, pero ya no dentro de la funcionalidad de dirigir las ondas, sino como parte de un esquema actitudinal de amenaza. Finalmente: en los. pri- mates superiores los misculos de la oreja ya no obedecen a la intencionalided del individuo; ello hace que la funcién de su movilidad se haya perdido por completo Paradéjicamente esta aparente desvontaja auditiva de los primates superiores, el hombre incluido, coadyuvé decisiva- mente en la aparicin de nuevos sistemas de comunicacion, que culminarian en el lenguaje articulado. La pérdida do fle: xibilidad en el odo externo hizo que este 6rgano quedase en alguna medida desconectado de la fuente de procedencia del sonido 0 del ruido. Se aprendié a diferenciar el sonido por si mismo. «La capacidad de separar la Gestalt actistica del ma- terial acstico hace posible la produccién voluntaria de so- nidos articulados y su reproduccién intencionada segtin un esquema preconcebido» °, Desde esta nueva perspectiva el oido contribuye eficaz- mente en la aparicion de una nueva forma de territorialidad, cuya caracteristica mas destacada es la de formalizacién se- mantica de la espacialidad. Ya en los primates superiores esta circunstancia determina la aparicion de una vida social més intensa. Se ha hecho hincapié en la cantidad de ruldos f Ctr. Erwin W. Strauss: Psicologia fenomenolégice. Paldés, Buenos Airos, 1971, pég, 173. 8 Antropologia del terttorto que emergen de un centro habitado por primates superiores, Y que sirven, més que para chuyentar o prevenir a otras es- pecies, para comunicarse entre si. La importancia del oido, en este momento de la evolucién, esta relacionada con una nueva forma de organizacién social ® No obstante, se sigue manteniendo la capacided para per- cibir la distancia, a causa, como hemos dicho, de la dualidad de los drgenos auditivos. E. T. Hall’ pone de relieve las di ferencias entre el espacio auditive y el espacio visual: par- tiendo del hecho de que el nervio éptico contiene aproxima- damente un niimero de neuronas dieciocho veces superior a Jas del nervio actistico, presupone que éste transmite una informacién cuentitativa dieciocho veces menor. Hasta los seis metros ol oido es muy eficez, y a los treinta metros la comunicacién oral es atin posible en una sola direccién, mien- tras que el didlogo en ambos sentidos resulta ya més difi- cultoso. Las ondes sonoras se captan en frecuencias com- prendidas entro los 60 y los 15.000 ciclos por segundo, mien tras que les radiaciones luminosas son visibles para’ el ojo humano a frecuencias de diez mil billones de ciclos por se- gundo, Por otra parte la informacion actistica es més difusa y ambigua que la visual Es evidente que el espacio actistico juega un papel im- portante en la territorlalidad humana. Ciertas actividades del hombre, como el suefio, el trabajo, etc., se rodean de un territorio bien definido, cuya violacién, por parte de cualquier sonido, se considera intromisin. Nuestras edificaciones tes- ifican esta realidad, avalada incluso por las leyes, que pro- hiben los ruidos, a partir de ciertas horas. Esta territorialidad actistica no es homogénea en todas las culturas y en todas las situaciones. En Espaiia se restringe considerablemen- te en torno a la persona, y se limita a circunstancias como las expresadas anteriormente. En otros paises occidentales, sobre todo sajones, se amplia y se tiene en cuenta en mo- mentos mas constantes de Ia vida diaria. Basta en este sen- tido constatar los distintos tonos de voz al dirigirse a las demés personas, el ambiente silencioso de ciertos sitios pi blicos, como los transportes colectivos y, en fin, los mismos métodos utilizados para insonorizar las viviendas. «Pasar la noche en un albergue japonés —dice Hall—°, mientras en © Gir. H. P. Hediger: 0. ¢, pag. 48 se, * a dimension oculta:, onfoque antropolégico del uso del espacio. Instituto de Estudios dela Administracion Lacel.. Madrid, 1873, pag na 70 y 6 * 0.6, pig. 80 1: 2 Condiciones infraestructureles de fa teri lalided 9 la habitacién contigua se celebra una reunién, constituye una experiencia sensorial realmente nueva para el occidental, Por el contrario, los alemanes y los holandeses gustan de los muros espesos y las puertas dobles para cerrar el paso a los sonidos, experimentando ciorta dificultad si tienen que depender de sus propias facultades de concentracion para eludir el ruidow, Por otra parte, no puede despreciarse la Importancia que ol espacio acustico juega en la composicién y significado del espacio dptico. Un especticulo de masas, transmitido por la television, pierde realidad sensorial, incluso a nivel optico, cuando falla el sonido. Igualmente dos personas situadas @ una distancia de didlogo pueden soportar el acercamiento 6ptico si va acompafiado por una realizacién acustica, mion. tras que ese mismo territorio tenderé a ampliarse si los ro. dea el silencio. Esto tiene una, gran vigencla cuando se on- cuentran dos territorios corporales pertenecientes @ perso. nas de distinto status social. Esta complementaridad entro la informacion actistica y la visual se pone igualmente de manifiesto, por lo que al ofdo respetta, al desconectar la atencién del sentido de la vista. Los invidentes poseen una especial sensihilidad auditiva, y lo oscuridad parece ser unt medio propicio para ampliar, por medio de una concentracién de la atencién, el umbral perceptivo del oido. En condiciones normales, sin embargo, la vista y el oido son elementos. su. mamente conectados en la formalizacién humana del terric torio, EI sonido Ilena, de alguna forma, el espacio visual’. La vista es, con todo, el sentido més evolucionado entre los primates superiores, y su importancia en ol proceso de hominizacién es incalculable. Es ademas el sentido que mas contribuye en el hombre a la percepcién de una imagen es- pecifica del espacio. Filogenéticamente la mayoria de los pri- mates se diferencian del resto de los mamiferos por un per feccionamiento de la visién. Aparte de su mayor alcance y enfocamiento, muchos prosimios y la totalidad de los simios tienen visién estereoscopica. Anatémicamente esto es debi- do a una frontalizacién de los érganos visuales, en contraste Con la posicién lateral de los ojos en otras especies de ma. miferos. Se trata igualmente de una adaptacién a la vida arboricola y a la actividad de la braquiacién que requiere una Perfecta captacién de la distancia y de la profundidad para poder aventurar grandes saltos, sin correr el riesgo de fallar en el caleulo espacial, aunque ello no implica que otros pri- Git. E. Carpenter y M. McLuhan: «Espacio actsticos, en E/ Aulo sin muros, pag. 89. «@ Antropologia del territorio mates, no arboricolas, la posean también, como consecuen- cia de otro tipo de adaptaciones. En la visién estereoscépica las conexiones nerviosas con el encéfalo se entrecruzan, y el espacio adquiere ahora profundidad y perspectiva. Para- Ielamente el desarrollo de la retina, sobre todo de la macula, acelera el perfeccionamiento del sistema nervioso y acre- clenta las dreas encefélicas relacionadas con la visidn Por otra parte, los simios se distinguen del resto de los mamiferos por poseer una visién cromética, en mayor 0 me- nor grado de perfeccién, que culminaré en la vision del hom- bre. Por medio de ella ia perspectiva se percibe con mayor nitidez, y la tridimensionalidad del espacio percibido se per- fecciona en profundidad. No obstante, la naturaleza misma dol acto visual humano juoga, juntamente con Ia vision este- reoscépica, un papel importante en la captacién de la pro- fundidad: los constantes y répidos movimientos oculares en su adaptacién a los campos visuales, asi como la distribu cién de luces y sombras y superposiciones y distintas mag ides de la perspectiva. Se ha demostrado que la visién en profundidad sélo acontece cuando las sensaciones visua les se demarcan en conjuntos gestélticos diferentes. Gibson descubrié experimentalmente trece formas de perspectiva, de las que se sirve el ser humano en la formalizacién de la profundidad ” El espacio visual es consiguientemente el que ofrece la imagen mas concluida respecto a la espacialidad del mundo humano. La vista permite al hombre registrar mas cantidad de informacién que cualquier otro sentido, y tiene una im Portancia capital en el territorio humano no sdlo porque le Proporciona la imagen ultima do su espacio, sino porque le Permite a su vez una mayor movilidad Con todo, los sentidos humanos no son, en si_mismos, absolutamente superiores:a los de los animales. Existe en la vista un mayor grado de perfeccién, pero el resto de olios no puede competir con los de determinadas especies. No abstante, el conjunto de informacién captado por el hombre, desde la totalidad de sus sentidos, adquiere una nueva dic mensién, considerada como una estructura determinada por lun rasgo especificamente humano: la postura erecta y las Gonsiguientes transformaciones orgénicas que trajo consigo. Son muchos los animales. no sélo entre los primates, sino ya desde los tiempos més remotos de la historia de la vida % Gir. The Perception of the Visual World, Houghton Mifflin. Bos- ton, 1950. I: 2 Condiciones infraestructurales de la tervitorllidad 4“ sobre la tierra, que tienen 0 tuvieron capacidad para erguirse y recorrer asf pequefias distancias. Sin embargo, s6lo ol hom- bre puede mantener esta postura con mayor permanencia y sin experimentar cansancio. Ello se debe a un cambio en la estructura de la espina dorsal, térax, hombros, antebrazos y posteriormente de la pelvis y'extremidades inferiores. Co- mo consecuencia de la postura erecta toda la orientacion general de los sentidos se modifica, y el espacio adquiere para el nuevo ser unas caracteristicas perceptivas diferen ciadas. La vista, el olfato y el oido, asentados ahora en una ‘cabeza que descansa sobre la columna vertebral, no estén condenados a restringir su horizonte a determinantes im- puestos por la posicién corporal, como sucede en el resto de los primates, en los que la cabeza cuelga materialmente del ‘cuerpo. Por otra parte, esta situacién nos permite guardar tuna nueva forma de relacién con las cosas, que pierden su cercania casi inmediata, y nos permiten dar el paso hacia luna posesi6n significativa de las mismas. Dentro de este conjunto, y en relacién con la percepcién espacial, tiene una gran importancia la liberacién de las ex- tremidades antoriores, La postura erecta libera las manos de la funcién de sustentacion y las deja disponibles para en- rolarse en otro tipo de actividades diferentes. Sabemos que vsto fue devisivo para que el hombre perfeccionase la utili zacién de herramientas. Por una parte la mano del hombre presenta un pulgar oponible al resto de los demés dedos, lo que le permite una féci! manipulacién. También otros prima- tes poseen esta cualidad en la mano, pero ninguno de ellos puede efectuar la oposicién del pulgar con la misma facili- dad y en el mismo grado que el hombre. Pero por otra parte, en el hombre se da una perfecta coordinacion mano-vista, que hace que la actividad de la mano pueda ser més facil: mente dirigida desde el sistema nervioso central. Ademés la mano esté insertada en un brazo sumamente flexible. Libre de la funcién de sostener al tronco, y sensiblemente latera- lizado por la nueva estructura del torax, ademas de otras modificaciones sustanciales en las funciones del esqueleto y de los misculos, el brazo puede trasladar le mano en un area circular en torno al cuerpo. Ello hace que en el hombre se abra la dimension del llamado espacio lateral, y que el tacto, localizado con mayor preferencia en la mano, amplie su campo de actuacion. Otros cambios filogenéticos tienen importancia como in- fraestructura del territorio humano. Si los sentidos constitu- yen una primera fuente de informacién, imprescindible en la formalizacion del espacio, todas aquellas caracteristicas so- 2 Antropologia del territorio maticas, anatdmicas 0 fisiol6gicas, que imponen ciertas con- diciones a la existencia humana, son elementos infraestruc. turales del territorio. Tratarlas aqui nos desviaria de los as. Pectos més inmediatamente relacionados con el tema, Sin ‘embargo, y para concluir con estas peculiaridades de indole mas biolégica, no podemos menos de seftalar la importancia gue, para los asentamientos humanos y su movilidad, tiene el cambio de dieta. Aunque casi todos los primates son car, nivoros, su alimentacién real se efectia a base de insectos, en los primates mas pequefios, y de vegetales en los supe: riores. El hombre es el tinico que ingiere animales grandes ¥ €n gran nimero, con la consiguiente riqueza de proteinas que ello significa. El hombre es un omnivore, lo que le per. mite adaptarse y explorar nuevos habitat, y fo que Imprime luna cierta peculiaridad a sus movimientos territoriales Pero los condicionentes infraestructurales de la territoriae lidad, no se limitan a las estructuras biologicas. Ni siquiera Podemos decir que la imagen del espacio ofrecida por los sentidos sea una imagen acabada. Otros factores como la memoria y la imaginacién contribuyen no,sdlo a terminarla sino también a manejar cotidianamente el’ espacio, Paralela, mente y arrastrando consigo una modificacién total, tanto en relacién con los sentidos como con la memoria y la imagh- hacién, aunque partiendo de ellos, entra en juego el proceso de semantizacién, que adquiere perspectivas proplas en cada grupo cultural, y que es el que verdaderamente transforma el espacio en territorio. Pero de él nos ocuparomos detent, damente més adelante. De momento debemos seguir enume. rando otros condicionantes infraestructurales del territorio ue no son exclusivamente de naturaleza bioldgica b) La poblacién Hace un par de afios, mientras se preparaba este trabajo, tuvimos ocasién de visitar un pueblo de la provincia de Gua. dalajara, en el que sélo habitaban dos personas: una madre y su hijo. La impresién era bastante desoladora: las casas semiderruidas abrian sus puertas indiferentemente a oual. quier persona que quisiera utilizarlas. Las calles se hacian intransitables a causa de la vegetacion y maleza que las in. vadia. La escuela, con los cristales rotos, cobijaba ain algu. ‘na mesa y libros de lectura repartidos por el suelo, Una hen. didura vertical en la pared frontal do la iglesia amenazeba con proseguir avanzando y acabar con el edificio. Solo unos cultivos en la pendiente de acceso al pueblo indicaban la 1: 2 Condiciones infreestructurales de Ia territoralided a presencia de personas, asi como una fuente cuya limpieza delataba que alguien se ocupaba de culdarla. Era evidente que los significados territoriales de cada uno de los puntos del pueblo habian desaparecido. Los dos habitantes limitaban su campo de accién a la casa y a los cultivos vecinos, todo lo demés careoia de rolevancia. Lo que desde un punto de vista sociolégico es més que evidente, que las relaciones sociales exigen un minimo de poblacicn, también lo es desde luna perspectiva territorial. El territorio humano es significa: tivo desde la Interaccién entre varios individuos. Ello es de- bido, como veremos més adelante, a que el territorio para el hombre no es un espacio de terreno delimitado, en el plano que sea, materialmente, sino que los limites estén im- puestos por rélaciones ". Estas relaciones se establecen, en primer lugar, a partir de un sustrato fisico. La coexistencia de un grupo de indiv- duos requiere ante todo un espacio vital adecuado para to- dos ellos, y a este respecto el dominio seméntico del terri torio se dobilita tanto si el espacio es excesivo, y no se puede «significar», como si es menor del que las necesida- des exigen. En el primer supuesto los limites se definen en términos cada vez mas aenéricos, en el segunda las diferen- Giaciones resultan cada vez més conflictivas, lo que impide el desarrollo de una estructura social compleja. En cualquier caso la relacién entre el numero de habitantes y el espacio fisico o, lo que es lo mismo, la densidad de poblacién, influye en la forma en que el grupo concibe la territorialidad. Las clenclas demogréficas suelen establecer una distin- cién entre una poblacién maxima, otra minima y una tercera a la que llaman éptima. El valor éstadistico de esta cuestiGn hace, sin embargo, que los conceptos sean dificilmente pre- cisables, dado sobre todo su cardcter relativo. El numero dp- timo de poblacién depende de los objetivos que la comunidad persigue y de la posible armonizacion de todos ollos. Su rea- lizacién, debido a los miltiples y no siempre compaginables criterios que deben determinarle, es bastante Improbable, No obstante, permanece como un punto deseable hacia el que tienden los controles de poblacién ®. Algo parecido suced® con el territorio, En teoria no se puede hablar de una densidad de poblacién dptima, en ter- Minos absolutos. Son miltiples los factores que determinan 4 Chr. E. Chapple: ! Hombre Cultural y el Hombre Blol6glco. Pax México, 1972; pg, 22. % Gfr. Ronand Pressant: Démogrephio Sociale. PU, Paris, 1971, pig. 114 y se, “ Antropologia del teritorio el optimum territorial. En primer lugar la naturaleza del asen- tamiento, la cantidad, calidad y distribuclon de recursos, y sobre todo el tipo de relaciones soolales que transcurren dentro de a comunidad, EI problema territorial que la pobla. cl6n presenta, no es, por tanto, independiente, Puede suce- der que en el momento del establecimiento la forma de vida se orgenice en torno a la relacién poblaciénimedio, y que Consecuentemente la estructura social deba explicarse des. de aquella relacién. El problema surge cuando ese equilibrio se rompe. La causa de esta ruptura radica en que, on poten cla, el ritmo de cambio en ta poblacisn 0 la movilidad do po- blacién es naturalmente mayor que el ritmo de cambio do los hébitos de una comunidad. Bion se trate de una disminu cién o de un aumento de la poblacién, en relacién con la po- blacién de equilibrio, los modelos territoriales de todo tipo Plerden referentes, o'se hacen ininteligibles por la utilizacion de términos ambiguos, no pertinentes dentro del sistema, Como se dosprende claramente de lo que acabamos de decir no concebimos el numero territorial dptimo de una po- blacién en términos de una relacién exclusivamente fisica con el medio. Si el territorio es para nosotros un espacio se mantizado en términos de una estructura, la densidad te torial éptina serd una relacién entre 1a poblacion, cuantttatl va y cualitativamente considerada, y los signos territoriales del sistema, Esta relacién se podria medir segin el criterio de pertinencia El concepto de poblacién territorial éptima podemos ex- Plicarlo gréficamente si nos fijamos de nuevo en el pueblo abandonado al que nos acabamos de referir. La disposicion territorial del pueblo nos indica que alli vivieron unos cua. renta vecinos, en un régimen de vida eminentemente agrico- fa. Las casas abandonadas reflojan esta situacin: la planta baja esté dedicada a vivienda, y la parte superior hacia de ‘granero y despensa. La iglesia, la escuela y la esplanada don. de se encuentran hacen referencia a lugares colectivos, con sus respectivas actividades. El pequefio trozo de terreno cule tivado conserva todavia sus limites que le distinguen de la ticrra vecina, totalmente abandonada, y las calles rolativa: mente rectas y paralelas reflejan una estructura de asenta- miento propia de una agricultura rudimentaria y autérquica con limites bien precisos. Por otra parte, las comunicaciones nos ponen de manifiesto las relaciones de la comunidad con el exterior: s6lo una pista da salida al pueblo, en direccién a una carretera comarcel, que lleva a la capital y 2 un pueblo vecino, situado a tres kilémetros, donde existe comercio y bar. Si nos fijamos en los valores que estos pocos elemen. 1: 2 Condiciones infraestructurales de Ia territrielidad 45 tos territoriales comportan, y a través de los cuales se cons: tituyen, podemos detectar asociaciones del siguiente tipo régimen de trabajo familiar, propiedad familiar y consecuen- temente diferenciaciones interfamiliares relacionados con la estructura de l2 casa y delimitaciones de los terrenos. Vida privada y vida comunitaria ligeramente demarcedas en la relacién casa y esplanada, con los corrospondientes servi- clos, escuela € iglesia, de naturaleza mas bien impuesta. La falta de otros lugares piblicos mds diferenciados y espect ficos y la dependencia, a este respecto, del niicleo vecino, denotan quiza la poca pertinencia de la division anterior, ‘aunque alguna vigencia hubo de tener, Al mismo tiempo la presencia en la parte baja de la casa de una sala de gran capacidad, preparada para encender fuego, reitera la impor. tancia de la vida familiar, que debia de ser el eje sobre el que pivotaban las relaciones sociales. Sin duda las relaciones interpersonales eran mas comple- Jas, y los datos necesarios para dllucidar la territorialidad del grupo mucho mas numerosos. Mas adelante trataremos de analizar dos ntcleos de poblacién de los que disponemos mas datos, y se veré la importancia que pueden tener las asoclaciones de este tipo. No obstante, el ejemplo propuesto nos puede servir para explicar el concepto de poblacién te- rritorial dptima. En este caso es evidente que la presencia en el pueblo de una sola familia, imposibilita las relaciones interfamiliares, y consecuentemente deja sin significado las delimitaciones establecidas a este respecto: por, ejemplo, los limites entre los cultivos. Ademés la casa como reflejo de una economia familiar habia perdido su valor: la Gnica familia residente guardaba ahora el grano en una casa vecina abandonada; probablemente el criterio seguido era el de co- modidad. La ligera diferenciacién, aunque impuesta, entre vida familiar y vida colectiva se habia desmoronado: la po- blacion actual no podia satisfacer este requisito. La puerta de la casa habia perdido su funcién de limite, bien entre las distintas familias, bien en el eje espacio-familiar espacio- comunitario, y era interesante observar cémo la casa de la familia moradora permanecia constantemente abierta duran- te el dia, y cémo algunos de los utensilios del interior inva- dian el territorio exterior: concretamente un palangenero. y una mesa sobre la que se encontraban algunos utensilios de cocina. Pero dentro de la casa se habia reestructurado a su vez la compartimentacion, y en la sala destinada a las re- uniones familiares en torno al fuego se habia colocado una cama, y una de las habitaciones servia ahora de despensa. Era evidente que se estaba produciendo una reestructuracién 6 Antropologia del territorio seméntica del territorio, y que ella estaba motivada por una deficienoia de poblacién para mantener vigentes los valores territoriales anteriores. La consecuencia més inmediata era la pérdida de pertinencia, dentro del nuevo sistema, de los ssignos del sistema anterior. La influencia de la poblacién so- bre el territorio actuaba a través de una modificacién de las estructuras sociales. El numero éptimo de poblacién territorial es, por tanto, el que puede sustentar y dar valor a todos los signos terri- toriales establecidos dentro de un grupo social. Pero no se trata de un nimero simple, sino complejo, Es decir, la in- fraestructura demografica de un grupo no incide unilateral mente, como un bloque, sobre el territorio, sino que las va riables propias de la poblacién operan normalmente, o al menos pueden operar, como soportes de signos distintos. De ahi que puede suceder que la adecuacién territorio-poblacién sea éptima en relacién con alguna variable, e imprecisa con otras. Los efectos de esta situacién rara vez son parciales, es decir, no afectan exclusivamente a aquellos signos con los que ‘conexionan més directamente, sino que on general arrastra consigo un reajuste territorial total, que puede con el tiempo volver a encontrar otro equilibrio’ entre poblacién y territorio, tras el reajuste de los signos correspondientes. Ello es una cuestién de tiempo, y depende de la importancia del desequilibrio. Son muchas las comunidades que padecen desajustes a causa del desequilibrio en la pirdmide de edades. El éxodo tural ha determinado que en clertos grupos humanos falten las generaciones inferiores. Son pueblos donde sélo viven ancianos. Como consecuencia de ello muchos aspectos te- rritoriales antes vigentes, por ejemplo, los utilizados en los juegos infantiles, o los rolativos a las actividades de la ju- ventud, se oscurecen. La edad es sin duda uno de los paré- metros sobre los que se apoya la distribucién territorial. Los nifios necesitan un periodo de adaptacién al grupo ya la cultura, sus actividades no son las propias de los adultos, su vida discurre por caminos diferentes, tienen una serie de lugares dentro del espacio de la comunidad que les estén especialmente reservados: puede ser la casa o sus proximi: dades, los sitios piblicos, al aire libre, etc. Més adelante ve- Femos que esto es especialmente significative dentro del contexto social, y a través del anélisis de una comunidad bos- quimana, donde los nifios se identifican territorialmente con Ir 2 Condicfones intraestructurales de la teritoralided "7 el poblado, frente al bosque que pertenece a los adultos, nos daremos cuenta de la pertinencia de este factor en la’ con- cepoién territorial general. Lo mismo sucede con los jévenes y con los ancianos. Sus campos de actividad no se confunden. Puede ser que exista incluso una distribucién del ‘trabajo por este criterio, y en consecuencia dos niveles diferentes de contacto con el me- dio. La semantizacién de cada uno de ellos puede estar rela. clonada exclusivamente con cada una de estas clases de edades. Y otro tanto se puede decir do Ia division por sexo, En una misma poblacién no carece de Importancia fa dis: tribucién de los individuos, y ello depende en parte de la estructura social”. Dentro de los limites de una misma oo- munidad no todos los lugares estén igualmente poblados. ‘A veces una casa se aparta cien o doscientos metros de las demas, y ella sola hace que los limites mentales de la co- munidad se amplien. Al mismo tiempo las personas que la habitan establecen asociaciones territoriales con los demas habitantes. Esta situacién es peculiarmente importante en las concentraciones urbanas, donde precisamente la irregulari- dad en los fenémenos de expansién crea a si ve7 una sen- sacion de estar viviendo en un espacio incontrolado. Como contrapartida se crean distintos centros, que pueden respon: der a los barrios de las ciudades, y que estan mas en conso- ancia con la capacidad de dominio mental de sus morado- res. Pero esta circunstancia no es hoy especifica de las ciudades, sino que con la mojora de los medios de comuni- cacién, incluso las comunidades mas separadas desplazan su centro, en determinadas actividades, del pueblo a la ciu- dad, 0 a otrds ntcleos especializados en la satisfaccidn de ciertas necesidades Ello nos lleva a resefiar otro aspecto Importante de la po- blacién, en relacidn con las pautas territoriales. Nos referi- mos a la movilidad, tanto dentro como fuera de los limites do la comunidad. En ciertas sociedades agricolas donde el trabajo se realiza en campos anejos a la casa, esta movili- dad es menor; si los cultivos se sittian fuera del. poblado exigirén desplazamientos mas largos. En una comunidad ga. nadora, ol territorio humano tendra que seguir el rumbo mar. cado por las necesidades de pasto del ganado y, en fin, en ' Gfr. 1. Schwidetzky: Hauptprobleme der Anthropologie. Rombach Verlag. Freiburg, 1871, pag. 9 38 44 fr, Jacques Jung: La Ordenecisn del Espacto Rural. Instituto de Estudios de Administracion Local. Madrid, 1972, pag. 240 se. “s Antropologia del terrtorio la vida industrial, los desplazamientos individuales forman parte de un esquema de trabajo en consonancia con la co- existencia més nuclear do los grupos humanos. Pero no sdlo el trabajo os causa de la movilidad de poblacidn, dentro del territorio de la comunidad. Otros factores de tipo social Im- pulsan también a ella: diversiones, vinculos familiares, so- ciales, etc. Igualmente tiene importancia la movilidad hacia y del ‘exterior que, como hemos visto, incide considerable- mente en el néimero de poblacién territorial, con las subsi- guientes consecuencias®. Se puede constatar a este res- pecto, cémo en las zonas de gran afluencia temporal de po- blacién a causa, por ejemplo, del turismo, se ha producido una redistribucién del territorio. Los lugares piblicos han aumentado en detrimento de los privados; relaciones terri- toriales, como el vecindaje, se desintegran; y la comunidad de origen misma se siente desplazada de su propio territor ‘a través de una invasin cada vez mayor de controles exte: riores. Si hemos de precisar la conclusion que de todas estas distintas circunstancias se desprende, diremos que el con- cepto absoluto de densidad de poblacién carece en realidad de gran utilidad préctica. Una buena planificacion territorial deberia tener en cuenta que la situacién real es mas com- plicada y diferenciada, y deberfa comenzar por dilucidar el carécter significativo del territorio, para respetar 0 reprodu- cir sus valores, y paralelamente, en la medida de lo posible, el ntimero éptimo territorial en cada aspecto. Si esto no fue. se posible habria que readaptar el espacio disponible segin signos que tengan vigencia en la poblacién. Pero una vez més hemos de hacer hincapié en que estos signos no son con- ceptos, sino implicaciones préxicas. Desde este punto de vista las Ideas de superpoblacién e incluso de despobla- miento deberian revisarse en términos de los. sianificados culturales que utiliza cada grupo, y su definicion sélo puede estar en consonancia con la cantidad de poblacién que cada luno soporte. Ello es tanto més real, cuanto que estos signos se conexionan directamente con la estructura social. Se ha investigado poco sobre las consecuencias que el desequilibrio de poblacién territorial puede acarrear al ser humano. Algunos experimentos realizados con animales, bajo este criterio, han puesto de manifiesto que el incremento de poblacién hasta limites superiores para que el espacio criti- '® Gfr. R.D. McKenzie: «£1 Ambito de la Ecologia Humanas, en G. A, Theodorson: Estudios de Ecologia Humana. T. 1, Labor, Barcelona, 1974, ag. 88. 1: 2 Condiciones Infraestructurales de la terrtorialdad a co de cada uno de ellos se respeto, crea un hundimiento en el comportamiento pautado de la especie y produce una de: orientacion en los hdbitos sociales y territoriales, y lleva, fi- nalmente, a la muerte a un buen numero de ojemplares. Los experimentos de Calhoun con ratas on estado de hacinamien- to asi lo demuestran™. Pero otros investigadores han llega- do a determinar cambios fisiolégicos importantes en los in dividuos de algunas especies sometidos a un stress de he- cinamiento. Probablemente no se puedan sacar, por lo que al hombre se refiere, conclusiones paralelas, pues la influen- cia del medio en el organismo humano se realiza normalmen- te 2 través de otros controles de tipo cultural. De lo que no cabe duda es de la distorsién psiquica que situaciones de este tipo producen en el ser humano. ©) Habitat El concepto de habitat ha sido objeto de diferentes polé- micas entre las distintes oiencias que se ocupan de él, D de que Ratzel introdujo en su Antropogeografia la nocién de drea natural, hasta el concepto de area cultural, preferido por los antropdlogos, han mediado toda una serie’ de discu- siones en relacién con las influencias que una zona de asen- tamiento ejerce sobre los individuos que la habitan. Los conceptos de érea natural y de drea cultural y su utilizacién en Ia definicién del habitat humano, recogen perfectamente estos puntos de vista. Por drea natural se entiende normal mente un asentamiento delimitado geogrdficamente por luna homogeneidad de condiciones fisicas, mientras que el rea cultural se define en términos de la cultura humana, como aquella zona por la cual se encuentran distribuidos los mismos rasgos culturales. Este dltimo concepto nace con el difusionismo, y su operatividad estribaba en que permitia delimitar un punto central, dentro del érea, a partir del cual se distribuirian los rasgos culturales, en una intensidad cada vez més difuminada, Hoy se puede prescindir de estas conno. taciones difusionistas y ontender la idea en su sentido més sincrénico, como coexistencia de rasgos dentro de una zona __ Desde el primer punto de vista el habitat humano se de- finirfa en términos eminentemente fisicos. Los gedgrafos so- * Gr. «Population Density and Social Pathology, en Scientific Ame- rican, Febrero 1962, pig. 199 ss. oa Cir. AH. Hawley: Ecologia Humens, Teenos, Madrid, one ot, 7 1972, pe 1 Govele, 4 50 Antropologia del territorio guidores de Ratzel trataban de explicar cémo era precisa Mente este aspecto fisico del medio, el que determinaba la forma de comportarse de los individuos que le habitaban, Para ello se definian y demarcaban graficamente las regiones naturales segan criterios fisicos y se procedia a explicar el comportamiento de la poblacién humana, segin los mismos criterios. Esta forma de proceder implicaba en principio cierta arbitrariedad en la demarcacion de la region, pues evidente- mente la geografia fisica considera una multiplicidad de fac- tores, tales como el relieve, los suelos, le vegetacién, las aguas, el clima, etc..., que en principio pocas veces coinciden todos ellos dentro de una misma demarcacién, Como conse- ‘cuencia era necesario seleccionar alguno de ellos para deli- mitar la zona, excluyendo el resto. La pretendida homogenei- dad rara vez era completa y, lo que es peor, la arbitrariedad de la seleccién de criterios acabé por crear un verdadero confusionismo en torno al concepto de drea natural. Por otra parte, la Antropologia Cultural comenzaba a transmitir datos que discrepaban considerablemente de los presupuestos de- terministas. Existian pueblos que compartian una supuesta area natural, y que; sin embargo, presentaban configuracio- nes culturales bien distintas: tal es el caso de los Hopi y los Navaho en el Sudoeste de Norteamérica, 0 de los Hotentotes y Bosquimanos en el desierto del Kalahari de Africa del Sur. La discrepancia era todavia més absoluta si se consideraban rasgos aislados. Muchos de los comportamientos.culturales explicados por ios deterministas como presiones ineludibles del medio geografico, no se daban en todos los grupos que vivian en regiones similares respecto a ese factor: los es- quimales de Groenlandia construyen casas de nieve (los igood), pero los chukchee de Siberia, que estarfan sometl- dos a las mismas presiones ambientales para edificarlas asi, no lo hacen: Estas dificultades fueron la causa de que los mismos godgrafos se acercaran cada vez més a un concepto de ha- bitat definido en términos culturales. Los iniciadores de esta Corriente antideterminista: Vidal de la Blache, su discipulo Brunhes, Demangeon, Blanchard, Jules Sion, etc., aun valo- rando la importancia que el medio fisico tiene en la com- prensién de los comportamientos humanos, sostienen que 6s precisamente el hombre el que operando sobre la base fisioa determina la configuracién de su comportamionto. Desde esta perspectiva el medio ofrece al ser humano una serle de po- sibilidades de actuacién, pero es en definitiva el hombre el que elige y actualiza una de ellas. La geografia en su sentido més fisico sirve de esta forma de base, pero nunca dentro 1: 2 Condiolones Infraestructurales de Ia torritorlalldad of de una relacién determinista, sino posibiliste. Esta concep: cién viene a coincidir en lineas generales con Ia idea antro- poldgica de area cultural y con los presupuestos de los que Fatt Ia: Artrapptonta em le axaliogs\in seme netrRuly cultura, Marcel Mauss, en su ensayo de Morfologia Social * ana- liza la estructura social de ciertos grupos esquimales en re lacién con las condiciones fisicas de la comunidad (morfo- Jogia social) y llega a la conclusién de que cada funcién so- cial tiene un ritmo propio que se interrelaciona @ su vez con los demas elementos de la estructura. Por lo que respecta a la relacién que la vida social guarda con las condiciones fisi- cas concluye Mauss que éstas funcionan exclusivamente co- mo sustrato de la vida social; deben tenerse en cuenta, pero ‘no explican la totalidad de los fenémenos sociales, ni siquiera su misma configuracién en integridad. Por su parte, Lévi Strauss nos previene contra la tendencia a interpretar con- diciones de la cultura que guardan clerta homologia con ca- racteristicas del medio, en términos del propio medio. Se sirve para ello de un andlisis de la forma de pensar de los sherente, instalados en el valle del rio Tocantins. Los she- rente, dice Lévi-Strauss, viven y piensan en términos de se- guia; ‘constantemente ofrecen sacrificios al sol para que el Flo no se seque. Pero este miedo no responde a las condi ciones reales del rio Tocantins que, a decir verdad, no corre ningiin peligro de secarse, sino 2 una concepcidn mitica en Ja que se insertan los temas del fuego benéfico y del fuego maléfico: verdadero causante de la sequia. Los sherente, al igual que otros pueblos que habitan en condiciones geogré- ficas bien distintas (Amazonas, Missouri, asi como grupos del Este y Oeste canadiense), creen que los periodos de sequia son motivados por la célera del sol hacia los hom- bres. A pesar de las catacteristicas reales del rio, bien dife- rentes de esta idea, nada les impedia seguir manteniéndola, y modificar, a su, vez, el medio a través de convicciones de otra procedencia”. Desde este punto de vista podemos decir que el territorio humano debe considerarse desde las posibilidades de se- mantizaciOn que ofrecen las caracteristicas fisicas del_me- dio, pero que no existe una coaccién determinista, por parte de éste para que se realice una semantizacién y no otra. Di- cho de otra manera, la semantizacion del territorio puede explicarse en parte desde el medio, pero la investigacién del % Gfr, Sociologie et Anthropologie, P.UF., 1958, pég. 474 ss, % Gr. Le Cru ot lo Cult. Plon, Paris, pig. 205 ss. 2 Antropologta del territorlo medio fisico nunca nos permitiré concluir que debe darse un tipo determinado de semantizaci6n. Este es el sentido que venimos dando al concepto de condiciones infraestructurales de la territorialidad, Los accidentes del terreno pueden influir en la mayor 0 menor dispersién de la poblacién, y consecuentemente en la distribucién territorial del grupo y en la diferente utilizacién de los espacios. Pero una ojeada a los asentamientos huma- nos nos indica que el hombre no esté pasivamente sometido a estas circunstancies. En una misma region pueden encon- trarse zonas montafiosas de escasa densidad de poblacién, y otras donde la mano del hombre ha hecho posible grandes Concentraciones. «Por todas partes se encuentran lugares ‘aparentemente propicios para el establecimiento humano, que, sin embargo, estin despoblados, mientras quo también por todas partes existen lugares desfavorables ocupados por el hombre, que se sujeta a ellos a base de fuerza de volun- tad, contra toda probabilidad, No obstante, el medio fisico ‘opera como uno de los términos de la dialéctica entre el or- ganismo y el medio mismo, y ulteriormente esta en constan- te interactuacién —igualmente dialéctica— con la cultura Por ello negar su importancia como elemento de este proce- so seria desconocer que toda semantizacion opera sobre algo, y que los significados del mundo humano no son ideas ‘© conceptos de naturaleza puramente ideal. Por ello el andlisis del territorio humano debe considerar el sustrato fisico. No todos los grupos humanos que habitan zonas montafiosas, por ejemplo, tienen la misma concepcién dol territorio, y consecuentemente operan con los. mismos signos territoriales sobre el medio fisico, pero a su vez es lo mas probable que una comunidad que habita una zona montafiosa se diferencie profundamente, a este respecto, de otra que se aslenta sobre un valle. Los elementos fisicos del habitat obligan 4 los individuos a contar con ellos, en su forma de vida: si los sigood» de los esquimales. no es la finica solucién que el hombre tiene, en aquel medio, para alojarse, no cabe duda de que una vez seleccionada esta in- timamente relacionada con un medio de abundantes nieves, Si las zonas montafosas no obligan necesariamente a una dispersién de poblacién, no es menos cierto que la disper- sidn efectiva que se encuentra en muchas de estas zonas, depende de los accidentes del terreno. Seatin esto, as in- fluencias del medio en la organizacién territorial de’ un gru- % Gf. Lucien Febvre: La Terre et lo Evolution Humaine, citado por IM. Halbwachs: Morphologle Sociale. Armand Colin, Paris, 1970, pag. 85. Js 2 Condiciones infraestructurales de Ie teritoralided 3 po, deben explicarse en una direccién inversa a la propuesta por los deterministas: no ha de partirse del medio fisico para concluir como debe ser la disposicién territorial, sino que debe de analizarse ésta para ver qué factores del medio la han influido realmente De esta manera se debe precisat qué factores de los tintos planos territoriales —territorlo corporal, a casa, lugar acasarado, los campos, los limites de la comunidad, ete.—, estén en consonancla con los factores fisicos del’ medi Pues, efectivamente, estas correlaciones pueden extenderse incluso al territorio ‘corporal. Un intento de poner de mani- fiesto correlaciones de este tipo ha sido realizado por los antropélogos adictos al Human Relation Area Files Research, que como se sabe tratan de correlacionar estadisticamente datos culturales sirviéndose de una catalogacién de diferen- tes items extrafdos, indistintamente de la cultura a la que pertenecen, de diversas monografias sobre los grupos hu- manos. Se ha llegado a la conclusién de que aquellas cultu- ras que fomentan el contacto corporal entre la madre y el hijo, por periodos de tiempo que se aproximan a los tres aftios (el hijo duerme exclusivamente con la madre) se loce- lizan preferentemente en zonas tropicales de inviernos frios Este rasgo a su vez se correlaciona con tabues de larga du- racién prohibiendo relaciones sexuales matrimoniales. des: pués del parto, con la falta de proteinas propia de los climas tropicales lluviosos, con la patrilocalidad y con la poliginia Evidentemente estos hechos explican buena parte de la di tribucién territorial total de los grupos correspondientes, pero no deben interpretarse en el sentido de quo esa sea la pauta regular de los paises tropicales de! mismo clima, sino sélo en el sentido de que en aquellos donde se da puede establecerse quizés ese conjunto de relaciones, Muchos asentamientos humanos estén inevitablemente restringidos por los accidentes del terreno o por limites in- salvables como, por ejemplo, los mares. Otras se explican desde la atraccién que ejercen sobre las poblaciones ciertas circunstancias geogrdficas que permiten a la comunidad so- lucionar mejor parte de los problemas que la convivencia en- trafa: por ejemplo, el asentamiento a lo largo de los rios, ‘aunque no tan fundamental como se pensaba, responde a una pauta territorial que impone a su vez una organizacién con- creta. Actualmente las carreteras y vias de comunicacion * Cir. J. Whiting: «Climate and Culture Practices, en Ward H. Goo- denogh (ed): Exploration in Cultural Anthropology. MeGrau-Hil, Nueva York, 1964, pag. S11 ss, 4 Antropologia del terrltorlo atraen a los nicleos de poblacién. El clima es otro de los factores posibles que orienten la elecclén del territorio ge- neral: muchos de los enclaves turisticos actuales estan guia. dos por este criterio, Si penetramos ya dentro del tertitorio general y analiza- mos sus distintos componentes nos encontraremos con de talles claramente relacionados con la Geografia. Muchos de los pueblos del norte de Espafia estén rodeados por un doble cinturén territorial diferenciado por la posibilidad de cul- tivo, es decir, por la naturaleza del suelo: en la parte inferior generalmente se encuentran las tierras cultivadas 0 los pra- dos, y por encima los montes, que son utilizados para la pro- duccién de leita, En muchas de estas comunidades el primer cinturén esta sometido a un régimen de propiedad particular, mientras el segundo, es decir, el monte, es, comunal. Las consecuencias territoriales en uno y otro caso son muy di- ferentes, y el sustrato que las hace comprensibles es de tipo geogréfico. Finalmente la misma construccién de las viviendas puede estar ms o menos relacionada con condiciones de este tipo. No s6lo en lo que se refiere a los materiales, lo cual resulta evidente, sinv a la forma y # la disposiclon de las depen: dencias. Los tejados puntiagudos de las viviendas nérdicas, su construccién de madera y una disposicién interna prepa rada para habitarlas intensamente, nos habla de un clima riguroso de abundantes nieves y de una flora especifica, mien- tras que la tipica casa mediterrénea, de la que se encuentran ejemplares desde Mesopotamia hasta Hispanoamérica, cons- truida en piedra sobre una planta rectangular, con los teja- dos ligeramente inclinados, azotea y patios centrales abier- tos, nos confirma, sin lugar a duda, la presencia de un clima més benigno; por otra parte, las pequefias y escasas venta- nas por las que se abre al exterior reflejan que la vida de los que la habitan discurre en buena medida fuera de ella. Pero, naturalmente, estos datos no agotan los significa- dos de los enclaves y de las viviendas. Dentro de cada grupo cada territorio puede utilizarse con una funcién propia segtin tuna estructura social especifica. Por ello en la misma zona mediterranea la variedad de viviendas es enorme, lo mismo que sucede en otras regiones tipificadas en relacién con un tipo determinado de construcciones. De ahi que el medio fisico funcione como una infraestructura del territorio, pero no como la causa ultima y total de su significacién, nse es ee 1: 2 Condiciones infraestructurales de la teritorialided 55 d) Recursos econdmicos Los recursos econémicos son sin duda uno de los ele. mentos més implicados infraestructuralmente en la distribu. cién territorial humana. La movilidad de un grupo, sus de- marcaciones territoriales, la casa, etc., rara vez dejan de reflejar los recursos econdmicos de la comunidad. Ahora bien, es conveniente distinguir aqui entre recursos econémi: cos y sistemas econémicos. La economia forma parte del sistema social, y en cuanto sistema seleccionado por el gru- o para subsistir influye a otro nivel en las relaciones terri toriales. Ello se debe a que el sistema econdmico mismo es una formalizacién seméntica, tiene significados precisos den- tro de la estructura del grupo, que como tales se combinan con los demds factores de todo el sistema sociocultural, y. por tanto, también con los que dofinen la territorialidad de la comunidad. En un sentido propio el sistema econémico concreto de un grupo no es infraestructural respacto al terri- torio —segiin el sentido que venimos dando a este concep- to—, sino que guarda con él correlaciones de otro tipo. Es- tas correlaciones expresan aqui la circunstancia seqin a cual dos subsistemas de una misma cultura pueden inter- cambiar signos sincrénicamente y dentro del mismo plano de formalizacién. La triple distribucién de la casa rural alpina —vivienda permanente en el valle, vivienda de verano con establo y pajar en la ladera de la montafia y establo y pajar en la parte alta 0 zona de pastos— nos habla perfectamente de esta correlacién e intercambio de signos, al mismo nivel, entre el sistema econdmico y el sistema territorial. En este sentido afirma Jean Poirier que «el hecho econémico es un hecho social y... que el hecho social es un hecho econé- mico> # Lo que si es infraestructural respecto al sistema econd- mico, y consecuentemente en relacién a los demés factores relacionados con éste, entre ellos el territorio, son los re- cursos econémicos. Por recursos econémicos entendemos no sdlo los recursos efectivos, sino también los recursos Posibles del medio. Desde este punto de vista los recursos econémicos guardan con los sistemas econémicos la misma relacién que el medio fisico tiene con la cultura. Y a su vez la relacién entre estos recursos y el territorio es indirecta, - Gfr, Sobre la Agresién: el pretendido mel. Siglo XX1, pag. 72 38. on Antropologla del territorfo rrir biolégico es para él més ineludiblemente lineal que en las demés especies, o dicho de otra manera, menos contro- lable y més irreversiblemente abocado a desaparecer como ‘accién. Ante esta inmensa linea sin fronteras ni referencias por la que disourre biolégicamente el ser humano, la mente establece acotaciones y sefiales que le sirvan de referentes, juega con ella cualificéndola reiteradamente de intervalos homeélogos, y la hace girar sobre si misma en busca del con- trol y de a supervivencia. El resultado es un tiempo cuanti- tativamente irreversible, pero cualitativamente reversible, on el que el hombre encuentra la posibilidad do establecer una vida social, para la cual es necesaria la predictibilidad de los comportamientos. Pero esta cualificacién del tiempo no es especificamente fija. Cada cultura establece sus indicadores propios, de acuerdo con unos rit mos peculiares. De esta forma el tiempo cultural, necesariamente reversible, se estructura de acuer- do con los elementos de la cultura, y, lejos de ser un factor més en la organizacién cultural, adquiere el valor de condi: cin imprescindible de la vida’ sociocultural, Divisiones de tiempo como sagrado y profano no recogen més que la cua: lificacién reversible del mismo tiempo irreversible, Los roles ‘no eon otra cosa que la coremonializacién de determinados comportamientos, en una perspectiva de reversibilidad, sin la cual los acontecimientos sociales se perderian sin conti nuidad ni coherencia, y la sociedad careceria de la base mi- nima para autoreconocerse. De la misma forma la normativa cultural implica un refugio de reversibilidad en el que puede Identificarse el individuo como perteneciente a un grupo, al margen de su acontecer biolégico. Las consideraciones que preceden obligan a pensar que tun estudio de las distintas concepciones del tiempo no pue- de abordarse sin considerar la estructura social del grupo en cuestién, pues en definitiva el tiempo no es més que una perspectiva de esa estructura social. En un interesante ensayo sobre la representacién simblica del tiempo, E, Leach llega unas conclusiones muy similares en relacién con determi nados rituales: «insisto sobre el hecho de que entre las di- ferentes funciones que cumplen las fiestas, una de las mas importantes es la ordenacién del tiempo. El intervalo que existe entre dos fiestas sucesivas del mismo tipo es un ‘periodo’; habitualmente un periodo denominado, por ejem- plo, ‘semana’, ‘afio’. Sin les fiestas no existirian tales pe- Fiodos y el orden desapareceria de la vida social. Hablamos de medir el tiempo como si el tiempo fuese un objeto con- creto a la espera de que so le mida; pero de hecho nosotros 1: 3 Terthorio y estructura soctal 6 creamos ol tiempo al establecer intervals en la vida so- cial. Antes de esto no existe ningin tiempo para medir. En segundo lugar no conviene olvidar que si los perfodos se- culares comienzan y terminan, las fiestas mismas tienen un principio y un fin. Si se quiere analizar la forma precisa de c6mo las festividades sirven para ordenar el tiempo, hay que considerar los sistemas como un todo y no sdlo las fiestas por separado. Notemos, por ejemplo, cémo los cuarenta dias que separan el carnaval de la pascua vuelven a encontrarse en los cuarenta dias que seperan la pascua de la Ascensién, 0 c6mo el Aiio Nuevo se sittia exactamente a mitad de camino entre Navidad y Reyes. Los historiadores dirén que estos in- tervalos tan regulares se deben a la casualidad, pero yes realmente la historia tan ingeniosa? * Como hemos indicado, este control social del tiempo no sélo se efectia en las fiestas y rituales propiamente tales, sino en la vida social en general. Si consideramos la vida social como interaccién, 0 lo que es lo mismo, como comu- nicaci6n, frente al plano de la accion misma que acontece, tenemos que asumir la existencia de los c6digos, donde to- dos los elementos de la accién se ordenan significativamen- te en la reversibilidad del tiempo. Cualquier acontecimiento que s¢ escape al control de los eddigos no constituiré ele- mentos de interaccién, sino que se perdera ininteligible para los miembros del grupo sin llegar a formar parte de la vida social. Mas atin, en los cédigos sociales, con mayor eviden- cia que en los cédigos lingufsticos, se incluyen constante- mente referencias a las relaciones temporales entre los ele- mentos que los integran. La distribucién temporal de los elementos que deben utilizarse en las acciones respectivas configura verdaderos ciclos de accién. Estos ciclos, de di- ferente duracién y frecuencia, se interponen y entrotojon a distintos niveles, respetando sus propios ritmos y compo- niendo Ia estructura misma, Todo parece indicar que la cus- lificacién del tiempo es una condicién ineludible de la exis- tencia de la vida social y del surgimiento de una estructura social. No creemos habernos salido del tema de este capitulo tras estas reflexiones sobre el uso social del tiempo, pues nos van a servir para plantear el mismo problema a propé- sito del espacio. Por una parte, el tiempo y el espacio son conceptos tan vinculados que las conclusiones de las clen- ias que se ocupan de ellos no pueden operar con cada uno Por separado. Desde el punto de vista social el espacio jue- * Gritique de Anthropologie. PLU. Paris, 1968, pig. 228 70 Antropologia del terrtorio ga un papel muy similar al del tiempo. Si hace un instante llegabamos a la conclusién de que la demarcacién o cualifi cacién del tiempo era imprescindible para la autoidentifica- cién de la sociedad, otro tanto podemos decir del espacio. Este se nos presenta ante todo como concepto —en cuya verificacion no podemos entrar ahora— como un continuum, sin mas determinaciones quo la pura sucesién. Sin embargo, y 2 un nivel fisico, cualquier realidad que se interpone en ese suceder le fragmenta y le hace ilusoria o coneretamente —para el caso es lo mismo— captable. Ello implica un pri mer grado de discontinuidad. Ahora bien, la sociedad esta integrada, en un primer plano, por un conjunto de realidades isicas —los individuos— que necesariamente se interponen en el continuum espacial, creando discontinuidad. Pero los individuos integrados en la sociedad no son elementos aisla- dos, partes insolidarias de un todo, sino que se constituyen como tales precisamente dentro del contexto. Incluso psico- légicamente sabemos cuanto tiene de cierta esta afirmacién. Y Io que constituye a los individuos como tales es el con. Junto de relaciones que les envuelven. La realidad espacial de los sujetos es, por tanto, relacional. Baste pensar en las distintes concepciones del cuerpo propias de cada cultura ara comprender que por encima de las delimitaciones fisicas del «soma» se interponen toda una serie de formalizaciones que constituyen la base de la interaccién. De ahi que un ob servador conocedor de las claves interpretativas de una cul tura puede tener gran probebilidad de descifrar el compor- tamiento de una persona por el simple andlisis de su util zacién del espacio. Cuando entre nosotros vemos que dos Personas se mantienen a una cierta distancia, pongamos un metro més 0 menos, y que permanecen asi un determinado espacio de tiempo, no nos hace falta percibir sus voces ni ‘8 movimiento de labios o gesticulacién para inferir que su utilizacién del espacio se adapta y posiblemente responde tuna situacién de didlogo. Si los observamos en movimiento, ‘caminando a lo largo de una callle, y su separacion permane- ‘ce constante uno al lado del otro, pademos deducir el mismo comportamiento. Cualquiera de nosotros sabria interpretar ante una fotografia el significado do las Interacciones a tra- vés de las distancias, El espacio no sélo se delimita por la presencia fisica de los individuos, sea cual sea la formalizacion cultural que la arropa, sino que también es el sustrato donde se dibuja la interaccién de grupos, desde los subgrupos basicos, como la familia, hasta el grupo total en el que se integra la comu: nidad, En este sentido el territorio humano se presenta par- 3 Terrltorio y estructura social n colado segin estas unidades grupales, a las que no siempre corresponde el mismo tipo de parcelacién. Si consideramos la familia, en seguida nos damos cuenta de que su presen. cla como unidad dentro de la comunidad puede traducirse en acotaciones espaciales observables y reiteradas a lo largo del territorio, que van desde los paravientos hasta la casa occidental, pasando por un sinfin de variedades y de formas de residencia. Si por el contrario nos centramos en otro tipo de unidades sociales mas informales, como pueden ser las bandas 0 grupos de edades, no desoubriremos inmedia: tamente una fragmentacién espacial que les sea propia de la misma manera que lo es la casa para la femilia, y con la misma evidencia, pero nos basteré seguir cuidadosamente sus pasos para caer en la cuenta de que discurren por unas determinadas rutas, y de que disponen de espacios conven- clonalmente acotados para desarrollar sus actividedes. Pero el anilisis territorial no es tan simple como para poder ser captado en las compartimentactones visibles 0 en las rutas observables. Todo ello es la forma. En el fondo do esas aparienclas se encuentra una gran variedad de interaccién que es la que le delimita cualitativamente y le hace pertenecer socialmente a un grupo. Hablar del hogar como reflejo 0 delimitacién espacial de le familia puede scr tan incorrecto como sacar conclusiones generales de las ca racteristicas de un territorio acotado sobre Ia base de que testa habitado por una familia. Por una parte es evidente que no todos los hogares estén habitados por familias ¢ inversa- mente fio todas las familias se establacen on hogares. Exis- ten formas matrimoniales en las cuales el marido no reside habitualmente con su mujer, y otras en las que la residencia de los distintos miembros ‘de la familia esta diferenciada Entre los suazi, una tribu bantd de Africa, en donde un horn- bre suele tener varias mujeres, Kuper observa que cada mu- jer tiene su drea, con su choza para dormir, cocinar y alme- cenar, separada de las otras por una barda alta de juncos Se espera que el hombre divida sus noches entre las muje- res; pero durante el dia utiliza la choza de su madre como centro de operaciones. Dentro de este sistema familiar las relaciones sexuales entre marido y mujer deben tener lugar cuando y donde no estén presentes los nifios. De manera que los nifios pequeftos duermen con sus abuclas, las niftas ado- lescentes se van a vivir en chozes detrés de la de sus ma- dres, y los hermanos duermen en barracas a la entrada de la propiedad familiar. En consecuenci la naturaleza particu- lar de la cultura —la dependencia en las mujeres para la produccién agricola mientras los hombres cuidan del gana- 7 Antropologia del terrtorio do, junto con los patrones de soparacién de los individuos dentro de la familia—, impide o facilita patrones especificos de interaccién enmarcados dentro de la diferenciacién del espacio» *, Los valores espaciales estén dados por el tipo concreto de relaciones que se establecen a través de la fragmenta clén. No es lo mismo, aunque formalmente pueda paracerlo, el espacio que responde a una residencia familiar quo ol quo se establece en funcién de una residencia de edades, cir- cunstancla ésta nada excepcional en determinados grupos africanos. Pero incluso aquellos que se organizan como ho. gares, en torno a la familia, pueden estar diferencialmente Cualificados segtin las peculiaridades culturales de las rela- clones familiares. La Antropologia Cultural se ha dado rapidamente cuenta de que la filiacién, la consanguineidad y la alianza no son términos suficientes para definir un sistema de parentesco, y que al lado de ellos, como soporte de relaciones peculiares, debe considerarse la forma de residencia, La matrilocalidad y la patrilocalidad, conceptos que hacen referencia al osta: blecimiento de la nueva pareja en el territorio de la madre © del padre. refleian formas diferentes de Interrelacion fa miliar, sin que ello implique que éste sea el tinico factor de- finitorio de las relaciones. Pero desde el punto de vista de la utilizacién social del espacio estamos sin duda ante una formalizacién 0 cualificacién que responde a cierto conjunto de elementos do a estructura social La existencia y la compartimentacién territorial con base en grupos, no anula las realidades sociales anteriores. En el caso de Ia familia su existencia no destruye las implicacio- nes territoriales de los individuos, sino que las integra. Esta integracion constituye precisamente la estructura del grupo on cuestién. La familia y cualquier grupo es una unidad dis- continua. El territorio que podemos llamar familiar no anula los territorios de sus miembros, sino que los integra dentro go un sistema peculiar de relaciones. Con ello queremos de- cir que desde e! punto de vista territorial el conjunto fami- liar reasume los territorios individuales, que dentro de ese Contexto se modifican por la pertenencia a un todo. Se cum- ple aqui el principio gestaltico do que el todo es més que la suma de las partes, y al mismo tiempo de que la parte no es lo mismo fuera que dentro del todo. La llamada territorialidad corporal sigue manteniéndose dentro de la estructura fami * Gir. E Chapple: 0. c, pag, 237, I: 8 Territorio y estructura social! 7 liar, pero sin duda un individuo sabe que tanto sus distancias corporales, como el uso personal del espacio siguen, dentro, de la familia y de cualquier grupo constituido, unas normas Peculiares dol grupo, que se diferencian, segtin los distintos contextos arupales, de la simple interaccién fuera de esos grupos. Esto es importante porque nos hace comprender el Por qué el espacio grupal se encuentra a su vez comparti- mentado, formal o informalmente, de una manera peculiar, que le distingue de los demas grupos, como tales, y que re produce el tipo especial de relaciones que se establecen den- tro de él. La casa con sus distintas dependencias 0 con su pluralidad de funciones es normativa territorialmente de una interaccién que recoge las exigencias dialécticas de la rela: cién entre tas partes y el todo, entre la familia 0 el orto que la habita y cada uno de los individuos. Una casa se de fine entonces no por su figura geométrica, por las técnicas © materiales de construccién, sino por la capacidad y cueli- ficacién de interacciones que encierra. Territorialmente. la casa no es un espacio fisico acotade, sino una elaboracién cultural 0, lo que es lo mismo, una cualifieacién concreta del espacio, Pero ni el grupo social termina en Ia familia o unidad de residencia, nj el territorio se agota en los limites de la casa. Cada vivienda se opone diferencialmente a todas las demés, al mismo tiempo que forma con todas ellas una nueva uni- dad. Si esta oposicion no se diese, las delimitaciones torrl- toriales en forma de casa carecerian de finalidad, de la mis- ma manera que si no se diferenciasen socialmente los limi- tes de Ia familia, oponiendo a las distintas familias entre sf, la institucion familiar no tendria sentido. Pero también es cier- to que el conjunto de las casas, como de las familias, consti- tuyen una unidad que se distingue a su vez de otros aspectos territoriales y grupales de la vida social. Con ello queremos decir que de nuevo aqui aparece el cardcter dialéctico con el que se va anillando la vida en sociedad, Esta dialéctica acontece a distintos niveles. Primero dentro de las institu- clones de los grupos y de cada conjunto de factores del mis- mo plano de que consta la vida en sociedad, y en segundo lugar entre los elementos heterogéneos, Otro tanto se pue- de decir del territorio que corresponde a cada uno de estos aspectos. Una casa se opone a las demds y se unifica con elas, pero todas las casas se aponen, por ejemplo, a los ts- Fritorios acotados para cultivos, mientras componen con to- dos ellos una nueva unidad, hasta formar, a través del mismo proceso de diferenciaciones y unidades, la unidad territorial del grupo. Esta, por su parte, vuelve a tener sentido como ” Antropologie del terrtorio tal, sdlo en la medida en la que se diferencia de otras unl- dades territoriales pertenecientes a grupos vecinos, Vemos, por tanto, que lo que cualifica el espacio para convertirlo en’territorio humano son una serie de delimita- ciones cargadas de formas especificas de interaccién, que reproducen la estructura de la entidad social que las ocupa, y que estas delimitaciones se encadenan a su vez en una organizacién que refleja la dialéctica de la misma vida so- cial. El ser humano que tanto individualmente como en so- cieded utiliza un espacio, tiene necesariamente que sociali- zarlo, pues de lo contrario le resultaria incontrolable Si el tiempo irreversible es incompatible con el estableci- miento de una vids social, otro tanto podemos decir del espa- cio como continuum. Vimos cémo se operaba la reversibili- dad del tiempo. De la misma forma acabamos de analizar cdmo la vida social elabora discontinuidades en el espacio, En ambos casos se produce un proceso de cualificacién y las consecuencias son, a distintos niveles, las mismas: tan- to el tiempo reversible como el espacio discontinuo permi- ten la reiteracién y consecuentemente la predictibilidad, sin la cual ta vida social seria inconcebible. El tiempo y el es- pacio no 20n, ain embargo, doe condiciones paralclas de la Vida social, sino que la discontinuidad espacial puede ser tun elemento cualificativo do la roversibilidad del tiempo, y el tiempo, por su parte, puede introducir discontinuidad en el aspacio. Esto, por lo que al espacio se refiere, lo anali- zaramos més adelante al referirnos a la territorialidad me- tonimica. jido en mantener el sentido operativo del te mino territorialidad en su relacién con la exclusividad. Apun- tabamos que ésta podia ser positiva y negativa. El significa do de ambas quedaba igualmente expuesto anteriormente. Tratamos ahora de justificar esta divisién desde las relacio- nes entre la territorialidad y la estructura social. Los et6logos han puesto de manifiesto que los animales territoriales no se comportan de la misma manera en todos los puntos del territorio. Los animales que defienden su te- rritorio, con frecuencia, sélo lo hacen de una parte limitada © Chr. K, Hope (ed): The Analysis of Social Mobility, Methods ond Approaches. Clarendon Press. Oxford, 1972, pig. 3. I: 8 Territorio y estructura social 7% del mismo, mientras permiten que el resto se escape a su control agresivo. Hediger hablaba de residencla de primero y segundo orden, asi como de otros muchos puntos diferen: clales dentro del territorio. Burt distinguia una zona particu: lar (home range), que el animal utiliza, pero no defiende, del territorio propiamente dicho, defendido por el animal. Ley- hausen cuestiona esta divisién en algunas especies’. Pero en cualquier caso, y al margen de generalizaciones, si parece existir una diversidad de comportamiento bastante extendi- da en relacién con los diferentes aspectos del espacio uti lizado. + MoBride analiza una serie de pautas territoriales en el mundo animal, y en todas ellas aparece de una manera clara el cardcter cirounstancial del comportamiento territorial, de- terminado bien por situaciones estacionales 0 por una dife- renciacién ofectiva del propio territorio. Algunos animales acotan estacionalmente un érea o areas que defienden contra cualquier intrusismo. Otros fijan el territorio a partir de. un unto, por ejemplo, ef nido, y la intensidad de la defensa dis- minuye con la distancia. Algunos circunscriben el territorio de dofensa a una esfera personal, mientras que otros luga- res del territorio (los llamados home ranga) no san objete de lucha. Los animales gregarios mantienen dentro del grupo una especie de campo personal: cada individuo procura que nadie traspase sus limitos, mientras pone buen cuidado de fo penetrar en el campo personal del vecino. A diferencia de la esfera personal, propia de animales solitarios, el campo Personal no tiene el mismo radio on todas direcciones, sino que generalmente se amplia més por la parte frontal" Estas variaciones de actitud respecto al territorio, pro: pias de la mayoria de las especies territoriales, son suma- mente més complicadas en el ser humana. Ello es debido no solo a la mayor complejidad de la vida social humana, en relacion con la de otros animales, sino también a la forma peculiar de la especie humana de ejercer los derechos sobre Un territorio, La vida social es sobre todo normatividad: las relaciones que se establecen entre los miembros del grupo (nos referimos a los grupos humanos) estén regidas por unas pautas aprendidas, que se distancian de los patrones fijos de accién propios del mundo animal. Si como hemos visto la delimitacién del espacio y su cualificacién se hace en términos de una estructura social, porque en definitiva Gtr. Biologia del Comportemiento. Siglo XXI, pig. 88 se. Ctr. Theories of Animal Soacing: the Role of Flight, Fight and Social Distance, en A. H. Esser, 0. c, pA. $4 8. 1 | i | % Antropologla del territorio la territorialidad no es otra cosa que una perspectiva de esa estructura, la forma cémo el hombre se comporta torritorial- mente estaré regida por pautes aprendides equivalentes a las que gobiernan la estructura social. Anteriormente decia- mos que era un rasgo diferencial de la especie humana el Sustituir las pautas biolégicas de defensa del territorio por Una normativa aprendida. E incluso en aquellos casos en los que se procede a la defensa del territorio, este comporta iento no sigue los cénones de una defensa con base bio- logica, Basta para comprobar esto echar una ojeada trascul- tural sobre las distintas formas de defensa, muchas de las cuales, aun cuando la investigacién occidental as ha unifi- cado conceptualmente (piénsese, por ejemplo, en la guerra), encierran diferencias sustanciales, que denuncian una vez mas uno de los mayores riesgos de la Antropologia trans- cultural: la deformacién de campos seménticos. Una fenomenologia de las distintas formas de utilizacién territorial humana nos pone ante una diversidad aparente- mente mayor de la que puede encerrarse en la dicotomia te- rritorial de exclusividad positiva y negativa. Existen, en primer lugar, territorios que se utilizan por cualquier unidad de la vida social, individuos 0 distintos tipos de grupos, con na exclusividad efectiva y radical. Se trata de lugares que solo pueden ser frecuentados por determinadas personas. Buen ojemplo de ellos son aquéllos en los que un «prohibida la entrada a toda persona ajena a este servicio» restringe su utilizacién, en cualquier sentido, a los que se integran en la Peesiezotes aie Toa, coups Lee. lamaremon terrerlon. rer Pero los territorios reservados son de dos tipos: por una parte, los que mantienen siempre esta caracteristica, y por otra, los que sdlo circunstancialmente lo son. Un «prohibido el paso...» puede levantarse en determinadas ocasiones. Es dificil encontrar un territorio que permanezca constantemen- te reservado, sin ninguna apertura circunstancial. Quizé la institucién de la clausura conventual se aproxime bastante a esta caracteristica, aunque ciertamente no de una forma per- fecta, pues existen circunstancias en las que la restriccion se levanta. Los torritorios reservados del primer tipo serian aquellos cuya entidad misma incluye la reserva, mientras que los del segundo sélo la exigen circunstancialmente: por ejem- plo, las dependencias de una fabrica durante la jornada de trabajo. Evidentemente dentro de la misma clase de territo- rio, las relaciones que determinan la reservabilidad son dis. tintas: pueden variar los sujetos a los que se refiere, los mo- tivos en los que se fundamentan, etc. Ello quiere decir que la 1: 8 Territorio y estructure soclal 7 determinacién de un territorio segiin estas caracterfsticas no exime de indager su significado contextual dentro de la es- tructura. La razén que justifica esta divisién la analizaremos tun poco més adelante Los territorios permanentemente reservados y circuns- tancialmente reservados engendran dentro de la interaccion dos formas simétricas, pero antitéticas de territorialidad. Si los tipos anteriores hacen alusion a exclusividad positiva den- tro del territorio, los que de ellos se derivan inciden en el aspecto negativo de la territorialidad. Entendemos que la torritorialidad no s6lo abarca los derechos sobre la utiliza- cién del territorio, sino también las limitaciones o restric- ciones en utilizarlo. Pues como hemos visto, el significado del territorio no responde solo @ unidades, sino también a oposiciones. Segin esto un andlisis territorial no debe olvi- dar que un territorio s6lo se puede definir desde las relacio- nes que le diferencian de los demds territorios. Dicho de otra manera: la unidad territorial de cualquier sujeto social s6lo tiene sentido en las diferencias con otras unidades te- rritoriales. Si esta Integracién de similitudes y diferencias es dialéctica, como apuntdbamos anteriormente, el territorio debe inoluir también su propia antitesis. En la vida social, de esta oposicion surge la unidad territorial inmediataments superior. Como contrapartida de la territorfalidad exclusiva positi- ve surge Inmediatamente la territorielidad exclusiva negativa, que de nuevo puede ser permanente o circunstancial, y cu- Yos centro de relaciones pueden clrcunscribise a distintos planos. Por timo existen territorios 0 partes del territorio que no podrian agruparse convenientemente en ninguno de los epigrafes anteriores. Se trata de espacios que aparentemen- te no incluyen ni exclusivided positiva ni negativa. SI nos fijamos on una gran cludad nos encontramos con que la gen: te transita por las. calles sin que muestre actitudes tertito- riales que se puedan incluir dentro de la exclusividad. Son territorios que no les pertenecen, pero que tampoco les im: ponen restriccidn alguna. En este caso los sujetos, a los que hace referencia la afirmacién anterior, son todos los cit- dadanos. No siempre es asi. Si nos fijamos en un territorio cuyas relaciones de ocupacién se efectian a través del re- clutamiento selectivo de socios, la situacién es més com- pleja. Un casino, por ejemplo, puede pertenccer a esta cate: Goria. Por una parte, no se puede decir que les relaciones de exclusividad sean univalentes en relacién con todos los in- 7% Antropologia del tervtorio dividuos del grupo social. Parece que los socios poseen ex. olusivided en relacidn a los no socios. Pero la exclusividad dogaparece si las relaciones se establecen entre los mismos socios. Se trata de un territorio de exclusividad positiva, y ‘consacuentomente nogativa en relacién con la oposicién so- ‘clo/no socio. {Pero qué tipo de rolacidn territorial se esta- blece en la relacion de los socios entre si? Ninguno de ellos ejerce exclusividad positiva en relacién con los demés, y consecuentemente ninguno de ellos se ve afectado por la antitesis negativa que engendraria esa exclusividad. Como puede desprenderse del planteamiento expuesto. esta forma de territorialidad es inherente a las otras dos, y esta presente siempre que se cambie el roferente de las ex- clusividades antitéticas. Una casa habitada por una familia, significa exclusivided positiva para esa familia y negativa para las demés, pero la utilizacién de la misma por los dis- tintos miembros de la familia no es diferenciable, desde ol punto de vista territorial, segtin esos conceptos. Pueden exis- tir todavia dentro de esa casa distintos grados de exclusivi- dad, fijedos en las dependencias en las que se divide el hogar, pero en este caso el referente ya no seria la familia, sino el individuo o las divisiones menores que la componen. La eituacién global, inoluyondo ol cambio de referente, seria entonces muy similar a la descrita en el parrafo anterior para el casino: un lugar sin aparente exclusividad en reiacién a los individuos (serfa la casa en conjunto) y dotado de una fuerte exclusividad positiva en relacién con la familia. Los grandes bloques de casas de las ciudades modernas, plantean el mismo problema, con gran claridad, a un nivel de integracién superior al de la familia. Nuevamente dos grupos interactdan dialécticamente: la familia y la comunidad de vecinos. El bloque, como propiedad de la comunidad de veci- hos, presenta exclusividad positiva en relacién con otras co. munidades de vecinos, quienes a su vez se sitdan torritorlal- mente en una relacién de exclusividad negativa con los in- quilinos del bloque. Pero dentro del edificio existen una se Fie de dependencias y servicios comunes ante los cuales cada una de las familias, en relacién mutua, no pueden acre ditar derechos de exclusivided, mientras que al mismo tiem po la vivienda 0 el piso opera como una unidad diferencian- te, territoriaimente, de las distintas familias entre si. El ani- Hamiento dialéctico de las distintas unidades territoriales en las que interactdan los grupos sociales opera sobre realida- des de dos caras: una que se orienta a la unidad inferior y otra que se relaciona con la superior. Y al mismo tiempo per- sisten todas las relaciones que diferencian y definen a cada 1.3 Terrtorlo y estructura sociel 79 concroto dentro de Ia misma clase. La vivienda, para seguir con el mismo ejemplo, mira por un lado hacia las dependen- las en las que se divide y por otro hacia el bloque en el que se integra: serian las unidades inferior y superior, respecti- vamente. Pero al mismo tiempo se opone a las demas vi- viendas del bloque, lo que apuntaria relaciones de concre- tos dentro de la misma clase. Por su parte el bloque depende relacionalmente de las viviendas que lo integran (unidad in- ferlor) y se define a su vez a partir de los demas bloques en conjunto —digamos de la manzane— (unidad superior), mientras se opone, dentro de la misma clase a otros bloques coneretos. Naturalmente no nos planteamos aqui la cuestion de si las unidades que utilizamos en ol ejemplo son social. mente pertinentes. Es decir, no se cuestiona en qué medida en la cludad la manzana o conjunto de bloques oncuadrados Por cuatro calles inmediatas a los edificios, constituye una Unidad territorial. Pero supongamos que asi sea, para seguir operando con el ejemplo. Sobra decir que en el caso de ue no se reconociese pertinencia social a una do esas uni- ades, habrie que buscar otra inmediatamente superior que reuniese esta caracteristica: en este caso podria ser la calle, ol barrio 0 incluso la ciudad misma Como se habré podido observar esta concatenacién dia- Iéctica del territorlo no discurre al margen de la estructura social, pues no hace més que reflejar el mismo proceso en la organizacién de los grupos. En este caso podemos estable- cer los siguientes paralelismos: dependencia : individuo : comunidad de vecinos manzana : manzana, vivienda : familia :: bloque : comunidades de vecinos de la La pertinencia de cada unidad territorial se corresponde con la pertinencia de cada unidad grupal (y en este caso también del individuo para la primera proposicién) Ahora bien, si dejamos entrar en juego operativamente la distincién anterior entre exclusividad positiva y negativa hos encontramos con una serie do situaciones equivalentes Dependencia. individuo : familia :: exclusivided positi- va : exclusividad negativa; Viviends. familia : comunidad de vecinos :: exclusi- vidad positiva : exelusividad negativa: Bloque. comunidad de vecinos : comunidades de vecinos. de la manzana :: exclusividad po- sitiva : exclusividad negativa: 0 Anttopologte del terrtorio La orgenizaciOn de los territorios acontece, pues, a través de un juego de exclusividades positivas y negativas, que dis: curre paralelo con la organizacién de los grupos que los ocu- pan. Ahora bien, estos dos valores antitéticos no explican suficientomente ni la situacién: territorial ni la realidad ope- rativa de los grupos, pues la vida social no esta constituida solamente por elementos unificados y por sus contrarios, 0 en términos dialécticos por tesis y antitesis, sino que todos los factores se integran con mayor 0 menor suerte, es decir, y de nuevo dialécticamente, se sintetizan, gExiste un trata: miento territorial que responda a esta exigencia de la vida social? Volvemos ahora al problema que nos habia planteado la existencia de una forma territorial que no parecia estar de- terminada ni por éxclusividad positiva ni negativa, y que ha sido, en definitiva, la que nos ha traido hasta aqui. Creemos que este tipo de territorios responde perfectamente @ la exi- gencia sintética de las oposiciones sociales en relacién con él territorio, y esta marcado por Ia relacién que guarda un sujeto referencial con la unidad territorial superior a la que le corresponde en exclusividad positiva, si se le considera en relacion con los concretos de su misma clase. Las propo: siciones anteriores recogen solamente dos de los tres tIpos de relaciones quo sefialébamos anteriormente como pro- pias de las unidades territoriales: las que mantionen con la tnidad inferior y las que las conectan con la unidad supe- rior. Llamemos a estos dos tipos de conexiones relaciones verticales. Pero existia una tercera, horizontal, que es la que se establece dentro de un mismo ‘territorio entre todos los coneretos de la misma clase. Esta situacién no se refleja en las proposiciones anteriores, y su importancia es, sin em- bargo, definitiva para la conclusién del proceso dialéctico la consecuente integracién Las relaciones verticales y las horizontales no discurren cada una por su lado, sino que se encuentran e interoperan. Los resultados son las sintesis de las disyunciones, Efectiva- mente venimos concibiendo la territorialidad como una for- ma de delimitar seménticamente el continuum espacial. La discontinuidad que, en un primer momento de esta operacién, parece ser el resultado principal (relaciones verticales) vu ve a adquirir, en algun sentido, les caracteristicas de un nuc- Vo continuum, cualitativo, en la autoafirmacién de los grupos (releciones horizontales). Estamos, por tanto, ante un vor- dadero proceso dialéctico, y desde la perspectiva territorial, los territorios que se constituyen en relaciones horizontales son sintesis de la disyuncién introducida por la relacionali- 1: 3 Terttorio y estructura social a dad vertical. Gréficamente el diagrama de las relaciones te: rritoriales no constituye una nica figura geométrica inte- grada, sino que dibuja una serie de triadas a dos niveles: el de la tesis y antitesis (vertical) y el de las sintesis (horl- zontal). Podria expresarse de la siguiente forma: v. horlzontales A= antitosie = sintesis v. verticales Como puede observarse perfectamente cada sintesis rea- liza ‘no solo la intogracién de los contrarios, sino que al servir de tesis ante una nueva antitesis y sucesiva sintesis, realiza una cohesiGn sui generis entre las distintas unidades territoriales y paralelamente colabora a a integracién de los distintos grupos. {Pero qué tipo de territorios corresponden concretamente a fa sintesis? Volvamos @ nuestro ejemplo de fa vivienda integrada en ‘el bloque de una gran ciudad. Las relaciones que alli estable- ‘elamos se contraban en correlaciones entre una unidad so- cial y otra territorial (individuo-dependencia, familia-vivienda etestera). Cada unidad territorial aparecia relacionada en ex: clusividad positiva y negativa con la unided social que la ‘ccupaba y con la siguiente respectivamente. Las relaciones horizontales entre los sujetos del territorio aparecen cuando consideramos las unidades sociales en relacién con una uni- dad territorial superior en un grado a la que lo corresponde JA. Corea, 6 2 Antropologia del territorio, en exclusividad positiva, En nuestro ejemplo podemos cues- tionar las relaciones siguientes: Individuo: ; Individuo; :: Vivienda : Negaci6n exclusividad Familia; : Familia: :: Bloque : Negacidn exclusividad Comunidad de vecinos, : Comunidad de vecinos: :: Man- zana : Negacion exclusividad Aunque la vivienda se relaciona como tal con la familia, los individuos que componen esa familia en un numero de- terminado, no son ajenos territorialmente a la vivienda como tal, de igual manera que, sin prescindir del significado del bioque en relacién con la comunidad de vecinos, es signif cativa la vinculacién de la familia al bloque y paralelamente de la comunidad de vecinos a la manzana Evidentemente la respuesta al primer término de las pro- posiciones anteriores no puede establecerse ya en forma opositiva, a partir de las relacionos exolusividad positiva y negativa, y, por tanto, en tesis y antitesis, sino que al per- derse todo cardcter opositivo e| segundo término es sintéti- co. Tendremos ocasién de precisar concretamente la impor- fancia territorial de cota oirounetancia en un andlisis de la territorialidad bosquimana en doterminadas cirounstanoias. En el plano de las relaciones horizontales los valores de la relacién son diametralmente distintos de los que se despren- den de las relaciones verticales. Pero como en uno y otro aso se estén conjugando los mismos elementos no puede opetarse como si se tratase de sistemas distintos. La nece- sidad de integracion se ve, pues, perfectamente satisfecha en el diagrama dialéctico de la pagina anterior. La consecuencia de este planteamiento se refleja en la existencia de esa tercera forma territorial, cuya caracteristi- ca mas determinante, dentro de su contexto, es precisamen- te la negacion de la exclusividad. Esta negacin de la exclu. sividad no es otra cosa que la sintesis entre la exclusividad positiva y la negativa, De lo dicho hasta aqui se desprende fa insuficiencia de ciertos tratamientos territoriales a partir de dicotomias tales como territorio piblico/territorio priva: do; interlor/exterior; cerrado/abierto; etc. Cada uno de estos opuestos tiene su contexto, es sumamente movil dentro de la concatenacién de los distintos sujetos y situaciones referen- ciales, y en cualquier caso dejan sin explicar la integracién social misma. Sin embargo, si tomamos como eje basico en “el estudio del territorio 1a disyuncion exclusividad positiva/ exelusividad negativa, dotandola de una movilidad referen- 1: 3 Torrtorio y estructura social % cial tan amplia como exigen las distintas unidades territo- riales y los sujetos a las que se refieren, reconoceremos una disyunci6n real en la vida social, y a nivel territorial el pri- mer paso para dolimitar discontinuamente el espacio, al mis- mo tiempo que la sintesis de ambos extremos, la negacién de la exclusividad, nos permitira explicar tanto la integracion de Ia diversidad, a nivel social, como la cualificacién de un Auevo continuum a nivel territorial. Pero anteriormente habiamos distinguido dentro de la te: rritorialidad, tanto positiva como negativa, una forma perma- nente de exclusivided y otra circunstancial, La realidad de estas dos maneras de ejercer la exclusividad no afecta en absoluto al esquema anterior, y puede ser perfectamente in- tegrada en él. Ello s6lo apunta al cardcter necesariamente temporal de la vida social, Io que ocasiona que la utilizacién del territorio, asi como la interaccién que constituye los gru- pos, doba considerarse desde la perspectiva del tiempo, co- mo haremos en los capitulos que siguen, y segun las dimen- siones sincrénicas y diacrénicas, que seran la base de lo que denominaremos tertitorialidad metaforica y metonimica De momento debemos precisar y coneretar la pertinencia de la forma de utilizacién territorial que se caractoriza por la negacién de la exclusividad. Para ello volvamos una vez més al ejemplo que estamos utilizando. Cada individuo de la fa- milia utiliza la vivienda, sin ningtin tipo de exclusividad en relacién con los demas individuos. Pero no se trata solo de tuna utilizacién moral, que se ve luego frenada por la compar- timentacién interior (en la vivienda occidental) que se dis- tribuye en régimen de mayor 0 menor exclusividad a cada uno de los individuos, Sino que la vivienda alberga, mé alla de la compartimentacién, lugares comunes, que reprc~ ducen simbélicamento osa unidad y falta de exclusividad. Po- demos pensar on las dependencias como salones, come- dor, terrazas, etc. Otro tanto se puede decir de las demas unidades territoriales, Los bloques unifican territorialmente a las familias que los ocupan a través de sitios que pertene- ciendo a todos no son exclusividad de nadie en particular portal, escaleras, ascensores, patios y quizés otros recinto. mas sofisticados como piscinas, zonas de recreo, ete.; mien- tras que las manzanas, en el caso de que fuesen realmente unidades territoriales pertinentes, adosan espacios colecti vos como aceras, calles encuadranies, servicios, etc. Y ast podriamos continuar progresivamente hasta completar la uni- dad superior que corresponderia a la comunidad, Esta a su vez, al mismo tiempo que posee exclusividad positiva sobre Su territorio y negativa en relacién con otras comunidades, Antropologia del terrltorio vuelve a formar parte de una unidad mayor, estableciendo desde esta perspectiva relaciones horizontales, carentes de exclusividad, respecto a las demas comunidades que inte- gran, por ejemplo, la parroquia, el concejo, el municipio, et- cétera, segtin los casos. No es necesario recalcar aqui que la integracién dialéc- tica de las distintas unidades sociales y sus correspondien- tes territorios no tiene lugar dentro de la sociedad en un Unico plano. Es decir: el territorio de la comunidad no es el extremo de un proceso dialéctico que partiendo del individuo desemboca a través de operaciones dialécticas equivalentes en la unidad superior que seria la comunided total y su te- fritorio. La vida social y consecuentemente la organizacion territorial se realiza dialécticamente en distintos planos In- teractuantes. Un individuo puede formar parte de unidades territoriales muy diversas, de la misma forma que puede pertenecer a grupos de muy distinta naturaleza, y la familia no est tinicamente abocada a desenvolverse en la linea que la lleva a la comunidad de vecinos. Es evidente que los gru- pos pueden multiplicarse cambiando la perspectiva referen- tial que los constituye. Sin embargo, para todos ellos puede sequir siendo vélido el esquema anterior. En el ejemplo que apuntabamos l comienzo de este apartado sobre el casino, puede ponerse de manifiesto la validez del esquema. Los cri- ferios referenciales de esta unidad territorial parten de la divisién entre socios y no socios. y quizé. segin las caracte- risticas del casino, de todos los ejes selectivos que deter- minan la adscripcién de esa persona al grupo de socios. Es- tos pueden estar a su vez integrados en otros grupos:, fami- liares, profesionales, estatuales, etc., y disponer desde allt del territorio segtin una normativa diferente. Por su parte ol territorio no debe concebirse como una entidad fisicamente acotada y adscrita perpetuamente a un grupo. Los limites te- rritoriales son relaciones y, en consecuencla, oscilan y se Constituyen desde sus referentes. Esto equivale a decir que el mismo espacio fisico puede servir de sustrato, en distin: tas circunstancias, a la interaccién de unidades sociales dis- tintas. Y el casino puede adquirir, como territorio, una con- figuracion distinta en relacién con las personas que lo ex- plotan. Pero, en cualquier caso, es claro que los mismos dividuos que ocupan la casa como miembros de una familia, pueden utilizar el casino como miembros de un grupo de so- Cios. Desde esta segunda perspectiva mantienen entre si, y respecto al territorio, relaciones horizontales de no oxolusi- vidad, mientras que, como entidad asociada, gozan de exclu- sividad positiva en relacién con los no sooios. 1: 3 Territorio y estructura soctsl as Finalmente, es preciso observar que no todas las exclusi- vidades positivas son igualmente positivas, en el mismo gra- do; y lo mismo sucede con las negativas. Ello dependera de Ja delimitacién y funcionalidad de las unidades sociales den- tro del contexto de la comunidad, La familia rural, valga la generalizacién, presenta quiz vinculos més estables que la familia urbana, pero @ diferencia de lo que sucede en la ciudad, donde la unidad superior a la familia es extremada- mente inestable © imprecisa, las vinculaciones superiores suelen ser altamente integradoras, lo que hace que las fa mmilias interactiien fuertemente dentro de la comunidad lo- cal. Como consecuencia de ello, y a nivel de interaccién, la distancia entre la unidad inferior (la familia) y otra superior (la comunidad) se reduce. En consecuencia Ia exclusivided positiva sobre la vivienda disminuye en la familia y otro tan- to acontece con Ia exclusividad negativa que corresponde a la comunidad. Como resultado do ollo la negacion de la ex- clusividad adquiere matices diferentes. Todos hemos podido observar que los lugares a los que corresponde negacién de exclusividad son cualitativamente distintos en la vida urbana y en le vida rural. Las calles de una ciudad son transitables de una manera muy distinta que las de un pueblo. Es como si en el pueblo, debido al menor distanciamiento de lus rte pos, se diese una mayor indiferenciacién del territorio. La vivienda es menos exclusiva que la de la ciudad, y los luga- res sin exclusividad son, podriamos decir, en términos ab- solutos, més exclusivos que los de la urbe. Pero evidente. mente cada uno de los tres términos del proceso dialéctico es relativo a una situacion social, y a negacién de la ex- clusividad debe medirse siempre en relacion con el grado de exclusividad positiva 0 negativa que opera en el sistema Por dltimo existe, dentro de esta diversidad de la exclu. idad y en relacién con los lugares donde prevalece la ne- gacidn de la exclusividad, un cierto numero de situaciones, en las cuales aparece, con cierta frecuencia, el equilibrio de la bipolaridad territorial entre diferentes sujetos territoriales. Hemos indicado que el salén de una vivienda puede repre: sentar simbélicamente la unidad de la familia. Pero no es menos cierto que en estos lugares comunes se sucle dejar lun margen para simbolizar la diferenciacion. No es necesario observar durante mucho tiempo un lugar comtin de este tipo para darse cuenta que, incluso en él, hay una compartimen: tacién técita, aunque sin barreras, quo lo fragmenta territo- rialmente. La distribucién de los distintos miembros de una familia dentro de los lugares comunes suele tener sus pau- tas. Existe una tendencia a sentarse siempre en los mismos a6 Antropologla del territorio sitios y a dibujar dentro de un territorio comin el mismo sociograma territorial. La caracteristica peculiar de estas dis- tribuciones territoriales, en lugares comunes, estriba en que 610 se hacen efectivas cuando la persona est presente. Un padre verd con toda normalidad que en su ausencia se ocupa €l sillén que él suele utilizar, pero a veces no tolerard que su presencia no produzca inmediatamente el desalojo del mismo. Otro tanto puede decirse de las unidades territoriales que se relacionan con otro tipo de grupos. Cualquiera que haya frecuentado las aulas de libre ocupacidn se habré dado cuen- ta que existe una tendencia a la distribucién en puestos Jos. Con la reiteracién del uso territorial estos actos de ex- olusividad positiva conllevan el sentimiento de exclusividad negativa en los demas. Por otra parte, todos hemos dudado ante una mesa ajena en tomar asiento, debido a nuestra ig- norancia de la normativa territorial que rige el emplazamien- to del huésped. Esto se lleva al extremo cuando los grupos ‘son menos coherentes. La etiqueta a este respecto trata de ‘eohesionar lo que por si mismo es dispar. En torno a una me: sa se observan valores territoriales muy diferentes, y de ellos podemos deducir no sélo la estratificacion del grupo que la ocupa, sino también la coherencia del mismo. Robert Sommer? nota la agresién que la infraccién de estas normas puede producir en los individuos. Todo esto hace pensar que la dialéctica opera incluso dentro de la misma unidad terri- torial en una multiplicidad de planos, y que no todos son de. pendientes del mismo criterlo, sino que pueden manifestarse segiin acontezcan las distintas facetas de la vida de un gru: po. Los criterios desde los cuales debe analizarse este sig- nificado territorial son muy variados. Pero lo que formalmente se mantiene constante es le proporcionalidad de la relacién misma. A mayor exclusividad positiva corresponde mayor exclusividad negative y una ne- gacién mas radical de la exclusividad. Estas son las razones por las que estimamos que el con- cepto de exclusividad, tomado de la territorialidad animal, ‘como sustitutivo del mas ambiguo de defensa, es aplicable a la territorialidad humana, aunque al situarse aqui en un con- texto dialéctico, mucho més complejo, adquiere perspectivas pecullares. Por otra parte, hasta ahora sélo nos hemos refe- Fido @ aspectos formales de la territorialidad. Las formaliza- clones precisas y concretas de esa exclusividad son suma- 8 Espacio y Comportamlento Individual. Instituto de Estudios de la ‘Administracton Local, Madrid, 1974, pag, 35 ss 1: 3 Terrltorio y estructura social a menie diversas en la especie humana, a diferencia de lo que acontece en una especie animal. Si los términos que hemos utilizado hasta ehora apuntan @ sistemas de relaciones, es evidente que su estudio tiene que dilucidar cudles son esas relaciones concretas, diferenciantes de los grupos humanos. Los comportamientos socioculturales y el territorio La vida sociocultural puede considerarse desde dos pers- pectivas s6lo metodolégicamente separables: los grupos en interaccién y las formas peculiares de esa interaccién. Des- de el primer punto de vista nos referimos a sujetos de inter- accién, desde el segundo a comportamientos culturalmente transmitidos. No es nuestra intencién tomar parte aqui en la larga polémica quo se viene estableciondo en torno a esta distinci6n que, como se sabe, ha desembocado en defini- clones diferenciales de sociedad y cultura respectivamente La afirmacién de que se trata de dos aspectos s6lo metodo- légicamente separables parece ser admitida por todos los que han colaborado en la polémica. Vamos a partir de ese hecho. En el apartado anterior nos hemos referido a la territo- rialidad desde el primer punto de vista, es decir, desde el pa- pel interactive de los grupos. Vamos a plantear ahora la cues- tion desde la segunda perspectiva: la de las formas o com- portamientos pautados de interaccién. Entendiendo que se trata de dos visiones complementarias, y que el planteamien- to de la primera quedaria truncado sin el de la segunda Pero dentro de {a ditima posibilidad los antropdlogos se encuentran enzarzados en un nuevo problema, igualmente de perspectivas. Como y desde dénde puede abordarse el es- tudio del comportamiento social?, 0 en otros términos: ;Cudl es la unidad significativa, a nivel de comportamiento, dentro de la sociedad? Los conceptos de rasgos, complejo de rasgos e instituciones, se discuten aqui. También queremos esqui- var esta polémica. Conscientes de las dificultades que en- Cierra el término institucién, tanto por lo que respecta a su delimitacién, como a su pertinencia para denominar o en- cuadrar todos los comportamientos sociales, numerosos an- tropdlogos han optado por utilizarlo. Los motivos de esta opcién son su operacionalidad, mas integrada que el rasgo, y su maleabilidad para poder ser entendido y modelado se- gain 15 precisiones que el andlisis mismo aconseje. Si es nalista y Clerto que el concepto nace en un contexto fun 8 Antropologia del territorio que en un principio implicé una forma determinada de inte- gracién de los rasgos en un conjunto que hacia dificil la ex- plicacién del conflicto y del cambio cultural, nada impide en- tender esas relaciones segun otros esquemas. El mismo pro- 280 dialéctico que descubriamos on el apartado anterior, puede servir de modelo para explicar la integracién de los rasgos en la institucién y de éstas entre sf. Un comportamiento institucionalizado es ante todo colec- tivo, exige cierta normatividad y permanencia, e incluye elementos préxicos, valorativos, ideolégicos, etc, En realidad la instituoién no implica que los comportamientos reales sean perfectamente adecuados a los comportamientos ideales o normados y, como veremos. un modelo antropolégico debe- ria incluir las dos :perspectivas. Esto quedaré més de relieve en la segunda parte de este trabajo, al abordar el estudio del territorio en dos comunidades concretas. De momento haremos aqui algunas reflexiones generales. Y desde luego sélo en la medida en que se relacionan con el territorio. Hemos visto que el territorio se ordena en relaclén gon las unidades sociales. Que esta ordenacién acontece dentro de unos moldes formales de cardcter dialéctico. Pero ni los limitcs.dol territorio asi comprendido, ni la manera como se realiza la exclusividad estén dadas en el esquema formal Volvamos a fijarnos en la familia. No hay inconveniente en mantener el anélisis anterior para distintas estructuras fa- miliares, siempre que la familia sea una unidad territorial pertinente, Sin embargo, puede suceder que la interaccién familiar se reduzca en un caso a la convivencia, y que en otro sea ademas una unidad de produccién, y quizés en un tercero tenga unas misiones politicas directas. Las posibili- dades de diversidad son innumerables. Desde otra perspec- tiva puede tratarse de una familia nuclear, entendiendo por tal aquolla on la que se dan entre todos sus miembros algu- nas de las tres formas basicas de parentesco: alianza, con- sanguineidad y filiacién; 0 puede constituir-una familia mas extensa, donde ademés opera otro tipo de vinculos. Dentro de la instituci6n existen unos cénones de compor- tamiento diversos segin la forma peculiar en cuestion y la cultura, que constituyen lo que llamamos roles. Seaiin cier- tas corrientes sociolégicas estos roles se integran, dentro de [a institucién, a través de unas relaciones mutuas que Coexistirian en un cierto equilibrio, Se ha criticado ol estati- cismo que esta concepcién implica. Por una parte el supues- to equilibrio alberga, dentro de las instituciones, claras con- tradicciones y, por otra, resta a la vida social uno de sus I: 8 Territorio y estruetura social o aspectos més especificamente humanos: la dimensién hist6- rica, Desde esto punto de vista el territorio deberia ser de- finible a partir de la relacién de roles, ya que seria el sustra- to donde éstos se realizan. Pero la roalidad es muy distinta, ya que el funcionamiento de la sociedad es mas complejo y, en cualquier caso, creemos que la contradiccién misma juega un papel central en la vida social, El andlisis de la institucién como sistema integrado y en equilibrio es claramente unidimensional. La vida social acon: tece, por el contrario, en dos dimensiones, No todos los com: portamientos pautados para una determinada institucién se realizan simulténeamente, sino, més bien, discurren en una dualidad de planos, uno claramente sincrénico y el otro dia- crénico. Es como si la institucién tuviese profundidad tempo- ral. El problema de la integracion estriba no slo en la armo- nizacién de lo que acontece simulténeamente, sino también en el valor del desarrollo temporal de la misma, Gomo hemos visto anteriormente, Ia manipulacién del tiempo es funda- mental para el establecimiento mismo de la vida social; su cualificacién y reversibilidad juegan un papel importante en la integracién do fa Institucion o de cualquier otra unided do comportamiento social. En este sentido la coexistencia de contradicciones dentro de un mismo plano no es por si misma desintegradora, como tampoco lo es la posible oposicién entre comportamientos pertenecientes a dos o més instituciones. En la mayoria de las sociedades y en miltiples niveles existen comportamien tos, pautados para la dimensién distinta a la que acoge la contradiccién, que tienen por finalidad resolver dialécticamen- te la contradiccidn. Piénsese, por ejemplo, en la, hospitalidad, Sin duda su carécter circunstancial o temporal viene a redu- cir una disyuncién entre comportamientos centripetos de aru- pos diferentes. Paralelamente, y dentro de la territorialidad, el acoger al huésped, cediéndole derechos territoriales, altera los valores del territorio, pero juega un papel importante a nivel de integracion. La dificultad de ciertos antropdlogos fun- cionalistas para explicar el conflicto y el cambio, radica, a uestro jucio, en la consideracién unidimensional de la cul- tura. La presencia de una segunda dimension, de cardcter dia- crénico, permite que la contradiccién coexista con la inte- gracién. No pretendemos afirmar aqui que no existan con- flictos culturalos, a un nivel, que no tengan su contrapartida Integrativa como comportamiento circunstancial. La cultura no esta nunca totalmente integrada. Pero nuestro proposito es mostrar que este es el movil principal de la cirounstan: %0 Antropologia del terrtorio clalidad territorial, y que el comportamiento territorial se mueve fundamentélmente sobre dos ejes: uno sincrénico y otro diacrénico, y que ambos no pueden desligarse més que metodolégicamente. El tiempo cuelificado culturalmente es tun elemento inseparable del territorio humano. La situacién territorial de cualquier grupo humano es, pues, extremadamente complicada. Dentro de él coexisten exclusividades positivas y negativas, debido a los distintos sujetos y situaciones referenciales posibles. Todo ello se tra- duce en una regulacién formulada o tacita, y a veces en con- flictos derivados de su transgresion. La exclusividad negati- va es tan importante dentro de los confines de la comunidad, como fuera de ellos, de la misma manera que Ia positiva no estd totalmente ausente mas allé de los limites acotados por el grupo, Todo ello hace que el estudio del territorio deba orientarse en una perspectiva més amplia que la do la ins- titucién que, sin contradecir el valor de este concepto y ad- mitiendo que toda la vida social puede ser abordada desde la misma perspectiva, resulte especialmente operativa para el estudio de las relaciones territoriales: nos referimos al territorio como intercambio, dentro de una teorla general de la cultura como comunicacién. Y todavia otra precisién metodolégica. Cualquier compor- tamiento cultural puede considerarse, como hemos indicado, en su aspecto ideal, o en su plasmacién real. Dos tipos de modelos pueden, pues, aplicarse @ cualquier aspecto de la cultura, y por supuesto al estudio territorial: un modelo me- Cénico, estructural, y otro estadistico, Mientras a través del Primero se intenta captar las leyes que gobiernan un deter- minado fendmeno, sirviéndose de los elementos integrantes del fenémeno mismo, los segundos dan paso a elementos de planos diferentes (ecolégico, politico, econémico, etc., se- giin el tema de que se trate), que explican la realizacién del fenémeno de una manera determinada, y con una frecuencia concreta. Se puede, en efecto, construir un modelo (mecé- nico) de la territorialidad dentro de un grupo humano sir- viéndose de todos los elementos territoriales del mismo: in- dividueles, subgrupales y grupales, y deducir asi el cédigo territorial correspondiente: pero es igualmente posible la ela- boracién de un modelo (estadistico), que nos explique qué motivos, no directamente territoriales (sino climaticos, de- mogréficos, religiosos, eto.) Inciden en los comportamien- tos, territoriales, estén éstos 0 no en consonancia con el cédigo. Como es sabido te Antropologia estructural privilegia 1a += 1: 3 Territorio y estructura sociel 9 utilizaci6n de modelos mecénicos, pero creemos que ello es debido a unas preconcepciones metafisicas de la mente hu- mana, que hacen de ésta un constructo mecénico que opera machaconamente dentro de sus moldos binarios, impasible a las influencias que puedan provenir del exterior y, en ul- tima instancia, unificedora implacable de los mds diversos materiales a ella sometidos. Pero como ya hemos escrito en otro lugar”, el binarismo no es la Gnica forma de operacion mental y en cualquier caso opinamos que la relacién entre la mente y sus objetos es dialéctica, en el sentido de que tanto la mente como el objeto se modifican profundamente en su operatividad Con ello queremos decir que no existe una linea divisoria que mantenga aislados, sin implicaciones mutuas, las reali- dades mecénicas y las estadisticas, y que si en un momento determinado un modelo estadistico contradice significativa- mente a un modelo mecénico, ello es porque el modelo me- cénico ha experimentado una transformacién. El investigador que se emperie en no tener en cuenta esta realidad seguird construyendo sus modelos mecénicos con datos fésiles, qi en el mejor de los casos sdlo permanecen en la memoria de los mas ancianos del luaar. El ahistoricismo con el que se ha criticado al estructuralismo, tiene su raiz en esta desoo- nexién entre los modelos mecénicos y estadisticos, No negamos la posibilidad operatoria e incluso la conve- niencia de establecer modelos mecénicos en Antropologia, pero si la concepcién estética de un tiempo reversible y no acumulable que se les atribuye ". Si es cierto que la estruc- tura de una institucién no se realiza nunca de manera ade- cuada en los comportamientos quo la ponen en préctica, y que, por tanto, siguen siendo necesarios en Antropologia ios dos tipos de modelos (el de la estructura y el del compor- tamiento), no lo es menos que un comportamiento reiterade- mente inadecuado modifica la estructura y que, por tanto, no se puede acertar en la elaboracién de un modelo mecé. nico sin la orientacién del estadistico y viceversa En el presente estudio vamos a utilizar complementari mente las dos perspectivas. Al mismo tiempo nos servire- mos do algunas de las coneiusiones de Ia lingilstica estruc- tural, y por ello es necesario dejar bien claro hasta qué pun- to nos servimos de esta analogia. % Cr, Luis Cencillo y José Luls Garcia: Antropologia Cultural y Pet coléglea. Syntagma, Madrid, 1973, pag. 479 ss. 31 Cfr. Lévi-Strauss: Anthropologie Structurale, Plon. Paris, 1958, pé- ina 314 Antropotogia del territorio Existe actualmente la tendencia, que en parte comparti- mos, a trater la cultura como un sistema de comunicacion, en todos sus aspectos. En consecuencia los paralelismos en: tre lenguaje y cultura suelen tomarse demasiado literalmen- to, sl no so explicitan las salvedades oportunas. Sin duda, como nos muestra la semiologia, el lenguaje no es el unico mecanismo del que se sirven los hombres para comunicarse. Existe una comunioacién no verbal, a base de acciones, de objetos, de mensajes de todo tipo. Resulta igualmente claro que la cultura viene a cumplir esta misiGn. Ahora bien, toda comunicacién, para que sea inteligible, tiene que estar codi- ficada, es decir, los individuos entre los cuales acontece deben dominar la clave interpretativa de los distintos signos. En consecuencia cada cultura, para que resulte coherente, ha de inculcar este codigo a los individuos que la viven. Ello econtece en el proceso de enculturacion, que se realiza por los caminos mas variados y a lo largo de un tiempo mas am- plio del que generalmento se creo, dado que no todos los Comportamientos culturales posibles se ejecutan en perio- dos fijos de tiempo. Hasta aqui la similitud entre lenguaje y cultura es casi perfecta, pues el aprendizaje de todos los as- pectos codificados del lenguaje tienen lugar progrosivamonte y un Individuo rara vee llega # puseer todas las claves Una diferencia muy importante nos revela otra vez lo que ‘acabamos de decir de a interrelacién entre modelos mecé- ni¢os y estadisticos aplicados a la cultura. Los signos lin- gisticos, goneralmente, estén unidos en sus dos planos (sig. nificante y significado) por una relacién arbitraria ®. No se puede decir lo mismo de los signos culturales. Es cierto, como opinan la mayoria de los antropdlogos de la cultura, que muy pocos comportamientos culturales, si es que hay alguno, son en si mismos estrictamente necosarios. Sabemos que la cultura esté constituida por la seleccion y ulterior combinacién de una serie de rasgos escogidos como respuesta a una necesidad (en sentido amplio) del hombre, in duda es éste uno de los problemas més debatides en la lin lletica actual. (Cir. L. Cencllo: Ancopologia Cultural y Pslcologlce, pa Gina 275) La contundencia de la afirmacién de Scusaure ha sido puosta También en entredicho por otros estudiosos del lenguaje, y varios tips do releclones no erbitrarias entre. significante y significado han sido feseiadas, (Gir. & Benveniste: =Nature du. Signe Linguistique, Acts Ungulstics 1, 1, 1999.) Por ejemplo, las teorlas configuracionistas_ten- rian que. admitir, en ultimo término, relaclones determinantes entre el Signifigante yl significado, Pero no obstante, este. tipo de releciones gal sor humano, y 82 puede dectr que genéicamente Ia ralacion 08 rari, 1:3 Territerio y estructura social 3 Pero esta seleccién opera dentro de una amplia gama de comportamientos posibles, todos los cuales hubiesen podido dar cumplida satisfaccion a la necesidad quo orienta la bus- queda. Bajo este punto de vista, y contrariamente a lo que acontece en el comportamiento instintivo, no existe una re- lactén rigida entre la necesidad y la respuesta. Pero ello no quiere decir que no exista ningun tipo de relacién. Sin duda en la culturizacion de un rasgo han intervenido un niimero variado de factores, ecolégicos, psiquicos, situacionales, et- Cétera, que le proporcionan su funcionalidad. Esto quiere de- ir que cualquier sistema cultural tiene su historia, lo que equivale a afirmar que el tiempo irreversible, como justif cante del cambio, no le es ajeno, y que en consecuencia cualquier modelo mecénico de una institucién no debe esta tificarse en una cualificacién reversible del tiempo. Porque en definitiva si en el campo linguistico es posible construir modelos sirviéndose Gnicamente de los elementos integran- tes del fendmeno, en el cultural los modelos mecénicos se convierten en abstracciones pasajeres, y Gnicamente pue- den justificarse cuando se epuntalan con otros estadisticos, que les den conciencia de su validez histérica *. Poner de relieve estas diferencias entre lenguaje y cul- tura, no significa que no se puedan eplicar a ésta algunos de los principios descubiertos en el lenguaje. Al fin y al cabo ambos son productos en los que interviene la misma mente humana, y no existen motivos para pensar que los mecanis: mos operatives de ésta, aunque modificados por la distinta Naturaleza del objeto, no sean inicialmente los mismos para el lenguaje y para la cultura, Tanto més que, tal como vent mos admitiendo, una do las funciones que ambos —lenguaje ¥ cultura— satisfacen, es precisamente la de la comunica- clon. De ahi que el término «socializado y culturizado», que in- cluimos en la definicién de territorio, sea equivalente al de ssemantizador. Todo lo que rodea al hombre esté investido de un significado, sin el cual careceria de relevancia para el ser humano. Es precisamente este significado 0 «idea» Esto no. eontradioe nuestra afirmacién anterior de que la vida so- cjal es sobra todo posible a través de una reversibilidad del tiempo, y fde-une cualitleasion dal continuum especial. Pues las supuestas deli faciones espaclo-temporales, discontinues y reversiblos, estan sometidas fn proceso de cambio, que las conducen a nuevas formas cualificadas fe discontinuided y roversibiidad. Los modelos estadisticos pueden dar texplicacion de la traneformecion y do la necesaria de alterar los mode- fog mecanicos, Capitulo 4 ” Antropologia del torritorio. que se interpone entre el medio natural y la actividad huma- a lo que, respecto al territorio, tratamos de analizar, para descubrir las leyes seménticas de su organizacién. E! estudio do la territorialidad se convierte asi en un andlisis de la ac- tividad humana en lo que respecta a semantizacion del es- paclo territorial Dos formas de semantizacion territorial Situada la territorialidad humana dentro de la perspectiva de la semantizacién, veamos primero de manera general la es- tructura de este proceso, para tratar luego de aplicarla, en Ia medida en que sea posible, a la organizacién del territorio humano, Partimos aqui del lenguaje, en los aspectos que he- ‘mos admitido que coinciden con la cultura como sistema de comunicacién. En el lenguaje coexisten dos tipos de agrupaciones que son las que cn definitiva determinan el significado. Saussure las denomina relaciones sintagméticas o in praesentia, y re- laciones paradigmaticas o in absentia. Las primeras condi- cionan horizontalmente el significado y se localizan en el mensaje hablado o escrito. Se trata del encadenamiento neal, de la forma en que se combinan los distintos elementos que integran el sintagma. La posibilidad de combinacién sit tagmética es finita, 10 que equivale en este caso a decir que es estructurada. Las relaciones paradigmaticas 0 asociativas lunen términos in absentia, es decir, cada elemento seleccio- nado para formar parte del sintagma evaca, en el plano de la lengua, un conjunto de términos enlazados en una serie mne- ménica virtual. Si el valor de un término linguistico, en cualquiera de sus niveles, esté dado por su capacidad de oposicion (por su pertinencia), es decir, por su diferencia con los demas términos del sistema, es evidente que cual- quier término seleccionado quarda siempre una serie de re- laciones —verticales— con los elementos del sistema a los que se opone, y que in absentia tienen vigencia en el eédigo, ya que de esa relacién emana su valor. Saussure explica practicamente estos dos tipos de en cadenamientos: «Una unidad linglifstica se puede comparar con una parte determinada de un edificio, por ejemplo, con luna columna. Esta se encuentra, por una parte, en determi- nada relacién con el arquitrabe que soporta, Este acuerdo do dos unidades, igualmente presentes en el espacio, hace pen- sar en la relacidn sintagmatica. Por otra parte, si esta colum- @ 3.4. Garcia, 7 8 Antropologia de! territorio na es de orden dérico, evoca la comparacién mental con el Festo de los érdenes (jOnico, corintio, etc...), que son los elementos no presentes en el espacio: la relacién es asocia- tiva [o paradigmética]» *. Nadie mejor que Jakobson sintetiz6 y apunt6 las posibl- lidades, incluso antropoldgicas de esta doble relacionalidad del lenguaje. En su extraordinario articulo sobre la afasia, «Dos Aspectos del Lenguaje y dos tipos de trastornos af sicos»?, establece, al igual que Saussure, que todo signo lin- gilistico se dispone segiin los dos principios generales de Seleccién y combinacion, que responden, respectivamente, a ia similitud y contiguidad. La seleccién apunta a relaciones de tipo meteférico, ya que por medio de ella el elemento so- leccionado se sittia relacionalmente (in absentia), dentro de luna estructura, donde se sistematiza toda la gama que va desde los sinénimos a los anténimos; mientras la combine- ‘clén le conexiona con otros elementos presentes en ol men- sale, por medio de la relacién de contiglldad, pudiendo ha- blarse, en este caso, de relaclones metonimicas. La realidad de estos dos tipos de relaciones se fundamenta negativamen- te en las dos formas fundamentales de afasla, para las que Jakahson cita numerosos ejemplos: una que consiste en la incapacidad de utilizar la metéfora, es decir, de sustituir el elemento seleccionado por su similar, y otra que radica en la imposibilidad de combinar, 0 lo que es lo mismo, en la inoptitud metonimica. Pero todavia mds interesante para nosotros son los ailti- mos parrafos del trabajo, donde Jakobson pone de relieve la vigencia de estas dos formas generales de relacionar los sig- fos lingiisticos con los principios de similitud (homeopatia) y contigtiidad (contaminacién) seftalados por Frazer en su estudio del pensamiento mégico, y con el desplazamiento y condensacién, metonimia y sinécdoque respectivamente, es decir, contigiiidad; ¢ identificacién y simbolismo, es decir, semejanza o metéfora, de los que habla Freud en su Inter- pretacién de los Suefos. Si esto fuese asi nos encontrarfamos ante una estructura bipolar, que no es especifica del lenguaje, sino que seria bé- sica en la formacién de otros productos culturales. La mente humana, en la medida en que esta implicada en la cultura dojaria en ella la huella de su estructura bipolar. El andlisis © Cours de Linguistique Générale, Payot. Paris, 1956, pég. 171 2 Gfr. Fundamentos del Lenguaje. Clencia Nueva. Madrid, pég. 75 #8. 1: 4 Doe formas de sementizaclén territorial ° antropolégico encontraria aqui una buena base orientadora ten la comprensién de objetos que resultan extrafios por su contradiccién transcultural, e incluso, muchas veces por su compaginacién intracultural. Desde este punto de vista no habria necesidad de clasificar, dentro de hipotéticas etapas evolutivas de la mente humana, distintas formas de pensa- miento, como se ha venido haciendo con el discurso mitico y el discurso cientifico, ni tampoco recurrir, como hizo Lévy- Bruhl a soluciones extremas y discontinuas, con su oélebre teorfa de la mentalidad prelégica, para explicar una forma de comportamiento asimétrica con los principios I6gicos de la civilizaci6n occidental. Manteniéndonos fieles al principio de la unidad mental de la especie, podriamos perfectamente catalogar las diferencias o aparentes contradicciones cultu- rales, como productos, en un cierto grado, de uno u otro de los mecanismos operacionales de la mente: el metaférico 0 el metonimico. Porque ambas formas estén igualmente pro- sentes en cuaiquier cultura, y es sélo el predominio de una U otra, asi como el material sobre el que operan, lo que las diferencia, Nos mantendrfamos asi perfectamente dentro del pensamiento normal, y no habria necesidad de recurrir al tan manido paralelismo ‘entre primitivo, nifio y enfermo mental, tan on boga todavia, y desde luego da manera critica, en tantos manuales de ciencies afines a la Antropologia Podriamos entonces esquematizar gréficamente las posi- bilidades operatives de la mente humana, sirviéndonos del siguiente campo de coordenadas: Meratora | x (@) x) “Metonimia sobre la radicalidad de estas dos formas de «significare, Cfr. Cem illo: Teraple, Lenguaje y Suefio. Marova. Madrid, 1973, pag. 269. 100 Antropologia del territorio Como puede observarse la actividad mental se moveria entre dos puntos extromos, a y b, que representarian la es- pecializacién maxima del pensamiento metaférico y la del Metonimico respectivamente. Si se quiere, el punto a coin- cidiria con lo que se ha vonido llamando pensamiento mitico, magico 0 mistico, y el punto b, con el denominado pense- miento cientifico. El grafico recoge @ su vez una realidad muy importante, y es que ninguno de estos dos modos de actuacién mental llega a tal especializacién que pueda anu- lar por completo la presencia de la forma contraria. El pen- samiento metaférico no esté nunca totalmente desconectado del metonimico, ni éste de aquel. Entre los dos puntos extre- mos caben casi innumerables formas de operatividad men- tal, segtin se utilice en mayor 0 menor grado el mocanismo metaférico 0 el metonimico. La eleccién de cualquiera de estas formas depende de la cultura. Si la territorialidad es una organizacién espacial, o una semantizacion, tenemos que ver hasta qué punto sigue estas eyes generales do la operatividad mental. En teorla hemos de presuponer que son posibles dos formas extremas de territorialidad: una que estarfa en correspondencia con el Pensamiento llamado metaforico, y otra con el metonimico, entre las cuales se situarfan otras muchas de cardcter me- os extremo, as{ como combinaciones de ambas. En la se- gunda parte’ de este trabajo analizaremos concretamente e6mo se da cada una de estas formas en una cultura de- terminada, aunque ésta sea occidental. Y en muchos de sus aspectos, por ejemplo, el cientifico, declaradamente metoni- mica. Pues como hemos indicado no todos los planos de una cultura estén organizados con el mismo signo. Piénsese sim- plemente en la complicada tecnologia de los llamados pue- blos «primitivos», a los que se les reconoce una forma me- taforica de pensamiento, En la mayorfa de los casos su t6c- nica esta basada en asociaciones rigurosamente metonimi cas. De la misma manera que nuestro pensamiento cientifico coexiste con creencias y asociaciones marcadamente meta- foricas. También trataremos de ver si la ocurrencia de meté- fora 0 metonimia en la organizacién espacial humana, depen- de de factores definibles, pues como hemos indicado en nuestra breve critica de los modelos mecénicos, seria plato- nismo el considerarlos cerrados ¢ independientes. Este ser el punto en el que los conceptos lingufsticos que estamos ttilizando recibirén su justificacién antropolégica. Ahora bien, metéfora y metonimia no sélo no se oponen ‘como actividades mentalés, en el sentido indicado, es decir, en cuanto operaciones de a mente, sino que a nivel de los I: 4 Dos formas de semantizaclén torritoral 101, productos humanos formalizados de una u otra forma, pue- den complementarse. El que hayamos indicado anteriormen- te que el mecanismo mental de tipo metaférico seria el mas utilizado por la mentalidad mitica, y el de tipo metonimico por la cientifica, no quiere decir que este dltimo no pueda Operar sobre asociaciones metaféricas anteriores, es decir, sobre productos humanos metafdricamente conseguidos. Mas atin, éste nos parece el procedimiento més habitual dei pen- samiento cientifico, que es tal en la medida en que opera metonimicamente, sin que ello le garantice automaticamente tuna mayor adecuacisn con el objeto «en sf». La ciencia no puede superar, a este respecto, una primera formalizacion metaférica sobre el objeto, justificada en las condiciones perceptivas del mismo ser humano, entre las que se cuen- tan las perspectivas culturales. Ello quiere decir que si a nivel de operaciones puede describirse el procedimiento me- tonimico separadamente del metaférico, a nivel de produc- tos, esto resulta totalmente injustificado Por otra parte, las operaciones mentales a las que nos estamos refiriendo, pueden implicarse en numerosos planos superpuestos. Si existen metonimias de metaforas, como su- cede con frecuencia en la ciencia, también se dan las meté foras de metonimias. Eo decir, esdciaciones metaféricas que reproducen unitivamente exposiciones metonimicas. Un ejem- plo de este tipo lo pueden constituir los emblemas de nu- merosas organizaciones en las que se reproducen en un conjunto metaférico algunas de las intenciones, analitica- mente expresadas, de la institucién. Los simbolos asi obte- nidos estén a su vez culturalmento determinados, y deben comprenderse dentro del cédigo cultural. correspondiente. En este sentido, si afirmamos que la mentalidad magica es predominantemente metafgrica, en sus operaciones, no contradecimos la sugerencia de Jakobson, para quien la’ ma- gia contaminante o de contacto, en la clasificacién de Frazer, Serla un exponente claro de formalizacién metonimica. Pen: samos que la llamada magia contaminant, s6lo en un plano intermedio es metonimica, operéndose inmediatamente, en un plano, ulterior, una metéfora sobre esa metonimia, La esencia del pensamiento magico serfa esa tendencia a pre- sentar el producto investido de une asociacién metaférica que si se quiere podemos denominar de primer grado (ho- meopéttica) 0 de segundo grado (contegio), mientras que el Pensamiento cientifico ultima sus productos metonimicamen- te (aunque sea sobre una base metaférica) En este breve anélisis aparecen claramente implicados, en su interrelacionalidad, el mecanismo operativo metaforico 102 Antropologia del tersitorio y el metonimico. Puede apreciarse @ su vez que no se trata de operaciones cualitativamente distintas en un orden evo- lutivo, es decir, que no se puede afirmar que la metéfora sea F genéticamente a la metonimia, ni viceversa, y que Ip llamada mentalidad mégica’no debe m- ica. La di- vis te convieno sefialar que al referirnos a metonimia como si- nénimo de mentalidad cientifica, no asumimos el concepto estricto de ciencia, tal como se’ acepta generalmente como Conjunto sistematico de conocimientos. Hacemos tinicamente referencia al cardcter metonimico de su proceder. A este res- pecto muchas de las manifestaciones culturales, sin ser aca- démicamente cientificas, coinciden con esa forma de pen- samiento. Hechas estas aclaraciones, que tiene por finalidad poner de manifiesto la complejidad del esquema bipolar que utill- zaremos en el andlisis de la sementizacién territorial, vamos a fijarnos en estos dos tipos de territorio humano, siguiendo la duplicidad operacional del proceso Ue semantizacion. Tra- taremos, por tanto, de comprobar la velidez de la formaliza- cién metaférica y metonimica del espacio que se constituye en territorio humano, y ello, en esta primera parte, desde el punto de vista de las operaciones mentales, y no de los pro- ductos, Es decir, no analizaremos aqui, en qué medida la mo: tonimia opera sobre metéforas anteriores y la motdfora so- bre metonimias. La dilucidaci6n de esta ouestién exige una ontrastacién con la que podiamos llamar cosmovisién de la cultura conereta y con la estructura social. Ello serd el objeto de la segunda parte de este estudio, De momento nos limi- tamos a afirmar que el espacio es tratado por el hombre desde dos perspectivas: la metaférica y la metonimica. El ‘espacio, asi formalizado, constituye el territorio humano. Se~ gin esto hablaremos de una territorialidad metaférica y de Una territorialidad metonimica. Para comprender lo que entendemos por tertitorialidad me- taférica, nada més simple que imaginarse una visita a la casa de un desconocido. Desde que llamamos al timbre, has- ta que abandonamos la casa, pasamos por una serie de ex- periencias territoriales, altamente significativas, cuyas varia- clones dependeran, entre otros factores, del encuadre socio- cultural en el que nuestro huésped pueda situar el desarrollo 1: 4 Dos formas do semantizacién territoriel 103 de nuestra relacién. Primeramente se nos abre la puerta y se nos concede el permiso de adentrarnos en un territorio privado. Una vez dentro, y ante nuestro titubeo, por lo demas bien légico, en tomar una direccién u otra, se nos indica por dénde y a dénde tenemos que ir. Normalmente una visita de este tipo no traspasa los limites del salon y dol conducto obligado para llegar a él. Pero a medida que las relaciones se hacen més personales, y ello probablemente después de varias visitas, se nos concede técitamente un mayor campo de movimientos: el cuarto de bafio, el cuarto de estar, la terraza, Si el visitante es una mujer, a ralz de cualquier pre- texto, generalmente ofreceré una pequefia ayuda al ama de casa, obtendra el privilegio de introducirse en la cocina. Sélo mucho més adelante, si las relaciones no se han torcido, po- drd el visitante moverse con cierta holgura por toda la casa, aunque su comportamiento en cada una de las dependencias tenga que someterse siempre a una normativa propia del rin- cén que pisa Este sencillo proceso de ocupacién de una casa nos in- diea claramente que no todos los lugares de la misma tienen ‘al mismo significado, E! salén, el cuarto de estar, la terraza, la cocina, los dormitorios, son espacios diferenciados, que no se abren todos con la misma lave. Significan algo, que naturalmente no se desprende de la materialidad de su cons- truccién. Cada uno puede distribuir su casa como quiera, co- locar el dormitorio en el lugar que estaba planeado para el salén, y situar la sala de estar en el rincén mas alejado de la entrada, pero la normativa que hemos descrito permanece. Ello nos indica que la casa, con todos sus compartimentos es oxpresion do algo mas general; que no esta pensada exclu- sivamente en funcién del aislamiento de los que la habitan, sino que reproduce ciertos aspectos de las relaciones huma- nas, La casa es, por tanto, una expresiGn metaforica de algtin aspecto de la estructura social. Naturalmente no todas las casas tienen la misma compartimentacién, y en consecuen- cla el comportamiento social que un extrafo debe mantener en ella no es el mismo. La casa rural simplifica considerable- mente el esquema de vivienda descrito anteriormente, y en ciertos casos afiade otras dependencias més en consonancia con la forma de vida propia de la comunidad: en algunas sa- én y cocina se unifican, reproduciendo una forma peculiar de entender las relaciones personales; el establo y ol gra- nero se adosan a la casa, y los lugares reservados a la inti- midad se reducen al minimo. Lo mismo sucede con la casa 4rabe, por ejemplo, que tiendo a conservar los grandes es- pacios prescindiendo considerablemente de tabiques diviso- 104 Antropologia del territorio rios. Las formas de viviendas humanas desde los paravien- tos a los grandes rascacielos, se nos ofrecen en una varie- dad tan diferenciada como las culturas mismas. Para com- prender el significado que encierran es preciso poser el cédigo de interpretacion, a partir del cual han sido seleccio- nados los distintos elementos constitutivos. Lo mismo ocutre con Ia distribucién de la aldea o del nd- cleo habitado. Cualquier conocedor de nuestra geogratia sabe perfectamente que nuestros pueblos presentan una estruc- {ura territorial bastante constente: las casas se agrupan en torno a la plaza, en la que generalmente se encuentra la igle- sia, el ayuntamiento y los servicios ptblicos. En la plaza tie- nen lugar actividades bien definidas, entre las que se cuen- tan el control y relaciones comunitarias integradoras. Una persona que sin motivo justificado no frecuente este lugar, probablemente seria sometido a un proceso de ostracismo. El pueblo espafiol esté, por tanto, organizado en torno a los parametros publico/privado, en relacién con la comunidad total. Al mismo tiempo, su estructuracién en torno a un cen- tro acontua el cardcter de integracién y reproduce una con- cepcién ciclica del tiempo que esté en consonancia con el ritmo estacionario de la vida agricola. Si nos trasladamos a luesiras cludades nos encontramos con que wn la actual dad la entigua estructuracién, centripeta, va desapareciendo. Se construyen grandes avenidas, que se prolongan linealmen- te en otras nuevas. Es como si en lugar de buscar un centro integrante se huyese de él, En estas calles sin retorno el mpo se hace irreversible, y el individuo se aleja cada vez més de la «comunidad». El llamado centro de la ciudad es un punto artificial y huidizo referente de distancias oscilantes y, que en la mayoria de los casos, implica una diferenciacion de clases sociales, que rara vez llegan a encontrarse. Pero lo mismo que sucede con la vivienda, las varieda- des de organizacién, tanto en el niicleo rural como en el ur- ano, son grandes, incluso en Espaiia, No todas las ciudades presentan esta misma fisonomia, y sin duda las hay que con- servan todavia su funcién integradora: probablemente las que siguen mas vinculadas a los habitos agricolas y gana- deros. A su vez, son muchos los cédigos que pueden dar sig nificado a los nucleos rurales y diferentes los elementos se- leccionados en la organizacién del territorio. Es sabido que la forma de asentamiento general de los pueblos agriculto- res de secano es concentrada, quedando los terrenos culti- vables fuera del niicleo habitado, mientras que en las zonas de regadio la poblacién se dispersa en viviendas aisladas, construidas al lado de los terrenos de cultivo, Esteva Fabre- I: 4 Dos formas de semantlzaci6n territorial 105 gat nota que en la planificacién del asentamiento de nuevas Poblacionos agricolas espafiolas, no se ha tenido en cuenta esta estructuracién natural, prefiriendo en ambos casos el asentamiento concentrado, por resultar mas econdmico, trans- grediondo asi una de las normas basicas de la planificacién social *. Desde un punto de vista transcultural, las diferencias son todavia mas notables. E. T. Hall analiza la distinta concep- cién y distribucién territorial de los alemanes, ingleses, fran- ceses, drabes y japoneses, en relacién con la de los norte- americanos. Para no extendernos en descripciones que se pueden encontrar claramente en el libro de Hall, sofalemos, por su singularidad y diferencia respecto a nuestros patro- nes territoriales, algunas de las observaciones que el autor hace con respecto al patrdn territorial japonés: En las ciudades «los japoneses dan nombre a las intersec- ciones en lugar de atribuirlo a las calles que alli confluyen. En realidad cada una de las esquinas que resultan del cruce recibe una designacién diferente. A la ruta en si que ha de seguirse para ir del punto A al B, no se le da la importancia que tiene entre nosotros, estableciéndose, a juicio de! ooci: dental, con criterio casi caprichoso. Al no estar habituados a utilizar unas rutas prefijadas, los japoneses, cuando’ circu: lan por las calles de Tokio, consideran que el punto cero o central del sistema no es otro que el de su destino... El mo- delo jeponés acentéa la importencla de los puntos centra- les... No es do oxtrafar, pues, el conocido criterio Japonés, conforme al cual nuestras habitaciones les parecen siempre desnudas y desangeladas, precisamente porque solemos mantener despejado de objetos el centro de las mismas...» «Otro aspecto del contraste centro-rincones guarda gran relacién con la forma y circunstancias en que uno se mueve por la casa y con lo que considera espacio de caracteristicas fiias 0 semifijas. Para nosotros las paredes de la casa son, evidentemente, fijas. En Jopdn constituyen elementos semi- fijos. Los paneles de separacién son moviles y, de este mo- do, las habitaciones pueden servir a distintos propésitos y funcionos. En los albergues rurales japonoses (los ryokan) el huésped desoubre que las cosas vienen hacia él al tempo que el decorado cambia. Se sienta en el centro de la habita- cién, sobre el tatami (esterilla), mientras ve cémo se abren © clerran los paneles méviles que limitan el cuarto. Confor- me transcurren las horas de la jornada puede ocurrir que la * Gir. Antropologta industrial. Planeta. Barcelona, 1973, pig. 167 108 Antropalogia del terrtorio habitacién pase de ser un espacio ablerto, todo él al aire li- bre, hasta convertirse, mediante una sucesién de cambios de tarimas y paneles, en'una alcoba recogida e intima». En el centro de estas divergencias se encuentra una con- cepcién de espacio que diferencia al japonés del occidental Mientras para éste el espacio se concibe como distancia en- tre objetos, y, por tanto, como un vacio, para el japonés el espacio esté cargado de sentido, y por asf decir, formaliza- do, pues «su criterio es el de que la memoria y la imagina- ‘eién deben participar siempre en las percepciones»*. Tras los andlisis del territorio que hemos sefialado, ob- serva Hall que «la conclusion a que se llega es la de que los patrones proxemisticos difieren notablemente entre si con- forme cambian las culturas. Analizéndolos debidamente es posible revelar ciertas claves culturales ocultas que deter- minan la estructura del mundo perceptual de un pueblo dado. El hecho de percibir el mundo de manera diferente da lugar fa definiciones distintas de lo que se entiende por vida en hacinamiento de poblacién, origina relaciones interpersona- les diferentes, y motiva planteamientos diversos de las cues- tiones politicas, tanto en el plano interno como en el inter- nacional. Se producen, ademée, profundas discropanciae en el grado en que la cultura estructura la mutua implicacion o compenetracion individual, lo que quiere decir, que los pla- nificadores deberian comenzar a pensar seriamente en tener siempre en cuenta diversos tipos de nicleos urbanos, es de- cit, a pensar en términos de variedad y diferenciacién, pues las ciudades que se necesitan han de estar en consonancia con los modelos proxemisticos de las agrupaciones humanas que han de hebitarlas» * Todos los aspectos territoriales resefiados corresponden a la categoria que hemos convenido en llamar metaférica, pues todos ellos reproducen, en el plano espacial, aspectos de distintos planos socioculturales. Pero la constatacién de esta reproduccién no nos abre sin més la comprensién del territorio, Para acceder a ella es preciso descubrir el aspec: ® La Dimensién Oculta: enfoque antropolégico del uso del espacio, pag. 230 85. = © Gr. Hall: 0. c, piig. 236. * Gfr. 0. ¢, pag. 250. J.P. Vernant analiza, bajo esta perspectiva, |e organtzacién ‘griega dol espacio, a través de las Implicaciones e8pa. Gales de la mitologia. Sus conclusiones apuntan a una. formallzacion ‘specifica, eon significados proplos, de la cultura gtlega on gus distin. tas dpocas, Chr. Mito y Pensomlento en la Grecia Antigua, Ariel, Bar- ccolona, 1973, pags. 195-241 p 1: 4 Dos formas de semantizacisn territorial 107 to concreto de la estructura social al que responde, aunque ésta a su vez deba analizarse en el contexto cultural total. Desde este punto de vista las distintas demarcaciones y dis- tribuciones tertitoriales, que se constaten en una comuni- dad humana, pueden responder a concepciones ideolégicas, Por ejemplo, césmicas, a sistemas de valores sociales, a condiciones perceptivas de la cultura en cuestién, y en fin, a cualquier otro aspecto de las relaciones sociales. El tert torio se convierte entonces en un lenguaje simbélico y pré- xico de aquella realidad sociocultural, y al mismo tiempo en una garantia de su supervivencia, Pero a nivel hermenéutico, las concepciones césmicas, los sistemas de valores, las es: tructuras perceptivas o las relaciones sociales, funcionan co- mo cédigos, a partir de los cuales el territorio recibe su va- lor semantico. Se produce aqui una operacién paralela a la que efectiia cualquier hablante: se seleccionan algunos as- pectos del conjunto sociocultural y se expresan a través de términos espaciales. Plantoada la cuestién del territorio en estos términos, el principal problema antropoldgico de su investigacion, por lo que a la territorialided metaforica se rofiore, estriba en de- marcar los campos semédnticos en los que’ se integra. En términos lingdisticos un campo seméntico podria definirse como la organizacién de las relaciones que se dan entre los elementos del mensaje y los elementos del cédigo. Natural- mente existen diferencias entre el lenguaje y la cultura, Al- gunas de ellas han quedado resefiadas anteriormente. Por lo Que al territorio respecta no debemos olvidar que aparte del significado simbélico que puede encerrar, buena parte de él, lejos de ser entitativamente arbitrario, responde a unas nece- sidades humanas bien concretas. Sin ‘embargo, creemos que 8 una constante humana el investir de significaciones a las respuestas correspondientes a estas necesidades. La misma necesidad so satisface normalmente a través de respuestas distintas en las distintas culturas. Los fenémenos culturales, a diferencia de los elementos del lenguaje, exigen con fre: cuencia una explicacién de la forma de ser del «significante», que va més alla de su explicacién historica. Incurririamos en platonismo si desconociésemos esta diferencia, Lo que dentro del andlisis de Ia territorialidad metaférioa se trata de dilucidar es por qué la organizacién espacial, que constituye el territorio concreto, es de una forma determi- nada y tiene un significado preciso dentro de esa comunidad. Pero ra dentro de este plano se puede decir que el territorio como portador de un significado guarde con ésto una relacién arbitraria. Es cierto que el cardcter arbitrario

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